La panza del tepozteco

Se trata de una novela corta del escritor mexicano José Agustín. En ella se entremezclan los elementos fantásticos y los reales. Aparecen nombres de lugares muy conocidos por quienes gustamos de visitar Tepoztlán, en el Estado de Morelos, y para quienes viven allí el ambiente que se respira en el texto resulta de lo más familiar. Así es también para quienes tienen conocimientos sobre la historia de los antiguos mexicanos, ya que el autor utiliza como personajes a las deidades aztecas, otorgándoles una gran vitalidad frente a los protagonistas: siete adolescentes y una niña.

La narración nos sitúa inicialmente en la Terminal de Autobuses del Sur de la ciudad de México, donde el grupo, conformado por Yanira, el gordo Tor, Erika, Alaín, Homero, Indra y Selene, se dispone a ir a Tepoztlán para pasar cuatro días de asueto. Desde ese momento el lector se identifica con el ambiente de los muchachos de secundaria que salen de paseo sin estar acompañados de algún adulto. El autor describe fielmente el vocabulario y las bromas propias de la edad, y también los pequeños obstáculos que deben sortear para llegar a su destino. En Tepoztlán se alojan en la casa de descanso de la familia de Alaín.

Por la tarde, el grupo se anima a echar una caminata por el Tepozteco, lugar que se caracteriza por sus escarpados cerros y por su preciosa vegetación, que ya para el mes de septiembre está muy verdeada por las lluvias. Además de su belleza natural, Tepoztlán tiene una gran riqueza cultural que ha podido conservar gracias a la viveza de las tradiciones, los usos y las costumbres heredados de un pasado indígena que pervive y sigue causando admiración y gusto de propios y extraños.

Los acompaña un joven indígena oriundo del lugar, Pancho, amigo de Alaín desde su infancia. Él es quien conoce a la perfección la mejor ruta para llegar a la pirámide tolteca, lugar muy visitado desde donde se tiene una panorámica preciosa del valle y del pueblo de Tepoztlán. Sin embargo, los muchachos se mueven con espíritu de aventura y su guía los lleva a una cueva con murciélagos.

Allí, como personas citadinas que son, ya sienten que han penetrado algo más en los secretos del lugar, y aceptan con entusiasmo la invitación de Pancho para explorar al día siguiente otra cueva más alejada y desconocida.

Con comida, lámparas y un machete, salen temprano guiados por Pancho. Recorren veredas y trepan taludes; hay cansancio y quejas porque no están acostumbrados a tales caminatas, pero finalmente llegan a la caverna. Entran a una cámara de abundante vegetación, y de allí, a gatas por una rendija llegan hasta otra gran cámara con estalactitas y estalagmitas donde se percibe una gran humedad y descubren una luz.

A partir de ese momento, el autor del libro nos hace acompañar a los muchachos en un mundo fantástico donde los dioses prehispánicos son personajes de la novela. En un lenguaje coloquial, los dioses aparecen con sus nombres recortados a manera de apodos, muy al estilo de los escolares de secundaria. Desfilan en el texto “Tezca” (tlipoca), “Tona” (ntzin), “Chico” (mécoatl), “Coat” (licue), “Huitz” (ilopochtli), “Chalch” (chiutlicueye), Xiute (cutli), y otros más.
Los dioses actúan de distintas maneras: Tezca, con poder para alterarles los sentimientos; Tona, quien les da alimento y protección, Huitz, que desea sacrificarlos, y así también los demás dioses que desempeñan la función que los identifica.

Dentro de la trama hay continuos motivos que, a pesar de poner en aprietos a los muchachos, también contienen una dosis de buen humor, como es el episodio del viejo que los quiere obligar a emborracharse y después se oculta para reaparecer transformado en el perro que se orina en el pantalón de Tor. También hay momentos de afecto muy agradables para todo el grupo, principalmente cuando están cerca de Tona, quien les cocina unos deliciosos tacos y les ofrece su cariño y protección.

El grupo va descubriendo las maravillas ocultas que hay en la caverna, no sólo las naturales sino también los recintos construidos para ser morada de los dioses que allí se encuentran en retiro desde hace quinientos años. Los muchachos conocen los jardines interiores y los edificios de piedra decorados con motivos que representan escenas de la vida azteca en su época de esplendor.

Están azorados con lo que pueden ver y oír, se sienten transportados a un lugar que jamás hubieran imaginado y, al preguntar Alaín que dónde están, es Chalch, la diosa del agua, quien le responde: “en la panza del Tepozteco”.

Con su presencia allí, los muchachos reviven los conflictos entre las deidades aztecas, ya que unos los defienden y otros los atacan y desean llevarlos ante Huitz para que se les sacrifique, porque rompieron la paz en la que vivían.

El texto “La panza del Tepozteco” es una recreación literaria donde se le da una nueva manera de ser a las divinidades del México prehispánico. El autor las despoja de la solemnidad con que tradicionalmente se les ha enmarcado y las hace compatibles con un grupo de muchachos de nuestra época; alegres y alertas para descubrir un lugar lleno de belleza y tradiciones como lo es Tepoztlán.

Lo ficticio de las vivencias con las deidades contrasta con lo real que puede ser un paseo por el Tepozteco.
Es un libro de fácil y amena lectura que educa y divierte.

Bibliografía:
Agustín José, La panza del Tepozteco, Editorial Alfaguara, México, 1995