Siete formas de ser como el tío Lolo, que se hacía tonto solo

Siete formas de ser como el tío Lolo, que se hacía tonto solo

Primero: tratar de trasladar el peso de la prueba a los escépticos. Esto es falaz, porque quien presenta una hipótesis es quien debe demostrarla, no al revés. Si alguien dice que Fulanito Descerebradito puede hacer algo maravilloso (doblar metales con la mente, predecir el futuro, conversar con extraterrestres, teletransportarse) debe demostrarlo satisfactoriamente. El que afirma, debe probar, el que afirma cosas maravillosas (fantasmas, extraterrestres, visión del futuro) debe dar pruebas igualmente maravillosas, no fotos y grabaciones dudosas, relatos lisérgicos y “predicciones” simplotas que cualquiera puede hacer.

Segundo: acudir a que los fenómenos “no los pueden reproducir los escépticos”. Este argumento es especialmente bobo. Yo no sé cómo hace el mago Yunke su ilusión de cortarle la cabeza a la nena que lo ayuda, pero no porque yo no pueda reproducirlo voy a creer que “hace magia de verdad”.

Tercero: saltarse a la torera la demostración de los hechos para tratar de discutir su “explicación” de manera delirante. Basta echar un ojo a cualquier manual de los especialistas en dar gato por liebre para encontrar docenas de explicaciones de cada taradez suya, haciendo que el lector (víctima) olvide que nadie ha podido demostrar la existencia del fenómeno en cuestión. Es como debatir el tipo sanguíneo de las hadas o el nombre del sastre de Astérix.

Cuarto: hacer el blanco móvil. Si alguien ofrece un misterio y se pone en duda, se apresura a ofrecer otro y otro, y otro, complicando el escenario para que nadie se dé cuenta de que todavía sigue sin demostrarse que el primer “misterio” no fuera un embuste. Así, un sacaplata superprofesional como el supuesto “contactado” Billy Meier empezó diciendo que tomaba fotos de platos volantes (se encontraron los modelos en su garaje), luego de extraterrestres (lástima que una “extraterrestre” fotografiada era una cantante conocida, por mucho que la desafocó), luego los filmaba (colgados de un palito), luego resultó que además viajaba en los platillos volantes y, lo último, ahora viaja en el tiempo (como prueba ofrece una foto de San Francisco después de un ataque nuclear, lástima que es la foto de un dibujo de un artista para ilustrar un artículo sobre el tema en la revista Geo años antes de la “foto” de Meier). Y entonces, en vez de centrarnos en que sus fotos no son pruebas de nada, se nos cuenta algo tan oriental como que le ha tomado una foto a Cristo cuando viajó en el tiempo.

Quinto: diversificarse (variación del 4). Habiendo dinero y “prestigio” (por fraudulento que fuere) en tantas áreas, los charlatanes surgen de una especialidad y al cabo de pocos años están metidos en muchas de las demás formas de desplumamiento de incautos. Con esto, además, pueden mover el blanco con más eficacia, por ejemplo, al ser cuestionados sobre sus fantasmas salir con un rollete sobre ovnis que hace todo diálogo imposible.

Sexto: desprestigiar al crítico. Quienes han tenido la mínima formación en lógica saben que ésta es una falacia de argumentación llamada argumento ad hominem, y que demuestra una mente poco ducha en la discusión racional (descubrimiento asombroso).

Séptimo: el insulto, la ofensa y acusaciones más o menos veladas. Cuando pierden los estribos y asumen su personalidad real (la de fanáticos babeantes, acefálicos y desprovistos de toda ética) resultan sumamente divertidos. Quedan totalmente desnudos en su ruin bajeza, la que antes de ese momento ocultaban bajo un manto de “espiritualidad”, “iluminación”, “sabiduría ancestral (o extraterrestre, o astral)” , “desarrollo mental”, “relación con energías preternaturales maravillosas” y demás inventos engañabobos. (Por cierto, es cuando llegan a esto cuando los irracionales vendedores de abono disfrazado de alimento kármico acaban ante un juez explicando sus acciones y afirmaciones difamatorias.)