LA BASE DEL DZOGCHEN Chögyal Namkhai Norbu

LA BASE DEL DZOGCHEN

Chögyal Namkhai Norbu

Chögyal Namkhai Norbu, nació en Dergué, en el Tíbet Oriental. Él fue reconocido a los tres años como el Tulku de un gran maestro de Dzogchén que había vivido con anterioridad. Después de completar sus estudios académicos, recibió enseñanzas de importantes maestros de dzogchén y practicó con ellos. Cuando los eventos políticos hicieron que abandonase el Tíbet, se estableció en Sikkim. Luego trabajó como profesor en el Instituto para el Medio y el Extremo Oriente en Roma y, más adelante, en el Instituto Universitario Oriental en Nápoles.

En esencia, la enseñanza dzogchén se ocupa del Estado primordial que, desde el comienzo mismo, ha constituido la naturaleza intrínseca de cada individuo. La vivencia de dicho Estado es la vivencia de nuestra verdadera condición: somos el centro del universo, aunque no en el sentido egoi­co y egoísta propio de nuestra experiencia ordina­ria. La conciencia egocéntrica ordinaria no es otra cosa que la jaula limitada de la visión dualista que excluye la vivencia de nuestra verdadera naturale­za: la vivencia del espacio del Estado primordial. Descubrir el Estado en cuestión es Comprender la enseñanza dzogchén, cuya transmisión tiene como función el comunicar dicho Estado: quien lo ha descubierto y se ha establecido en él lo transmite a quienes están atrapados en la condición dualista. Incluso el nombre “dzogchén”, que significa “Gran Perfección”, se refiere a la autoperfección de este Estado, fundamentalmente puro desde el comienzo, en el cual no hay nada que rechazar o que aceptar.
En todas partes los seres sensibles han entrado en la visión dualista que oculta la vivencia del Estado primor­dial y cuando los seres realizados han entrado en contacto con ellos, sólo raras veces han sido capa­ces de comunicar el Estado en cuestión de manera completa sin palabras o símbolos; en consecuen­cia han tenido que usar como medio de comunica­ción la cultura en la cual lo han transmitido. Inclu­so en la antigua tradición bön —la tradición, en gran parte chamánica, que es indígena del Tibet y que antecede la llegada del budismo desde la India— existía una enseñanza dzogchén. Así pues, aunque las enseñanzas dzogchén no pertene­cen ni al budismo ni al bón, podemos considerarlas como la esencia de todas las tradiciones es­pirituales tibetanas, tanto dentro de la primera de dichas religiones como dentro de la segunda.

LA BASE
Es totalmente imposible encontrar al Buda fuera de nuestra propia Mente. Alguien que ignore esto puede buscar externamente, pero ¿cómo es posible encontrarse a sí mismo, buscando fuera de uno mismo? Quien busca su naturaleza fuera de sí es como un loco que, realizando una representación en medio de una multitud, olvida quién es él y trata de encontrarse a sí mismo en todas partes.
                                          PADMASAMBHAVA

De los grupos de tres, el constituido por la Base, el Sendero y el Fruto es de central importancia.
Ahora consideraremos sucesivamente cada uno de estos elementos.
esencia
La Base:  naturaleza
energía
“Base”, en tibetano “shi“, es el término que se uti­liza para indicar el campo fundamental de la exis­tencia, tanto en el plano universal como en el indi­vidual, pues el uno y el otro son esencialmente el mismo, de modo que descubrir el uno es descubrir el otro: si descubres lo que eres en verdad descu­bres la naturaleza del universo. Anteriormente nos habíamos referido a la vivencia del Estado primor­dial en una “Contemplación no dual”: ésta es la vivencia de la Base, que constituye la verdadera identidad del individuo. Se la llama la Base porque sirve de base a todos los fenómenos y porque, siendo increada y desde siempre pura y autoperfecta, no es algo que tenga que ser construido. Aunque es la Base increada e indestructible de la existencia de cada individuo, queda velada a la experiencia de todo aquél en quien se manifieste el dualismo: cuando esto sucede, es oscurecida tem­poralmente por las “nubes” constituidas por los estados mentales negativos en mutua interacción —por ejemplo, pasiones como el apego y la aver­sión— que surgen de la ignorancia básica consti­tuida por la visión dualista. Sin embargo, la Base no debe ser objetivada y considerada como un ente auto existente ella constituye el Estado o condi­ción insustancial que sirve de base a todos los entes e individuos, la cual es ignorada por el indi­viduo ordinario pero se encuentra plenamente patente para el individuo realizado.
En las enseñanzas budistas en general se consi­dera que la conciencia no cesa con la muerte del cuerpo físico, sino que transmigra, y que las cau­sas kármicas acumuladas en innumerables vidas dan lugar a nuevos renacimientos hasta que el individuo se realiza, el karma es trascendido y la trasmigración llega a su fin. No se establece cómo y cuándo comenzó esta trasmigración, pues se considera que, en vez de perder nuestro precio­so tiempo especulando acerca de una causa prime­ra, haríamos bien en ocupamos de lo que puede ser verdaderamente útil, que es cómo poner fin al sufrimiento de la trasmigración y la existencia condicionada. En la época del Buda había mucha discusión entre las sectas del brahmanismo acerca de la existencia o inexistencia de un Creador y, entre quienes afirmaban su existencia, acerca de la naturaleza precisa de éste. Ahora bien, en vez de afirmar o negar la existencia de un ser supremo como la primera causa, el Buda aconsejó a sus dis­cípulos que dejasen a un lado la duda y la especu­lación y se esforzasen por alcanzar el Estado de Iluminación en el cual desaparecen las preguntas y se manifiesta la claridad.
Al nivel de lo que experimentamos en nuestras vidas, está claro que la trasmigración comienza en el momento mismo en que entramos en el dua­lismo y termina cuando redescubrimos el Estado primordial, el cual está más allá de todo límite, incluyendo los límites del tiempo, de las palabras y de los conceptos
La existencia de los innumerables universos surge de la misma manera que la existencia condi­cionada del individuo: a partir de huellas kármicas. Por ejemplo, la antigua tradición tibetana de cos­mología bón explica que el espacio existente antes de la creación de este universo no era otra cosa que la huella kármica latente dejada por seres de previos ciclos universales destruidos al final de los mismos. Este espacio se movió dentro de sí mismo y se formó la esencia del elemento viento; la feroz fricción de este viento contra sí mismo produjo la esencia del elemento fuego; las diferencias de tem­peratura resultantes causaron la condensación que resultó en la aparición de la esencia del elemento agua, y el movimiento de las esencias de estos tres nuevos elementos engendró la esencia del elemen­to tierra, tal como al batir leche se produce mante­quilla. Este nivel de la esencia de los elementos es preatómico y consiste en luz y color.
De la interacción de las esencias de los elemen­tos habrían surgido los elementos al nivel atómico o material, de la misma manera y en la misma secuencia que sus esencias. A continuación, de la interacción de los elementos materiales o atómicos se habría formado lo que se conoce como el “hue­vo cósmico”, constituido por todas las regiones o los dominios de la existencia condicionada: los de las divinidades superiores (sin forma y de la for­ma), el de los naga y los correspondientes a los seis estados del reino de la sensualidad o lokas.
Si las esencias de todos los elementos. los ele­mentos mismos y todos los reinos de experiencia surgen del espacio, constituido por las huellas kár­micas latentes de seres del pasado, dicho espacie no se encuentra más allá del karma y el nivel con­dicionado de la existencia y, en consecuencia no podemos aplicarle lo que se dice de la Base: que desde el comienzo ha sido fundamentalmente pura y autoperfecta. La Base puede compararse con el espacio en la medida en que es lo que permite la manifestación de todos los entes, pero no puede identificarse con el espacio condicionado: ella es lo que permite que éste se manifieste y podría compararse con la esencia de dicho elemento, omnímoda, omnipresente y no nacida.

Las enseñanzas dzogchén consideran el proce­so de originación cósmica de una manera paralela y sin embargo distinta a la de la tradición bön. En las enseñanzas dzogchén se considera que, tanto en el nivel universal como en el individual, el Estado primordial, que está más allá del tiempo y, en consecuencia, de la creación y la destrucción, es la Base fundamentalmente pura de toda existen­cia. Por su propia naturaleza intrínseca, el Estado primordial se manifiesta como luz, la cual a su vez se manifiesta como los cinco colores que constitu­yen las esencias de los elementos. Estas últimas interactúan —tal como lo explica la cosmología bón— para producir los elementos mismos, que constituyen el cuerpo del individuo y la totalidad de la dimensión material. Así pues, el universo es entendido como el juego de la energía del Estado primordial, que surge espontáneamente y que pue­de ser disfrutado como lo que es —un juego— por quien permanezca integrado en su condición intrínseca esencial: el Estado autoliberador y auto-perfecto del dzogchén. Ahora bien, si, como resul­tado de la percepción fundamentalmente incorrecta de la realidad que el budismo llama “ignorancia”, el individuo entra en la confusión del dualismo, su conciencia dualista tomará las proyecciones de la capacidad cognoscitiva (o cognoscitividad) pri­mordial, que es su propia fuente y la fuente de toda manifestación, como una realidad externa que existe separada e independientemente de dicha conciencia dualista, y ésta quedará atrapada en las mencionadas proyecciones. Las múltiples pasiones surgen de esta percepción errónea fundamental y condicionan continuamente al individuo, mante­niéndolo en el dualismo.
Con sus explicaciones de la Base, el Sendero y el Fruto las enseñanzas dzogchén se proponen mostrar cómo surgió la ilusión del dualismo, cómo puede ésta disolverse y cuál es la vivencia de un individuo cuando ella se disuelve. Ahora bien, los símbolos que se utilizan para explicar la naturaleza de la realidad sólo pueden ser parcialmente apro­piados, pues por su propia naturaleza las palabras y los conceptos son inadecuados para describirla con exactitud. Como dijo Milarepa, aunque en la medida en la que ambos son vacíos se puede com­parar la naturaleza esencial de la mente con el es­pacio, la mente tiene una naturaleza cognoscitiva de la que el espacio carece. La realización no con­siste en un conocimiento acerca del universo, sino en la vivencia directa de la naturaleza de éste. Has­ta el momento en que obtengamos la vivencia directa en cuestión seguiremos dependiendo de los ejemplos y sujetos a los límites de los mismos.
Podríamos comparar la Base con un objeto des­conocido y misterioso. Para describirlo, yo podría decir que el objeto es blanco y redondeado, con lo cual ustedes se formarían una cierta idea de él. Ahora bien, al día siguiente podrían oír una des­cripción dada por alguna otra persona que lo hay a visto y cambiar su idea según esta última descrip­ción, concluyendo que el objeto es ovalado y no redondo, y su color madreperla y no blanco. Cin­cuenta descripciones después, todavía no habrían llegado a conocer en absoluto el objeto, y seguirí­an cambiando de opinión cada vez que oyesen nuevas descripciones. En cambio, si ven el objeto ustedes mismos aunque sea una sola vez sabrán perfectamente cómo es y comprenderán que todas las descripciones eran parcialmente correctas pero que ninguna de ellas podía expresar la naturaleza del objeto en su totalidad. Algo similar sucede con las descripciones de la Base o Estado primordial que constituye y jamás deja de constituir la verda­dera condición intrínseca de cada individuo, que es pura desde el comienzo, incluso mientras la con­ciencia superficial de quienes se encuentran poseí­dos por el error está sumergida en el dualismo y atrapada en las redes de las pasiones.
Ahora que hemos considerado el significado del término “Base” como se lo entiende en las enseñanzas dzogchén, podemos comenzar a consi­derar cómo se manifiestan, a partir de dicha Base, el individuo y el universo que éste experimenta. Todos los niveles de las enseñanzas afirman que el individuo está constituido por el Cuerpo, la Voz y la Mente. Los Estados perfectos de éstos, que se dan en el individuo realizado, son simbolizados por las sílabas OM, AH y HUM, respectivamente. El Cuerpo incluye la totalidad de la dimensión material del individuo, mientras que la Voz corres­ponde a la circulación de la energía vital del orga­nismo, conocida como vayu o prana en sánscrito y lung en tibetano, que está asociada íntimamente a la respiración. La Mente incluye tanto a la mente que razona, como a la naturaleza de ésta, que no está sujeta a los límites del intelecto.
El cuerpo, la voz y la mente del individuo ordi­nario están tan condicionados que éste se encuen­tra totalmente inmerso y atrapado en el dualismo. La percepción dualista que un ser ordinario tiene de la realidad es llamada visión impura o kármica, la cual está condicionada por las causas kármicas que se manifiestan continuamente como resultado de las acciones pasadas del individuo, hasta el pun­to de que éste vive tan encerrado en el mundo de sus propios límites como un pájaro en una jaula. En cambio, se dice que un ser realizado —alguien que está más allá de los límites del dualismo, que ha descubierto la condición de la Base que anterior­mente le estaba velada y que vive en y por ella— posee una visión pura. La claridad autoperfecta de la visión pura (del) Estado primordial en los individuos realizados ha hecho que éstos no se limiten a transmitir di­rectamente el Estado en el que se hace patente la verdadera condición de la Base o campo de la experiencia del individuo, sino que además impartan una introducción simbólica a dicha Base y una explicación oral de la misma. La explicación oral describe el funcionamiento de la Base en términos de tres aspectos o “sabidurías”, que son la esencia, la naturaleza y la energía. Y para simbolizar el aspecto funcional de la Base que cada uno de ellos representa, tradicionalmente se utiliza un espejo: la vacuidad que permite al espejo llenarse con cual­quier contenido ilustra la esencia, la capacidad reflectante del espejo representa la naturaleza y las apariencias particulares que se reflejan simbolizan la energía.
Esencia:
El aspecto de la Base que llamamos ‘esencia” corresponde a la vacuidad fundamental de ésta. En la práctica ello implica que, si uno observa su pro­pia mente, descubrirá que cualquier pensamiento que se manifieste es vacío en los tres tiempos: pasado, presente y futuro. Esto significa a su vez que si uno busca el lugar de donde surgió el pensa­miento no encontrará nada; si busca el lugar donde se encuentra actualmente el pensamiento no encontrará nada, y si busca el lugar al que se va el pensamiento tampoco encontrará nada: en los tres casos encontrará sólo vacuidad. Ello no implica que la “vacuidad” exista como cosa o como lugar, sino más bien que todos los fenómenos, sean suce­sos mentales u objetos aparentemente externos, no importa cuán sólidos puedan parecernos, son en verdad esencialmente vacíos (en el sentido de carecer de sustancia o autoexistencia) y carecen de permanencia; que los mismos existen sólo en for­ma transitoria y que cada “cosa” está hecha de otras cosas, las cuales a su vez están hechas de otras cosas, y así sucesivamente.., posiblemente hasta llegar a un nivel en el que no encontraremos cosa alguna. Esto nos muestra que todo lo que parece tener una existencia sustancial, desde lo enormemente grande hasta lo infinitamente peque­ño, es fundamentalmente vacío.
Empleando un espejo como símbolo de la Base, se dice que la vacuidad de ésta, que es fundamentalmente pura o katak, es como la capa­cidad de un espejo para llenarse con imágenes. Un maestro puede mostrar al discípulo un espejo y explicarle que el espejo mismo no juzga los refle­jos que aparecen en él como bonitos o feos: al espejo no lo cambia ninguno de los reflejos que pueda manifestar, de una clase o de la otra, y se vacuidad no es afectada ni desvirtuada por ellos. Entonces explicará que la esencia vacía de la men­te es como la del espejo —pura, clara y límpida— y que, no importa lo que ella manifieste, la esencia de la mente no puede desaparecer ni ser dañada o maculada.
Naturaleza:
Aunque la vacuidad en el sentido que ya se ha explicado constituye la condición esencial subya­cente de todos los fenómenos, estos últimos —sean sucesos mentales u objetos “reales” experimenta­dos como algo externo— siguen manifestándose. Tal como los reflejos, a pesar de ser vacíos, siguen apareciendo en un espejo, las cosas siguen existien­do y los pensamientos siguen surgiendo. Este con­tinuo surgir es el aspecto de la Base que se designa como “naturaleza” La naturaleza de la Base es manifestar, y para ilustrar esta naturaleza se la compara con la capacidad que tiene un espejo de reflejar todo lo que se ponga delante de él. El maestro puede usar un espejo físico para mostrar que, sin importar si lo que se refleja es bueno o malo, bonito o feo, la capacidad de reflejar inhe­rente al espejo funciona tan pronto como se ponga un objeto delante de él. Entonces explicará que lo mismo es cierto con respecto a lo que se conoce como la “naturaleza de la mente”, que es descu­bierto en la auténtica Contemplación no dual. Cualquier pensamiento o suceso puede surgir, pero la naturaleza de la mente no será condicionada por éste, ni entrará en el juicio, sino que simplemente los reflejará, tal como lo hace un espejo por su propia naturaleza.
Energía:
Hemos visto que lo que se conoce como shi o la Base —la condición fundamental del individuo y de la existencia— es en esencia vacía, y sin em­bargo su naturaleza es manifestar. Lo que ella manifiesta es energía, la cual se compara con los reflejos que surgen en un espejo. De nuevo, el maestro puede mostrar un espejo al discípulo y explicarle cómo los reflejos que surgen en él son la energía de la naturaleza intrínseca del espejo, manifestándose visiblemente. Ahora bien, aunque para explicar separemos artificialmente la esencia, la naturaleza y la energía de la Base, el símbolo del espejo muestra que estos tres aspectos son interdependientes y no pueden ser separados los unos de los otros. En efecto, la vacuidad primordialmente pura de un espejo, su clara capa­cidad de reflejar y los reflejos que surgen en él, son inseparables y son todos esenciales para la existencia de lo que se conoce como “espejo”. Si no fuese vacío, el espejo no reflejaría; si no tuviese una clara capacidad de reflejar, ¿cómo podría manifestar reflejos? Y si no pudiese manifestar reflejos, ¿cómo podríamos decir que se trata de un espejo? Lo mismo sucede con los tres aspectos de la Base: la esencia, la naturaleza y la energía son interdependientes.
Cómo se manifiesta la Energía: dang, rólpa y tsel
La energía se manifiesta de tres maneras caracte­rísticas, que se conocen como dang, rólpa y tsel. Puesto que estos términos no pueden ser traduci­dos con precisión a lenguas occidentales, tenemos que utilizar los vocablos tibetanos. Se los explica mediante tres ejemplos, que son el espejo, la bola de cristal y el cristal de roca tallado que descom­pone la luz.

Dang:
Un espejo no tiene ni forma ni color. Pero cuando se coloca frente a él una tela roja, el espejo parece ser rojo; frente a una tela verde, parece ser verde, y así sucesivamente. Así pues, aunque la vacuidad de un espejo es esencialmente infinita y sin forma, el espejo puede llenarse con cualquier contenido. Lo mismo sucede con la energía del individuo, aunque en el nivel dang ella es esencialmente infi­nita y sin forma, está claro que tiene la capacidad de adoptar cualquier forma.
En efecto, aunque esencialmente nuestra energía no posee ni forma ni dualidad algunas, las huellas kármicas contenidas en nuestra corriente-de-con­ciencia dan lugar a las formas que experimentamos como cuerpo, voz y mente, y a las que percibimos como un medio ambiente externo cuyas característi­cas están, en ambos casos, determinadas por las causas acumuladas durante innumerables vidas. El problema es que dichas huellas también producen el error dualista-sustancialista y el apego que nos hacen ignorar por completo nuestra verdadera natu­raleza y experimentar una separación radical entre nuestra persona —cuerpo, voz y mente— y lo que tomamos por un mundo externo, y que nos hacen experimentar dicha persona y dicho mundo como realidades absolutas y autoexistentes. El resultado de este error es lo que se conoce como ‘visión kár­mica”.
Al liberarse de esta ilusión, el individuo experi­menta su propia naturaleza tal como es y como ha sido desde el comienzo: como una capacidad cog­noscitiva libre de restricciones y como una energía libre de todo límite o forma. Descubrir esto es des­cubrir el dharmakaya o “Cuerpo de la Verdad”, que es mejor traducir como “Cuerpo del Verdadero Carácter de la Realidad”.

Rölpa:
Este modo de manifestación de la energía del indi­viduo es ilustrado con el símbolo de una bola de cristal. Cuando se coloca un objeto cerca de una bola de cristal, una imagen de ese objeto puede ser vista dentro de la bola, de modo que el objeto mis­mo parece encontrarse dentro de ella. Lo mismo puede suceder con la energía del individuo, que tiene la potencialidad de aparecer como una ima­gen experimentada “internamente”, como si fuese vista con “el ojo de la mente” y sin poder ser cap­tada en términos del dualismo interior/exterior. Sin embargo, no importa cuán vívida pueda ser esta imagen, ella es, como en el caso anterior, la mani­festación de la propia energía del individuo, esta vez en forma de energía rólpa. De esta forma de manifestación de la energía dependen muchas de las prácticas de tóguel y del iangthik a las que se hará referencia más adelante; de ella surgen las cien divinidades pacíficas y feroces descritas en el Bardo Tódröl o Libro tibetano de los muertos tal como le aparecen a la conciencia en el bardo de la dharmata, y es también de ella de donde han sur­gido las deidades que emplean los practicantes del Sendero de transformación para convertir su visión impura en visión pura. Finalmente, es éste el nivel de su propia energía que los realizados vivencian como el sambhogakaya o “Cuerpo de Riqueza”: la riqueza en cuestión es la fantástica multiplicidad de formas que se manifiesta en dicho nivel —el de la esencia de los elementos, que es luz— y que los realizados no perciben en términos dualistas.

Tsel:
Tsel es la manifestación de la energía del individuo mismo como un mundo aparentemente externo; en efecto, el mundo aparentemente externo no es más que una manifestación de nuestra energía. Cuando aparece el dualismo surge la ilusión de un indivi­duo autoexistente que vive encerrado en sí mismo y que se siente separado de un mundo que experi­menta como externo, pues la conciencia fragmen­taria toma las proyecciones de los sentidos como objetos que existen independiente y separadamente del ilusorio “sí mismo” con el que ella se identifica y al que ella se aferra.
El ejemplo que se usa para ilustrar nuestra ilu­sión de separatividad establece un paralelo entre la forma en que se manifiesta la energía del in­dividuo y lo que sucede cuando se coloca un cris­tal bajo la luz del sol. Sabemos que la luz del sol, al caer en el cristal, es reflejada, refractada y des­compuesta por él, produciendo rayos y formas con los colores del espectro que parecen estar separa­dos del cristal pero que en verdad son funciones de su naturaleza característica. De la misma manera, lo que aparece como un mundo de fenómenos apa­rentemente externos es la energía del individuo mismo, percibida por sus sentidos. En verdad, no hay nada externo al individuo o separado de él, y todo lo que se manifiesta constituye un continuo fundamentalmente libre de dualidad y de multipli­cidad: esta es precisamente la “Gran Perfección” que se descubre en el dzogchén.
Para un individuo realizado, el nivel de mani­festación de la energía llamado tsel constituye la dimensión del nirmanakaya o “Cuerpo de Mani­festación”. Ahora bien, debemos tener en cuenta que, ni las formas de manifestarse dang, rólpa y tsel de la energía, ni el dharmakava, el sambhoga­kava y el nirmanakava, están separados entre si. La energía ilimitada y sin forma dang, cuya correcta captación es el dharmakava, se manifiesta a nivel de la esencia de los elementos, que es luz. como las formas inmateriales de la energía rólpa cuya correcta captación es el sambhogakaya y que sólo pueden ser percibidas por quienes tienen cla­ridad visionaria. A nivel “material”, ella se mani­fiesta como las formas de la energía tsel, que los individuos poseídos por el error perciben como externas a su conciencia, sólidas y materiales, pero cuya correcta captación es el nirmanakaya. Así pues, decir que los Iluminados posean tres kaya o cuerpos no significa que tengan tres cuerpos físi­cos en distintas dimensiones, ni tres niveles, como una estatua; los kaya son las tres formas de mani­festación de la energía de cada individuo, tal como se las experimenta en la realización. Estos tres kaya serán considerados luego en mayor detalle.
Es en términos de los ejemplos anteriores como el maestro nos introduce simbólicamente a la Base, y es explicando los tres aspectos de dicha Base y la forma en que ella se manifiesta como los tres modos de la energía, como nos introduce oral­mente a la misma. Este es el secreto abierto, que todos pueden descubrir por sí mismos. Vivimos nuestras vidas, por así decirlo, al revés, concibiéndonos como un “yo” que creemos absolutamente separado de un mundo que consideramos externo. e intentando manipular a este último para obtener satisfacción. Ahora bien, en tanto que sigamos en el estado dualista, nuestra experiencia seguirá estando marcada por un sentido subyacente de carencia, miedo, ansiedad e insatisfacción