Citas-3873

Por suerte, mi esposa es rumana y desempeña el papel, si se quiere, de la patria porque entre nosotros hablamos en rumano. Así pues, la patria para mí es la lengua que hablo con ella y con mis amigos, pero ante todo con ella; la lengua en la que sueño y en la que escribo mi Diario.

(La prueba del laberinto)

*

Permítame confesarle, con toda sinceridad, el motivo principal por el que no puedo aceptar la invitación: el silencio sistemático al que está sometida mi obra literaria, histórica y filosófica en Rumania. He publicado más de cincuenta libros, traducidos a catorce idiomas, entre ellos el polaco, el serbocroata y el húngaro. Sólo en ediciones de bolsillo se han imprimido 1.500.000 ejemplares. La mayoría de estos libros son inaccesibles en Rumania. Además han aparecido tres monografías y más de veinte tesis doctorales acerca de los diversos aspectos de mi obra y otros cinco libros aparecerán este año en los EE. UU., Francia, Holanda e Italia. Respecto a los estudios y artículos que me han dedicado, hace mucho que ya no llevo la cuenta; los recopila un diligente bibliógrafo americano.

En Rumania, por el contrario, mis escritos nuevos y antiguos se desconocen. Una vez cada dos o tres años aparece algún breve artículo, por regla general, en revistas de provincias. Sé que este silencio sistemático no se debe a la falta de interés de los críticos por mis libros. Hasta mí han llegado muchos estudios críticos firmados por autores de renombre que no han podido ver la luz de la imprenta.

Habría mucho más que decir, pero me detengo aquí…

(Carta al embajador rumano en los EE. UU., 28-4-77)

*

Todo lugar de nacimiento constituye una geografia sacra. Para quienes lo abandonaron, la ciudad de la infancia y la adolescencia se convierte siempre en una ciudad mítica. Para mí, Bucarest es el centro de una mitología inagotable. A través de esa mitología he llegado a conocer su auténtica historia y, quizá, la mía propia.

(La prueba del laberinto)

*

        En estos últimos veinte años se me han roto muchas veces las gafas de lejos pero nunca las de leer. Los cristales estaban un tanto gastados, ahumados en el borde, pero no me decidía a cambiarlas. Y ahora, de pronto, comprendo el porqué. Estas gafas son el último objeto que tengo todavía de mi país. Ya no me queda nada más, ni siquiera un «recuerdo», ni una fotografía de mi familia ni mía. Por supuesto que tengo algunos libros de mi biblioteca de Bucarest y casi todos los libros que publiqué allí, pero no los tengo a mi lado, no puedo llevarlos conmigo.

Eliade y Maitreyi en Chicago, 1973.

(Diario, 28-10-59)

*

Me atrevo a contradecirle hablándole de tantos grandes poetas de nuestros países del Este, como Eminescu, Blaga, Petofi, etc., condenados al anonimato o, en el mejor de los casos, a ser un simple nombre en el Larousse solamente por haber escrito en lenguas provincianas, sin circulación. Y él, que tiene la suerte de poder expresarse en una lengua universal como es el francés, le vuelve la espalda y escribe en occitano… Le recuerdo a Bernard Shaw, a Yeats, a Joyce. ¿Habrían llegado a ser escritores de renombre universal si hubiesen escrito en irlandés?

(Diario, 10-8-50)

*

Cuando hace cinco años comencé a escribir La noche de San Juan, no sabía casi nada salvo el final. Sabía que, a los doce años, Stefan volvería a encontrar a Ileana, en otro bosque y que reconocería el coche que (según creía él) había desaparecido o que tenía que desaparecer en el bosque de Baneasa, la noche de San Juan de 1936. Los doce años constituían, en mi mente, un ciclo perfecto, cerrado, homologable a los ciclos cósmicos (el Gran  Año, etc.) El encuentro de 1948 habría de redimir todas las pruebas y sufrimientos de ambos. Hasta el último momento, incluso después de haber empezado a escribir el capítulo final y cuando me acercaba al encuentro del bosque de Royaumont, creí que ese encuentro significaría, para uno y otro, el principio de una «vida nueva» (renovatio). Había homologado «la búsqueda» de Stefan con una búsqueda iniciática. El encuentro de Ileana equivalía al cumplimiento de la iniciación (afrontar victoriosamente todas las «pruebas y experiencias» iniciáticas). Pues bien, hoy he comprendido que se trata de otra cosa. Stefan estaba obsesionado por «el coche que tenía que desaparecer a media noche», el coche con el cual «tenía que haber ido Ileana» en 1936 a Baneasa. Más que el incomprensible amor por Ileana (incomprensible porque él seguía estando enamorado de Ioana), lo extraño del enuentro de Baneasa es la obsesión por el coche. Pero todo se explica si el coche de Ileana (coche real en Royaumont, 12 años más tarde) es la cuna de la muerte de ambos. Ileana, según creo yo ahora, no lo ama. «La búsqueda» (The Quest) de Stefan era, por tanto, la búsqueda de la Muerte. Ileana se muestra lo que era desde el principio: un ángel de la Muerte (solo que, al principio, sin el coche real, su auténtico destino no podía ser perceptible). Los coches tienen una función arquetípica en la novela y el lector perspicaz observará en seguida que siempre que aparece la imagen de un coche, hay «una ruptura de nivel» y los destinos se deciden o se vuelven perceptibles. El simbolismo de la muerte se me impone al escribir el último capítulo. Todavía no sé si morirán los dos en un accidente, esa noche, aunque ese final es el único plausible. ?tefan «ha resuelto todos los misterios» (la señora Zissu, Partenie, etc.); en el plano anecdótico, esa «comprensión» corresponde a la «última comprensión» del sabio, que siempre es su losa sepulcral (en cierto sentido, la vida ya no tiene sorpresas para él; es un «muerto en vida»). La existencia histórica de Stefan dejaría de tener sentido sin Ileana, una vez que ha logrado encontrarla. Pero si cree que Ileana ya no lo quiere, no le queda ya  nada que hacer aquí, en el mundo.

Pero puede ser que, en el último momento, se me imponga otra solución, ni yo mismo sé cuál. Porque el simbolismo de la Muerte lo permite todo: extinción o regeneración, un verdadero incipit vita nova. Ya veré.

(Diario, 26-6-54)

*

La legión ha destruido a toda la generación y ha llevado al fracaso a todos los que tuvieron contacto con ella, siquiera fuera esporádicamente.

(Diario, 18-9-45)

*

            Los comunistas que incendian iglesias son unos bárbaros, lo mismo que los fascistas que persiguen a los judíos. Miren a la derecha: en Alemania hombres decapitados, en Italia pensadores acosados, sacerdotes cristianos torturados; en Alemania judíos expulsados.

Miren a la izquierda: en Rusia los sacerdotes cristianos son llevados ante el pelotón de ejecución, la libertad de expresión penada con la muerte; en París los comunistas lo arrasan todo.

(14-2-34, Credinta)

*

-Si esperamos a liberarnos por la muerte, no habremos ganado nada. El problema es liberarnos del vientre de la ballena en vida en el Tiempo, en la Historia…

          -¿Pero por qué hablas del vientre de la ballena? -le preguntó Ileana volviendo a la realidad.

          Stefan se levantó de la silla y se echó a reír; su risa era tranquila e infantil.

          -Es una imagen que utilizo a veces, cuando me enfrasco en los problemas de la economía política. Entonces tengo la impresión de encontrarme en el estómago de un gigantesco cetáceo que cubriera toda la superficie de la tierra. Desde el vientre de la ballena, asisto a la ingestión de los materiales alimenticios, a su digestión y a su evacuación, incluso transformados en productos de uso secundario… Y, perdido en el vientre de la ballena, le rezo a Dios para que mantenga vivo, intacto, para no ser digerido por los problemas de la economía política hasta el momento en que escape y vuelva a ver la luz del día, afuera…

          -Si dices que tu ballena cubre toda la tierra, ¿cómo puedes tener esperanzas de escapar vivo de su vientre? -se detuvo un instante, bajó los ojos y añadió rápidamente-: Por la muerte, sí, lo entiendo… Por la muerte puede que nos liberemos…

          Stefan se paró delante de ella y se quedó mirándola.

          -Precisamente eso era lo que te preguntaba hace un momento, si de verdad crees que sólo mediante la muerte podemos liberarnos del Tiempo y de la Historia. De ser así, la existencia humana perdería su sentido. En ese caso, nos encontraríamos aquí en la vida, en la historia, por error. Si sólo la muerte nos permite salir del Tiempo y de la Historia, la realidad es que no salimos a ninguna parte. Lo único que hacemos es volver a la nada…

(La noche de San Juan)

*

    En realidad, la tragedia de mi vida puede reducirse a la siguiente fórmula: soy un pagano, un perfecto pagano clásico que intenta cristianizarse. Para mí, los ritmos cósmicos, los símbolos, los signos, la magia y el erotismo existen más y de forma más inmediata que el problema de la redención. Pero he dedicado lo mejor de mí a este problema sin poder dar un solo paso adelante.

(5 de septiembre de 1942)

*

Mi religiosidad: Muy raras veces siento necesidad de la presencia de Dios. No rezo ni tampoco sé rezar. Cuando entro en una iglesia hago esfuerzos por rezar. Pero no sé si lo consigo. Pero con frecuencia tengo crisis religiosas: el deseo de aislamiento, de contemplación lejos del mundo. Desesperación. El deseo (y esperanza) de ascetismo. Lo permanente es la pasión por las formas objetivas y eternas de la religión, por el símbolo, el rito y el mito.

(26 de septiembre de 1942)

*

Soy rumano. Eso es algo de lo que ahora no puedo abjurar. Y según yo veo las cosas, «los tiempos espléndidos» de Churchill, si se cumplen según los deseos de su corazón, implican la destrucción de la nación y del estado rumanos. Si yo fuese portugués, sueco o brasileño, tal vez esos acontecimientos me pareciesen insignificantes ante la grandiosidad del mundo que se organizaría tras la victoria anglobolchevique. (Aunque yo creo que un mundo tal no puede ser grandioso, desde ningún punto de vista). Agonizo solo de pensar que Churchill pudiese tener razón. Y es que, en lo que a mí respecta, no podría aceptar la historia sin la Rumania que he conocido yo. Se me quedaría abierta la vía del misticismo, de la retirada del mundo, de la anarquía y del distanciamiento total de él. Jamás ha sido más violenta la lucha en mi espíritu y en mi carne entre la desesperanza y la esperanza como ahora. Por eso, mi labor creadora está paralizada. Todo acto de creación está suspendido ante el curso de las operaciones en el frente ruso.

(25 de diciembre de 1942)

*

          De España me gusta todo, incluso el olor a aceite quemado.

(Diario portugués, nov. 1942)

*

…Me atrevo a contradecirle hablándole de tantos grandes poetas de nuestros países del Este, como Eminescu, Blaga, Petöfi, etc., condenados al anonimato o, en el mejor de los casos, a ser un simple nombre en el Larousse solo por haber escrito en lenguas provincianas, sin circulación. Y él, que tiene la suerte de poder expresarse en una lengua universal como es el francés, le vuelve la espalda y escribe en occitano… Le recuerdo a Bernard Shaw, a Yeats, a Joyce. ¿Habrían llegado a ser escritores de renombre universal si hubiesen escrito en irlandés?

(Diario, 7-8-50)

*

¿Cómo habría transcurrido mi vida sin la experiencia de la India en los albores de mi juventud? Y la seguridad que guardo desde entonces de que, pase lo que pase, siempre habrá una gruta en el Himalaya esperándome…

(Diario, 18-11-48) 

*

CARTA A GERSHOM SCHOLEM

(Traducción del francés por Teresa Sánchez)

París, 3 de julio de 1972

Mihail Sebastian

                                            Querido colega:

                Lamento comprobar que la estima y la amistad que usted me ha demostrado le provocan hoy sinsabores, y quisiera, ante todo, expresarle mi pesar. La lectura de los fragmentos del Diario de Mihail Sebastian me ha apenado profundamente, ya que Sebastian era uno de mis mejores amigos, y la “frialdad” que dominó los últimos años de nuestra amistad fue consecuencia de un penoso malentendido. Y yo soy en parte responsable de él. Por eso la trágica muerte de Sebastian, en la primavera de 1945, constituyó para mí un choque casi traumático, ya que la última posibilidad de esclarecer la desavenencia había desaparecido. Estoy demasiado fatigado (usted sabe que he tenido una crisis de pericarditis) para contarle con detalle las circunstancias que progresivamente minaron nuestra amistad, amistad de la que se encontrarán ecos en el Diario íntegro de Sebastian, al igual que en el mío, cuando sea publicado. Voy a señalar brevemente los elementos esenciales.

 

 

    1)  De entrada, hay que rectificar ciertos hechos erróneos. En el artículo que usted me ha transmitido, se dice (p. 25, col. 2) que fui nombrado, bajo el régimen legionario, agregado cultural en Lisboa y transferido a Madrid en la primavera de 1941. En realidad, en abril de 1940 fui nombrado agregado cultural en Londres, por uno de los últimos gobiernos del rey Carlos, enemigo de la Guardia de Hierro, y después trasladado a Lisboa en febrero de 1941 por el gobierno del general Antonescu, que había liquidado a los legionarios. Permanecí en Portugal hasta septiembre de 1945, fecha en la cual me instalé en París. No he tenido jamás ningún cargo oficial en Madrid, donde, en febrero de 1941, el agregado de prensa era el poeta Aron Cotrus y el consejero cultural, el profesor Al. Busuioceanu.

2)    Durante mi estancia en Inglaterra y Portugal (por tanto, entre 1940 y 1945) no publiqué ningún artículo en la prensa rumana.

3)    Entre 1942 y 1944, se editaron en Bucarest un volumen de ensayos (Insula lui Euthanasius), dos monografías de historia de las religiones y de tradiciones populares (Mitul Reintegrarii: Comentarii la Legenda Mesterului Manole) y un libro sobre Salazar. Publiqué igualmente, en Lisboa, un pequeño trabajo sobre la historia de los rumanos (Os Romenos, latinos do Oriente). Este último, al igual que el libro sobre Salazar, tenía como objetivo el acercamiento de los dos países latinos más alejados entre sí, Rumania y Portugal. Esto formaba parte de la política “pan-latina” de aquellos años. No la juzgo. Pertenece a la historia, y será juzgada por los historiadores.

4)    No recuerdo haber escrito una sola página de doctrina o propaganda legionaria. Pero Sebastian cita (p. 24, col. I) algunas líneas de un texto aparecido en el diario de la Guardia de Hierro, Buna Vestire (14 de diciembre de 1937) y titulado: “Por qué creo en la victoria del movimiento legionario”. No he colaborado jamás en dicho periódico. Sin embargo, ese texto existe, puesto que Sebastian lo cita. Probablemente, sería la respuesta oral a una encuesta, respuesta “editada” por el redactor. Me es imposible precisar más. Pero, en esa época, yo colaboraba en varios semanarios importantes donde habría podido exponer a gusto tales ideas. ¿Por qué no lo hice?

5)    Con todo, desde hace tiempo, se viene dando crédito a la leyenda de que yo era uno de los “doctrinarios” de la Guardia de Hierro. Si esta historia no fuera tan penosa, habría podido recalcar la extravagancia de mi caso: ¡el único “doctrinario” del que no se conoce ningún libro, ningún folleto, ningún artículo ni ningún discurso relacionados con el partido político del que se le considera ideólogo! Algunos hechos han contribuido a construir esta leyenda: a) entre los amigos comunes que teníamos Sebastian y yo, había algunos que eran legionarios; b) el diario Cuvântul, del que Sebastian fue redactor hasta su prohibición por el rey Carlos en 1934, se había convertido en un órgano prolegionario, y tras su reaparición en septiembre de 1941, incluso se le consideraba el boletín de la Guardia de Hierro. Durante esta época, yo me encontraba en Londres, y no remití  ningún artículo; c) Finalmente, y sobre todo, Sebastian y yo eramos discípulos y admiradores fieles del profesor Nae Ionescu, director de Cuvântul. Necesitaría páginas y páginas para presentarle la compleja figura de ese filósofo apasionado por los problemas religiosos, pero también por los problemas políticos, y que fue sucesivamente el más eficaz “sostén” de Iuliu Maniu y de su partido nacional-campesino, a continuación amigo y consejero íntimo del rey Carlos, y al fin temible crítico suyo, lo que le aproximó a Alemania y a la Guardia de Hierro. Nae Ionescu era adorado y vilipendiado con igual fervor, e incluso hoy, 32 años después de su muerte, su nombre provoca siempre una tempestad de odio o exaltación. Como yo y como muchos otros amigos y discípulos, Sebastian no se alejó de N. I. cuando se convirtió en el ideólogo de la Guardia de Hierro. Esta fidelidad le causó muchos disgustos, sobre todo después de haber publicado su novela, Depuis deux mille ans… con un prefacio de N. I. En este largo prefacio se vio una justificación del antisemitismo, y Sebastian fue violentamente atacado por la prensa de centro y de izquierda, hasta el punto que debió escribir, para defenderse, un pequeño libro titulado Comment je suis devenu hooligan. Yo fui uno los escasos escritores que, en dos largos artículos publicados en la revista Vremea, no solamente tomaron la defensa de Sebastian, sino que criticaron ese prefacio, demostrando que los argumentos de N. I. no podían justificarse teológicamente, como él pensaba. Por mi parte, fui atacado salvajemente por la prensa de derecha. En la emocionante dedicatoria que Sebastian escribió en mi ejemplar de Comment je suis devenu hooligan, me llamaba su “único punto de apoyo durante la tempestad”. Cuando el Diario de Sebastian sea publicado de manera íntegra, se encontrará probablemente una página fechada el 15 de mayo del 1940 que nos describe, a ambos, llorando, a la cabecera de un N. I. que acababa de morir.

6)    Me he detenido en las relaciones entre Sebastian y N. I. para explicar mi fidelidad hacia nuestro profesor. Siendo asistente suyo en la Universidad, su colaborador en el diario Cuvântul y el “editor” de uno de sus volúmenes de ensayos (Roza Vânturilor) me convertí de alguna manera en su “doble”; por tanto, para algunos, igualmente en doctrinario de la Guardia de Hierro. Por otra parte, numerosos amigos comunes eran legionarios o “simpatizantes”. Y cuando el gobierno de Armand Calinescu desencadenó la ofensiva contra la Guardia de Hierro, fui enviado yo también a un campo de concentración, con Nae Ionescu y algunos cientos de intelectuales y activistas. Hubo una serie de procesos y los inculpados fueron condenados a entre 5 y 10 años de prisión; algún tiempo después, la mayoría de ellos fueron fusilados. Imagino que se examinaría así mismo mi “dossier” y que no se encontraría nada, puesto que no me implicaron en ningún proceso, y, tres meses más tarde, fui puesto en libertad -el único, por otra parte, que obtuvo ese “privilegio”.

No obstante, como era de prever, esas desventuras no han logrado aclarar mi posición frente a cierta parte de la opinión pública. El malentendido -“doctrinario de la Guardia de Hierro”- se prolongaba. El hecho de que en abril de 1940, fuera enviado como agregado cultural a Londres, que desde febrero de 1941 me encontrara en Lisboa o que no hubiera publicado ningún artículo en la prensa rumana durante el periodo más dramático (1940-1945) -todo eso no contaba.

7)    Es cierto que entre los años 1938 y 1940, varias veces constatamos, Sebastian y yo, cuánto diferían nuestras orientaciones políticas, porque yo era de “derechas”, yo me situaba en la tradición “nacionalista” de Eminescu, Maiorescu o Iorga. Sin embargo, nuestra amistad continuó. Sólo ahora, leyendo los fragmentos de su Diario, me doy cuenta de cuánto sufría él tras ciertas discusiones. Es cierto también, que, durante algunos días pasados en Bucarest, en agosto de 1942, no hice nada por verle -pero por otras razones que las invocadas en la página, 26, col. 2., es decir, que “siendo diplomático, yo conocía la suerte que se preparaba para los judíos”. Jamás hubiera intentado responder a este insulto si no fuera porque usted, querido colega, lo ha leído. El hecho es que había regresado a Bucarest a continuación de una larga entrevista con Salazar sobre la cual no puedo aún dar detalles – pero que se leerá en mi Diario. Había pedido una audiencia al jefe del Partido Nacional Campesino, Iuliu Maniu (entonces en la oposición), pero, yendo hacia su casa, percibí que era seguido por un agente de la policía secreta, y tuve que dar varios rodeos; por lo que llegué con retraso y, habiéndose marchado Maniu, no pude hablar más que con su secretario particular. Durante los pocos días pasados en Bucarest estuve continuamente vigilado, y esa es la razón por la que no busqué ni a Sebastian ni a Rosetti, ni a otros amigos y colegas, pues tenía miedo de comprometerlos. (La policía secreta, informada por la SS, sabía que los “prolegómenos” para un armisticio habían tenido lugar, o se estaban preparando en Lisboa, Estocolmo y Ankara.)

8)    No me perdonaré jamás mi exagerada prudencia, dictada por el temor a la todopoderosa policía secreta. Era la última vez que podía conversar con amigos, casi todos muertos después: la última vez en que habría podido hablar con Sebastian, y explicarle mi “posición”. Pero esperaba que, una vez terminada la guerra, reanudaríamos nuestras relaciones. Desgraciadamente un absurdo accidente puso fin a su vida, en la primavera de 1945, la víspera de su partida a París, adonde acababa de ser nombrado consejero cultural y en el momento en que yo mismo me preparaba para acudir allí. Desde su muerte, no he cesado de sentirme culpable a causa de mi torpeza, trágicamente agrandada por la desgracia.     

Al optar por el exilio, sabía que los malentendidos creados por mi fidelidad hacia Nae Ionescu serían interpretados con malevolencia. Tanto más cuanto que yo colaboraba en numerosas publicaciones de la emigración rumana -aunque nunca en las de los legionarios (Tara si exilul, Stindardul, etc.) donde, además, he sido siempre atacado e insultado. La mayoría de los artículos publicados desde 1947 en la prensa del exilio se refiere a problemas culturales e insisten en la necesidad de la libertad de la cultura. Los escasos textos “políticos” expresan mis convicciones y esperanzas actuales, en primer lugar la necesidad de una federación de estados de Europa Oriental.

Querido colega, ignoro si he conseguido despejar sus dudas pero espero, al menos, que comprenda ahora el origen de los numerosos malentendidos que me han hecho sufrir. Sé también que la verdad completa no será  conocida sino después de la publicación íntegra de mi Diario y de mi autobiografía, es decir, después de mi muerte. Esta certeza me ayuda a vivir en paz y con serenidad los últimos años de vida que me han sido concedidos. No me hago ninguna ilusión respecto a mi obra de sabio y de escritor. Pero no dudo que los libros y artículos publicados antes y después de 1940 expresan el pensamiento y experiencias de un hombre que se parece más al que usted cree conocer que al presentado en el texto que me ha transmitido.

      Con mis sentimientos más sinceros.

            Mircea Eliade.