La conjura de los necios #

La conjura de los necios #

Como ya están haciendo notar otras personas, el gallinero anda revuelto. Los adalides de la tolerancia y el respeto, los estandartes del “buenrollismo” que impregna cada vez más nuestra sociedad, los portadores de la “ciencia de vanguardia” (a mí que me registren, porque Ciencia, como la madre, sólo hay una), estas personas de mente abierta y dialogante que únicamente quieren que se revelen las auténticas verdades de la vida, el Universo y todo lo demás, han vuelto a darnos una visión muy clara de sus inquietudes y de la lógica que rige sus mentes.

En mi simplicidad, hay muchas cosas que no entiendo. Por ejemplo, lo del respeto. Siempre he pensado que el respeto no es un derecho que se obtiene al nacer, sino más bien un privilegio que se consigue a base de demostrar que se merece. Por eso no entiendo que deba respetar ideas completamente estúpidas. Como no entiendo que este respeto sea unidireccional, es decir, se exige pero no se da, especialmente si te contradicen.

Ahí llegamos a otro punto que no entiendo. De todos es sabido que “errar es humano”. También sabemos que “es de sabios rectificar y de necios perserverar en el error”. Todos queremos ser sabios. Entonces, ¿por qué nos empeñamos en comportarnos como necios? Una emite una hipótesis. Se demuestra que no es cierta y se aportan pruebas. Entonces, en lugar de aceptar el error, se cierra en banda y alude a tétricas conspiraciones secretas en su contra. Seamos un poco maduros, ¿tan especial es un individuo cualquiera como para que todo el mundo tenga motivos para estar en su contra? En psiquiatría, eso tiene un nombre.

El tema de la tolerancia ya es casi de guasa. Es una palabra devaluada. El DRAE dice que la tolerancia es el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias” (segunda acepción). Por una vez, creo que los señores de la RAE se equivocan. La tolerancia es el “respeto a las ideas o creencias semejantes a las propias, que concede completa impunidad para despreciar las contrarias obteniendo el derecho a insultar a quienes promueven estas ideas contrarias exigiendo respeto para sí”. Al menos eso es lo que he entendido de las cosas que he leído en dos lugares muy concretos: el foro de lo SEIP (se siente, ya no les tengo respeto) y la lista de correo de Íker Jiménez (por supuesto, de acceso restringido y moderada, no sea que se cuelen críticas a lo “incriticable”).

Son tantas las incoherencias que ya no sé qué decir.

Si “aparece” un misterio y lo resuelve un científico de verdad, malo, porque seguro que es una conspiración de la ciencia “oficial”, dogmática y fascista come-niños que no quiere que se descubra la verdad. Es tan terrible esta conspiración que los adoradores de lo para-anormal se afanan en ocultar los resultados de la investigación y desvirtuarlos a ojos de la opinión pública, a quien le da igual cinco que quinientos.

Si lo “resuelve” (o sea, lo embrolla cada vez más) un pseudo-científico, entonces, por una parte se jactan de tenernos en jaque con cosas “inexplicables” (el diccionario, señores…), y por otra parte nos acusan de no investigarlo para que se sepa de una vez la verdad.

Esto me resulta especialmente divertido. Se supone que lo ha resuelto. Pero acusa a la “ciencia” de no investigarlo para que se sepa la verdad. Entonces, ¿qué es lo que ha resuelto? ¿El cómo llegar a fin de mes vendiendo libros y apariciones radio-televisivas? Porque no puedo entender que si investigan y resuelven un tema, luego protesten porque la verdad no se sabrá si no investigan los que de verdad saben. Encubiertamente reconocen que no están diciendo la verdad, pero parece que nadie se da cuenta. ¿Nadie? Bueno, menos una pequeña aldea gala que resiste…

Este último pensamiento me lleva al punto que realmente quería tratar en esta ocasión: ¿qué debe hacer un científico ante un misterio?

Y es que la cosa está jodida, si se me permite la palabra. Si no se investiga, mal; si se investiga, peor.

Hagamos lo que hagamos, de partida sabemos que nuestras conclusiones no van a ser aceptadas. Por eso, muchos científicos se resignan y en lugar de perder su tiempo con estúpidos pasatiempos de periódico, se emplean en cosas que son de verdad útiles (salvar vidas, permitir comodidades, aumentar la esperanza de vida digna, explicar el mundo en el que vivimos para adaptarnos mejor a él y maravillarnos con lo que ofrece…)

Sólo hay un problema. Un “pequeño” problema. Que mientras ellos se concentran en ampliar el bienestar para toda la humanidad, el resto de la humanidad condena su trabajo y prefiere creer en hadas.

Por eso creo que es necesario que un sector de la comunidad científica vuelque sus esfuerzos en llegar al gran público. Nos estamos jugando el futuro con esto.

Y es que últimamente me siento algo conspiranoica. Parece que se haya declarado una cruzada en contra del conocimiento que tantos años (miles) y sacrificios nos ha costado obtener. De no ser así, me pregunto entonces a qué viene tanto movimiento por la promoción del pensamiento mágico.

Pienso que el despecho a la Ciencia tiene buena parte de su fundamento en la dificultad de asumir la propia ignorancia así como la falta de voluntad por ponerle remedio. Por ello, los detractores de la Ciencia reflejan hacia fuera sus propias frustraciones atacando aquello que les hace sentir inferiores. Este mecanismo, muy propio del ser humano, sólo trae problemas. Es difícil asumir la parte de responsabilidad que le toca a uno en su propia incompetencia, máxime cuando nadie está dispuesto a aceptar sus propias limitaciones.

Así, se tacha a los científicos de dogmáticos, de cerrazón ante los “hechos maravillosos”, de no aceptar aquello que no puede ser demostrado, de encerrarse en su (envidiada) Torre de Marfil. De no poder ser la Emperatriz Infantil, supongo…

La situación se pinta oscura, pero por un motivo principal: los ignorantes convencidos y declarados son los más ruidosos, pero no necesariamente los más numerosos. Tal vez peque de optimista, pero creo que hay mucha más gente que duda que talibanes de la ignorancia. Hay mucho trabajo por hacer. Quien crea que no puede hacer nada es porque no se ha planteado siquiera hablar con los niños más cercanos. Los niños son el futuro, ¿no? Pues empecemos con ellos. A fin de cuentas, nada hay más angustioso para un niño que no poder distinguir entre su fantasía y la realidad. Cuando la confusión alcanza la edad adulta, tenemos a un militante de la ignorancia. Y ahí ya no se puede hacer nada.

“Educad a los niños, y no será necesario castigar a los hombres” (Pitágoras)

PD: “La conjura de los necios”, de John Kennedy O’Toole, es una lectura que desde aquí recomiendo encarecidamente, en especial para los que se sientan perseguidos por conspiraciones del gobierno y de los servicios de inteligencia.