Ramana Maharshi

Ramana Maharshi

Ramana MaharshiRamana Maharshi (30 de diciembre de 1879 – 14 de abril de 1950) fue un místico hindú de la corriente Advaita Vedanta, considerado por muchos como uno de los más grandes santos del hinduismo en el siglo XX. Vivió en la colina sagrada de Tiruvannamalai, cerca de Madrás. El núcleo de sus enseñanzas fue la práctica de atma-vichara (la indagación del ser).

Biografía 
Ramana Maharshi nació en una aldea llamada Tirucculi, cerca de Madurai, en el sur de la India. Cuando nació se le llamó Venkataraman. Su padre murió cuando tenía doce años y se fue a vivir con su tío a Madurai, donde asistió brevemente al instituto American Mission (Misión estadounidense). Sin embargo pronto empezó a pensar en la religión y la mística hindú.

A los dieciséis años, oyó a alguien mencionar Arunachala. Aunque él no sabía el significado de la palabra (es el nombre de una colina sagrada asociada a la divinidad hindú Shivá) significaba algo para él. Por aquel entonces se hizo con una copia del Periyapuranam de Sekkilar, un libro que describe las vidas de los santos shaivitas (adoradores del dios Shivá) y quedó fascinado. A mediados de 1896 (a los 17 años), fue súbitamente abordado por el sentimiento de que iba a morir. Se tumbó en el suelo, convencido de su muerte, retuvo la respiración y se dijo: «Mi cuerpo está muerto, pero yo aún vivo». En este intenso sentimiento espiritual, se dio cuenta de que él no era el cuerpo.

Sus enseñanzas 
Ramana Maharshi enseñó un método llamado autoindagación, en el que el buscador focaliza su atención continuamente en el “pensamiento yo”, con el fin de encontrar su origen. Al principio esto requiere esfuerzo, pero finalmente algo más profundo que el ego surge y la mente se disuelve en el Ser Supremo.

Sri Ramana Maharshi es reconocido como un maestro hindú de la corriente de pensamiento védico advaita vedanta, y tuvo muchos seguidores en India y en el exterior. Su sistema de creencias se basa en la visión del «ser verdadero», en el que cada ser humano es la realidad última y suprema, el propio Brahman. Lo que impediría al ser humano darse cuenta de esto es el ahankara (‘el sonido «yo»’), o la convicción de que realmente es el cuerpo y la mente, y por extensión, sus actividades en este mundo. Por tanto, este ego debe ser destruido para darse cuenta de la verdad; esto sirve para iniciar la búsqueda, pero de hecho no hay que darse cuenta de la verdad, pues la verdad ya forma parte del ser. Sólo hay que apartar el velo que la oculta.

De manera sencilla, nos pide retroceder a la fuente de donde surge todo pensamiento para preguntarnos a nosotros mismos “¿A quién sobreviene este pensamiento?”. La respuesta debería ser obvia: “A mí”; tras esto la pregunta es “¿Y quién soy yo?”. Esto sólo puede ser contestado con negaciones como no soy el cuerpo, no soy la comida que como, no soy el cerebro… De esta manera uno devuelve el “pensamiento yo” a su origen. La fuente es lo que podría llamarse Dios, o el Sí Mismo Supremo; según Ramana Maharshi, “permanecer en silencio”.

Muchos autores occidentales, incluido el filósofo estadounidense Ken Wilber, han sido influenciados por el pensamiento no dual de Ramana Maharshi. Paul Brunton fue otro autor occidental impresionado por Ramana Maharshi. Escribió sus experiencias estando en Arunachala en un libro llamado A Search in Secret India (Una búsqueda en la India oculta). Este fue uno de los primeros libros que llevó a Ramana Maharshi a ser conocido en el mundo occidental. Brunton escribió: «Nunca fracaso al enterarme de la misteriosa atmósfera del lugar. Disfruto de una tranquilidad inefable sólo por sentarme un rato en las cercanías de Maharshi».

Obra 
Sri Ramana Maharshi decía que no sentía la inclinación a escribir nada. Escribió cuatro libros, pero decía que sólo lo hacía para satisfacer la solicitud de algún devoto:

Los cuarenta versos sobre la existencia
Sri Ramana Guita
La esencia del autoconocimiento
Platicas con Ramana Maharshi

Un comentario

  • Crow

    Sri Ramana Maharshi

    El 29 de diciembre de 1879, en un pueblo del sur de la India llamado Tirushuzhi, nació un niño que recibió el nombre de Venkataraman. Era hijo de un abogado provincial llamado Sundaram Aiyar y de su esposa Alagammal. Con el tiempo, este niño nacido en el solsticio de invierno sería para los indios Sri Ramana Maharshi y para sus adeptos más fieles y devotos, Bhagavân, el Señor. Su infancia transcurrió dentro de la más perfecta normalidad. Los que lo conocían, por aquel tiempo sólo aciertan a destacar que tenía un sueño más profundo de lo normal. Ante la temprana muerte de su padre, Venkataraman y sus hermanos fueron a vivir con su tío Subbier a la cercana localidad de Madura. A los diecisiete años, en el verano de 1896, ocurrió un suceso que marcaría para siempre la vida de Venkataraman y que su protagonista cuenta del modo siguiente: “Fue algo súbito. Estaba sentado solo en una habitación del primer piso de la casa de mi tío. Rara vez estaba enfermo y ese día me sentía con perfecta salud. De pronto, me sobrecogió un violento miedo a la muerte. Nada en el estado de mi salud justificaba este hecho, ni traté de hallar una explicación de mi inesperado temor. Sólo sentí: Voy a morirme. Y pensé qué podía hacer en esa situación. No se me ocurrió consultar al médico ni a mis parientes o amigos. Sentí que debía resolver el problema yo mismo, allí mismo. El choque del miedo a la muerte me provocó una intensa interiorización y me dije: “Ha llegado mi hora. ¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que va a morir? Este cuerpo se muere”. En seguida, dramaticé el suceso de la muerte. Yacía con los miembros extendidos, como si ya estuvieran agarrotados por el “rigor mortis”. Imité incluso la posición de un cadáver para dar más realismo a mi indagación. Contuve el aliento y mantuve los labios fuertemente apretados, sin pronunciar una sola palabra, ni siquiera la palabra “yo”. Me dije: “Este cuerpo está muerto. Será llevado al campo crematorio y reducido a cenizas. Pero ¿acaso estoy yo muerto? Estoy silencioso e inerte pero siento la fuerza de mi personalidad y hasta la voz del “yo” dentro de mí, como algo distinto de mí mismo. Por tanto, soy un “atman” que trasciende al cuerpo. El cuerpo muere, pero el “atman” no puede ser tocado por la muerte. Eso significa que soy un “atman” inmortal”. Todo esto no fue un mero pensamiento. Me atravesó como un rayo resplandeciente, con tan vívido fulgor como una verdad viviente que se percibe directamente, sin pensamientos. Toda la actividad consciente que se relacionaba con mi cuerpo estaba concentrada en aquel “yo” que era lo único real para mí. Aquel “yo” o “atman” centraba la atención sobre sí mismo con una poderosa fascinación. El temor a la muerte había desaparecido por completo. Desde aquel momento, la absorción en el “atman” prosiguió sin interrupción alguna durante toda mi existencia. Otros pensamientos aparecían y desaparecían como las notas de una melodía, pero aquel “yo” continuaba presente como la nota fundamental que subyace a todas las notas. Aunque el cuerpo se ocupara en charlar, leer o en cualquier otra cosa, la mente seguía siempre concentrada en el “yo”. El 29 de agosto de 1896, incapaz de desarrollar la vida normal de la escuela, Venkataraman dejó una sencilla carta de despedida a su familia y partió en busca de Arunachala, un lugar del que había oído hablar, aunque no sabía exactamente dónde se encontraba. Después de un corto viaje en ferrocarril llegó a Tiruvannamalai, localidad donde se halla el famoso monte de Arunachala. Era su verdadera meta, su único objetivo. Aunque habitó en distintos enclaves, no abandonó Tiruvannamalai hasta su muerte, que se produjo el 14 de abril de 1950.