El sino de la impecabilidad

El sino de la impecabilidad

El mito del guerrero
El «Guerrero» no existe, es un mito. Un bellísimo mito de nuestro tiempo, que al igual que todos los mitos, tiene la función de reflejar nuestras más nobles aspiraciones como mortales.
Es una invitación y una guía para el insólito proceso de convertirnos en seres mágicos mediante la encarnación del mito. Todos los pueblos de la tierra y en todos los tiempos han tenido mitos. Mitos acordes a su altura moral y a sus inclinaciones. Mitos que son de hecho uno de los mejores reflejos de los pueblos y los hombres y mujeres que lo componen.
Los mitos son en parte relatos. Relatos que la gente cuenta y que muchas veces se transmiten de generación en generación. Antropológicamente, resulta absurdo cuestionar si estos relatos son «reales» o «ficticios». Los mitos son reales en tanto que cumplen con una función real entre la gente.
Es en los mitos donde los pueblos encuentran un espejo para reflejar su mejor rostro y aún su rostro desconocido. Es un espejo en donde se refleja la cara del otro. Ese otro que soy y sin embargo no soy. De ese otro que no soy pero que sueño con ser. De ese otro que me refleja a mí mismo pero diferente; elevado, transfigurado y convertido en un ser con poder, con magia y sobre todo, libre.
El mito es la esperanza perenne del hombre que a pesar de todos sus tropiezos, sigue soñando íntimamente en la posibilidad de una vida libre de contradicciones, libre de la opresión, de la violencia y de la vorágine que compone buena parte de nuestra vida social.
El mito es a la sociedad lo que los sueños a los individuos; así, el mito es el sueño del Hombre, que nos susurra en el oído promesas de belleza y libertad.
Desde el mito de Cristo, que siendo un hombre y a través de una vida de purificación y de servicio, se transfigura y se convierte en Dios, hasta los mitos de Hércules, Quetzalcoatl, Wiracocha, Buda y muchos otros, los temas son siempre los mismos: el hombre de profundas aspiraciones viviendo en un mundo que siempre está muy por debajo de ellas. El conflicto entre la sociedad en la que vive y las aspiraciones de su espíritu. La lucha, las dudas y las pruebas por las que tiene que atravesar para finalmente lograr su sueño: trascender el caos y el aspecto miserable de la condición humana.
Por otra parte, los mitos son una guía para la acción. Un mapa de cómo llegar a las realidades mágicas que describen. Los mitos no existen para entretener, sino para promover formas de conducta y acciones concretas que permitan al hombre salir del caos en que suele vivir encerrado.
Cuando el hombre no se pone a la altura de sus mitos y no es capaz de actuar en consecuencia, entonces los convierte en dogma y funda una religión. Cuando esto sucede, el mito pierde su papel liberador y se convierte en instrumento de opresión. Yo diría que deja de ser mito. Mientras que el mito es algo para ser vivido, el dogma es algo para ser creído; el primero invita a la acción y el segundo a la sumisión. Las iglesias y sus ministros son intermediarios innecesarios que la mayoría de las veces entorpecen cuando no lo liquidan nuestro camino (que es nuestra única vida) hacia la Libertad y el Conocimiento.
Entre los pueblos mal llamados «primitivos» los mitos y los rituales están íntimamente ligados. El rito, la ceremonia, es el tiempo «fuera del tiempo». Es el espacio donde los seres humanos serán transfigurados y habrán de encarnar a los seres mágicos de que les hablan sus canciones y leyendas. Es el tiempo mágico en que los seres de poder, luz, amor y conocimiento vienen a la tierra y se igualan con los hombres, o dicho de otro modo, el tiempo en que los hombres se convierten en los seres mágicos que sueñan ser.
Yo he vivido esa magia con los huicholes, he visto desde adentro del ceremonial (porque no puede ser visto desde afuera), cómo el Marakame se convierte en venado maíz peyote; cómo Tatewari (el abuelo fuego) canta a través de su boca y cómo los hombres se convierten en pequeños soles. Y no es como algunos creen por el mero hecho de comer peyote que los huicholes pueden encarnar sus mitos en el ceremonial. Cualquiera puede comer peyote o alguna otra planta psicoactiva; pero necesitaría de la vida disciplinada del huichol y de su entrenamiento de toda una vida para sacar el provecho que ellos sacan al tener una «visión verdadera» esto es; una visión que repercuta en mejores formas de vivir.
Del mismo modo, El Camino del Guerrero, donde los Guerreros son seres mágicos viviendo con alegría y poder en medio de la sociedad de todos los días, es un mito de nuestro tiempo. No porque los Guerreros o los Hombres de Conocimiento no tengan una existencia concreta que sí la tienen , sino porque tienen la misma función que los demás mitos: reflejar nuestras más caras y dignas aspiraciones como mortales e invitarnos a tornarlas realidad.
Don Juan le decía a Carlos Castaneda, que uno no es nunca un Hombre de Conocimiento. Del mismo modo, uno no es nunca un Guerrero al menos no del todo aunque estemos siempre luchando por llegar a serlo, siempre estamos en camino, como Genaro hacia Ixtlán. Para nosotros, el mito del guerrero es una maravillosa invitación a encarnarlo y de ese modo volverlo real en nuestra propia persona. Empieza por el trabajo de llevar un poco de ese tiempo mágico a nuestra vida de todos los días, cuando en lugar de comportarnos como máquinas que simplemente obedecen a una programación ajena, elegimos el acto a propósito y «el modo del Guerrero». Esos momentos de luz en que dirigimos nuestra vida y lo que nos sucede desde adentro, son como el tiempo mágico de una ceremonia, en que la vida nos habla personalmente y nosotros le entendemos, en que la vida se hace nuestra amiga y comprendemos lo que significa el poder y el conocimiento expresados no en la imaginación, sino en acontecimientos concretos. El reto para el que sigue el Camino del Guerrero, es trabajar duro para conseguir que esos momentos mágicos en que consigue encarnar el mito, sean cada vez más frecuentes y continuos, hasta que la magia predomine sobre la sumisión y la armonía sobre el caos. Hasta que su sueño de poder y libertad predomine sobre la realidad caótica de la gente de todos los días. Hasta que el sueño se torne realidad.

El modo del Guerrero: Único apoyo en el viaje a lo desconocido
Don Juan decía en el primer libro de Carlos, que un hombre va al saber como a la guerra. Con miedo, con respeto, bien despierto y con absoluta confianza. Por eso, el hombre que va al conocimiento puede muy bien ser llamado un guerrero. El modo correcto para andar por esos caminos es el modo del guerrero. En «Relatos de Poder» el brujo yaqui nos revela que el vivir como un guerrero «es la goma que pega todas las partes…» de su conocimiento.
El ánimo del guerrero es uno de los términos centrales en toda la obra de Castaneda, y constituye la actitud fundamental presente en todo aquello que el camino del conocimiento exige. Don Juan le dice a Carlos que sólo como guerrero podrá sobrevivir en el mundo del brujo, aunque no es indispensable ser brujo para ser guerrero. La posibilidad no es fácil, pero está abierta a cualquiera.
El modo del guerrero del que nos habla la obra de Castaneda, poco o nada tiene que ver con las guerras humanas tal como las conocemos, principalmente porque nada tiene que ver con la violencia o el intento de destrucción de nada, ni de nadie. Mucho menos de los otros. Esto es un poco difícil de captar en una cultura como la nuestra en la que la palabra guerra, nos remite a una de las más frecuentes actividades del hombre común, ya sea en lo individual o en lo social y que se refiere siempre al intento de imponer a otros nuestras propias condiciones, a través del uso sutil o descarado de la violencia. Sin embargo, el mundo no occidental ha podido conocer nociones de guerra y lucha que no tienen nada que ver con la guerra como la conoce occidente. Un ejemplo de esto podrían ser las guerras floridas practicadas en la mesoamérica precolombina y la cual nunca ha sido cabalmente comprendida por los historiadores occidentales, precisamente por su naturaleza no violenta. Tanto no ha sido comprendida que se le ha deformado hasta hacer de ella una expresión más de la guerra con la que occidente está tan familiarizado.
La visión donjuanista del guerrero y la lucha que libra es otro ejemplo de una noción de guerra sustancialmente distinta. El guerrero lo es porque está siempre en lucha. Su lucha es contra sus propias debilidades y limitaciones; contra las fuerzas que se oponen al engrandecimiento de su conocimiento y su poder; contra las fuerzas de su destino como hombre común y corriente, determinado en todo por su historia personal y sus circunstancias. Él quiere rescatar la posibilidad de elegir por sí mismo cómo ser y cómo vivir. Es una lucha por la armonía y la quietud. Es una lucha por la libertad a sabiendas de que ésta empieza dentro de uno mismo, para proyectarse de ahí hacia todo lo que compone el mundo en que actúa. Es una lucha callada, suave y alegre.
El modo del guerrero es una actitud; una forma de vivir constantemente el desafío de ser, que por lo mismo no admite una definición exacta o totalizante. Más bien, la actitud del guerrero es una noción, una dirección, una persistencia en elegir la manera fuerte y auténtica en cada acto.
Quizá el sello más representativo del guerrero, sea su persistencia en buscar la impecabilidad en cada una de sus acciones; hasta en la más mínima. Entiende la impecabilidad como el dar lo mejor de sí mismo en cada cosa que hace; lo que desde el punto de vista de la energía significa su uso óptimo. Aun cuando todas sus otras motivaciones se derrumben, el guerrero persistirá en su forma de conducta, aunque sea sólo por la impecabilidad misma.
A partir de este concepto abierto, surgen toda una serie de directrices aplicables a casi la totalidad de las acciones humanas. Es la vida sobria del guerrero la que da el equilibrio y la entereza necesarios para sortear todos los momentos difíciles del camino del conocimiento, sin importar cuanto pueda su razón confundirse o su ego sentirse lastimado en un momento dado.
Cualquier cosa que uno esté haciendo puede buscar hacerla al modo del guerrero. Al modo de aquél que siempre está en lucha y nunca abandonado, que no admiten la dejadez ni la entrega, que convierte el más pequeño de sus actos en el desafío de poder llevarse más allá de sus límites cada vez, de ser mejor, más potente, más suave, más real…
Entre los elementos que conforman las armas fundamentales de un guerrero podemos destacar la voluntad, como un poder que emana de sí mismo para tocar y sentir al mundo, aún para dirigirlo; un poder que habrá de llevarlo a batallas más grandes y más intensas, las mismas que su razón no se atrevería a enfrentar. Y es que el guerrero ya no es más un hombre encadenado a los miedos y fantasías de su pensamiento, sino que atiende a su sentimiento y la fuerza que lo impulsa es su poder personal, esa energía sustancial que con tanto esfuerzo ha ido ahorrando e incrementando.
Cuenta también con la conciencia plena de su muerte inminente y hace de cada acto su última batalla y por lo tanto lo mejor de sí. Por eso, con la muerte como compañera constante que infunde poder a cada uno de sus actos, transforma en tiempo mágico su tiempo como hombre vivo sobre la tierra. La conciencia de su muerte inminente lo dota también del desapego necesario para no aferrarse a nada y para no negarse nada. Despegado de todo, consciente de su brevedad y en constante lucha, el guerrero aprende a construir su vida a través del poder de sus decisiones. Trabaja a cada momento por lograr el control sobre sí mismo y al hacerlo logra el control de su mundo personal. Toma en sus manos el rumbo de su vida y lo dirige estratégicamente. Cada cosita que hace es un punto de su estrategia. De hecho, control y estrategia son dos factores siempre presentes en su modo de andar por la vida.
El control es el esfuerzo constante por lograr dirigir a propósito los diferentes elementos que inciden en su forma de ser y de vivir. Se aplica a todo cuanto hace, por lo que sus acciones y reacciones no son resultado del azar, de las circunstancias externas o de arranques emocionales, sino que están insertas en la estrategia de su vida. En ella no hay lugar para el capricho, la mecanicidad o las acciones impulsivas, porque las acciones del guerrero no son acciones inconexas o dispersas, sino que se ajustan siempre a los términos de la estrategia previamente elaborada y que usa para lograr los objetivos que se haya propuesto como expresión de su más intima predilección.
Los elementos que conforman la estrategia del guerrero son los elementos del camino con corazón, por lo que se da tiempo para gozar y disfrutar de cada pedacito de tiempo.
Haciendo uso de su voluntad, del control y la estrategia, y consciente de su muerte inminente, el guerrero aprende a reducir a nada sus necesidades. Se da cuenta que las necesidades engendran las carencias y la desdicha. De este modo al no necesitar, no ansía ni se preocupa. Por tanto puede actuar sin la carga de la necesidad, el ansia o la desdicha. Cuando deja de necesitar, como no tiene apremio, puede allegarse todo cuanto requiera.
Con sus necesidades desaparecidas, todo cuanto tiene y todo cuanto recibe, hasta lo más pequeño y lo más simple, se torna en un maravilloso regalo y la vida, sin importar cuanto se tenga, deviene en un permanente estado de abundancia.