Dos intentos americanos para comprender el mundo

CARLOS CASTANEDA Y ENRIQUE PICHON RIVIÈRE,
DOS INTENTOS AMERICANOS DE PERCIBIR EL MUNDO

Alejandro Simonetti

Alejandro Simonetti es docente de Psicología Social, capacitador en áreas del Estado y el trabajo, consultor de la Internacional de la Educación. E-mail: alepsiso@ssdnet.com.ar

1. ¿Porqué relaciono a Carlos Castaneda con la psicología social?
Mi intención es mostrar cómo la lectura de los libros de Carlos Castaneda, acerca de su aprendizaje de un conocimiento americano precolombino, incide en mi aprendizaje y docencia de la Psicología Social postulada por Enrique Pichon Rivière y desarrollada en las Escuelas de Psicología Social.

El esquema de conceptos al que nos referimos para operar los que continuamos construyendo la Psicología Social propuesta por Pichon es un esquema viviente; si sus definiciones de la realidad se desestructuran y reestructuran a medida que la realidad se desestructura y reestructura o van apareciendo ante nosotros sectores de la realidad que no tenían nombre y definición en nuestro esquema de representaciones.

Y es un esquema muerto, si pretende seguir nombrando y definiendo la realidad al margen de sus cambios en el tiempo y de las nuevas informaciones que nos van llegando de distintos lugares y tiempos históricos.

“No te preocupes, Clarisa -le dijo Pichon a Clarisa Voloschin, una socióloga discípula suya-, yo voy a estar vivo hasta que se muera la última persona que me amó”. De un modo similar, podríamos decir que el esquema de conceptos que Pichon empezó a construir con sus colaboradores en Buenos Aires, Rosario, Tucumán y otros lugares del país, estará vivo hasta que se muera la última persona que asuma la tarea de rectificar sus elementos desactualizados, ratificar los que aún mantienen su carácter explicativo de la realidad y añadir y articular los nuevos elementos que hagan falta para nombrar lo no nombrado.

2. Las ciencias occidentales y el “conocimiento silencioso”
Y aquí aparece la primera objección para esta aproximación de dos esquemas de conocimiento.

Los conceptos y desarrollos teóricos del ECRO (esquema conceptual al que nos referimos para operar, en el lenguaje de la Psicología Social de Pichon) son construcciones racionales realizadas a partir de datos tomados de la experiencia sensible, con la metodología de la llamada “ciencia occidental”.

Usamos el concepto de “grupo”, por ejemplo, y desarrollamos su definición a partir de innumerables grupos de distintas características, de los cuales dejamos de lado las peculiaridades propias de este grupo singular y de este tipo particular de grupo, para abstraer las características universales que no pueden faltar en un conjunto de personas para que podamos aplicarles la definición de grupo, según un convenio o pacto por el que acordamos utilizar este concepto, y la palabra que lo expresa, con este límite de extensión convenido.

“Las enseñanzas de Don Juan”, como las llama Carlos Castaneda en el título del primero de sus libros, parecen no responder a la metodología científica de inducción de conceptos a partir de experiencias sensibles y deducción de consecuencias desde esos núcleos básicos.
Al menos no utiliza, en su método de enseñanza, los pasos habituales de la búsqueda occidental del saber: transmisión de conceptos básicos y sus definiciones, articulación de los conceptos en desarrollos teóricos que los estructuran en esquema conceptual coherente, observación de la realidad utilizando esas herramientas interpretativas y ratificación o rectificación del esquema conceptual como resultado de su comparación con la realidad observada.

El camino de conocimiento que andan los “toltecas”, como a veces se llaman a sí mismos sus seguidores, es profundamente distinto.

3. La diferencia no está en el origen americano del conocimiento silencioso
Y no me parece que esta diferencia se deba solamente al “lugar en el mundo” o a la época en que se empieza a desarrollar el “conocimiento silencioso” de los toltecas.

Porque en la misma América y en esos mismos tiempos anteriores al “encuentro” (o “reencuentro”, como prefieren verlo los historiadores que presumen “descubrimientos” de América por el estrecho de Bering y por el Pacífico) de las culturas de “aquí” y de “allá”, investigadores americanos precolombinos desarrollaban investigaciones científicas, utilizando metodologías similares a las europeas, aventajándolas en muchos casos.

El cineasta antropológico Pedro Parodi nos contó una tarde, a los espectadores de su película sobre el Kalasasalla, templo-observatorio astronómico precolombino, la sorpresa y la incredulidad de los astrónomos reunidos en un congreso internacional de Astronomía, al escuchar el relato sobre la increíble precisión con que los 365 pilares del recinto miden el tiempo, acompañando, pilar a pilar, día a día, los distintos ángulos de entrada de los rayos solares. Hubo, en el posterior verano del hemisferio norte, un éxodo de astrónomos europeos a Bolivia, los cuales verificaron, con escándalo, la mayor precisión de las investigaciones astronómicas americanas sobre las europeas de la misma época.

En el libro “A los quinientos años del choque de dos mundos”, Ediciones del Sol, CEHASS, 1989, el antropólogo Adolfo Colombres enumera, en el prólogo, una interesante serie de datos comparativos sobre el desarrollo de algunas civilizaciones americanas precolombinas y el de las civilizaciones europeas de la misma época, que dan cuenta de un desarrollo americano de las distintas ciencias, necesarias para esas realizaciones, similar o superior al europeo.

“El Mundo Nuevo fue edificado sobre las ruinas de Tenochtitlán, Cuzco y otros grandes centros urbanos, junto con su arte y su ciencia. Pero en el siglo XVI no había en Europa ciudad más poblada (casi 300 mil habitantes, contra 120 mil de Sevilla, 100 mil de Lisboa y 60 mil de Madrid) y hermosa que Tenochtitlán ni templo más monumental que la Pirámide del Sol de Teotihuacan, levantada unos mil 300 años atrás, cuyos 900 metros de perímetro en la base representan una superficie cubierta algo mayor que la de la Pirámide de Keops, por más que no la supere en altura. Según un cálculo, su casi un millón de metros cúbicos de tierra y materiales calcáreos debieron exigir la movilización de más de 10 mil personas durante más de 20 años. Se ha estimado también, en base a datos fehacientes, que Teotihuacan tenía en el siglo VI una población de 200 mil habitantes, o sea, un nivel de urbanismo 10 veces mayor a la Europa de entonces, donde no había ciudad de más de 20 mil habitantes. Londres y París rondaban esa cifra. Teotihuacan se disputaba en ese tiempo el primer puesto mundial con Changán, la orgullosa capital del reino de Tang, en China.

También Tikal, en el siglo IV, con sus 6 grandes templos pirámides (uno de ellos alcanzaba 69 metros de altura), podía eclipsar a cualquier ciudad de Europa, pero más asombraban los conocimientos matemáticos y astronómicos que adquirieron los mayas en el Clásico Temprano (del 300 al 600 de nuestra era), en base a una pura observación, pues sus instrumentos eran rudimentarios.

El calendario maya habría sido concebido en el año 353 antes de Cristo y llevado a su máxima expresión por los astrónomos de Copán. En el siglo VI, y aún antes, había alcanzado un grado de exactitud que ni siquiera logró conseguir Occidente con el calendario gregoriano de 1582 y que guardaba sólo un error de 1/10,000 (un día cada diez mil) con relación al actual año gregoriano. Asombra pensar que tal calendario era capaz de proyectarse unos 63 millones de años hacia adelante.

También que calcularan tan tempranamente la revolución de la Luna, la Tierra y Venus. En el códice de Dresde hay una tabla de predicción de los eclipses solares que cubre 33 años y comprende 69 fechas. Los códices (que también, aunque en una época posterior, tuvieron los mixtecos y los aztecas) pueden ser vistos como libros muy rudimentarios, pero hay que recordar que el papel recién empezó a fabricarse en Samarcanda en el año 751 de nuestra era y que llegó a España en el 950 y que la primera biblioteca monástica de libros escritos en pergamino se funda en Europa en el año 590.

La llegada de Colón inauguró el proceso de cubrimiento al que nos referimos. Obras de arte, quipus, códices, estelas, tabletas y otros registros históricos fueron quemados, enterrados, destrozados, convertidos en lingotes, so pretexto de erradicar “idolatrías”, nombre que pasó a designar toda religión, incluso monoteísta, que no fuera la cristiana. Se demolieron muchas grandes obras de arquitectura, para borrar esos escandalosos baluartes de identidad y aprovechar los materiales para la construcción de la nueva ciudad, como en el caso paradigmático del Cuzco.

Se ignoraron los descubrimientos astronómicos y matemáticos, las redes camineras, los sofisticados sistemas de regadío y andenería, así como muchas valiosas técnicas agrícolas. De acuerdo a estos datos, no podemos decir que es su origen americano y precolombino lo que parece hacer incompatible el conocimiento tolteca del hombre, la sociedad y el mundo, con un conocimiento
construido a partir de líneas de pensamiento europeo como el psicoanálisis y el materialismo dialéctico, ya que las ciencias de la América precolombina estaban en condiciones de entrar en diálogo de igual a igual con las de la Europa de entonces y aún actualmente existen desarrollos precolombinos, por ejemplo en el terreno de la agricultura biológica, que pueden entrar en convergencia epistemológica con sus disciplinas pares de occidente.

4. El objeto del conocimiento
Se trata del objeto mismo del conocimiento que propone el saber tolteca lo que parece ser irreductible a su convergencia con una metodología científica moderna. Don Juan, en nombre de su grupo y su corriente de pensamiento, le propone a Carlos Castaneda intentar un proceso de aprendizaje destinado a disponer al aprendiz a la percepción directa de la energía. No le propone observar los objetos de la naturaleza y la cultura o las conductas de las personas, grupos, organizaciones o comunidades humanas, para deducir de lo observado las leyes que los regulan e insertarse de alguna manera en la modificación de la naturaleza y la cultura en función de la satisfacción de las necesidades humanas.

Nos hubiéramos encontrado, en ese caso, con una elaboración científica americana capaz de entrar en síntesis con otras similares de origen europeo, dentro de la propuesta pichoniana de superación de la fragmentación de las ciencias del hombre. Pero en la propuesta de Don Juan Matus se produce un corte con el “mundo de los objetos” que estudian nuestras ciencias. Nuestro límite perceptivo, en las ciencias occidentales, es la experiencia sensible de los objetos materiales a los que acceden nuestros sentidos en sus condiciones naturales o amplificados por la tecnología.

Los modelos conceptuales que dan cuenta, desde las diversas ciencias, del comportamiento de los objetos materiales, inertes o vivientes, psíquicos o sociales, no agregan nuevos datos a los que nos proporcionan los sentidos: sólo organizan y explican coherentemente los datos sensoriales e incrementan el conocimiento solamente a través de las inferencias que deducen de éstos.

Don Juan propone a sus aprendices una tarea que desborda el materialismo metodológico de nuestras ciencias: se trata de aprender a percibir energía directamente, no de postular la energía como una realidad que se infiere a partir de sus efectos en los objetos materiales.

Las teorías científicas utilizan el concepto “energía” como categoría interpretativa del comportamiento de la materia. Todo el saber tolteca es un intento de disponer el aparato perceptivo para el experimento de “ver” energía directamente.

5. El aprendizaje tolteca como experimento
Podríamos comparar la propuesta de aprendizaje que hace Don Juan, en nombre del pensamiento tolteca, a la de las ciencias modernas. Estas nos dicen: “si se ponen tales y cuales elementos en tales y cuales condiciones, se producirá tal resultado, dentro de tal gama de probabilidades, y esto se producirá necesariamente, cualquiera sea el experimentador, la época y el lugar en que se haga el experimento”.

Don Juan no pide que el aprendiz crea lo que él afirma: sólo exige que cumpla estrictamente los procedimientos para producir las condiciones requeridas y observe atentamente el resultado. La “hipótesis” es que, si cumple correctamente los pasos del proceso, en determinado momento, el aprendiz, sin perder su capacidad de “mirar”, por la que percibe el mundo de los objetos, accederá al “ver”. El “ver” sería una capacidad perceptiva por la que el mundo aparecería como una red de hilos luminosos de energía, las líneas del mundo”, que cruzarían los “capullos luminosos” de los seres vivientes.

Pienso que la actitud científica implica una disposición de apertura a todo experimento que pueda acrecentar el conocimiento. Cuando el antropólogo Castaneda se acerca por primera vez al indio yaqui que le recomendaron como experto en “plantas de poder”, lo hace con una actitud de receptividad a cualquier dato nuevo que pudiera acrecentar su saber. El indio le propone un experimento, el antropólogo acepta someterse a sus condiciones y, a través de estas, accede a un conocimiento que no tenía. Hasta aquí habría cierta coincidencia con la propuesta de la investigación científica.

6. Carácter iniciático del “conocimiento silencioso”
Pero la similitud con las ciencias se debilita si se tiene en cuenta que no cualquiera puede acceder a los experimentos del saber tolteca. En los libros de Castaneda se explica detalladamente el proceso por el cual un maestro selecciona a sus aprendices. De acuerdo a la “Regla del Nagual”, el Nagual, conductor y maestro del grupo de aprendizaje al que llaman “la Partida”, no puede aceptar como integrante del grupo a cualquiera que se ofrezca, ni puede guiarse por sus preferencias personales. Cuenta Don Juan que los “brujos” de la antigüedad elegían como aprendices a sus hijos o allegados, convirtiéndose la búsqueda de conocimiento en un feudo familiar, en que el saber era buscado en función del poder, el status social y las ventajas económicas que daba.

Para corregir esos abusos, los “brujos modernos”, como se autodenominan en esta etapa histórica, que abarca un período que comienza antes de la conquista española, han renunciado a la libre elección de sus aprendices. La “Regla” determina el modo en que se ha de ir formando la Partida del Nagual, el grupo de aprendizaje. Cada incorporación ha de ser precedida por una secuencia clara de “signos”, anomalías de la naturaleza u ocurrencia de eventos improbables que señalen inequívocamente en dirección a la persona que ha de ser elegida.

Con su capacidad de ver directamente la energía, el Nagual examinará el cuerpo energético del candidato, para determinar si es compatible con las características energéticas de los anteriores integrantes de la Partida. Las mujeres deben ser elegidas, en múltiplos de cuatro, de acuerdo a los puntos cardinales, una “mujer del sur”, una “mujer del norte”, etcétera, de acuerdo a los “cuatro vientos”, que implican complementariedades energéticas y de temperamento. Del mismo modo, los varones serán elegidos si reúnen las características energéticas correspondientes al “hombre de acción”, al “erudito”, al “hombre de la oscuridad” y al “propio” o asistente.

Los aprendices serán elegidos en partes iguales entre personas con características de “ensoñadoras”, con una disposición especial para cierto tipo de percepción ultrasensorial que se da en un estado similar al sueño y “acechadoras”, con cierta base temperamental para obtener resultados positivos en el trato con las personas.

En base a estos criterios de heterogeneidad y complementariedad en función de una tarea compartida, el Nagual o maestro va haciendo su propuesta a determinadas personas. La búsqueda es lenta porque, dado el grado de compromiso vivencial que implica la opción por este aprendizaje, es difícil encontrar a alguien que, al mismo tiempo, reúna las características requeridas y esté dispuesto a introducir en su vida los cambios profundos que exige este camino. Don Juan cuenta que hubo veces en que se encontró con personas que “daban el perfil” para formar parte de su grupo de aprendizaje pero que, “lamentablemente” eran gerentes de Banco u ocupaban otros puestos que los hacían sentir satisfechos y no tenían ningún interés en cambiar su régimen de vida.

En base a estos criterios, cuando cuenta con signos suficientes, el Nagual hace su propuesta de enseñanza a determinadas personas. Para entrar a formar parte de la Partida, la propuesta debe ser explícitamente aceptada por el candidato, quien debe dirigirse libremente al encuentro de su maestro. Este carácter iniciático del aprendizaje tolteca lo diferenciaría cualitativamente del camino de la formación en las ciencias occidentales, abierto, de derecho, a todos.

7. Tendencia iniciática de las ciencias occidentales
La distancia se acorta si pensamos que dedicarse a las ciencias implica disponer de un excedente de tiempo, disposición anímica, posibilidades económicas y, habitualmente, condiciones educativas favorables para hacer esa elección y mantenerla en la práctica. Con lo que, de hecho, se aminora el número de los que están en condiciones de ser aceptados como aprendices de las ciencias occidentales.

Y hay otro factor que podría acercar aún más el modo de selección de aprendices de las ciencias al modelo iniciático. Según el futurólogo Alvin Toffler, se incrementa cada vez más la incidencia del conocimiento en la fórmula de los elementos del poder.

De acuerdo a su prospectiva , de los tres elementos que, tradicionalmente fundamentaron el poder social: la violencia, el dinero y el conocimiento, este último tiende a ocupar un porcentaje cada vez mayor de la fórmula. Empresas que, en otro tiempo, hubieran sido arrebatadas a sus dueños por procedimientos gangsteriles (violencia) o vaciadas y adquiridas por maniobras económicas (dinero), hoy son penetradas informáticamente y dominadas “sin sangre ni gastos” (conocimiento).

Esto lleva a los poseedores de saberes nuevos, que dan poderes distintos, a ocultarlos celosamente a las mayorías, limitándoles el acceso, en favor de los sectores con los que están dispuestos a compartir el poder.

8. El “saber feudal”
Se trataría, de hecho, de un retorno al “saber feudal”, al saber en función del provecho personal que, según Don Juan, habrían ejercido los brujos de la antigüedad. Este saber ambicioso los habría llevado a su ruina, ya que el poder que da el saber dominador es ambicionado por otros sectores, desatando la guerra del conocimiento.

De este modo, el saber feudal de los brujos antiguos habría sido derrotado, como parte de un sistema de poder, por los saberes modernos que integran, junto con los poderes militar y económico, los nuevos sistemas de poder que hoy dominan al mundo.

El aprendizaje tolteca traza una línea divisoria tajante entre el objetivo de los brujos antiguos que, según él, buscaban el saber para obtener poder y el poder para su provecho económico y social y el objetivo de los brujos modernos, los actuales “hombres de conocimiento”, que afirman que aprenden para “acceder a la libertad”.

9. El tipo de poder que busca el conocimiento silencioso
El hombre de conocimiento también buscaría el poder que se obtiene a través del saber. Pero el poder específico que intentaría hallar en su aprendizaje, no sería la “capacidad de hacer” que da ventajas en el reparto de los bienes del mundo, para obtener una tajada mayor de la torta de lo producido por el trabajo de todos.

El poder específico que busca el hombre de conocimiento es el poder atravesar crecientemente sus condicionamientos y alcanzar un grado mayor de libertad, como objetivo en sí mismo, independientemente de cualquier otro provecho personal.

10. Conocimiento silencioso y dualismo
A primera vista, esta rotunda separación entre libertad y provecho parecería coincidir con una visión platónica de la realidad: un “cuerpo” que busca su provecho y un “alma” que busca su libertad.

Los grupos de hombres (varones y mujeres) de conocimiento, que describen Carlos Castaneda y sus dos compañeras de Partida, Florinda Donner y Taisha Abelar, proveen a su mantenimiento con gran solvencia, a través de distintas maneras de obtener ingresos y administrar su utilización en forma cooperativa.

Inclusive explican que, formarse para ocupar lugares productivos, de acuerdo a las pautas de la sociedad en que se vive y maniobrar para mantenerse económicamente, son tareas que forman parte de su adiestramiento en el “acecho”, el arte de obtener respuestas positivas del medio en que se vive.

Las increíbles hazañas perceptivas que obtendrían por la vía del “ensueño”, no podrían alcanzarse si sus “acechos”, sus maniobras prácticas para ganarse la vida, no les dieran la infraestructura material que les asegurara los lugares y los tiempos libres necesarios para la aventura de aprender.

El “cuidador”, uno de los integrantes de la Partida de Don Juan Matus, le enseña a Florinda Donner a preparar una monografía para una cátedra de la carrera de Antropología, como un campo concreto donde poner en práctica su aprendizaje.

Don Juan, viejo indio yaqui, aparentemente pobre y solitario, se presenta un día a Carlos vestido con un elegante terno hecho a medida y afirma que se dedica a negociar con acciones. La casa donde se desarrolla el comienzo del aprendizaje de Taisha Abelar es descrita por ella como cuidadosamente mantenida.

Una de sus instructoras le habla a Taischa sobre lo caro que les ha resultado el viaje de todo el grupo a la India. El grupo parece combinar una extrema frugalidad, en su intento de administrar estrictamente la energía y la valoración de la habilidad para conducirse en el mundo de la economía.

2 comentarios

  • Crow

    11. ¿Dualismo o pluralidad de perspectivas?
    Esta reflexión sobre la articulación entre el saber (símbolo del mundo de la cultura y el espíritu) y el poder (símbolo del mundo de la economía y la política) en el pensamiento tolteca, me lleva a la revisión de esta articulación en la propuesta epistemológica y vital de la corriente pichoniana de la Psicología Social.

    Don Juan Matus afirma que su corriente de pensamiento no afirma la dualidad “cuerpo-alma”. Considera que este tipo de categorías no aportan nada al conocimiento. Serían parte de un modo de razonamiento que lleva a su aprendiz, de formación universitaria, a perderse en especulaciones que su maestro suele cortar con un seco “ya estás tonteando”.

    Afirma que existe un cuerpo material, que vemos con los sentidos cuando miramos el mundo de los objetos y un cuerpo energético, que sería el mismo cuerpo humano cuando se lo ve, es decir, cuando se percibe directamente el fluir de su energía, articulado con la de las líneas del mundo, que emanarían de cierta fuente inconcebible que sólo describe metafóricamente, pero cuya existencia parece constarle.
    De acuerdo a esto, parecería que el dualismo, en este pensamiento, estaría sólo en el modo de mirar, no en la realidad misma. Un mismo ser es “mirado” como material y “visto” como energético. Y, como el hacer sigue al ser, diríamos que todo lo que hacemos respecto al mundo de los objetos, percibido de otra manera es un hacer en el mundo de la energía. Cuando, desde la Psicología Social, intentamos acceder al conocimiento del ser humano individual y de sus interacciones en grupos, organizaciones y comunidades, también afirmamos la existencia de un solo “hombre en situación” que, analizado desde una multiplicidad de miradas distintas, puede ser percibido fisico-químicamente, biológicamente, psicológicamente, sociológica o antropológicamente, económica o históricamente, etcétera. Pero la mirada divide a la cosa en su “ser conocida”, no en su “ser en sí”. A lo sumo podemos decir, con Kant, que su ser en sí nos es inaccesible, dado que no lo podemos conocer al margen de las condiciones en que conocemos, como, dicen, los protones y electrones no pueden ser vistos sin haber sido previamente bombardeados con fotones, que los iluminan haciéndolos visibles, pero irremediablemente los modifican, al sacarlos de su estado “natural”.
    Lo que no implica una renuncia relativista a toda posibilidad de conocer. Sino una renuncia a la pretensión del conocimiento directo de la cosa como es en sí misma.

    12. La ciencia como dialéctica
    La ciencia es una dialéctica entre esta renuncia a conocer las cosas tal como son en sí mismas y la infatigable búsqueda de una creciente precisión en nuestras representaciones de las cosas.

    Esa aproximación cada vez mayor de las representaciones de las cosas en nuestra mente y las cosas mismas, no la obtendremos por comparación con cierto momento privilegiado en que viéramos las cosas como son en sí mismas, para poder medir el ángulo de desviación de nuestro conocimiento.

    El único criterio a nuestra disposición para medir la objetividad de nuestro conocimiento es la respuesta de la cosa ante la acción que llevamos a cabo en la línea de un determinado conocimiento.

    He tenido ocasión, en el chaco santafesino, de cortar con hacha trozos de quebracho. Mi conocimiento previo, adquirido por información recibida de otros, me decía que el filo del hacha debía golpear en forma paralela a la fibra del árbol. Es decir, si se trataba, como en ese caso, de una rodaja del tronco, debía golpear como si cortara el árbol de arriba a abajo, no perpendicularmente. Yo golpeaba en la línea de ese conocimiento y la madera respondía dejando entrar el hacha como un pan de manteca deja entrar el cuchillo. Pero si, involuntariamente, dejaba que el trozo de quebracho se acostara y el filo golpeaba perpendicularmente en él, el hacha rebotaba violentamente con un ruido metálico, como si hubiera querido hachar un pedazo de hierro.
    La cosa misma, la madera, contestaba a lo que yo le decía con mi acción. La primera percepción (“se golpea según la fibra”) era ratificada: el quebracho respondía “así sí”. A la segunda, de haberla habido (“se golpea perpendicularmente a la fibra”), el quebracho respondía “así no”. En el primer caso, el experimento ratificaba el conocimiento, la hipótesis. En el segundo, lo desmentía e invitaba a rectificarlo.

    Don Juan Matus no niega esta manera de conocer. Dice que, en este tipo de conocimiento, “el punto de encaje de la percepción” se ubica en un lugar que llama “el punto de la razón”.

    Y que no podría emprender la aventura de la búsqueda del conocimiento directo, del “conocimiento silencioso”, aquel que no hubiera accedido al punto de la razón, al conocimiento por correcta inferencia a partir de los datos de los sentidos, indispensable para moverse adecuadamente en la vida cotidiana que transcurre en el mundo de los objetos. Pero afirma al mismo tiempo que, cuando uno llega al punto de la razón, sólo descubre que nuestra razón es solamente un punto luminoso en una galaxia de infinitas estrellas. Nos dice la verdad, pero sólo una parte de la verdad.

    13. No se trata de ver las cosas como son
    La afirmación tolteca de que es posible ver energía directamente, ¿implicaría la presunción de que podemos conocer las cosas como son en sí mismas?… Es decir, ¿Don Juan afirma que ellos llegan adonde Kant decía que el hombre no puede llegar?. Creo que no. El que “ve” , accede a la percepción de “campos de energía” que no se perciben habitualmente. Conoce lo que, en determinada cultura, en determinada “modalidad de la época”, no se conoce.

    Nuestra madre, nuestro padre, nuestros maestros, nos han delimitado lo que podemos percibir y nos han recortado el mundo, dando nombre a todo lo que en nuestra cultura tiene nombre y por lo tanto está incluido entre las cosas que todos perciben. También nos han nombrado entidades que no vemos con nuestros sentidos pero que nuestra cultura declara existentes.

    La energía, los virus, el inconsciente, la presión social, los duendes, los ángeles, Dios, son palabras que nombran objetos de conocimiento que, en distintas culturas, se toman como causas explicativas, que no pueden ser percibidas en sí mismas, de hechos observables que serían sus efectos.

    Y, más allá de las entidades perceptibles por los sentidos y de las entidades presupuestas pero aceptadas como no perceptibles, se extiende el páramo de todo lo que ni se percibe ni se supone existente, la inmensidad de la nada.

    El aprendizaje tolteca intenta el desplazamiento del foco de la atención más allá de lo límites de lo percibido, establecidos por la cultura.

    Ilumina otras realidades: “Una realidad aparte”, se llama el segundo libro de Carlos Castaneda, con el que obtuvo su Máster en Antropología. No declara inexistentes e ilusorias a las realidades del mundo de los objetos. No se trata, como en ciertas doctrinas orientales, de pasar de “la ilusión” de lo que vemos a “la verdad” de lo que es.

    En Occidente, Parménides coincidía con esta visión cuando repudiaba la multiplicidad y el movimiento, que nos muestran los sentidos, para afirmar únicamente el Uno Inmóvil que revelaría la Razón. En el pensamiento tolteca no se desprecia al mundo ni a la mirada del hombre común y corriente.

    Don Juan le explica a Carlos que no le hace ver el mundo de los brujos porque este sea una gran cosa, sino porque quiere enseñarle que, además del mundo que aprendió a mirar, existen otros mundos, tal vez infinitos mundos. Esa es la revelación tolteca: no hay un solo mundo: cada manera de mirar abre un mundo de realidades nuevas.

    Esta frase puede tomarse en un sentido puramente literario, como cuando decimos “darme cuenta de eso me abrió un mundo nuevo”, en el sentido de que, al tener una información nueva, pueden abrirse puntos de vista distintos para comprender el resto de la realidad. Pero las realidades aparte de las que habla Don Juan son mucho más que eso: llega a afirmar que cuando se pasa de la primera atención, por la que miramos el mundo de los objetos, a la segunda atención, en la que vemos el fluir de la energía, accedemos a mundos o, si se prefiere, a dimensiones del mundo, en las que existe una multiplicidad de entidades que parecen no existir en el mundo de los objetos.

    Del mismo modo que, en este momento, yo no percibo la multiplicidad de ondas radiofónicas que seguramente estarán cruzando la habitación en que estoy y sólo podría decodificar si dispusiera de un radiorreceptor, el pensamiento tolteca afirma que estoy rodeado de presencias activas, de orden energético, que yo no veo porque no sé mirarlas. Y en esto coincide con lo que se ha dado en llamar el “pensamiento primitivo”, por oposición al pensamiento científico, toda la tradición animista y religiosa de la humanidad que, tal vez con excesiva ligereza, se ha dejado de lado en los ámbitos universitarios, dividiendo dilemáticamente una manera de conocer que llegaría a la realidad y una manera de conocer que sólo sería proyección de deseos, miedos y ambiciones de poder.

    En la línea de los relatos sobre paraísos y caídas, Don Juan le cuenta a Carlos la creencia tolteca de un tiempo en que convivían pacíficamente el conocimiento silencioso, por el que se accedía a los mundos actualmente ocultos a nuestra percepción y el conocimiento por la palabra, que permitía a los hombres convivir en la vida cotidiana y organizar sus tareas. Habría habido una pérdida de equilibrio en la humanidad, por la que los hombres, entusiasmados por la practicidad del conocimiento por las palabras, útil para comunicarse en función de hacer cosas, quisieron extenderlo al intento de comprender el mundo.

    Y, como el conocimiento por las palabras no es adecuado para comprender el mundo, se fueron hundiendo cada vez más en una situación de inevitable frustración, perdiendo progresivamente el “conocimiento silencioso”, que sí era adecuado para intentar comprender el mundo. Don Juan explica, por este pecado original, la actual situación angustiosa del ser humano, que siente que le falta algo y no sabe qué.

    14. El punto de encaje de la percepción
    El Nagual recibe a su aprendiz aprisionado por los límites perceptivos de la condición humana de la época actual, en la que sólo se acepta el conocimiento que se puede expresar con palabras. Le enseña a acumular la energía necesaria para acometer la aventura de atravesar esos límites.

    Le dice que tiene que “parar el mundo”. Esto quiere decir dejar de lado, al menos momentáneamente, los condicionamientos culturales que, a través del diálogo externo e interno, nos dicen lo que se ve y lo que no se ve.

    En la descripción que hacen del mundo que ven cuando disponen su percepción para acceder directamente a la energía, los toltecas dicen que ven a los seres humanos como huevos, bolas o rectángulos compuestos por hebras luminosas, atravesados por infinitas otras líneas de luz que constituirían la red de la energía del universo.

    Dicen que el huevo, bola o rectángulo luminoso se extiende alrededor del cuerpo humano más o menos hasta un brazo extendido hacia arriba y alrededor.

    Aclaran que es sólo una descripción metafórica, ya que no se trataría estrictamente de una luz que se vea con los ojos, porque se seguiría percibiendo con los ojos cerrados. Pero de algún modo tienen que nombrar su percepción, sin esperanza de que las palabras correspondientes al mundo de los objetos puedan dar cuenta de ella.

    Dicen que, en cada globo luminoso humano, se percibe un punto del tamaño de una pelota de tenis, de una brillantez mayor que la del resto del globo, ubicado, con referencia al cuerpo, a unos sesenta centímetros atrás del omóplato derecho. Llaman, a este punto, el “punto de encaje de la percepción” o simplemente el “punto de encaje” . De las modificaciones que se producen en la conducta de las personas cuando se producen modificaciones en ese punto, deducen que está íntimamente relacionado con el proceso de la percepción: al “ver distinto, nos comportaríamos distinto”… Cada ser humano, entonces, visto como un globo luminoso, estaría atravesado por los infinitos filamentos luminosos de las “líneas del mundo”.

    Estas líneas del mundo serían las infinitas realidades del universo que podrían ser percibidas. De ellas, solamente son percibidas por cada sujeto aquellas que pasan por su punto de encaje de la percepción. Las restantes, pasan por nosotros sin que seamos conscientes de ellas. Según lo que afirman los que “ven”, cuando alguien toma conciencia de algo, el filamento correspondiente a aquello que percibe adquiere un especial resplandor al pasar por el punto de encaje.

    A lo largo de siglos de observaciones de los seres humanos en esas con-diciones alteradas de percepción, los que “ven” descubrieron que “el punto de encaje de la percepción puede ser desalojado del lugar en que está habitualmente” (“El arte de ensoñar”, Carlos Castaneda, página 19).

    Advirtieron que “cuando el punto de encaje está en su posición habitual, a juzgar por el normal comportamiento de los sujetos observados, la percepción y la conciencia de ser son usuales. Pero cuando el punto de encaje y la esfera de resplandor que lo rodea están en una posición diferente a la habitual, el insólito comportamiento de los sujetos observados es prueba de que su conciencia de ser es diferente y que están percibiendo de una manera que no les es familiar. La conclusión que sacaron de todo esto es que, cuanto mayor es el desplazamiento del punto de encaje, más insólito es el consecuente comportamiento y la consiguiente percepción del mundo y la conciencia de ser” (ibídem).

    Hablan de “cambio del punto de encaje”, cuando el desplazamiento ocurre dentro de la bola luminosa, haciendo resplandecer filamentos correspondientes a realidades, habitualmente no percibidas, pero proporcionadas al conocimiento humano y de “movimiento del punto de encaje” cuando este sale al exterior de la bola luminosa, dando lugar a percepciones desmesuradamente inhabituales, iluminando líneas del mundo más allá de las posibilidades humanas.

    Soy consciente de que estoy transcribiendo formulaciones insólitas y fantasmagóricas, inadmisibles para los que intentamos formarnos en la actitud científica, que implica no aceptar proposiciones que no puedan fundamentarse en observables de la experiencia sensible.

    Sólo expongo lo que el antropólogo Carlos Castaneda afirma que le fue explicado por su maestro tolteca Don Juan Matus y posteriormente testimonia haber experimentado personalmente, como resultado de un aprendizaje sistemático del arte de percibir directamente energía.

    Cuando, en los grupos operativos de aprendizaje, se nos propone, como actitud de apertura al otro, aceptar la heterogeneidad de puntos de vista, perspectivas culturales, posiciones ideológicas y características personales, no se nos está pidiendo que compartamos todo lo que oímos de los otros, que sumemos todas las posiciones acríticamente en una especie de sincretismo epistemológico a la manera del “cambalache”.

    La propuesta es escuchar todas las campanas, sin prejuzgar que algo que se afirma es necesariamente falso, por la persona que lo dice o por el aspecto estrafalario de la proposición. La actitud científica sólo nos impone someter toda afirmación al criterio de la confrontación con la experiencia sensible.

    Estas proposiciones acerca del “más allá” de la experiencia sensible están, por definición, fuera de los linderos de la ciencia. Una actitud científica estricta nos obliga a no formular sobre ellas ninguna afirmación desde el campo de las ciencias, ni afirmativa ni negativa.

    Sólo podemos verificar que un autor publica estas proposiciones y eventualmente verificar, si es posible una investigación de campo, que un determinado sector de la población manifiesta compartirlas como su visión del mundo y de la percepción humana. Para aquellos que dicen haberlas verificado por experiencias personales, pasarían a ser certezas subjetivas, válidas exclusivamente para aquel que las experimentó. Pero sería ajeno al espíritu de las ciencias, que consiste fundamentalmente en la intención de expandir continuamente las fronteras del saber humano, combatir y condenar las búsquedas de saber que se realizan más allá de sus linderos.

    El mismo Carlos Castaneda, hombre del saber universitario, aferrado a las metodologías de fundamentación académica del conocimiento, manifiesta que opuso tenaz resistencia al aprendizaje y le dijo repetidamente a su maestro que la descripción de la percepción humana que le enseñaba era tan rebuscada y tan inadmisible que no sabía qué hacer con ella. “Hay algo que puedes hacer -le dijo una vez Don Juan-: ¡ve el punto de encaje! No es tan difícil verlo. La dificultad está en romper el paredón que mantiene fija en nuestra mente la idea de que no podemos hacerlo. Para romperlo, necesitamos energía. Una vez que la tenemos, “ver” sucede de por sí. El truco está en abandonar el fortín en que nos resguardamos: la falsa seguridad del sentido común” (“El arte de ensoñar”, página 22).

  • Crow

    15. El aprender cómo o hacer
    Para romper el paredón que mantiene fija nuestra mente, necesitamos energía.

    Y aquí llegamos al punto del aprendizaje tolteca en el que descubrí, por primera vez, cierta aplicabilidad de algunos de sus enunciados al proceso de aprendizaje de la Psicología Social y al de cualquier otra disciplina.

    Don Juan le enseña a Carlos el “no hacer”.

    El aprendizaje, en su concepción, sería más un no hacer que un hacer. De cada 10 personas a las que interroguemos, nueve describirán el conocer como el simple darse cuenta de lo que está ahí, como un acto receptivo, más bien pasivo… La cosa está ahí, nosotros la vemos: la cosa entra en nosotros por los sentidos, como el agua en el balde… Don Juan describe el conocer como un fenómeno intensamente activo. Como Berger y Luckman, sociólogos del conocimiento de la vida cotidiana, diría que conocer es una construcción social de la realidad, un hacer el mundo. No un hacerlo de una vez y para siempre, sino una construcción constante, un tener juntas sus partes para impedir que se disperse y deje de ser lo que es.

    También esto parece descabellado, en Don Juan y en Berger y Luckman. El mundo se nos aparece como lo sólido, lo que es, lo que está ahí. En nuestro pensar aprendido, lo activo, lo artificial, lo construido es lo mental, la fantasía, la creatividad: allí estaría el riesgo, el peligro de afirmar lo que no existe como existente o no ver lo que está ahí. Esa actividad mental sería el hacer. Percibir, conocer, en cambio, serían un no hacer.

    Para el saber tolteca y para la sociología del conocimiento, percibir es un hacer, un construir con los materiales de las sensaciones. La misma oftalmología enseña que lo que reconocemos como nuestras imágenes visuales de las cosas no son estrictamente lo que ve el ojo, sino una construcción del cerebro, que compone una estructura en base a los múltiples movimientos
    de los globos oculares. Cuesta aceptarlo. Hay un antes y un después del darse cuenta de la artificialidad de lo que conocemos como el mundo. Artificial quiere decir hecho por arte, construido.

    Hay personas que dan indicios de haber cruzado esa frontera entre la creencia ingenua de que el mundo es tal cual lo vemos y el reconocimiento de cierta artificialidad. Otros escuchan todo esto como una metáfora, como un ejercicio literario propio de poetas, que cuando dejan de soñar y vuelven al mundo de la vida real, reconocen que las cosas son como son… Tal vez es más fácil darse cuenta de la artificialidad del mundo en el campo de las morales y las costumbres culturales.

    Comprendemos que, en el siglo pasado, fuera considerada inmoral una mujer que mostrara las piernas, que un esquimal preste su esposa al varón que visita su iglú, que la esclavitud fue un progreso cuando, en un pasado remoto, los vencedores dejaron de matar masivamente a los vencidos, que no se puede juzgar con la misma vara al que comete un delito consciente y fríamente que al que lo hace perturbado por una pasión violenta o disminuido en su comprensión por su ignorancia o su enfermedad mental.

    Pero, por debajo de esa tolerancia a la situacionalidad de lo bueno y lo malo, seguimos pensando que las cosas son como son, que la necesidad de sobrevivir en el Ártico lleva a los esquimales a desviarse, comprensiblemente, de la regla “natural” de la monogamia, como se desvía de ella, también comprensiblemente, el que delinque con su percepción alterada por la pasión, la ignorancia o la locura.

    Tal vez damos un paso más en la comprensión de la “artificialidad” del mundo si descubrimos que la democracia como la monarquía, la monogamia como la poligamia o la poliandria, la propiedad privada como la propiedad comunal, son distintas maneras que fueron inventando las sociedades, a través del tiempo y del espacio, para convivir lo más satisfactoriamente posible en los distintos climas, situaciones económicas, características étnicas y tiempos históricos, sin que exista una “naturaleza humana” que marque lo correcto y lo incorrecto para todo tiempo y lugar. Artificial quiere decir “hecho por arte”, es decir “hecho por seres humanos”.

    Pero hay un tercer paso, que cuesta dar. Implicaría aceptar que lo que vemos del mundo, en esta cultura y en esta época, es sólo un recorte, hecho artificialmente, de una realidad infinitamente más grande. No se trata de decir que las cosas no son como las vemos. Se trata de aceptar que lo que vemos es sólo un pedacito de la realidad. Tal vez lo que nos repugna cuando nos dicen que no vemos “la” realidad, es que pensamos que nos dicen que nuestro conocimiento no vale nada, que somos unos estúpidos y que todos nuestros aprendizajes fueron inútiles. Nadie tiene derecho a decirnos eso.

    Don Juan Matus describe la tarea de los padres y maestros que, al educar al niño, le van nombrando el mundo, le van enseñando a recortar, de la multiplicidad inabarcable que inunda sus sentidos, el sector de realidad que todos perciben en el lugar del mundo en que le tocará vivir. A ese sector le llamará, durante toda su vida, “la realidad” y al resto le llamará la fantasía, lo subjetivo…

    Conseguir que el niño pueda hacer y estabilizar ese recorte perceptivo es calificado por Don Juan como una maravillosa obra de arte, un acto de poder mágico que salva al niño del caos que lo enloquecería, si nadie lo rescatara del mar de la multiplicidad inabarcable. Por ese acto de poder, la cultura recorta nuestra percepción de la multiplicidad hasta hacerla abarcable. Y, en base a ese “pacto perceptivo”, a ese acuerdo social sobre lo que es real y lo que no lo es, sobrevivimos y convivimos.

    Y ese acuerdo es ratificado día a día, momento a momento, por el diálogo externo, en el que verificamos que, con cierto espacio libre para la discusión, vemos como ven los otros. Y por el diálogo interno, por el que nos decimos a nosotros mismos cómo son las cosas. Ambos diálogos son un inmenso y continuo hacer, que mantiene estables los límites acordados de la realidad. Y si, por ejemplo, en nuestra cultura hemos acordado que los fantasmas no existen, nos reiremos, con los otros o internamente, de cualquiera que interprete como causado por fantasmas un hecho aparentemente inexplicable y nos tranquilizaremos a nosotros mismos, y eventualmente a los otros, repitiendo en todos los tonos “los fantasmas no existen, los fantasmas no existen…”

    En ese hacer continuo, social y personal, mantenemos unidas las partes del mundo conocido. Y ese hacer nos da continuidad en el tiempo, articulación con los otros, identidad cultural e integración interna. Ese recorte encuadra nuestro aprender, acotando, de acuerdo a ciertas constantes, el campo de la investigación.

    Y, al mismo tiempo, ese saber es un obstáculo al aprender. Porque la energía humana es limitada. Y la enorme cantidad de ella que invertimos en mantener intacto nuestro recorte perceptivo del mundo, no nos deja un resto para volar fuera de él. “Tendemos a no significar lo que contradice nuestras hipótesis”; dice Piaget: nuestros recorte del mundo, nuestra cosmovisión, es una inmensa hipótesis recibida de nuestros padres y maestros y creída por nuestra mente de niños como verdad revelada que debe mantenerse intacta por los rituales del diálogo interno y externo.

    Los maestros toltecas nos invitan a asumir nuestra concepción del mundo como una hipótesis de trabajo y a someterla valientemente al experimento de “parar el mundo”, deteniendo el diálogo interno y externo, para retirar nuestra energía de la defensa acrítica del mundo aprendido y liberarla para nuevas percepciones del otro lado de la frontera del recorte de nuestra construcción social de la realidad. Nos invitan a un aprender que es un no hacer, un dejar de tener juntas las partes del mundo y dejar que ese “mundo” se desestructure.

    16. La “impecabilidad”
    Don Juan llama “impecabilidad” a la administración estricta de la energía, para ponerla al servicio de la percepción.
    Suelo proponerlo a mis alumnos, que se entrenan en la función de observación, como una hipótesis de trabajo: “la amplitud y profundidad de la percepción están en proporción directa con el monto de energía disponible.
    A mayor cantidad de energía acumulada, mayor probabilidad de percibir algo. Una persona embotada por un gasto excesivo de energía percibirá, en grandes números, menos que otra que ha descansado en proporción a su actividad y que trata de descartar de su vida los gastos inútiles de energía. Propongo que se ponga a prueba esta hipótesis cuando se esté desarrollando una actividad de observación o investigación y que se verifique si la capacidad perceptiva mejora cuando se administra estrictamente la energía o se deteriora cuando se despilfarra en gastos desproporcionados con las posibilidades de descanso y recuperación.

    17. ¿Cómo ahorrar energía para percibir más?
    Los maestros toltecas proponen a sus aprendices hacer un “inventario” de todo lo que hacen en un día de su vida cotidiana, para reducir, actividad por actividad, el gasto inútil de energía y suprimir aquellas actividades que no valen la energía que consumen. Les proponen también una “recapitulación”, para examinar detalladamente cada día y cada momento de su vida pasada y recuperar, a través de un ejercicio respiratorio y de un intenso “intento”, las “hebras luminosas” de energía que se quedaron enredadas allá y entonces, desenergizando el “aquí y ahora”.

    Revisemos nuestro día. ¿En qué gastamos inútilmente energía?… Esa larga discusión en que tenía la sensación de que estábamos hiriéndonos gratuitamente; esa reunión que no me interesaba, a la que concurrí por decir que sí sin reflexionar; esta tensión muscular por no contarle una angustia a quien me podía comprender; ese correr por la calle por no haber salido un rato antes para llegar con tiempo; ese cavilar obsesivo sobre algo que sé que no tiene remedio; esa digestión pesada por comer lo que sé que me hace mal; ese acostarme tarde sin motivo; ese ofenderme mortalmente por algo que latimó mi amor propio, mi “importancia personal”; ese regodearme en hablar de mis penas autocompadeciéndome y reclamando una compasión desproporcionada con mis reales padecimientos…
    Todas esas actividades y, según Don Juan, especialmente la “importancia personal” y la autocompasión, consumen grandes cantidades de nuestro quantum energético, dejando muy poco energía para ampliar el campo de nuestro percepción. Por eso, piensan los toltecas, la gente no “ve”, no accede a otros mundos que estarían al alcance de su percepción: porque sus preocupaciones cotidianas le absorben la totalidad de su energía. Y por eso, para ellos, la tarea esencial del maestro es disponer al aprendiz a la percepción, enseñándole a vivir de una manera más frugal, menos activa y más receptiva.
    Un maestro es alguien que enseña a no hacer. Si el aprendiz “no hace”, acumula energía. Y la misma energía, por la presión de su propio peso, lo dispara hacia la percepción de mundos nuevos. Durante meses y años, Carlos Castaneda tuvo que hacer largas caminatas por el desierto o la montaña, concentrando la atención en los dedos de sus manos flexionados hacia atrás, tratando de no pensar en nada, intentando detener su diálogo interior, retirando su energía del hacer que le impedía aprender que había realidad más allá del recorte aprendido en su casa, su escuela, su universidad…

    Durante años su mente universitaria intentó reconstruir ese recorte sometido a prueba, reformulando las cosas increíbles que veía mediante interpretaciones racionales que volvieran a poner todo en su lugar…Hasta que pudo sumar, a su saber universitario, el saber de mundos nuevos.

    18. Bibliografía de Carlos Castaneda y discípulos
    1. LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (1968). Fondo de Cultura Económica. México. Primera Edición en Español en 1974.
    2. UNA REALIDAD APARTE (1971). Fondo de Cultura Económica. México. Primera Edición en Español en 1974.3.
    3. VIAJE A IXTLÁN (1972). Fondo de Cultura Económica. Primera Edición en Español en 1974.
    4. RELATOS DE PODER (1974). Fondo de Cultura Económica. México. Primera Edición en Español en 1976.
    5. EL SEGUNDO ANILLO DE PODER (1974). Editorial Pomaire. Barcelona. Primera Edición en Español. en 1979.
    6. EL DON DEL ÁGUILA (1981). Edivisión. México. Primera Edición en Español en 1982.
    7. EL FUEGO INTERNO (1984). Edivisión. México. Primera Edición en Español en 1984.
    8. EL CONOCIMIENTO SILENCIOSO (1987). Emecé Editores. México. Primera Edición en español en 1988.
    9. EL ARTE DE ENSOÑAR (1993). Emecé Editores. Buenos Aires. 1994.

    FLORINDA DONNER (APRENDIZ DE LA PARTIDA DE CARLOS CASTANEDA)
    “SER EN EL ENSUEÑO” (1991). Emecé Editores. Buenos Aires. 1993.
    TAISHA ABELAR (APRENDIZ DE LA PARTIDA DE CARLOS CASTANEDA)
    “DONDE CRUZAN LOS BRUJOS” (1992). Editorial Emecé. Buenos Aires.

    CARMINA FORT
    “CONVERSACIONES CON CARLOS CASTANEDA”. 1991. Héptada Ediciones. Madrid.
    LAS ENSEÑANZAS DE DON CARLOS. Víctor Sánchez. 1987. Hoja Casa Editorial. México.

    19. Frases sueltas
    “Don Juan sostenía que nuestro mundo, que creemos ser único y absoluto, es sólo un mundo dentro de un grupo de mundos consecutivos, los cuales están ordenados como las capas de una cebolla” (“El arte de ensoñar” p. 8).
    Don Juan: ¨Yo digo que los brujos de ahora están en busca de lo abstracto, porque buscan la libertad y no tienen ningún interés en ganancias concretas ni tampoco en funciones sociales, como los brujos del pasado. De modo que nunca los encontrarás actuando como videntes oficiales o como brujos con título” (“El arte de ensoñar” p. 14).
    “Don Juan me dijo que yo estaba muy cansado sentado en el suelo y que lo adecuado era hallar un “sitio” en el suelo donde pudiera sentarme sin fatiga… recalcó claramente que un sitio significaba un lugar donde uno podía sentirse feliz y fuerte de manera natural. Palmeó el lugar donde se hallaba sentado y dijo que ése era su sitio, añadiendo que me había puesto una adivinanza: yo debía resolverla solo y sin más deliberación… El me sugirió caminar por el zaguán, buscando el sitio… que, dentro de los confines del zaguán, había un único sitio donde yo podía estar en las mejores condiciones. Mi tarea consistía en distinguirlo entre todos los demás lugares. La norma general era ¨ sentir ¨ todos los sitios posibles a mi alcance hasta determinar sin lugar a dudas cuál era el sitio correspondiente…me advirtió que resolver el problema tal vez requiriera días, pero, de no resolverlo, daba igual que me marchara, porque él no tendría nada que decirme” (“Las enseñanzas de Don Juan” p. 48).

    -Podrás ver a los hombres como fibras de luz.
    -¿Fibras de luz?.
    – Sí. Fibras. Como telarañas blancas. Hebras muy finas que circulan de la cabeza al ombligo. De ese modo, un hombre se ve como un huevo de fibras que circulan. Y sus brazos y piernas son como cerdas luminosas que brotan para todos lados.
    -¿Se ven así todos?
    – Todos. Además, cada hombre está en contacto con todo lo que lo rodea, pero no a través de sus manos sino a través de un montón de fibras largas que salen del centro de su abdomen. Esas fibras juntan al hombre con lo que lo rodea: conservan su equilibrio, le dan estabilidad. De modo que, como quizás “veas” algún día, un hombre es un huevo luminoso, ya sea un limosnero o un rey y no hay manera de cambiar nada. ¿Qué podría cambiarse en ese huevo luminoso? ¿Qué?” (“Una realidad aparte”, p. 28).
    -¿Qué es lo que estamos haciendo, Don Juan? ¿Es posible que los guerreros se preparen solamente para la muerte?
    -De ninguna manera -me dijo Don Juan tocándome suavemente el hombro-; los guerreros se preparan para tener conciencia. Y la conciencia total sólo les llega cuando ya no queda en ellos nada de importancia personal. Sólo cuando son nada se convierten en todo” (“El fuego interior”, p. 146).

    -Cuando estés impaciente -prosiguió Don Juan- lo que debes hacer es voltear a la izquierda y pedir consejo a tu muerte. Una inmensa cantidad de mezquindad se pierde con sólo que tu muerte te haga un gesto o alcances a echarle un vistazo o nada más con que tengas la sensación de que tu compañera está allí vigilándote” (“Viaje a Ixtlán”, p. 62).

    “Don Juan me recordó que, desde el día en que nos conocimos, me explicó que detener el diálogo interno es lo que articula todo lo que hacen los videntes. Subrayó una y otra vez que el diálogo interno es lo que mantiene fijo el punto de encaje en su posición original. “Una vez que se logra el silencio, todo es posible”, dijo. Le conté que yo estaba muy consciente de que, en general, había dejado de hablar conmigo mismo, pero que no sabía cómo lo logré. (“El fuego interior”, p. 148).

    “Don Juan expresó su admiración, una y otra vez, por lo que llamó el mayor logro de nuestra socialización básica como seres humanos: inmovilizar el punto de encaje en su posición habitual. Explicó que, una vez que su posición es fija, nuestra percepción puede ser entrenada y dirigida a interpretar lo que percibimos. Nuestro proceso de socialización empieza entonces a guiarnos a percibir más en términos de nuestro sistema que en términos de nuestro sentidos. Don Juan aseguraba que la percepción humana es universalmente homogénea debido a que el punto de encaje de toda la raza humana está fijo en el mismo sitio” (“El arte de ensoñar”, p. 8).

    20. Epílogo provisorio
    Escribí las reflexiones anteriores con posterioridad a 1993, fecha del último libro de Castaneda enumerado en mi resumen bibliográfico. Con posterioridad a esa publicación aparecieron los siguientes libros:

    EL SUEÑO DE UNA BRUJA. Florinda Donner, Emecé, 1998.
    PASES MÁGICOS. Carlos Castaneda. Atlántida. 1998.
    EL LADO ACTIVO DEL INFINITO. Carlos Castaneda. Ediciones B. 1999.
    LA RUEDA DEL TIEMPO. Carlos Castaneda. Plaza Janés. 1999.
    En 1998, los diarios publicaron, con varios meses de posterioridad al hecho, una declaración de la abogada de Carlos Castaneda anunciando la muerte de éste a causa de un cáncer hepático y la dispersión de sus cenizas en el desierto de Arizona. Con lo que sus libros publicados serían 12.
    En 1999, año posterior a su desaparición, en que se publicaron “El lado activo del infinito” y “La rueda del tiempo”, una mujer que firma Margaret Runyan Castaneda, que dice haber estado casada seis meses con él, publica “Un viaje mágico con Carlos Castaneda”, de Ediciones Obelisco, en el que, entre elogios y recuerdos emocionados, sugiere la tesis tantas veces sostenida por muchos críticos, del carácter de ficción de la obra de Castaneda.

    Carlos Castaneda ya no está entre nosotros.
    Queda la hipótesis de un maestro hipotético.
    Como toda hipótesis, no vale por el autor que la presenta, sino por su verificación o no en hechos experimentales.

    Es una hipótesis de trabajo. He pasado mucho tiempo de mi vida trabajando en esto. La hipótesis tolteca no nos pide que creamos en ella, sino solamente que trabajemos en ella y nos atengamos a los resultados de los experimentos. Siento muy poca simpatía por los entusiasmos místicos. Y menos simpatía por los dogmatismos religiosos, políticos o científicos.

    Si creo en algo, creo en la apertura perceptiva. Y aceptaré lo que perciba, sean cuerpos materiales, ondas luminosas, duendes, ángeles, diablos o dioses. Nada perceptible será rechazado por mí en nombre de la religión, la ciencia o el patriotismo de país o especie. Para eso, me preparo tratando de administrar bien mi energía, sin avaricia ni derroche. Tratando de centrarme en cada tarea. Mi performance es muy irregular. No es brillante la periodicidad de mis ejercicios enérgéticos o mis recapitulaciones ni importante mi práctica del silencio interno, el no hacer lo habitual o la postergación de la importancia personal.
    Sé que lo que importa no es ser perfecto sino insistir. Y desapegarse de la esperanza del resultado. Todos los esfuerzos, por más que se repitan cada día, son desatinos controlados, destinados a preparar el campo del experimento que, en la hipótesis tolteca, se da en un nivel inaccesible al esfuerzo, con la simplicidad y la gracia de la circunferencia, que nunca se obtendrá multiplicando la cantidad de lados de un polígono.
    Alejandro Simonetti. Enero de 2001.

    En: página de “Investigación en Sexualidad e interacción Social”
    http://isis.scriptmania.com/castaneda.htm