Historia

– ¿Cuáles eran los nombres de su padre y su madre? –pregunté.
– No pierdas tu tiempo con esa mierda – dijo suavemente, pero con fuerza insospechada. (…) No tengo ninguna historia personal – dijo tras larga pausa -. Un día descubrí que la historia personal ya no me era necesaria y la dejé, igual que la bebida.
– ¿Cómo puede uno dejar su historia personal? – pregunté en tono de discusión.
– Primero hay que tener el deseo de dejarla – dijo -. Y luego tiene uno que cortársela armoniosamente, poco a poco.
– ¿Por qué uno iba a tener ese deseo? – exclamé. Yo tenía un apego terriblemente fuerte a mi historia personal. Mis raíces familiares eran hondas. Sentía, con toda honradez, que sin ellas mi vida no tendría continuidad ni propósito.
– Quizá debería usted decirme a qué se refiere con lo de dejar la historia personal – dije.
– A acabar con ella, a eso me refiero – respondió cortante.
– Usted, por ejemplo – dije -. Usted es yaqui. No puede cambiar eso.
– ¿Lo soy? – preguntó sonriendo -. ¿Cómo sabes?
– ¡Cierto! – dije -. No puedo saberlo con certeza, es este punto, pero usted lo sabe y eso es lo que cuenta. Eso es lo que hace que sea historia personal.
Sentí haber remachado un clavo bien puesto.
– El hecho de que yo sepa si soy yaqui o no, no hace que eso sea historia personal – replicó él -. Sólo se vuelve historia personal cuando alguien más lo sabe. Y te aseguro que nadie lo sabrá nunca de cierto.
Yo había anotado torpemente sus palabras. Dejé de escribir y lo miré. No podía hallarle el modo.
– No sabes quién soy, ¿verdad? – dijo como si leyera mis pensamientos -. Jamás sabrás quién soy ni qué soy, porque no tengo historia personal.
Me preguntó si tenía padre. Le dije que sí. Afirmó que mi padre era un ejemplo de lo que él tenía en mente. Me instó a recordar lo que mi padre pensaba de mí.
– Tu padre conoce todo lo tuyo – dijo -. Así pues, te tiene resuelto por completo. Sabe quién eres y qué haces, y no hay poder sobre la tierra que lo haga cambiar de parecer acerca de ti.
Don Juan dijo que todos cuantos me conocían tenían una idea sobre mí, y que yo alimentaba esa idea con todo cuanto hacía.
– ¿No ves? – preguntó con dramatismo -. Debes renovar tu historia personal contando a tus padres, o a tus parientes y tus amigos todo cuanto haces. En cambio, si no tienes historia personal, no se necesitan explicaciones; nadie se enoja ni se desilusiona con tus actos. Y sobre todo, nadie te amarra con sus pensamientos.
– No sé cómo terminamos hablando de esto cuando yo nada más quería unos nombres para mis cartas – dije, tratando de reencauzar la conversación hacia el tema que yo deseaba.
– Es muy sencillo – dijo él -. Terminamos hablando de ello porque yo dije que hacer preguntas sobre el pasado de uno es un montón de mierda.
(…)
– Vale más borrar la historia personal – dijo despacio… – porque eso nos libera de la carga de los pensamientos ajenos. Aquí estás tú, por ejemplo – prosiguió -. En estos momentos no sabes si vas o si vienes. Y eso es porque yo he borrado mi historia personal. Poco a poco, he creado una niebla alrededor de mí y de mi vida. Y ahora, nadie sabe de cierto quién soy ni qué hago.
– ¿Pero usted mismo sabe quién es, ¿no? – intercalé.
– Por supuesto que… no – exclamó y rodó por el suelo, riendo de mi expresión sorprendida. (…) Ese es el secretito que voy a darte hoy – dijo en voz baja -. Nadie conoce mi historia personal. Nadie sabe quién soy ni qué hago. Ni siquiera yo. (…) ¿Cómo puedo saber quién soy, cuando soy todo esto? – dijo, barriendo el entorno con un gesto de su cabeza.
Luego posó en mí los ojos y sonrió.
– Poco a poco tienes que crear una niebla en tu alrededor; debes borrar todo cuanto te rodea hasta que nada pueda darse por hecho, hasta que nada sea ya cierto. Tu problema es que eres demasiado cierto. Tus empresas son demasiado ciertas; tus humores son demasiado ciertos. No tomes las cosas por hechas. Debes empezar a borrarte. (…) Empieza por lo fácil, como no revelar lo que verdaderamente haces. Luego debes dejar a todos lo que te conozcan bien. Así construirás una niebla en tu alrededor.
– Pero eso es absurdo – protesté -. ¿Por qué no va a conocerme la gente? ¿Qué hay de malo en ello?
– Lo malo es que, una vez que te conocen, te dan por hecho, y desde ese momento no puede ya romper el lazo de sus pensamientos. A mí en lo personal me gusta la libertad ilimitada de ser desconocido. Nadie me conoce con certeza constante, como te conocen a ti, por ejemplo.
– Pero eso sería mentir.
– No me importan las mentiras ni las verdades – dijo con severidad -. Las mentiras son mentiras solamente cuando tienes historia personal. (…) Cuando uno no tiene historial personal – explicó -, nada de lo que dice puede tomarse como una mentira. Tu problema es que tienes que explicarle todo a todos, por obligación, y al mismo tiempo quieres conservar frescura, la novedad de lo que haces. (…) De ahora en adelante, debes simplemente enseñarle a la gente lo que quieras enseñarle, pero sin decirle nunca con exactitud cómo lo has hecho.
– ¡Yo no puedo guardar secretos! – exclamé -. Lo que usted dice es inútil para mí.
– ¡Pues cambia! – dijo en tono cortante y con un brillo feroz en la mirada. (…) Verás – prosiguió -: sólo tenemos una alternativa: o tomamos todo por cierto, o no. Si hacemos lo primero, terminamos muertos de aburrimiento con nosotros mismos y con el mundo. Si hacemos lo segundo y borramos la historia personal, creamos una niebla a nuestro alrededor, un estado muy emocionante y misterioso en el que nadie sabe por dónde va a saltar la liebre, ni siquiera nosotros mismos.
Repuse que borrar la historia personal sólo acrecentaría nuestra sensación de inseguridad.
– Cuando nada es cierto nos mantenemos alertas, de puntillas todo el tiempo – dijo él -. Es más emocionante no saber detrás de cuál matorral se esconde la liebre, que portarnos como si conociéramos todo.