La tierra

La extensión interminable de tierra que se veía en esa dirección era en verdad majestuosa.
– Graba todo esto en tu memoria – me susurró don Juan al oído -. Este sitio es tuyo. Este cerro es tu lugar, tu querencia; todo cuanto lo que te rodea está bajo tu cuidado. Debes cuidar de todo lo de aquí y todo, a su vez, te cuidará.
Voy a darte toda la tierra que puedes ver, no en una dirección sino en todo tu alrededor.
Se puso de pie y señaló con la mano extendida, girando el cuerpo para cubrir un círculo completo.
Toda esta tierra es tuya. Toda esta tierra, hasta donde puedes ver, es tuya. No para usarla sino para recordarla. Pero este cerro es tuyo para que lo uses el resto de tu vida. Te lo doy porque tú mismo lo hallaste. Es tuyo. Acéptalo.
Cada piedra y guijarro, y planta sobre este cerro, especialmente en la cima, está bajo tu cuidado. Cada gusano que vive aquí es tu amigo. Puedes usarlos y ellos pueden usarte.
Grábate en la memoria cada uno de sus detalles. Éste es el sitio al que vendrás en tu soñar. Éste es el sitio donde te encontrarás con los poderes, donde algún día se te revelarán secretos.

La luz del sol poniente tenía un resplandor intenso, casi cobrizo y todo alrededor parecía untado de un tinte dorado.

-Pero ahora debes enfocar la atención en todo lo que existe encima de este cerro, porque éste es el sitio más importante de tu vida.
Éste es el sitio donde morirás – dijo con voz suave.
Ésta es tu última parada. Morirás aqui, estés donde estés. Cada guerrero tiene un sitio para morir. Un sitio de su predilección, donde eventos poderosos dejaron su huella; un sitio donde ha presenciado maravillas, donde se le han revelado secretos; un sitio donde ha juntado poder personal.
Un guerrero tiene la obligación de regresar a ese sitio de predilección cada vez que absorbe poder, para guardarlo allí. Va allí caminando o bien soñando.
Y por fin, un día que su tiempo en la tierra ha terminado y siente el toque de la muerte en el hombro izquierdo, su espíritu, que siempre está listo, vuela al sitio de su predilección y allí el guerrero baila ante su muerte.
Cada guerrero tiene una forma específica, una determinada postura de poder, que desarrolla a lo largo de su vida. Es una especie de danza. Un movimiento que él hace bajo la influencia de su poder personal.
Si el guerrero moribundo tiene poder limitado, su danza es corta; si su poder es grandioso, su danza es magnífica. Pero ya sea su poder pequeño o magnífico, la muerte debe pararse a presenciar su última parada sobre la tierra. La muerte no puede llevarse al guerrero que cuenta por última vez la labor de su vida, hasta que haya acabado su danza.
Un guerrero no es más que un hombre. Un hombre humilde. No puede cambiar los designios de su muerte. Pero su espíritu impecable, que ha juntado poder tras penalidades enormes, puede ciertamente detener a su muerte por un momento, un momento lo bastante largo para permitirle regocijarse por última vez en el recuerdo de su poder. Podemos decir que ése es un gesto que la muerte tiene con quienes poseen un espíritu impecable.
Y así bailarás ante tu muerte, aquí, en la cima de este cerro, al acabar el día. Y en tu última danza dirás de tu lucha, de las batallas que has ganado y de las que has perdido; dirás de tus alegrías y desconciertos al encontrarte con el poder personal. Tu danza hablará de los secretos y las maravillas que has atesorado. Y tu muerte se sentará aquí a observarte.
El sol poniente brillará sobre tí sin quemar, como lo hizo hoy. El viento será suave y dulce y tu cerro temblará. Al llegar al final de tu danza mirarás el sol, porque nunca volverás a verlo ni despierto ni soñando, y entonces tu muerte apuntará hacia el sur.
Hacia la inmensidad.