Carlos se encuentra con don Juan: Múltiples tomas.

Carlos se encuentra con don Juan: Múltiples tomas.
traducción por José González Riquelme

Un repaso a las diferentes versiones del supuesto encuentro inicial, todas contadas por el propio Castaneda.

De la cronología de Castaneda:

“Verano de 1960: Castaneda supuestamente se encuentra con don Juan en la estación de autobuses de Greyhound en Nogales, Arizona. (Ver, por ejemplo, Las enseñanzas de Don Juan, Una realidad aparte y El lado activo del infinito.)”

Toma 1.
De Las Enseñanzas de Don Juan (1968).

“Esperaba yo un autobús Greyhound en un pueblo fronterizo, platicando con un amigo que había sido mi guía y ayudante en la investigación. De pronto se inclinó hacia mí y dijo que el hombre sentado junto a la ventana, un indio viejo de cabello blanco, sabía mucho de plantas, del peyote sobre todo. Pedí a mi amigo presentarme a ese hombre.

Mi amigo lo saludó, luego se acercó a darle la mano. Después de que ambos hablaron un rato, mi amigo me hizo seña de unírmeles, pero inmediatamente me dejó sólo con el viejo, sin molestarse siquiera en presentarnos. Él no se sintió incomodado en lo más mínimo. Le dije mi nombre y él respondió que se llamaba Juan y que estaba a mis órdenes. Me hablaba de “usted”. Nos dimos la mano por iniciativa mía y luego permanecimos un tiempo callados. No era un silencio tenso, sino una quietud natural y relajada por ambas partes. Aunque las arrugas de su rostro moreno y su cuello revelaban su edad, me fijé en que su cuerpo era ágil y musculoso.

Le dije que me interesaba obtener informes sobre plantas medicinales. Aunque de hecho mi ignorancia con respecto al peyote era casi total, me descubrí fingiendo saber mucho e incluso insinuando que tal vez le conviniera platicar conmigo. Mientras yo parloteaba así, él asentía despacio y me miraba, pero sin decir nada. Esquivé sus ojos y terminamos por quedar los dos en silencio absoluto. Finalmente, tras lo que me pareció un tiempo muy largo, don Juan se levantó y miró por la ventana. Su autobús había llegado. Dijo adiós y salió de la terminal.

Me molestaba haberle dicho tonterías, y que esos ojos notables hubieran visto mi juego. Al volver, mi amigo trató de consolarme por no haber logrado algo de don Juan. Explicó que el viejo era a menudo callado o evasivo; pero el efecto inquietante de ese primer encuentro no se disipó con facilidad… El amigo que me presentó a don Juan explicó más tarde que el viejo no era originario de Arizona, donde nos conocimos, sino un indio yaqui de Sonora, México.

Comentario–la secuencia:
Castaneda y Bill están sentados juntos, Bill se levanta, saluda a don Juan, le da la mano, habla con don Juan durante un rato, luego llama a Castaneda, se va sin presentarlos. Castaneda y don Juan se presentan a sí mismos, se dan la mano, se quedan en silencio un buen rato, luego Castaneda y don Juan hablan, la famosa mirada, otra vez un largo periodo de silencio, después don Juan se levanta, mira por la ventana, dice adiós, sale de la estación. Castaneda está molesto, Bill lo consuela explicándole el comportamiento habitual de don Juan. Después Bill explica los orígenes de don Juan.

Toma 2.
De la transcripción de una cinta grabada con una entrevista de radio en 1968 con Castaneda en la KPFA:

“Castaneda: Me encontré con don Juan de una manera bastante fortuita. Estaba haciendo, por entonces en 1960, estaba haciendo, estaba recogiendo datos etnográficos sobre el uso de plantas medicinales entre los indios de Arizona. Y un amigo mío, que era mi guía en esta empresa, conocía a don Juan. Sabía que don Juan era un hombre que sabía mucho sobre el uso de plantas y trató de presentármelo, pero nunca tuvo ocasión de hacerlo. Un día cuando estaba a punto de regresar a Los Angeles, casualmente lo vimos en la estación de autobuses, y mi amigo se le acercó para hablar con él. Después me lo presentó y yo comencé a decirle que estaba interesado en plantas, y especialmente en el peyote, porque alguien me había dicho que este viejo sabía mucho sobre el uso del peyote. Y hablamos durante quince minutos mientras él esperaba a su autobús, o mejor dicho, yo hablé y él no dijo nada en absoluto. Seguía mirándome fijamente de vez en cuando y esto me hacía sentir incómodo, porque yo no sabía nada sobre el peyote, y él parecía que veía a través de mí. Después de unos quince minutos se levantó y dijo que quizás yo podría ir a su casa en algún momento, en donde podríamos hablar con más tranquilidad, y se fue. Pensé que mi encuentro con él había sido un fracaso, porque no conseguí nada de él. Y mi amigo dijo que era muy normal que el viejo reaccionara así, porque era muy excéntrico. Pero yo volví otra vez, quizás un mes más tarde, y comencé a buscarlo. No sabía donde vivía, pero conseguí averiguar donde estaba su casa y fui a verlo. Él, al principio, ¿sabes?, me acerqué a él como si fuéramos amigos. Me había gustado, por alguna razón, me había gustado la manera como me había mirado en la estación de autobuses. Había algo muy extraño en su manera de mirar a la gente. Y no mira fijamente; normalmente no mira a nadie directamente a los ojos, pero algunas veces sí lo hace y es algo extraordinario. Y fue más esa mirada lo que me hizo ir a verle que mi interés en el trabajo antropológico. Así que fui varias veces y desarrollamos una especie de amistad. Tiene un gran sentido del humor y eso facilitó las cosas.”

Comentario:
Aquí el amigo de Castaneda había tratado de presentárselo antes “pero nunca tuvo ocasión de hacerlo.” Casualmente se lo encuentran en la estación de autobuses, y el amigo hace las presentaciones, y “alguien” le había dicho a Castaneda que el hombre sabía mucho sobre el peyote. El enfoque está en la mirada de don Juan, que Castaneda asegura es lo que le hizo volver “quizás un mes más tarde.”

Toma 3
De la transcripción de una cinta grabada con una entrevista entre Jane Hellisoe de la University of California Press y Castaneda en 1968:

“JH: ¿Cómo se encontró con don Juan?

CC: La manera en que yo, eh, lo conocí, fue, eh, una cosa muy casual. Yo no estaba interesado en averiguar lo que sabía, porque yo no sabía lo que él sabía. Yo estaba interesado en recabar información sobre plantas. Y me encontré con él en Arizona. Había un viejo, que vivía en algún sitio de aquellas colinas, que sabía muchísimo sobre plantas. Y eso era lo que me interesaba, recoger información sobre plantas. Y eh, yo eh, fuimos un día, este amigo y yo, fuimos a buscarlo. Y los indios yuma nos dieron direcciones equivocadas y subimos a las colinas y nunca encontramos al viejo. Hum, fue más tarde cuando estaba al final de este primer viaje a Arizona, al final del verano y ya estaba preparado para regresar a Los Angeles, que estaba esperando en la parada del autobús y llegó el viejo. Y así es cómo me encontré con él. Eh, hablé con él durante un año. Solía visitarlo, lo visito periódicamente, porque me gusta; es muy amistoso y muy consecuente. Es agradable estar con él.”

Comentario:
Una descripción mucho más simple que la que hay en el libro, desde luego, pero aquí menciona haber buscado a don Juan con anterioridad. También indica aquí que el encuentro tuvo lugar “al final del verano.” Aquí don Juan simplemente llega y se encuentran; no se menciona ninguna presentación ni conversación más tarde entre Castaneda y su amigo.

Toma 4
De Una realidad aparte (1971)

Estaba yo sentado con Bill, un amigo mío, en la terminal de autobuses de un pueblo fronterizo en Arizona. Guardábamos silencio. Atardecía y el calor del verano era insoportable. De pronto, Bill se inclinó y me tocó el hombro.

—Ahí está el sujeto del que te hablé —dijo en voz baja.

Ladeó casualmente la cabeza señalando hacia la entrada. Un anciano acababa de llegar. [Anteriormente, don Juan estaba “sentado frente a la ventana.” Esta vez, “acababa de llegar.”]

—¿Qué me dijiste de él? —pregunté.

—Es el indio que sabe del peyote. ¿Te acuerdas?

Recordé que una vez Bill y yo habíamos andado en coche todo el día, buscando la casa de un indio mexicano muy “excéntrico” que vivía en la zona. No la encontramos, y yo tuve la sospecha de que los indios a quienes pedimos direcciones nos habían desorientado a propósito. Bill me dijo que le hombre era un “yerbero” y que sabía mucho sobre el cacto alucinógeno peyote. Dijo también que me sería útil conocerlo. Bill era mi guía en el suroeste de los Estados Unidos, donde yo andaba reuniendo información y especímenes de plantas medicinales usadas por los indios de la zona.

Bill se levantó y fue a saludar al hombre. El indio era de estatura mediana. Su cabello blanco y corto le tapaba un poco las oreja, acentuando la redondez del cráneo. Era muy moreno; las hondas arrugas en su rostro le daban apariencia de viejo, pero su cuerpo parecía fuerte y ágil. Lo observé un momento. Se movía con una facilidad que yo habría creído imposible para un anciano.

Bill me hizo seña de acercarme.

—Es un buen tipo —me dijo—. Pero no le entiendo. Su español es raro; ha de estar lleno de coloquialismos rurales.

El anciano miró a Bill y sonrió. Y Bill, que apenas habla unas cuantas palabras de español, armó una frase absurda en ese idioma. Me miro como preguntando si se daba a entender, pero yo ignoraba lo que tenía en mente; sonrió con timidez y se alejó. [Antes Bill “dejaba a Castaneda sólo” con don Juan.] El anciano me miró y empezó a reír. Le expliqué que mi amigo olvidaba a veces que no sabía español.

—Creo que también olvidó presentarnos —añadí, y le dije mi nombre.

—Y yo soy Juan Matus, para servirle —contestó.

Nos dimos la mano y quedamos un rato sin hablar. Rompí el silencio y le hablé de mi empresa. Le dije que buscaba cualquier tipo de información sobre plantas, especialmente sobre el peyote. Hablé compulsivamente durante un buen tiempo, y aunque mi ignorancia del tema era casi total, le di a entender que sabía mucho acerca del peyote. Pensé que si presumía de mi conocimiento el anciano se interesaría en conversar conmigo. Pero no dijo nada. Escuchó con paciencia. Luego asintió despacio y me escudriñó. Sus ojos parecían brillar con luz propia. Esquivé su mirada. Me sentí apenado. Tuve en ese momento la certeza de que él sabía que yo estaba diciendo tonterías.

—Vaya usted un día a mi casa —dijo finalmente, apartando los ojos de mí—. A lo mejor allí podemos platicar más a gusto.” [Anteriormente, don Juan no invitó a Castaneda a su casa.]

No supe qué más decir. Me sentía incómodo. Tras un rato, Bill volvió a entrar en el recinto. [Anteriormente, no dijo que Bill había salido del recinto.] Advirtió mi desazón y no pronunció una sola palabra. Estuvimos un rato sentados en profundo silencio. Luego el anciano se levantó. Su autobús había llegado. Dijo adiós.

—No te fue muy bien, ¿verdad? —preguntó Bill.

—No.

—¿Le preguntaste de las plantas?

—Sí. Pero creo que metí la pata.

—Te dije, es muy excéntrico. Los indios de por aquí lo conocen, pero jamás lo mencionan. Y eso es por algo.

—Pero dijo que yo podía ir a su casa.

—Te estaba tomando el pelo. Seguro, puedes ir a su casa, pero eso qué. Nunca te dirá nada. Si llegas a preguntarle algo, te tratará como si fueras un idiota diciendo tonterías.

Bill dijo convincentemente que ya había conocido gente así, personas que daban la impresión de saber mucho. En su opinión tales personas no valían la pena, pues tarde o temprano se podía obtener la misma información de alguien que no se hiciera el difícil. Dijo que él no tenía paciencia ni tiempo que gastar con viejos farsantes, y que posiblemente el anciano sólo aparentaba ser conocedor de hierbas, mientras que en realidad sabía tan poco como cualquiera.

Bill siguió hablando, pero yo no escuchaba. [Aquí hay una larga conversación con Bill.] Mi mente continuaba fija en el indio. El sabía que yo había estado alardeando. Recordé sus ojos. Habían brillado, literalmente.

Comentario–la secuencia:
Básicamente lo mismo de antes, con las excepciones señaladas entre corchetes. La diferencia más notable, aparte de una imagen diferente del momento en que Castaneda ve por primera vez a don Juan, es que aparentemente antes, Castaneda omitió el dato importantísimo de que don Juan realmente lo había invitado para que fuera a su casa en su primer encuentro.

Toma 5
De Viaje a Ixtlan (1972)

—ENTIENDO que usted conoce mucho de plantas, señor —dije al anciano indígena frente a mí.

Un amigo mío acababa de ponernos en contacto para luego salir de la habitación, y nos habíamos presentado el uno al otro. El viejo me había dicho que se llamaba Juan Matus.

—¿Te dijo eso tu amigo? —preguntó casualmente.

—Sí, en efecto.

—Corto plantas, o mejor dicho ellas me dejan que las corte —dijo con suavidad.

Estábamos en la sala de espera de una terminal de autobuses de Arizona. Le pregunté con mucha formalidad:

—¿Me permitiría el caballero hacerle algunas preguntas?

Me miró inquisitivamente.

—Soy un caballero sin caballo —dijo con una gran sonrisa, y luego añadió—: Ya te dije que mi nombre es Juan Matus.

Me gustó su sonrisa. Pensé que, obviamente, era un hombre capaz de apreciar la franqueza, y decidí lanzarle con audacia una petición.

Le dije que me interesaba reunir y estudiar plantas medicinales. Dije que mi interés especial eran los usos del cacto alucinógeno llamado peyote, que yo había estudiado con detalle en al Universidad en Los Ángeles.

Mi presentación me pareció muy seria. La hice con gran sobriedad y me sonó perfectamente verosímil.

El anciano meneó despacio la cabeza y yo, animado por su silencio, añadí que sin duda ambos sacaríamos provecho de juntarnos a hablar del peyote.

En ese momento alzó la cabeza y me miró de lleno a los ojos. Fue una mirada formidable. Pero no era amenazante ni aterradora en modo alguno. Fue una mirada que me atravesó. Inmediatamente se me trabó la lengua y no pude proseguir mis peroratas. Ése fue el final de nuestro encuentro. Pero al irse dejó un rastro de esperanza. Dijo que tal vez pudiera yo visitarlo algún día en su casa.”

Comentario–la secuencia:
Nada realmente nuevo aquí. La sección media un poco engordada.

Toma 6
“Castaneda a examen,” Castaneda entrevistado por Sam Keen, publicado en Psychology Today (1972):

“KEEN: ¿Cómo y dónde conoció a Don Juan y se convirtió en su aprendiz?

CASTANEDA: Me hallaba acabando mi licenciatura en UCLA y planeaba asistir a una cátedra de graduación en Antropología. Quería convertirme en profesor y consideré que podía empezar con buen pie publicando un ensayo corto sobre plantas medicinales. Me traía sin cuidado el encontrar a un personaje raro como Don Juan. Estaba en una estación de autobuses, en Arizona, con un compañero de la facultad. Éste me señaló a un anciano indio y me dijo que él conocía el peyote y las plantas medicinales. Quise darme tono y me presenté a Don Juan diciendo: “Entiendo que sabe usted mucho sobre peyote. Yo soy uno de los expertos en peyote (había leído The Peyote Cult de Weston La Barre) y creo que le gustaría venir a comer y hablar conmigo”. Bien, sólo me miró y mi envalentonamiento se derritió. Me quedé mudo y entumecido. Yo era normalmente agresivo y locuaz, por eso el quedar silenciado por una mirada era un acontecimiento extraño. Tras este encuentro comencé a visitarle y, un año más tarde, me comunicó que había decidido transmitirme el conocimiento de la brujería que había recibido de su maestro.”

La secuencia:

Una vez más, nada nuevo, pero aquí suena como que Castaneda se quedó casi inmediatamente mudo y “silenciado por una mirada” [de don Juan], mientras que en descripciones anteriores afirmaba que había continuado hablando durante unos 15 minutos. También, por primera vez, se refiera a Bill como “un compañero de la facultad.”

Toma 7
De la entrevista de Keith Thompson en 1994 con Castaneda para el New Age Journal:

“KT: ¿Exactamente cómo se cruzaron sus caminos?

CC: Estaba esperando el autobús en la estación de Greyhound en Nogales, Arizona, hablando con un antropólogo que había sido mi guía y ayudante en mi estudio. Mi colega se inclinó hacia adelante y señaló a un indio viejo de pelo blanco al otro lado de la sala–“Psst, allá, que no te vea que lo miras”– y me dijo que era un experto en peyote y plantas medicinales. Eso fue todo lo que necesitaba oír. Me puse mis mejores aires y me acerqué como si tal cosa a este hombre, que era conocido como don Juan, y le dije que yo era una autoridad en peyote. Le dije que le merecía la pena que comiéramos y hablara conmigo, o algo así de insoportablemente arrogante.

KT: La vieja estratagema de la comida con el poderoso. Pero usted no era ninguna autoridad en la materia, ¿verdad?

CC: ¡Si casi no sabía nada del peyote! Pero seguí parloteando, presumiendo de mi conocimiento, intentando impresionarlo. Recuerdo que él simplemente me miraba y asentía de vez en cuando, sin decir una palabra. Mis pretensiones se derritieron en el calor del día. [¡Ajá!] Me quedé aturdido al ser silenciado. Allí estaba yo sintiéndome desolado, [¡sí, aquello era desolación!] hasta que don Juan vio que su autobús había llegado. Dijo adiós, con un ligero ademán de su mano. Me sentí como un imbécil arrogante, y ese fue el final.

KT: También el principio.

CC: Sí, entonces fue cuando comenzó todo. Me enteré que don Juan era conocido como brujo. Mi tarea consistía en averiguar dónde vivía. Sabes, yo era muy bueno haciendo eso, y lo hice. Lo averigüé, y fui a verlo un día. Nos caímos bien y pronto llegamos a ser buenos amigos.

KT: Se sintió como un imbécil en presencia de este hombre, y sin embargo ¿estaba deseando encontrarlo?

CC: La manera cómo don Juan me había mirado allí, en la estación de autobuses, fue excepcional, un hecho sin precedentes en mi vida. Había algo extraordinario en sus ojos, que parecían brillar con luz propia… La mirada de don Juan me afectó en un nivel profundo, a pesar de mi disgusto e irritación porque hubiera advertido, en la estación de autobuses, mi pretensión de ser un experto.

La secuencia:
Una vez más, nada realmente nuevo, excepto otra versión ligeramente diferente de lo que el informante de Castaneda supuestamente le dijo cuando vio a don Juan por primera vez.

Toma 8
De El lado activo del infinito (1998)

De pronto se inclinó y con un ligero gesto de la barbilla me indicó que mirara hacia el otro lado de la sala.

—Creo que ese viejo sentado en la banca junto al rincón es el mismo del que te hablé —me dijo al oído—. No estoy del todo seguro, porque sólo lo vi frente a frente una vez. [Nota: Esta vez don Juan está “en la banca junto al rincón.”] Cuando te hablaba de los chamanes y de sus transformaciones, te dije que una vez había conocido a un chamán de nube.

—Sí, sí, claro que me acuerdo —le dije—. ¿Es ese hombre el chamán de nube?

—No —dijo enfáticamente—. Pero creo que es compañero o maestro suyo. Los vi a los dos a la distancia hace muchos años.[Aquí, en su conversación, el hombre que anteriormente “sabía mucho de plantas” se ha convertido ahora en “maestro del chamán de nube.”]

Sí recordaba que Bill había mencionado muy de paso, pero no en relación al chamán de nube, que sabía de la existencia de un anciano misterioso que era chamán jubilado, un indio viejo misántropo de Yuma, que una vez había sido un chamán aterrador. [Aquí, en lugar de un yerbero que sabía mucho del peyote, tiene a Bill diciendo que don Juan era un “chamán aterrador.” Esto es interesante porque en Las enseñanzas Castaneda dice que al principio vio a don Juan sólo como “un hombre algo peculiar que sabía mucho sobre el peyote,” y sólo más tarde descubre que “la gente con quien vivía creía que… era un brujo.” En Una realidad aparte, Castaneda dice don Juan tardó todo un año para revelarle que era brujo.] La relación entre el chamán de nube y el anciano nunca había sido expresada por mi amigo, pero evidentemente, estaba fresca en la mente de Bill a tal extremo, que creía habérmela relatado.

Una ansiedad extrema me sobrevino y salté de mi asiento. Como si no tuviera voluntad propia, me acerqué al anciano, y le solté una perorata sobre mi conocimiento de las plantas medicinales y del chamanismo entre los indios americanos del llano y sus antepasados siberianos. Como tema secundario, le comenté al anciano que sabía que era chamán. Terminé asegurándole que sería muy beneficioso para él si hablaba largamente conmigo. [Aquí no hay una conversación preliminar de Bill. ¡Castaneda salta y aborda a don Juan por su cuenta!]

—Aunque sólo sea —dije con petulancia—, podríamos hacer intercambios de historias. Usted me cuenta las suyas y yo correspondo con las mías.

El anciano mantuvo la vista baja hasta el último momento. Entonces me escrudiñó.

—Yo soy Juan Matus —me dijo mirándome directamente a los ojos. [Anteriormente había presentaciones y conversaciones sobre el caballero sin caballo, etc. Antes teníamos la jactancia de Castaneda y la famosa mirada, ahora aquí don Juan se presenta a sí mismo al mismo tiempo que tiene lugar “la mirada.”]

Mi perorata no debería haber terminado allí de ninguna manera, pero por ninguna razón en la que pudiera pensar, sentí que ya no había más que decir. Quería decirle mi nombre. Levantó la mano a la altura de mis labios, como para prevenírmelo. [En las descripciones de los dos primeros libros, Castaneda explícitamente dice: “Le dije mi nombre,” y en Ixtlan se presentan a el uno al otro.]

En ese instante llegó un autobús a la parada. El anciano murmuró que era el autobús que esperaba y, muy sinceramente, me dijo que lo buscara para conversar con mayor libertad e intercambiar historias. Había una pequeña sonrisa irónica en su boca al decir esto. Con una agilidad increíble para un hombre de su edad (le hacía unos ochenta años), cubrió en unos cuantos pasos los cuarenta metros que había entre la banca donde había estado sentado y la puerta del autobús. Como si el autobús hubiera parado sólo para recogerlo, partió en cuanto él saltó al interior y la puerta se había cerrado. [En descripciones anteriores, hay un gran intervalo antes de que don Juan se levante y tome el autobús, pero aquí, cuando aún están conversando, llega el autobús.]

Después de que se fue, regresé a la banca donde Bill permanecía sentado. [¿Sí? Antes era Bill el que “volvía a la habitación.”]

—¿Qué te dijo, qué te dijo? —me preguntó muy agitado. [¿Qué me dices? Pero si antes Castaneda y Bill se sentaban en silencio durante un rato, antes de que Bill dijera: “No fue muy bien, ¿verdad?”]

—Me sugirió que lo buscara y que fuera a visitarlo a su casa —contesté—. Hasta me dijo que allí podríamos conversar.

—Pero, ¿qué le dijiste para conseguir que te invitara a su casa? —me exigió.

Le dije a Bill que había utilizado mi mejor arte de vendedor y que le había prometido revelarle todo lo que sabía yo desde el punto de vista de mis lecturas, sobre las plantas medicinales.

Bill, evidentemente, no me creyó. Me acusó de mentirle.

—Conozco a la gente del lugar —dijo agresivamente—, y ese viejo es un pedo muy estrafalario. No habla con nadie, ni siquiera con los indios. ¿Por qué se dispone a hablar contigo, un total desconocido? ¡Ni siquiera tienes gracia!… [Y continúa así interminablemente. Advertid simplemente que la larga conversación con Bill justo después del encuentro es enteramente diferente que la conversación post-encuentro descrita en Una realidad aparte. Por otro lado, en Una realidad aparte la conversación consiste en un par de párrafos, y no hay ni una sola frase que coincida.]

Comentario:
Después de la conversación, Castaneda dice que va directamente a Yuma en lugar de a Los Ángeles, y dice que se entera allí, por “alguna gente” que Bill le había presentado al principio de su viaje, que don Juan era un yaqui de Sonora y que era un brujo temible. En el original, Castaneda había dicho específicamente que Bill era el que le había dicho esto.

Esta historia final contradice todas las versiones previas, especialmente en la parte en que Castaneda salta y aborda a don Juan sin ninguna intervención por parte de Bill. No hay ninguna conversación estúpida en el terrible español de Bill ni nada que se le parezca. En los otros libros se dijo que don Juan había visto como un augurio que Castaneda llegara a él gracias a un idiota balbuciendo estupideces, pero aquí Bill ni siquiera se levanta y no balbuce estupideces a don Juan en absoluto.