Apología de Arístides

Apología
Yo, ¡oh rey !, por providencia de Dios, vine a este mundo y, habiendo contemplado el cielo y la tierra y el mar, el sol y la luna y lo demás, me quedé maravillado de su orden. Pero, viendo que el mundo y todo cuanto en el hay se mueve por necesidad, entendí que el que lo mueve y lo mantiene es más fuerte que lo mantenido. Digo, pues, ser Dios, el mismo que lo ha ordenado todo y lo mantiene fuertemente asido, sin principio y eterno, inmortal y sin necesidades, por encima de todas las pasiones y defectos, de la ira y del olvido y de la ignorancia y de todo lo demás; por El, empero, subsiste todo. No necesita de sacrificio ni de libación ni de nada de cuanto aparece; todos, empero, necesitan de El.

Dichas estas cosas acerca de Dios, tal como yo he alcanzado a hablar sobre El, pasemos también al género humano, para ver quienes de entre los hombres participan de la verdad y quienes del error. Porque para nosotros es evidente, ¡oh rey!, que hay tres géneros de hombres en este mundo: los adoradores de los que entre ustedes llaman dioses, los judíos y los cristianos; y a su vez, los que veneran a muchos dioses se dividen también en tres géneros: los caldeos, los griegos y los egipcios, porque éstos fueron los guías y maestros de las demás naciones en el culto y adoración de los dioses de muchos hombres.

Veamos, pues, quienes de éstos participan de la verdad y quienes del error. Los caldeos, en efecto, por no conocer a Dios, se extraviaron tras los elementos y empezaron a adorar a las criaturas en lugar de Aquel que los había creado. Y haciendo de aquellos ciertas representaciones, los llamaron imágenes del cielo y de la tierra y del sol y de la luna y de los demás elementos o luminares: y, encerrándolos en templos, los adoran, dándoles nombre de dioses, y los guardan con toda seguridad para que no sean robados por ladrones, sin caer en la cuenta que lo que guarda es mayor que lo guardado, y el que hace, mayor que su propia obra. Porque si los dioses de ellos son impotentes para su propia salvación, ¿cómo podrán dar la salvación a otros? Luego, se extraviaron los caldeos, dando culto a imágenes muertas e inútiles.

Y se me ocurre maravillarme, ¡oh rey!, como los llamados entre ellos filósofos no comprendieron en absoluto que también los mismos elementos son corruptibles. Si, pues, los elementos son corruptibles y sometidos por necesidad, ¿cómo son dioses? Y si los elementos no son dioses, ¿cómo lo son las imágenes hechas en honor de aquellos?

Pasemos, pues, ¡oh rey!, a los elementos mismos, para demostrar que no son dioses, sino corruptibles y mudables, sacados de la nada por mandato del Dios verdadero, el que es incorruptible, inmutable e invisible, pero El todo lo ve, y todo lo cambia y transforma como quiere. ¿Qué digo, pues, acerca de los elementos?

Los que creen que la tierra es diosa, se equivocan, pues la vemos injuriada y dominada por los hombres, cavada y ensuciada y que se vuelve inútil. Porque si se la cuece se convierte en muerta, pues de una teja nada nace. Además, si se la riega demasiado, se corrompe lo mismo ella que sus frutos. Es también pisada por los hombres y por los otros animales, se mancha de la sangre de los asesinatos, es cavada y se llena de cadáveres y se convierte en depósito de muertos. Siendo esto así, no es posible que la tierra sea diosa, sino obra de Dios para utilidad de los hombres.

Los que piensan que el agua es Dios, yerran, pues también ella fue echa para utilidad de los hombres y es por ellos dominada; se mancha y se corrompe, y se cambia al hervir y se muda en colores y se congela por el frío. Y es conducida para el lavado de todas las inmundicias. Por eso, imposible que el agua sea Dios, sino obra de Dios.

Los que creen que el fuego es Dios, se equivocan; porque el fuego fue hecho para utilidad de los hombres, y es dominado por ellos, al llevarle de un lugar a otro para conocimiento y asación de toda clase de carnes y hasta para la cremación de los cadáveres. Se corrompe además y de muchos modos al ser apagado por los hombres. Por eso, no es posible que el fuego sea Dios, sino obra de Dios.

Los que creen que el soplo de los vientos es Dios, se equivocan, pues es evidente que est al servicio de otro y que ha sido preparado por Dios en gracia a los hombres para mover las naves y transportar los alimentos y para sus demás necesidades. Además crece y cesa en ordenación de Dios. Por tanto, no es posible pensar que el viento es Dios, sino obra de Dios.

Los que creen que el sol es Dios, se equivocan, pues vemos que se mueve por necesidad y que cambia y que pasa de signo, poniéndose y saliendo, para calentar las plantas y las hierbas en utilidad de los hombres. Vemos también que tiene divisiones con los demás astros, que es mucho menor que el cielo, que sufre eclipses de luz y que no goza de autonomía alguna. Por eso, no es posible pensar que el sol sea Dios, sino obra de Dios.

Los que piensan que la luna es diosa, se equivocan, pues vemos que se mueve por necesidad y que pasa de signo en signo, poniéndose y saliendo para utilidad de los hombres, que es menor que el sol, que crece y mengua y sufre eclipses. Por eso, no es posible pensar que la luna sea diosa, sino obra de Dios.

Los que creen que el hombre es Dios, yerran; pues vemos que es concebido (cd. “movido”) por necesidad y que se alimenta y envejece aun contra su voluntad. Unas veces est alegre, otras triste, y necesita de comida y bebida y vestidos. Vemos además que es iracundo y envidioso y codicioso, que cambia en sus propósitos y tiene mil defectos. Se corrompe también de muchos modos por obra de los elementos y de los animales y de la muerte, que le est impuesta. No es, pues, admisible que el hombre sea Dios, sino obra de Dios.

Se extraviaron, pues, los caldeos en pos de sus concupiscencias, pues adoran a los elementos corruptibles y a las imágenes muertas y no se dan cuenta de que las divinizan.

Vengamos, pues, también a los griegos, para ver si tienen alguna idea sobre Dios. Ahora bien, los griegos, que dicen ser sabios, se mostraron más necios que los caldeos, introduciendo muchedumbre de dioses que nacieron, unos varones, otros hembras, esclavos de todas las pasiones y obradores de toda especie de iniquidades; dioses, de quienes ellos mismos contaron haber sido adúlteros y asesinos, iracundos y envidiosos y rencorosos, parricidas y fratricidas, ladrones y rapaces, cojos y jorobados, y hechiceros y locos. De ellos unos murieron, otros fueron fulminados, otros sirvieron a los hombres como esclavos, otros anduvieron fugitivos, otros se golpearon de dolor y se lamentaron, otros se transformaron en animales.

Por donde se ve, ¡oh rey!, cuán ridículas y necias e impías palabras introdujeron los griegos al dar nombre de dioses a seres tales, que no lo son, lo que hicieron siguiendo sus malos deseos, a fin de que, teniendo a aquellos por abogados de su maldad, pudieran ellos entregarse al adulterio, a la rapiña, al asesinato y a toda clase de vicios. Porque si todo eso lo hicieron los dioses, cómo no habrán de hacerlo también los hombres que les dan culto? Consecuencia, pues, de todas estas obras del error fue que los hombres sufrieron guerras continuas y matanzas y amargas cautividades.

Mas si queremos ir recorriendo con nuestro discurso cada uno de sus dioses, ver s absurdos sin cuento. De este modo, introducen antes que todos un dios Crono, y a este le sacrifican sus propios hijos. Crono tuvo muchos hijos de Rea y, finalmente volviéndose loco, se come a sus propios hijos. Dicen también que Zeus le cortó las partes viriles y las arrojó al mar, de donde se cuenta que nació Afrodita. Atando, pues, Zeus a su propio padre, lo arrojó al Tártaro.

¿Ves el extravío e imprudencia que introducen contra su propio Dios? Conque es admisible que Dios sea atado y mutilado? ¡oh insensatez! Quien, en su sano juicio, puede decir tales cosas?

El segundo introducen a Zeus, de quien dicen que es rey de todos sus dioses y que toma la forma de animales para unirse con mujeres mortales. Y, en efecto, cuentan que se transforma en toro para Europa y Pasfae; en oro para Danae, en cisne para Leda; en sátiro para Antíope, y en rayo para Smele, y que luego de estas le nacieron muchos hijos: Dionisio, Zeto, Anfín, Heracles, Apolo y Artemisa, Perseo, Castor, Helena y Plux, Minos, Radamante, Sarpedón y las siete hijas que llamaron musas. Luego igualmente introducen la fábula de Ganímedes. Sucedió, pues, ¡oh rey!, que los hombres imitaron todo esto y se hicieron adúlteros y pervertidos e, imitando a su dios, cometieron toda clase de actos viciosos. ¿Cómo, pues, es concebible que Dios sea adúltero y pervertido y parricida?

Con este introducen a un cierto Hefesto como Dios, y este, cojo y empujando martillo y tenazas, y haciendo de herrero para ganarse la vida. ¿Es que est necesitado? Cosa inadmisible, que Dios sea cojo y esté necesitado de los hombres.

Luego introducen como Dios a Hermes, que es codicioso y ladrón y avaro y hechicero y estropeado e intérprete de discursos. No se concibe que Dios pueda ser tales cosas.

También introducen como Dios a Asclepio, médico de profesión, y dedicado a preparar medicamentos y a componer emplastos para ganarse el sustento, pues estaba necesitado; luego dicen que fue fulminado por Zeus a causa del hijo del lacedemonio Tindreo y que así murió. Mas si Asclepio, siendo Dios, no pudo, fulminado, ayudarse a sí mismo, ¿cómo ayudar a los otros?

También introducen como Dios a Ares, que es guerrero y envidioso y codicioso de rebaños y de otras cosas, del que cuentan que, cometiendo más tarde un adulterio con Afrodita, fue atado por el niño Eros y por Hefesto. Como, pues, era Dios el que fue codicioso y guerrero y atado y adúltero?

También introducen como Dios a Dionisio, el que celebra las fiestas nocturnas y es maestro en embriaguez, y arrebata las mujeres ajenas y que más tarde fue degollado por los titanes. Si, pues, Dionisio, degollado, no pudo ayudarse a sí mismo, sino que se volvió loco y era borracho, y anduvo fugitivo, ¿cómo puede ser Dios?

También introducen a Heracles, que cuentan haberse embriagado y que se volvió loco y se comió a sus propios hijos, y que, consumido luego por el fuego, así murió. Mas, ¿cómo puede ser Dios un borracho, que mata a sus hijos y es devorado por el fuego? Y ¿cómo podrá socorrer a los otros el que no pudo socorrerse a s mismo?

1. También introducen como Dios a Apolo, que es envidioso y que unas veces empuja el arco y la aljaba, y la cítara y la flauta, y se dedica a la adivinación para los hombres a cambio de paga. ¿Es que est necesitado? Cosa imposible de admitir que Dios esté necesitado y sea envidioso y citaredo.

Luego introducen a Artemisa, hermana suya, cazadora de oficio, que lleva arco y aljaba, y anda errante por los montes, sola con sus perros, para cazar algún ciervo o jabalí. ¿Cómo, pues, puede ser diosa una mujer as, cazadora y errante con sus perros?

También dicen que es diosa Afrodita, que es una adúltera y una vez tuvo por compañero de adulterio a Ares, otra a Anquises, otra a Adonis, cuya muerte lloró, yendo en busca de su amante. y hasta cuentan que bajó al Hades para rescatar a Adonis, de Persfone, la hija de Hades. ¿Has visto, oh rey, insensatez mayor que la de introducir una diosa que es adúltera y se lamenta y llora?

También introducen como Dios a Adonis, cazador de oficio y adúltero, que murió violentamente, herido por un Jabalí, y no pudo ayudarse en su desgracia. ¿Cómo se preocupar , pues, de los hombres el adúltero, cazador y muerto violentamente?

Todo esto y muchas cosa más, más vergonzosas y peores introdujeron los griegos, ¡oh rey!, fantaseando sobre sus dioses cosas que no es lícito ni decirlas ni llevarlas en absoluto a la memoria. De ahí, tomando ocasión los hombres de sus propios dioses, practicaron todo género de iniquidad, de imprudencia e impiedad, mancillando la tierra y el aire con sus horribles acciones.

2. En cuanto a los egipcios, que son más torpes y más necios que los griegos, erraron peor que todas las naciones. Porque no se contentaron con los cultos de los caldeos y de los griegos, sino que introdujeron como dioses aun animales irracionales, tanto de la tierra como de agua, y árboles y plantas; y se mancillaron en toda locura e imprudencia peor que todas las naciones sobre la tierra.

Porque al principio dieron culto a Isis, que tenía por hermano y marido a Osiris, el que fue degollado por su hermano Tifón. Y por esta causa, huyó Isis con su hijo Horus a Biblo de Siria, buscando a Osiris y llorando amargamente hasta que creció Horus y mató a Tifón. Así, pues, ni Isis tuvo fuerza para ayudar a su propio hermano y marido, ni Osiris, degollado por Tifón, pudo protegerse a s mismo, ni el mismo Tifón, fratricida, muerto por Horus y por Isis, halló medio de librarse a sí mismo de la muerte. Y conocidos por tales desgracias fueron tenidos por dioses por los insensatos egipcios, los cuales, no contentos con esto o con los demás cultos de las naciones, introdujeron como dioses hasta los animales irracionales.

Porque unos de ellos adoraron a la oveja, otros al macho cabrío, otros al novillo y al cerdo, otros al cuervo y al gavilán y al buitre y al águila, otros al cocodrilo, otros al gato, al perro y al lobo, y al mono y a la serpiente y al áspid, y otros a la cebolla y al ajo y a las espinas y a las demás criaturas. Y no se dan cuenta los desgraciados que ninguna de esas cosas tiene poder alguno; pues viendo a sus dioses que son comidos por otros hombres y quemados y degollados y que se pudren, no comprendieron que no son dioses.

3. Se extraviaron grandemente, pues, los egipcios, los caldeos y los griegos, introduciendo tales dioses, haciendo imágenes de ellos y divinizando a los ídolos sordos e insensibles.

Y me maravilla como viendo a sus dioses aserrados y devastados con hacha y cortados por artífices, y como por el tiempo se hacen viejos, y como se disuelven y funden, no comprendieron que no había tales dioses. Porque cuando ninguna fuerza poseen para su propia salvación, ¿cómo tendrán providencia de los hombres?

Más sus poetas y filósofos, queriendo con sus poemas y escritos glorificar a sus dioses, no han hecho sino descubrir mejor su vergüenza y ponerla desnuda a la vista de todos. Porque si el cuerpo del hombre, aun siendo compuesto de muchas partes, no desecha ninguno de sus propios miembros, sino que, conservando con todos unidad irrompible, se mantiene acorde consigo mismo, ¿cómo podrá darse en la naturaleza de Dios lucha y discordia tan grande? Porque si la naturaleza de los dioses era una sola, no deba perseguir un dios a otro dios ni degollarle ni dañarle. Y si los dioses se han perseguido unos a otros, y se han degollado, y se han robado y se han fulminado, ya no hay una sola naturaleza, sino pareceres divididos y todos maleficios. De modo que ninguno de ellos es Dios. Luego es patente, ¡oh rey!, que toda la teoría sobre la naturaleza de los dioses es puro extravío.

Y ¿cómo no comprendieron los sabios y eruditos de entre los griegos que, al establecer leyes, sus dioses son condenados por esas leyes? Porque si las leyes son justas, son absolutamente injustos sus dioses que hicieron cosas contra ley, como mutuas muertes, hechiceras, adulterios, robos y uniones contra natura; y si es que todo esto lo hicieron bien, entonces son injustas las leyes, como puestas contra los dioses. Pero no, las leyes son buenas y justas, pues alaban lo bueno y prohiben lo malo, y las obras de los dioses son inicuas. Inicuos son, pues, los dioses de ellos, y reos todos de muerte, e impíos los que introducen dioses semejantes. Porque si las historias que sobre ellos corren son míticas, entonces los dioses no son más que palabras; y si son físicas, ya no son dioses los que tales cosas hicieron y sufrieron; y si son alegóricas, son cuento y nada más.

Queda, pues, ¡oh rey!, demostrando que todos estos cultos de muchos dioses son obras de extravío y de perdición. Porque no se debe llamar dioses a los que son visibles y no ven, sino que hay que adorar como Dios al que es invisible y todo lo ve y todo lo ha fabricado.

4. Vengamos, pues, también, ¡oh rey!, a los judíos, para ver que es lo que éstos también piensan acerca de Dios. Porque éstos, siendo descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, vivieron como forasteros en Egipto y de allí los sacó Dios con mano poderosa y brazo excelso por medio de Moisés, legislador de ellos, y por muchos prodigios y señales les dio a conocer su poder; pero mostrándose también ellos desconocidos e ingratos, muchas veces sirvieron a los cultos de las naciones y mataron a los justos y profetas que les fueron enviados. Luego, cuando al Hijo de Dios le plugo venir a la tierra, después de insultarle, le entregaron a Poncio Pilato, gobernador de los romanos, y le condenaron a muerte de cruz, sin respeto alguno a los beneficios que les había hecho y a las incontables maravillas que entre ellos haba obrado; y perecieron por su propia iniquidad. Adoran, en efecto, aun ahora a Dios solo omnipotente, pero no según cabal conocimiento, pues niegan a Cristo, Hijo de Dios; son semejantes a los gentiles, por más que en cierto modo parecen acercarse a la verdad, de la que realmente se alejaron. Esto baste sobre los judíos…

5. Los cristianos, empero, cuentan su origen del Señor Jesucristo, y éste es confesado por su Hijo de Dios Altísimo en el Espíritu Santo, bajado del cielo por la salvación de los hombres. Y engendrado de una virgen santa sin germen ni corrupción, tomó carne y apareció a los hombres, para apartarlos del error de los muchos dioses. Y habiendo cumplido su admirable dispensación, gustó la muerte por medio de la cruz con voluntario designio, según una grande economía, y después de tres días resucitó y subió a los cielos. La gloria de su venida, puedes, ¡oh rey!, conocerla, si lees la que entre ellos se llama santa Escritura Evangélica.

Este tuvo doce discípulos, los cuales, después de su ascensión a los cielos, salieron a las provincias del Imperio y enseñaron la grandeza de Cristo, al modo que uno de ellos recorrió nuestros mismos lugares predicando la doctrina de la verdad. De ahí que los que todavía sirven a la justicia de su predicación, son llamados cristianos. Y éstos son los que más que todas las naciones de la tierra han hallado la verdad, pues conocen al Dios creador y artífice del universo en su Hijo Unigénito y en el Espíritu Santo, y no adoran a otro Dios fuera de éste. Los mandamientos del mismo Señor Jesucristo los tienen grabados en sus corazones y los guardan, esperando la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir. No adulteran, no fornican, no levantan falso testimonio, no codician los bienes ajenos, honran al padre y a la madre, aman a su prójimo y juzgan con justicia. Los que no quieran se les haga a ellos no lo hacen a otros. A los que los agravian, los exhortan y tratan de hacérselos amigos, ponen empeño en hacer bien a sus enemigos, son mansos y modestos… Se contienen de toda unión ilegítima y de toda impureza… No desprecian a la viuda, no contristan al huérfano; el que tiene, le suministra abundantemente al que no tiene. Si ven a un forastero, le acogen bajo su techo y se alegran con él como con un verdadero hermano. Porque no se llaman hermanos según la carne, sino según el alma…

Están dispuestos a dar sus vidas por Cristo, pues guardan con firmeza sus mandamientos, viviendo santa y justamente según se lo ordenó el Señor Dios, dándole gracias en todo momento por toda comida y bebida y por los demás bienes… Este es, pues, verdaderamente el camino al reino eterno, prometido por Cristo en la vida venidera.

Y para que conozcas, ¡oh rey!, que no digo estas cosas por mí propia cuenta, inclínate sobre las Escrituras de los cristianos y hallar s que nada digo fuera de la verdad.

6 Con razón, pues, comprendió tu hijo y fue enseñado a servir al Dios vivo y salvarse en el siglo que est por venir. Porque grandes y maravillosas son las cosas por los cristianos dichas y obradas, pues no hablan palabras de hombres, sino de Dios. Las demás naciones, en cambio, yerran y a sí mismas se engañan, pues andando entre tinieblas chocan unos con otros como borrachos.

7. Hasta aquí, ¡oh rey!, se ha dirigido a ti mí discurso, el que por la verdad ha sido mandado a mi mente. Por eso, cesen ya tus sabios insensatos de hablar contra el Señor; porque les conviene a vosotros venerar al Dios Creador y dar todo a sus palabras incorruptibles, a fin de que, escapando al juicio y a los castigos, sean declarados herederos de la vida imperecedera.