Infeccion

Andrés Caicedo era colombiano, de una ciudad caliente que apenas conozco que se llama Cali. Se suicidó hace tiempo, a los 25 años. Y este cuento lo escribió a los 15. Me acuerda de mi niñéz, de cuando era chiquita, o mejor dicho de cuando era más chiquita, porque la primera vez que lo leí tenía creo que 14. Les recomiendo que lo lean.
Att. Sonia. Pérez

INFECCION
Andrés Caicedo

                               
                               

            Bienaventurados los imbéciles,
            porque de ellos es el reino de la tierra.
            Yo.

           

            El sol. Cómo estar sentado en un parque y no decir nada. La una y media de la tarde. Camino caminas. Caminar con un amigo y mirar a todo el mundo. Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo esto. Por ser Cali y por se extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad ramera.

              -Mira, allá viene la negra esa.

            Francisco es así, como esas palabras, mientras se organiza el pelo con la mano y espera a que pase ella. ¡Ja! Ser igual a todo el mundo.

            Pasa la negra-modelo. Mira y no mira. Ridiculez. Sus 1,80 pasan y repsan. Sonríe con satisfacción. Camina más allá y ondula todo,  toditico su cuerpo. Se pierde por fin entre la gente, ¿y queda pasando algo? No, nada. Como siempre.

            (Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se luchar. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando. Odio mi calle, porque nunca se rebela a la vacuidad de los seres que pasan en ella. Odio los buses que  cargan esperanzas con la muchacha de al lado, esperanzas como aquellas  que se frustran a toda hora y en todas partes, buses que hacen pecar con los absurdos pensamientos, por eso, también detesto esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio a Cali, una ciudad que espera, pero no le abre las puertas a los desesperados.)

            Todo era igual a las otras veces. Una fiesta. Algo en la cual uno trata desesperadamente de cambiar la tediosa rutina, pero nunca puede. Una fiesta igual a todas, con algunos seductores que hacen estragos en las virginidades femeninas… después, por alla… por Yumbo o Jamundí, donde usted quiera. Una fiesta con tres o cuatro muchachas que nos miran con lujuria mal disimulada. Una fiesta con numeritos que están mirando al que acaba de entrar, el tipo que se bajó de un carro último modelo. Una fiesta con uno que otro marica bien camuflado, y lo más chistoso de todo es  que la que tiene al lado trata inútilmente de excitarlo con el codo o con la punta de los dedos. Una fiesta con muchachas que nunca se han dejado besar del novio, y que por equivocación sn lindas. Y también con F. Upegui que entra pomposamente, viste una chaqueta roja, hace sus poses de ocasión y mira  todos lados para mirar-miradas. Una fiesta con la mamá de la dueña de casa, que admira el baile de su hijita, pero la muy estúpida no sabe, no se imagina siquiera lo que hace su distinguida hija cuando está sola con un muchacho, y le gusta de veras. Una fiesta donde los más hipócritas  creen estar con Dios, maldita sea, y lo que están es defecándose por poder amacizar a la novia de su amigo… piensan  en Dios y se defecan con toda calma mientras piensan en poder quitársela.

            (Si, odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan… y piensan en todo, y no saben si son felices, no pueden asegurarlo. Odio mi cuerpo y mi alma, dos cosas importantes, rebeldes a los cuidados y normas de la maldita sociedad. Odio mi pelo, un pelo cansado de atenciones estúpidas; un pelo que puede originar las mil y una importancias en las fuentes de soda. Odio la fachada de mi casa, por estar mirando siempre con envidia a la casa del frente. Odio  a los muchachitos que juegan fútbol en las calles, y que con sus crueldades y su balón mal inflado  tratan de olvidar que tienen que luchar con todas sus fuerzas para defender su inocencia. Si, odio a los culicagados que cierran los ojos a la angustia de más tarde, la que nunca se cansa de atormentar todo lo que encuentra… para seguir otra vez así: con todo nuevamente, agarrando todo ¡todo! Odio a mis vecinos quienes creen  encontrar en un cansado saludo mío el futuro de la patria. Odio todo lo que tengo de cielo para mirar; si, todo lo que alcanzo, porque nunca he podido encontrar en él la parte exacta donde habita Dios.)

            Conozco un amigo  que le da miedo pensar en él, porque sabe que todo lo de él es mentira, que el mismo es una mentira, pero nunca ha podido -puede- podrá aceptarlo. Sí, es un amigo que trata de ser fiel, pero no puede,  no, lo imposibilita su cobardía.

            (Odio a mis amigos… uno por uno. Unas personas que nunca han tratado de imitar mi angustia. Personas que creen vivir felices, y lo peor de todo es que yo nunca puedo pensar así. Odio a mis amigas, por tener entre ellas tanta mayoría de indiferencia. Las odio cuando acaban de bailar y se burlan de su pareja, las odio cuando tratan de aparentar el sentimiento inverso al que realmente sienten. Las odio cuando no tratan de pensar en estar mañan conmigo, en la misma hora y en la misma cama. Odio a mis amigas porque su pelo es casi tan artificial como sus pensamientos. Las odio porque ninguna sabe bailar mejor go-go que yo, o porque todavía no he conocida a ninguna de  15 años que valga la pena  para algo inmaterial. Las odio porque creen encontrar en mí el tónico ideal para quitar complejos, pero no saben que yo los tengo en cantiades mayores  que los de ellas… por montones. Las odio, y por eso no se los dejo de hacer, porque las quiero, y aún no he aprendido a amarlas.)

            No sé, pero a mí lo peor de este mundo es el sentimiento de impotencia. Darse cuenta uno que todo lo que hace no sirve para nada. Estar cuno convencido de que hace algo importante, mientras hay cosas mucho más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo estado, que no se gana nada, que no se avanza terreno, que se estanca, que se patina. Rrrrrrrrrrrrrrrrrr-rrrrrrrrrrrr-rrrrrrrr-rrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.No poder uno multiplicar los talentos, estar uno convencido  que está en este mundo haciendo un papel de estúpido, para mirar a Dios todos los días sin hacerle caso. ¿Y qué? ¿Busca algo positivo uno? ¿Lo encuentra? Ah, no. Lo únoc que hace usted es comer mierda. ¡Vamos, hombre! No importa en qué forma se encuentre su estómago, piense en su salvación, en su destino, ¡Por Dios, en su destino! Pero está bien, eso no importa. ¿Qué no? Vea, convénzase: por más que uno haga maromas en esta vida, por más que se contorsione entre las apariencias y haga volteretas en medio de los ideales, desemboca uno a la misma parte, siempre lo mismo… lo mismo de siempre. Pero eso no importa, no lo tome tan en serio, porque lo más chistoso, lo más triste de todo, es que usted se puede quedar tranquilamente, suavemente, defecándose, pudriéndose, poco a poco, tómelo con calma… ¡Calma!¡Por Dios, tómelo con calma!

            (Odio a la Avenida Sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio al Club Campestre por ser a la vez un lugar tan estúpido, artificial e hipócrita. Odio al teatro Calima por estar siempre los sábado lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado, perdió  al fin  del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a todos los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudios por conseguir una buena nota. Odio a todos aquellos que se cagan la juventuds todos los días.)

            (¿Es que sabes una cosa? Yo me siento que no pertenezco a este ambiente, a esta falsedad, a esta hipocresía. Y ¿qué hago? No he nacido en esta clase social por eso es que te digo que no es fácil salirme de ella. Mi familia está integrada en esa clase social que yo combato ¿qué hago? Si, yo he tragado, he cagado este ambiente durante quince años, y, por Dios, ahora casi no puedo salirme de él.  Dices que ¿por qué vivo yo todo angustiado y pesimista?¿Te parece poco estar toda la vida rodeado de amistades, pero no encontrar siquiera una que se parezca a mí? No sé que voy a poder hacer. Pero apesar de todo, la gloria está al final del camino, si no importa.)

            (La odio a ella por no haber podido vencer a su conciencia y a sus falsas libertades. La odio porque me demsotró demasiado rápido que me quería y me deseaba, pero después no supo responder a estas demostraciones. La odio porque no las supo demostrar, pero ese día se fue cargando con ellas para su cama. Yo la quiero, muchacha estúpida, ¿no se da cuenta? Pero  apartándonos de eso, la odio porque me originó un problema el berraco y porque siempre se iba con mis palabras, mis gestos  y mis caricias, con todo… otra vez para su cama. Pero, tal vez,  para nosotros exista otra gloria al final del camino, si es que todavía nos queda un camino… quién sabe…

            Odio a todas las putas por andar vendiendo  añoraciones falsas en todas sus casa y sus calles. Odio las mismas mal oídas… odio todas las mías. Me odio, por  no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio… y a ustedes ¿les importa?

            Si, odio todo esto, todo eso, todo. Y  lo odio porque lucho por conseguirlo, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso lo odio, porque lucho por su compañía. Lo odio porque odiar es querer y aprende  a amar. ¿Me entienden? Lo odio, porque no he aprendido a amar, y necesito de eso. Por eso, odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada

            a nada
            a nadie
            ¡sin excepción!)