Fragmentos, Robert Wall Newhouse, Magia y fuego.

Fuente: NEWHOUSE, Robert Wall ; “El poder de las velas”, Editorial Edicomunicación, Barcelona,1993.

Pag. 9-10

“(…) Las cosas se suceden una detrás de otra sin un orden aparente. Las circunstancias parecen ser las dueñas de la situación. Cada paso que damos hacia delante puede ser una promesa de esperanza o una amenaza desesperanzadora. De cualquier manera, cada paso que damos es un paso hacia lo desconocido, hacia las sombras de un futuro incierto, de un tiempo que está por venir y del cual no sabemos apenas nada.
La vida (moderna o antigua) nos ha llevado a tener más inclinaciones que deseos, más imitaciones que verdaderas ganas de realizarnos personalmente.
Cada deseo verdadero es como una vela que encendemos a lo largo de ese camino en penumbras que hemos de recorrer, y la luz de esas velas arquetípicas es lo que le da fuerza y sentido a la vida, y sobre todo a nuestra propia existencia.
(…)
Si todo estuviera a oscuras, el sendero de la existencia sería invisible. Si todo estuviera iluminado, sin contrastes de sombras y oscuridad, el sendero también permanecería escondido.
Es necesario, por tanto, que nuestro camino esté formado de luces y sombras, de iluminación y penumbras.
(…)
Sí, efectivamente todo son analogías, puntos y referencias comunes que nos hablan de algo difícil de definir con palabras. Un ritual no es más que una catarsis que nos permite expresar los sentimientos, las sensaciones, la espiritualidad y todos esos conceptos que llevamos dentro, pero que nos es difícil manifestar de una forma clara y congruente.”

2 comentarios

  • ArjunaV

    Fuente: NEWHOUSE, Robert Wall ; “El poder de las velas”, Editorial Edicomunicación, Barcelona,1993.

    Pag 16-19

    La magia del fuego

    “ El fuego y la luz representan la calma y el bienestar, pero también representan la destrucción y la transformación a través del ígneo elemento.
    Cada ser humano alberga en sí las condiciones del fuego, sólo hace falta que alguien o algo encienda su luz para que se manifieste.
    Así mismo las cosas y los eventos que rodean nuestra existencia tienen su parte de fuego interno que espera ser encendido para manifestarse.
    En cierta forma, todo lo que vemos y deseamos, incluyéndonos a nosotros mismos, está vinculado a y por el fuego. La luz y el fuego nos hermanan, nos enlazan. El poder del fuego está en nosotros, sólo hay que encenderlo.
    Las herramientas de las que se vale el hombre tienen doble filo. Si son bien usadas los resultados serán positivos, pero si son mal usadas, lógicamente, los resultados ser´n negativos. El fuego, con todas sus analogías y correspondencias, no es más que una de tantas herramientas que utiliza el hombre. Su buen uso nos reportará bien, pero su mal uso solo nos traerá contrariedades.
    (…)
    La magia, como ya he dicho en muchos de mis libros, es la capacidad del hombre de transformar su realidad a voluntad. El mago es aquel que domina los eventos y las materias, no el ser pusilánime y supersticioso que está expuesto a la ira de los elementos.
    Utilizar el fuego y las velas en un sentido mágico implica el conocimiento y dominio de los elementos que los componen, y nada tiene que ver con la fatalidad y el destino que tiene asignado el hombre.
    La magia es evolución, búsqueda, creación; no involución, conformismo e irresponsabilidad. La magia no es un campo de esterilidad donde se esperan milagros. La magia es precisamente la capacidad de transformar la fatalidad en un nuevo camino, en un nuevo conocimiento. En la magia no hay maestros de los que dependan una serie de alumnos torpes y asustadizos. En la magia sólo hay encendedores de velas encargados de llevar una flama aquí y una flama allá.
    La magia y los rituales son una responsabilidad personal, no una dependencia divina. En la magia no hay jerarquías delimitadoras y castrantes, porque las posibilidades de la magia son ilimitadas. Tampoco hay magos más poderosos que otros, ni puede haber competencias ni enfrentamientos entre verdaderos magos, porque la llama de una vela no es más poderosa que otra, sino simplemente distinta.
    La esencia del fuego es la misma en todos los casos y su aspecto más brillante o más intenso sólo sirve para realizar correspondencias entre nuestros valores humanos.
    Con todo ello quiero decir simplemente que la magia del fuego y de las velas no tiene más bondad, maldad o poder que el que pueda darle cada persona desde sus personales puntos de vista.
    No debemos olvidar que cada ser humano vive una realidad personal, única e intransferible, en donde todos los demás, incluidos el espíritu, la mente y la materia, no somos más que comparsas.
    Nuestra realidad empieza y acaba con nosotros mismos, sin importar si hemos dedicado la vida al bien o al mal, al progreso o al retroceso, a la responsabilidad integral de nuestros actos físicos, mentales y espirituales, o a la irresponsabilidad de los mismos. El hecho es que nadie puede ver por nuestros ojos ni sentir por nuestra alma. Comprender este simple hecho es dar el primer paso en el mundo de la magia; encender esta primera vela nos abre la puerta al dominio del fuego.
    Podemos engañar a los demás, pero no podemos engañarnos a nosotros mismos por más que lo intentemos o que pretendamos justificar nuestros actos, porque nosotros somos los verdaderos artífices de nuestra realidad. Podemos culpar a los dioses al fuego o al sol, pero interiormente sabemos que no hay más ayuda milagrosa que la que nos procuramos nosotros mismos. A menudo delegamos nuestras responsabilidades en magos, jerarcas y sacerdotes, con la esperanza de que nos solucionen la vida, para tener alguien o algo en quien confiar y a quien echarle la culpa cuando las cosas nos salen mal, pero en el fondo sabemos que los únicos responsables de todo lo que nos pasa somos exclusivamente nosotros.
    Nuestros actos pueden ser positivos o negativos, pero todos responden a una necesidad personal, a un engrandecimiento o detrimento interno. Todo lo hacemos porque sale de nosotros (…) porque de todo lo que hacemos y dejamos de hacer los protagonistas somos nosotros mismos, no hay nada ni nadie más que nosotros en e universo, porque todo lo que vemos y sentimos parte de nuestro interior y vuelve a nosotros mismos.
    Con la magia (…) sucede lo mismo.(…) Todo sucede por nosotros y para nosotros. El mundo sigue, es cierto, pero de nada nos sirve si no estamos presentes para verlo, para sentirlo, para escucharlo.
    Este es el poder de la magia: ser conscientes de nuestro propio ser, de nuestra propia luminosidad, de nuestro propio centro en el universo.
    Uno mismo es dios, uno mismo es fuego, uno mismo es vela, porque uno mismo es todo lo que sentimos y lo que nos rodea.”

  • ArjunaV

    Fuente: NEWHOUSE, Robert Wall ; “El poder de las velas”, Editorial Edicomunicación, Barcelona,1993.

    Pag. 36-38

    Luz que ilumina o luz que deslumbra

    “(…) Hay que tener en cuenta que hay distintos tipos de luz, distintos tonos y distintas intensidades.
    No todas las flamas son iguales e, independientemente de su significado, hay que saber que también pueden ser consideradas como seres con vida propia.
    Mientras una flama brilla vive para nosotros, cuando una llama se manifiesta en nuestra realidad, es real en ese momento.
    Las llamas tienen el poder de captar la atención.(…)
    No son la misma cosa las llamas del abismo que el fuego de las estrellas, pero ambas son igual de atrayentes. No es lo mismo la contemplación de una fogata en la noche o de las estrellas, que la contemplación de un bosque en llamas de un edificio que se quema. Para nadie es un secreto que el fuego incontrolado quema y hace daño, y que el fuego controlado nos permite cocinar, calentarnos y producir energía.
    Algo similar sucede con la flama de las velas. Quizá la simple flama de una vela sólo pueda causarnos una quemadura superficial, pero eso no tiene la menor importancia si pensamos que esa pequeña flama puede deslumbrarnos. ¿ Cómo puede deslumbrarnos una llama tan pequeña? Pues alimentando nuestro orgullo, haciéndonos creer que somos mejores de lo que en realidad somos, haciéndonos pensar que tenemos más cualidades que los que nos rodean, inclinándonos a sentirnos seres especiales elegidos.
    El pensamiento mágico y religioso tiene este inconveniente en general, sobre todo cuando los primeros experimentos nos dan excelentes resultados.
    Un ritual mágico con velas puede ser muy atinado y productivo, pero no por ello hemos de lanzar las campanas al vuelo. Cada experimento es diferente y cada peldaño del sendero no tiene nada en común con el peldaño anterior. Subir un peldaño mas no significa necesariamente ascender. Medir un poco más espiritualmente no quiere decir necesariamente que nuestro espíritu sea mayor.
    Una persona puede tener mayor o menor talento al experimentar con velas, al fin y al cabo es un acto más y en cada acto de la vida hay personas más hábiles y talentosas que otras.
    Pero ninguna habilidad y ningún talento nos hacen mejores que los demás porque esencialmente somos la misma cosa: pequeñas flamas encerradas en un caparazón físico y mental (…). En el fondo nadie es mejor que nadie porque todos somos la misma cosa.
    Todos venimos del mismo sitio y todos terminaremos en el mismo lugar. (…) Todos estamos inmersos en la misma espiral.
    (…) Dejarnos deslumbrar por la flama de una vela es un error que nos confundirá y nos sumirá en una ciega luminosidad hasta que nuestra vista se recupere.
    La flama debe servir para guiarnos en el camino oscuro, no para enceguecernos ni para quemarnos.”