Un cielo dentro de mi

De: LUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 22/03/2006 6:29

Jesús quiere enseñarnos una verdad: nosotros somos templos de Dios y hemos de echar de nuestro interior todo aquello que nos impida amar a Dios (egoísmo, pereza, deseos mundanos…) En el momento del bautismo vinieron a nuestras almas las tres personas de la Santísima Trinidad con el deseo de permanecer más unidas a nuestra existencia. Con esa presencia divina, nuestra alma ¡se convierte en un pequeño cielo! Debemos aprender a tratar cada vez mejor a Dios, que mora en nosotros.

Para hablar con Dios, presente realmente en el alma en gracia, es necesario el recogimiento de los sentidos, que tienden a desparramarse y quedarse apegados a las cosas. Sabernos “templos de Dios” y actuar siempre en consecuencia, esforzándonos por vivir en la intimidad de la Santísima Trinidad. Esto no significa estar siempre absortos en una elevada contemplación de Dios, pero sí tenerle presente como nuestro compañero de las actividades diarias, del trabajo o estudio, de la vida familiar, de los momentos de diversión. En la medida en que purificamos nuestro corazón y nuestra mirada, en la medida en que procuramos ese recogimiento, nos resultará más fácil encontrar a Dios en la oración.

Cuando Jesús dice a los judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”, hablaba del templo de su cuerpo, de la necesidad de llevar una vida sacrificada y estar  cerca de la cruz. Es allí donde el alma alcanza la plenitud de la identificación con Cristo.

No es posible seguir al Señor sin la cruz: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”, son palabras que también hoy nos repite el Maestro. Es necesario que mortifiquemos nuestro cuerpo, nuestros sentidos, para purificar nuestro corazón y hacerlo más humilde. Para dar fruto es necesario el sacrificio. No hay cosecha sin sementera. Para ser sobrenaturalmente eficaces hemos de morir a nosotros mismo mediante la continua abnegación, olvidarnos por completo de la comodidad y del egoísmo. Pero este sufrimiento no nos puede dejar tristes: ¡es por el Señor por quien sufrimos, y Él nos dará el ciento por uno en esta vida, y después la vida eterna! seamos felices regocijandonos en su amor.

¡¡¡  Que el amor de Dios te envuelva  !!!