A la caza del peyote

A la caza del peyote

Los huicholes identifican al peyote con el venado y emprenden una auténtica cacería anual para obtener hikuri. Estas peregrinaciones culminan en Wirikuta, una región cercana a Real de Catorce en San Luis Potosí. En la geografía huichola Wirikuta es el centro del mundo, el lugar de los dioses antepasados, el sitio donde se origina la vida sagrada de la tribu. Hasta no hace mucho sus antepasados caminaban unos 300 kilómetros para llegar allí. Aunque actualmente buena parte del trayecto la hacen en vehículos, el viaje sigue siendo largo y pesado. En 1960 un grupo de antropólogos recibió autorización de los huicholes para acompañarlos en algunos de sus viajes. Gracias a ello sabemos que un experimentado mara’akame o chamán, que está en contacto con Tatewari (Nuestro Abuelo Fuego) es quien guía el viaje. Tatewari, conocido también como Hikuri, el dios peyote, es la deidad huichola de mayor antigüedad. Tatewari condujo la primera peregrinación del peyote a Wirikuta y los participantes siguen sus pasos a fin de “encontrar su vida”.

La preparación para emprender la cacería incluye la confesión y la purificación rituales. Al llegar ante las sagradas montañas de Wirikuta, los peregrinos reciben un baño ritual y realizan plegarias en favor de la fertilidad y la lluvia; posteriormente el chamán inicia una serie de prácticas ceremoniales, relata historias sobre la antigua tradición del peyote, invoca protección para lo que ha de venir y conduce a los participantes hasta los “umbrales cósmicos” donde sólo él puede ver las huellas del venado. Cuando localiza el peyote, lanza una flecha que va a dar al cacto. Entonces se lleva a cabo una ofrenda y todos buscan más peyote y llenan varias canastas para compartirlo con los que se quedaron en casa y para vendérselo a coras y tarahumaras que, aunque usan el peyote, no suelen ir en su búsqueda. Por la noche tiene lugar el rito a través del cual los cazadores del peyote entran en contacto con las Primeras Gentes. Se colocan cuatro flechas apuntando hacia los cuatro puntos cardinales y justo a la media noche se enciende una fogata. El chamán bendice tabaco tocándolo con plumas antes de distribuirlo entre los participantes. Después de fumar tabaco, cada uno ingieren entre 8 y 13 gajos de hikuri. Todos encienden velas y murmuran plegarias mientras el chamán se comunica con los elementos y maneja kupuri (fuerza de energía vital). Se inicia entonces “el peligroso tránsito hacia el otro mundo”. Este paso consta de dos etapas: “la primera es el puente hacia las nubes estruendosas y la segunda, la separación de las nubes. Esto no representa un lugar en la Tierra sino que pertenece a la “geografía de la mente”; para los participantes, pasar de una etapa a otra es un evento lleno de emoción… la cacería del peyote es un regreso a Wirikuta, al paraíso, al arquetípico principio y final de un pasado mitológico.” (2)

Un chamán huichol busca entrar en contacto con la divinidad a fin de obtener visiones del pasado que le permitan adquirir conocimiento para orientar su vida y ayudar a los demás. Su meta última es un clarísimo ejemplo de sabiduría: dejar de contactar a la divinidad a través del peyote, toda vez que aprenda a quedarse con él en su interior.

A sus más de ochenta años un renombrado chamán huichol, Don José Matsúwa, le confió a su aprendiz Prem Das: “El camino del mara’akame [chamán] nunca termina. Yo soy un viejo y sin embargo sigo siendo un nunutsi [bebé] frente al misterio del mundo.” Ramón Medina Silva, otro chamán huichol entrevistado por la antropóloga Barbara Myerhoff, dice: “Todos nuestros símbolos, el venado, el peyote, el maíz de cinco colores, todos los que has visto ahí en Wirikuta, cuando vamos a cazar el peyote, son bellos. Y son bellos porque son verdaderos.” (2)

Viaje a la Sierra Tarahumara

Entre los tarahumaras, la danza del peyote puede realizarse en cualquier época del año, por motivos de salud o prosperidad de la tribu. En ocasiones se incorpora a otras fiestas ya establecidas. La parte principal de la ceremonia consiste en una serie de bailes y rezos precedidos y seguidos por un día de ayuno. Se realiza en un área despejada donde se colocan leños de roble y pino orientados en dirección este-oeste para posteriormente encender una fogata. El guía es secundado por varias mujeres encargadas de moler el cacto fresco en metates. El guía se ubica al oeste del fuego, frente a él hay un pequeño hoyo en el que se coloca el peyote cubierto con una jícara que sirve como caja de resonancia de un raspador. El peyote está bajo la caja de resonancia “porque le gusta el sonido”. Las canciones que se entonan durante la ingestión alaban al peyote por la protección que brinda a la tribu.

Los rituales curativos son bastante distintos. El chamán tarahumara cura al amanecer. Después de haber ingerido peyote y bailado buena parte de la noche, termina la danza con tres golpes seco. Todos los asistentes que han estado haciendo lo mismo, se detienen. El chamán se yergue acompañado por un joven asistente y camina en círculo bendiciendo con agua la frente de todos los participantes. Entonces toca tres veces al enfermo con su bastón mientras golpea el suelo también tres veces. El polvo que se levanta es considerado un poderoso dador de vida y se recupera para uso medicinal. El rito culmina cuando el chamán envía al espíritu del peyote de vuelta a su lugar, para ello abre sus brazos al incipiente sol y golpea tres veces el suelo con sus pies: “Una vez que el espíritu del peyote ha concedido sus bendiciones, se convierte en una bola y vuela de regreso a su refugio.” (1)

Tras algún tiempo en contacto con su cultura y sus tradiciones, el poeta francés Antonin Artaud consiguió ser invitado sus ceremonias. Tiempo después consignaría sus experiencias en Viaje al país de los tarahumaras. Allí relata que antes de probar el peyote en medio de un ritual de sanación bastante elaborado, escuchó en boca de uno de sus anfitriones esta sencilla y magnífica recomendación: “El que verdaderamente ha bebido ciguri, HOMBRE y no FANTASMA indeterminado, sabe cómo están hechas las cosas y no puede ya perder la razón porque es Dios el que está en sus nervios y desde allí lo conduce. Pero beber ciguri es justamente no exceder la dosis porque ciguri es lo infinito, y el misterio de la acción terapéutica de los remedios está ligado a la proporción que nuestro organismo absorbe.” (1)

Fuentes de consulta:

1. Artaud, Antonin: México y Viaje al país de los tarahumaras, FCE, México, 1995.

2. Schultes, Richard E. y Hofmann, Albert: Plantas de los dioses. Orígenes del uso de los alucinógenos, FCE, México, 1993.