ENSAYO SOBRE ALGUNOS MITOS Y RITOS SELK’ NAMS

De: Alias de MSNThe_dark_crow_v301  (Mensaje original) Enviado: 21/02/2005 1:21

ENSAYO SOBRE ALGUNOS MITOS Y RITOS SELK’ NAMS
Por Anne M. Chapman

Anne Chapman es autora de célebres investigaciones sobre los selk’ nams u onas. En Los onas, editorial Emecé, ha estudiado profusamente el ritual ona del hain. Aquí, la antropóloga francesa bucea en diversos aspectos simbólicos de algunos mitos del desaparecido pueblo de la Isla Grande de Tierra del Fuego, pueblo creador de una de las más ricas mitologías de la historia.   

    “¿A dónde se fueron las mujeres que cantaban como los tamtam (canarios)? Había muchas mujeres. ¿A dónde se fueron?”, me preguntó un día Lola Kiepja, la última selk’nam de Tierra del Fuego que vivió como indígena. Eso fue en mayo de 1966 cuando estuve viviendo con ella cerca del Lago Fagnano en lo que era entonces la reserva indígena. Lola falleció pocos meses más tarde a la edad aproximada de 90 años. Desde su muerte el 9 de octubre de 1966 hasta la fecha, 15 de agosto de 1973 han muerto cuatro hombres de ascendencia selk’nam. En la Isla Grande, Tierra del Fuego, quedan en vida cinco personas de madre indígena y cuatro más que hablan aún el idioma de sus padres, o sea Angela Loij, una mujer dulce y sonriente; Luis Garibaldi Honte, el mayor de todos; Federico Echelaite, trabajador de estancia y Augustín Clemente, de madre selk’nam (1) y padre yámana (yahgan). Y aún vive Leticia Ferrando cuyo padre era selk’nam y la madre alakaluf. Hay varias personas en la Patagonia y aún en Buenos Aires de ascendencia selk’nam. Son los que quedan de un grupo que se estimó en 3.500 o 4.000 individuos antes de la llegada de los blancos a la Isla Grande por el año 1880 (2). Pese a los esfuerzos bien intencionados de los misioneros salesianos y otros blancos como los hijos del misionero T. Bridges, los selk’nam desaparecieron a raíz del encuentro con los blancos. Fueron asesinados, murieron de enfermedades aportadas por los blancos y fueron deportados fuera de la zona. Otros sucumbieron en luchas fraticidas de los últimos veinte años del siglo pasado y principio de éste.
Los selk’nam eran un pueblo de tipo paleolítico. Fabricaban herramientas de piedra, hueso y madera y vivían de la naturaleza, sin cultivar la tierra. Una actividad capital para ellos era la caza, pues comían sobretodo guanacos y varias especies de roedores, se vestían con pieles de estos dos animales, además de la del zorro. Hacían sus toldos de pieles de guanaco. Recogían moluscos, huevos, bayas, ciertas raíces, semillas y hongos. Cazaban pájaros y focas; pescaban en las lagunas y por las playas y aprovechaban ballenas encalladas. A menudo cambiaban de campamento: el hombre iba adelante, sosteniendo el arco con el brazo y el carcaj con las flechas sobre el hombro. Lo seguía su mujer cargada de todos los objetos domésticos y a menudo de un bebé atado a la espalda en una tabla-cuna. Detrás iban los niños y los viejos. Las marchas se hacían por terrenos conocidos. Las paradas estaban previstas según la caza o la pesca que se esperaba encontrar. Conocían a fondo su isla y dieron nombres a todos los relieves topográficos. Familias extendidas (de tres o cuatro generaciones) patrilincales y patrilocales, ocupaban un terreno específico llamado haruwenh, cuyos límites eran respetados (generalmente) por los vecinos (3).
Los que habitaban terrenos muy apartados unos de otros, se conocían por lo menos de vista o de oídas, Pues tenían muchas oportunidades de reunirse. Cuando encallaba una ballena los primeros en llegar encendían dos fuegos como señal para que todos los que alcanzaran a verlos acudiesen a participar del despedazamiento del animal. Se reunían para celebrar competencias: largas carreras a pie, luchas cuerpo a cuerpo o para probar su destreza contra un voluntario que saltaba sin cesar tratando de esquivar las flechas, despuntadas para esa ocasión. Cuando moría una persona renombrada, la gente se dirigía a su haruwenh al ver la tierra quemándose en señal de luto, para expresar su pesar por medio de cantos y otros ritos. El trueque atraía también a gentes que vivían a veces muy lejos unos de otros: se intercambiaban piedras para encender el fuego, para hacer herramientas, maderas para fabricar arcos, flechas, soportes de toldos, plumas decorativas para tocas, grandes caracoles para extraer agua, caracolitos que se arreglaban en forma de collares, etc.
Otro tipo de “encuentro” eran los combates que duraban uno o dos días o solamente algunas horas pero que, a pesar de su brevedad, eran a veces mortíferos para los hombres. Los vencedores solían llevar las mujeres de los vencidos para incorporarlas a su grupo aunque a menudo las mujeres así raptadas lograban escapar y volver con los suyos.
Los chamanes, llamados xo’on hacían reuniones públicas para discutir las tradiciones místicas y realizar competencias de poder espiritual y cantaban y recitaban las tradiciones místicas en estado de trance. Una de las pruebas culminantes y más promágico. Los xo’on más renombrados digiosas de los xo’on consistía en introducir una flecha con punta de madera bajo la piel, justo debajo de la clavícula y, arrastrándola paulatinamente a través del pecho, hacerla salir a la altura de la cintura, sin sangrar. Otra ocasión de reunión de aún mayor significación cultural era la ceremonia conocida como el hain. Muchas familias de distintos haruwenh se dirigían a un lugar predeterminado para iniciar a los varones púberes y hacerlos pasar a la categoría de adultos mediante la ceremonia del hain, que, normalmente, duraba de dos a tres meses. Y si el hain era una ceremonia de iniciación, era a la vez el eje cultural y psicológico de la sociedad: simbolizaba en una compleja síntesis, el razonamiento y la razón de ser de la existencia comunal e individual.
Entre los símbolos la Luna se sitúa en el centro del eje lógico de ese pensamiento. No es simplemente el símbolo de la mujer como tampoco el Sol lo es el del hombre. Su “función” en el esquema conceptual es compleja. Es “ella” que crea el drama de los orígenes, del pasado mitológico, y es a través de su transfiguración de mujer terrestre en mujer celeste que los selk’nam se explican el porqué de su existencia presente y aprehenden la amenaza del futuro: amenaza de muerte por el individuo, amenaza de desequilibrio por la sociedad. Más adelante volveremos sobre este aspecto de nuestro análisis.
Luna es la esposa cuyo marido (Sol) no logra alcanzar. El símbolo de la sociedad es Sol, así el día es luminoso. Aunque Luna aclara parcialmente la noche, de ella emana un peligro intangible. Ella se pone en eclipse para mostrarse amenazante. Y durante estos momentos los chamanes (xo’on), los demás hombres y las mujeres se reúnen para rendirle homenaje, para apaciguar su rencor y asegurarse que mañana será igual que hoy, que Sol reinará en todo su esplendor y que la Luna cambiante e iracunda, se conformará con huir en la noche.

Mitos: Cuando los dioses habitaban la tierra

Luna es Sho’,On Tam, la hija del Cielo, su hermana es Nieve. Su esposo, Sol, es hermano de Viento. Nieve, el hermano de la Luna, se casó con la hermana de Lluvia.
Luna (Kre) y Nieve (Xoshé) pertenecen al Sud. Sol (Kren) y Viento (Shenu) son del Oeste. Lluvia (Chalu), Mar (Ko’oh) y su hermana Tempestad (O’oké) son del Norte. Este, lugar de la cordillera resbaladiza era el “centro” del universo y la sede del poder chamánico. Allí está Temukel, Palabra, el más poderoso de todos.
En la era mítica que se llama hówenli, todas estas fuerzas, lo mismo que algunas estrellas, habitaron la tierra y fueron poderosos chamanes. Y esa “gente” de la era de hówenh se llaman los hówenh. Cuando se originó el mundo actual y la sociedad humana, la mayor parte de los hombres y de las mujeres howenh fueron transformados en los animales, cordilleras, corros y acantilados, pampas y valles, lagos y lagunas de la tierra, o sea en lo que se conoce hoy en día como la Isla Grande, Tierra del Fuego. Uno de los hówenh se convirtió en arco iris. Tanto antes como después de la metamorfosis, todos pertenecían a uno de los cuatro cielos (sho’on), como pertenecían también todos los humanos, los selk’nam, por transmisión patrilineal.
Al igual que los selk’nam después, los hówenh tuvieron sus territorios bien delimitados, sus har wenh. Toda la isla estaba dividida entre ellos. El har wenh de Luna, por ejemplo, se llama Apen y se encuentra al sud de la isla, a los pies de una cordillera de nieves eternas donde, desde luego, habitaba también su hermano Nieve.
En la era de hówenh Luna era el chamán más poderoso, con excepción de Palabra. Ella y las demás mujeres dominaron a los hombres. La sociedad hówenh era pues un Matriarcado. Los grandes chamanes hombres: Sol, Viento, Lluvia y Nieve, así como todos los hombres, se ocuparon de las tareas humildes: de llevar las cargas cuando las familias se desplazaban, de cocinar, de vigilar a los bebés y a los hijos pequeños, de traer el agua para el uso doméstico, etc.
Las jóvenes hówenh accedían a la posición social de mujer adulta por medio del rito a lo cual aludimos, llamado ha¡ . A la choza ceremonial, una gran construcción cónica hecha de troncos, también se le decía hain. En preparación a la ceremonia ciertas mujeres hówenh, ya iniciadas, se disfrazaban de espíritus, usando altas máscaras hechas de corteza de árbol o cuero de guanaco que les llegaban hasta los hombros o hasta las rodillas. Otros espíritus eran representados por mujeres cuyos cuerpos se pintaban con arcilla roja y blanca y cenizas sobre lo cual se trazaba dibujos geométricos, símbolos de su identidad. Un espíritu se cubría de plumones blancos pegados al cuerpo desnudo y su máscara. Los maquillajes, las máscaras y los movimientos del cuerpo traducían con tal exactitud la imagen de los espíritus que los hombres, hówenh, espectadores pasivos, confundían a los actores con los personajes representados.  Los hombres creían que los espíritus surgían de las entrañas de la tierra y descendían de los cielos para participar de la iniciación de las mujeres jóvenes en el recinto del hain donde ningún hombre podía penetrar y ni siquiera aproximarse. Así cada vez que se celebraba el rito los hombres vieron a los espíritus manifestar su solidaridad con las mujeres y su aprobación por el dominio que ellas ejercían sobre la sociedad hówenh. Así era el orden inquebrantable del universo.
Por lo menos así parecía desde “siempre”, hasta que un día unos hombres hówenh, los que después fueron transformados en Sít, (un ostrero), en Kehke (borotero) y en Chechu (chingolo), todos asociados al cielo del Oeste (el de Sol), se acercaron al hain para espiar (4). Y lograron sorprenderlo a uno de los ,,espíritus” en el acto de disfrazarse. Era uno llamado Mata. Se dieron cuenta enseguida que todos los “espíritus” no eran sino mujeres disfrazadas. Descubierta la verdad, Sit silbó para alertar a los demás hombres. La mujer que iba a representar Mata fue aniquilada allí mismo transformándose en cisne de cuello negro y rostro mitad negro y mitad blanco como ella se estaba pintando para hacer el papel de Matan. Del interior del hain, las demás mujeres oyeron el silbido y enseguida apagaron el fuego sagrado (5). Los tres compañeros se transformaron luego en los pájaros mencionados arriba. Como espías que eran, ahora caminan sin hacer ruido, mirando hacia todos lados y confundiéndose con su medio ambiente. Sit conserva siempre el mismo canto, un silbido de alerta.
El marido de Luna, exasperado por esta revelación, empujó a su mujer al fuego del hogar. Ella logró escaparse al cielo pero no sin que antes su cuñado, Viento, también la arrojara al fuego. Con el rostro seriamente quemado y sintiendo una cólera sin límites, jamás ha dejado de odiar a los hombres. Cuando abandonó la tierra para siempre, convertiéndose en la Luna, su marido se transformó en el Sol y desde entonces la persigue por el cielo intentando atraparla, sin que hasta ahora lo consiga.
Todos los meses la Luna revive este suceso. Aparece llena como en la época de su antiguo poderío aunque desfigurada por las cicatrices (“manchas” lunares) que recuerdan la ofensa irreparable. Entonces disminuye hasta desaparecer para iniciar su nuevo ciclo.
Entonces fue Sol el que enseñó a los hombres a castigar a sus mujeres. Aunque no pudo o no quiso matar a la suya. Luna fue la única mujer hówenh del hain femenino que logró salvarse, Sol hizo matar a su hija Tamtam la hermosa, transformada después en Canario. Y en la sociedad humana las mujeres selk’nam ocuparon el lugar de los hombres hówenh como espectadoras pasivas del hain masculino, ellas entonaban el canto de Tamtam todas las auroras mientras duraba la ceremonia.
Hubo hombres hówenh que trataron de salvar a sus hijas. Cuando Sit alertó a los demás hombres hówenh y reveló que el hain no era sino una farsa de mujeres, los hombres se encolerizaron y tomaron el hain por asalto y masacraron a todas las mujeres. Pero un hombre hówenh Tari (Pato Vapor) quiso defender a su hija que en el momento del asalto se acurrucó entre las piernas de su padre, pero su padre no pudo contra los demás y ella también cayó flechada. Keysaishk (Comorán) luchó contra Karkai (Carancho) para salvar su hija, pero fue en vano.
Los hombres hówenh mataron a todas las mujeres y también a las jóvenes iniciadas pues éstas conocían ya el secreto del hain. El secreto que había sido tan celosamente guardado de los hombres era que los espíritus no eran divinidades sino simples mujeres disfrazadas. Del sexo femenino sólo quedaron las niñas pequeñas, que eran inocentes de la “perfidia” de sus madres y hermanas mayores.
Después de la matanza de las mujeres hówenh, los hombres, niños y niñas partieron -a los confines del mundo, al Este más allá de los mares. Allí permanecieron mucho tiempo llorando a sus mujeres y madres. Cuando las niñas a su vez se convirtieron en mujeres, los hówenh retornaron haciendo un larguísimo viaje. Caminaron durante “siglos”. Pasaron por las cordilleras más allá de los mares, por las del Norte, luego las del Oeste y finalmente volvieron a la tierra por las del Sud.
Los hówenh fundaron entonces el hain masculino. Y en este mismo tiempo vino un hówenh del cielo del Norte trayendo consigo la Muerte. Los hówenh no podían “convivir” con la Muerte puesto que eran ellos los inmortales. Así fue que los más poderosos abandonaron la tierra y se transformaron en astros: las Pléyades, Orión, Venus, etc. Otros de los más poderosos se convirtieron en el Viento, la Lluvia, la Nieve, el Mar, etc. Y el mayor de todos hizo o se hizo la Palabra. Otros los más humildes, se hicieron pájaros, animales, peces, cerros y lagunas, etc. Fue por aquel “entonces” que el primer ser humano, el primer selk’nam, fue creado de un terrón de tierra. Y a partir de entonces los hombres selk’nam guardaban el secreto del hain para dominar a las mujeres. Así que se originó la sociedad humana, la sociedad selk’nam, el Patriarcado.

Ritos: Cuando los selk’nam habitaban la tierra

Desde, probablemente, millares de años atrás y hasta fines del siglo pasado, los jóvenes selk’nam eran iniciados en le hain donde les revelaban que los espíritus del hain eran sólo hombres disfrazados para engañar a las mujeres. A lo largo de los meses que duraba la ceremonia, los klc,keten, o sea los jóvenes iniciantes, debían dejar de ser niños para convertirse en hombres. Esto es el sentido que daban a las duras pruebas físicas y morales que los jóvenes tenían que soportar, como también a la educación que allí les impartían los viejos. Les instruían en las tradiciones de hówenh, a propósito de los orígenes y las transformaciones de todas las cosas del universo. Les enseñaban el comportamiento que debían seguir y las obligaciones familiares y sociales que debían cumplir. Y tenían que confesarse si habían cometido falta contra ese código, durante su niñez.
Para el “espectáculo” que se presentaba a las mujeres durante el transcurso de toda la ceremonia, hombres escogidos especialmente por sus diferentes dones interpretaron los espíritus del hain, unos quince, veinte o más según el número de participantes en el evento. Sin embargo dos espíritus del hain no eran representados por “actores”. Aquí nos ocuparemos solamente de uno, ,cuyo nombre era Xalpen, un espíritu subterráneo que la tradición describía como hembra caníbal, voraz y colérica. Esta no era representada por nadie debido a razones que se verán a continuación.
En la era hówenh, y del hain femenino, fue sobretodo Xalpen quien estremecía de terror a los hombres. Era mitad roca y mitad carne. Cuando emergía de su recinto subterráneo al interior de la choza ceremonial y durante todos los meses que duraba el rito, no cesaba de reclamar carne de guanaco y toda clase de alimentos. Los hombres hówenh fueron obligados a buscarlos y ofrecérselos, tratando así de calmar su apetito insaciable esperando que así ella no exigiría carne “humana”. Ella metía todo lo que los hombres le traían, en un gran bolso que, según se decía, estaba hecho de piel de guanaco y adornado con rayas rojas. En los momentos culminantes de la ceremonia, se desesperaba por comer carne “humana”. En otro artículo esperamos tratar más a fondo este y otros aspectos del rito, pues su descripción merece una atención detenida.
Cuando los hombres hówenh hubieron arrancado el secreto del poder a las mujeres, los recuerdos de éstas se volvieron incomunicables pues ellas fueron transformadas en elementos del cosmos y de la naturaleza o en animales y por lo tanto privadas de la palabra. Y lógicamente Xalpen fue obligada a servir a sus antiguas víctimas, es decir a los hombres, en perjuicio de sus anteriores amas, las mujeres.
En el tiempo “humano”, (pasado el mitológico) al preparar la ceremonia, ciertas veces los hombres fabricaron un Xalpen con una armazón hecha de arcos que rellenaban con hierbas para darle volumen y solidez. Forraban el armazón con cueros de guanaco cosidos y pintados con rayas de arcilla roja. En ciertos momentos del rito, lo asomaban un poco a la entrada del hain para mostrarla a las mujeres esperando así atemorizarlas. Las mujeres la percibían pero de lejos, pues les estaba prohibido acercarse al hain.
En el interior del hain los hombres golpeaban el suelo con pieles de guanaco enroscadas para fingir la cólera de Xalpen y recordar a las mujeres su hambre implacable. Los kloketen entonces salieron a cazar para aportarle comida, mientras las madres de los kloketen, a unos cientos de metros del hain, entonaban súplicas a Xalpen:
“Ahora (los kloketen) están lejos, Las tobillos cansados.
Corazón bueno. Los hombres se empeñan (porque Ud. es) buena.”
La caza duraba días y días. Los kloketen salían y desplomándose bajo el peso de los guanacos, volvían al hain. Pero aún la avidez de Xalpen no disminuía; por el contrario, se excitaba con cada llegada de los kloketen. Hasta que su furia por la carne humana se desencadenaba Y arrojándose sobre ellos los despedazaba uno por uno, desde el cuello hasta el vientre, usando la larguísima uña de su índice. Cuando acababa con uno, sacudía el suelo con un gran golpe. Los hombres aullaban en el interior del hain procurando dominarla a la vez que atontados por la terrible muerte de sus hijos.
Esta escena de horrores era pues la farsa más completa imaginable En realidad los hombres en el interior del hain no se ocupaban sino en hacer los efectos de sonido. Gritaban y golpeaban el suelo representando así el drama para el público (las mujeres). Durante la bulla los kloketen estaban sentados tranquilos unos y quizás preocupados otros, pensando en la angustia de sus madres que les creían devorados por el monstruo femenino.
Las mujeres, afuera, oyendo los gritos de sus maridos, los gemidos de sus hijos y los golpazos de Xalpen se desesperaban y sollozando, cantaban para implorar a Xalpen que tuviera piedad de sus hijos. Y a veces agobiadas por su impotencia, las madres cantaban blasfemias a Xalpen:
“Cabeza de piedra.
Cara enfurecida.”
Y la tierra también temblaba con el furor de Xalpen.
Hasta la aniquilación de esta cultura, hacia fines del siglo pasado, el secreto del hain fue rigurosamente ocultado a las mujeres de todas las edades y a los varones aun no iniciados. Si, por casualidad, una mujer, descubría el secreto, encontraba pronto la muerte, supuestamente embrujada por un chamán, a menos que, sabiendo la verdad, no la dejara entrever.
Si el “personaje” de Xalpen es el símbolo de la mujer que traicione su propio sexo al destrozar y comer los hijos de las mujeres, Luna permanece siempre fiel al suyo, pero tan excesiva es su fidelidad que las mismas mujeres la repudian porque, aunque movida por pasiones diametralmente opuestas a las de Xalpen, comete la misma atrocidad, esto es, ella también “come” a los varones. Así, nos parece, que entre la mística del hain y la de Luna, la sociedad selk’nam resolvía el conflicto que simbólicamente amenazaba su equilibrio: conflicto entre los sexos por el dominio traducido como la derrota del matriarcado mitológico frente al patriarcado real.
Pasemos rápidamente por algunos aspectos del rito lunar.
Desde que el mundo es lo que es, la Luna se pone en eclipse para mostrar que mantiene su cólera en contra de los hombres, como en el primer instante de su humillación. Su rostro entonces se enrojece de la sangre de los hombres muertos sangrándose y de los que morirán así y la tierra aparece como si estuviera empapada en sangre: la Luna está comiendo a los hombres.
Por sus sueños los xo’on (chamanos) sabían cuando la Luna entraría en este estado. Se reunían entonces de dos, tres o más xo’on con gentes de sus haruwenh respectivos. Las mujeres aparecían pintadas con arcilla roja, sus rostros rayados de arcilla blanca, de la nariz a las orejas. Golpeando el suelo con pieles de guanaco enrolladas, cantaban en coro para apaciguar el furor de la Luna:
“Corazón bueno… Mujer de Apen. Luna a cara ancha.”
Los xo’on pintados de una marca redonda y roja en cada mejilla, lucían un tocado, un po’or, de plumas muy finas además de su larga capa de piel de guanaco y miraban la Luna mientras la cantaban:
“Vámonos a la Hija del Cielo.”
Durante el eclipse el xo’on debía visitar a Luna, en espíritu desde luego. Para eso tenía que estar en estado de trance pues solamente así podría liberar su espíritu (waiyuwen) de su cuerpo. Concentrándose en ella, saltaba y cantaba hasta que sentía que su waiyuwen partía al cielo como un Kehe (un halcón). En ese momento entonaba el grito del halcón que es el pájaro que penetra más profundamente en el cielo.
Luna se sentaba en el ángulo Sud (su sho’on, “cielo”) de un espacio delimitado por cuatro troncos de árboles en representación del espacio del universo, los cuatro cuartos del cielo. Cuando el waiyuwen de un xo’on llegaba junto a Luna, ella le hacía saber si tenía o no, derecho a sentarse. Los que tenían permiso de hacerlo debían colocarse en el lugar que les correspondían por su afiliación a uno de los cuatro cielos, exactamente como en la tierra, en el interior de la choza ceremonial, el hain.
Los favorecidos por Luna, los que tenían permiso para sentarse, no morirían en un futuro próximo Pero el xo’on a quien le era negado permiso para sentarse se encontraba colocado en la sombra de Luna, bajo sus rodillas o detrás de ella. Comprendía entonces que estaba condenado. Luna no lo miraba.
En la tierra, el chamán que veía su toca de plumas en la sombra de Luna y las plumas mojadas de sangre, sentía que moriría pronto, que Luna lo había “agarrado”, que lo había embrujado. Su cuerpo temblando, él cantaba:
“Estoy Allá. Mi cabeza está en la sombra.
Estoy agarrado por la Hija del Cielo. Estoy debajo de sus rodillas.
Alguien me matará. Estoy agarrado por la Luna.”
Entonces las mujeres elevaban sus voces en coro, insultándola:
“Luna – cara quemada.
Cara enfurecida.”
Aquel que Luna “comerá”, ella le mostraba una cosa ensangrentada, sea un puñado de hierbas, una punta de flecha, un desgarrón de su capa (6). Ese sería matado en un combate o aniquilado solo. Los que van a sucumbir por una enfermedad, se ven en la sombra de Luna como un halcón sin plumas.
A sus favorecidos Luna les daba una cosa redonda, de piedra, madera o cuero de guanaco. Y cuando su espíritu descendía a la tierra, otro xo’on se acercaba a él y tomaba con la boca, la cosa redonda que la Luna le había dado. Pero el sentenciado por Luna, descendía sin nada.

Creencias

En el tiempo de hówenh, Lechuza era una mujer. Su nombre era K’uumits en tanto que la palabra que significa al ave lechuza es sank’on. Estaba asociada al Sud, como Luna y era originaria de Apen, el territorio de Luna. Su marido Cheip, Gorrión, pertenecía al Oeste, como Sol. El cazaba guanacos pero a ella no le agradaba esa carne. Un día K’uumits mató a su cuñado armada de un arpón (o una lanza), cortó el cuerpo en pedazos y lo asó; pero cuando empezaba a comerlo oyó llegar a su marido.
-¿”Dónde está mi hermano?” Le preguntó a su mujer. -“No lo sé.”
Fue la respuesta.
Buscando a su hermano, el hombre levantó unas mantas (de piel de guanaco) y allí vio una cadera de su hermano. En este instante K’uumits se transformó en Lechuza y voló hacia la noche riendo. Y se ríe siempre por haber podido comer a su cuñado.
Los selk’nam del territorio de Apen (ubicado al sur de río Grande, en la zona de Lago Blanco) fueron llamados kre-unka, “originarios de Luna”. En el siglo pasado antes de la llegada de los blancos a la Isla Grande, allí vivía una mujer llamada Waa-an. Ella no fue xo’on pero en cada eclipse cantaba sola a la Luna. Adoraba a Luna.
El marido de Waa-an la golpeaba mucho. Abrumada por estos abusos, se armó de un arpón. En ese momento llegó su cuñado que le arrancó el arpón y luego de golpearla le dijo:
“¡Ibas a atacar a mi hermano! Eras como tu hówenh, K’uumits. Quieres comer carne humana. Tú desciendes de Luna y por eso eres tan colérica.”
Y la mató. Luego cuando llegó su hermano le dijo:
“Tu mujer iba a matarte para comerte. Era del hówenh peligroso de comedores de gente.”
No obstante su mitología y creencias, los selk’nam no eran antropófagos como tampoco lo eran los demás grupos indígenas de Tierra del Fuego (7).
Como símbolo de un poder nefasto femenino Luna a veces “comía” a sus eternos enemigos, los hombres. Uno de sus últimos “víctimas” fue un xo’on llamado Kau-opr del haruwenh llamado Kamshkin (por un cerro así nombrado que se sitúa cerca de río Moneta en la región fronteriza, Argentina-Chile). Allí en la década del noventa del siglo pasado todavía vivían unos ocho o diez familias. Kau-opr, sea Kamshkinuxo’on había heredado su poder chamánico de su padre quien había sido muerto por los blancos unos años atrás. El vivía con su mujer y seis hijos varones además de sus seis hermanos, dos de los cuales también tenían hijos, con sus tíos, y demás familia. Un día unos blancos llegaron a caballo al campamento, armados y de improvisto, con la intención de llevar las familias a la misión salesiana establecida entonces en la Isla Dawson. No se sabe como ocurrió el primer encuentro pero mataron a varios hombres, Kamshkinu – xo’on entre ellos. Algunos adultos y niños fueron llevados a la misión en tanto que los demás se escaparon. Kamshkinuxo’on se había convencido que iba a ser matado, fuera por un blanco, fuera por otro indio. Durante un eclipse de Luna que ocurrió algún tiempo atrás su espíritu había hecho el “viaje” a Luna. Ella le habría mostrado un puñado de pasto ensangrentado: estaba kre chinen, agarrado de Luna. Comprendió entonces que ella lo iba a “comer” (8). (*)

(*) Fuente:  Este artículo fue publicado originalmente en francés en la revista Objects et Mondes, bajo el título Lune en Terre de Feu. Mythes et rites des Selk’nam, Tomo XII, 1972, pp. 145-158. El texto aquí presentado aquí difiere en algo del original. (A su vez, este texto ha sido previamente editado, en edición digital en Biblioteca virtual de página web de Museo del Fin del Mundo en Ushuaia, Tierra del Fuego, República Argentina.

NOTAS
(1) Aquí no hacemos la distinción entre los selk’nam y los haush. Aunque sus idiomas diferían sus modos de vida eran muy parecidos. (cf. Karukinká, N° 3, 1973, pp. 5-7).

(2) Esta estimación es del Padre Martín Gusinde el etnólogo que más ha estudiado los pueblos indígenas de Tierra del Fuego y quien visitó la zona cuatro veces entre 1918 y 1922. Es el autor de una obra de 1176 páginas, dedicada a una descripción de la cultura selk’nam publicado en Modling bei Wien en 1931, de otra obra de la misma magnitud tratando la cultura vámana (de los Yahganes), de un libro de divulgación “Hombres Primitivos de Tierra del Fuego”, Sevilla, 1951 v de numerosos artículos sobre estos grupos, publicados en revistas científicas alemanes. (3) El idioma selk’nam tiene una serie de fonemas que no existen en los idiomas indo-europeos. En este artículo transcribimos las palabras en selk’nam sin emplear signos especiales y por ende su ortografía es solo una aproximación al verdadero sonido de las palabras.

(4) Todos los hówenh tenían nombres propio diferentes de las palabras comunes con que se designan las cosas en las cuales fueron trans formados. Sin embargo aquí se nombra a lo hówen por las palabras comunes v no por su nombres, porque no me ha sido posible, hasta ahora, conocer todos los que son mencionado en este texto.

(5) Otra versión de este mito dice que fue So quien se dio cuenta. Al comienzo de la ceremonia encontró a una mujer que se estaba pegando plumones para representar al espíritu Ketérnen. Al darse cuenta que Sol le había visto ella se arrojó a una cascada para ocultarse. Se convirtió entonces en el pájaro Ko’oklol (pinzón que vive aún cerca de las cascadas.

(6) Después de la llegada de los blancos a la isla, Luna a veces mostraba un pedazo de uniforme de policía ensangrentado o de cuero de botas para significar que el hombre sería matado por un blanco.

(7) Cf. por ejemplo pp. 25-28 de El Ultimo Confín de la Tierra, E. Lucas Bridges, Buenos Aires, 1952.

(8) Los datos presentados en este artículo fueron recogidos directamente de “informantes” indios. Representan parte del estudio etnológico que la autora lleva a cabo desde 1965 en Tierra del Fuego, Argentina. El trabajo se inició con Lola Kiepja (fallecida en 1966) y se prosigue principalmente con Angela Loij. Federico Echelaite y Luis Garibaldi Honte también han aportado datos importantes. Este estudio se realiza sobretodo gracias al concurso del Centre National de la Recherche Sientifique (París) y en el último aiío también del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (Buénos Aires).