TRANSFORMAR LA MENTE

De: LUNA200620  (Mensaje original)
Enviado: 10/01/2006 9:35

TRANSFORMAR LA MENTE
Extracto modificado del libro “Recobrar la Mente” de Ramiro A. Calle

La mente es una enorme masa de condicionamientos. Como todo ello opera incontroladamente y muy a menudo por debajo del nivel de la conciencia, perturba el juicio, el raciocinio, la visión y la percepción. Lo ideacional toma muy a menudo el lugar de la realidad, la falsea, la pervierte o simplemente la aleja de ella. Los prejuicios distorsionan el discernimiento; el pensamiento mecánico fragmenta,
divide, y arroja sombras.

De un tipo de mente así no puede surgir visión pura y liberadora ni comprensión clara e integradora. Sólo recobrando la pureza de la mente, la visión que de ella se desprenda será limpia y reportará un crecimiento interior y madurez. Pero la mente común y no desarrollada está llena de tensiones, obstáculos, tendencias y velos.

No puede revelarse lo que “es” dentro y fuera de nosotros, porque las acumulaciones mentales, traducidas en imparables ideaciones mecánicas e infinidad de prejuicios, la impulsan constantemente a elegir, apropiarse, coleccionar, rechazar o eliminar. No hay libertad de percepcion.
Todos esos condicionamientos que acarrea la mente engendran sufrimiento, aflicción, ansiedad. Pero mediante la meditación y el trabajo interior, uno va poniendo término a esa alienación de la mente que impide el conocimiento puro y liberador.
En tanto no vamos subyugando la mente, somos víctimas de todos esos procesos psicomentales mecánicos que nos esclavizan. El pensamiento es un río, sobre todo cuando opera mecánicamente, tomándonos en cualquier momento y circunstancia, identificándonos y absorbiéndonos. En el seno de ese río, donde perdemos nuestra presencia de ser, no puede haber quietud ni libertad, y desde luego no hay paz ni libertad.
Pero si logramos situarnos en la energía del observador, es decir, en la fuente o manantial de ese río pensante, la situación es distinta. Ya no hay identificación mecánica, y comenzamos a emerger hacia un área de libertad.

Lo que hay que entender es que hay otras dimensiones en la mente que no son las de ideaciones precipitadas. El pensamiento, dicen los sabios de la India, es la segunda causa; pero es posible desplazarse a la primera causa o antesala del pensamiento. En la segunda causa se produce tensión, división, incertidumbre, ofuscación. En la primera causa hay quietud, certidumbre y visión clara.

Cuando las ideaciones suplantan la vida como tal, se pierde la inteligencia primordial. La realidad interior pasa inadvertida porque las ideaciones viven de espaldas a ella. Esa realidad interior (de alguna forma hay que llamarla para entendernos, se la interprete como ser o no-ser, es lo mismo) está enmascarada por los condicionamientos que nos vienen dados por la especie y los que se han creado en nuestra
psicología a través de la historia personal. No llegaremos a esa realidad interior mediante el conocimiento ordinario ni mediante la comprensión intelectual.

Nuestros condicionamientos biológicos, evolutivos, psicológicos y socioculturales conforman una densa niebla que sólo puede ser penetrada mediante un conocimiento supraconsciente y una percepción supraconceptual. Tanto nos hemos identificado con nuestros condicionamientos que nos cuesta sentirnos aparte de ellos, como el actor que tanto se identifica con sus personajes que los interpreta como si fueran él mismo. La percepción se ha perturbado.

Uno se torna como el camaleón sin color propio y coloreándose con todo y por todo, se pierde a sí mismo, o sea se extravía de su propio hogar interior. Así experimentamos una ausencia de nosotros mismos
que origina vacío, incertidumbre, orfandad y dolor. Pasamos el tiempo morando en lo ideacional, pero no en lo existencial.

Surgen innumerables resistencias que nos impiden el ser aquí-ahora, el captar la realidad momentánea. La mente ha entrado en su dinámica de compulsividad, no le gusta detenerse ni siquiera en lo presente y prosigue su carrera frenética, ….Hay otro modo de percibir, otra experiencia de ser, un espacio de calma profunda.

Bastaría con detenerse, aquietarse, pero la mente ha tomado el hábito de la carrera compulsiva, huye y persigue, se resiste, va y viene, elige y divide, compara y mide, pero no es aquí y ahora. Una mente así es una calamidad. Debe ser transformada. Debe morir para que nazca la mente nueva. Debe, como la serpiente, cambiar su piel.

Cuando con un entrenamiento adecuado y el trabajo interior vamos recobrando la mente, comienza a emerger una nueva forma de espontaneidad y expresión muy pura. También brota, como una bella luz, la percepción pura, no contaminada, ni condicionada por el pasado. Para ello hay que ganar una nueva dimensión de mente, libre de las tensiones comunes, donde son posibles percepciones que escapan a la mente ordinaria.
Esa dimensión supraconceptual de la mente se gana mediante un ejercitamiento a tal fin. Es la mente conquistada mediante el trabajo interior. Se requiere un entrenamiento que capacite para recobrar esa mente a-conceptual, suprarracional,. Para que esa dimensión supraconceptual de la mente pueda manifestarse, para que podamos recuperarla, el trabajo interior propone:
— El desarrollo metódico de la atención pura.

— La meditación

— La actitud meditativa en la vida diaria, es decir tratar de
estar más atento.

— El desenraizamiento de las negaciones y venenos mentales.

— El cultivo de sentimientos bellos y actitudes positivas.

La práctica de la meditación drena y limpia el subconsciente,
reacondiciona positivamente el subconsciente; desarrolla la atención pura, libre de interpretaciones y contaminaciones; acrecienta la conciencia y desencadena la comprensión clara.

Como no basta con el propósito, para modificarse; como no es suficiente con el deseo, para transformarse; se hace imprescindible un método.
Mediante el método se genera una energía penetrante y pura en la mente que permite ver a través de las apariencias, penetrar lúcidamente en los fenómenos y ver lo que realmente es.

Cuando el practicante “ve”, por poco que se mantenga esa visión pura, la transformación se desencadena inevitablemente. Cada golpe de visión pura va mutando en profundidad al practicante.

La visión pura y liberadora es una visión que es independiente de toda experiencia pasada o condicionamiento. Esta visión pura sólo es posible si emerge de una mente purificada con la meditación. La inteligencia primordial comienza a fluir. Es una inteligencia de orden
superior que nada tiene que ver con la erudición o el conocimiento de datos. Es una inteligencia libre, con su propia energía de claridad y precisión, que nos enseña a responder con frescura según requieran las circunstancias y no a reaccionar mecánicamente, que nos muestra un camino de integración.

El entrenamiento interior va aniquilando las impresiones negativas del inconsciente. Todo aquello que conforma la aparatosa burocracia del ego comienza a diluirse. En la medida en que las impregnaciones del subconsciente se van eliminando y la mente condicionada comienza a ceder, toda la energía que se malgastaba en esa estructura alienada se acopia y se pone al servicio de una exquisita perceptividad y una penetrativa visión transformadora.

Si la mente se encuentra en un estado de inquietud, deterioro, ansiedad y falta de real perceptividad, hay que transformarla. Esa es la finalidad de todas las técnicas de autorrealización. La mente es desarrollable y perfeccionable. La misma mente que encadena es la mente que libera, dependiendo de si estamos en la mente condicionada o ganamos una mente de claridad.

Además, una mente confusa tiende a confundir a las otras. Así mentes mecánicas hacen mentes mecánicas y no es de extrañar, que todos vivamos una hipnosis colectiva que es el resultado de las mentes condicionadas y mecánicas. Pero, si bien uno es heredero de la mente que ha ido haciendo, uno será heredero de la mente que vayamos haciendo a partir de ahora. Nos daremos cuenta hasta qué punto la recompensa merecía la pena, cuando adquiramos una percepción renovada y gratificante que nada tiene que ver con la maraña de ideaciones a la que estamos acostumbrados. La sensación de plenitud y libertad será impresionante.

La mente está movida y condicionada por impregnaciones subliminales.
Agotando la energía de estas im­pregnaciones, la mente se aquieta, se libera, se expande y puede captar la realidad interna y percibir con pureza la realidad externa. El ego cede en su empeño. La imaginación se torna creativa, pero no es el reflejo del pasado proyectándose sobre el futuro y generando ansiedad; el discernimiento opera correctamente
y la atención mental se purifica de contaminaciones y tensiones. Una mente así es la que hay que recobrar, para beneficio propio y ajeno y, sobre todo, para no seguir sembrando la locura y emerger para siempre de la alienación.

La mente vieja se resiste y se niega a todo cambio, sigue revolviendo en sus cachivaches, empachándose con sus datos, evitando esa quietud perfecta donde se manifiesta la última realidad. Es muy hábil en alimentar reacciones en cadena que mantengan en su máxima actividad las impregnaciones y condicionamientos. Eso es el velo que impide la visión real. ¡Cuánto sufre una mente así! Pero se ha habituado a su propio campo de concentración. Tan deformada está que tiene vértigo a la libertad. Una mente así tiene que morir.

Algo debe morir para que algo floreciente y hermoso pueda nacer.
La meditación es la muerte de la mente vieja y del ego para dar nacimiento a una mente nueva, una mente pura nacida de la meditación. Esta mente nueva no alberga aflicción. Goza sin aferrarse; sufre sin resistirse. No añade dolor al dolor ni amargura a la amargura. Fluye, se desliza, halla el punto de menor resistencia, no se estanca, no se enrarece, no alimenta miedos y paranoias.

La mente purificada permanece conectada con la realidad interior, sin dejarse perturbar por la corriente de pensamientos. Es una bendición, es un regalo. No se condiciona, se abre al momento, se realiza a cada instante. Disfruta si llega el disfrute, sin aferramientos; sufre si llega el dolor, sin añadir más dolor. Cambia lo que debe cambiarse.

Al transformarse la mente, se transforma la visión. Pero para poder emerger de la mente vieja, es necesario ir resolviendo sus trabas y negatividades. Es un proceso de purificación, porque son muchas las impresiones que hay que limpiar.

En la quietud profunda hay un sentimiento de estar y ser. Al
conseguirse una nueva luz y lucidez para la conciencia, ésta ya no está supeditada a las pulsiones subconscientes, instintivas y evolutivas, y entonces comienza a ganar su libertad.

Aquellos que han escalado la cima de la conciencia saben que sobreviene un conocimiento supramundano que le proporciona un toque muy diferente a la existencia y un sabor de plenitud. Desde ese otro nivel de la conciencia, la arrolladora fuerza de la herencia animal, cultural, social se neutraliza. Sobreviene el mirar inafectado, que no hay que entenderlo como falta de intensidad, todo lo contrario, sino que a cada cosa le confiere su brillo y peso específico.

El poder del silencio interior es excepcional. Desenreda la maraña de fantasmagorías y reactividades, drena, ordena, armoniza y sincroniza. Ese silencio interior tiene un gran poder de transformación.

Todos podemos transformar la mente condicionada y confusa en una mente clara y quieta. Todos podemos desplazarnos a la conciencia iluminada.

Si fuera tan fácil limpiar la mancilla de las neuronas como uno se quita la grasa de las manos, el trabajo interior no sería necesario. Pero la polución de la mente es mucho más difícil de higienizar que la polución del cuerpo. Hay una gran hipnosis colectiva; compartimos un sueño psicológico profundo pero, como declaraba el Buda: «Algunos hay que no tienen los ojos demasiado empañados. Éstos sí que podrán comprender la verdad». La mente tiene sus misterios, pero el gran misterio de la mente, el misterio de los misterios, es que esta mente condicionada puede celebrar el acontecimiento glorioso de autosacrificarse para que surja una mente cuerda y en paz.