la doncella de los acantilados

LA DONCELLA DE LOS ACANTILADOS
De entre el fragor de las cascadas, sobre el bullir espantoso de espumarajos ruidosos que se precipitan al vacío y que caen formando nubes de estrellas y brillantes, suele escucharse el doliente gemir de una doncella. Sus lloros llegan al alma y el corazón se contrita de dolor, porque ese llanto es la más triste queja de amor que alguna mujer haya emitido nunca.
Viajeros, caminantes, excursionistas que la han oído, creen que se trata del batir de las furiosas aguas contra las grandes hojas acuáticas y las raíces que sobresalen por entre los peñascos del horrendo precipicio; otros, que se trata del alma errabunda de una mujer en pena y otros, que los malos espíritus de las aguas aún rondan por el serpentear de las cascadas.
Nadie o muy pocos se han detenido a desentrañar el gran misterio, porque sobrecogidos de temor y sobresaltos, huyen mejor ante los gemidos lastimeros de una mujer que se encuentra en agonía.
Y esos pocos que han contado más tarde esto que recuerda una leyenda, han comprobado que quien emite tan lastimeros ayes es una pequeña florecita que crece a la orilla misma del abismo, bañada por las agitadas aguas que se precipitan allá abajo. Los antiguos, los hombres del tiempo en el cual se originó esta triste leyenda, la llamaron Atempanxochichocani, que en lengua castellana quiere decir “Flor que llora junto a las aguas”.
Y quienes han tenido la osadía, el valor de inclinarse al precipicio y han cortado una de estas florecillas de sublime hermosura, descubrieron que entre sus pistilos se haya una mujer, una doncella de bien proporcionado cuerpo, diminuto y admirable, cuyas manos parecen cubrir su rostro cubierto de rocío que son sus lagrimas. Es el cuerpo diminuto de una doncella, de una virgen que llora eternamente a la orilla de las aguas su mal de amor, su pena amorosa.
¡Atempanxochichocani, la flor que llora!
A simple vista puede verse el cuerpo de la doncella en actitud de llorar, recostada en la corola de la florecilla que solo crece junto a las cascadas, a las orillas del abismo al que se precipitan las aguas. Su llanto es audible a corta distancia y a veces más lejos, cuando el fragor de la precipitación del agua baja de tono.
La leyenda, los motivos por los que se formó esta florecilla y las penas que llora esta doncella de diminutas proporciones se pierden en las noches de los tiempos, entre las leyendas de más vigor, de mayor representación de una raza dada a la superstición y a los temores de los dioses; Se dice, sin embargo, que esta doncella y su amado, un vigoroso y apuesto mancebo, paseaban sus amores antes de desposarse con el regocijo y aceptación de sus padres. Mas cierta vez corriendo él por el bosque en persecución de un Mazatl, -venado-. Perdió el paso y fue a caer al abismo. Su cuerpo se fue rebotando contra los peñascos y cayó al fondo de la sima, en donde fue arrastrado por las fuertes aguas.
La doncella, cansada de esperar el regreso en un paraje en donde se entretenía tejiendo guirnaldas de florecitas, se fue en su busca y no lo halló, no lo halló nunca y desde entonces convertida en flor, en la flor de Atempanxochichocani, vive en las orillas de las cascadas y los abismos, llorando por la desaparición del mancebo que ya no pudo ser su esposo.
Perdida la crónica escrita de esta leyenda, los viejos solían contar que lo que ocurrió fue que el Shantil, el genio malo y fantástico que vivió en los acantilados, al ver el grande y puro amor que paseaban por el bosque la Doncella y el Mancebo, se puso celoso y atrayendo hasta sus dominios al galán, lo precipitó a sus dominios y después de hacerse pedazos contra los riscos, lo arrastró hasta las profundidades oscuras en donde mora, por lo cual, la llorosa y desesperada doncella no encontró su cuerpo, como jamás lo hallaron quienes lo buscaron tan afanosamente.
La doncella murió enloquecida llorando a la orilla del abismo y de su cuerpo brotaron esas florecillas, las florecitas que lloran eternamente junto a las aguas y en cuya corola el incrédulo acucioso puede ver el diminuto cuerpo de una mujer cubriéndose el rostro con las manos y ese bello rostro cubierto de rocío, que son sus lágrimas.