El valor de una ilusión

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 04/06/2006 14:21
El valor de una ilusión

Desde pequeño, Juan sabía que le gustaban los automóviles. Su papá tenía uno muy pequeño, en el que toda la familia tenía que agolparse, porque no cabían ni amontonados. Pero es que al papá de Juan no le llegaba el dinero para otra cosa y, con cinco hijos, la suegra en casa y dos perros, había que hacer maravillas para llegar a final de mes. Juan soñaba que cuando fuera mayor tendría el mejor automóvil de su barrio.

El pequeño Juan se sabía todas las marcas de automóviles, todos los modelos, todas las características, que si 2000 cc, que si turbo, que si tracción a las cuatro ruedas. Pronto dejó los estudios y se puso a trabajar. Primero como mozo de unos grandes almacenes, después como dependiente de una carnicería. El automóvil que Juan se quería comprar valía tanto como su sueldo de cinco años de trabajo, por lo que cuando se casó y tuvo su primer hijo, todo su sueño se esfumó: tantos gastos eran incompatibles con su adorado automóvil. Juan se volvió huraño y protestón. Todo le sentaba mal. A todas horas con el ceño fruncido. Miraba a su hijo y no podía evitar ver esfumarse su automóvil.

Tres hijos más tarde, Juan seguía creyendo que todavía podía aspirar a su sueño. “Cuando los niños sean mayores, pensó, nadie me impedirá comprarme el automóvil de mis amores”. El tiempo pasó, los niños crecieron y se independizaron. Y Juan comenzó a ahorrar con esmero, con sacrificio. Moneda a moneda, durante los últimos ocho años antes de jubilarse, Juan acumuló suficiente dinero como para comprar el automóvil y pagar los seguros.

Y el gran día llegó. Juan se vistió de domingo y, ya en el concesionario de automóviles, eligió el más bonito, el más grande, el técnicamente más perfecto. Sacó el dinero del bolsillo, pagó, se subió al automóvil, lo arrancó, salió a la calle, comenzó a recorrer calles, avenidas, salió a la carretera, hizo cuarenta kilómetros y regresó, llegó a su calle, aparcó, quitó la lleve del contacto y se quedó sentado mirando por el parabrisas. Y entonces, diez minutos más tarde, Juan miró dentro de sí mismo y pensó “¿Y ahora qué?”