Trabajando con el Apego y el Deseo

Trabajando con el Apego y el Deseo

Texto del Libro “Puertas a Práctica Budista”
de Chagdud Tulku Rinpoche

Para entender la forma en que surge el sufrimiento, practique observando su mente. Comience simplemente permitiéndole relajarse. Sin pensar en el pasado ni en el futuro, sin sentir esperanza ni miedo por esto o aquello, déjela descansar cómoda, abierta y naturalmente. En este espacio de la mente, no hay ni problema ni sufrimiento.

Entonces algo capta su atención: una imagen, un sonido, un olor. Su mente se divide entre dentro y fuera, yo y otro, sujeto y objeto. En la simple percepción del objeto, aún no existe problema. Pero cuando centra su atención en él, se da cuenta de que es grande o pequeño, blanco o negro, cuadrado o redondo. Entonces usted hace un juicio y decide, por ejemplo, que es bonito o feo y usted reacciona: le gusta o no le gusta.

Aquí comienza el problema, porque “me gusta”, conduce a “lo quiero”. Del mismo modo, “no me gusta”, conduce a “no lo quiero”. Si nos gusta algo, lo deseamos y si no lo podemos tener, sufrimos. Si deseamos algo, lo obtenemos y luego lo perdemos, sufrimos. Si no lo deseamos, pero no podemos mantenerlo alejado, sufrimos otra vez.

Nuestro sufrimiento parece provenir del objeto de nuestro deseo o de nuestra aversión, pero no es así. Sufrimos porque la mente se divide en objeto y sujeto y se imbuye en la idea de querer o no querer algo. Muchas veces pensamos que el único camino para crear felicidad es tratar de controlar las circunstancias externas de nuestras vidas, tratar de arreglar lo que parece estar mal o deshacernos de todo aquello que nos moleste. Pero el problema real está en nuestra reacción a esas circunstancias.

Había una vez una familia de pastores que vivía en Tibet. Un día especialmente frío de invierno, le tocaba al hijo el turno de cuidar a las ovejas, de manera que su familia le guardó para la cena el mejor y más grande trozo de carne . Cuando llegó, miró el alimento y rompió en lágrimas. Cuando le preguntaron qué había de malo, respondió entre sollozos: “¿Por qué razón se me da siempre la peor porción y la más pequeña?”

Tenemos que cambiar nuestra mente y el modo en que experimentamos la realidad. Nuestras emociones nos lanzan de un extremo a otro: de la euforia a la depresión, de buenas experiencias a malas experiencias, de la felicidad a la tristeza en un constante columpiarnos hacia delante y hacia atrás.

Todo esto es el sub-producto de la esperanza y el miedo. Tenemos esperanza porque estamos apegados a algo que deseamos. Tenemos miedo porque sentimos aversión hacia algo que no deseamos. En la medida en que vamos detrás de nuestras emociones, reaccionando ante nuestras experiencias, creamos karma: un perpetuo movimiento que determina nuestro futuro en forma inevitable. Necesitamos detener los extremados vaivenes del péndulo emocional, para que podamos encontrar un punto de equilibrio.

Cuando comenzamos a trabajar con las emociones, aplicamos el principio que dice que el hierro corta al hierro o que el diamante corta al diamante. Ocupamos el pensamiento para cambiar el pensamiento. Un pensamiento amoroso puede servir de antídoto a uno de enojo y la contemplación de la impermanencia puede ser un antídoto para el deseo.

En el caso del apego, comience por examinar a qué es a lo que está apegado. Es posible que usted piense que si llega a ser famoso, será feliz. Pero puede que su fama despierte los celos en alguien y que este alguien trate de matarlo. Aquello para lo que trabajó tan duramente, podría tornarse en la causa de un sufrimiento aún mayor. O bien puede ser que usted trabaje diligentemente para llegar a ser rico, pensando que eso le traerá felicidad, sólo para luego perder todo su dinero. La fuente de nuestro sufrimiento no es la pérdida de la riqueza en si misma, sino más bien nuestro apego a tenerla.

Podemos reducir el apego contemplando la impermanencia. Es cierto que todo aquello a lo que estemos apegados va a cambiar o bien lo perderemos. Un miembro de la familia puede morir o irse a otro lugar, un amigo puede transformarse en enemigo, un ladrón puede robarnos nuestro dinero. Incluso nuestro cuerpo, al cual estamos extremamente apegados, un día partirá. Saber esto no sólo nos ayuda a reducir nuestro apego, sino que nos entrega una nueva posibilidad de apreciar lo que tenemos mientras lo tengamos. No hay nada de malo con el dinero en si mismo, pero si estamos apegados a él, vamos a sufrir cuando lo perdamos. En vez de eso, podemos apreciarlo mientras dure, disfrutarlo y compartirlo con los demás sin olvidar que es impermanente. Entonces, si lo perdemos, el péndulo emocional no oscilará hasta tan lejos en la tristeza.

Imagínese a dos personas que compran la misma clase de reloj, el mismo día y en la misma tienda. La primera persona piensa: “Este es un reloj muy bueno. Me será de gran ayuda, pero es posible que no dure mucho”. La segunda persona piensa: “Este es el mejor reloj que he tenido en toda mi vida. No importa lo que pase, no puedo perderlo, ni dejar que se rompa”. Si ambas personas pierden sus relojes, la que está más apegada se disgustará más que la otra.

Si estamos engañados por nuestras experiencias e invertimos grandes valores en una u otra cosa, podemos encontrarnos a nosotros mismos peleando por lo que deseamos en contra de cualquier oposición. Podemos pensar que aquello por lo que luchamos es perdurable, verdadero y real, pero no lo es. Es impermanente, no es ni verdadero ni perdurable y finalmente ni siquiera es real.

Podemos comparar nuestra vida con una tarde en un centro de compras. Caminamos por las tiendas, guiados por nuestros deseos, sacando cosas de los estantes y tirándolas en nuestros canastos. Nos damos vueltas por ahí mirándolo todo, queriendo y deseando. Le sonreímos a una o dos personas y seguimos, para nunca volver a verlas otra vez.

Llevados por el deseo, fallamos en apreciar la preciosura de lo que ya tenemos. Necesitamos darnos cuenta de que es muy breve el tiempo con que contamos para estar con aquellos a quienes amamos, con nuestra familia, con nuestros amigos y con nuestros compañeros de trabajo. Aún en el caso de vivir hasta los ciento cincuenta años, tendríamos muy poco tiempo para disfrutar y sacar el máximo partido a nuestra oportunidad como seres humanos.

Los jóvenes piensan que sus vidas van a durar mucho y los viejos piensan que las suyas terminarán pronto. Pero no podemos hacer suposiciones sobre este tipo de cosas. La vida viene con una fecha de expiración incorporada. Hay muchas personas fuertes y saludables que mueren jóvenes, mientras que muchos ancianos, enfermos y débiles siguen y siguen viviendo. Sin saber cuándo vamos a morir, necesitamos desarrollar la apreciación y la aceptación de lo que tenemos más bien que continuar encontrando errores en nuestras experiencias y seguir buscando incesantemente la satisfacción de nuestros deseos.

Si empezamos a preocuparnos de que nuestra nariz es demasiado grande o demasiado chica, deberíamos pensar: “¿Qué tal si no tuviera cabeza? ¡Ese si que sería problema!” Mientras tengamos vida, deberíamos regocijarnos. Aunque puede ser que todo no marche exactamente como lo deseamos, podemos aceptarlo. Si contemplamos con profundidad la impermanencia, la paciencia y la compasión surgirán dentro de nosotros. Nos aferraremos en menor medida a la aparente verdad de nuestra experiencia y la mente se tornará más flexible. Si nos damos cuenta de que este cuerpo algún día será enterrado o cremado, nos regocijaremos en cada momento disponible, en vez de sentirnos infelices o de hacer infelices a los demás.

En este momento estamos afligidos por el “todo es mío, mío y para mí no más”, que es una condición causada por la ignorancia. Nuestros hábitos de centrarnos en nosotros mismos y en nuestro propio interés, se han fortalecido enormemente. Para cambiarlos, necesitamos realizar un nuevo enfoque. En vez de estar siempre preocupados de “yo”, debemos dirigir nuestra atención a “tú”, “ellos” u “otros”. Reducir la auto-importancia disminuye el apego derivado de ella. Cuando nos enfocamos más allá de nosotros mismos, finalmente nos damos cuenta de la igualdad entre nosotros y los otros seres. Todo el mundo quiere la felicidad; nadie desea el sufrimiento. Nuestro apego a nuestra propia felicidad se expande hasta abarcar el apego a la felicidad de todos.

Hasta ahora nuestros deseos tendieron a ser pasajeros, superficiales y egoístas. Si vamos a desear algo, dejemos que este deseo no sea ni más ni menos que la completa iluminación para todos los seres. Eso es algo que vale la pena desear. Estar constantemente recordándonos a nosotros mismos qué es lo verdaderamente valioso es un elemento importante para la práctica espiritual.

El deseo y el apego no desaparecerán de la noche a la mañana. Pero el deseo se torna menos ordinario cuando reemplazamos nuestro anhelo mundano por la aspiración de hacer todo lo que nos sea posible por ayudar a todos los seres a encontrar una felicidad inalterable. No tenemos que abandonar los objetos ordinarios de nuestros deseos: relaciones, riqueza, éxito, etc., pero a medida que contemplamos su impermanencia, nos vamos apegando menos a ellos. Comenzamos a desarrollar cualidades espirituales por el hecho de regocijarnos en nuestra buena fortuna, mientras al mismo tiempo reconocemos que no es perdurable.

Cuando el apego surge y perturba la mente, nos podemos preguntar: “¿Por qué estoy sintiendo apego? ¿Es de algún beneficio para mí o para otros? Este objeto de mi apego, ¿es permanente o perdurable?” A lo largo de este proceso, nuestros deseos comienzan a disminuir. Realizamos menos acciones dañinas originadas por el apego y en consecuencia, creamos menos karma negativo. Generamos más karma afortunado y las cualidades positivas de la mente van aumentando gradualmente.

Con el tiempo, a medida que va madurando nuestra práctica en la meditación, podemos probar, desde el espacio de la contemplación, un sistema diferente al que ocupábamos cuando usamos el pensamiento para cambiar el pensamiento. Podemos usar un nuevo enfoque en el cual se va descubriendo la naturaleza profunda de las emociones a medida que van surgiendo.

Si usted se encuentra en la mitad de un ataque de deseo, en el cual algo ha capturado su mente y usted siente que tiene que tener ese objeto de su deseo, no se podrá librar del deseo por medio de procurar reprimirlo. En vez de eso, puede comenzar a ver a través del deseo mediante el hecho de examinarlo. Cuando surja; pregúntese a sí mismo: “¿De dónde proviene? ¿Dónde habita? ¿Se le puede describir? ¿Tiene algún color, silueta o forma? ¿A dónde va cuando desaparece?
Usted puede afirmar que el deseo existe, pero si busca captarlo en su experiencia, no podrá asirlo completamente. Por otro lado, si usted afirma que no existe, estará negando el hecho obvio de que usted siente deseos. No puede decir que existe y tampoco puede decir que no existe. No puede decir que existe y no existe al mismo tiempo o que ni existe ni no existe. Este es el significado de la verdadera naturaleza del deseo, más allá de los extremos de la mente conceptual.

Nuestro fracaso en tratar de entender la naturaleza esencial de una emoción en el momento en que surge, nos pone frente a un problema. Una vez que somos capaces de simplemente mirar con claridad aquello que está ocurriendo, sin reprimir ni comprometernos con la emoción, ésta se va disolviendo. Si dejamos a un lado por un momento un vaso con agua turbia, ésta se asentará por si sola y se aclarará. En vez de juzgar la experiencia del deseo, la “liberamos en su propio origen” por el hecho de mirarla directamente en su naturaleza.

Cada emoción negativa o veneno de la mente, tiene una pureza inherente que no reconocemos debido a que estamos habituados a su apariencia de emoción. La verdadera naturaleza de los cinco venenos son las cinco sabidurías: el orgullo como la sabiduría de la ecuanimidad; los celos como la sabiduría que todo lo alcanza; el apego y el deseo como la sabiduría discriminante; la rabia y la aversión como la sabiduría que es como un espejo y la ignorancia como la sabiduría del espacio fundamental de los fenómenos. Del mismo modo que el veneno se puede ocupar en calidad de medicina para curar, cada veneno de la mente, si se lo trabaja en forma apropiada, puede transformarse en su naturaleza de sabiduría y así elevar nuestra práctica espiritual.

Si usted, mientras se encuentra en medio de un ataque de deseo, simplemente se relaja sin dejar de prestar atención, puede tener un atisbo de sabiduría discriminante. Sin abandonar el deseo, puede descubrir su verdadera naturaleza.