Mis experiencias con el haiku zen (budismo zen)

Mis experiencias con el Haiku[1] Zen[2]

No puedo menos que contar otra de mis experiencias de vida. Ya les conté mi juventud entre las tortugas, de las que me quedó el entrañable recuerdo, tanto que para algunos mis versos son más áridos de tragar que una lechuga sin aceite, ni vinagre, ni limón, ni mayonesa ?perdónenme mi psicopedagoga dice que no superé la etapa del pensamiento concreto, por eso mis explicaciones se ven cargadas de enumeraciones exhaustivas o referencias mágicas y nunca de conceptos abstractos-.
Vayamos a lo que les quiero referir: Encontrándome en la disyuntiva de ser el mimo de la comparsa “Chongos de María Marta Serra Lima” en el carnaval del Parque Chacabuco, o hacer una novela a lo “Ulises” de Joyce; opté por una tercera opción: hacer un curso Haijin[3]-Zen, en el monte Fukuyama[4] del Japón.
Tome la avioneta del Pipper-Club de mi aventurero amigo Rata McQueen y crucé un frondoso mar de olas negras para arribar a la isla de los ancestros espirituales del Zen. Allí me puse en contacto con la doctrina del Sakyamuni Buda[5], y ante mi pregunta: “¿Cuál es el principio fundamental del Budismo?” Mi maestro, como reencarnación de Bodhidharma[6], respondió: “Un vacío inmenso. Un cielo claro. Un cielo en el que no se distinguen los iluminados de los ignorantes.” [7] Rápidamente me di cuenta que era lo mío; en un lugar así cualquier pelotazo en contra es un “capo de tutti capi” y tiene el carné de superado al segundo día.
Durante largas jornadas me entrené en el Zazen, el Haiku y el Karate-Do. Al punto que era llamado, por mis condiscípulos, “la máquina de la muerte Mel”. Si, es verdad, casi me mato no menos de veinte veces al tratar de hacer esos ejercicios pedorros con el nunchaku.
La metodología era sencilla: el maestro todos los días formulaba un Koan[8], si uno respondía en forma incorrecta era apaleado por ignorante, si respondía correctamente era apaleado por soberbio y si no respondía era agraciado por todos los maestros y discípulos del lugar por apocado. Creo que de ahí viene mi gusto desmedido por el silencio.
Luego de catorce años del más rudo entrenamiento, estuve en condiciones de escribir un Haiku sobre seda[9] mientras partía una saché de leche en el aire con la uña del dedo gordo. Lo que me valió el nuevo mote de “El cortaleche Mel”. Esta hazaña no podía ser juzgada sino como de una excesiva soberbia por los severos maestros de la comunidad. Todavía conservo la oculta cicatriz de la caña de bambú que enterró mi sensei[10], al saber de mi proeza, que superaba todo lo visto.
Entonces comprendí que los ponja eran unos envidiosos de órdagos y que la historia había finalizado. Así que partí a mi país de origen, con la esperanza de fundar una comunidad Haiku-Zen.
Mis anhelos no se vieron defraudados y, mediante las listas de internet, armé un grupo de los más ameno. Hablábamos de Susana Giménez y sus relaciones con Saussure. Nunca entendí demasiado a ninguno de los dos pero mis cursos tenían eso no se qué, y en el Karate Zen -como les expliqué- uno tiene licencia para matar o decir cualquier boludez, con tal que haya animales, plantas o elementos naturales en el relato.
Inventé una tanga infalible: digo cualquier estupidez mientras pongo cara de sobrador. Tengo una media sonrisa patentada que, adobada con la frase: “Esto esta dicho desde otro lado. Ya vas a comprender más adelante la metáfora”, me evita toda replica enojosa.
Les muestro la más grande de mis creaciones: ”Si el pez nada, nada es todo para el pez, que en todo nada y en nada es pez”. Nadie atinaba a acertar de lo que hablaba. Repartí katanasos por más de diez años con esta frase merluza, hasta que todo se me vino abajo por un descuido imperdonable. Un día me quedé dormido en la silla cuando había trescientos cincuenta discípulos en la clase y, obviamente, no escuché ni pude rebatir una inquisitoria. Sufrí la ancestral pena consabida, ya que mis cursos eran de los más democráticos, sobre todo porque yo así lo había establecido.
Ahora estoy internado en la clínica de recuperación del huesito dulce. Si algo me consuela es que entraré en el Guiness como el Haikurero de más aguante del mundo.

Gabriel Yazz y Mel