El taoismo

El Tao Te Ching es sin duda uno de los libros más importantes y enigmáticos que ha producido el pensamiento oriental. La palabra Tao (1) significa vía, camino. Algunos traductores, siguiendo una interpretación china más tardía, describen camino celeste debido a una correspondencia simbólica con la vía láctea. Otros usan la palabra regla o regla celeste, lo que traduce en forma demasiado libre, en nuestro concepto, la idea de Tao, pudiéndose entender en un sentido normativo y dogmático, lo que no corresponde a la concepción metafísica de los taoístas. Mucho peor nos parece el uso del término razón, que se remonta, según creemos, a las versiones de los misioneros (2). Además de referirse al pensamiento lógico y discursivo -que nada tiene que ver con el Tao- no tiene en cuenta que el chino prefiere las implicaciones de la imagen a lo implícito del concepto.

Por otro lado, la fama consagrada por la larga historia de esta palabra constítuye una suficiente razón para no traducirla. La idea es la de un principio primordial, anterior a toda manifestación, más allá de todo nombre, origen de todo y al cual todo debe retornar. Se trata del camino por excelencia y no de un camino.

La palabra “Te” (teu, teh, tö, to, todos fonemas aproximados a la pronunciación clásica) significa eficacia, manera de conformarse a (Tao). Ha sido traducida por “virtud” (en el sentido del latín clásico “virtus” cuya raíz “vis”, fuerza, del sánscrito “var”, no tiene connotación moral) y también por “poder”, traducciones que hemos empleado en nuestra versión según los casos. Contrariamente al uso corriente de la escritura “King”, hemos preferido la transcripción “Ching”, de acuerdo con la pronunciación castellana, la que corresponde a la del chino clásico. Palabra que originariamente significaba “tejido”, “trama” (véase el sánscrito “sutra”) y que significa en el sentido común “libro” y, por excelencia, “libro sagrado”, “libro canónico” o clásico, aunque Confucio y sus escoliastas letrados no lo hayan -por evidentes razones- incluido en el canon, cuyo aprendizaje indispensable en la formación de los letrados y funcionarios era objeto de los famosos exámenes.

Las informaciones que ofreceremos al lector más adelante acerca de los problemas que enfrenta el traductor, debido a las características de la lengua china y a la extrema concisión de nuestro texto, permitirán una mejor comprensión de estas breves explicaciones complementadas por las notas.

El Taoísmo es esencialmente una doctrina iniciática, que implica realizaciones en el orden metafísico y no “místico”, como algunos intérpretes han traducido equivocadamente (3). Por esta razón -y sin que esto signifique negar la existencia histórica de Lao Tzu- la doctrina taoísta se dirige más hacia el mito y la cosmogonía que a la historia; por esto el simbolismo y las imágenes tienen mayor importancia que los hechos históricos en cuanto tales. La leyenda de Lao Tzu y del origen del Tao Te Ching se relaciona entonces muy estrechamente con la comprensión profunda de la doctrina taoísta. Por otro lado, los antropólogos y los historiadores de las religiones saben muy bien lo que significa un mito de origen que se remonta a un tiempo indeterminado (4). Es conocida la existencia de una leyenda de fundación o mito de origen en toda organización iniciática (5).

Un destacado sinólogo francés, L. Laloy, ha recogido la leyenda de fuentes taoístas y la presenta por extenso. En dicha leyenda Lao aparece en este mundo por nacimiento virginal. Su madre le dio a luz bajo la sombra de un ciruelo, después de haber tragado un huevo en forma de perla. El embarazo duró setenta y dos años (6). Lao nació como niño viejo, con cabello cano y rostro arrugado, y como tenía orejas más grandes de lo normal se le dio el nombre de Li-Ar (orejas de ciruelo); luego tuvo el nombre de Li-Tan (orejas largas), el que fue sustituido después por sus seguidores con el de Lao Tzu (el viejo sabio). La leyenda indica luego varios viajes a distintos países de oriente y su vuelta a la China donde ejerció un cargo de funcionario en el estado de Chu. Pero terminó bruscamente su carrera, cuando subió sobre un carro conducido por un buey azul, para alcanzar las fronteras del reino. Allí encontró a Yin-hi, oficial gobernador del paso de Han-ku, hombre virtuoso, que escondía su sabiduría. Yin-hi, que había tenido una premonición de que iba a encontrarse con un gran sabio, luego de haber conversado con Lao-Tzu, le suplicó que pusiera por escrito su enseñanza. Éste sería el origen del Tao Te Ching -según la leyenda- en la que el libro aparece como una especie de testamento espiritual dejado por el sabio antes de pasar la frontera del Tibet o de la India.

Entre las numerosas implicaciones que el simbolismo de la leyenda nos ofrece, tenemos que considerar de manera especial que la “frontera del imperio”, a la cual hay numerosas alusiones en nuestro texto, equivale a los límites o umbrales del mundo (entendiéndose el mundo como el mundo humano y civilizado). Otro elemento evidentemente legendario es la atribución a Lao Tzu de la paternidad del “Libro de la Ascensión hacia el Oeste”, de autor desconocido, que con el titulo de “Sermones a las Gentes de los Reinos Bárbaros”, contendría sus enseñanzas, luego de que Lao Tzu abandonó la China (7). La leyenda se relaciona también estrechamente con la doctrina del “alma embrionaria” cuyo desarrollo (a no ser que se trate de un Sabio, “Sheng Jen”) depende únicamente de cada ser humano y de su manera de vivir, siguiendo la voluntad del cielo, lo cual no implica ninguna revelación particular. Esta realización fue objeto de numerosas enseñanzas y prácticas taoístas. La idea del “alma embrión” está en evidente relación con la madre secreta y universal, que se halla en numerosos pasajes de nuestro texto (8). En cuanto al equilibrio necesario para el desarrollo del “alma-embrión”, éste depende de un cultivo armónico entre el cuerpo y las varias almas (vital, mental, espiritual). La doctrina de las almas múltiples se deriva de la antigua enseñanza china. No existe ninguna razón de peso para atribuirla a un supuesto chamanismo, puesto que es común a muchos pueblos y religiones antiguas (9).

Fuentes de la doctrina Taoista

Las remotas fuentes de la doctrina taoísta se hallan sin duda en los primeros desarrollos de la más antigua cultura china, que toma su denominación del río amarillo (“Hoang Ho”) y de la gran llanura fertilizada por este río. Antes de su expansión hacia el norte y el oeste, esta cultura de campesinos se manifestó con una asombrosa originalidad, y de ella salió la idea del Tao, al parecer concebida primero como principio del orden universal impersonal, que en sus sucesivas elaboraciones metafísicas, sociales, políticas y morales, debía dar vida a todo el pensamiento chino, sea al de Confucio como al de Lao Tzu.

La doctrina del Tao es entonces mucho más antigua que el Taoísmo propiamente dicho. La tabla publicada por Hsu-Ti-Shan y hasta hoy unánimemente aceptada indica cómo los “brujos” y los analistas que rodeaban al rey campesino contribuyeron, cada uno por su lado, a su formación arcaica, de acuerdo con sus investigaciones, las que tenían como denominador común las preocupaciones cósmicas, puesto que su asesoramiento se refería a la confección del calendario, para asegurar la correspondencia armónica entre el ciclo de las estaciones y el ciclo de la vida agrícola y social (10).

De estas dos “escuelas” habría nacido el “Yi Ching” (libro de los cambios) obra metafísica y cosmológica, que luego fue usada como oráculo imperial, a través de una serie de añadiduras y elaboraciones posteriores. Del “Yi Ching” provienen las doctrinas confucianas, taoístas y la del “Tao Te”. Aunque señalando influjos recíprocos, Hsu-Ti- Shan indica como antecedentes directos de la doctrina específicamente taoísta la doctrina de los “brujos”, y el Yi Ching, la “escuela de los números” (una especie de numerología o numerosofía parecida a la de los pitagóricos), luego la doctrina de las artes mágicas, de los adivinos, de los astrónomos (y astrólogos), la del “Tao Te” y las escuelas de Mo Tzu. Siguen la medicina, la higiene sexual, la escuela del calendario y la del Yin Yang, la doctrina de los cinco elementos y la de la inmortalidad. Todas estas doctrinas habrían confluido en la formación del Taoísmo.

Pero nos parece evidente que una línea más directa, por cuanto se refiere a Lao Tzu y al Taoísmo antiguo, puede señalarse a partir del Yi Ching, en las “escuelas” del Tao Te, la del Yin Yang y de la Inmortalidad. La idea de la armonía entre cielo y tierra y el hombre (por excelencia el rey) intermediario entre los dos, son principios comunes a toda la cultura china. Una definición del Tao que ofrece Hi-Tzu:

Yi Yin – un aspecto Ying

Yi Yang – un aspecto Yang

Che wei Tao – eso es el Tao

Se refiere naturalmente al “Tao que tiene nombre” de nuestro texto y que, unido al Tao impersonal y no manifestado, en la corriente engendrada por la polaridad de los dos principios, o sea el atractivo Yin (receptivo, femenino) y por el expansivo Yang (activo, masculino), es la “madre” (porque ha dado origen, ha cobijado en su seno) de los diez mil seres (todos los seres existentes) (11).

El registro de la historia (Shi-Chin) de Sse-Ma-Chien (145-82 antes de Cristo) es sin duda alguna la fuente escrita más importante para la historia del Taoísmo antiguo.

La doctrina del Yin Yang en el Tao te Ching

La doctrina del Yin Yang es uno de los productos más geniales de la metafísica china, pero no siempre ha sido bien entendida por los intérpretes occidentales.

Cuando comenzó a ser conocida en occidente (12) se señaló cierto paralelismo con la díada de los pitagóricos, teniéndose especialmente en cuenta los ejemplos que se encuentran en la “Metafísica” de Aristóteles. En efecto, en ambas doctrinas existe la coincidencia en atribuir a la dualidad y no a la unidad el principio de la multiplicidad (13).

La unidad es concebida como Tai Ki, la mónada, en ambos casos en el sentido metafísico y no matemático; quizá esto se explique por faltarles tanto a los chinos como a los griegos el cero, del cual la unidad metafísica toma, a veces, el lugar.

La díada de lo pitagóricos se asemeja algo al Yin Yang, pero no ha tenido ni la importancia ni las aplicaciones sucesivas a todas las ciencias que se han producido en la cultura china debido a que a Grecia le ha faltado un libro como el Yi Ching.

Se han registrado también analogías entre Lao y Heráclito, y éstas no pueden negarse por cierto en lo que se refiere al uso constante de la paradoja, a una dialéctica subordinada a la metafísica, la que lleva siempre implícita la idea de una unidad superior. En este sentido el Logos heraclíteo tiene cierto parecido con el Tao. Pero en cuanto se refiere a la explicación de la dinámica del mundo, “pólemos” y “eros” no pueden asimilarse al Yin Yang, puesto que se presentan como fuerzas opuestas de atracción y repulsión; mientras que el Yin y el Yang son principios polares complementarios, más bien que opuestos, y solamente el desequilibrio entre ellos determina la falta de armonía.

Marcel Granet, en sus obras sobre la cultura china, ha descrito muy bien el proceso de descubrimiento del ritmo del Yin y del Yang en esa antigua cultura. Como todos los pueblos dedicados a la agricultura, los chinos han atribuido una gran importancia a los ciclos astronómicos y a su influencia constante en la vida de la sociedad humana y de sus labores.

El período Yin, durante el año, corresponde al otoño y al invierno, y durante el ciclo diario, a la noche y a la luna. En este periodo no hay trabajo en el campo, la sociedad subsiste por las labores de las mujeres que tejen, que son activas en el hogar. Se ha notado también la relación entre el ciclo menstrual y las fases del mes lunar.

El período Yang, durante el año corresponde a la primavera y al verano, al día, al sol, al calor. Los hombres trabajan el campo con la fuerza de sus brazos. Yang corresponde al sexo fuerte.

Las antiguas canciones nupciales chinas, traducidas por Chavannes, celebran los “matrimonios” masivos que se efectuaban durante la primavera, cuando los jóvenes cruzaban a nado el río para unirse con las jóvenes y procrear. Esta era la unión del Yin Yang. La explicación de Granet, sin embargo, pretende atribuir el descubrimiento del Yin Yang a causas puramente sociológicas y concibe la naturaleza un poco a la manera del hombre moderno, como un conjunto de fenómenos, dentro de una cosmovisión “naturalista” algo desligada de la metafísica y no según el testimonio de toda la cultura china tradicional, de una visión global del mundo, de aquella visión que Henry Corbin ha definido como Hierocosmología.

Granet parece olvidar que el orden superior a lo humano estaba en poder del Augusto Cielo (“K’wang-t’ien”), llamado también el Señor de lo Alto (“Shang-ti”) que reside en la Osa Mayor. Y lo más grave es que -contra toda la tradición china, sin una sola excepción- concibe el Yin Yang como anterior al Tao. Para pensar en las fases de la luna, hay primero que pensar en la luna; de esta manera, primero hay la idea de un orden y luego de sus ritmos.

Así, el Yin y el Yang son a la vez principios metafísicos y, en forma subordinada, aspectos de la naturaleza del cosmos, de la especie humana, de los animales, de las plantas y hasta de las cosas, que no son concebidas como inanimadas, porque llevan fuerzas Yin y Yang. En la dinámica de la vida universal, aun en lo físico, pero debido a su naturaleza metafísica que depende del orden superior que es el Tao, hay un orden de prioridad que se expresa así:

Tao
Yin Yang

y no, Tao = Yin Yang.

Algo enigmática aparece la razón por la cual el Yin receptivo y oscuro, antecede tradicionalmente al Yang, expansivo y luminoso. Los sociólogos aducen una razón histórica y antropológica; la que el régimen matriarcal habría sido anterior al patriarcal en la China arcaica, y este hecho explicaría por qué la tradición pone el Yin antes que el Yang. Parece difícil creer que los pensadores chinos -y sobre todo aquellos de la “escuela del Yin Yang”- hayan mantenido por esta sola razón histórica y durante el patriarcado, este orden sin alterarlo, sin que haya intervenido otra razón.

Pensando en el alma-embrión, hay que tener en cuenta la anterioridad de la situación subterránea, oscura, de la semilla, del caos, del huevo, a la del árbol, del orden cósmico, de las aves y de los seres orgánicos. Hay que considerar la idea de lo embrionario, en cuanto tiene en sí, en principio, todas las virtualidades de sus desarrollos futuros. Es sabido cómo esta idea es de suma importancia en el Taoísmo y en su constante del retorno al caos primordial, que es una imagen de la unidad indistinta a partir de la cual se expandió el mundo mediante un movimiento en torbellino, que hizo que las cosas individuales (los diez mil seres) se desprendiesen en sus distintas combinaciones de Yin y de Yang.

Por otro lado, no hay lector perspicaz de nuestro texto que no vea la insistencia en los símbolos del Yin como particularmente significativa, en relación con el Te. Los textos sobre las ventajas del agua, de la humildad, de la receptividad, de la oscuridad, de la debilidad -todos ellos símbolos del aspecto Yin- contrapuestos a los correspondientes del aspecto Yang, parecen sugerir que el Te consiste en el elegir el Yin para realizar el Yang.

Los confucianos -que conciben el Yin Yang con menor profundidad- sitúan el Yang en absoluta superioridad y le confieren también un rasgo de superioridad moral.

Al producirse la decadencia del Taoísmo tardío, en la práctica de la magia, la doctrina del Yin Yang produjo una cantidad de prácticas extrañas, pero no cesó nunca de mantenerse en vigencia.

Es innegable que, aunque nuestro texto se inspira en una noble afirmación de sabiduría, hay en él algunos pasajes que pueden prestarse a esta clase de interpretaciones, quizá debido al influjo de lo que se ha propiamente denominado la “escuela del Yin Yang” (a la que se remonta la alquimia china), por lo menos en la época de la redacción de Wang Pi (siglo II D.C.).

Hacer-no-haciendo (Wey-Wu-Wey)

Lo que acabamos de decir a propósito de la mayor importancia de lo latente y oscuro, como “modo de proceder” (que por otro lado resulta conforme a la naturaleza iniciática) del Tao, nos obliga a ofrecer una explicación indispensable acerca de la expresión china “Wu-Wey”, “No-hacer”, muy usada en nuestro libro, y que muchos occidentales poco perspicaces han interpretado como quietismo y pasividad.

Aquí podríamos citar aquel fragmento de Heráclito que se refiere al poder del niño y que puede confrontarse con los numerosos pasajes que nuestro texto ofrece acerca del niño (14). En verdad, es muy difícil para un hombre occidental moderno -como para todo oriental “occidentalizado”- entender una doctrina de la acción como aquella del “Wey-Wu-Wey” (hacer-no-haciendo). La idea taoísta es la de un retorno a la acción espontánea, como la del niño que juega, únicamente por jugar, como la del viento que mueve los árboles, como la del riachuelo que corre.

La moderna psicología occidental atribuye a los juegos del niño una importancia muy notable en el desarrollo futuro de su personalidad. Los mismos psicólogos han notado en el hombre el prevalecer de la memoria de los hechos remotos y el remontarse a la niñez como a una “edad de oro”, lo que explica también la predilección de los viejos hacia los niños y su mayor comprensión de la mentalidad infantil; hechos cuya importancia no carece de significado si se piensa en la experiencia de vida que el anciano posee.

Los taoístas están aquí en oposición abierta y expresan su rechazo por los ideales confucianos y por la falacia de su manera de concebir la existencia humana, valorizando esencialmente la maduración racional y la experiencia como factores enteramente positivos. Rechazan además la imposición de las actitudes solemnes en el trato con los demás y con todos los convencionalismos fijados por el ritual, que el niño desconoce.

Esto nos aclara además las aparentes extravagancias y los modales de “niños traviesos” adoptados por los taoístas en los medios populares (15). La conciencia “difusa”, la visión abierta del niño, cuya mente no esta todavía esclavizada por los prejuicios y los hábitos, es comparable a la actividad natural y puede relacionarse con otros famosos textos taoístas como aquel que afirma que el sol no necesita conciencia de dar la luz y el calor (la vida) a la tierra para darla; que el cielo manda la lluvia sin “tener la intención” de beneficiar a la tierra, etc.

“El buen caminante no deja huellas”, dice nuestro texto. Se trata de la acción impersonal, espontánea, que actúa como los fenómenos naturales.

Mientras que en los medios confucianistas hasta los gestos y las palabras están rígidamente reglamentados, como la “piedad filial”, la “benevolencia” (“Jen”), nuestro texto afirma que el cielo no es “Jen” (benévolo, humano) y tampoco lo es el sabio (“Sheng Jen”) que procede de acuerdo con el Tao.

La conciencia del “yo” y la “referencia al yo” (en sánscrito “Ahamkara”) se adueña de la acción, la estropea y la malogra, porque la subordina -más o menos claramente- a sus propios fines. Se trata de una concepción que no es tan sólo taoísta pues la encontramos en toda la espiritualidad del oriente tradicional y que es propia también de los contemplativos occidentales. La aceptación receptiva (y no pasiva) de la voluntad del cielo es la que está representada repetidamente en nuestro texto, mediante el símbolo del “valle” y el “espíritu del valle” (“Ku Shen”); es la ley del sabio, y el actuar conforme a esta ley -sin tener en cuenta sus propios deseos o su voluntad propia- es el camino trazado por el cielo, es llegar al Tao, puesto que la ley de la tierra es el cielo, y la ley del cielo es el Tao (16). En la concepción de los taoístas, el hombre está rodeado de fuerzas que tienden a desvirtuar sus acciones y su conducta. No solamente el contacto con los hombres es contaminante, sino lo es también con los objetos, con las cosas que pueden servir de soporte a las “influencias errantes”, fuerzas invisibles que el hombre profano desconoce, pero que pueden determinarlo a asumir como propios, deseos y logros que provienen de estos influjos.

Asimismo, el Taoísmo condena la autosuficiencia, la ley que uno se da a sí mismo, arbitrariamente, puesto que se da en la ignorancia de sus causas ocultas. La “etiqueta” social, y los ritos civiles, como los concebía Confucio, de acuerdo con el “Li-Ki” (“Libro de los Ritos”) no representan una manera de estar en constante armonía con la ley del Cielo, a través de una complicada sintonización con los ritmos de la naturaleza. Para el taoísta todo esto se ha vuelto un artificio y una sofisticación de lo natural, lo que desvirtúa precisamente esa armonía.

Por eso, el verdadero sabio se presenta a los hombres como un mendigo, como un torpe (17), como un loco. Todo el convencionalismo social hace que el sabio tome esta actitud de contrapie y se presenta como envuelto en las fuerzas oscuras del Yin, templando la luz interior, como dice nuestro texto. Porque ésa no es “su luz” sino la luz, no es “su gloria” sino la gloria. Sólo así puede ser el “valle del mundo” o el “cauce del mundo”, sólo así puede “estar en el centro” que es la posición polar; ser el inmóvil señor del movimiento, que todo lo dirige sin dirigirlo.

Hay un texto que dice que el taoísta tiene que “llegar a ver la estrella polar desde el hemisferio austral”. Tiene que “ver sin los ojos”, “oír sin los oídos”, etc., como reza el “Pankoatu” (18), porque su posición polar está liberada de las limitaciones espaciales, es el “Eje del Mundo”, niño y viejo al mismo tiempo; porque se vuelve una personificación del espacio sagrado” como el Tao lo es del “tiempo sagrado” siempre reversible por su primordialidad.

Hacer-no-haciendo es “nutrirse en el seno de la madre” (cósmica) Como dice el texto, lo que constituye su gloria suprema. El Wu-Wey es entonces una doctrina de la acción. El Te que realiza este tipo de acción tiene su fundamentación en una ley que es aquella de las “acciones y reacciones concordantes”. Esta ley se halla indicada en nuestro texto y en particular en uno de los capítulos, pero con la indicación final que prohibe enseñarla a los profanos: “Las armas del reino no se muestran al extranjero”.

Por lo que sabemos de fuentes taoístas orales, se trataría de uno de los pilares de la tradición taoísta, y tiene una especial aplicación referida a la ley del movimiento. La escuela mágica del Yin Yang la tuvo en cuenta en sus desarrollos en el Taoísmo más tardío. Puesto que la ley del mundo, en cuanto a su dinámica, es Yin Yang, ésta se aplica a los dos tipos de movimientos cuyo alternarse caracteriza la vida biológica y natural. Al movimiento Yin = Contracción, sigue el Yang = expansión, y el “continuum” de la vida está constituido por esta discontinuidad en cuanto es rítmica (por ejemplo sístole y diástole en el corazón). Producir una contracción significa provocar una reacción expansiva. Según los taoístas, se trata de cosas que todo hombre profano sabe, pero a las que no se les da todo el alcance que tienen.

No podemos extendernos sobre las implicaciones cósmicas o psicológicas de esta doctrina. Por otro lado, en nuestro texto se encuentran muchas alusiones a ella, a través de ejemplos numerosos y variados. Solamente tenemos que aclarar que el “Te” está esencialmente fundamentado en ella, teniendo en cuenta que el criterio ético no tiene nada que ver con esta doctrina. “Que se quede el pez en la profundidad del agua”, dice Lao Tzu. Porque es demasiado evidente que esta ley puede ser aplicada (y seguramente lo ha sido en algunos medios y oportunidades) para conseguir fines no precisamente nobles.

La concepción del hombre en el Taoismo

El Taoísmo ha impreso un sello particular a la concepción general del hombre que es propia de la China tradicional, o sea a aquella que tiene su origen común en el pensamiento arcaico.

Entre las muchas tríadas que existen en la tradición china (19) una de ellas se refiere al hombre, situado entre el cielo (lo trascendente, lo espiritual) y la tierra (lo inmanente, lo material); siendo el hombre -como hijo del cielo y de la tierra- intermediario entre los dos, este rol es personificado por excelencia en el rey y luego por el emperador, “hijo del cielo”. Esto está en cierta correspondencia con otra tríada: cielo, tierra y centro (espacio intermediario, en chino “chung-ho”, que significa “centro”, “unión en el centro”) lo que corresponde a los “tres mundos” del cosmos religioso hindú (“bhu- bhuvarshar”) y también a los tres “pachas” de la religión incaica.

Ya hemos dicho que la unidad, “Tai-Ki”, no es considerada como primer número impar, por representar la unidad metafísica. Tres es el primer número impar, por representar el número del cielo (Yang) en cuanto a su naturaleza, como dos es el primer número par y representa la naturaleza de la tierra (Yin); pero en cuanto se refiere a la acción recíproca del cielo y de la tierra, la que no puede darse sino en el centro (“chung-ho”), y a su mesura y modo de manifestación, el cielo está representado por el número cinco (2 + 3) y la tierra por el número seis (2 x 3) (20).

La concepción del hombre se halla entonces relacionada con esta posición central; por eso, el emperador, al celebrar los grandes sacrificios, tenía que estar “situado” en este centro.

Si consideramos el Taoísmo como una religión, tendríamos, de acuerdo con el criterio de Von Glasenapp, que clasificarlo entre las religiones del orden eterno del mundo (que en este caso tiene el nombre de Tao) en contraposición con aquellas que se fundamentan en la revelación histórica de Dios (personal), como Israel, el Cristianismo y el Islam. Sería entonces una religión que pertenece al mismo grupo en el cual se sitúan el Hinduismo y el Budismo. El sentido de una revelación del orden eterno del universo procede por analogía de la naturaleza (esa “analogía universi” que tampoco era desconocida por la escolástica cristiana medieval) llevando a través de una “cosmología sagrada” a la metafísica. Pero aunque el Taoísmo debía tomar en un determinado momento la forma de una religión (con sus monjes, ritos, etc.), todos los autores reconocen que eso no proviene de su naturaleza propia, sino de un influjo posterior del Budismo, única religión que apareció al principio de nuestra era, en la China, proveniente de la India. Esto permitió al Taoísmo influir notablemente en el Budismo chino y especialmente en la escuela “Chan” (escuela de meditación, más conocida en occidente a través de su versión japonesa, el Budismo Zen).