Guerrero de la Sombra

Guerrero de la Sombra
por Shawn Carman 

Traducido por Mori Saiseki 

 
Ver a los enemigos llenaba el corazón de Yogo Itoju de un frío miedo, distinto a cualquier cosa que antes hubiese sentido. En el lejano horizonte, podía ver las indudables formas de los oni, y otra forma que no podía distinguir a está distancia. Aún desde aquí, podía oírles rugir y sentir su asqueroso poder. 

Itoju miró a sus fuerzas que estaban alrededor suyo. Eran pocos, pero eran Escorpión. Fuerzas más grandes habían caído antes ante el clan de los secretos, y hoy volvería a pasar. No fallaría a su señor Yojiro, no en esta tarea. Itoju era un miembro de los kuroiban, la guardia negra. Su ancestro, también llamado Itoju, había sido uno de los primeros kuroiban. Durante generaciones su familia se había enfrentado a las Tierras Sombrías. Su reputación casi había sido destruida por el traidor Junzo, pero quizás, ahora era la oportunidad para la redención. 

En medio del valle había una entrada a una olvidada mina de jade. El precioso material había incrementado de valor desde la derrota de Fu Leng, y ahora era muy escaso por todo el Imperio. Los Cangrejos lo necesitaban desesperadamente, por supuesto, y los demás clanes también lo deseaban. Donde había deseo, los Escorpiones prosperaban. 

• 

Hacia solo unos pocos días, Itoju había sido convocado a una audiencia con Bayushi Paneki, el Legionario Escorpión nombrado Defensor del Imperio por Toturi el Primero. La convocatoria había cogido a Itoju desprevenido, ya que nadie del escalón superior del clan había prestado atención a su vigilancia contra la oscuridad. La verdad es que no sabía lo que esperar del encuentro. Pero, cualquier cosa que se había imaginado, no había sido tan extraño como la realidad. 

“Itoju-san,” había empezado Paneki, “¿conoces los problemas que afligen a los campesinos en nuestras posesiones que están más al sur?” El delgado guerrero no había levantado la vista desde la carta que estaba escribiendo, su máscara haciendo imposible leer sus emociones. 

“He oído que ha habido alegaciones de espíritus malignos entre las aldeas de por ahí. Pero la verdad es que ese tipo de informes no son inusuales entre los campesinos, especialmente en nuestras posesiones del sur. Están seguros que las Tierras Sombrías van a explotar y consumirles en cualquier momento,” contestó Itoju. 

“Desde luego.” Paneki nunca paró su caligrafía. “Pero en este caso, ha habido mucha gente que ha desaparecido. De hecho, el magistrado local cogió a varios de sus yoriki y se fue a investigar.” Finalmente dejó a un lado su pincel y miró a los ojos de Itoju. “El único superviviente del grupo llegó ayer por la mañana para informarnos del ogro que vive en nuestras tierras.” 

Horrorizado, Itoju tartamudeó “¡Mi señor, no tengo excusa para esa grave dejación de mis deberes! Gustosamente mataré a esta criatura por vos y luego haré los tres cortes si ese es su deseo.” La mano del Shugenja se acercó a la empuñadura de su wakizashi. 

Un gesto de disgusto cruzó la cara de Paneki. “Itoju,” dijo secamente, “si no puedes mantener la compostura ante la adversidad, entonces, nunca avanzarás de rango.” La mirada de desdeño se esfumó, y el semblante amistoso volvió. “Pero tal y como está, está es una excelente oportunidad para que lo consigas, siempre que tengas ganas, y seas capaz.” 

“Hai, Paneki-sama.” 

“Excelente.” Paneki se dio la vuelta para coger un pergamino de su mesa. “Esta carta te autoriza a que tomes el mando de las tropas necesarias de la guarnición que hay aquí, para que te ocupes del problema.” 

“Desde luego, Paneki-sama.” Itoju cogió el pergamino. “¿Cree que una fuerza armada será necesaria? He tratado personalmente con ogros antes.” 

Paneki asintió. “Lo se. Pero, ha habido informes de criaturas más grandes al sur de nuestras tierras. Es posible que te encuentres con más resistencia de la que crees.” 

“Oni.” La cara de Itoju se retorció, para convertirse en una máscara de odio. 

“Quizás,” asintió Paneki. “En cualquier caso, coge las tropas. Estoy seguro que cumplirás con tu deber.” 

“Ahora mismo, Paneki-sama.” Itoju se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Su mente ya corría con las maneras posibles de eliminar ambos problemas de un solo golpe. Sería difícil, seguro, pero era posible. Casi había llegado a la puerta cuando Paneki le detuvo. 

“O, otro pequeño inconveniente, Itoju-san.” Paneki sacó otro pergamino y se lo dio al shugenja mientras retornaba a su caligrafía. “El yoriki que escapó de la guarida del ogro volvió con esto. Lo encontró entre los ropajes de las anteriores victimas de la bestia.” 

Itoju cogió el pergamino y lo desenrolló. Paneki continuo en un tono desinteresado. “Es un plano de una mina de jade que está en un remoto valle entre nuestras tierras y las tierras Cangrejo.” 

“Jade.” Itoju consideró la información cuidadosamente. “Ahora, el valor del jade es considerable.” 

“O, desde luego que es considerable.” Paneki no levantó la vista de su papel. “Y la carta que venía con el mapa indica que esta mina en particular se usó para esconder la Armadura del Guerrero de la Sombra.” 

La cabeza de Itoju se levantó de repente. “¿La armadura de Kisada?” 

“Si. Parece ser que cuando los Naga se llevaron el cuerpo de Yakamo, la armadura de su padre se la apropiaron algunos Nezumi de la Tribu de la Garra Codiciosa. Escondieron la armadura e hicieron un mapa de su localización, con la intención de venderla a uno de sus agentes en Ryoko Owari. Parece ser que el ogro llegó antes a nuestros aliados Ratling, y ahora el plano, la armadura, y el jade, están perdidos. Trae esos tres premios al Escorpión, Itoju, y tendrás la recompensa que te mereces.” 

“Como ordenes, Paneki-sama.” 

• 

Y ahora, la batalla empezaría muy pronto. El ogro había sido sencillo. Itoju había cogido el control de la bestia con un hechizo que había aprendido hacía muchos años. La enorme criatura luchó para liberarse, pero no pudo superar su voluntad. Cuando empezase la lucha, el ogro moriría primero, preferiblemente llevándose un oni con él y salvando las vidas de los soldados Escorpión. 

“Humo,” ordenó Itoju con un movimiento de su mano. Docenas de soldados Escorpión lanzaron pequeñas pero potentes bombas de humo, arrojadas desde la punta de largos palos. Chocaron contra el suelo y soltaron una espesa nube de humo gris que oscureció completamente al enemigo de la vista. Era una jugada arriesgada, pero necesaria para que el ejército fuese escudado de la asquerosa maho oni. 

Una llamada mental de Itoju hizo que el inmenso ogro se tambaleara hasta las primeras filas, mientas los Escorpiones se apartaban. Un poderoso hechizo de aire hizo que la nube de humo se moviese lentamente hacia delante, cubriendo el avance Escorpión. Un segundo hechizo creó un gigantesco garrote de aire para que lo usara el ogro. El ogro se tambaleó hacia delante. Con un gesto, Itoju ordenó al ejército que también marchara. Las filas empezaron a andar casi en silencio. 

“Por la victoria,” susurró Itoju. 

• 

Sobre él, el campo de batalla apestaba a sangre y a carne quemada. Cuerpos Escorpión estaban desparramados por doquier, la mayoría tan rotos que apenas parecían seres humanos. El propio Itoju se arrastraba despacio por el túnel de la mina, cada centímetro una nueva agonía. Su cuerpo estaba destrozado. Costillas sobresalían de su pecho para rasgar agujeros en su kimono mientras se movía. Arrastró sus machacadas e inútiles piernas tras él. Un ojo estaba totalmente perdido, el otro ciego por la sangre y el picor. Una mano le arrastraba hasta la entrada de la mina, los dedos ensangrentados y desgarrados hasta los huesos. La otra mano agarraba con fuerza una gran pieza de una vieja y usada armadura. 

“Siiii, tráemelo, pequeño,” susurraba una aceitosa voz en su mente. “Tráeme el precioso juguete.” Itoju luchó con todas sus fuerzas resistir a la voz, para sencillamente parar donde estaba y sucumbir a la muerte. No podía. No podía desobedecer, igual que el ogro sin mente, que había obligado a ceder a sus deseos esa misma tarde. 

“Excelente,” la voz burbujeó desde el montículo gelatinoso que era Tsuburu no Oni, girando de gusto mientras el último trozo de la armadura de Hida Kisada cayó en un montón, a sus hinchados pies. “Ahora, únete a nosotros, pequeño,” ronroneó Tsuburu. “Podrás tener un gran poder con la Horda. Nos alegra tener a los de tu linaje entre nosotros.” 

A pesar del dolor que destrozaba su cuerpo, Itoju apretó sus dientes contra la voz. “Nunca,” susurró a través de labios ensangrentados. “Nunca. Ningún castigo que puedas jamás imaginar hará que me una a vosotros, abominación.” 

“Bueno, ya veremos,” rió Tsuburu no Oni. “Conozco los secretos de la persuasión. Te los enseñaré.” La gran y blanda mano de la criatura cogió al destrozado Escorpión del suelo, abriendo una docena nueva de heridas. Itoju se giró para ver la increíble boca sin dientes del oni abrirse del todo, acercándose. Su resolución de no gritar se rompió cuando vio las caras que se apretaban contra la piel del oni desde dentro, almas gritando ser liberadas de sus condenas. 

• 

 
Yoritomo Aramasu miró el misterioso velero con interés y recelo. Sus hombres habían informado sobre el barco abandonado que flotaba cerca de la orilla esta mañana. Una precipitada investigación había descubierto un gran cesto dentro, aparentemente mágicamente protegida, que tenía un solo kanji sobre ella: Escorpión. 

Claramente, esto era algún tipo de mensaje. A quién estaba claro: el Clan Escorpión aún consideraba a Aramasu un Bayushi y un traidor. Quién lo había mandado era una cuestión más complicada. Los Escorpiones raramente eran tan obvios, pero de alguna manera notaba su mano en esto. Cualquiera que fuese el misterio, estaba seguro que le implicaba. 

Aramasu se volvió a una shugenja Moshi y asintió. “Ábrelo.” 

La joven mujer asintió y cerró sus ojos. Un suave canto se escapó de entre sus labios mientras intentaba que desapareciera el encantamiento que mantenía sellado el misterioso paquete. De repente, sus ojos se abrieron, su boca también. “¡Mi señor!” exclamó. “¡Es una trampa!” 

Aramasu dio un salto hacia atrás justo cuando explotó el cesto, haciendo que cayera un bushi Mantis a la arenosa playa, salpicado de esquirlas de madera. Una solitaria figura emergió del nocivo montón de porquería parecida al barro que llenaba el cesto. Era un hombre, pero uno que había muerto hacía mucho tiempo. Su cuerpo estaba torcido en una terrible burla de una postura humana, y su piel estaba hinchada y descolorida como la carne en adobo. Estaba vestido de cabeza a pies con una negra armadura que parecía ser una con la propia noche. 

“¡Traidor!” Gritó la cosa. “¡Traidor al Escorpión! ¡Pronto pagarás tu precio! ¡Nadie escapa!” Se abalanzó sobre Aramasu, pero le hizo caer un guerrero Mantis que cargó sobre la criatura desde un lado, salvando a su Campeón de su ataque. Los dos se enzarzaron en un combate. El gran yelmo negro de la criatura salió rodando por la arena. La criatura ignoró los golpes del sai del guerrero, que hubiesen matado a un hombre vivo. Se giró con un movimiento rápido y desgarró el cuello del hombre con sus dientes. El Mantis cayó a un lado con un asqueroso gorgoteo. Escupiendo un trozo de carne masticada, la criatura se puso en pie y rió. Miró hacia arriba, sus ojos rojos buscando a su presa. 

Encontró a Aramasu, quien de un hábil movimiento separó la tapa del cráneo de la criatura de oreja a oreja. Su cráneo cayó al suelo con un golpe húmedo, los ojos brillando con ira. La otra mitad se quedó en el cuerpo de la criatura, su boca moviéndose en silencio. Con una exhalación, la cosa cayó al suelo, se agitó, y se quedó quieta. 

“Por las Fortunas,” dijo ahogadamente un soldado Mantis. “El hedor… he olido antes a los no-muertos, pero esa cosa… es casi inaguantable.” 

“Cortarle la cabeza antes de que se vuelva a levantar. Cura las heridas de los otros cuando hayas acabado,” Aramasu ordenó a la Moshi, gesticulando hacia los dos guerreros que estaban en el suelo. Mientras que se obedecían sus órdenes, el Campeón miró hacía su enemigo con una mirada de odio y asco. “Un Yogo. Itoju, creo.” Pero cuando miró a la ennegrecida armadura, llena de porquería que llevaba la criatura, su expresión cambió a una de sobresalto. 

“¿Le conoce?” Preguntó un sorprendido bushi. 

“Tengo el hábito de conocer a mis enemigos,” dijo suavemente Aramasu. “Traer a mas shugenja. Ahora. Es posible que tengamos que purificar la zona.” Aramasu se arrodilló y quitó el fango de la armadura con un trozo del cesto roto. La cresta era inequívoca. Aramasu se sobresaltó. “Esta es la Armadura del Guerrero de la Sombra, llevada por el Gran Oso, Hida Kisada. Hida Yakamo murió con esta armadura.” Los labios de Aramasu se apretaron con una furia silenciosa. “Ha sido manchada por el roce con esta asquerosa abominación.” Se giró hacia la Moshi, que estaba curando al guerrero herido. “Cuando lleguen los otros, que lleven esta armadura a mi palacio. Debe ser purificada, a cualquier coste. Ningún coste es demasiado grande.” Se giró hacia otro soldado Mantis. “Ve a los muelles. Preparar mi barco.” 

El Campeón Mantis puso su mano sobre sus armas. “Iré a Otosan Uchi, y preguntaré a los Escorpiones que hay allí. Encontraré a los responsables de esta blasfemia. Y les mataré.”