Enseñanza y sistema de Gurdieff

ENSEÑANZA Y SISTEMA DE GURDJIEFF

Kenneth Walker

Digitalizado por Biblioteca Upasika

www.upasika.tk

PRÓLOGO

En la crítica que hace de una de mis obras más recientes, el Sr. Cyril Connolly señala que durante los últimos diez años, he estado tratando de escribir el mismo libro con éxito diverso.
Tiene razón, pues casi cada palabra que he escrito desde la publicación de Diagnosis of Man (Diagnóstico del hombre) en 1942, ha reflejado distintos aspectos de la enseñanza de Gurdjieff, enseñanza que forma un todo completo, sólido e integral. Y ahora, todos estos esfuerzos anteriores culminan en la tentativa de proporcionar una exposición más completa del sistema psico-filosófico que ha impartido a mis libros, la similitud en la que se funda la queja del señor Connolly. Considero por lo tanto a la presente obra como de mucha mayor importancia que cualquiera de las que la precedieron, sea cual sea el destino que le espere, y por desfavorable que sean las criticas que provoque.
Es sumamente probable que algunos de mis críticos la traten en forma muy dura, pues ninguno de ellos ha tratado jamás con indiferencia la enseñanza de Gurdjieff. O bien han advertido en ella algo muy grande, o bien han reaccionado en forma muy violenta, pues, igual que otros maestros de religiones -considero a Gurdjieff como tal- ha logrado escandalizar a sus oyentes, más que aplacarlos.
La exposición que se hace de la enseñanza de Gurdjieff en esta obra está muy lejos de ser completa. No fue mi intención dar un informe completo sobre ella, sino hacer comentarios sobre aquellas partes de su sistema de conocimiento que hayan provocado en mí una impresión muy profunda, o que me hayan convencido de que tienen una importancia especial.
Tengo que expresar mi agradecimiento a muchas personas, y no hay nadie con quien me sienta más profundamente obligado que con el principal intérprete de Gurdjieff. P. G. Ouspensky. De no haber sido por su clara exposición -tanto en sus enseñanzas verbales como en su obra póstuma, In Search of the Miraculous (En Búsqueda de lo Milagroso)-este pequeño libro sobre la enseñanza de Gurdjieff no podría haber sido escrito nunca. Quiero también agradecer la ayuda que he recibido de las obras de mi amigo de toda la vida, el Dr, Maurice Nicoll, Commentaries on the Teaching of Gurdjieff and Ouspensky (Comentarios sobre la Enseñanza de Gurdjieff y Ouspensky), The New Man (El Hombre Nuevo) y The Mark. (1) Casi no necesito decir que he obtenido también información valiosa del libro del que es autor Gurdjieff mismo, All and Everything (Todo y Todas las Cosas). Puede encontrarse la totalidad de su enseñanza en esta gran obra suya. Siempre que uno actúe con la diligencia. el conocimiento y a la comprensión necesarios para descubrirla. Si este pequeño libro mío pudiera ser el medio que sirva para que el lector se provea del conocimiento requerido para esa tarea, habrá cumplido uno de los propósitos que motivaron su publicación. En la comparación de la enseñanza de Gurdjieff con otras doctrinas orientales, y más particularmente con las del Vedanta, he recibido una gran ayuda de las importantes obras de Sri Aurobindo, The Life Divine
(La Vida Divina) y The Synthesis of Yoga (La síntesis del Yoga).
Para terminar, he reservado mi agradecimiento más cálido para los miembros del Grupo Gurdjieff de París, que tanto han hecho por ayudarme en el estudio de sus métodos, tanto en Inglaterra como en Norteamérica. Este libro lo dedico a ellos.

K.W.

CAPÍTULO 1

GURDJIEFF Y OUSPENSKY

Es una cosa fascinante. y al mismo tiempo un tanto alarmante, recorrer hacia atrás la línea del pasado y notar lo delgado que era el hilo que tejieron los Hados, y cuán fácilmente pudo haberse cortado; por supuesto que, de haberse cortado, entonces
la vida de uno hubiera sido completamente distinta, Qué lejos estaba yo de adivinar que cuando un joven periodista ruso perteneciente al personal nocturno de un diario de San Petersburgo hizo un viaje a Moscú en la primavera de 1915, estaba iniciando una cadena de acontecimientos que iban a ser de suma importancia también para mí… ¡Qué tienen que ver -hubiera protestado si un gitano clarividente me hubiera llamado la atención sobre ese acontecimiento- los movimientos de un periodista de San Petersburgo conmigo, cirujano residente del Hospital Británico de Buenos Aires. No parecía existir la menor conexión entre mi persona y cualquiera de los acontecimientos que ocurrían en Rusia. y muchas cosas tuvieron que suceder y muchos años que pasar, antes de que la senda del robusto y joven periodista ruso de pelo al ras y grandes anteojos se cruzara con la del cirujano de Buenos Aires.
Ouspensky nos cuenta en su libro. In Search of the Miraculous, que durante la mencionada visita suya a Moscú en la primavera de 1915 dos amigos, un escultor y un músico, le hablaron de un pequeño grupo de Moscú que estaba ocupado en ciertas investigaciones y experimentos difíciles de describir.
Trabajaban bajo la dirección de un griego caucásico y, un poco en contra de su voluntad, accedió a que le presentaran a su maestro caucásico. El encuentro tuvo lugar en un pequeño café, y Ouspensky hace la siguiente descripción de su primer encuentro
con Gurdjieff: “Vi un hombre de aspecto oriental, ya no joven, con bigote negro y ojos penetrantes, que al principio me asombró porque parecía estar disfrazado y completamente fuera de ambiente en ese lugar y esa atmósfera. Yo estaba todavía lleno
de impresiones de Oriente, y este hombre, con su cara de rajá indio o de sheik árabe. . . sentado aquí en este pequeño café. . . con sobretodo negro de cuello de terciopelo y una galera negra producía la impresión extraña, inesperada y más bien alarmante de un hombre mal disfrazado, cuya presencia lo embaraza a uno porque lo que ve no es lo que él finge ser, y no obstante eso uno tiene que comportarse y hablar como si no lo hubiera notado” (P. D..Ouspensky, In Search of the Miraculous).
Se encontraron varias veces más en el mismo café, y Ouspensky empezó a darse cuenta cada vez más de que el hombre con quien hablaba aquí en Moscú, este hombre que hablaba el ruso incorrectamente con fuerte acento del Cáucaso, poseía el conocimiento que él, Ouspensky, había estado buscado recientemente sin el menor éxito, en India y Ceilán. Fue el comienzo de una estrecha vinculación entre los dos hombres que duró siete años y tuvo enorme importancia para ambos.
Después vino la Guerra y la Revolución, que pusieron fin no solamente al viejo régimen Zarista sino también a toda clase de pensamiento y cultura en Rusia. En 1917 Gurdjieff y Ouspensky, con varios miembros del Grupo de Gurdjieff, se refugiaron en Constantinopla, pero estaban tan alejados del interés del autor del presente libro, como siempre lo habían estado. Fue entonces cuando el delgado hilo de los acontecimientos comenzó a acercarlos a mí. Había gente influyente en Londres que había leído el libro de Ouspensky, Tertium Organum, y que; al saber que su autor era uno de los numerosos refugiados rusos dispersos en Constantinopla, lo invitaron a ir a Londres.
El siguiente acontecimiento significativo tuvo lugar justo en los umbrales de mi casa, en el 86 de la calle Harley. “Nos han concedido una entrevista con el Secretario del Interior dentro de veinte minutos, y quiero que usted sea miembro de la delegación”. Era mi amigo Maurice Nicoll quien me decía esto y, sin darme tiempo para contestarle, me metió de cabeza en un taxi que esperaba.
-Pero, ¿qué es todo esto? -le pregunté, después de haber sido presentado a los otros miembros de la delegación.
-Se trata de Gurdjieff. Tenemos que conseguir un permiso para que venga a Londres. Ouspensky ya está aquí, y queremos también a Gurdjieff. Tú vas a representar a la medicina ortodoxa, y dirás lo importante que es que se permita venir a Gurdjieff.
Media hora más tarde ya estaba yo explicándole a un aburrido secretario del Interior lo esencial que era para el bienestar de la Medicina Británica que Gurdjieff (que para mí no era más que un simple nombre) consiguiera permiso para radicarse en Londres. Pero la Secretaría del Interior explicó al día siguiente que ya había concedido tantos permisos para oficiales Rusos Blancos. que no podía conceder uno más para Gurdjieff.
Fue así que Ouspensky se radicó en Londres y empezó a celebrar reuniones allí, mientras que Gurdjieff siguió donde estaba en París, y finalmente fundó en un castillo de Fontainebleau lo que durante tanto tiempo sólo había existido en su mente como proyecto: el Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre.
Maurice Nicoll fue quien forjó el último eslabón de la larga cadena de sucesos que habían empezado, ocho años antes, con la predestinada expedición de Ouspensky a Moscú, y su encuentro con Gurdjieff. Un día me acorraló en la esquina de las calles Weymouth y Harley, y me dijo que Ouspensky estaba ahora celebrando reuniones muy interesantes en Kensington, y que él había conseguido permiso para que yo concurriera. Me explicó que a la gente sólo se le permitía entrar mediante una invitación privada, y me dejó la impresión de que podía considerarme muy afortunado por haber recibido una invitación.
-El miércoles próximo, a las ocho en punto en Warwick Gardens -fue su despedida, y desapareció.
Ya he relatado. en una obra anterior. la historia de mi encuentro con Ouspensky, de mi estrecha vinculación con él por más de treinta años y de mis subsiguientes encuentros en París con ese hombre más notable aún, George Ivanovitch Gurdjieff.
Todos estos acontecimientos, .que tuvieron para mí enorme importancia y que tienen suficiente interés como para ser registrados por escrito, han sido narrados en Venture with Ideas, pero poco fue lo que se dijo en ese libro sobre las ideas que enseñaron esos dos hombres. y fue la calidad única de su enseñanza, más que sus caracteres, lo que me mantuvo vinculado con ellos durante tantos años. Las ideas no siempre ron cosas
pasivas, obedientes, que pueden ser dejadas de lado cuando ya no nos sirven más. y esto resulta particularmente cierto en lo que respecta a las que me fueron ofrecidas directamente por Gurdjieff, o a través de Ouspensky. Había ideas que venían fuertemente cargadas de energía y que pronto comenzaron a obrar en mi interior como un poderoso fermento. Originalmente, me sentí atraído hacia ellas debido a que eran enteramente distintas de todo lo que hasta ese momento había conocido, y gradualmente se fueron apoderando de mi e impulsándome en una dirección en que al principio yo no deseaba dirigirme. Al revés de Ouspensky, quien había abandonado deliberadamente
su trabajo en 1914 con el fin de buscar en Oriente lo que él llamaba “Escuelas Esotéricas”, yo estaba, o creía estar satisfecho con las cosas tal como se presentaban. En pocas palabras, no sentía la necesidad de contar con una filosofía de la vida. Sin
embargo. me estaban sacando a tirones de la usual rutina de mi vida y de mis acostumbrados canales de pensar y sentir, no tanto por la fuerza del impacto de dos hombres poderosos -los dos notables- sino por el peso mismo de su enseñanza. Todas
estas cosas han sido explicadas en Venture with Ideas.
Gurdjieff estaba en París y Ouspensky en Londres: por lo tanto fue este último quien me enseñó el sistema de conocimiento que Gurdjieff había llevado a Rusia luego de sus años de viajes por el Oriente. Tal vez haya ocurrido también que los Hados responsables de todo lo que me estaba ocurriendo, lo hubieran dispuesto de ese modo. Gurdjieff empleaba medicinas fuertes, y dudo de que yo hubiera sido capaz de digerir su drástico
tratamiento, si lo hubiera conocido desde un principio. Debo muchísimo a Ouspensky por todo lo que hizo por mí en esos primeros años, y le estoy profundamente agradecido por su paciente y clara interpretación de la enseñanza de Gurdjieff. Tenía mejor dominio del inglés que Gurdjieff, y una mente metódica y prolija, que imponía el orden sobre el método de enseñanza menos sistematizado de este último. Su paciencia era algo real..
mente notable. De 1917 en adelante buscaba expresiones cada vez más claras para las ideas que había recibido de Gurdjieff, con la posible intención -pues nunca hablaba de ello en forma definida- de publicarlas en forma de libro después de la muerte de éste. Pero murió antes que su maestro, y entonces recayó en Gurdjieff la responsabilidad de decidir si habría de enviarse a la imprenta o no los prolijamente revisados escritos de Ouspensky. Gurdjieff tuvo oportunidad de leerlos en una traducción al ruso, y manifestó que eran una expresión exacta de su propia enseñanza, por lo que ordenó que se publicaran.

Gurdjieff y Ouspensky ya han muerto, y si alguna vez he de registrar por escrito lo que aprendí de ellos, tiene que ser ahora. He dudado durante mucho tiempo antes de embarcarme en esta tarea, y eso por muchísimas razones. Una de ellas, por cierto importante, es que yo estaba plenamente consciente de la dificultad de trasladar a un libro una enseñanza tan individual como lo es la de Gurdjieff, enseñanza que, para ser eficaz, no puede ser leída, sino impartida a los individuos en forma oral.
Gurdjieff creía que los hombres y las mujeres son divisibles en un número comparativamente pequeño de tipos, y que lo aplicable a un tipo, no lo es necesariamente a otro. De tal manera, la instrucción tiene que ser dada en forma individual, y es obvio que esto no puede hacerse en un libro. También preví la dificultad de presentar ideas, primero en la forma cruda en que las recibí de Ouspensky, para mostrar después la gradual profundización de mi comprensión de ellas con el correr de los años.
Este lento progreso en la comprensión, sólo podía ser sugerido en un libro observando el tiempo con un telescopio, y el resultado podía resulta confuso, por dejar al lector a menudo lleno de dudas sobre si las ideas que yo exponía habían sido recibidas así de Ouspensky, o si yo las había entendido en esa forma mucho tiempo después. Ese método de presentación, también podría llevarme a poner en boca de Ouspensky palabras que él nunca hubiera pronunciado, aun cuando ellas pudieran estar
completamente de acuerdo con su enseñanza. Todo esto me hizo advertir claramente que habría de enfrentarme con muchas dificultades al escribir sobre las ideas de Gurdjieff.
Gurdjieff dijo una vez: “Tengo cuero muy bueno para venderle a quienes quieran hacerse zapatos con el”, y cuando estas palabras llegaron a mi mente, inmediatamente me proporcionaron el plan correcto para mi obra. No hay mejor descripción que ésta del rol desempeñado por Gurdjieff como maestro. Era un hombre que tenía ideas de una calidad extraordinaria para venderle a quienes necesitaran ideas de esa clase. Además había utilizado deliberadamente la palabra “vender”, porque siempre sostuvo que los hombres no eran capaces de apreciar ninguna cosa que no se vieran obligados a pagar para conseguirla; el pago no tiene que ser forzosamente con dinero; pero algo tienen
que sacrificar para poder apreciar debidamente el cuero que adquieren. Otro punto importante sobre el que hizo hincapié en esta breve frase suya, fue que el cuero era para aquellos que fueran a utilizarlo en forma práctica, y no para diletantes o exhibicionistas que lo quisieran solamente para lucirse. El comprador tenía que elaborar algo con el cuero que había comprado, y nada podía resultar más útil que un par de zapatos fuertes
para el difícil viaje que es la vida. Advertí que el propósito que yo tenía que tener en vista mientras escribiera el proyectado libro, debía ser el de mostrar al lector lo excelente que era el cuero de Gurdjieff; y exhibir luego los zapatos que había fabricado con él. La mano de obra y el diseño de mis nuevos zapatos podrían, naturalmente, haber sido mucho mejores. pero algo hay que decir en su favor, y es que son mi propia obra. y
están hechos a mano.
Como se verá más adelante. después de haber hecho una reseña de las ideas de Gurdjieff, las comparo frecuentemente con otras afines provenientes de fuentes científicas, filosóficas y religiosas. He realizado estas comparaciones, porque desde hace muchísimo tiempo ha despertado en mí gran interés, comparar personalmente y contraponer las ideas de Gurdjieff a las que se me han presentado a través de variadas lecturas en el curso de los últimos treinta años. He descubierto muchas analogías
llamativas en esta forma. pero lo que quiero acentuar aquí, es que no pueden encontrarse en ninguna otra parte tantas ideas de esta naturaleza reunidas en un todo sustancial en sí mismo y coherente. Quizá sea mejor emplear un símil totalmente distinto, asimilando el sistema de enseñanza de Gurdjieff a un organismo viviente, dentro del cual ya cada una de las partes se relaciona con todas las demás, y depende de ellas.
Como la enseñanza de Gurdjieff posee las cualidades de coherencia. integración y desarrollo que son características de la vida, es por ello que estoy tratando de llevarla a conocimiento de otra gente, en la medida en que es posible hacerlo en forma de libro. Esta última frase condicional es necesaria, pues la formulación y la impresión exprimen de la palabra hablada casi toda su vitalidad, del mismo modo que cuando se aprieta a una flor, se la priva de casi toda su belleza. Todas las grandes religiones se han visto expuestas a este proceso desvitalizante. Cuando las enseñaron sus fundadores eran cosas hermosas, vivas, pero cuando los escribas, los fariseos y los abogados las asentaron en libros y rollos, quedaron tan desamparadas y resecas como los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia Anglicana.
Desgraciadamente no hay forma de evitar el efecto desvitalizante que tienen los libros sobre la enseñanza oral, y todo lo que puede hacerse a esta altura es advertir al lector que eso puede ocurrir. Tiene que ser puesto en guardia sobre otra cuestión, es decir, sobre el empleo de la palabra “sistema” en relación con la enseñanza de Gurdjieff. Es una palabra que debiera de haberse evitado, pero lamentablemente ha sido confirmada por un largo uso. La razón de que sea objetable es que la palabra “sistema” está íntimamente relacionada en nuestras mentes con adjetivos calificativos tales como correcto e incorrecto, ortodoxo y heterodoxo, y éstas son palabras a las que Gurdjieff se hubiera opuesto con todas sus fuerzas.
También se opone a ellas otro maestro moderno de las verdades espirituales: Krishnamurti, quien deplora nuestra tendencia a organizar y sistematizar la sabiduría, y lo ilustra con una parábola. Narra que un día el diablo y un amigo salieron a dar un paseo por la tierra, y en eso vieron a un hombre que se agachaba de golpe y levantaba algo del suelo. Dijo el amigo del diablo: “Será mejor que te pongas en guardia, pues ese
hombre que está allí ha recogido una partícula de la verdad.”
El diablo sonrió. sin perturbarse en lo más mínimo. “No hay ningún peligro -contestó- van a organizarla y sistematizarla, No hay motivo para preocuparse.”
El Maestro Zen del Budismo compara toda enseñanza a un dedo que apunta hacia la luna, y reprende muy severamente al discípulo, si éste pone el énfasis sobre el dedo en lugar del objeto al que el dedo apunta. Del mismo modo debe considerarse a la enseñanza de Gurdjieff como un dedo que dirige la atención sobre ciertos principios y métodos que, empleados acertadamente, conducen a determinados resultados. Todo lo que este libro puede hacer es dar al lector una idea sobre algunos de los métodos y principios que empleaba Gurdjieff. Imaginar que con cualquier libro puede lograrse algo más que eso, es obviamente absurdo. Gurdjieff no trazó diagramas sobre un pizarrón para enseñar con ellos. Su método de instrucción era mucho menos cómodo para su clase. Extraía de nosotros trozos vivientes de experiencia y con ellos enseñaba. Uno descubría que sus propias vanidades y tonterías diminutas eran utilizados como ejemplos con los cuales Gurdjieff podía demostrar a la clase la naturaleza mecánica de la vida humana. Un libro no es más que un sustituto muy pobre de una enseñanza tan vital y directa como ésta.

7 comentarios

  • Crow

    CAPÍTULO II

    LAS VARIAS MENTES DEL HOMBRE

    Mantener el interés del grupo por un organismo de ideas, aportar temas de discusión todas las semanas, guiar a la gente en medio de sus confusiones privadas, sus estupideces y sus dificultades durante más de un cuarto de siglo, no era cosa baladí, y esto fue lo que hizo Ouspensky por sus seguidores. Y nosotros, por nuestra parte, le ofrecimos nuestro decidido apoyo.
    Constituíamos una muchedumbre heterogénea, que se mantenía unida debido, casi totalmente, a la enseñanza. También había gente que venía y se iba -constituían la población flotante del trabajo; había una cantidad de aves de paso que vagaban por
    sobre el borde de las cosas, eligiendo trivialidades al azar pero sin realizar verdaderos esfuerzos; se acercaba algún extraño que aparecía en una sola reunión y después, al no conseguir la respuesta de Ouspensky, no volvía más; y también veíamos visitantes que ya cargaban un pesado equipaje mental y emocional constituido por convicciones inconmovibles, teorías y creencias firmes, en forma tal que les resultaba completamente imposible hallar espacio para algo nuevo. Estaban todos estos, y además muchos otros tipos de gente que acudían a unas cuantas reuniones de Ouspensky, mostraban señales de desaprobación y desaparecían para siempre. Pero existía un constante y sólido grupo
    de seguidores que en muy contadas ocasiones faltaban a una reunión.
    Ouspensky celebraba sus reuniones, en la época en que me uní a su grupo, en una casa ubicada en Warwick Gardens. En la amplia planta baja en que nos reuníamos había un pizarrón, unas cuarenta sillas de madera de respaldo recto y asiento duro, y una pequeña mesa en la que se había colocado una jarra de agua, un baldecito, un cenicero de bronce, un borrador y una caja de tizas de colores. En la mesa se sentaba Ouspensky, hombre de complexión robusta. pelo gris cortado al rape; un hombre que, a juzgar por las apariencias yo hubiera tomado por un científico, abogado o maestro de escuela, pero ciertamente no por el expositor de lo que yo entendía que debía ser una forma mística de filosofía. Al principio me resultó muy difícil de comprender, principalmente porque hablaba con un acento ruso tan fuerte que me producía la impresión de estar escuchando una lengua extraña. Pero pronto me acostumbré a su dicción eslava, y descubrí, para sorpresa mía, que poseía un vocabulario inglés muy extenso. Cuando nos hablaba no hacía muchos gestos ni tampoco empleaba esa clase de recursos que utilizan los conferenciantes experimentados, y esta ausencia de arte oratorio daba más peso a sus argumentos. Uno sentía que él no tenía deseo de convencer -lo que así era- y que lo que
    decía era sincero, digno de confianza y muy posiblemente cierto.
    La habitación desnuda, el pizarrón, borrador y tizas, las sillas duras, la apariencia de Ouspensky, la forma en que echaba ojeadas a sus notas, algunas veces a través de sus lentes y otras mirando por sobre ellos, sus afirmaciones dogmáticas, el modo como conducía las reuniones, como negándose a aceptar insensateces, y la forma brusca en que rechazaba preguntas demasiado largas o inútiles; todo ello parecía transportarme directamente de nuevo al aula escolar. Volví a sentirme un muchachito que escucha a un maestro amable pero un tanto severo que se dirige a un personaje inferior. Aunque he estado vinculado a Ouspensky por casi un cuarto de siglo, nuestra relación continuó tal
    como había empezado, o sea la de un discípulo -quizá un prefecto en años posteriores- y su superior. Nunca me sentí completamente cómodo a su lado, y jamás me encontré o conversé con él del modo que un ser humano debiera de encontrarse o conversar con otro, abiertamente y sin temor. No obstante eso, soy plenamente consciente de la obligación que tengo para con él, y siento que le debo casi tanto como a Gurdjieff, pues sin la ayuda de Ouspensky, dudo de que jamás hubiera podido comprender a Gurdjieff. No quiero afirmar con esto, que aún ahora haya podido comprender del todo a ese hombre verdaderamente asombroso.
    El punto de partida de Ouspensky para el estudio del sistema de G. -siempre se refería al maestro en esta forma- era el mismo que G. había elegido como punto de partida en Moscú: v.g. el estudio de la naturaleza del hombre. Usaba como texto las palabras comúnmente atribuidas a Sócrates, pero que son en realidad mucho más antiguas que la época de Sócrates: la afirmación de que el conocimiento de sí mismo es el principio de
    toda sabiduría. Luego seguía diciendo que teníamos una inmensidad de cosas por conocer en relación con nosotros mismos, ya que ése era un tema sobre el cual todos éramos abismalmente ignorantes. Somos, en realidad, muy distintos de lo que imaginamos ser, y nos atribuimos a nosotros mismos toda clase de cualidades, tales como unidad interior, control y voluntad, que, en realidad. no poseemos. Nuestro trabajo debe comenzar, por lo tanto, con el abandono de la idea de que nos conocemos a nosotros mismos, y con el descubrimiento de lo que realmente somos.
    Éste es un paso preliminar necesario para transformarnos en alguna cosa si, después de conocernos un poco mejor, nos sentimos disgustados por algunas de las cosas que hemos visto, y queremos cambiarlas.
    Después, sin ninguna observación preparatoria más, ni cláusulas condicionales, ni mención alguna de agobiadoras circunstancias, Ouspensky se sumergía bruscamente en el sistema de pensamiento de G. “El hombre -decía- es una máquina que reacciona ciegamente a las circunstancias externas, y, siendo así, no tiene voluntad, y muy poco control de sí mismo, si es que tiene alguno. Lo que tenemos que estudiar, por lo tanto. no es psicología -pues eso se aplica solamente al hombre desarrollado- sino mecánica”.
    Ouspensky decía que hay que comenzar, el estudio del hombre máquina con una investigación de su mente. Sobre este tema la enseñanza de G. difería de todas las otras enseñanzas occidentales. Proclamaba que el hombre posee no sólo una mente sino siete clases distintas de mentes, cada una de las cuales aporta su contribución a la suma total de su conocimiento. La primera de estas mentes del hombre es su mente intelectual, instrumento que se ocupa de la construcción de teorías, y la comparación de una cosa con otra. La segunda mente del hombre es su mente emocional, que se ocupa de los sentimientos en vez de las ideas; su tercera mente es la mente que controla sus movimientos, y a la cuarta mente G. le había dado el nombre de “mente instintiva”.
    Esta cuarta mente supervisa todas las funciones fisiológicas de su cuerpo. tales como los. procesos de digestión y respiración.

    Fig. 1 – Muestra siete centros en el hombre: intelectual, emocional, sexual, instintivo, sexual superior, emocional superior, intelectual superior. Los dos centros superiores que no funcionan en el hombre ordinario, son los que aparecen sombreados.

    Existe también la mente de la vida sexual del hombre, y, además de estas mentes ordinarias, hay dos variedades superiores: la Emocional Superior y la Intelectual Superior. Estas mentes Superiores no funcionan en la gente común como nosotros, sino que se encuentran activas solamente en los hombres plenamente desarrollados. No obstante eso, existen en la gente común y, algunas veces; y por causa de algún accidente, se activan en ellos por unos instantes (ver fig. 1).
    Los que componían el público de Ouspensky, que habían crecido dentro de la idea cartesiana de que la mente es una especie de presencia fantasmal, que hace uso del sistema nervioso central en forma parecida a como un dueño de casa usa un teléfono, es
    decir. como un instrumento que recibe mensajes del mundo externo y emite órdenes al cuerpo, encontraban que esta idea de que el cuerpo poseía tantas mentes era un poco confusa. Yo, por mi parte, no era un convencido de la idea cartesiana, y estaba
    particularmente interesado en la idea de que existe una mente especial para coordinar los variados procesos fisiológicos que se producen en el cuerpo. Pues ¿cómo -a menos que se atribuyera al cuerpo una inteligencia congénita propia- era posible explicar el maravilloso trabajo que realiza el cuerpo, los complicados procesos químicos que se efectúan en forma tan rápida en sus laboratorios, la asombrosa inteligencia que despliega en la regulación de su crecimiento. la maravillosa forma en que cumple su propio trabajo de reparación, y la prontitud con que moviliza sus defensas contra el ataque de microorganismos hostiles?
    Estas maravillas fisiológicas siempre me habían causado asombro, y sugerían con gran fuerza que la inteligencia reside no sólo en el cerebro, sino en todos los tejidos vivos del cuerpo. Filosóficamente hablando, yo había llegado ya a la conclusión de que la mente y el cuerpo tenían que ser considerados como coexistentes e interdependientes, siendo cada uno de ellos condición de la existencia del otro; y, como veremos más tarde, esta
    filosofía está en armonía con la enseñanza de G. sobre el tema.
    Acepté con muy buena disposición, por lo tanto, este informe preliminar de que existen varias especies de mente en el hombre y que el cuerpo deriva de aquella su propia variedad fisiológica.
    Ouspensky hacía libre uso de diagramas cuando nos enseñaba, y uno que con frecuencia se dibujaba sobre el pizarrón era el que mostraba las varias mentes del hombre (como en la fig. 1) .
    Decía que este diagrama era considerado como un ser de tres pisos, en cuyo piso más alto reside la mente intelectual, o, como Ouspensky prefería llamarla ahora, el Centro Intelectual. En el piso del medio está la mente o centro emocional del hombre, y en el piso inferior su centro motor y sus mentes o centros instintivos.
    Cuando se le preguntaba dónde estaban situados, anatómicamente hablando. estas mentes o centros coordinadores, del hombre, contestaba que estaban desparramados por todo el cuerpo, pero que la máxima concentración del centro intelectual, o lo que podía llamarse su centro de gravedad, está ubicado en la cabeza. El centro de gravedad del centro emocional está en el plexo solar, el del centro motor en la médula espinal y el
    del centro instintivo dentro del abdomen. Ouspensky nos aconsejaba a los que encontrábamos difícil de visualizar esta amplia difusión de los distintos centros, que pensáramos en la mente del hombre en términos de funciones o actividades, antes que en términos de centros y estructuras anatómicas. En lugar de hablar de los cuatro centros inferiores. podría decirse que hay en el hombre cuatro funciones distintas: las de pensar. sentirse y moverse, y la de regular las variadas necesidades fisiológicas de su
    cuerpo. Además de éstas están las funciones sexuales y las funciones del pensamiento y del sentimiento superiores, que existen en nosotros solamente en forma latente y que son incapaces de manifestarse.
    Según G., todas las criaturas vivientes que pueblan la tierra podrían ser clasificadas de acuerdo con el número de mentes o centros que poseen. y el hombre es la única criatura sobre el planeta que está equipado con un centro intelectual. Los animales superiores poseen centro emocional, motor, instintivo y sexual, pero los inferiores. como por ejemplo los gusanos. están desprovistos hasta del centro emocional, y se las arreglan con los centros motor e instintivo solamente.
    La actividad relativa de los tres centros principales en el hombre (intelectual, emocional e instintivo-motor) es distinta en los diferentes individuos. y esto nos proporciona el medio de clasificar a los hombres bajo tres o cuatro rubros. Existen hombres que lo hacen todo mediante la imitación de la forma de comporta miento de 1os que los rodean. y que piensan. se mueven y reaccionan en forma muy parecida a como todos los demás piensan, sienten, se mueven y reaccionan. Tales personas están casi enteramente controladas por sus centros motores, que poseen un don especial de imitación. y un hombre de ese tipo será conocido de aquí en adelante como hombre número uno. Existen otras personas en las que las emociones asumen la dirección de sus vidas,
    personas que son guiadas por lo que sienten y por lo que les gusta y les disgusta, antes que por lo que piensan. Esas personas se pasan la vida buscando lo que les resulta agradable y evitando lo que les desagrada, pero a veces reaccionan patológicamente en forma inversa, derivando un placer perverso del temor, y convirtiendo de afligente en una forma horrible de voluptuosidad. Una persona de este tipo que está controlada por las emociones, será denominada en adelante hombre número dos.
    Tenemos finalmente al hombre número tres, o sea el hombre dominado por las teorías y por lo que él llama su razón cuyo conocimiento está basado en el pensamiento lógico, y que todo lo entiende en el sentido literal. Un hombre de este tercer tipo será llamado hombre número tres.
    Ouspensky nos aclaró que ninguno de estos tres tipos de hombres era superior a ningún otro, y que los tres estaban al mismo nivel, igualmente a merced de su maquinaria psicológica, y sin ninguna voluntad. Todo lo que se quiere mostrarnos con esta clasificación es que el comportamiento individual y las decisiones de un tipo de hombre puede ser explicado por el predominio que tiene en él una determinada función, y el comportamiento y las decisiones de otro tipo de hombre, por el predominio de otra clase de función. Este método de clasificación de la gente es posible porque el desarrollo humano es generalmente desparejo, pero nos sirve mucho menos cuando el desarrollo de un hombre se ha producido en forma más equilibrada.
    Un hombre debidamente equilibrado, trabajando como tendría que trabajar, se asemeja a una orquesta bien preparada, en la cual un instrumento asume la dirección en un momento de su actuación y otro instrumento en otro momento, dando cada uno su contribución a la ejecución de la sinfonía. Desgraciadamente ocurre muy raras veces que nuestros centros trabajen en forma armoniosa, pues no sólo puede ocurrir que un centro interfiera en el trabajo de otro centro sino que con frecuencia trata de hacer el trabajo de otro centro. Hay ocasiones, por ejemplo, en que nuestras acciones tendrían que basarse en el sentimiento antes que en el pensamiento, y otras en que los sentimientos tendrían que ceder la primacía al pensamiento. Pero los argumentos reemplazan con frecuencia al sentimiento en primer lugar, y las emociones son proclives a interferir con el pensamiento en segundo lugar. Como resultado de este desacuerdo entre los centros, y de la ausencia del director de la orquesta, muy frecuentemente se producen disonancias, nuestros sentimientos se contradicen con nuestros pensamientos, y nuestras acciones se traban en lucha con nuestros pensamientos y sentimientos. Nos asemejamos por lo tanto a orquestas a las que no sólo les falta un director, sino que además están compuestas por músicos que se pelean entre si. Los ejecutantes de instrumentos de cuerdas ya no están en buenos términos con los ejecutantes de instrumentos de viento, ya nadie le importa en lo más mínimo lo que hace el resto de la orquesta. Abreviando: cada miembro de la orquesta hace lo que le parece bien a sus propios ojos, sin importarle nada de nadie más.
    Ouspensky decía que conocerse a sí mismo requiere muchos años de estudio de sí mismo, y que debemos primeramente entender cuál es la forma correcta de hacerlo. Comentaba que había comenzado por hacernos conocer la explicación dada por G. sobre los distintos centros, pues habría de resultarnos útil para el trabajo que estábamos a punto de emprender, el de la observación de nosotros mismos. Lo que se requería ahora de nosotros era que empezáramos a observar el trabajo de los distintos centros en nosotros mismos, la forma en que estaban funcionando, y asignáramos al centro correspondiente cada actividad, según la viéramos. Obteniendo nuestros propios ejemplos del trabajo de estos centros dentro de nosotros mismos, nos iríamos familiarizando cada vez más con el funcionamiento de nuestra maquinaria. Como lo dijera G. mucho tiempo antes. el estudio del hombre comienza con el estudio de la mecánica y no de la psicología, pues la psicología es aplicable sólo a gente que está
    más plenamente desarrollada. Conocernos a nosotros mismos en la forma en que nos era necesario conocernos eventualmente, constituía una aspiración muy ambiciosa, que sólo podía realizarse después de años de pacientes y dolorosos estudios de nosotros mismos. Nos advertía que nos cuidáramos de confundir la auto-observación, en la forma en que debe realizarse, con esa ocupación sumamente inservible que se conoce con el nombre de introspección. La introspección es muy distinta de la observación de sí mismo. Lo que se requería de nosotros era que registráramos, o tomáramos nota, de nuestros pensamientos, emociones y sensaciones en el momento en que ocurrían, y la introspección por lo general significa pensar y soñar en nosotros mismos. La introspección comprende también el análisis y la especulación sobre los motivos que impulsan nuestro comportamiento, pero como el cuadro que tenemos de nosotros mismos es en gran medida un cuadro imaginario, toda esta especulación y sondeo en la oscuridad es de muy poco provecho para nadie, en lo que respecta al verdadero conocimiento de uno mismo.
    Al observarnos a nosotros mismos, debemos mirarnos con desapego, y como si estuviéramos mirando a otra persona sobre la cual sabemos muy poco. Al principio podremos encontrar difícil atribuir nuestras actividades a los centros correspondientes,
    pero con la experiencia esto se irá haciendo gradualmente más fácil. Por ejemplo, al principio algunos de nosotros podremos confundir el pensar con el sentir, el sentir con el percibir, y entonces podrá sernos de utilidad recordar que el centro intelectual trabaja comparando una cosa con otra cosa, y haciendo afirmaciones subsiguientes sobre la base de esta comparación, mientras que el centro emocional trabaja registrando sus gustos y aversiones congénitos, y actuando directamente sobre esa base.
    El centro instintivo está ocupado del mismo modo, decidiendo sobre si las sensaciones que recibe son de naturaleza agradable o desagradable. Debiéramos tener presente el hecho de que ni el centro emocional ni el instintivo discuten o razonan jamás sobre ninguna cosa, pero como todo lo perciben directamente, le dan a la percepción una respuesta igualmente directa. Debiéramos considerar a estas funciones psíquicas nuestras como si fueran distintas clases de instrumentos, cada variedad de los cuales aporta su contribución a la suma total de nuestro conocimiento.
    Existen diferentes formas de conocer una cosa, y conocerla completamente significa conocerla simultáneamente con nuestras mentes pensante, emocional, y hasta con la motriz y la instintiva. Ouspensky nos advertía que, mientras nos estudiábamos a
    nosotros mismos de este modo, habríamos de descubrir muchas cosas en nosotros mismos que nos disgustarían, así como muchas cosas que merecerían nuestra aprobación. Pero por el momento debíamos contentarnos sólo con tomar nota de nuestros gustos y aversiones, sin tratar de provocar cambio alguno en nosotros mismos. Sería una equivocación muy grave –decía- y afortunadamente una equivocación muy difícil de cometer, alterar algo en nosotros mismos en esta etapa tan temprana de
    nuestro trabajo.
    Cambiar algo en uno mismo sin correr el riesgo de perder alguna otra cosa de valor, requiere un conocimiento del todo, que estamos muy lejos de poseer. En nuestro actual estado de ignorancia del todo, debiéramos de luchar para despojarnos de alguna cualidad personal que, debidamente manejada, podría en un futuro convertirse para nosotros en un caudal positivo, o también fortalecer algún otro rasgo nuestro que hubiera causado nuestra admiración, pero que constituiría un impedimento para nuestro desarrollo futuro. Además, si un hombre pudiera destruir alguna característica suya que le causara disgusto, alteraría al mismo tiempo todo el equilibrio de su maquinaria, y
    de ese modo provocaría una cantidad de inesperados cambios en otras partes de sí mismo. Es una suerte para nosotros, por lo tanto, que esté más allá de nuestro poder entrometernos con nosotros mismos, aun cuando nos es posible solamente vernos
    en forma un poco más clara que hasta entonces.
    Ouspensky nos aconsejaba dejar de lado toda clase de actividades que tuviera un carácter dudoso, hasta tanto hubiéramos adquirido mayor habilidad en la tarea de ordenarlas. Por el momento debíamos concentrar nuestra atención en la clasificación
    de las actividades que tuvieran una naturaleza definida. Luego, después de haber adquirido destreza en la observación del trabajo de nuestros variados centros, podríamos emprender la tarea más difícil de buscar ejemplos del trabajo equivocado de los centros, debido ya sea a que un centro tratara de realizar el trabajo que corresponde a otro, o a que un centro se entrometiera en el funcionamiento de otro centro. Nos dio, como ejemplo de un centro que desempeña el trabajo de otro, la pretensión del centro intelectual de que “siente” mientras que es completamente incapaz de sentir nada, o del centro emocional que adopta una decisión que no está dentro de sus atribuciones adoptar.
    Describía al centro motor como un típico bufón, y decía que con frecuencia imitaba el trabajo de otros centros, haciendo aparecer exteriormente como que se estaba llevando a cabo una verdadera tarea de pensar o sentir, mientras que en la realidad no estaba
    sucediendo nada que pudiera tener una naturaleza genuina. Por ejemplo, una persona podía estar leyendo un libro en voz alta o hablando con alguien en forma impresionante, y sin embargo bien podía ocurrir que estuviera sólo emitiendo palabras, que no tuvieran para ella más significado que el que las palabras que pronuncia un loro tienen para éste. La lectura, la conversación y el llamado pensar en este muy bajo nivel, ocurren con frecuencia, y no son más que imitaciones de otras actividades urdidas por el centro motor.
    Ouspensky señalaba que la capacidad de un centro para trabajar en lugar de otro podía con frecuencia ser muy útil, en el sentido de que permitía la continuidad de la acción; pero nos advertía de que si eso ocurría con demasiada frecuencia, podía convertirse en un hábito, y ser de ese modo una cosa dañina.
    Por ejemplo, hay ocasiones en que tiene una importancia vital pensar claramente. y si en un instante determinado en que el pensamiento es más claro, interviene el centro emocional por medio de la fuerza pura del hábito. y se arroga la facultad de emitir juicio sobre una situación para la cual es necesario el ejercicio del razonamiento, el resultado de esta inoportuna interferencia habrá de ser extremadamente insatisfactorio. El hombre -decía- es un mecanismo sumamente complicado y que está delicadamente ajustado: si se trastorna el equilibrio que existe entre sus distintas partes, la totalidad de la maquinaria empieza a funcionar en muy mala forma. Estas cosas ocurren frecuentemente en los casos de individuos psicopáticos y neuróticos, en los que cada centro está continuamente mezclándose en la actividad de otro centro, o si no, trata de hacer el trabajo que a aquel le corresponde. sin poder cumplirlo como es debido.
    Como resultado de toda esta interferencia y mal funcionamiento, todas las partes de la maquinaría de la persona neurótica andan cada una por su lado.
    Pero el mal funcionamiento de la maquinaria, no está limitado solamente a las personas que calificamos de neuróticas. Ouspensky decía siempre que aun cuando los psicólogos occidentales han reconocido que un trabajo interior erróneo y la interferencia de una función psíquica en el trabajo de otra función psíquica, son los responsables de muchas enfermedades nerviosas, no se han dado cuenta aún de la enorme cantidad de trabajo defectuoso que siguen realizando personas comunes y supuestamente saludables. Ese trabajo defectuoso es la causa de la torpeza de las impresiones sensorias que se reciben del mundo exterior, de nuestra apatía y falta de comprensión. de nuestra incapacidad
    para ver las cosas en forma vívida y directa, como las ve un niño, y lo sombrías que son por lo general nuestras vidas. “El hombre -continuaba diciendo Ouspensky- no sólo es una máquina, sino además una máquina que trabaja muy por debajo del nivel que debiera mantener. si estuviera funcionando debidamente. Es necesario que nosotros. por lo tanto, nos observemos muy de cerca. no sólo para obtener el conocimiento de nuestro mecanismo, sino también con el fin de poder darnos cuenta de cuánto mejor podríamos hacer trabajar nuestra maquinaria. Hay muchos defectos que nos son comunes a todos
    como seres humanos. y también existen formas de mal funcionamiento que son peculiares de cada uno de nosotros. En la etapa preliminar del estudio de nosotros mismos, es necesario que nos familiaricemos a fondo con nuestras propias fallas particulares”.
    Como lo he dicho antes en este mismo capítulo, la idea de que el hombre tiene otras mentes, además de la mente única que los fisiólogos han relacionado con su cerebro y su sistema nervioso, me llamó fuertemente la atención. Además de eso, todo lo que Ouspensky decía sobre la habilidad que tiene un centro para asumir el trabajo de otro centro, estaba plenamente de acuerdo con mi experiencia personal. Pude recordar que mucho tiempo antes, al aprender a andar en bicicleta, mi centro motor, en cierto momento, se había hecho cargo del trabajo que hasta entonces había .sido ejecutado por mi centro intelectual. Al comienzo de las lecciones, había tenido que dirigir una inmensa cantidad de pensamiento hacia la forma en que tenía que distribuir el peso del cuerpo, y si dejaba vagar mi atención siquiera por un instante apartándola de la tarea de equilibrarme y apuntar los manubrios en la dirección debida, no tardaba nada en dar contra el suelo. Pero después, en forma completamente repentina, todo este pensar y disponer se hizo completamente innecesario. y me vi a mí mismo haciendo andar la bicicleta y manteniendo el equilibrio como. si la capacidad de hacerlo hubiera nacido conmigo. Algo dentro de mí había asumido de repente la responsabilidad total del manejo de la bicicleta, y el “algo” que había aliviado a la cabeza de su trabajo anterior era, claramente, mi centro motor. Pude recordar, también. el brusco cambio que se produjo en mi forma de hablar castellano, cuando vivía en Buenos Aires. Hasta cierto momento, dramático por cierto, había necesitado pensar mucho para hablar en castellano, y lo que realmente estuve haciendo todo el tiempo no era más que traducir penosamente del inglés al español; de repente, en no más de una semana, ocurrió un cambio impresionante, y me vi a mí mismo pensando y soñando en castellano. Se había esfumado la necesidad de traducir, y mi centro motor estaba imitando a todos los que me rodeaban, y realizando el trabajo que antes había llevado a cabo mi centro intelectual.
    Al igual que mucha otra gente, me encontré con dificultades al principio para distinguir entre los movimientos instintivos o los que realiza el centro motor, pero Ouspensky nos había ayudado en gran forma. al decirnos que los movimientos instintivos son congénitos, mientras que los del centro motor tienen que ser aprendidos. Por ejemplo, el niño recién nacido sabe cómo respirar desde el principio. y rápidamente aprende a chupar y tragar, pero el arte de caminar tiene que ser adquirido trabajosamente en una fecha posterior. Ouspensky decía también que cada centro posee su propia forma de memoría, y yo recordé la sorpresa que había sentido al descubrir que, aun cuando no había andado en bicicleta por más de veinte años, todavía era capaz de saltar sobre una máquina y pedalear sin pensarlo y sin encontrar ninguna dificultad. Mi centro motor había recordado la técnica de andar en bicicleta todo ese tiempo. El ciclismo sirve
    también para ilustrar lo que Ouspensky había dicho sobre la interferencia de un centro con otro. Si después que el centro motor carga con la responsabilidad de andar en bicicleta, uno empieza a pensar sobre el asunto ya maquinar intelectualmente sobre la forma de distribuir el peso y la dirección en que deben apuntar los manubrios, es más que probable que dé contra el suelo, y esto es un claro ejemplo de cómo el centro intelectual interfiere con el centro motor.
    Existe una interesante relación también entre la idea de G. sobre la memoria del centro instintivo, y la opinión de Samuel Butler de que el instinto en los animales, y aun la herencia como un todo, son el resultado de recuerdos heredados. Samuel Butler
    protestaba contra la actitud de “cortar el hilo de la vida, y por lo tanto del recuerdo, entre una generación y su sucesora”. Según él, nuestros cuerpos heredan los recuerdos de una larga línea de antepasados, recuerdos que pasan sobre la grieta que existe
    entre las sucesivas generaciones, por medio del ovario y el espermatozoide. Daba, como ejemplo de recuerdo heredado, el hecho de que en cierta etapa de su desarrollo dentro del huevo, el pollito “recuerda” que tiene que golpear con su pico la capa interior de la cáscara de huevo, para poder proyectarse en el mundo. El pollito no sólo recuerda cómo hay que hacerlo, sino que además, en una etapa aún anterior de su desarrollo, su centro instintivo ha recordado con tiempo la necesidad de reforzar células muy fuertes de la punta de su pico, a fin de poder romper la cáscara, y una vez que lo ha recordado, rápidamente procede a realizar lo que es necesario. La herencia, para Samuel Butler, era por lo tanto una manifestación de la memoria racial; teoría suya que siempre me había resultado fascinante, y he aquí a G. apoyando a Samuel Butler, al hablar de un recuerdo
    en el centro instintivo que regula todos los procesos lógicos y de crecimiento. Es cierto que desde los tiempos de Weismann los hombres de ciencia han sostenido la opinión de que las características adquiridas por los padres no son nunca transferidas a los hijos, pero siempre he recibido con escepticismo los argumentos de Weismann. Dentro de mi corazón siempre he seguido siendo un hereje, un lamarckiano y un admirador de Butler.
    Me sentí sorprendido ante la riqueza de la colección de observaciones que hice en las semanas que siguieron. observándome a mí mismo en la forma en. que Ouspensky nos había aconsejado, es decir, considerándome como otra persona con la cual tuviera una relación apenas superficial. Quizá el primero y más inquietante de los descubrimientos realizados en esta forma, haya sido el de que nunca era yo la misma persona por más de unos minutos, y sin embargo tenía el descaro de prologar muchas de mis observaciones con la enunciación de frases tan equívocas como: “Siempre pienso que. . .”; o “Estoy convencido de que. . .”, o “Pienso decididamente que. . .” ¡Qué insensatez! Me di cuenta en ese momento de que con frecuencia yo había sentido y pensado en forma totalmente distinta de la que estaba pensando y sintiendo en ese determinado momento, ¿ y quién era el que estaba haciendo esta dogmática afirmación acerca de sus propios sentimientos y pensamientos? ¿Quién, en resumen, era “Yo”? He aquí un problema de primera magnitud para resolver.

  • Crow

    La observación de uno mismo da origen a toda una serie de nuevas preguntas.
    Hace más de dos mil años, Héráclito proclamó que “todo fluye”, y hasta ese instante yo había imaginado que al pronunciar estas palabras tan bien conocidas, él se refería solamente al mundo que está fuera de nosotros. Ahora, como resultado de sólo tres minutos de auto-observación, me di cuenta de que lo que era indudablemente cierto del mundo que está fuera de mí, es igualmente cierto del mundo que está en mi interior. Todo “fluye” dentro de mí como fluye afuera; un estado interior sigue rápidamente a otro, una sensación de placer es rápidamente reemplazada por una de desagrado, de modo que, al mirar hacia el interior. me parecía que mis variadas emociones estaban haciendo un juego en el que todas cambiaban de lugar entre sí, un estudio de estos dos flujos -el interior y el exterior- pronto me convenció de que el interior tenía mucha mayor importancia para mí que el exterior, en lo concerniente a la cuestión de vivir.
    Sin embargo, yo siempre culpaba a la inestabilidad del mundo exterior, cada vez que algo me salía mal en la vida, y nunca a la inestabilidad interior mía.
    Lo mismo ocurría con otras personas. Siempre luchaban por alterar las cosas que están fuera de ellas sin darse cuenta nunca de la necesidad, mucho más urgente, de cambiar su mundo interior. Todo andaría bien. sólo con que A, B y C se comportaran en forma distinta, si se cambiara la ley, si la gente no fuera tan insensata, si se hicieran ciertas cosas que es necesario hacer; pero jamás se detienen ni por un momento para mirar la parte interna de la gran corriente de la vida, en parte consciente, pero en mayor parte inconsciente, que los está arrastrando como si una marea que avanza lanzara sobre su superficie restos de naufragio y de algas marinas.
    De acuerdo con Freud, como estamos nosotros, lo que sentimos y lo que pensamos, no son otra cosa que los subproductos de esas oscuras y dinámicas regiones de la mente en las que residen todos nuestros primitivos instintos animales. Freud nos hace una exposición bastante buena de la mente subconsciente que es la causante de todas estas actividades que tienen lugar dentro de nosotros. Pero las mejores descripciones de este
    gran río subterráneo de deseos, pensamientos y sentimientos, se encuentran en las obras, muy anteriores, de los neoplatónicos de Cambridge, escritas hace más o menos un siglo. En 1866 E. S. Dallas hizo la siguiente descripción dramática del surgimiento de la vida en las cavernas pobremente iluminadas de la mente:
    “En los oscuros recovecos de la memoria, en sugestiones no espontáneas, en ristras de pensamientos seguidos desaprensivamente, en oleadas y corrientes múltiples que relampaguean y se precipitan al mismo tiempo. en sueños inestables. . . en la fuerza del instinto. . . tenemos vislumbres de una gran marea de la vida que avanza y se retira, se encrespa y se oculta donde no podemos verla” (citado por Michael Roberts en The Modern Mind). No es posible encontrar una descripción más acertada de la fuerza que nos arrastra con ella, una fuerza de la vida, de cuya existencia yo me estaba dando cuenta recién en forma muy confusa.

    CAPÍTULO III

    EL HOMBRE ESTÁ DORMIDO

    Poco tiempo después Ouspensky habló del importantísimo factor de la conciencia, y, como era característico en él, se zambulló directamente en el tema sin ninguna clase de preámbulos.
    “El hombre -nos dijo- está dormido. Dormido nace, dormido vive y dormido muere. La vida es para él sólo un sueño, sueño del que nunca despierta”. Se me hace difícil recordar, después de todos los años que han pasado, cómo tomé este dramático anuncio, pero si mi memoria no me traiciona, no me ocasionó gran sorpresa. Mucha gente había estado haciendo comentarios sobre la calidad de sueño que tiene la vida, y recordé la
    historia narrada por aquel inimitable sabio chino de la antigüedad, Chuang Tzu, contemporáneo de Lao Tse. Cuenta cómo, después de haberse quedado dormido en su jardín, despertó y se vio en figurillas para saber cuál era el sueño y cuál era la verdadera vida.
    Su narración es la siguiente: “Ocurrió una vez que yo, Chuang Tz’u, soñé que era una mariposa que volaba de aquí para allá; una mariposa para todo fin y propósito. Sólo
    estaba consciente de seguir mi fantasía como mariposa que era, e inconsciente de mi individualidad como hombre. De repente desperté y me vi tendido ahí; había vuelto a ser yo mismo. Bien: no sé si entonces era un hombre que soñaba que era mariposa,
    o si ahora soy una mariposa que sueña que es hombre”.
    Pronto me di cuenta de que Ouspensky no estaba hablando en forma poética o figurativa sobre el hecho de que el hombre está dormido. Quería que tomáramos sus palabras literalmente, es decir, que todos nosotros estamos viviendo en un mundo de seres que caminan dormidos, mundo que está habitado por gente que se mueve dentro de un crepúsculo de conciencia, y sin embargo imaginan que están despiertos. Era una idea bien extraña, y sin embargo no del todo increíble. Un mundo dormido; gente que camina por las calles, se sienta en oficinas gubernamentales dirigiendo asuntos de Estado, se precipita a los lugares en donde tiene que depositar sus votos, imparte justicia desde los estrados tribunalicios, da órdenes, escribe libros, hace un sinfín de cosas; y todo eso en estado de sueño. Esto es lo que él quería decir.
    Ouspensky dirigió enseguida nuestra atención al hecho de que en Occidente la palabra “conciencia” se usa en forma muy equivocada, no sólo en la conversación popular, sino también por parte de los psicólogos, que debieran saber algo más. La conciencia -dijo- no es una función, como afirman muchas obras occidentales sobre psicología, sino que es el conocimiento de una función. Por. ejemplo, hay- gente que emplea la palabra conciencia como si fuera sinónimo de pensar, si bien el pensamiento funciona sin el menor conocimiento de su existencia por parte del que piensa, y la conciencia puede existir sin que esté presente ningún pensamiento. La conciencia es una cosa variable
    que ejerce una influencia sobre la función, la presencia de un grado mayor de conciencia tiene el efecto de mejorar la calidad de nuestras distintas actividades. Mientras más conscientes estuviéramos de estar haciendo algo, mejor lo haríamos. Ouspensky ilustraba lo que quería decir apelando a una analogía.
    Asimilaba los varios centros que habíamos estado estudiando en sesiones anteriores a otras tantas máquinas que se encuentran alojadas en una fábrica, máquinas que pueden muy bien trabajar en la oscuridad, pero que funcionan mucho mejor si se encienden velas en el hogar de la fábrica en que han sido instaladas.
    Cuando la luz eléctrica sustituye a las velas, el desempeño de las máquinas mejora aún más, y cuando las persianas cerradas de las ventanas de las fábricas se abren de par en par y se deja entrar libremente la luz, las máquinas trabajan al máximo de su eficacia. La luz representa aquí a la conciencia. Él nos decía que la experiencia habría de mostramos que el grado de nuestra conciencia varía a cada momento durante el día, siendo a veces un poco mayor y otras un poco menor. Si continuábamos observándonos a nosotros mismos con cuidado, veríamos que los momentos de “volver en sí” y damos cuenta de nuestra existencia son muy cortos y están separados entre sí por largos lapsos de olvido de nosotros mismos, en los cuales pensamos, sentimos, nos movemos y actuamos sin estar conscientes en lo más mínimo de nuestra existencia. Es una insensatez decir, como lo dice mucha gente, que somos conscientes de nosotros mismos, y si fuéramos sinceros tendríamos que confesar que nos pasamos el día caminando dormidos, en un estado que se encuentra ubicado en algún punto entre el sueño que tiene lugar en la cama, y la vigilia o verdadero. conocimiento de uno mismo. Hablamos, cumplimos con nuestros deberes, comemos y bebemos, escribimos cartas, hacemos la paz y declaramos la guerra, tomamos decisiones que creemos importantes, escribimos libros, todo ello en un estado de conciencia tan bajo que por lo general está más cerca de la condición de sueño, que de la de conocimiento de uno mismo. Sólo por un instante o dos nos tomamos ocasionalmente conscientes de nuestra existencia, y después, igual que una persona que. se da vuelta en la cama y abre a medias los ojos, los volvemos a cerrar y volvemos otra vez a nuestros sueños.
    Ouspensky señalaba que mientras más bajo fuera el nivel de nuestra conciencia, más ciegas y mecánicas habrán de ser nuestras acciones, y más subjetivos seremos en nuestras apreciaciones. Cuando una persona duerme en su cama durante la noche,
    interpreta los apagados mensajes que le llegan del mundo exterior en forma completamente subjetiva, incorporándolos a la estructura de sus sueños. Por ejemplo, la presión que hacen las ropas de la cama sobre sus pies, se convierte en un sueño en el
    que se imagina a sí mismo atrapado por el barro de un pantano, justo en el momento en que estaba escapando de algún enemigo.
    O una picazón a lo largo del nervio de los dedos, será interpretada por la persona que sueña como un ataque lanzado contra él por abejas irritadas. En otras palabras, las opiniones de un hombre sobre lo que le está sucediendo mientras duerme en su cama por la noche, son enteramente subjetivas, y tienen muy poco que ver con la realidad. Cuando se levanta por la mañana es capaz de ver las cosas en forma un poco menos subjetiva, pero aun entonces es incapaz de verlas tal como realmente son.
    Sólo en un estado superior de conciencia le es posible a un hombre verse a sí mismo ya las cosas que lo rodean como realmente son, y no simplemente como él imaginaba que eran.
    Ouspensky seguía diciendo que hay para el hombre cuatro estados posibles de conciencia, y que nosotros sólo conocemos dos de ellos, o sea, el sueño en la cama por la noche, y el estado de conciencia en que pasamos el día, estado que él proponía que llamemos “caminar en sueños”. Por encima de estos dos estados que nos son habituales existen otros dos niveles superiores de conciencia, el primero de los cuales es el estado a que antes nos hemos referido como de “recordación de sí mismo” o verdadera autoconciencia. Ouspensky decía que éste está asociado con un nítido sentido de nuestra propia existencia, como asimismo con todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Es un estado de conciencia que alguno de nosotros puede haber experimentado accidentalmente, especialmente en la infancia. El cuarto, y más elevado estado de conciencia, es la Conciencia Objetiva, denominada a veces en la literatura como Conciencia Cósmica. Pueden también presentarse relámpagos de este estado de conciencia, que es el máximo, en hombres y mujeres completamente comunes, y aparentemente por casualidad, pero si uno se sumerge con más cuidado en la historia de los que lo han experimentado, encuentra con suma frecuencia que se habían sometido anteriormente a ciertas disciplinas interiores, y habían sido profundamente conmovidos en el plano emocional.
    Las mejores narraciones sobre el estado superior de conciencia pueden hallarse en la literatura religiosa bajo el título de iluminación.
    Ouspensky afirmaba que en un estado de verdadera autoconciencia, un hombre es capaz de verse a sí mismo objetivamente, tal como realmente es. y que en el estado más elevado de todos. puede ver todas las cosas objetivamente. Es por esta razón que a este estado máximo de conciencia se le ha dado el nombre de Conciencia Cósmica u Objetiva. El camino que lleva a estos estados superiores de conciencia pasa a través del estado que está inmediatamente por debajo de él. De este modo la Conciencia Objetiva se alcanza por vía del estado intermedio de verdadera conciencia de sí mismo, de modo que el hombre que ha alcanzado este nivel, puede ocasionalmente experimentar relámpagos del nivel que está por encima de aquel, del mismo
    modo que la gente común que vive en un estado de andar despierta, puede ocasionalmente experimentar relámpagos accidentales de verdadera autoconciencia. Cualquier persona puede alcanzar por su sola voluntad estos estados superiores, pero no
    en forma simplemente casual sino sometiéndose a un prolongado trabajo sobre sí misma ya una severa lucha interior.
    No obstante eso, el hombre tiene el derecho natural de poseer el tercer estado de conciencia. es decir; el estado de conocimiento de si mismo, que había perdido por causa de una educación equivocada, erróneos métodos de vida y el descuido constante de las partes más elevadas de su naturaleza. Ouspensky decía que el sueño en que ha caído no era tanto un sueño natural, como un estado de trance que ha inducido en él los errores que hemos citado, y, siendo así, le es posible despertar de él y reclamar el
    derecho que tiene de un verdadero conocimiento de si mismo.
    Pero para que esto ocurra, tres cosas son esenciales: primero, que el hombre se dé cuenta de que está realmente dormido; segundo, que reciba ayuda de alguien que se las haya arreglado para despertar, y que sepa por consiguiente cómo hay que hacerlo; y tercero, que esté dispuesto a trabarse en. una lucha larga y muy difícil.
    Al llegar a este punto Ouspensky nos recordó que, aunque la idea de que el hombre está dormido es nueva para algunos de nosotros, no hay en ella absolutamente nada de novedoso.
    Se la puede encontrar en los Evangelios, donde palabras tales como “despertar”, ‘vigilar” y “dormir” eran repetidamente utilizadas por Cristo. Por ejemplo, se narra en el Evangelio que los discípulos de Cristo fueron negligentes y se quedaron dormidos en un momento crítico de la vida de su Maestro, cuando Él se había separado por un momento de ellos en el Jardín de Getsemaní para poder aislarse y orar solo. Pero -dijo Ouspensky- la gente no se da cuenta del sentido en que las palabras “dormir”, “despertar” y “vigilar”, son usadas en el Evangelio, sino que las interpreta equivocadamente o con un vago sentido poético. y aun cuando a esas personas se les hablara de este tercer estado de conciencia -de que es un estado de conocimiento de sí mismo, una sensación de estar presente, de estar allí, de pensar, percibí, sentir y moverse con un cierto grado de control y no simplemente en forma automática- dirán con frecuencia que éste es su estado usual, y que no ven razón alguna para considerarlo en alguna forma desacostumbrado. En otras palabras, se aferran a sus reconfortantes ilusiones de que son seres conscientes, capitanes de sus almas y dueños de su propio
    destino. Así las cosas, es de esperarse que gente como esa diera la explicación acostumbrada a las palabras “Velad y Orad”, que pronunció Cristo.
    Ouspensky nos aconsejó examinar por nosotros mismos esta idea de que el hombre está dormido, y ver si es verdadera o no. Sería un error -decía- aceptarla ciegamente o desecharla sin haberla examinado, como lo hace mucha gente, más particularmente porque es posible para nosotros despertar, aun cuando sea por un minuto o dos, en momentos críticos de nuestras vidas, en que una clara visión y una acción correcta son especialmente necesarias. Nos recordaba el hecho de que un aumento, por leve que fuera, de la conciencia, es. suficiente. para cambiar para mejor el funcionamiento de nuestras máquinas. “Pero -Ouspensky hablaba en ese momento con fuerte énfasis- el primer paso que deben dar es descubrir por sí mismos si es cierto o no, que no están presentes cuando están haciendo cosas, que tienen poca o ninguna responsabilidad por lo que está ocurriendo. Obsérvense a sí mismos con mucho cuidado, y verán que no son ustedes, sino ello, quien habla dentro de ustedes, se mueve, siente, ríe y llora en ustedes, tal como ello llueve, aclara y vuelve a llover fuera .de ustedes. Todas las cosas suceden en ustedes, y su primer tarea es observar y vigilar cómo sucede”.
    Ouspensky sugería que hiciéramos solos un experimento muy simple, que él mismo había hecho cuando escuchó por vez primera esta idea del sueño y comenzó a trabajar sobre sí mismo.
    Nos recomendaba sentarnos solos en una habitación en la cual no corriéramos el peligro de ser molestados, mirando las agujas de un reloj colocado sobre una mesa cerca de nosotros, y ver durante cuánto tiempo podíamos mantener la siguiente idea y sensación: “Yo estoy sentado aquí mirando las agujas de un reloj, y tratando de recordarme a mí mismo”. Esto no le parecía a la mayoría de los oyentes de Ouspensky una empresa muy.
    formidable, pero dos o tres experimentos sobre “autorecordación” fueron suficientes para mostrarnos lo difícil que es en realidad. Pensamientos errantes no dejaban de invadir el círculo de nuestro autoconocimiento y arrojarnos fuera de él, de modo que
    repetidamente perdíamos la sensación de “Yo”, para despertar uno o dos minutos después al hecho de que nos habíamos perdido completamente .en nuestra imaginación, y que estábamos ahora ante una mesa, mirando sin ver las agujas de un reloj.
    La sensación de “Yo” era evidentemente tan débil en nosotros -que no había nada que fuera tan insignificante como para no poder disiparla. Nos resultaba humillante descubrir con cuanta frecuencia desaparecíamos dentro de un terreno de nebulosa durante el experimento, para regresar sólo mucho después a lo que se suponía que debiéramos de estar haciendo. Pero Ouspensky nos urgía a que continuáramos repitiendo estos esfuerzos a pesar de todos nuestros fracasos, diciendo que el primer paso para poder recordarnos a nosotros mismos era que nos diéramos cuenta a fondo de nuestra incapacidad para hacerlo. También decía que mientras más notáramos nuestro actual estado psicológico de sueño, tanto más apreciaríamos la urgente necesidad
    de cambiarlo,
    Para mí la idea de que el hombre está dormido no presentaba dificultades particulares, y la acepté con mejor disposición que la anterior afirmación de Ouspensky de que somos máquinas, que todo sucede en nosotros y que no poseemos voluntad. La razón de la diferencia en mis actitudes hacia estas dos teorías complementarias puede explicarse fácilmente yo no había sentido todavía en mí mismo toda la fuerza de mi mecanicidad,
    mientras que había experimentado en mi infancia esas agitaciones en el sueño que Ouspensky había descripto como momentos de autorecordación casuales. Podía recordar cómo mientras corría en una cierta pradera en Suffolk me había detenido de
    repente mirando. con sorpresa a mi alrededor, experimentando al mismo tiempo una sensación muy elevada de mi propia existencia. Esta aguda sensación de “ser” fue tan abrumadora que llegó en un momento a asustarme, y cada vez que se repetían esos instantes generalmente me quedaba parado en silencio hasta que hubieran pasado. Entonces la fuerte corriente de la vida se apoderaba de mí y me llevaba como ella, de modo que volvía a sumergirme en lo que había estado haciendo anteriormente.
    Después que hube crecido leí muchas ilustres obras psicológicas de autores occidentales, pero no pude encontrar en ninguna parte referencia alguna a los extraños cambios de conciencia que había experimentado. Ahora, por primera vez, estaba escuchando algo que echaba sobre ellos una luz nueva.
    Es por cierto asombroso que ningún psicólogo occidental haya mostrado el menor interés en estas fluctuaciones de la conciencia.
    Es particularmente sorprendente que Freud, el hombre que tanto hizo por explorar las regiones del subconsciente y del inconsciente de la mente, jamás haya postulado la existencia de estados que están por sobre el nivel acostumbrado de conciencia. Si
    existen estados que están por debajo de este nivel, entonces seguramente es probable que existan también estados que están por encima de él. Sin embargo, Freud les dio deliberadamente la espalda a fenómenos de la superconciencia, a la que se conoce
    en la literatura religiosa como “iluminación”. Su desdén por este tema probablemente pueda explicarse por el hecho de que era médico, y como tal se interesaba más profundamente por la psicopatología que por la psicología misma. Además sentía profundos prejuicios contra toda forma de sentimientos religiosos, y los desechaba por ilusorios.
    Sólo después de terminar mi examen de Freud, me volqué a William James, un genio psicológico con una visión mucho más amplia que la visión de Freud, cuando pude encontrar algo aplicable al tema en el que estaba tan. profundamente interesado.
    Resulta evidente del pasaje que transcribo. a continuación, que William James había experimentado por sí mismo los asombrosos cambios de conciencia a los que estoy haciendo referencia, y posiblemente estados más elevados que éstos: “Mi mente se vio
    obligada a admitir la siguiente conclusión -escribe- sobre cuya verdad mi impresión ha permanecido desde entonces inconmovible: nuestra conciencia normal de vigilia, que llamamos conciencia racional. no es sino un solo tipo de conciencia, mientras que en todo su alrededor, separada por la pantalla más delgada, habitan formas potenciales de conciencia enteramente distintas.”
    William James tiene razón, pero lo que no llegó a agregar es que por el uso de ciertos métodos es a veces posible irrumpir a través de esas delgadas pantallas que separan un estado de conciencia de otro. y vivir por unos instantes en un mundo de horizontes más amplios y mucha mayor intensidad que nuestro mundo habitual; en otras palabras, “ser” en el más pleno sentido de esta palabra. antes que existir y nada más.
    Descubrí más tarde que William James no era en modo alguno el único escritor occidental que señalara la variabilidad de la conciencia del hombre. Primero me encontré con ciertas referencias muy interesantes sobre ella en las obras del Dr. Hughlings Jackson, fundador de la Escuela Británica de Neurología. Dijo el Dr. Jackson: “No hay entidad tal como la conciencia. . . cuando estamos gozando de salud somos de un momento a otro distintamente conscientes”. Otra referencia a los cambios de conciencia puede encontrarse en los escritos de ese genio tan incomprendido que fue Nietzsche. “¡La conciencia -dijo- es considerada como una determinada magnitud fija! Se niegan su crecimiento e intermitencias. Se la acepta como la unidad del organismo. Esta ridícula sobreestimación y esta errónea concepción de la conciencia, tiene, como resultado la gran utilidad de que se ha impedido una maduración demasiado rápida de ella. Como los hombres están creídos de que ya poseen una conciencia, se toman muy pocas molestias para adquirirla” (Joyful Wisdom) .
    Es sorprendente ver to mucho que se ha acercado Nietzsche a lo que Ouspensky dijo después, sobre que el principal obstáculo con que se encuentra el hombre para adquirir más conciencia, es su errónea creencia de que ya es poseedor de una conciencia plena, y yo me preguntaba a mí mismo si Nietzsche no habría establecido contacto en algún momento con la enseñanza oriental sobre el tema. Es bastante posible, pues se sabe bien que fue gran admirador de Schopenhauer, y éste estaba muy fuertemente influido por el pensamiento de Oriente.
    La autoobservación me confirmó pronto la verdad de la afirmación de Ouspensky de que hacíamos todas las cosas sin estar conscientes de nosotros mismos mientras estábamos haciéndolas, estando nuestra atención enteramente absorbida por la actividad, de modo que no quedaba nada para la conciencia simultánea de nosotros mismos. Sólo dividiendo deliberadamente la atención, y dirigiendo una porción de ella de vuelta sobre nosotros mismos, podemos mantener nuestra autoconciencia. Pronto me di cuenta de que esta división artificial de la atención es la clave de la autorecordación como así también de la autoobservación.
    Cuando hicimos esta división. la parte de la visión retroactiva de nuestra atención tomó nota de nuestros pensamientos, sentimientos y movimientos, y se transformó en lo que dimos en llamar el “Yo observador”, y lo que el filósofo hindú llama “el Testigo”.
    Cuando nos hacemos más prácticos en la autoobservación, gran parte de nuestro trabajo consiste en contraponer un estado psíquico a otro estado psíquico; por ejemplo:. comparar la oscuridad de la vigilia en sueños en la que nos pasamos prácticamente el día entero, con ese “rayito de luz” que aparece cada vez que el “Yo observador” despierta en nosotros por uno o dos instantes, Naturalmente, toda autoobservación llega a su fin cuando nos identificamos con alguna cosa, toda vez que no queda nadie que actúe como observador, pero ocasionalmente nos arreglamos para sorprendernos a nosotros mismos en un estado de transición, ya sea emergiendo. del sueño, o a punto de
    deslizamos nuevamente en él. Si nos sorprendemos en este acto de desaparecer, es posible a veces, con un esfuerzo de una clase especial, luchar para regresar al estado de vigilia. Con el correr del tiempo nos. vamos familiarizando cada vez más con la diferencia entre estos dos movimientos contradictorios, el movimiento exterior de dispersión en sueños, y el movimiento inverso de traernos de vuelta hacia nosotros mismos, de modo que ya no estamos tratando más con ideas; sino con experiencias reales. La afirmación de G. de que el hombre está dormido, salió para nosotros del reino de la teoría al reino de los hechos vivientes.
    Ouspensky nos contaba cómo pudo llegar a saber profundamente que el hombre está dormido, poco después de haber oído hablar a G. de la idea del sueño, en el año 1915. Dijo que había ido a. despedir a G. en .el tren que lo llevaba a Moscú, después de una de sus periódicas visitas a San Petersburgo, y que mientras caminaba hacia su casa por la calle Trotsky, se dio cuenta de repente de que el hombre que se acercaba a él por el pavimento estaba profundamente dormido. Ouspensky ha descrito desde entonces este episodio en su libro, publicado muchos años después, In Search of the Miraculous. (En Busca de lo Milagroso) . “Aun cuando sus ojos estaban abiertos, caminaba evidentemente sumergido en sueños que corrían como nubes a través de su rostro. Se me ocurrió que si yo pudiera mirarlo durante bastante tiempo vería sus sueños. Pero él siguió de largo. Vino después otro hombre, también dormido. Un izbostchik dormido
    pasó de largo con dos pasajeros dormidos, De repente me vi a mí mismo en la situación del príncipe de la «La Princesa Durmiente». Todos los que me rodeaban estaban dormidos. Estas sensaciones duraron varios minutos.”
    Esta experiencia de despertar unos instantes dentro de un mundo que duerme, y la sensación de extrañeza que la acompaña, no son por lo común acontecimientos casuales, sino el resultado de esfuerzos previos por recordarse a uno mismo. Tengo recuerdos similares de “volver en mí” de este modo. Uno de ellos ocurrió en una hora pico en un subterráneo de Londres. Ahí estaba yo, espectador confundido de un mundo extraño, observando montones de gente transportada a los intestinos de la tierra en escaleras mecánicas, y también escaleras excesivamente cargadas que se me acercaban, y todos estaban dormidos, como yo lo había estado uno o dos minutos antes; algunos fruncían el
    entrecejo, otros sonreían, y algunos de ellos estaban totalmente desprovistos de expresión, pero con ojos que miraban y no veían nada, ¿Adónde nos dirigíamos, en éxtasis, y cuál era la fuerza que nos arrastraba en nuestro sueño? Algunos de nosotros estábamos evidentemente más obsedidos que otros, por la necesidad de apurarse, pues los que estaban inquietos se contorsionaban y se abrían camino a través de la muchedumbre, como a veces vemos a un pez saltar y caer en un banco de arena. ¿Hacia dónde íbamos todos nosotros, gente dormida y apresurada, y qué haríamos cuando llegáramos? ¿Eran responsables nuestras voluntades personales de toda esta conmoción, o éramos barridos por alguna gran fuerza de carácter tan implacable y tan impersonal, como la atracción de la luna sobre los mares? En una de las reuniones, había dicho Ouspensky que las masas de la humanidad están bajo la influencia de la luna, pero durante mucho tiempo, encontré esta idea demasiado lejana como para aceptarla.
    Ouspensky volvía repetidamente al tema del. recuerdo de uno mismo. Podía considerárselo -decía- como la idea central de todo el sistema de pensamiento de G., y era la respuesta a muchas de las preguntas que formulábamos en las reuniones. “¿Qué
    debo hacer en una situación como esa?”, solía preguntar alguno, y la respuesta venía prontamente: “Trate de recordarse a sí mismo”. Pero si la autorecordación ya era cosa difícil cuando uno se encontraba solo y en circunstancias favorables, era del todo imposible hallándose en compañía y expuesto a todas las distracciones de la vida diaria. Ouspensky lo sabía bien, pero quería que nosotros nos diéramos cuenta más profundamente de lo que nos dábamos de que estábamos dormidos; como él ya lo había dicho. el primer paso hacia la realización de la autorecordación es la percepción de que no nos recordamos a nosotros mismos. De ese modo, poco a poco, la idea de que el
    hombre está dormido, pero que haciendo un cierto tipo de esfuerzo puede arrancarse a sí mismo de este sueño tan profundo y “volver en si” parcialmente, se nos hizo más real, pasando del reino de la teoría al de la práctica. Pero sabíamos todo el tiempo que nuestra autorecordación, aun en las más favorables de las circunstancias, era muy incompleta, y que más allá de lo muy poco que habíamos conseguido yacían trechos muy grandes de conocimiento más profundo.
    Mirando hacia atrás como lo hago ahora desde el atalaya del presente, me doy cuenta de que Ouspensky hizo muy poco hincapié en ese momento sobre la preparación para la autorecordación, y fue sólo después de haber conocido a G. muchos años más tarde en París, que comprendimos lo necesario que era. El primer paso hacia la autorecordación es volvernos de las vaguedades de nuestra mente hacia nuestro cuerpo, y hacernos sensibles a ese cuerpo. Sabemos todos, naturalmente, que poseemos miembros, una cabeza y un tronco. pero en nuestro estado ordinario de “despiertos dormidos” recibimos muy pocas impresiones sensoriales -tal vez ninguna- de aquéllos, a menos que estemos doloridos. En otras palabras. no estamos realmente conscientes de nuestro cuerpo. G. nos enseñó ejercicios especiales para aflojar nuestros músculos en la mayor medida posible, y después para “sentir” las distintas regiones de nuestros cuerpos, a tales ejercicios haremos referencia más tarde en este libro.
    Estos ejercicios fueron de inmenso valor para nosotros, y particularmente útiles como preparación para la autorecordación.
    Investigaciones posteriores me han demostrado que muchos escritores han experimentado fugaces momentos de autorecordaciones casuales, y han dejado de ellos excelentes narraciones.
    Una de las mejores descripciones que se hayan hecho de un grado más intenso de autorecordación, es la de Tennyson, quien tuvo aparentemente varias experiencias de esta clase, inducidas por el concepto de “Yo”, que es una forma de meditación que
    puede conducir fácilmente a la autorecordación,

    Más de una vez, cuando yo
    me sentaba completamente solo, hurgando dentro de mí mismo
    se soltaba esa palabra que es el límite del yo,
    y entraba en lo Innombrable. como una nube
    se funde con e! Cielo. Me palpaba los miembros, los miembros
    eran extraños. no eran míos -no obstante. sin sombra de duda.
    Sino con claridad, mediante la pérdida del yo,
    el adquirir una vida tan grande, sí se la compara con la nuestra,
    era como es el Sol para una chispa, inocultable en palabras,
    que no son más que sombras de una sombra.

  • Crow

    Tennyson tenía el temperamento emocional de un poeta, y penetraba más hondo en el estado de autorecordación que lo que puede hacerlo la mayoría de la gente, a menos que lo hayan practicado durante años. También llega a conservar de esa experiencia nítidos recuerdos. y una de las cosas que recordaba era que la autorecordación trae consigo cambios tanto cualitativos como cuantitativos en la conciencia. Quiero decir con esto
    que un nivel de conciencia más alto es la puerta de entrada a elementos de experiencia enteramente nuevos, de modo que parece como si uno hubiera penetrado bruscamente a través de una entrada, en un mundo y una forma de vida que son completamente distintos. El pequeño “yo” que nos limita todos los días, el yo que insiste en sus derechos personales y en su separatividad, ya no está más allí para aislarnos de todo lo demás; y en su ausencia. se nos admite en un, orden de existencia mucho más amplio, que es común a todo ser que respira. Ha desaparecido la separatividad, y el clamor del pensamiento interior muere en el silencio interior, tomando su lugar una irresistible sensación de “ser”. No sólo ha cesado la charla producida por la cabeza, sino que las mismas palabras que anteriormente usábamos han perdido toda importancia. Conceptos limitadores, como los de “tuyo” o “mío”, “de él” o de “de ella”, no tienen sentido dentro
    del ilimitado reino en el cual se nos ha permitido ingresar, y hasta aquellas viejas divisiones del tiempo en “antes” y “después” se han ahogado en insondables profundidades de un “ahora” omnipresente. Así ha desaparecido también esa distinción tan cara al corazón del filósofo occidental: la división entre sujeto y objeto, conocedor y cosa que se conoce. Todos los viejos tabiques están en ese momento caídos, y uno se torna consciente de una unidad, una intensidad de existencia, una bienaventuranza de “ser”, jamás experimentada hasta entonces. El hindú describe este estado estático por medio de las palabras sánscritas sa (ser), chit (conciencia) y anand (bienaventuranza) y hace una exposición muy adecuada de ese estado.
    La condición que se exige, por sobre todas las demás, de aquellos que entran en este reino del espíritu para descubrir la unidad con él, es que deben despojarse por el momento de la tiranía del espacio y el tiempo, esa tiranía que Jalal`uddin ha llamado “el oscuro déspota”. Todos los que han experimentado este otro estado concuerdan sobre este punto. “Ninguna criatura -escribió Santo Tomás de Aquino- puede alcanzar un grado más elevado de naturaleza sin cesar de existir” y lo que hay que sacrificar es la existencia del yo de todos los días. Sin embargo, aun cuando nos regocijemos con la desacostumbrada liviandad y libertad, seguimos estando conscientes de que ahí cerca
    nos esta esperando para plantearnos sus exigencias el mismo yo limitador e inferior de la vida de todos los días. En contados instantes la ruidosa maquinaria del pensamiento, el sentimiento y el movimiento se echan a andar de nuevo, y se quiebra el silencio interior. Esta sensación de que el atareado ser de la vida diaria está allí esperándolo a uno, tiene una explicación muy sencilla. Cuando se alcanza un nivel de conciencia más elevado, este no desaloja al estado al que suplanta, sino que se sobreimpone sobre él y, siendo así, nos damos cuenta de la estrecha proximidad de los pensamientos y sentimientos de nuestro estado ordinario. Tan cerca de nosotros están estas actividades inferiores, que corremos constante peligro de que atraviesen el delgado tabique que las separa de nosotros, y que la autorecordación finalice en forma brusca. Precisamente de tal modo, termina generalmente la autorecordación. La atención vaga, el tráfico dentro de la cabeza comienza de nuevo su alboroto, se desplaza el silencio interior y todo queda como estaba antes.
    Repetimos que William James es el único filósofo occidental que demuestra comprensión de estos estados superiores de conciencia. Dice que las dos características notables de estos estados superiores son el optimismo y el monismo.: “Pasamos de la conciencia ordinaria a los estados místicos como de lo menor a lo mayor, de una pequeñez a una vastedad, y al mismo tiempo de la agitación al descanso. Los sentimos como estados reconciliadores, unificadores. Atraen más la función de “sí” que 1a función de “no” en nosotros. En ellos lo ilimitado absorbe a lo limitado, y cancela pacíficamente la cuenta”.
    William James debió de haber agregado otras dos características de estados superiores de conciencia, y más particularmente de aquel que es más elevado de todos: la Conciencia Cósmica.
    La primera de estas cualidades es la intensa convicción de la verdad que llevan consigo. Por difícil que pueda ser para el individuo expresar lo que ha aprendido, no abriga ninguna duda sobre su verdad. E~ un conocimiento que se ha adquirido por
    una ruta distinta de aquella por la que se adquiere el conocimiento corriente, o sea, por intermedio de los sentidos especiales y la razón. Es conocimiento directo e inmediato, lo cual es contrario al conocimiento indirecto y mediato.
    Richard Gregg expresa en forma muy clara la diferencia existente entre estas dos formas de conocer. Dice que podemos aprender muchísimo sobre un objeto cualquiera en el mundo exterior, observándolo desde una cantidad de ángulos distintos, y haciendo luego una descripción general de él. Pero con esta forma de conocimiento, somos conscientes de la separación que existe entre nosotros y la cosa que estamos observando, de modo
    que es más bien “conocer acerca” de ella, que “conocerla”. Cuando conocemos algo directamente, esta sensación, de separación desaparece. “Hay una mezcla de sujeto y objeto, una absorción mutua, un olvido de todo lo demás; a menudo se siente un goce,
    una exaltación, un entusiasmo, un enajenamiento, una alegría profunda. . . No es conocer de afuera; es conocer de adentro.
    No es conocer «acerca de», es un conocimiento unificador. El conocimiento unificador es mucho más completo y profundo que el conocer «acerca de».( Richard Gregg. Self Transcendence, Víctor Gollancz, 1956. ) . .
    Las distintas personas adoptan actitudes distintas frente a estas dos formas de conocer; Los intelectuales y los eruditos desconfían del proceso mental intuitivo y no lógico que hemos descripto, mientras que artistas, poetas. místicos y, por extraño que parezca decirlo, ciertos hombres de negocios con enorme experiencia práctica de la vida, están más inclinados a dudar de la eficacia de los procesos lógicos. Cada parte puede encontrar justificaciones para desconfiar de la otra clase de conocimiento, ya que a menudo pueden cometer se equivocaciones con ambos métodos. Lo cierto es que cada forma de conocer tiene su valor, y se está utilizando constantemente. Hasta el mismo
    hombre de ciencia, que es especialmente experto en darle vueltas a un objeto y enfocado desde todos los ángulos, ha comenzado probablemente sus peregrinaciones, aceptando como cierta alguna idea que le ha llegado en forma intuitiva y directa.
    La segunda característica de los estados superiores de conciencia, y particularmente del más elevado de todos, es el pronunciado cambio que se produce en el sentido del tiempo. El Dr. Bucke, psiquiatra canadiense que realizó un estudio especial de la Conciencia Cósmica a fines del siglo pasado, escribe que “la persona que experimenta la Conciencia Cósmica., aprenderá en los pocos minutos o instantes que ésta dure, más que en meses, más que en años de estudio ordinario, y aprenderá muchas cosas que ningún estudio ha enseñado jamás a un hombre, ni podrá nunca enseñarle. Obtiene especialmente una concepción del todo o, por lo menos, de un todo tan inmenso que empequeñece toda concepción, una idea de ese todo que hace que todas las tentativas realizadas antes para aferrar el Universo y su significado, le parezcan diminutas y ridículas”. .
    El Dr. Bucke narra su propia experiencia de la conciencia cósmica en tercera persona, y se notará que hace hincapié en la impresión de luz que asocia con ella. “Él estaba en un estado de goce tranquilo, casi pasivo. De repente, sin ninguna clase de aviso, se vio a sí mismo envuelto, por así decirlo, en una nube de color de llama. Por un instante pensó que se habría producido un incendio, alguna catástrofe repentina en la gran ciudad:
    lo que advirtió enseguida, fue que la luz estaba dentro de él mismo. Directamente después fue invadido por una sensación de euforia, de inmensa alegría. acompañada o seguida de inmediato por una iluminación intelectual completamente imposible de describir. Atravesó su cerebro un relámpago momentáneo del Esplendor Bráhmico que desde entonces ha iluminado su vida: cayó sobre su corazón una gota de la Bienaventuranza Bráhmica, que dejó de ahí en adelante, y para siempre, un regusto del Paraíso” (R. M. Bucke, Cosmic Consciousness) .
    La experiencia del hombre que ha saboreado esto, que es el nivel más elevado de todos los estados de conciencia, siempre es de esta naturaleza, ya que lo hace sentirse abrumado por la magnitud y el esplendor de la visión que se le ha concedido, y queda
    tan convencido de su verdad que no hay nada que pueda conmover la fe que ha puesto en ella: queda. asombrado ante lo mucho que ha ocurrido en un lapso tan corto: finalmente, el recuerdo de ese momento de Esplendor Bráhmico jamás se debilita, y se lo atesora: como algo que ha conferido un significado a la vida.
    La descripción que damos se aplica sólo al estado más alto de conciencia, o Conciencia Cósmica, nivel que sólo muy pocas personas han alcanzado. En este capítulo nos ocupamos principalmente del estado que yace por debajo de aquel, llamado por G. “autorecordación”, estado en el que el hombre puede verse a si mismo, pero no al universo, objetivamente. Maurice Nicoll ha descripto ese estado menos sublime en estas serenas palabras: “La Autorecordación baja desde arriba, y la Autorecordación plena es un estado de conciencia en el cual la Personalidad y todas sus ficciones casi dejan de existir, y uno por así decirlo, no es nadie, y sin embargo la plenitud de este estado, que es en realidad bienaventuranza, lo transforma a uno, por primera vez, en alguien”.

    CAPÍTULO IV

    CONOCIMIENTO Y SER

    En los capítulos anteriores hemos discutido la naturaleza mecánica del hombre y el bajo nivel de conciencia en que vive.
    En este capítulo habremos de enunciar un principio que es muy importante dentro del sistema de conocimiento de G., v.g.: el principio de que el desarrollo del hombre tiene que producirse simultáneamente a lo largo de las dos líneas paralelas de conocimiento y ser.
    Ouspensky comenzó su disertación sobre el tema diciendo que todo el mundo reconoce la importancia que tiene un aumento del conocimiento, pero muy pocos se detienen a considerar la necesidad, igualmente apremiante, de un aumento, del ser. Ni siquiera comprenden qué se quiere expresar con la palabra “ser”, por la que debemos decir primero algo sobre este tema. Para la mayor parte de la gente la palabra “ser” significa
    sólo existencia, pero es posible existir en muchas formas distintas, y en niveles muy diferentes. Hay, por ejemplo, mucha diferencia entre el “ser” de una piedra y el de una planta, lo mismo también que entre el “ser” de una planta y el de un hombre.
    Lo que no se comprende es el hecho de que pueda existir una diferencia igualmente grande entre el “ser” de un hombre y el de otro hombre.
    Menos gente aún comprende que el conocimiento de un hombre depende de su ser. Aquí en Occidente se da por aceptado que siempre que un hombre tenga un buen cerebro y sea suficientemente laborioso, puede adquirir cualquier conocimiento que
    se le antoje, y también comprenderá todo lo que estudie. Su ser -es decir, todo aquello que el sostiene- no importa en absoluto, en lo que concierne al conocimiento que puede adquirir y toda su comprensión del mismo. Puede transformarse en un gran filósofo o en un hombre de ciencia, hacer importantes descubrimientos y seguir siendo al mismo tiempo lo que ya era, un pequeño egoísta perverso, vano pretencioso, más profundamente dormido aún que sus semejantes. Ésta es la forma en que Occidente encara el tema del ser y el conocimiento, pero la cultura oriental está mucho más adelantada. En Oriente un hombre se somete al entrenamiento para la recepción de la verdad, exactamente en la misma forma en que un atleta se adiestra para una carrera: en el Óctuple Sengero del Buda, se establece que un recto modo de vivir es uno de los requisitos para adquirir el conocimiento correcto. Un filósofo oriental sabe que si el conocimiento de un hombre se adelanta a su ser, habrá de emplearlo mal, se hará cada vez más teórico y menos aplicable a su vida. En lugar de ser una ayuda para él, puede al final complicar su existencia aún más. Una de las características distintivas de conocimiento no práctico de esta clase, es que siempre es conocimiento de la parte y nunca conocimiento del todo.
    Para el debido desarrollo de un hombre, el progreso tiene que producirse simultáneamente a lo largo de las dos líneas: la del ser y la del conocimiento. Para progresar a lo largo de la línea del ser tenemos que luchar contra nuestras debilidades -y
    más que todo contra la debilidad del sueño- y adquirir al mismo tiempo todo lo que podamos en materia de conocimiento. Si permitimos que nuestro conocimiento le gane a nuestro ser, el resultado será que podremos saber en teoría lo que debiéramos de
    hacer, pero no podremos hacerlo: mientras que si fuera el ser el que se adelanta al conocimiento, entonces estaremos en la situación de esas personas que han adquirido nuevos poderes, pero no tienen la menor idea de qué han de hacer con ellos.
    Ouspensky decía que existe otra causa común de la confusión sobre el tema del conocimiento. Esa causa es que la gente confunde conocimiento con comprensión, pero el conocimiento es una cosa y la comprensión otra, y a menudo hay una ancha grieta entre los dos. El conocimiento no otorga por si mismo la comprensión a una persona, ni tampoco llega necesariamente la comprensión con una mayor accesión de conocimiento. La comprensión es el producto de cierta relación entre el conocimiento y el ser, y por lo tanto podríamos considerarla como la resultante de los dos. Otra cosa importante que hay que decir sobre la comprensión, es que siempre lleva consigo el darse cuenta de la relación existente entre un objeto estudiado y algo mayor que él; entre la célula y el cuerpo; entre el hombre individual y la humanidad; entre la humanidad y la vida orgánica; entre la vida orgánica y la tierra; entre la tierra y el sol, y entre el sistema solar y el universo entero.
    Ouspensky señaló entonces que, aun cuando el conocimiento crece en el mundo occidental, la comprensión de ese conocimiento está muy atrasada. Ésta es una era de especialización, y la especialización es causa de que se sepa cada vez menos sobre la relación que existe entre la parte y el todo.

  • Crow

    Este método fragmentario de estudiar las cosas es en gran parte responsable de la poca comprensión que existe en el momento actual. Otra causa de confusión es que escaso número de personas llegan a darse cuenta de cuán subjetivo es el lenguaje que están utilizando, y en qué medida están sometidos a su poder. Imaginan que están empleando palabras con un mismo sentido, mientras que a menudo las emplean en sentido completamente diferente. Es verdad que la información de naturaleza práctica puede ser intercambiada de ese modo, pero cuando se sale de lo práctico y se usan términos abstractos, empieza de inmediato la incomprensión. No hay más que ponerse a escuchar una discusión entre dos personas educadas, para darse cuenta enseguida de que con frecuencia están de acuerdo, y sólo parecen hallarse en posiciones opuestas por usar las palabras en forma distinta, o al revés, que en realidad están en desacuerdo aunque imaginan haber llegado a idénticas conclusiones.
    Cuando se la observa desde el punto de vista de los centros, comprensión significa realmente comprender en más de un centro.
    Por ejemplo. al oír hablar por primera vez de la idea de mecanicidad, un hombre la acepta, si es que realmente lo hace, sólo en el Centro Intelectual, como lo aceptaban los sostenedores conductistas de la mecanicidad. Parecía ser una teoría razonable para hombres de ,esa clase, y adherían a ella como tal. Pero si continuaban trabajando sobre sí mismos y observándose tan imparcialmente como les fuera posible, llegaría eventualmente el día en que habrían de sentir la plena fuerza de su mecanicidad arrastrándolos con ella. Sabrían que es algo así como ser barridos por la fuerza de la vida, como una corriente fuerte que arrastra hacia el mar al nadador, y entonces comprenderían también la mecanicidad en el Centro Emocional. La idea habría salido de la esfera de la teoría para entrar en la de la práctica, y comprenderían la idea de la mecanicidad en forma totalmente distinta. Poco más tarde sentirían la mecanicidad en todos sus centros, y en ese momento una idea que hasta entonces sólo había estado alojada en su mente, pasaría automáticamente al reino doméstico de la comprensión.
    “Existen dos líneas por lo tanto, a lo largo de las cuales tenemos que trabajar -continuó Ouspensky-: la línea del conocimiento y la línea del ser; y como ya les he dicho, el primer obstáculo que se opone al progreso a lo largo de la última es el del sueño. Nuestros principales esfuerzos tienen que estar dirigidos entonces a la lucha contra el sueño.” Aquí nos recordaba no que había dicho antes sobre la naturaleza de este sueño,. que era que se parece al coma producido por narcóticos o por la sugestión hipnótica, antes que a un sueño natural. En consecuencia sería útil que nosotros comenzáramos el trabajo sobre la línea del ser con un estudio muy cuidadoso de las distintas causas que nos mantienen dormidos. Si procedemos así, podremos descubrir que una causa sumamente importante es el trabajo equivocado de los centros. Éste puede adoptar muchas formas distintas, pero el más común de nuestros errores es nuestra tendencia a “identificarnos” con todo lo que nos rodea. Con las palabras “identificar” e “identificación” queremos decir que un hombre pierde el sentido de sí mismo y de su existencia en un solo pensamiento, sentimiento o movimiento, olvidando todos los
    otros pensamientos, sentimientos o movimientos. Se mete, por así decirlo, en todo de que haya capturado su atención en ese determinado momento, de modo que ha dejado de estar consciente de sí mismo, y de existir como persona. El nivel de conciencia se sumerge en niveles aún más bajos que los usuales en momentos como esos, y su campo de conciencia se empequeñece en tal forma, que sólo deja lugar para una sola idea, percepción o emoción.
    Ouspensky grabó en nosotros el hecho de que la identificación es un enemigo formidable y extremadamente sutil. Impregna nuestras vidas en forma tal que podemos decir que pasamos de una identificación a otra, y muy pocas veces nos liberamos de
    ellas. Lo que hace que la lucha contra ellas sea más difícil es que la identificación siempre asume disfraces honorables y nos lleva por caminos errados, a creer que es nuestra amiga, algo de al que no podemos prescindir. Por ejemplo, la mayor parte
    de la gente cree que es correcto y apropiado qué un artista se pierda completamente en su tela, y se olvide de todo lo demás.
    Del mismo modo respetaban a Isaac Newton por el estado de identificación en que cayó cuando, mientras estudiaba las leyes del movimiento, colocó su reloj, en vez del huevo que su mujer le había traído, en una sartén, y lo hirvió para su almuerzo.
    ¡Qué magnífico -dijeron- es este total enfoque de su atención sobre el problema que lo tenía ocupado, qué completo el desalojo de su mente de todo lo demás! Pero -dijo Ouspensky- esto es una tergiversación completa de lo que realmente sucedió.
    En vez de dirigir Newton su atención, por un acto de voluntad, sobre el problema que estaba estudiando, su atención fue capturada y aprisionada por él en forma tal que todo lo demás, incluyendo todo sentido de su propia existencia, desapareció completamente. En otras palabras, al identificarse completamente con su problema matemático, Newton cayó en un sueño más profundo de lo que se había propuesto. “Sí, pero le valió a Newton que fuera así -protestarían los críticos- pues en ese estado de identificación llegó a descubrir las leyes del movimiento”.
    Newton era un genio, y aunque era capaz de trabajar con las leyes del movimiento mientras estaba dormido profundamente, probablemente las hubiera descubierto un poco antes si hubiera estado un poco menos identificado.
    La principal diferencia entre la identificación, o enredo mecánico de la atención con algún problema, y una atención deliberadamente dirigida a él, es que la identificación tiene el efecto de estrechar el campo de la conciencia, mientras que la atención dirigida generalmente lo amplía en forma tal, que entran más cosas en él. Este efecto reductor de la identificación explica el dicho popular de que los árboles impiden ver el bosque. Lo que sucede es que su atención ha sido aprisionada por uno o dos árboles, de modo tal que nada más puede ponerse al alcance de su vista. Del mismo modo, al identificarnos con una ansiedad, desengaño o alguna causa de irritación, nos ponemos completamente bajo su poder, de tal modo que resulta imposible pensar o sentir sobre cualquier otra cosa. Ouspensky nos señalaba que la identificación es el principal obstáculo en el camino de la autorecordación, pues aprisiona al hombre en alguna parte pequeña de sí mismo, y es por lo tanto la antítesis misma de esa ampliación y elevación del nivel de conciencia producido por la autorecordación. Abreviando: la identificación conduce a la pérdida de todo sentido de existencia, a un sueño más profundo, a una mayor subjetividad de miras y ausencia de toda capacidad de ejercicio del más mínimo alcance de elección.
    Ouspensky nos repetía que durante todo el día pasamos de una forma de identificación a otra, y que nada es tan superficial como para que no podamos identificarnos con ello. Un hombre puede llegar a identificarse hasta con un cenicero, y si un cenicero puede influir de ese modo, es fácil ver cómo las posesiones de un hombre, sus éxitos y sus alegrías, le dan oportunidades aún más amplias de identificación. Lo que es más difícil
    de comprender, es cómo un hombre puede sumergirse igualmente en sus desgracias e infortunios: y sin embargo ése es el caso.
    Nos decía Ouspensky que G. había comentado con frecuencia la parcialidad del hombre hacia sus propias aflicciones y las ajenas, y señaló que la última cosa que un hombre está dispuesto a abandonar, es su sufrimiento. Estará de acuerdo, en ocasiones, con renunciar a sus placeres, pero está constituido en forma tal, que se aferra con la mayor posesividad y tenacidad a sus sufrimientos. Es obvio que quienquiera que tenga el deseo de desarrollarse, tendrá que sacrificar sus aflicciones y sus sufrimientos, pues la identificación con las emociones negativas lleva consigo un enorme desperdicio de energía nerviosa, desperdicio que es imperativo que evitemos. Ouspensky decía que la identificación con las emociones negativas, provoca tales estragos en nuestras vidas, que sería conveniente hacer una lista de las emociones particularmente negativas hacia las que somos especialmente parciales. Todo el mundo -decía- tiene sus propios favoritos en cuanto a emociones negativas, y tenemos que conocerlas mejor.
    Seguimos su consejo, y al hacerlo aprendimos lo poderosa que es la influencia que ejercen las emociones negativas sobre nuestras vidas. Vimos cómo ennoblecíamos estos sentimientos desagradables cuando surgían dentro de nosotros, y hasta qué punto nos convencíamos a nosotros mismos de que era correcto y adecuado que así ocurriera, justificando nuestro enojo o nuestra irritación con frases como “justa indignación”. Descubrimos que gozábamos con nuestros sufrimientos. especialmente cuando podíamos echarle la culpa a otros, como casi siempre nos arreglábamos para hacerlo. También advertimos cómo aceptábamos el cuadro de violencia, desesperación, frustración, melancolía y compasión de. nosotros mismos en el escenario y la literatura como las formas más superiores del arte, y con qué inteligencia disfrazábamos.el hecho de que derivábamos un inmenso goce de nuestra desgracia y sufrimiento.
    Cuando informamos en una sesión posterior sobre nuestros descubrimientos sobre el tema de las emociones negativas, y dijimos que nos sentíamos apabullados por el papel enorme que jugaban en nuestras vidas, Ouspensky repitió el que ya había dicho anteriormente: que por el momento no debíamos de tratar de alterar las cosas dentro de nosotros mismos, nada más que porque eran desagradables. Pero esta vez le hizo un ligero agregado a la tarea que nos había confiado, de observar nuestras emociones negativas. Fue que debíamos hacer, lo posible para no expresarlas inmediatamente después de sentirlas, como siempre lo habíamos hecho en el pasado. Al hablar de expresarlas, no quería decir solamente darles libre curso en palabras, sino también revelarlas en nuestras acciones y comportamiento general, y nos explicó que la razón por la que debíamos evitar proceder de ese modo, era que ahora se había hecho tan automático en nosotros dar de inmediato libre curso a todos nuestros sentimientos desagradables, que lo hacíamos sin estar con frecuencia. conscientes de lo que estábamos haciendo y diciendo. Pero si nos estaba prohibida la expresión de las emociones desagradables, entonces esta norma se nos presentaría en ocasiones en la mente justamente en el momento en que estábamos a punto de manifestarlas, y dándonos una sacudida total nos permitiría advertir emociones que de otro modo podrían haber pasado inadvertidas.
    Nuestra observación de todas las formas de emociones negativas rindió una cosecha verdaderamente asombrosa. Hasta miembros del grupo que se enorgullecían de poseer un temperamento alegre y estable, descubrieron que continuamente estaban asaltados por la irritación, los celos, la envidia, el enojo y la desaprobación hacia los demás. Al ir adquiriendo habilidad para observarnos a nosotros mismos, nos fuimos familiarizando
    cada vez más con las muy desagradables sensaciones físicas que acompañaban a nuestras variadas emociones negativas, y pudimos percibir la rapidez con que los venenos que engendraban, impregnaban nuestros cuerpos. También aprendimos por amarga experiencia cuán desprovistos quedábamos de toda energía después de dar paso a una emoción negativa, de modo que no hubo ya más necesidad de que Ouspensky nos dijera que habíamos perdido muchísima energía muy valiosa por causa de ellas.
    Sentíamos algunas veces cómo la energía escapaba de nosotros, y aprendimos a costillas nuestras que una vez que nos habíamos rendido a ellas -como casi siempre lo hacíamos- no había posibilidad de librarse de ellas. Teníamos que quedar sometidos a su poder, hasta que se; hubieran quemado del todo. La esperanza más firme de aprender el modo de evitar la caída en las emociones negativas, parecía ser la de sensibilizamos cada vez más a las señales de su aparición. Al advertir su estrecha proximidad, podríamos apartarnos a tiempo. Si esperábamos demasiado para hacerlo, caeríamos completamente en su poder.
    Todos los maestros tienen pasajes favoritos de las lecciones que imparten, y si había una afirmación particular de G. que le agradaba a Ouspensky más que cualquiera otra, era su observación de que las emociones negativas nos eran completamente innecesarias, y que la Naturaleza no nos había provisto ni siquiera del órgano debido para registrarlas. Ouspensky señalaba que mientras los centros intelectual y motor-instintivo poseen sus lados negativos, el centro emocional no cuenta con ninguno.
    Esto es una garantía -decía-, si es que se necesita alguna, de que las emociones negativas son productos artificiales, enteramente innecesarios para vivir.
    Alguien quiso averiguar sobre el temor, y le preguntó si debía ser incluido entre las emociones negativas. A esto respondió Ouspensky que eso depende de la naturaleza del temor, pues hay muchas clases distintas del mismo. Hay, por ejemplo, el temor que registra el cuerpo cuando siente que se está deslizando hacia el borde de una colina, o cuando se da cuenta de que está a punto de ser atropellado por un coche que se aproxima rápidamente, y tales temores nos son útiles, porque movilizan nuestros
    esfuerzos por escapar del peligro, con una velocidad que excede en mucho a la rapidez del pensamiento. Pero además de estas advertencias de la presencia del peligro físico, están también los numerosos temores que caen bajo la denominación general de
    ansiedad, muchos de los cuales se originan en la imaginación y no tienen existencia real. Tenemos miedo de muchas cosas que quizá puedan ocurrirnos, pero que no es probable que ocurran, y que al final jamás ocurren. Ouspensky decía que mucha gente pasa el tiempo inventando tales temores. y, habiéndolos inventado, en justificarlos. “Uno tiene que mostrar previsión y estar preparado para las dificultades cuando se presentan”, dicen, y después proceden a inventar nuevos temores. Los temores imaginarios de esta especie tienen que ser incluidos entre las emociones negativas, y si alguna vez queremos vernos libres de ellas, lo primero que hay que hacer es enfocarlas con mucha más
    claridad, y lo segundo, dejar de justificarlas.
    Esto, naturalmente, es de aplicación a todas nuestras emociones negativas: tenemos que darnos cuenta de que somos nosotros los responsables de ellas, y que no debemos de inmediato cargar las culpas sobre los demás. Otra persona puede haber actuado como la causa que excita una emoción negativa, pero la manifestación desagradable en sí misma es nuestra, no suya. Si, por lo tanto, queremos alguna vez librarnos de las emociones negativas, debemos aceptar de inmediato la plena responsabilidad por ellas, y nunca, en ninguna ocasión, encontrar excusas. En otras palabras. no podemos gozar simultáneamente de dos placeres enteramente incompatibles, o sea el de echar la culpa a alguien de nuestras emociones negativas, y eventualmente el placer de escapar por completo a ellas. Tenemos que elegir una de estas dos alternativas, y abandonar la otra.
    Ouspensky decía que hay una forma de identificación común, que juega un papel muy grande en mantenernos dormidos, y que se conoce como consideración interior. La consideración interior significa la identificación consigo mismo, o con lo que uno toma
    como uno mismo, pues todo el mundo tiene un cuadro de si mismo, en parte auténtico y en parte ficticio. Habiendo dibujado este autorretrato, el individuo el presenta siempre al mundo, con la esperanza de que el mundo acepte su llamativa semejanza.
    Este trabajo de presentarse a uno mismo al mundo, en el sentido teatral de la palabra, le lleva al hombre mucho de su tiempo, de modo que con frecuencia tiene que preocuparse, cuando habla con otra gente. de la impresión que le produce. Toma nota cuidadosamente de sus reacciones ante lo que él dice, vigila sus expresiones faciales, presta atención al tono de sus voces cuando le contestan, a lo que dicen y no dicen, pesa el respeto con que lo reciben, el interés que muestran ante su conversación, y manifiesta de muchas otras maneras lo ocupado que está por el efecto que produce en ellos. Esta intensa preocupación por la impresión que se hace sobre otra gente, y la sensación de inadaptación que a menudo la acompaña, se llama generalmente timidez o conciencia de uno mismo, pero es la verdadera antítesis de la conciencia de sí mismo, y manifestación de un sueño más profundo.
    La identificación con el yo de la vida diaria, o la que los psicólogos occidentales llaman el “ego”, puede adoptar formas muy diferentes. Freud dice que el ego es en primer lugar, y, principalmente, un ego corporal, y lo verdaderamente cierto es que la consideración interior es en gran medida provocada por las ideas que una persona tiene acerca de su cuerpo, y sus verdaderas o supuestas peculiaridades, fuerzas y flaquezas. Muchos ejemplos de hipersensibilidad de parte de una persona -sumamente inteligente y sensata en otros sentidos- sobre sus rarezas físicas, pueden ser halladas en autobiografías. Tolstoi afirma en sus Memorias de Infancia que era particularmente
    sensible en cuanto a su aspecto cuando joven, y opinaba que “…ningún ser humano con una nariz tan larga. . . labios tan gruesos, y ojos grises tan pequeños (como los suyos) podría tener jamás la esperanza de alcanzar la felicidad sobre la tierra”.
    Aun cuando alguien haga bromas sobre sus peculiaridades personales y no parezca interesarse en ellas en lo más mínimo, su despreocupación y sus risas pueden ser una pantalla, detrás de la cual oculta sentimientos agriamente heridos. El difunto H. G. Wells fue un ejemplo de esto, pues escribió en su Autobiografia: “En los rincones secretos de mi corazón yo quería tener un hermoso cuerpo, y todo el menosprecio y el humor con que trataba mi aspecto personal en mis charlas con mis amigos y en mis cartas, la caricatura que hacía de mi escualidez, y mi descuidada superficialidad. no afectaban la profundidad de esa inconfesada mortificación”.

    Pero la identificación con el ego. puede proyectarse mucho más allá de los confines del cuerpo físico, de modo tal que un hombre puede ser hipersensible por un centenar de deficiencias o debilidades reales o supuestas, tanto de su carácter como de su historia personal. Puede estar disgustado por su crianza, su ascendencia, su falta de educación, su posición social, su fracaso en conseguir adelantar. Todas estas supuestas deficiencias tienen que ser ocultadas por él al mundo, y sus puntos fuertes deben ser colocados al frente cuando habla con otras personas. El hombre que se considere interiormente se parece muchísimo a un viajante de comercio que lleva mercaderías de cierta marca para
    vender. Se necesita gran habilidad para hacerlo, y probablemente le sea necesario presentar sus mercaderías en forma muy discreta, de modo que no parezca que está queriendo imponerlas.
    La modestia excesiva y el burlarse de uno mismo (como en el ejemplo de Wells), son con frecuencia buenos movimientos tácticos en la estrategia mayor de la consideración interior. “Por supuesto, yo sé muy poco sobre este tema”, puede ser el gambito de apertura de una brillante pieza oratoria, que gana no sólo la admiración del público, sino también un premio especial a la modestia.
    Al igual que otras actividades nuestras altamente mecanizadas, la consideración interior es sumamente contagiosa. Cuando la persona con quien hablamos empieza a considerar lo interior, nace la tensión emocional, y como resultado de ello nos sentimos incómodos, y empezamos nosotros también a considerar lo interior. Sentimos que se ha perdido algo, tanto de la conversación como de la relación con la otra persona, y que nos corresponde enderezar las cosas. Tal vez nos faltó un poco de tacto para conducirnos con la otra persona un poco antes, y como resultado de ello, ahora está ofendida con nosotros. Decidimos que debe nos pisar con más cuidado, y las consecuencias de nuestros esfuerzos por deshacer el daño pueden muy bien empeorar la consideración interior. La consideración interior es señal de debilidad interior, y se debe a menudo en su mayor parte a nuestro temor hacia otra gente. Es asombroso ver lo que nos atemorizan a nosotros, seres humanos, nuestros semejantes.
    Controlados y cegados como lo estamos por estas compulsiones interiores, sería absurdo, por lo tanto, que nos imagináramos que en nuestro nivel común de ser somos capaces de comprender a otras personas, y ni hablar de proporcionarles ayuda alguna.
    No podemos ni siquiera ver a la otra persona tal como es, sino sólo como aparece a través de los vidrios deformantes de nuestros variados gustos y rechazos, prejuicios y aversiones. Nadie es capaz de penetrar en otra persona ni comprenderla, a menos que haya penetrado antes en sí mismo y se haya comprendido a sí mismo; y aun cuando posea este conocimiento de sí, un hombre puede frecuentemente cometer errores. Todavía me siento apabullado ante lo poco que soy capaz de ver de la persona
    con quien estoy hablando, y de mi incapacidad para sentirla.
    Conversamos juntos y hasta de cosas íntimas, pero como completos extraños entre nosotros.
    La consideración exterior es precisamente lo opuesto a la consideración interior, y sería el justo antídoto para esta última, sólo con que pudiéramos ingeniarnos para producirla cuando es necesaria. Pero la consideración exterior es una faena extremadamente difícil, tan difícil de producir en nosotros mismos como lo es la autorecordación. Exige una actitud y una relación enteramente distinta hacia la gente, es decir, una preocupación por su bienestar, en lugar del nuestro. El hombre que considera lo exterior hace lo posible por comprender a la otra persona y ver cuáles son sus necesidades, y solamente puede proceder de ese modo cuando deja completamente de lado sus propias necesidades. La consideración. exterior exige del hombre que la practica mucho conocimiento y otro tanto de control de sí mismo, y esto significa que nunca puede ocurrir automáticamente en estado de sueño, sino que es necesario un estado que se aproxime a la autorecordación. Ninguna persona que considera lo exterior puede jamás hablar a otra persona “por su bien”, o para “ponerlo bien”, o para “explicarle su propio punto de vista”, pues la consideración exterior no formula demandas ni tiene requisitos que no sean los de la persona a quien uno se dirige.
    No permite ningún pensamiento de superioridad por parte de la persona que está considerando en lo exterior, pues lo que ésta trata de hacer es colocarse en el lugar del otro hombre con el fin de poder descubrir sus necesidades. Esto hace necesario el
    abandono de hasta el último vestigio de autoidentificación y, a fin de que la otra persona pueda ser vista tal como verdaderamente es, los deformantes anteojos de la personalidad, con todos sus gustos y rechazos subjetivos, tienen que ser dejados de lado
    a fin de poder enfocarla en forma tan objetiva como sea posible.
    Ouspensky continuaba sus afirmaciones diciendo que todas las actividades altamente mecanizadas nos ayudan a mantenernos como somos, en un estado de sueño y, siendo esto así, debemos cuidarnos de. ellas. La identificación con el así llamado “yo” o
    la consideración interior, son solamente dos de ellas, y otras tres actividades, que andan por sí mismas sin necesidad de ningún cuidado, son igualmente soporíferas: la mentira, la conversación innecesaria y la imaginación. La palabra “mentir” es empleada por G. en un sentido más bien especial. En la conversación corriente significa apartarse dé la verdad. pero dado que muy raramente sabemos qué es la verdad. no se nos puede reprochar que nos apartemos de ella. Pero sí se nos podrá culpar por hablar sobre ciertas cosas como si supiéramos todo acerca de ellas, cuando en realidad sabemos muy poco o nada; y esto, decía Ouspensky, es una de las actividades más comunes del hombre. La gente habla con la mayor tranquilidad sobre cosas de las que no comprende absolutamente nada. y esto es lo que G. llama mentir. Lo que podamos creer o no creer depende en gran medida de nuestras personalidades, y éstas a su vez dependen de la casualidad.
    Cuando se analiza la mentira se descubre que está compuesta de otras dos funciones altamente mecanizadas, contra las cuales nos había prevenido Ouspensky en una sesión anterior: la conversación innecesaria y la imaginación. La primera será tratada en primer lugar junto con la parte del centro intelectual que es responsable de ella: “centro formatorio”, o parte inferior. En alqunas personas el “centro formatorio” no está nunca inactivo.
    Esa gente charla sin cesar, en subterráneos y autobuses (“Le dediqué un poco de atención, le dije. . .”); charlan por la mañana cuando están descansados, y hablan más aún por la noche cuando están cansados; charlan lo mismo aunque la gente los
    escuche o no. Charlan cuando están bien y continúan charlando cuando se sienten enfermos, y si la enfermedad es grave y se hace necesaria una operación, siguen hablando aunque les hayan afirmado bien la mascarilla sobre la cara y esté pasando el gas, y su charla es sobre nada, y, sobre todo, sobre la nada que son ellos mismos. Es una mortificación terrible este torrente de palabras imparables a alta presión, tanto para el que habla como para quien lo escucha, y consume una inmensa cantidad de valiosa energía nerviosa.
    Tampoco está necesariamente libre de eso la persona taciturna, pues puede estar produciéndose dentro de ella una conversación inaudible de baja graduación. Si escrutamos cuidadosamente los rostros de gente a cuyo lado pasamos por la calle, a menudo vemos que mueven los labios, y al mismo tiempo sus caras cambian de expresión. Sonríen o fruncen el entrecejo al pasar, y tanto sus sonrisas como sus entrecejos nada tienen que ver con nosotros. Ni siquiera han notado nuestra presencia sobre la vereda, pues están a cientos de kilómetros de nosotros en sus sueños, y viviendo quizá en un instante del tiempo totalmente distinto. No están presentes aquí y ahora, sino que están reproduciendo en su imaginación una entrevista difícil que están por celebrar. o recuerdan con placer las cosas ingeniosas que dijeron un mes o dos atrás. Dentro de media hora no más, esta misma gente estará hablando con sus amigos, pero mientras tanto son llevados en alas de su fantasía y conversan silenciosamente consigo mismos.
    Cada vez que Ouspensky nos aconsejaba. lo que hacía con frecuencia, que mantuviéramos tirantes las riendas de nuestra imaginación, los artistas del grupo se enfurecían, pues creían que él les estaba censurando la fuente de su inspiración artística.
    No era acaso responsable la imaginación de todas las cosas que hacían, ya fuera la ejecución de un cuadro, la composición de un poema o de música? Ouspensky se veía constantemente obligado a explicarles que la imaginación creadora del artista, la facultad por la cual visualiza y mantiene en su mente la cosa que está a punto de crear, es una actividad muy distinta de dejar vagar la mente. La visualización requiere un esfuerzo de sostenida atención por parte del artista, mientras que soñar despierto es
    algo que funciona por sí mismo. La actividad que se produce por sí misma tiene sobre nosotros el efecto de un narcótico. La imaginación, en el sentido con que Ouspensky empleaba esa palabra, significa cualquier cosa que funciona por sí misma y sin que
    se le preste la menor atención: y dado que esto puede ocurrir en cualquier centro, la imaginación no queda confinada en forma alguna a la elaboración de imágenes en los centros intelectual y emocional,
    Si alguien nos hubiera preguntado durante esos muchos años de concurrencia a las reuniones de Ouspensky, en qué estábamos ocupados, y se nos hubiera permitido contestar esa pregunta en forma veraz y condigna, no podríamos haber dado un mejor resumen de nuestros esfuerzos, que afirmar que estábamos ocupados en el adiestramiento de nuestros poderes de atención. La capacidad de dirigir la atención, era obviamente de primordial importancia para nuestro trabajo, y entraba en casi todo lo que estábamos tratando de hacer. Fue por falta de atención que nuestros esfuerzos por recordarnos a nosotros mismos fracasaron con tanta frecuencia, y fue por la misma razón que nuestras tentativas de realizar los movimientos extremadamente complicados
    traídos por G, de sus viajes, continuamente nos salían mal. Se habían tomado disposiciones para que se nos enseñaran estos ejercicios especiales, que a mí me resultaron particularmente valiosos. Anteriormente me había enorgullecido siempre de mis poderes de atención, pero al incorporarme a estas clases sobre movimientos en Virginia Water, pronto descubrí lo limitados que eran aquellos en realidad. Los movimientos actuaban como un aparato muy sensible que registraba mis faltas de atención, en la misma forma en que los cilindros ahumados que se utilizan en un laboratorio de fisiología registran actividades tales como los latidos del corazón, los movimientos respiratorios .y la elevación y caída de la presión sanguínea. Uno o dos movimientos de la mente errante, y todos los movimientos coordinados fracasaban de modo que quedaba expuesta ante cualquiera que quisiera verle, la naturaleza limitada de mis poderes de atención.
    Era una experiencia humillante, pero al mismo tiempo muy provechosa.
    Pero los movimientos y danzas sagradas traídos por G. de Oriente tenían una función mucho más amplia que la de revelar la falta de atención del ejecutante. En una demostración pública de estas danzas en los Estados Unidos, G. le explicó al público
    que las danzas sagradas y la gimnasia habían desempeñado durante muchos siglos un papel muy importante en las ceremonias religiosas de los templos en Turkestán, Tibet, Afghanistan, Kafiristán y Chitral. Se contaban entre las materias más importantes que se enseñaban en las Escuelas esotéricas Orientales, y se utilizaban principalmente con dos fines. El primero era expresar por medio de ellas cierta forma de conocimiento, y el
    segundo, inducir en los ejecutantes un estado de ánimo armonioso. Gurdjieff concluyó su disertación diciendo que en tiempos antiguos un hombre que se hubiera dedicado a algún estudio especial, podía expresar con danzas lo que había aprendido, como un investigador de la actualidad publica sus resultados en un tratado. “De este modo, la antigua danza sagrada no es sólo el medio de una experiencia estética, sino también un libro…que contiene un trozo de conocimiento definido”.
    En una reunión posterior Ouspensky volvió a dibujar el diagrama de los centros en el pizarrón, esta vez con el fin de mostrarnos el importante rol que juega la atención en nuestro trabajo.
    Dijo que cada uno de los centros puede ser subdividido en varias partes. La primera división consiste en aspectos positivos y negativos, y la segunda en la posterior subdivisión de las mitades positiva y negativa en segmentos: motor, emocional e intelectual.
    Dijo que el análisis del Centro Intelectual ilustra del mejor modo la división de los centros. Primero viene la división del Centro Intelectual, en dos mitades: positiva y negativa. Tanto la afirmación como la negación son necesarias para pensar, pero en
    algunas personas uno de estos dos lados es demasiado activo.
    Hay gente que tiene tendencia a decir “no” a todo, y hay otros que se inclinan más a decir “sí”. También existen extrañas mezclas de afirmación y negación en nuestra conducta. En ciertos casos el pensamiento negativo se asocia con el sentimiento neativo. Un ejemplo excelente de estas mezclas de afirmación y negación puede encontrarse en la parábola de Cristo sobre los dos hijos: “Un hombre tenía dos hijos; y se acercó al primero, y le dijo: «Hijo, ve a trabajar hoy en mi viña», Él contestó diciendo: No, no quiero; pero luego se arrepintió y fue, y él se acercó al segundo y le dijo lo mismo. y éste le contestó: iré. señor; y no fue. ¿Cuál de ellos dos cumplió la voluntad de su padre?”. (Mateo, XXI, 28-31),

  • Crow

    Ouspensky explicaba que la segunda subdivisión de las dos mitades de centros en motor, emocional e intelectual, es la que está estrechamente vinculada con el tema de la atención. La diferencia entre estas tres partes del Centro Intelectual está en que en el lugar más bajo de la parte motriz de ella, el pensamiento transcurre sin la menor atención; en la segunda, o parte emocional, la atención es atraída por el interés intrínseco del tema; y en la tercera parte, la más elevada e intelectual del Centro Intelectual, la atención tiene que ser dirigida al tema por medio de un esfuerzo, como cuando una persona está estudiando un nuevo idioma o leyendo un libro difícil. La misma cosa es cierta en lo referente a las partes motriz, emocional e intelectual.
    “La parte más baja o motriz del intelectual ha recibido un nombre especial -continuaba diciendo Ouspensky-. Se llama «centro formatorio», y se asemeja a una gran oficina del piso bajo, en la que hay una cantidad de empleados jóvenes, dactilógrafos y telefonistas trabajando. Su deber es recibir y distinguir mensajes que les llegan del mundo exterior, y pasar los más importantes de éstos a los distintos gerentes que están en pisos superiores. Pero en lugar de hacer eso, los subalternos del piso bajo frecuentemente tratan esos asuntos por sí mismos, con consecuencias desastrosas para todos. El centro formatorio sólo está capacitado para llevar a cabo un tipo de pensamiento asociatorio de baja graduación, y con frecuencia se comporta precisamente en la forma en que lo hacen esos cadetes, dactilógrafos y telefonistas. Toma resoluciones que por derecho corresponde que las tome solamente la parte intelectual del Centro Intelectual, y con resultados particularmente desafortunados.”
    En una fecha muy posterior nos fue enseñada de nuevo la gran importancia que la facultad de la atención tenía para nuestro trabajo. Esto fue después de la muerte de Ouspensky, cuando algunos de nosotros nos fuimos a París para estudiar con G. mismo. Éste nos enseñó de inmediato una cantidad de ejercicios de aflojamiento muscular y de lo que llamó “sentir con el cuerpo”, ejercicios que fueron, y son todavía, de gran valor para nosotros. Se nos indicó que dirigiéramos nuestra atención en un orden predeterminado sobre ciertos grupos de músculos; por ejemplo, los del brazo derecho, el brazo izquierdo, la pierna derecha, la pierna izquierda y así sucesivamente, aflojándolos
    cada vez más mientras volvemos sobre ellos; hasta que hayamos logrado sentir la mayor relajación posible. Mientras estábamos haciendo eso, teníamos que “sentir” al mismo tiempo esa región particular del cuerpo; en otras palabras, tornarnos conscientes de ella. Todos sabemos, naturalmente, que poseemos miembros, una cabeza y un cuerpo, pero en circunstancias ordinarias no las sentimos. Pero con la práctica, la atención puede ser enfocada sobre cualquier parte del cuerpo que uno desee, relajar los músculos de esa zona determinada, y producir la sensación de esa región. A la voz del mandato interior se “siente” el oído derecho, luego el izquierdo, la nariz, la parte superior de la cabeza,
    el brazo derecho, la mano derecha y así sucesivamente, hasta completar una recorrida de “sensación” por todo el cuerpo. El ejercicio puede, si fuera necesario, hacerse aun en forma más difícil contando hacia atrás, repitiendo ristras de palabras o evocando ideas, al mismo tiempo que se lleva a cabo la relajación y la sensación.
    Puede muy bien preguntarse: “¿Qué beneficio puede resultar de aprender todas esas tretas yoguis con el cuerpo?” No es difícil contestar. Hay tres razones para hacer esos ejercicios que son las siguientes: la primera es que se trata de un excelente adiestramiento para la atención; la segunda es que enseña a la persona cómo aflojarse; y la tercera es que produce un cambio psíquico interno muy definido. Este cambio puede ser resumido en la afirmación de que el ejercicio junta partes de nuestro mecanismo que anteriormente habían estado trabajando desconectadas entre sí. Pero las descripciones exteriores de estos valiosos ejercicios y de los resultados que de ellos se obtienen, son completamente inútiles. Sólo entonces pueden comprenderse a través de la experiencia personal que de ellos hemos obtenido, hecho que acentúa una vez más la imposibilidad de impartir conocimientos de esta especie por medio de un libro. Todos los ejercicios especiales de esta clase tienen que ser enseñados en forma oral, y, hasta donde yo sé, jamás han sido confiados a la escritura. Es por esta razón que deliberadamente he dejado mi exposición incompleta.

    CAPÍTULO V

    LA BÚSQUEDA DEL YO

    Al principio me sentía confundido por lo que para mí era carencia de un plan en el método que empleaba Ouspensky para exponer el sistema de G. En vez de completar un tema y pasar luego a otra cosa. volvía repetidamente sobre lo que ya había tratado antes, agregando algunos detalles que antes había omitido. Pero más tarde me di cuenta de que no era posible sujetarse a ningún plan. En primer lugar, porque no estaba pronunciando
    una serie de conferencias formales. sino que contestaba preguntas según se las iban formulando en las reuniones, y, en segundo lugar, porque todas las cosas dentro del sistema de G. están tan íntimamente vinculadas entre sí, que es completamente imposible tratar ninguna de ellas en forma aislada. Por ese motivo nos veíamos continuamente obligados a adelantarnos y volver luego sobre lo ya tratado, pues la discusión de un tema nuevo revelaba con frecuencia algún aspecto de uno anterior que no había sido tratado, y esto hacia necesario un reexamen de lo que se había dicho anteriormente.
    Después de haber llamado nuestra atención sobre las actividades extremadamente mecánicas que mantienen al hombre sumido en el sueño. Ouspensky volvió sobre las ilusiones que el hombre tiene respecto de sí mismo. “Una de las ilusiones más preciadas y más ridículas -dijo- es la de que es dueño de un «ego» o «Yo» dominante, que imparte uniformidad a su vida y controla sus variadas funciones. Pero tal vez, como resultado
    de la autoobservación durante estos últimos meses, hayan podido librarse de esta absurda idea sobre ustedes mismos. A esta altura pueden haber descubierto que no hay dentro de ustedes nada que sea parecido a un «Yo» permanente.”
    Ouspensky se acercó entonces al pizarrón y dibujó un círculo que procedió a subdividir por medio de líneas verticales y transversales. en un gran número de compartimientos pequeños, de modo que al final resultó ser el dibujo de un ojo de abeja visto con enorme aumento. En cada una de las numerosas divisiones del ojo escribió la palabra Yo con mayúscula. y cuando terminó el dibujo regresó a su silla. “Eso -anunció con la satisfacción de un artista que ha hecho un retrato satisfactorio- es el dibujo de un hombre. No tiene un «Yo», sino innumerables «Yoes».
    Continuamente se están reemplazando entre sí, y en un momento está presente un «Yo» que es reemplazado de inmediato por otro. Todos los pensamientos y todos los sentimientos exigen ser considerados como «Yo» hasta que lo arrojan al fondo, y su
    lugar es ocupado por otro «Yo» que es rival suyo.”
    Alguien preguntó cómo es que abrigaremos la fuerte convicción de poseer, en realidad. tanto unidad como permanencia, y Ouspensky le contestó que hay dos cosas que alientan esta idea. La primera es que poseemos un solo cuerpo, y la segunda que pasamos por la vida con un solo nombre que es permanente. “Es cierto -agregó- que nuestros cuerpos cambian con el correr de los años” pero cambian con tanta lentitud que no nos damos cuenta: y nuestros nombres permanecen con nosotros a través de toda nuestra vida. Estas dos cosas estables contribuyen a producir en nosotros una ilusión de permanencia y unidad, cualidades éstas que, si nos observamos a nosotros mismos con un poco más de cuidado, descubriremos que no existen en modo alguno. No sólo todo pensamiento, todo sentimiento, toda sensación dentro de nosotros reclama el derecho a decir «Yo», sino que -lo que es más peligroso aún- toma decisiones por las que el resto de nosotros habrá de responsabilizarse. Por ejemplo, algún yo temerario puede prometerle a alguien hacer algo con lo cual, probablemente, ninguno de los otros «yoes» habrá de estar de acuerdo cuando llegue el momento de cumplir con la promesa.
    También puede ser que un grupo de «yoes» dentro de nosotros se sienta interesado en las ideas que estamos estudiando aquí, y decida que es muy necesario cambiar, mientras que otros no sienten el más mínimo interés, y no tienen intención de cambiar absolutamente nada. Esas son algunas de las dificultades con que probablemente se hayan encontrado en su trabajo: que raras veces se dedican resueltamente a cualquier cosa que estén haciendo, y la razón de que les falte resolución, es que ustedes son una pluralidad y no una unidad. El nombre del hombre es «legión».”
    El primer descubrimiento que me proporcionó la observación de mí mismo, fue la rapidez con que ocurrían dentro de mí los cambios, pues un estado de ánimo daba su lugar a otro, y éste a su vez cedía su lugar a otro. y no eran sólo los sentimientos los que cambiaban con rapidez. También había podido ver cómo una idea a la que yo adhería plenamente antes, se transformaba en otra que poco después me resultaba completamente inaceptable. Yo había tenido ya anteriormente vislumbres de estos cambios y groseras contradicciones que se producían en mí, pero hasta que me incorporé al trabajo había interpretado que significaban la existencia en mi interior de algún centro que estaba sujeto a ciertas alteraciones de ánimo y opinión: pero aquí lo
    tenía a Ouspensky negando que hubiera en mí nada en absoluto que fuera central y permanente. De acuerdo con él, la única cosa de naturaleza durable eran un nombre y un cuerpo, pero yo me preguntaba: ¡Es esa una forma razonable de ver las cosas? Después de reflexionar a fondo sobre la cuestión, llegué a la conclusión de que no importaba demasiado cuál de las dos formas de considerarme a mi mismo era lo que yo aceptaba, aunque posteriormente llegué a la conclusión de que la forma en que lo hacía G. encajaba mejor con los hechos según los veía yo, pues a la vez que no tenía pruebas en absoluto de la existencia dentro de mí de ninguna cosa permanente que experimentara cambios, poseía abundantes pruebas de la existencia en mí del cambio mismo.
    Más tarde me di cuenta de que la idea de que el hombre no posee ningún yo permanente, sino que está formado por los cambios, ha sido siempre y sigue siendo una idea muy ampliamente aceptada, y que una de las exposiciones más claras de esta filosofía puede encontrarse en los escritos de aquel filósofo escocés tan enormemente perspicaz que fue David Hume. Repasé aquel pasaje en que da cuenta de su incapacidad para encontrar un “yo” permanente ( Libro I, Parte IV, Sección IV) , y descubrí que lo había usado como argumento para rebatir la afirmación que hizo Berkeley, de que el hombre posee un conocimiento intuitivo de su propia alma o “yo”.
    “Por mi parte, cuando penetro más íntimamente en lo que llamo yo mismo, siempre tropiezo con alguna percepción de frío o calor, luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca me sorprendo a mi mismo libre de percepciones. Puede ser que exista algún filósofo (concluye con ironía) que pueda percibir sus «Yoes», pero apartando a algunos metafísicos de esta especie, puedo atreverme a afirmar que en cuanto al resto de la humanidad, no es otra cosa que un manojo o colección de diferentes percepciones, que se suceden las unas a las otras con inconcebible rapidez, y están en perpetuo flujo y
    movimiento.”
    David Hume era un observador de visión clara e inteligencia inusual, y cualquiera que repita su experimento con igual sinceridad, es probable que llegue a la misma conclusión a que llegó él. Examinada más de cerca la cosa que hemos considerado antes
    como un “yo”, siempre resulta ser nada más que una secuencia de percepciones, y con seguridad esta procesión psíquica dentro de nosotros, que nunca permanece estacionaria ni por un instante, sino que está siempre en movimiento, es completamente indigna de que se la acepte como un “Yo” o alma permanente. Esto no excluye, naturalmente, la posibilidad de que haya algo más duradero, que exista debajo de toda la capa superficial de basura psíquica a la que llamamos “nosotros mismos”.
    Pero, ¿qué tienen nuestros filósofos que decir sobre la cuestión de la negación de Hume de la existencia de todo “Yo”? En su History of Western Philosophy, Bertrand Russell la comenta en la forma cautelosa y ambigua que sigue: “No quiere decir que no haya un «Yo» solo: significa que no sabemos si lo hay o no, y que el «Yo» no puede penetrar en ninguna parte de nuestro conocimiento, salvo que lo haga como un «manojo» de
    percepciones. Esta conclusión es importante en metafísica, lo mismo que librarse del último uso sobreviviente de «sustancia». Es importante en teología, en cuanto pueda abolir todo supuesto conocimiento del «alma»; lo es también en el análisis del conocimiento, desde que muestra que la categoría de sujeto y objeto no es fundamental”. (Bertrand Russell, A History of Westem Philosophy)

    Respuesta
    Recomendar  Eliminar    Mensaje 7 de 10 en la discusión 

    De: The_dark_crow_v301 Enviado: 19/08/2006 11:33 p.m.
    Debe tenerse presente que Bertrand Russell es uno de los filósofos (y cito sus palabras), que “confiesa francamente que el intelecto humano es incapaz de hallar respuestas concluyentes a muchas preguntas de profunda importancia para la humanidad pero se niega a creer en alguna forma “superior” de conocimiento, por la cual podamos descubrir verdades que permanecen ocultas a la ciencia y al intelecto”. En otras palabras, Bertrand Russell nos manda contentarnos con la ciencia como guía para
    nosotros, y nos advierte que no formulemos preguntas imposibles de contestar, entre ellas la de si el hombre posee un “Yo” o alma.
    Desde que el hombre fue capaz de pensar, ha estado tratando de conocer lo que Bertrand Russell proclama como incognoscible, y continuará buscando conocimiento que está mas allá de su alcance, mucho después de que la estrecha escuela de filosofía a la que pertenece Russell haya caído en el olvido, y esperamos que nunca se contente con vivir. como Russell quisiera que viviera, sobre la delgada capa de conocimiento científico solamente, pues ha sido inyectada en él un hambre de verdades que son mayores que las de la ciencia. Finalmente, nótese que todo lo expuesto en este libro se opone a la afirmación de Russell, de que no hay otras formas de conocer las cosas, que las que adoptan los científicos.
    Una investigación de los libros sagrados de Oriente nos muestra que la idea de la inexistencia de cualquier “Yo” ha sido sostenida por los budistas durante miles de años. Para los budistas, las observaciones de David Hume sobre la ausencia en el hombre de algo que éste pueda llamar “Yo” no presenta la menor dificultad. por el contrario, la afirmación de Hume está plenamente de acuerdo con su propia enseñanza. Se dice que
    Gautama Buda expresó: “Están los pétalos, el polen. la corola y el tallo, pero no hay flor de loto. Hay esta o esa otra idea pasajera, esta o aquella otra emoción pasajera, esta imagen o esa otra, pero no hay detrás de ellas ningún todo organizado que pueda ser llamado el ego, el Yo”.
    El budista usa las dos palabras, “ego” y “Yo”, simplemente como términos convenientes para describir una cambiante combinación de los fenómenos físicos y psíquicos: Se da cuenta de que todo lo que hay dentro de sí mismo depende de otras cosas, y que no hay nada en parte alguna que exista por derecho propio, independiente, producido por sí mismo, desconectado de todo lo demás; un verdadero “Yo”. Esta creencia está ilustrada
    en una parábola tibetana que expone de manera muy clara la opinión que tiene el budista sobre la persona. Madame David-Neel narra esta parábola en su obra tan conocida sobre Budismo: “Una persona -dice- es una asamblea compuesta de una
    cantidad de miembros. En esta asamblea nunca cesa la discusión. Una y otra vez se levanta un miembro, hace un discurso y sugiere una acción; sus colegas aprueban. y se resuelve ejecutar lo que aquel ha propuesto. Con frecuencia se levantan al mismo tiempo varios miembros de la asamblea y proponen distintas cosas, y cada uno de ellos. por razones privadas, apoya su propia moción. Puede ocurrir que estas diferencias de opinión, y la pasión que cada uno de los oradores pone en el debate, provoque en la asamblea una pelea, y hasta una pelea violenta.
    Los miembros pueden llegar hasta los golpes. Puede suceder también que algunos miembros abandonen la asamblea por cuenta propia; que a otros los expulsen: y también que haya otros a quienes sus colegas expulsen por la fuerza. Durante todo ese tiempo están introduciéndose en la asamblea otros que recién llegan, ya sea en forma suave o forzando las puertas”. Así es el hombre.
    La parábola nos ofrece una muestra muy completa de nuestro estado interior. Sigue describiendo cuántas de las voces que se escuchan en la reunión van debilitándose con el transcurso del tiempo, mientras que otras se van haciendo más fuertes y audaces, acallando a gritos toda oposición, y estableciendo finalmente su predominio sobre todos sus rivales. “Estos -comenta Madame David-Neel- son nuestros instintos, nuestras tendencias, nuestras creencias, nuestros deseos, etc. Pero las causas que las engendraron son. cada una de ellas, descendiente y heredera de muchas líneas de causas, de muchas series de fenómenos que se remontan muy lejos en el pasado, y cuyos rastros se pierden en las sombrías. profundidades de la eternidad”. (Alexandre David-Neel, Buddhism.)
    Buda enseñó que el hombre es arrastrado por la vida del mismo modo que un tronco es llevado en el río por la corriente; y que está particularmente a merced de las corrientes triples de raga (pasión), dosa (ira) y moha (ilusión). El término nirvana, que constantemente es mal comprendido por nosotros los occidentales, significa realmente la libertad interior que un hombre puede eventualmente alcanzar si, después de prolongada lucha, se ingenia para desembarazarse de todas las compulsiones y deseos que anteriormente lo controlaban. En otras palabras, nirvana representa la promesa que hace muchísimo tiempo hizo el Buda a sus discípulos, promesa contenida en las siguientes palabras: “Cuando hayas comprendido la disolución de todas las ficciones, comprenderás aquello que no es ficción”.
    La analogía entre la doctrina de Buda y las ideas que nos enseñaba Ouspensky, era evidentemente muy clara. Se nos había dicho que las impresiones de afuera actúan sobre nosotros como la polea sobre el torno, y que si esta fuerza impulsora cesara de repente, y al mismo tiempo se desvanecieran los recuerdos de impresiones similares del pasado. nos inmovilizaríamos y moriríamos rápidamente. Esto quería decir que ninguna de nuestras actividades proviene de nosotros mismos, sino que son siempre el resultado de fuerzas originadas en el exterior, de modo que son reacciones más bien que acciones. ” ¿Pero qué es -preguntó alguien- lo que hay dentro de nosotros, que ejecuta la pantomima de decidir qué es lo que debemos de hacer; eso dentro de nosotros que antes llamábamos nuestra «voluntad»?” Ouspensky respondió que esto que llamamos “voluntad” nuestra no es más que la resultante de nuestros variados deseos, y que lo que hace aún más confusa la situación es el hecho de que, cada vez que hacemos algo, siempre podemos afirmar después, y con razón, que hemos actuado de acuerdo con lo que queríamos hacer. Esto es cierto, pero sólo aleja un poquito más la fuerza motivadora que nos hace reaccionar. Actuamos bajo el dictado de nuestros deseos, pero poco o nada podemos hacer para adquirir estos deseos: y esto está en plena concordancia con la enseñanza realista de Buda, de que el hombre es esclavo de sus deseos.
    Pero afirmar que el hombre es movido por las fuerzas exteriores, como mueven al torno las poleas del taller; no excluye forzosamente para él toda posibilidad de elección. De acuerdo con la enseñanza de G., el hombre mecánico posee, en realidad, una pequeña medida de elección, de modo que puede elegir en qué forma ha de reaccionar: pero llamar a algo que es tan restringido y transitorio como esto, “libre voluntad”, es evidentemente absurdo. De este modo, cuando la cuestión de la voluntad del hombre es enfocada desde un punto de vista más amplio, sería absurdo imaginar que el animalito “horcado” de Voltaire, que vive en un universo enteramente gobernado por la ley, pueda
    tener la libertad de comportarse en todo como le venga en gana.
    El hombre, como el universo lo rodea, está regido por las leyes, y siempre estará gobernado por ellas. No obstante está capacitado para elegir en una medida limitada y siempre creciente, las influencias bajo las cuales prefiera vivir.
    Hasta ese momento Ouspensky nos había; hablado muy poco sobre el universo, pero en una reunión anterior mencionó que el hombre vive .bajo una cantidad de influencias distintas que le llegan de diversas fuentes, tales como el sol, la luna y los planetas. Dijo que G. enseñaba que todas estas influencias actúan sobre el hombre simultáneamente, predominando una sobre otra en determinado momento. El hombre puede seguir reaccionando ciegamente, como ha venido reaccionando hasta el momento, a los variados impulsos y deseos fisiológicos de su cuerpo, o si ve la necesidad de hacerlo, puede comenzar a luchar contra esos impulsos ciegos y tratar de desarrollar las partes superiores de su naturaleza. El hombre es un organismo muy complicado y constituido en forma tal, que hay en él muchas cosas distintas que pertenecen a diferentes niveles del ser.
    Esta afirmación sobre el hombre provocó en una reunión subsiguiente esta pregunta: “¿Cómo, si el hombre es una máquina, puede tener elección en el asunto?” Ouspensky la contestó diciendo que aun cuando el hombre es una máquina, hay ciertos puntos débiles en esta máquina en los que es posible un libre juego entre los varios componentes del mecanismo, y que es en estos lugares débiles donde puede comenzar una lucha para ganar el control de sí. mismo, con algunas perspectivas de éxito.
    Nunca he hallado muy satisfactoria la metáfora de Ouspensky sobre los lugares débiles de la maquinaria en donde el trabajo puede comenzar, y prefiero otra tomada, según creo, de Spinoza y adaptada para servir a mis propios fines. Me veo a mi mismo sentado en una frágil canoa que es arrastrada por un gran río, en compañía de muchas canoas parecidas. Estoy tomando nota cuidadosamente de las numerosas .crecidas y corrientes del río, y llegando a una especie de resolución en cuanto a la dirección en que quiero viajar. Entonces, después de tomar la decisión, me imagino que estoy luchando con ayuda de una pequeña paleta, para enfilar mi canoa hacia una corriente que creo que es
    más favorable para este propósito. Estoy plenamente consciente de que inevitablemente seré llevado por el río hacia el mar, pero espero que, aprovechándome de ciertas corrientes, viajaré más ya que me gusta viajar; pero no excluyo del todo la posibilidad
    de que mi decisión pueda hacer que mi destino final sea muy diferente.
    La idea de que el hombre está compuesto de. muchos principios distintos, y de que su verdadera función en la vida es descubrir el principio divino en su naturaleza y vivir de conformidad con sus leyes. se encuentra en todas las grandes religiones. La diferencia principal entre las distintas religiones es en cuánto a la naturaleza de este principio superior en el hombre. Como se ha dicho ya, el budista niega la existencia en el
    hombre de cualquier “yo” separado. y arguye que el único principio que él, personalmente, podría aceptar como real, sería un yo homogéneo y engendrado por sí mismo. totalmente independiente de cualquier causa externa. Continuando con esta línea de argumentación, agrega el budista que, para ser satisfactorio, un “yo” tiene que ser eterno, pues de otro modo, su llegada a la existencia en determinado momento del tiempo, tiene que haberse originado en alguna causa, y por consiguiente no puede
    aceptarse que se haya engendrado por sí mismo.
    Pero existen otras opiniones sobre este importante tema: Shankara, el gran comentador hindú de la Vedanta, evita todos los extremos y comienza por hacer la audaz afirmación .de que el “Yo” es conocido y desconocido a un mismo tiempo. “Sabemos -dice- que el «Yo» existe, pero no sabemos qué es. Tampoco podemos esperar nunca conocer el «Yo» por medio del pensamiento: toda vez que el pensamiento forma parte del flujo de
    estados psíquicos pertenecientes a la región del no-yo.” Luego aconseja a aquellos que sienten la necesidad de alguna clase de idea del “Yo”, que se lo figuren en forma de una conciencia pura, indiferenciada; una conciencia que permanece inafectada, aun cuando el cuerpo sea reducido a cenizas y la mente haya desaparecido completamente.
    Según lo veo yo. la opinión de G. se acerca mucho, si es que no coincide, con esta visión vedantina de la vida. De todos modos, la descripción del “yo” en términos de conciencia indiferenciada es la única que puedo aceptar personalmente en el momento actual. Cada vez que enfocó mi atención dentro de mí y empiezo a buscar un “Yo”, veo lo que ve el budista, es decir, una procesión de percepciones, ideas y emociones que vienen y se van. y que nunca permanecen allí mucho tiempo. Al igual que David Hume, nunca puedo atrapar nada a lo que pueda llamar mi “yo”. Puedo, naturalmente, confeccionar una lista de todas las cosas que he visto como resultado de mi auto-
    observación; y puedo decidir que todos los pensamientos y emociones que apruebo pertenecen a mi yo real, mientras que todas las cosas perversas y superficiales que he notado pertenecen a mi “Yo” imaginario o falsa personalidad, pero esto es evidentemente una estafa. No tengo el derecho de apropiarme de todas las cosas nobles que hay en mí y descartar todas las perversas, pues ambas son igualmente partes de la criatura sumamente compleja conocida para el mundo como Kenneth Walker.
    “Hay épocas meditativas, dulces, aunque también horas terribles, cuando maravilloso y asombrado usted se hace a. sí mismo esa pregunta que no tiene contestación: ¿Quién soy yo; la cosa a la que puedo llamar «yo»? El mundo con sus estentóreas transacciones, se retira a la distancia; ya través de las colgaduras de papel y paredes de piedra. y los tejidos espesamente entrelazados del Comercio y la Política, e integumentos vivos y muertos (de la Sociedad y de un Cuerpo), dentro de los cuales
    se encuentra rodeada su Sociedad -la vista llega a la Profundidad vacía, y usted está a solas con el Universo y comulga silenciosamente con él, como una Presencia misteriosa con otra.”
    Así escribió Carlyle, y es obvio según la narración que hace de su meditación, que llegó a penetrar sólo una de las varias capas que lo separaban del “Yo” más grande. Se las arregló por unos instantes para alejarse de la ruidosa capa de sus propias transacciones y las del mundo, y llegar a una parte más tranquila de su ser, pero al final fue sólo su propia voz fastidiosa lo que oyó que hablaba. pues continúa así su ensueño: “¿Quién soy Yo: quién es este yo? ¿Una Voz, un Movimiento, una Apariencia; alguna Idea corporizada, visualizada en la Mente Eterna? Cogito, ergo sum. Vaya, pobre Meditador, esto nos sirve de poco. Es cierto que yo soy, y antes no era; pero ¿De dónde? ¿Cómo?
    ¿Adónde?”.
    De todos modos Carlyle estaba acertado en su conclusión de que el pensador que hay dentro de nosotros no nos lleva muy lejos. Lo que no llegó a entender fue que era este mismo pensador y hablador inquieto el que ponía fin a su autorecordación, y evitaba que pudiera aprender nada más. Existe una diferencia llamativa y sumamente significativa entre las narraciones de Carlyle, la del pensador, y la de Tennyson, la del poeta, sobre la autorecordación. En el momento en que Carlyle empieza a teorizar sobre la naturaleza del yo, Tennyson está haciendo el antiquísimo descubrimiento de que para que aparezca la verdad, tiene que disolverse el yo de la vida diaria, en algo que es inconmensurablemente más grande que él mismo.

    . . .y no obstante sin sombra de duda
    sino con claridad. mediante la pérdida del yo.
    el adquirir una vida tan grande. si se la compara con la nuestra
    como es el Sol para una chispa. inocultable en palabras que no
    son más que sombras de una sombra.

    En ese instante de una vida más grande, una experiencia pura, inexpresada desplazó en Tennyson al pensamiento, y sólo después pudo encontrar las palabras adecuadas para describir lo que había ocurrido. Si el atareado “pensador” hubiera intervenido en un instante muy prematuro, como lo hizo el de Carlyle, todo se hubiera perdido. Todos los grandes místicos llaman la atención sobre el hecho de que la continua agitación del pensamiento en la cabeza es uno de los mayores obstáculos para la vida contemplativa. Las instrucciones de Jacob Boehme a los discípulos están encubiertas por el lenguaje de la religión, pero, podrían igualmente ser dadas a una persona que esté tratando de recordarse a sí misma. Dice que la principal dificultad proviene del pensamiento asociativo, el de los deseos y las experiencias del “yo” de la vida diaria, o de lo que él denominaba “lo que quiere el yo”. “Cuando aquietas el pensamiento del yo y lo que quiere el yo; cuando tanto el intelecto como la voluntad se prestan calmados y pasivos a las impresiones del Mundo Eterno y el Espíritu; y cuando el alma se eleva en alas y por
    sobre lo que es temporal, los sentidos externos y la imaginación están encerradas en la abstracción santa, entonces el oír, el ver y el hablar eternos te serán revelados. . . dado que no es nada más que tu propio escuchar. y querer, los que te ponen obstáculos, de modo tal que no ves ni oyes a Dios.” (La Señal de Todas las Cosas.)
    Los relatos más exactos de la búsqueda del Yo son, sin embargo, los que hacen los escritores orientales, que asimilan la mente humana a las aguas de un lago, y al buscador del yo superior con un hombre que ausculta las profundidades del lago.
    De acuerdo con el filósofo vedantino la mente no tiene inteligencia ni conciencia propias, sino que las pide prestadas al Atman o principio divino dentro del hombre que está cercano, en la misma forma en que un cristal puede pedir prestado el color a un objeto color rosa que está cerca de él. Cada vez que dentro de nosotros los sentidos especiales registran un acontecimiento o un objeto del mundo exterior, se dice que una vritti, u onda de pensamiento, surge en nuestras mentes y nuestro pequeño sentido del ego (Ahankara en sánscrito), se identifica de inmediato con éste. Nos sentimos “felices” si la onda de pensamiento que el acontecimiento exterior ha provocado dentro de
    nosotros, llega a ser de naturaleza agradable, y desdichados si ocurre que es desagradable. Pero el verdadero Yo o Atman permanece muy por arriba de estas perturbaciones de la mente, toda vez que el Atman es por propia naturaleza iluminado y libre.
    En consecuencia, nunca podremos llegar a conocer a nuestros propios “Yoes”, en tanto nos identifiquemos con el sentido de ego y con las oleadas de pensamientos que ordinariamente nos gobiernan. Sólo cuando nos ingeniemos para liberamos de estas
    perturbaciones y cuando la agitada superficie del agua se calme lo suficiente, podemos descubrir qué es lo que hay allí abajo, en las claras profundidades del lago.
    El conocimiento de este Yo mayor es conocimiento directo, opuesto al conocimiento indirecto adquirido por medio de la razón y los sentidos especiales. Siendo experiencia pura. está más allá del alcance de cualquier disputa, aun cuando puedan subsiguientemente provocarse discusiones cuando luchemos para explicar lo que ha ocurrido.
    Algunas veces, y aparentemente por casualidad, las condiciones son más favorables que lo común para autorecordarse, y cuando esto ocurre y yo me acerco a la quietud del centro, me convenio cada vez más de que algo más permanente me aguarda, justamente un poco más allá de mi alcance. Sin embargo, al acercarme un poco más a lo que estoy buscando, me encuentro con una sorpresa, pues en vez de descubrir, como había esperado, un “Yo” inconfundible ubicado allí, en las imperturbables profundidades, me veo a mí mismo desapareciendo lentamente en una Entidad Innombrable, inconmensurablemente más grande que yo mismo. Afirmar que este reino superior de conciencia pura. bienaventuranza y ser en que estoy perdido es yo mismo, seria ridículo; y no obstante, es mío y yo soy de él. Es a este infinito reino de luz, conciencia y bienaventuranza a lo que el vedantino se refiere cuando utiliza la palabra Sachidananda.
    ¿Quién soy yo; esa cosa la que puedo llamar “Yo” Seguramente es ésta la pregunta más grande que cualquier hombre puede hacerse a sí mismo.
    ¿Qué harán mis amigos. tos expertos en psicología, de esta descripción de otro estado de ser, del que la psicología occidental no tiene absolutamente nada que decir? ¿La explicarán mis colegas junguianos como una brusca emanación del Inconsciente dentro de mi propia conciencia separada? ¿Me ofrecerán mis amigos freudianos una interpretación todavía menos atractiva de lo que yo he experimentado? No estoy en exceso preocupado por la forma como mis palabras sean interpretadas, pero si necesitara hallar cierta clase de apoyo científico para ellas, no me sentiría desconcertado. Remitiría a mis críticos a un físico de fama internacional. Dice Schrodinger: “La Conciencia nunca se expresa en plural, sólo en singular. . . ¿Cómo surge la idea de pluralidad (tan enfáticamente combatida por los escritores del
    Upanishad) en absoluto? La conciencia se encuentra íntimamente vinculada con, y dependiente de, el estado físico de una región limitada de la materia, el cuerpo. . . Ahora bien: hay una gran pluralidad de cuerpos similares. De ahí que la pluralización de la conciencia de las mentes parezca una hipótesis muy sugestiva.
    Probablemente toda la gente sencilla, ingenua, así como la gran mayoría de los filósofos occidentales, la hayan aceptado. . . La única alternativa posible es simplemente conservar la experiencia inmediata de que la conciencia es un singular, cuyo plural es desconocido; que solamente hay una cosa, y que lo que parece ser una pluralidad no es más que una serie de aspectos distintos de esta cosa única producida por una ilusión (el Maya hindú); la misma ilusión se produce en una galería de espejos y del mismo modo Gaurisankar y el Everest resultan ser la misma cima vista desde distintos “valles” (E. Schrodinger, What is Life?) El Bhagavad Gita resume todo esto en las palabras siguientes: “Indivisible. pero como si estuviera dividido en distintos seres”.
    La aproximación al conocimiento por el camino de la razón y los sentimientos interiores ha producido resultados inapreciables en nuestro examen del mundo que está fuera de nosotros, pero es inútil en nuestro estudio del mundo interior de la conciencia y del yo. Aurobindo presta su poderoso apoyo a esta opinión, pues dice: “En tanto que nos limitemos a las pruebas de los sentidos y la conciencia física. no podemos concebir ni
    saber nada con excepción del mundo material y sus fenómenos.
    Pero ciertas facultades que están en nosotros permiten a nuestra mentalidad llegar a concepciones, que podemos ciertamente deducir por el raciocinio, o por la variación imaginativa de los hechos de los mundos físicos tal como los vemos, pero que no
    están justificados por ninguna clase de datos puramente físicos, ni por ninguna experiencia física”.
    Es una suerte que existan en nosotros estas otras facultades capaces de corregir los errores cometidos por la mente sensual, y de abrir nuevas vistas de la verdad. Era a ellos a quienes probablemente se refería el autor del Katha Upanishad cuando declaraba: “Este «yo» secreto que está en todos los seres no es aparente, sino que se ve por medio de la razón suprema, lo sutil, por aquellos que tienen la visión sutil”.

  • Crow

    CAPÍTULO VI

    ESENCIA Y PERSONALIDAD

    Ouspensky atrajo nuestra atención hacia otra división de G. que no puede hallarse en ningún sistema occidental de psicología. Tal división consistía en separar al hombre en dos partes: Esencia y Personalidad. La Esencia comprende todas las cosas con que nace un hombre y que pueden ser consideradas como de su propiedad. mientras que la Personalidad es lo que adquiere por la crianza y la educación. La Esencia incluye la constitución física y psicológica de un hombre y todo lo que ha heredado de sus padres en forma de potencialidades y tendencias.
    La Personalidad está constituida por todo lo que posteriormente aprende y abarca sus gustos y aversiones. Hasta sus gustos y aversiones instintivos, que están basados en lo que es bueno y lo que es malo para él, quedan colorados con el tiempo por los caprichos de su personalidad. Sucede así porque la personalidad crece muy rápidamente, y domina a la Esencia a una edad tan temprana que esta última cesa de desarrollarse, con la consecuencia de que un hombre de edad mediana puede poseer sólo la Esencia de un niño de siete años.
    Un niño no tiene en absoluto Personalidad, y todo lo que hay en él es verdadero y suyo, pero tan pronto como comienza la educación. su Personalidad empieza a crecer. Aprende a imitar a los adultos que lo rodean, adoptando muchos de sus gustos y aversiones y copiando sus métodos de exhibir sus emociones negativas. Algunas de las características de la personalidad del niño que está creciendo podrían nacer no tanto de la imitación de los adultos que lo tienen a su cargo, como sí de su resistencia a los métodos que emplean para prepararlo, y de sus tentativas de ocultarles cosas de su propia Esencia que son para él más genuinas. En los últimos años de la infancia, después que ha aprendido a leer, se abre ante él todo un mundo nuevo de gente que puede servirle para modelarse, y su Personalidad aprende a ser aún más elaborada y complicada. y ésta es otra diferencia más entre la Personalidad y la Esencia: que mientras la Esencia es siempre sencilla, cru4a y recta en su comportamiento, la Personalidad es tan compleja que llega a engañarse hasta a sí misma. Por ejemplo, un hombre puede legítimamente engañarse a sí mismo creyendo que es un gran filántropo que está dispuesto a sacrificarse completamente por sus semejantes, y no tener sin embargo ninguna idea verdadera en favor de la humanidad, sino solamente el deseo de dominar a los demás.
    La relación que existe entre la Personalidad y la Esencia es a veces difícil de descubrir. Por ejemplo, una mujer puede parecer una criatura muy complicada, sofisticada, que está siempre esforzándose por llamar la atención, y sin embargo puede ser en su Esencia una persona muy sencilla. Algunas veces la Personalidad y la Esencia se oponen entre sí, de modo que la vida del individuo se hace difícil y desgraciada. Sin embargo, sería
    un error tomar todo esto en forma muy simple y considerar a la Esencia como el héroe maltratado, dominado por el villano del drama humano, la Personalidad; pues hay mucho en la esencia de un hombre que es primitivo, rudo y hasta salvaje, y muchísimas cosas en su personalidad que son dignas de elogio y deseables. “La Personalidad -decía Ouspensky- es una parte muy necesaria de un hombre, sin la cual sería imposible vivir
    una vida satisfactoria. Lo que se necesita para el desarrollo del hombre no es que se elimine su personalidad, sino que se la haga mucho menos activa de lo que ahora es. Se permitirá entonces a la esencia crecer y, como la esencia es la parte más genuina del hombre, éste es entonces un paso preliminar muy necesario para su desarrollo”. .
    Ouspensky nos dijo que G. había descripto una vez las distintas formas en que la Personalidad y la Esencia podían ser separadas artificialmente. Dijo que las drogas, el hipnotismo y ciertos ejercicios especiales se empleaban en escuelas esotéricas con ese fin. Por ejemplo, hay ciertos narcóticos que poseen la propiedad de hacer dormir a la Personalidad durante cierto tiempo, sin afectar en absoluto la Esencia, de modo que solamente ésta se pone de manifiesto. El resultado de un experimento de este tipo podría ser que un hombre que por lo común está lleno de ideas, simpatías, antipatías y fuertes convicciones, resulte que en su Esencia es totalmente indiferente a todas esas cosas. Ideas por las cuales hubiera estado dispuesto a morir anteriormente, le parecen ahora completamente ridículas y totalmente indignas de su atención. Todo lo que muestra después de tomar el narcótico son ciertas inclinaciones instintivas, como por ejemplo el deseo de calor, un infantil deleite por los dulces y una fuerte falta de inclinación hacia cualquier forma de esfuerzo físico. El narcótico revela hasta qué punto es inmadura
    la parte más real de él.
    Lo personalidad está por lo general más altamente desarrollada en los habitantes de las ciudades y en gente extremadamente intelectual, que en los que trabajan la tierra para vivir.
    “E instintivamente uno siente que la gente de campo es más genuina -agregaba Ouspensky- como que en verdad lo es. Son personas en quienes la Personalidad no se les ha ido tanto de la mano y en quienes la Esencia es más activa. de modo, que
    hablan y actúan con más frecuencia desde sí mismos. Es muy importante advertir dos cosas: que la Personalidad de un hombre ha sido totalmente conformada por el mundo exterior, y que es puesta en movimiento por la acción de la polea de los acontecimientos externos. Un hombre se imagina que es libre, pero está muy lejos de serlo. Cualquier cosa que haga es el resultado de sucesos externos, que actúan sobre la especie de personalidad que pueda haber adquirido por medios análogos. Puede haber adquirido una personalidad muy noble, pero si súbitamente se le despojara de las influencias modeladoras, e instintivas, de modo que ya no le importe más lo que la gente pueda decir o pensar de. él, entonces puede revelar se como alguien que está muy lejos de ser noble. . . Esto significa que no sólo su nobleza ha sido producto de circunstancias externas, sino que está conservada por los mismos medios.” .
    En otra reunión Ouspensky volvió a poner énfasis sobre el hecho de que la Personalidad es una parte muy necesaria de nosotros. “Tenemos que prepararnos para alguna profesión o negocio en la vida -dijo- y lo que adquirimos con esta preparación es parte de nuestra personalidad. A una persona que no se haya equipado adecuadamente en esa forma. no le será muy fácil llegar a ser un buen jefe de familia, y por consiguiente
    no es adecuado para este trabajo”. Ouspensky nos recordó entonces, también, lo que había dicho en otra reunión, muy anterior: que la humanidad puede ser dividida en tres categorías: el buen jefe de familia, el vago y el demente. Un buen jefe de familia es una máquina, pero es una máquina capaz de asumir ciertas responsabilidades, y una máquina en la cual otra gente puede confiar. Un vago es un hombre que es incapaz de completar ninguna cosa que emprenda en la vida, y que siempre abandona lo que ha empezado. Un demente no hace ninguna discriminación; se embarca primero en esta empresa, después en aquella otra, y nunca alcanza ninguna meta. Sólo los buenos
    jefes de familia son capaces de sacar algún provecho del trabajo en que ahora estamos ocupados.
    En otra reunión Ouspensky dijo que la Esencia es la parte más real en nosotros, y que es solamente la Esencia de donde puede surgir cualquier cosa real y nueva, tal como un “Yo” que controla y es permanente. Pero para que esto suceda. la Personalidad tiene que hacerse más pasiva y la Esencia tiene que crecer. A fin de que la Esencia crezca, tiene que ser alimentada, y su alimento adopta la forma de una nueva clase de conocimiento, tal como el que ahora estamos recibiendo. La situación se complica más por el hecho de que su conocimiento sólo puede llegar a la Esencia por medio de la Personalidad. De este modo, la secuencia de acontecimientos para un hombre que está en proceso de desarrollo es la siguiente: primero su Personalidad tiene que crecer a expensas de la Esencia; luego su Personalidad tiene que hacerse más pasiva: y finalmente la Esencia tiene que aprender de la Personalidad cómo hay que hacer para crecer. El crecimiento de la Esencia es siempre el resultado de la comprensión, y ésta tiene que empezar en la Personalidad, pues estamos incapacitados para alcanzar directamente la Esencia.
    Ouspensky destacaba que por muchísimo tiempo la división del hombre en Esencia y Personalidad sería sólo de valor teórico para nosotros. toda vez que no estaríamos .en condiciones de distinguir entre lo que pertenece a una y lo que pertenece a la otra. Nos aconsejó que por el momento atribuyéramos todo lo que viéramos en nosotros a la Personalidad, y aceptáramos la realidad de que muy poco de lo que hay en nosotros viene de la Esencia.
    Hay otra división del hombre que podría ser de una importancia práctica mucho mayor para nosotros, v. gr., la división entre el “Yo” observador y la cosa que el “Yo” observador está viendo, por ejemplo Ouspensky, Walker, Robinson; o cualquier persona que sea. Dijo que todos aquellos, de nosotros que trabajamos seriamente, estamos constituidos por dos caracteres enteramente distintos: la persona que todavía anda por el mundo llamándose “Yo” y creyéndose a sí misma una unidad, y la parte pequeña, pero mucho más real, de nosotros que mira y ve a través de las máscaras de la otra parte. La brecha que existe entre el “Yo”, al que los vedantinos conocen como “el testigo”, y Ouspensky, Robinson y Walker, se siente, y es una brecha muy grande. “Sin embargo -dijo Ouspensky- un daño muy sutil acecha aún en estos momentos vitales de “separación”.
    Aun cuando un verdadero «Yo» observador ha estado ahí desde el comienzo, el proceso puede ser continuado por algo que es muy distinto. y en vez de existir una verdadera autoobservación, puede solamente haber Ouspensky, Robinson y Walker soñando que trabajan. Tenemos que mantener una vigilancia muy aguda contra esta hábil sustitución de lo genuino por lo falso.”
    La experiencia de lo que Ouspensky llamaba “separación” -es decir: la realización emocional de la brecha que existe entre el “Yo” observador y todas las cosas incluidas bajo el título de Kenneth Walker- fue adquiriendo cada vez mayor importancia para mí con el correr del tiempo. Al principio, la autoobservación significaba poca cosa más que uno o dos “Yoes” dentro de mí que estaban interesados por el trabajo, y que echaban el
    ojo sobre otros “Yoes” dentro de mí, a quienes no les interesaba en lo más mínimo; pero gradualmente fue cambiando la naturaleza del observador, de modo que parecía como si estuviera parado sobre un nivel ligeramente distinto del resto de mí, y esto era como tenía que ser, pues la “autoobservación” está en el camino que lleva a la autorecordación, y recordarse a uno mismo significa estar menos dormido que lo que es habitual. En una etapa posterior, el carácter del “Yo” observador pareció alterarse otra vez, y todo esto estaba de acuerdo con una parábola que Ouspensky nos había contado en una de nuestras primeras reuniones. Era la historia de una casa en la que no vivían ningún amo ni supervisor, sino sólo un gentío de sirvientes, cada uno de los cuales afirmaba ser el dueño de casa. Todos los sirvientes ocupaban lugares que no les correspondían: el cocinero en el jardín, el jardinero en la cocina. el mayordomo en el establo y así sucesivamente. El resultado no era otro que el más completo desorden en la casa, y éste fue haciéndose tan grande que unos pocos de los sirvientes más sensatos decidieron que había que hacer algo al respecto. Acordaron por lo tanto elegir y obedecer primero a un mayordomo interino. y luego a uno verdadero, con el fin de mantener la casa preparada para el eventual regreso del amo. Lo que me interesó grandemente en esta parábola fue que los que la concibieron hubieran creído necesario lograr un número de símbolos de diferentes etapas de la organización de la casa. Primero estaba la comprensión. por parte de unos pocos de los sirvientes más sensatos de que era imposible continuar viviendo como vivían; luego el acuerdo entre ellos para elegir un mayordomo delegado, y luego la elección de un organizador superior, llamado mayordomo verdadero. El carácter detallista de la parábola indica claramente que sus autores habían experimentado por sí mismos una cantidad de etapas distintas que
    requerían ilustración, y fue confortante para mí saber que el sendero que estábamos tratando de recorrer, había sido tan cuidadosamente delineado por aquellos que lo habían transitado mucho tiempo antes.
    Ouspensky dijo que G. había dado. mediante la casa en desorden, una parábola alternativa, Existía una alegoría aún más antigua, que asimilaba el hombre a un equipo compuesto de caballo, carruaje, conductor y dueño. El carruaje representa al cuerpo del
    hombre y el conductor a su mente. El carruaje está ligado con el caballo por las varas. y el conductor con el caballo por las riendas: y de acuerdo con G., el trabajo sobre uno mismo tiene que empezar siempre por el trabajo sobre el conductor; es decir, el trabajo sobre la mente. Lo que se hace inmediatamente necesario es que el conductor despierte. escuche la voz de su amo y sea capaz de seguir sus instrucciones. Tiene que aprender entonces lo que antes había descuidado: la forma correcta de guiar un caballo, cómo alimentarlo y cómo uncirlo adecuadamente al carruaje. Es también importante que mantenga en perfecto orden todo lo que tiene que ver con el caballo y el carruaje. El caballo representa a las emociones, y hasta el momento ha tirado de todo el aparato hacia donde le venía en ganas, pero ahora el conductor tiene que controlar sus movimientos por medio de las riendas, y de acuerdo con las instrucciones de su amo. Sólo entonces el carruaje comienza a moverse en línea recta sin andar haciendo rodeos. Pero que esto suceda o no, depende, primero de que el caballo haya sido debidamente arnesado; y por sobre todo de que el conductor posea riendas con las cuales pueda controlar los movimientos del caballo.
    Ouspensky decía que el simbolismo de las riendas en esta parábola tiene una particular importancia, toda vez que las riendas representan los medios por los cuales la mente puede controlar las emociones, “Pero ¿cómo puede el Centro Intelectual arreglárselas para controlar el Centro Emocional? -nos preguntó-, El caballo no entiende el idioma del conductor, porque éste emplea palabras. y el centro emocional se expresa a sí mismo no en palabras, sino en símbolos. Sabemos demasiado bien que es inútil para nosotros decirnos a nosotros mismos antes de una entrevista difícil: me rehuso a que este individuo me irrite, diga de mí lo que diga, porque la irritación no va a servirme para mis propósitos. Razonar con nosotros mismos de este modo no tiene el menor efecto, pues nuestras emociones se comportan a menudo en forma completamente irracional. Reaccionamos ante los disgustos en la misma forma en que siempre lo hemos hecho,
    pese a todo lo que nos hayamos dicho a nosotros mismos anteriormente, No, la conversación no tiene ningún efecto sobre el caballo, y en nuestro habitual estado de duermevela no existe ninguna clase de riendas entre el conductor y el caballo. Sólo en
    el estado superior de autorecordación podemos ejercer alguna clase de control sobre nuestras reacciones mecánicos y nuestras emociones. En nuestro acostumbrado estado de sueño somos conductores que no poseemos ninguna rienda con la que se pueda
    controlar el caballo.”
    Ouspensky nos decía que ya que nuestras personalidades determinan nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras acciones, es muy necesario que hagamos un estudio intensivo de ellas, ¡y qué cosas fantásticas son estas personalidades cuando logramos verlas! Madame Ouspensky, que desempeñara un papel cada vez más importante en el trabajo de su esposo a partir del año 1924, poseía un don especial para ver por debajo de la superficie, y revelarnos lo que había descubierto allí. Algunas veces comparaba nuestras personalidades con grandes pasteles inflados calientes que lleváramos muy cuidadosamente con la esperanza de que los demás los admiren. Su alegoría era particularmente adecuada, pues la costra de un pastel caliente es tan delgada que el golpe más débil que se le dé la quiebra, y de ese modo revela al mundo su vaciedad interior. Conscientes de éste peligro. estamos siempre en guardia. protegiendo nuestras personalidades de todo trato rudo, insistiendo siempre en que estamos en lo justo y que los demás están equivocados, y justificando cada una de nuestras acciones, pensamientos y sentimientos.
    Tener que ser siempre correcto y -lo que es aún más agobiante- tener que probarse a uno mismo que siempre se actúa correctamente frente al mundo, es un trabajo fatigoso y que
    insume todo el tiempo: darse cuenta de que estas dos obligaciones son completamente innecesarias, trae de inmediato una sensación de alivio. No es que nuestras personalidades cesen de molestarnos después de haber revelado su falta de importancia. No: continúan dominándonos como lo hacían antes, pero estamos capacitados para gozar de momentos de desacostumbrada paz y tranquilidad. momentos en que el “observador” interior nuestro está allí, y en que los ruidosos actores de nuestros teatros
    interiores se ven obligados a retirarse del centro del escenario y deslizarse avergonzados por los laterales. Y en momentos como esos de “separación” interior, captamos un vislumbre de lo que sería sentirnos verdaderos dueños de nosotros mismos, y ejercer el control de los enloquecidos actores que se mueven dentro de nosotros.
    En una de esas muchas disertaciones sobre el tema de la Personalidad, Ouspensky atrajo nuestra atención sobre el hecho de que el hombre posee una cantidad de roles distintos, que son asumidos automáticamente para cada ocasión social, y frente a distintas clases de gente. Por ejemplo, hay un rol que aparece cuando estamos en casa por la noche dentro del círculo familiar; otro que lo reemplaza cuando llegamos a la oficina o a otro escenario de nuestro trabajo diario, y aun otro más que se desliza en su lugar cuando estamos cenando con nuestros amigos: y también diferentes roles para ser representados cuando estamos con inferiores o superiores nuestros. No obstante, como el repertorio
    de roles que posee un hombre es limitado, está expuesto a encontrarse desprovisto de un rol apropiado en circunstancias excepcionales, y su carencia lo hace sentirse siempre muy incómodo. También se siente muy desgraciado cuando dos roles distintos chocan entre sí, como sucede cuando un amigo soltero con quien uno acostumbra a cenar en su club, se introduce por casualidad en el círculo familiar. También es muy fastidioso
    para un hombre verse obligado a desempeñar dos roles contradictorios estando en la misma compañía. y tener que cambiar rápidamente de uno a otro.
    Fue William James el único que se dio cuenta de la importancia de los roles que se apoderan de nosotros en diferentes circunstancias y con gente distinta. Dice: “No nos mostramos ante nuestros hijos como ante nuestros compañeros de club, ante nuestros clientes y ante nuestros empleados. así como ante nuestros amigos íntimos”. Decía también que muchos de estos roles son incompatibles entre sí, y que a menudo son sólo productos de nuestra imaginación. “No es que yo no quisiera -continúa diciendo- si pudiera, ser hermoso y gordo, estar bien vestido, convertirme en un gran atleta, y ganar millones por año, ser ingeniero, bon vivant y matador con las mujeres, tanto como filósofo, filántropo, estadista. guerrero y explorador africano, como también poeta “de tono” y un santo. Pero la cosa es sencillamente imposible. El trabajo del millonario tendría que ir en contra del del santo; el bon vivant y el filántropo se arrancarían los pelos. . . De modo que el buscador de este yo más veraz, más sincero y más profundo tiene que revisar cuidadosamente la lista, y elegir aquel con el que vaya a jugarse su salvación.”
    Pero William James se equívoca cuando sugiere que es posible elegir y cultivar un “yo” deseable en la multitud que nos compone, y dejar fuera todos los otros. Las muchedumbres son notoriamente difíciles de controlar. y la que llevamos dentro de
    nosotros no es excepción a la regla. No poseemos ningún “Yo” central y permanente al que los otros quieran obedecer, por lo que ¿quién es capaz de, hacer esta selección y dar orden de que se despida a todos los tipos indeseables? William James postula algo que no existe en nosotros: un conductor. La muchedumbre interior no obedece a nadie, sino que se conduce por sí misma en la forma tortuosa en que se comportan las muchedumbres sin dirigentes, gritando en un momento una cosa, y haciendo exactamente lo opuesto un momento después. Esto explica las muchas inconformidades y contradicciones en nuestra conducta. “¿Por qué demonios prometí hacer eso? -me pregunto a mí mismo cuando me despierto por la mañana, y recuerdo la conversación
    de la noche anterior-. No puedo saber qué es lo que me indujo a comprometerme a hacer algo tan tonto. Voy a telefonear de inmediato para decir que todo el asunto queda anulado.”
    Ouspensky decía que el estudio de los roles era una parte muy importante de nuestro trabajo de autoobservación, y nos recomendaba a veces que nos colocáramos en circunstancias desacostumbradas, para las que no dispusiéramos de ningún rol conveniente. Aun cuando ésta bien podía ser una experiencia incómoda. nos proporcionaría una oportunidad excelente para ver cosas de muchísima importancia. Ouspensky nos habló también de otra parte de la intrincada maquinaria de la Personalidad a la que daba el nombre de “paragolpes”. Los paragolpes son unos
    artefactos ingeniosos por los cuales el choque resultante del golpe de un tren contra otro queda aminorado, y dijo que pueden existir mecanismos exactamente similares entre distintas partes de la personalidad de un hombre. La vida se haría insoportable para un hombre sí tuviera que estar continuamente consciente de las muchas incongruencias y contradicciones que hay dentro de él, y, a fin de disminuir ese riesgo, ha creado dentro de sí una cantidad de puntos ciegos que evitan que perciba los conflictos que tienen lugar entre sus multitudinarios “Yoes”. Estos puntos ciegos o paragolpes lo ayudan a continuar durmiendo cómodamente. soñando que todo le va bien, y que puede estar
    más que satisfecho de’ sí mismo. “Los paragolpes -concluía Ouspensky- son herramientas por medio de las cuales podemos pensar que síempre tenemos razón.”
    “¿Son justificaciones?”, le preguntó alguien.
    “Puede ser, pero un hombre que posea paragolpes verdaderamente fuertes no ve ninguna necesidad de justificarse, pues está completamente ajeno a las incongruencias que hay dentro de él, y se acepta a sí mismo creyéndose enteramente satisfactorio tal como es. Un hombre así tiene una completa confianza en sí mismo y en todo lo que cree: “¿Cuál es la mejor forma de ver los paragolpes?”, preguntó otra persona.
    “Llega un momento -contestó Ouspensky- en que el trabajo sobre nosotros mismos comienza a revelar algunas de nuestras incongruencias. Sabentos que hay un paragolpe entre ellas, y con la práctica de la autoobservación vamos advirtiendo lentamente lo que haya ambos lados del paragolpes. De modo que hay que estar al acecho de las contradicciones interiores, y éstas habrán de conducirnos al descubrimiento de los paragolpes. Presten particular atención a cualquier asunto que a ustedes les resulte particularmente irritante. Tal vez se hayan atribuido a sí mismos alguna buena cualidad, y ésa es una idea que reposa a un costado del paragolpes, pero ustedes no han visto hasta ahora la contradicción que hay del otro lado de él. No obstante se sienten un tanto incómodos acerca de esta buena cualidad, y eso puede significar que están cercanos a un paragolpes.
    En otra reunión Ouspensky habló acerca del Rasgo Principal.
    Dijo que existía un rasgo central alrededor del cual gira todo lo que hay en un hombre. Es realmente su debilidad principal, y explica muchísimo de lo que hay en su personalidad. Un hombre habla demasiado cuando debiera de permanecer en silencio, y otro se queda callado cuando debiera de hablar; esto muestra cómo la enseñanza, en este trabajo, no puede ser más que individual. Dijo que el descubrimiento de la principal debilidad de uno y la lucha contra ella es parte importante del trabajo, pero que el Rasgo Principal está tan celosamente protegido por paragolpes que raras veces un hombre es capaz de descubrirlo por si mismo. Tiene que ser advertido sobre su Debilidad Principal. pero no debe decírsele demasiado pronto, pues se negaría a creer lo que se le dice. Negaría la acusación, y mientras con más resolución la niegue, más probable ha de ser que el diagnóstico sea acertado.
    “¿Hay alguna forma por la cual podamos descubrir la dirección a que apunta nuestro Rasgo Principal?”, preguntó alguien.
    “Si usted observa el diseño de su vida entera -contestó Ouspensky- podrá ver la misma clase de problema repitiéndose constantemente, y terminando en la misma forma de impasse. Si usted logra hacerlo, es probable que se acerque bastante a su Rasgo Principal. Comprenda que su Rasgo Principal es un eje en usted mismo alrededor del cual están girando muchas otras cosas, y eso explica por qué los frutos de su principal debilidad se repiten continuamente. Pero muy poca gente descubre por sí misma su rasgo principal.”
    Alguien preguntó si la Personalidad tenía algún defecto que fuera un obstáculo mayor que otro para el desenvolvimiento interior. Ouspensky respondió sin vacilar que la vanidad es un flotable impedimento. Dijo que G. había hecho siempre un hincapié muy especial en la importancia de la vanidad, y se había referido a ella en los siguientes términos: “La causa fundamental de casi todas las incomprensiones que se producen en el mundo interno. . . se debe principalmente al factor psíquico que se halla en el ser del hombre a una edad temprana, producido por una educación equivocada, cuyo estímulo da nacimiento en él al impulso de la vanidad. . . Yo afirmo solamente que la felicidad
    y la conciencia de sí -es decir, recordarse a sí mismo- que debieran existir en un hombre real dependen, en la mayoría de los casos, casi exclusivamente de la ausencia de sentimientos de vanidad, y me he trazado él propósito de trabajar con mi gente para tratar sin misericordia todas las manifestaciones de este factor, que atrasa el desarrollo e impide cualquier legítima relación con nuestra vida interior, de cuyo ajuste armonioso
    depende toda verdadera felicidad.” Ouspensky nos aconsejó, por lo tanto, estar al acecho de nuestras formas especiales de vanidad, pues todos nosotros tenemos nuestras propias pequeñas vanidades.
    Un recién llegado preguntó cómo podrían ser descubiertas nuestras vanidades especiales. “Por la observación de sí mismo -respondió- seguir haciendo lo que debiera estar haciendo en este momento, tomando muchas instantáneas de usted mismo.
    Esto habrá de revelarle con el tiempo todas sus actitudes fijas, todos los hábitos de pensamiento y sentimiento que lo forman a usted, y cuando usted despliegue todas esas fotografías para inspeccionarlas, podrá descubrir que muchas de ellas se corresponden entre sí, en forma completamente natural. en grupos, de modo tal que usted empezará a ver los retratos de una cantidad de subpersonalidades que hay en usted mismo; una estrella naciente del cine, quizá una persona demasiado incomprendida, un mártir, un rebelde, un snob. Cuando usted haya visto todos esos tipos menores en usted mismo, es bueno darles nombres y familiarizarse cada vez más con ellos:” Sólo entonces podrá controlarlos.
    Acepté el consejo de Ouspensky, y cinco años más tarde las tres personalidades que yo había descubierto en mí mismo -el Halcón Negro, el Caballero Patón y el Personaje- fueron utilizados como material para la redacción de una nueva forma de autobiografía. Fue publicada, bajo el título de I Talk of Dreams. El Halcón Negro, el Caballero Patón y el Personaje están aún dentro de mí, pero ahora me molestan cada vez menos.

    CAPÍTULO VII

    LAS DOS GRANDES LEYES CÓSMICAS

    Alguien preguntó por qué nos resulta tan difícil cambiar cualquier cosa en nosotros mismos: por qué, con tanta frecuencia, no llegamos a apartarnos de las emociones negativas, y qué razón hay para que sea también tan difícil recordarse a uno mismo. “Porque -respondió Ouspensky- va contra la Naturaleza: están completamente apartadas de lo que es natural. Hacer esfuerzos de ese tipo significa ir contra la corriente principal
    de las cosas que acontecen en nuestro mundo. Además, ustedes tienen que recordar que nosotros vivimos en una sección muy desfavorable del Universo. Las cosas que pueden hacerse con toda facilidad en algunas partes del Universo, resultan sumamente difíciles aquí. Ha llegado el momento de que estudiemos estas cosas. Hasta ahora hemos estado investigando al hombre, pero el hombre no puede ser comprendido como se debe, a menos que estudiemos al mismo tiempo el mundo en que el hombre vive, pues el hombre es un modelo en pequeño del Universo, un microcosmos dentro del macrocosmos, Está construido con los mismos materiales, y gobernado por las mismas leyes. Cuando estudiamos las leyes fundamentales que gobiernan todas las cosas, nos resulta a veces más fácil encontrar ejemplos de la forma como funciona tanto en nosotros mismos, como algunas veces en el Universo. El estudio del hombre y el del Universo debe por lo tanto realizarse simultáneamente, y ya se han hecho preguntas que no pueden ser adecuadamente contestadas sin saber más sobre el mundo en que vivimos. Debemos volver ahora nuestra atención sobre el Universo.
    Comenzaremos -continuó diciendo- por examinar dos grandes leyes cósmicas. que se
    conocen como la Ley de Tres y la Ley de Siete. La primera de estas leyes puede enunciarse así: Todos los fenómenos en todas las escalas, de la subatómica a la cósmica. son el resultado y la interacción de tres principios o fuerzas.
    Los científicos reconocen la presencia de dos fuerzas opuestas en muchos fenómenos, tales como la existencia de electricidad positiva y negativa en la física. y de ,las células masculinas y femeninas en la biología: pero no advierten que la presencia de estas dos fuerzas constituye una ley general. Están todavía muy lejos de darse cuenta de que la existencia de una tercera fuerza es necesaria para que ocurran los fenómenos, pues, de acuerdo con la enseñanza de G., nada puede ocurrir sin la intervención de un tercer principio o fuerza. Si sólo se juntan dos fuerzas no pasa nada.”

    Fig. 2 – El Rayo de creación a que pertenece la Tierra.

  • Crow

    Ouspensky nos decía que esta idea de que son necesarias tres fuerzas para que suceda
    cualquier cosa nueva, podía encontrarse en muchas enseñanzas antiguas. Fue la fuente original de la que derivó la doctrina cristiana de la Trinidad coexistente e indivisible, y aparición bajo una forma distinta en la enseñanza hindú relacionada con la creación del Universo. De Brahman el Absoluto surgió Ishwara el Creador, y por la acción conjunta de Brahma, Vishnú y Shiva (los tres diferentes aspectos de Ishwara) se produjo todo lo que existe. Una exposición más clara aún de la doctrina de la ley de tres se encuentra en la doctrina Sankya de las tres gunas: raja, tamas y sattva. De acuerdo con la filosofía Sankya, las diferentes combinaciones de estos tres principios y de las cualidades características de cada uno de ellos,son las responsables de todas las cosas que existen en nuestro mundo fenoménico. .
    Ouspensky nos decía que G. llamaba a estas tres fuerzas activa, pasiva y neutralizante respectivamente. pero agregaba que éstos son solamente nombres que se emplean para indicar una relación existente entre ellas en un determinado momento, pues las tres fuerzas pueden encontrarse en actividad en forma conjunta en ciertas circunstancias. Es comparativamente fácil advertir la existencia de las dos primeras fuerzas, la activa y la
    pasiva, pero la tercera fuerza está mucho menos al alcance de la observación. Esto es así porque en el nivel de conciencia en que vivimos, no vemos al Universo ni a nosotros mismos como realmente somos, sino como nos parece que son en nuestro estado de duermevela. En otras palabras, como ciegos a la tercera fuerza. Sin embargo, si nos estudiáramos a nosotros mismos cuidadosamente, podríamos encontrar ejemplos de la acción que tienen sobre nosotros las tres fuerzas; y nos dio como ejemplo de ello nuestro deseo de cambiar. Se puede considerar a este deseo como una fuerza activa en nosotros, pero de inmediato se ve enfrentado con la resistencia de las viejas costumbres y con nuestra aversión innata hacia el esfuerzo que es la segunda, o fuerza pasiva.
    Sin la presencia de una tercera fuerza, estas dos fuerzas opuestas se contrabalancean entre sí o giran una alrededor de la otra, de modo tal que nada sucede. Después tal vez aparezca una tercera fuerza, o neutralizante, en forma de un conocimiento nuevo o el estudio de una nueva técnica para producir un cambio, y con la ayuda de esta tercera fuerza, quizás pueda empezar a suceder algo.
    Ouspensky se levantó de su silla, se acercó al pizarrón y dibujó en él un nuevo diagrama, que nos dijo que representaba un acontecimiento no menos importante que la creación del Universo. Llamó a este diagrama el Rayo de Creación, y dijo que el trabajo de creación comenzó en el Absoluto, y que las tres fuerzas que estaban dentro del Absoluto poseen cualidades únicas. Al revés de todas las demás fuerzas cualesquiera que fueran, ellas poseen voluntad, conciencia y comprensión, y esto les permite. primero separarse y luego reunirse en un punto predeterminado, y ahí dar origen a la primera serie de mundos en el Rayo de Creación. La primera serie de mundos podría ser llamada Todos los Mundos Posibles (ver fig. 2). En cada uno de estos mundos recién creados existen también tres fuerzas que repiten el proceso de interacción de uno sobre otro, pero como sólo constituyen una parte del Absoluto, y no el total no poseen la voluntad, la conciencia y la comprensión necesarias que poseían los que los habían precedido. Siendo así, el punto en que se reúnen es accidental y no predeterminando. Esto significa que mientras que la voluntad del Absoluto crea y controla la primera
    serie de mundos, no gobierna las subsiguientes etapas de la obra creativa, y mientras más se aparta del Absoluto el Rayo de Creación, más casuales y mecánicas van resultando la creación y el control de lo creado.
    Ouspensky nos explicó que el Rayo de Creación que estaba dibujando en el pizarrón es uno solo, dentro de un amplio número de Rayos de Creación que se dirigen hacia afuera en todas direcciones a partir del impulso inicial creador que hay en el Absoluto. Estudiábamos este Rayo, por el hecho de que era el Rayo en que estábamos especialmente interesados, siendo nuestra tierra la sexta de la serie de mundos inscriptos en él. Si las enumeramos hacia afuera partiendo del impulso creador original, la serie es la siguiente: Primero está el Absoluto, y de inmediato Todos los Mundos posibles. Dentro de esta denominación de Todos los Mundos Posibles se incluyen las grandes galaxias estelares y las nebulosas que están fuera de la Vía Láctea, tanto como la Vía Láctea misma. El mundo siguiente en el Rayo está constituido por todos los soles de la Vía Láctea, seguido a su debido tiempo primero por el mundo de nuestro Sol, luego por
    el mundo de los planetas que giran alrededor de nuestro Sol, después por el mundo del planeta particular en que vivimos -o sea la Tierra- y finalmente por el mundo de la Luna.
    Ouspensky dirigió nuestra atención hacia el hecho de que el Rayo de Creación contradice ciertas ideas científicas modernas acerca del Universo, en primer lugar porque considera al Universo como una cosa viviente, y luego porque, además de ser
    una cosa viviente, todavía sigue creciendo. La Ciencia, o en todo caso la ciencia vigente en ese momento, consideraba al Universo como algo que ha comenzado hace muchísimo tiempo, y que ahora está en el proceso de ir disminuyendo y llegar a su fin.
    De acuerdo con esta opinión la Luna ya está muerta, y la Tierra está perdiendo también lentamente su calor, de modo que con el tiempo tiene que llegar a parecerse a la Luna. Pero el sistema que estudiamos adopta la opinión opuesta, considerando que la Luna está en proceso de calentarse cada vez más, y prepararse para el momento en que llegará a parecerse a la Tierra, y la Tierra al Sol.
    Ouspensky también hizo gran hincapié en el hecho de que los distintos mundos señalados en el Rayo no se mueven cada uno independientemente de los demás, dentro de una enormidad de espacio vacío, sino que todas las cosas que se hallan en el Universo están mucho más íntimamente ligadas entre sí que lo que podamos imaginar. Además, los intervalos de espacios entre los distintos mundos están muy lejos de hallarse vacíos. La energía fluye del Rayo en todas partes, y va siendo absorbida por
    los distintos mundos que encuentra en su trayecto, para ser liberada de nuevo más tarde en alguna forma distinta. En otras palabras: se produce en todas partes un gran intercambio de energías, recibiendo los planetas energía del Sol, la Tierra de los Planetas, y la Luna de la Tierra. La energía pasa también, dirigiéndose hacia arriba, de la Tierra a los otros Planetas, y de ahí en adelante hacia el Sol y la Vía Láctea.
    La forma última de considerar el Universo es figurárselo como un enorme espacio, en el que se mueve un número comparativamente pequeño de cuerpos sólidos.
    El espacio debe ser concebido como una vasta red de vibraciones que irradian en todas direcciones, una red en la que una condensación de energía en materia se está produciendo en distintos puntos. Pero fueron las radiaciones las entidades primarias del Universo, y la serie de mundos en que se condensaron fueron las segundas concreciones.
    Habiéndonos proporcionado este enorme ejemplo en escala de la forma como opera la Ley de Tres, Ouspensky pasó a hacer una descripción de la segunda de las dos grandes leyes cósmicas, la Ley de Siete. Dijo que la inmensa red de vibraciones que constituyen el Universo, puede servir también para ilustrar la acción de la Ley de Siete, ley que ha sido conocida muy frecuentemente como la ley de octavas. Las vibraciones tienen lugar en todo tipo de frecuencias y en todas las densidades de la materia, de la más delicada a la más grosera. Estas vibraciones pueden ser visualizadas viajando en todas direcciones,
    cruzándose entre sí, chocando las unas con las otras, reforzándose unas y otras, desviándose y oponiéndose. El pensamiento de Occidente difiere radicalmente del pensamiento del sistema en cuanto a la forma en que se desenvuelven estas radiaciones. De acuerdo con el pensamiento de Occidente funcionan sin rupturas ni interrupciones, continuando su curso en cierta dirección siempre que el impulso original que les diera origen, fuera lo bastante fuerte como para superar la resistencia del medio en el cual viajan. El principio de la continuidad de las vibraciones está por lo tanto firmemente establecido en Occidente, pero esto es contrario a la enseñanza de G., quien proclama el principio contrario de la discontinuidad de las vibraciones. De acuerdo con esta idea, ninguna vibración, ya sea que pertenezca a una octava ascendente o descendente, se desenvuelve uniformemente, sino siempre con aceleraciones o retardos en ciertos puntos. Otra forma de expresar este principio cósmico, sería decir que la fuerza de un impulso original no actúa uniformemente a través de todo el proceso al que ha dado origen, sino que disminuye en ciertas etapas, de modo que las vibraciones ascendentes empiezan a ascender en forma más lenta y las octavas a descender más lentamente en estos puntos. Después de estas fases temporarias de retardo del proceso de desarrollo, las vibraciones recuperan su anterior velocidad de aceleración o retardo, según sea el caso, hasta que se encuentran con la contención siguiente, cuando el mismo fenómeno de aceleración disminuida o retardo vuelve a ocurrir de nuevo.
    Como primer paso del trabajo de ubicar la posición exacta en donde suceden estos retardos temporarios, las líneas de desarrollo de las vibraciones debieran ser divididas en períodos que se correspondan con la duplicación o la reducción a la mitad, de su frecuencia. Ouspensky dio como ejemplo de esta duplicación o reducción, un aumento en la tasa de vibración que iba de mil a dos mil por segundo. Cuando examinamos con mayor cuidado el desarrollo de las vibraciones en este período, encontramos dos lugares en los que ocurrió un retardo de la tasa de aceleración; uno cerca del principio del proceso, y el otro casi al final de él, De acuerdo con G., las leyes que gobiernan los
    retardos periódicos de la disminución o aumento de la tasa de vibraciones, eran ya conocidas por los científicos de épocas muy antiguas, y decidieron registrar su descubrimiento en forma de escala de siete tonos. El período de duplicación o disminución de la tasa de vibración representa ahora, por lo tanto, la octava musical, y sí empleamos la escala solfa-tónica podremos decir que la primera interrupción en una escala ascendente tiene lugar entre las notas mi y fa, y la segunda entre si y la nota do de la escala que sigue. G. llamaba a estos dos lugares en la octava, en los que se produce un desaceleramiento de. la tasa tanto de aceleración como de disminución, los “intervalos” de la octava.
    Decía que podía considerárselos como puntos débiles de la octava, en donde tanto podían ser detenidos como proyectados en una dirección completamente distinta. Estos dos accidentes pueden evitarse si se provee de nueva energía a los intervalos por medio de otra octava que la golpee allí. Si la octava que se está debilitando tiene la suerte de recibir este golpe y este nuevo aporte de energía donde los necesita -o sea, en los intervalos- continuará desarrollándose, y podrá conservar su dirección original.
    Ouspensky demostró después el trabajo de la Ley de Siete sobre el diagrama del Rayo de Creación. El Rayo de Creación -decía-, es una octava descendente que comenzó arriba con el sonar de la nota do del Todo o Absoluto, pasó a si, Todos los Mundos posibles (mundo 3), a la, Todos los Soles, o la Vía Láctea (mundo 6), a sol, nuestro Sol {mundo 12), a fa, Todos los Planetas (mundo 24) , a mi. la Tierra (mundo 48), a re,
    la Luna (mundo 96) , y finalmente a do, de nuevo el Absoluto.
    El Rayo comienza por lo tanto en el Absoluto, termina en la Luna, y como más allá de la Luna no hay nada, vuelve a ser el Absoluto, El primer intervalo ocurre entre do y si, es decir, entre el Absoluto y Todos los Mundos, y el segundo entre fa y mi: en otras palabras, entre Todos los Planetas y la Tierra. Es entre estos dos puntos donde la octava necesita ayuda, y Ouspensky nos decía que el primero de estos dos intervalos entre do y si está ocupado por el Absoluto, que posee voluntad y plena conciencia. Pero la Voluntad del Absoluto no alcanza hasta el segundo intervalo, de modo que tiene que intervenir alguna otra cosa a fin de que la octava pueda continuar. A menos que se le

    dé un sacudón en esta situación, no puede producirse un pasaje de fuerza satisfactorio. A fin de poder superar el intervalo entre los planetas y la Tierra, se ha colocado allí un aparato mecánico especial, y este aparato transmisor es la Vida Orgánica en la Tierra. Toda la vida orgánica de la Tierra puede considerarse como que forma una especie de película sensible que cubre la corteza de la Tierra, película que primero absorbe y luego libera energías que provienen de la parte superior del Rayo. “La vida orgánica -continuó diciendo Ouspensky- tiene que ser considerada tanto órgano de percepción de la Tierra, como su órgano de radiación. Con la ayuda de la Vida Orgánica, cada porción de la superficie de la Tierra recibe radiaciones que vienen desde arriba. También ocurre lo mismo en la Vida Orgánica, que irradia ciertas energías en dirección a la Luna. Está afectada a su turno por influencias que vienen de los distintos órdenes de mundos del Rayo. Por ejemplo, una pequeña tensión casual en las esferas planetarias, puede manifestarse en la Vida Orgánica en forma de prolongada perturbación en la conducta humana.
    Algo que ha sido completamente accidental y muy transitorio ocurre en el espacio planetario, y comienza a operar sobre las masas humanas de modo tal que la gente se odia entre si y empiezan a matarse unos a otros, ya justificar lo que hacen invocando
    alguna teoría sobre la hermandad, la igualdad del hombre o la justicia. “Pero -concluía diciendo Ouspensky- cualquier cosa que ocurra en la delgada película de la vida orgánica, siempre sirve a los intereses de la tierra, el sol, los planetas y la luna.”
    Yo me sentía particularmente interesado en esta extraordinaria explicación de la función de la vida sobre la tierra; si no por otra razón, porque era la primera vez que me veía enfrentado con un intento de resolver el problema de la vida sobre este planeta. Alguna explicación de su presencia sobre la superficie de la tierra era, para mí, necesaria. pues yo nunca he podido aceptar el punto. de vista científico corriente de que la aparición de las cosas vivientes aquí es puramente accidental. Tenían que producirse en la tierra tantas circunstancias favorables antes de que pudieran sobrevivir aquí, que me veía casi obligado a creer en la existencia de un gran plan cósmico, y en que se estaban tomando disposiciones especiales para la llegada de la vida. Además tenía otras razones para creer que la vida ocupa un lugar muy especial en el gran plan de la creación del mundo, y aquí lo teníamos. a G. fortaleciendo aquellos anteriores prejuicios míos, confirmando primero que había algo así como un plan, y diciendo después que la vida sobre la tierra sirve a un fin muy especial.
    Es imposible para mí decir si su explicación es verídica o no, pero no tenía más remedio que admirar el audaz impulso imaginativo del diagrama de G. sobre el Rayo de Creación.
    En la siguiente reunión Ouspensky resumió su descripción del Universo y nos dio una explicación sobre la materia de la cual están hechas todas las cosas. Yo esperaba que cuando llegara a tratar eso, lo que seguramente tenía que ocurrir, expondría alguna
    variedad de filosofía idealista. pero no: en lugar de ofrecernos eso, expuso una filosofía materialista. De acuerdo con la enseñanza de G., todo en el Universo es material y potencialmente capaz, por lo tanto, de ser pesado. “Pero -continuó diciendo Ouspensky- el concepto de «materialidad» es tan relativo como el concepto «hombre», y las materialidades de los varios mundos que integran el.Rayo de Creación son muy distintas. La ciencia considera que la materia es en todas partes muy semejante, variando solamente en algunas de sus propiedades, tales como la densidad: ya que la idea de diferentes «órdenes» de materialidad le es completamente extraña. La materia es convertible en energía y, siendo esto así, podemos enfocar el Universo en tres formas distintas: como un vasto campo de vibraciones, como materia, y como materia en estado de vibración. Si consideramos al universo como materia en estado de vibración, el grado en que vibra está siempre en razón inversa a su densidad: en otras palabras: mientras más densa sea la materia, más lento será su grado de vibración.”
    Ouspensky nos explicó enseguida que el término “átomo” se utiliza en el sistema de G., y que puede definirse el átomo como la partícula más pequeña en que puede, dividirse la materia, sin sacrificar ninguna de sus cualidades. Pero es importante tener en cuenta que G. atribuía a la materia cualidades que le habían sido negadas por la ciencia occidental, cualidades de naturaleza psíquica y cósmica, al mismo tiempo que física. Debemos también ponernos en claro sobre algo que ya se había mencionado: que la materia es muy distinta en diferentes niveles del Rayo de Creación; tan distinta, por cierto, que lo que es materia en un grado más alto de ella, no puede considerarse qué es, materia en un
    grado más bajo. Por ejemplo: el conocimiento en realmente materia, pero desde el punto de vista de alguien que viva en la Tierra esta idea parece extraña, y hasta diríamos ridícula. No obstante eso, debe notarse que el conocimiento posee una de las características de la materia, v. gr.: que la cantidad de éste que existe en cierto lugar y en determinado momento del tiempo, siempre es limitada.
    Ouspensky volvió luego a dibujar el Rayo de Creación en forma abreviada, lo que llamó las tres octavas de radiación, y nos señaló que las siete palabras que ahí aparecen representan también siete variedades u órdenes de materialidad, que van desde la materialidad más delicada posible del Absoluto hasta la más densa de todas las materias en la Luna. Pero nos dijo que aun cuando en el diagrama estos diferentes órdenes de materia aparecen sin mezclarse, puros y existentes en diferentes niveles de mundos, no están realmente aislados entre sí en esa forma. En todas partes la materia perteneciente a un nivel penetra la materia de otro nivel, como el agua penetra en los intersticios de una esponja, y a su vez puede ser impregnada con azúcar, oxígeno u otra sustancia mantenida en estado de solución. Por lo tanto, como los materiales de distintos órdenes cósmicos se encuentran entremezclados de ese modo, no hay necesidad de que nadie vaya al sol con el fin de examinar su materialidad. El “material” solar puede ser examinado mucho más prontamente así como existe en nosotros, pues el hombre, como se ha acentuado ya, es un universo en miniatura, hecho de los mismos constituyentes y sujeto a las mismas leyes que él.
    “Pero -tuvo buen cuidado de agregar Ouspensky- esta idea de que el hombre es un microcosmos en un macrocosmos, es cierta solamente en cuando al «hombre» en el pleno sentido de esa palabra, es decir, un hombre en el cual todos los poderes latentes han alcanzado su pleno desarrollo.”
    Ouspensky decía que las leyes cósmicas eran iguales en todos los planos del Universo, pero cuando se manifiestan en los diferentes órdenes de mundos, producen fenómenos muy distintos.
    Otra cosa que debíamos recordar es que nosotros, que vivimos en la Tierra y estamos sujetos a sus numerosas leyes, estamos muy alejados del Absoluto. Por eso había dicho en una ocasión, anterior que estábamos en una posición muy desfavorable para el desarrollo. La vida en la Tierra es muy dura, y las cosas que pueden conseguirse en alguna otra parte en forma comparativamente fácil, pueden ser logradas aquí, en la Tierra, como resultado de un trabajo muy fuerte.
    Ouspensky señaló que las cifras con las que se designan los varios mundos en el Rayo de Creación -los números 1-96- representan también el número de fuerzas u órdenes de ley que gobiernan al mundo en cuestión. En el Absoluto existen solamente una ley y una fuerza, v.gr., la Voluntad del Absoluto.
    En el mundo del sol hay doce fuerzas u órdenes de ley, y en el mundo de nuestra Tierra llegan a cuarenta y ocho. Sólo en la Luna existe un número mayor de leyes u órdenes.
    Alguien preguntó qué eran las cuarenta y ocho leyes que teníamos que obedecer en la Tierra, y Ouspensky lo corrigió y dijo que había que considerarlas como categorías de ley, más bien que como simples leyes. Hay, por ejemplo, una cantidad de leyes biológicas que regulan el trabajo de nuestros cuerpos y a las que se debe obedecer: pero lo que debe revestir mayor interés para nosotros son las variadas compulsiones psicológicas que determinan nuestro comportamiento. Estas compulsiones interiores son importantes porque muchas de ellas son completamente innecesarias, y lo que ahora tratábamos de hacer era huir de algunas de ellas y vivir bajo menos leyes.
    Como a algunos de sus oyentes no les resultaba claro qué era lo que quería decir con “huir de las leyes innecesarias”, Ouspensky nos dio el ejemplo de un hombre que ha sido llamado para cumplir con el servicio militar, Dijo que anteriormente ese hombre tenía que obedecer una cantidad de leyes de su ambiente como civil, pero que ahora, como soldado, tenía que obedecer también los reglamentos militares. Si no lo hacía así, se hacía pasible de arresto y se lo encerraba en el calabozo, donde quedaría sometido a una cantidad aún mayor de leyes. Su libertad, por lo tanto, quedaría muy restringida, y para poder liberarse tendría primero que adaptarse a los reglamentos militares, y volver después a la vida civil. Si se pusiera entonces a trabajar sobre sí mismo y a luchar contra sus varias identificaciones, gradualmente se iría liberando de algunas de las compulsiones más evidentes del hombre dormido, pues éstas están incluidas también en las cuarenta y ocho categorías de leyes de la tierra.
    ¡Y qué inmenso poder ejercen sobre nosotros estas compulsiones interiores! Nos llevan a tirones por la vida sobre los hilos de nuestros gustos y aversiones, nuestros impulsos ciegos y compulsiones irracionales, igual que otros tantos títeres. Qué alivio sería entonces quedar libres de algunos de estos hilos a fin de no amilanarnos cuando sucede algo que no está de acuerdo con nuestro gusto, y revivir de nuevo cuando las cosas nos
    salen bien. Qué descansado sería. no tener que estar siempre en lo cierto. y no tener la obligación de tener que estar convenciendo a otra gente que son ellos, y no nosotros, quien cometió el error. Es completamente ocioso buscar ejemplos de vidas sometidas a leyes innecesarias entre los jóvenes convocados para el servicio militar, ya que tenemos abundantes ejemplos de ello en nuestras propias vidas. .y al reflexionar sobre la esclavitud que le imponen a uno todas estas compulsiones interiores, me di cuenta por vez primera del significado de las palabras que tan a menudo escuchara en la Iglesia: “Cuyo Servicio es Perfecta Libertad”. Si un hombre se ingenia para alcanzar un nivel
    de vida más elevado, y al proceder así cambia un orden de leyes inferiores por otro más alto, sentirá que en comparación con su anterior esclavitud. su servidumbre a estas nuevas leyes es una libertad perfecta.
    En la reunión siguiente Ouspensky dibujó en el pizarrón un diagrama simplificado del Rayo de Creación. Dijo que mientras que el diagrama original del Rayo de Creación nos había mostrado cómo habían sido creados los varios mundos, éste abreviado representaba los cambios que tuvieron lugar en el Universo después de su creación. En realidad, la creación nunca se detuvo en el Universo, pero su crecimiento se estaba efectuando ahora en forma demasiado lenta como para ser perceptible a gente de
    vida tan corta como nosotros. La edición resumida del Rayo de Creación sobre el pizarrón representaba eso que Ouspensky llamaba las tres octavas de radiación, que hay en él; siendo la primera de aquellas la octava que existe entre el Absoluto y el Sol, la segunda entre el Sol y la Tierra, y la tercera, la que está entre la Tierra y la Luna, De este diagrama, y con la ayuda de dos Leyes Cósmicas. la Ley de Tres y la Ley de Siete, Ouspensky procedió a extraer un gran número de materias de densidades ampliamente variables. La diferencia en sus densidades era tan marcada, verdaderamente, que iban de 6 en la primera serie de mundos creados a 12,288 en el extremo opuesto del Rayo, es decir, la Luna. El método mediante el cual se obtuvo la “tabla de hidrógeno”, como se llamó, de las tres octavas de radiación, está descripto en la obra de Ouspensky, In Search of the Miraculous.
    A todas las materias derivadas en esta forma de las tres octavas de radiación, Ouspensky les dio el nombre de Hidrógeno, explicándonos, mí entras anotaba sus densidades, que el término Hidrógeno se emplea en el sistema para designar una sustancia cuando se la está considerando sin referencia alguna a ninguna fuerza que actúe a través de ella. Sí, no obstante, la materia en cuestión está sirviendo como conductora de la primera de las tres clases de fuerza, es decir, la fuerza activa, entonces toma. el nombre de Carbón, y, al igual que el carbón que se usa en química, se la designa con la letra C. Cuando la materia sirve como conductora de la segunda fuerza, o sea la pasiva, se la llama Oxígeno, y se la designa con la letra O, y cuando funciona como conductora de la tercera fuerza, o fuerza neutralizante, se le da el nombre de Nitrógeno y se la conoce con la letra N.
    Cuando pregunté por qué los creadores de este sistema le habían hurtado esos términos a la química, y qué relación tienen el carbón, el oxígeno y el nitrógeno del sistema con los mismos elementos de la ciencia, Ouspensky contestó que después que yo hubiera estudiado más a fondo mi segunda pregunta podría ser capaz de hallar por mí mismo la relación existente entre el hidrógeno, el carbón y el oxígeno del sistema, y los mismos elementos de la química común. Pero -agregó- el empleo de estos términos por los creadores del sistema fue de gran interés para nosotros, pues la Química Orgánica, de la que han sido tomados, es una rama de la ciencia comparativamente nueva: tiene poco menos de un siglo de antigüedad.
    Esto sugiere –dijo- que al antiguo sistema de conocimiento que estamos estudiando, no puede habérsele dado su forma actual mucho antes de un siglo atrás. Las ideas en sí mismas son, naturalmente, más antiguas que eso. Lo único de que él hablaba era del método que podría emplearse para presentarlas a la mentalidad occidental, Agregó que puede inferirse otro hecho del uso de estos términos, es decir, que los creadores del sistema en su forma actual deben de haber sido versados tanto en el saber oriental como en la ciencia occidental. Cuando se lo apuraba para que dijera algo más sobre el origen del sistema, Ouspensky contestaba que poco o nada podía agregar a lo que ya había dicho. G. no había divulgado nunca la fuente de su conocimiento, pero siempre había sido deliberadamente vago cuando hablaba sobre él. Todo lo que llegó a decir cuando se
    le preguntó sobre el tema, fue que las diferentes escuelas esotéricas en Asía se especializaban en diversas materias. Al insistirle para que dijera cómo, si fuera el caso, se había ingeniado para poder estudiar tan gran variedad de materias, respondió:
    “Yo no estaba solo. Había varias clases de especialistas entre los que tomábamos parte en la búsqueda de la verdad, y cada uno de nosotros estudiaba su propia materia. Después nos reuníamos y juntábamos todo lo que habíamos aprendido”.
    Uno de los miembros del grupo le pidió a Ouspensky que nos diera ejemplos del trabajo de las dos grandes Leyes Cósmicas, además de los que ya nos había proporcionado. A esto respondió que íbamos a encontrarnos con muchos ejemplos en el curso posterior de nuestros estudios, pero que mientras tanto podíamos considerar la acción de un agente catalítico en química como excelente ilustración de la forma en que opera la ley de Tres.
    Si se juntan el hidrógeno y el oxígeno en proporciones correctas, no se combinan para formar agua a menos que haya ahí platino esponjoso, o que una chispa eléctrica pase a través de la mezcla de gases. Aquí el platino y la electricidad actúan en función de
    tercera fuerza. Pero nos corresponde a nosotros encontrar nuestros propios ejemplos de las dos leyes, y nos aconsejó que los buscáramos en el mundo que está dentro de nosotros, tanto como en el que está afuera, Podríamos encontrar un ejemplo excelente
    de la Ley de Siete en lo que sucede cuando emprendemos una actividad nueva, como este trabajo, por ejemplo. Por lo general nos lanzamos sobre un nuevo proyecto con gran entusiasmo, haciendo sonar una nota do, que es suficientemente fuerte como
    para permitirnos alcanzar la nota fa, y hasta mi. Pero al llegar a ese punto generalmente nos agotamos o abandonamos, a menos que algún nuevo sacudimiento proveniente de una octava que viaja en igual dirección llegue en el intervalo para reactivar nuestro agonizante entusiasmo. Podríamos también encontrar muchos ejemplos de octavas que c cambian su dirección en los intervalos por falta de apoyo, si estudiáramos formas distintas de la actividad humana. “Piensen -dijo, haciendo una pausa y mirando a su alrededor- cuantas vueltas deben haberse producido en la línea de desarrollo del Cristianismo para haber producido de una religión que empezó con la idea del amor universal, algo tan antitético a ella como la Inquisición y la quemazón de herejes. No obstante, la Iglesia pareciera no haber percibido ninguna desviación de la dirección en que transitaba, y, al mismo tiempo que se entregaba a sus persecuciones, seguía
    proclamando que enseñaba el Evangelio de Cristo. La historia humana está llena de octavas quebradas y desviadas de esa misma especie. No existe nada que dure mucho en un mismo nivel, pues el ascenso y el descenso son sucesos a los que están sujetas toda clase de actividades. La Ley de Octavas no sólo explica mucho de nuestras acciones humanas, sino que también nos ayuda a darnos cuenta de lo incompleto que es nuestro
    conocimiento en todos los terrenos de estudio. Comenzamos yendo en una dirección, y luego proseguimos en una dirección nueva, sin haber reconocido ni por asomo lo que ha sucedido.”
    Ouspensky concluyó sus disertaciones sobre las Octavas agregando a su exposición original de la Ley de Siete, dos nuevas ideas. Nos dijo que sólo las escalas ascendentes y descendentes de una naturaleza cósmica. llegan a desarrollarse en forma ordenada, conservando su dirección original, pero que con nosotros, la terminación ordenada de una octava ocurre sólo como resultado de alguna afortunada casualidad. Puede suceder que alguna otra octava que viaja en igual dirección tropiece con la primera, y al llenar sus intervalos haga que resulte posible completarse a sí misma. Con más frecuencia de lo que creemos nuestras actividades externas llegan a un final brusco, y cuando podemos mirar para atrás y vemos nuestras vidas en la forma que las hemos vivido, debiéramos ver en nuestro pasado un surco de octavas quebradas de do que han sonado débilmente, de do que han llegado a re y luego se han desvanecido, y de muchas octavas detenidas en los primeros intervalos. La segunda idea que Ouspensky añadió a las que nos había dado en sus dos primeras disertaciones sobre octavas, fue particularmente importante: La idea de las vibraciones dentro de vibraciones, o de octavas interiores.
    “Cada nota de una octava -dijo- puede considerarse que contiene una octava total en otro plano. Hemos visto que los materiales más finos en el universo impregnan a los más densos, y a su vez son impregnados por materiales aún más finos; y es en estos hidrógenos más finos donde viajan las octavas interiores. Por ejemplo: la sustancia del mundo 48 está saturada de la sustancia del mundo 24, y cada nota de las vibraciones en
    la sustancia más grosera, hace que emerja una octava total de las vibraciones que viajan en esta sustancia más fina. Puede decirse, por Id tanto, que cada nota de la Tierra contiene una octava completa de las vibraciones del mundo planetario; cada nota del mundo planetario una escala completa de las vibraciones del mundo del Sol, y así sucesivamente, Pero hay un límite definido para el desarrollo de estas octavas interiores; así como el radio de acción de los hidrógenos es limitado, también lo es el de las octavas interiores.”
    Ouspensky nos aconsejó que buscáramos ejemplos de octavas interiores, particularmente en nuestro trabajo interior; y en lo que a mí respecta, personalmente los encontré con mis frecuencia al ir descubriendo de vez en cuando nuevas capas de comprensión de las ideas de “trabajo”. Uno comprende al principio el significado evidentemente obvio de su superficie, y después muchas veces en forma completamente inesperada, se revela en ellas una nueva capa más profunda, una experiencia que yo atribuyo a la recepción repentina de una octava interior, No tuve oportunidad de someter estas observaciones a Ouspensky, pero sea como sea, estén de acuerdo con lo que el escribe sobre las octavas interiores en su libro In Search of the Miraculous. Sé refiere allí a lo que afirma G., que la música objetiva está basada, toda ella, en octavas interiores. Había hablado antes G. sobre arte, y había afirmado que todo el arte ordinario es subjetivo.
    Con esto quería decir que el artista está completamente sometido al poder de las ideas y estados de ánimo con que está trabajando, y que “eso”, y no “él”, crea todo lo que resulta de su trabajo. Pero en el arte objetivo los resultados están calculados de modo que el artista sea capaz de producir precisamente lo que quiera producir. El arte matemático es objetivo, por lo tanto, y no casual. Da origen a los resultados a que se quiere que dé origen. y la leyenda de la destrucción de los muros de Jericó por medio de la música, es una leyenda sobre la música objetiva. También lo eran las leyendas órficas relacionadas con el arte objetivo. En escala mucho menor, y en forma más primitiva, se ha visto funcionar la música objetiva en el arte del encantador de serpientes. Ouspensky se refiere a eso en las siguientes palabras: “Es (la música del encantador de serpientes)
    simplemente una nota que se prolonga, elevándose y descendiendo muy poco: pero en esta sola nota están función ando sin cesar «octavas interiores» y melodías de octavas interiores, que no llegan al oído pero que son sentidas por el centro emocional, y la víbora oye esta. música, o hablando en forma más estricta, la siente y la obedece. Si se ejecutara la misma música, sólo que un poco más complicada, los hombres la obedecerían”.
    Anteriormente habíamos tenido disertaciones sobre arte objetivo, y generalmente los artistas que formaban parte de nuestro grupo se sentían inquietos y en ocasiones fastidiados. Les resultaba difícil aceptar la idea de que todo el arte que ellos conocían era arte subjetivo, algo que G. rechazaba de plano diciendo que no era arte en absoluto. “Definir el arte objetivo es difícil -le había dicho G. a su propio grupo- porque primero
    usted le adjudica al arte subjetivo todas las características del arte, objetivo, y segundo, porque si se da el caso de que usted tropieza con el arte objetivo, no advierte que está en un nivel distinto del nivel del arte común. Yo mido el mérito de un arte por la conciencia que tiene, pero ustedes por su inconsciencia.
    Una obra de arte objetivo es un libro que transmite las ideas del artista, no directamente apelando a palabras o signos o jeroglíficos, sino por medio de sentimientos que provoca en el observador en forma consciente, y con pleno conocimiento de lo que está haciendo y por qué lo está haciendo.”
    A Ouspensky le preguntaban reiteradamente los miembros de su grupo si existían todavía algunas obras de arte objetivo, y él habló de tres cosas: de la Esfinge en Egipto; de la leyenda de una estatua de Zeus en Olimpia que provocaba en todos los espectadores los mismos sentimientos; y de la figura de un dios o un demonio que G. y sus compañeros exploradores habían encontrado en un desierto al pie de las montañas Kush hindúes. Era una figura que producía en todos ellos un efecto notable, de modo tal que parecía romo si hubieran podido asir el significado que su creador había querido trasmitir muchos siglos antes. y no sólo el significado, sino “todos los sentimientos
    y las emociones vinculados igualmente con aquel”.
    Ouspensky también nos recordó que la literatura tiene sus obras de arte objetivo. Dijo que los Evangelios han sido desvirtuados y se les han hecho agregados en el proceso de copia y traducción, pero que originalmente habían sido escritos por hombres que ocupaban un nivel más elevado que el de la humanidad mecánica. es decir, por hombres que sabían qué era lo que estaban haciendo, y cómo había que hacerlo. Había muchos otros ejemplos de arte consciente u objetivo en la literatura sagrada del mundo.
    El lado filosófico del sistema de G. y lo que él cuenta sobre el Universo, no puede ser sometido a una prueba práctica en la forma en que puede hacerse con el conocimiento de naturaleza psicológica. Lo más que yo podía hacer era examinar la narración de G. sobre el Rayo de Creación cuidadosamente, ver si coincidía con otras ideas que se nos habían dado, y resolver sobre si configuraba un relato razonable sobre el Universo y su
    creación, Fuera como fuera había algo que decir en su favor: que, aparte de la descripción poética de la creación que da el Libro del Génesis, ésa es la única narración aceptable de la ‘creación que jamás se me haya ofrecido.