Misteriosos sucesos en el Museo Metropolitano

Misteriosos sucesos en el Museo Metropolitano
Fritz Leiber
Mysterious doings in the Metropolitan Museum, © . Traducido por Mirta Rosemberg en Universo 5, antología de relatos de ciencia ficción seleccionados por Terry Carr, Fénix, Adiax, 1982.

Cuando los críticos discuten la evolución de la ciencia-ficción, hablan de los escritores que confirieron un auténtico valor literario a lo que comenzó, en este país, como un género orientado casi exclusivamente hacia el folletín; usualmente se invocan los nombres de Theodore Sturgeon, Ray Bradbury y Kurt Vonnegut. Sin embargo, el escritor que ha ganado más premios en este campo es, Fritz Leiber. Tal vez sea porque ha sido más versátil que los otros, ya que su producción oscila entre aventureros relatos de capa y espada (las series de Fafhrd y el Ratonero Gris), sombrías advertencias de posibles futuros (Coming attractions) y punzantes sátiras de nuestro mundo (Un fantasma recorre Texas). O tal vez sea simplemente porque Leiber es un hombre de una vigorosa visión personal, que posee las herramientas literarias para expresarse vigorosamente. El relato que aquí presentamos es una breve y absurda sátira acerca de una convención de bichos, pero muestra a Leiber en su mejor momento: no hay un sólo personaje humano, pero se las arregla para decir más de las flaquezas de la humanidad que cualquier novela de ciencia-ficción repleta de torturados hombres y mujeres, condenados a inciertos destinos, contra un fondo de estrellas. Además, es una obra divertida.

La mitad superior de una brizna de hierba que crecía en el solar cercado, junto al Museo Metropolitano de Arte de Manhattan, dijo:
–¡Escarabajos! ¡Cualquiera diría que son los reyes del mundo, por el modo como se comportan!
La mitad inferior de la brizna de hierba replicó:
–Tal vez lo sean. H. P. Lovecraft, el distinguido escritor de cuentos de horror, dijo en La sombra fuera del tiempo que existiría “una especie de coleópteros que continuaría a la humanidad”. Otros expertos aseguran que todos los insectos, las arañas, o las ratas, heredarán la Tierra, pero el viejo H.P.L. dijo coleopts.
–¡Pedante! –se mofó la mitad superior–. ¡Especie de coleopts! ¿Por qué no decir simplemente “escarabajos” o “bichos”? Significa lo mismo.
–A mí tampoco me gustan las palabras largas –dijo la mitad inferior, imperturbable–, pero también te gusta empezar discusiones y emplear un modo de hablar cortante que no te es propio, que resulta más adecuado en un escarabajo anobio.
–Llamo pala a una pala –replicó la mitad superior–. Y hablando de aquello en que se hunden las palas (una concisa figura que significa el gredoso integumento de la Madre Tierra), espero que no seamos triturados contra ella dentro de un segundo por algún cañonero. O por aplastadores de escarabajos, para acuñar una feliz expresión.
La mitad inferior explicó, condescendiente:
–El presidente y el secretario general de la Convención de Coleopts tienen a su servicio una segura guardia de escarabajos de advertencia distribuidos alrededor de ellos para detectar cualquier aproximación de cañoneros. Una Línea de Coleópteros.
–¡Segura! –se mofó la mitad inferior–. Apuesto a que andan todos pavoneándose por ahí y almorzando en Schrafft’s.
–Tengo la sensación de que va a ser una con espantosa y arruinada –dijo la mitad superior–. Todo el mundo terminará conec. La espantosa con, ¿qué te parece el nombre?
–Espantoso. Los piojos tienen sus propias cons. Pertenecen al orden Psocoptera, Anoplura y Mallophaga, no a la centelleante y divina orden de los coleópteros.
–¡Escoliasta! ¡Paranoide!
Las mitades superior e inferior de la brizna de hierba interrumpieron su polémica, jadeantes.

Los escarabajos de toda la Tierra, pero especialmente los de los Estados Unidos, estaban llevando a cabo su convención mundial bianual, Su cosa Bianual de Bichos, en el extenso solar cercado de Central Park, próximo al Museo Metropolitano de Arte, aunque parezca improbable, tal como lo había dicho la brizna de hierba con personalidad desdoblada.
Ahora bien, se puede pensar que es imposible que un enorme grupo de escarabajos, cuyo tamaño oscila entre escarabajos casi microscópicos hasta los unicornes de una pulgada y media de largo, lleve a cabo una gran convención en un área urbana densamente poblada, sin que los hombres lo adviertan. Si es así, usted ha subestimado gravemente la fuerza y sagacidad de la tribu de los coleópteros, y ha sobreestimado la sensibilidad y capacidad para apreciar los detalles del Homo sapiens… sap para abreviar.
Estos escarabajos habían tomado medidas de seguridad para burlar a la CIA y a la NKVD, en caso de que esas torpes organizaciones humanas los hubieran advertido. Por cierto que había una Línea de Escarabajos para advertir la aproximación de cañoneros –que son, por supuesto, los elefantinos pies, acorazados de cuero, de esos ignoradores de escarabajos, de esos gigantes ofuscados por la ciudad, los hombres. En caso de que amenazaran esos verdaderos barcos de combate, todos los escarabajos acreditados tenían orden de zambullirse entre las raíces de la hierba y refugiarse allí hasta que sonara la señal de “todo claro” en sus receptores ESP.
Y si un aplastador de escarabajos aterrizara por casualidad en uno o unos escarabajos, bien, en caso de que no lo sepan, los escarabajos son ovoides equipados con dymaxion tales como ni siquiera Buckmisnter Fuller y Frank Lloyd Wright se atrevieron a soñar jamás, resistentes hasta un grado fabuloso y capaces de tolerar bombardeos de zapatos hasta la saturación, sin que se produzca ni una grieta en sus resplandecientes caparazones.
De modo que debemos dejar de lado cualquier duda o temor. Los escarabajos estaban llevando a cabo su convención mundial exactamente del modo y en el lugar que les he dicho. Había escarabajos de tierra de un verde brillante, metálicos escarabajos del bosque, amarillos escarabajos soldados, gloriosas mariquitas y apuestos y agradables escarabajos hongo de un rojo igualmente brillante, cantáridas de color gris carbón, crípticos escarabajos, flor de la familia de los escarabajos, con jeroglíficos amarillos impresos en el brillante lomo verde, inmigrantes y afluentes escarabajos japoneses, gorgojos, enormes y obscuros ciervos volantes, escarabajos con cuernos, matacanes como ópalos de fuego e incluso aquellas hiperjeroglíficas y enigmáticas maravillas de la familia Chrysomelidae y de la subespecie Chrysomelidae calligrapha serpentina. Todos entremezclándose en feliz camaradería, compartiendo tragos y bans mots, como lo desean los escarabajos. Cayendo a pique, saltando, pisando la luz fantástica e incluso en los momentos de mayor exhuberancia, levantando sus acorazados caparazones para hacer un corto vuelo de alegría con sus alas retractables, membranosas y tan sedosas como el reluciente encaje de la ropa interior de una baronesa vienesa.
Y no sólo escarabajos norteamericanos, sino coleópteros de todo el mundo: escarabajos asiáticos, de ojos oblicuos y túnicas doradas, escarabajos norteafricanos, con relucientes albornoces, escarabajos sudafricanos, salvajes como hormigas rojas con grandes peinados Afro, relamidos escarabajos ingleses, afables bichos del Continente, y billonarios escarabajos brasileños, brillantemente ataviados, junto con luciérnagas, bailando constantemente el carioca, aspirando éter y rociando generosamente a los otros escarabajos con esta intoxicadora bruma. Oh, un grupo grandioso.
Y no es que no hubiera una mosca en la leche en esta deliciosa sociabilidad coleóptera. Ya estaban en pie de guerra las cucarachas de New York, tratando de sabotear la convención porque no habían sido invitadas. Daban vueltas y vueltas alrededor del solar sagrado, entonando slogans con cerrado acento semítico y lanzando rudos epítetos de clase trabajadora.
–Pero por supuesto que no podríamos haberlas invitado, aun cuando hubiéramos querido –explicó el secretario general de la Convención, un apuesto escarabajo de resorte, en realidad un exaltador de infinita sutileza e infinitos recursos para los debates y las tácticas.
Como dice el libro: “Si el exaltador cae de espaldas, se queda quieto durante tal vez un minuto. Luego, con un fuerte clic, salta en el aire. Si tiene suerte, aterriza sobre sus patas y huye. Si no, vuelve a intentarlo”. Y el secretario general sabía más de cien tretas.
–Pero no podríamos haberlas invitado aun cuando hubiéramos querido –decía ahora el secretario general– porque las cucarachas no son verdaderos escarabajos, en absoluto, no son coleópteros; pertenecen al orden Orthoptera, a la familia Blattidae… ¡Bla, bla, bla para ellas! Es más, la mayoría de ellas son simplemente bichos alemanes (¿judíos alemanes, tal vez?) de Crotón, de estatura enana si se las compara con las cucarachas americanas, que, en una oportunidad, pertenecieron al Ejército Confederado.
En segundos, la plausible calumnia llegó a las cucarachas por medio de la red de información secreta de los insectos. Haciendo valer la acusación para sus propios propósitos de sabotaje, comenzaron a entonar rudamente y al unísono, mientras marchaban: “¡Bla, bla, bla, por las Blattidae!”
Además, todavía no habían llegado algunas importantes delegaciones de escarabajos, entre ellas las de Bangladesh, Suiza, Islandia y Egipto.
Pero a pesar de estas desventajas y perturbaciones, la sesión inaugural del Gran Congreso de Coleópteros tuvo un magnífico comienzo. El presidente, un robusto escarabajo de la papa de Colorado, que se parecía a Grover Cleveland, llamó al orden. Ante lo cual, hilera tras hilera de escarabajos de todos los colores del arco iris, se pusieron de pie entre el verdor y entonaron sonoramente –ahogando incluso los bla del albañal de las groseras cucarachas– el principal himno escarabajo:

Los escarabajos no son bichos sucios,
arañas, escorpiones, ni babosas.
Héroes de los reinos insectales,
lucen alas bruñidas en sus yelmos.
Son divinos y lucidos, amistosos y queridos.
No tienen aguijón, por casi todo sienten amor.

Lo cantaron, siguiendo la melodía de la Oda a la Alegría del último movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven.

La sesión dejó a muchas esposas e hijos larvales de escarabajos, esposos y otros miembros sin voto librados a sí mismos. Pero esta situación ya se había previsto. Guiados por un muy bien informado, aunque un poco pesado, escarabajo escriba, fueron al Museo Metropolitano para llevar a cabo un tour, planeado tanto para entretener como para favorecer el enriquecimiento cultural.
Mientras el escarabajo escriba señalaba los items dignos de interés y soltaba sus discursos educacionales y bastante latosos, los escarabajos volaron a pique por todo el lugar, tanteando la forma de las grandes estatuas, arrastrándose por ellas y regodeándose en los abundantes trajes plateados de las armaduras medievales.
La mayoría de los acorazados ni siquiera los advirtió. Y aquellos que sí lo hicieron no parecieron perturbarse en absoluto. A casi todos los cañoneros –a pesar de que temen a las arañas y a los ciempiés y aborrecen a las cucarachas– les agradan los verdaderos escarabajos, tal como lo prueba la buena reputación de la mariquita, renombrada en las canciones y en los relatos por su admirable amor maternal y su habilidad para combatir el fuego. Estos cañoneros supusieron que los escarabajos eran simplemente alguna nueva invención educativa del famoso museo, o un artificio decorativo con arabescos vivos.
Cuando los escarabajos del tour llegaron a las Salas Egipcias, comenzaron a tranquilizarse, hechizados por el arte más adecuado a los coleopts a causa de su antigüedad y de su vivida precisión. Los deleitaron los diminutos ornamentos de las tumbas, parecidos a un juguete, y siguieron tanteando los coloridos murales, tratando incluso de descifrar los jeroglíficos, caminando por las líneas, curvas y rincones. Se lamentó mucho la ausencia de la delegación egipcia. Hubieran podido responder a muchas preguntas, aunque el escarabajo escriba se puso elocuente y exhibió prodigios de erudición improvisada. Pero cuando entraron a la sala que tenía un cartel que decía ESCARABS, su reverencia y admiración no conoció límites. Volaron con más suavidad que ratones en pantuflas de plumas. Se elevaron silenciosamente ante las jaulas de vidrio y contemplaron con asombro e instintiva reverencia fila tras fila de las formas de los escarabajos semejantes a gemas, albergados en su interior. Ni siquiera el escarabajo escriba tuvo nada que decir.

Mientras tanto, de regreso a la charlatana brizna de hierba, la mitad superior, que era en realidad un escarabajo tigre muy joven, llamado Speedy, dijo:
–Bien, no creo que estén todos abocados a un gran comienzo. Ésta promete ser la peor convención de toda la historia.
–No la disminuyas –reprobó la mitad inferior, que era en realidad una joven escarabaja sepulturera americana, llamada Big Yank–. La convención está saliendo bien… sesiones ordenadas, paseos educativos, ¿qué más se puede pedir?
–¡Bla, bla, bla, para las Blattidae! –comentó sarcásticamente Speedy–. La con se va al demonio en una cesta de bichos. Fíjate en ese tortuoso escarabajo de resorte que es secretario general… no hace nada bueno, puedes estar seguro. Un insecto insidioso, si sé lo que digo. Un exaltador… ¿de quién habrá conseguido exaltar? Y ese bicho de la papa que es presidente… un maldito plutócrata. Y en cuanto a los paseos educacionales por el museo… ¡mira lo que sucede!
–En verdad tienes una imaginación malvada –respondió serenamente Big Yank.
A pesar de su constante intercambio de pullas, el muchacho y la muchacha eran inseparables compañeros que habían corrido juntos más de una aventura excitante. Speedy tenía media pulgada de largo, era una velocísima belleza púrpura de las más ágiles y difíciles de cazar para los cañoneros estudiosos. Big Yank tenía una pulgada de largo, con caparazón de un negro reluciente y manchas rojas en forma de nube. Aunque rápida para debilitar y sepultar pequeños animales muertos, que serían el hogar y el alimento de sus larvas, el aspecto de Big Yank no era para nada mórbido.
Aunque su sexo era diferente y su relación muy íntima, Speedy y Big Yank jamás habían pensado en tener larvas juntos. Su amistad era de un carácter más viril o femenino y tenían los pies firmes, los doce pies que tenían.
–¿De veras piensas que sucederá algo outré dentro del museo? –preguntó meditativa Big Yank.
–Tengo la absoluta certeza –le aseguró Speedy.

En la Sala de los ESCARABS el silencio reverente había dado lugar a los susurros especulativos, exactamente ¿qué y quiénes eran los escarabajos que parecían gemas, dispuestos con pequeñas tarjetas blancas en el interior de las paredes de vidrio? Hasta el mismo escarabajo escriba se lo preguntaba.
Fue un escarabajo del pepino, de doce manchas, de color verde jade y muy imaginativo, quien difundió la intrigante idea de que los escarabs eran bichos vivientes absolutamente inmovilizados por medio de hipnosis o de drogas y aprisionados detrás de las paredes de grueso vidrio por los inescrutables cañoneros, que permanentemente hacían cosas horrendas a los escarabajos y a los otros insectos. Los cañoneros eran los nefastos gigantes, más grandes que Dioszilla, de la leyenda escarabaja. Cualquier cosa que pareciera dañina o inexplicable, podía serles atribuida.

El ánimo especulativo se transformó ahora en una intensa preocupación. ¡Qué horrible era pensar en escarabajos que respiraban, vivos, drogados y sometidos a un lavado de cerebro y con un aspecto similar al de la muerte, enjaulados en vidrio por los cañoneros con algún propósito maligno! Debían hacer algo al respecto.
El grupo cambió sus planes en un momento y todos volaron de regreso a la convención, más rápidos que un ciempiés. La convención se hallaba profundamente inmersa en problemas tales como: Soluciones propias para el DDT, Plataformas Marinas para Reaprovisionamiento de Vuelos Transoceánicos de Escarabajos, y ¿Debe haber un Cese de Hostilidades entre los escarabajos y las Blattidae (que aún seguían “Bla, bla”).
Las noticias aportadas por los integrantes de la gira terminaron con todo eso y electrificaron a la convención. El secretario general exaltador cayó de espaldas tres veces seguidas y volvió a caer sobre sus pies nuevamente ¡clic, clic, clic, clic, clic, clic! El presidente escarabajo de la papa de Colorado abrió sus enormes ojos. Se decidió por voto unánime que los escarabajos prisioneros debían ser inmediatamente liberados. En pocos segundos la Operación Socorro estaba en marcha.
Una fuerza de choque de exploradores, espías y técnicos fue rápidamente enviada al museo para evaluar y planificar la operación. Confirmaron las deducciones y observaciones de los visitantes y decidieron que una rara clase de escarabajo, que contiene ácido fluórico, sería vital para la empresa.
Un subgrupo especial de estos investigadores siguió el trazo de los caracteres de la palabra SCARAB, caminando por las líneas. Su informe fue el siguiente:
“Primero un signo de Serpiente, ¿ven?” (Eso era la S)
“Luego una Serpiente anillada con una abertura” (Era la C)
“Luego Dos Serpientes que se Encuentran en la Noche y tienen Relación Sexual” (Esa era la A)
“Luego una Serpiente anillada, enroscada, Violando a una Serpiente Erguida o en cruz” (La R)
“Luego una repetición de las Dos Serpientes que se Encuentran en la Noche, etc.” (la segunda A)
“Finalmente Dos Locas Serpientes anilladas, violando a una serpiente en cruz” (la B)
“No estamos seguros de las causas de esta enfatización del sexo.”
“Sugerimos que se consulte a la delegación egipcia en cuanto llegue.”

La Operación Socorro se llevó a cabo aquella misma noche.
Fue un completo éxito.
El ácido fluórico hizo pequeños agujeros redondos en el vidrio de todas las jaulas. A través de ellos, hasta el último escarabajo de la Sala Egipcia fue transportado por escarabajos de acarreo –en su mayoría escarabajos estercoleros– hasta los profundos refugios de escarabajos, muy por debajo de Manhattan y acorazados para resistir los avances de las cucarachas.
Se hicieron infinitos intentos de que los escarabajos hipnotizados y drogados recuperaran la conciencia y el movimiento. Todos fracasaron.
Impávidos, los escarabajos decidieron simplemente venerarlos. Surgió un nuevo culto entre ellos.
La delegación egipcia arribó, escarabajos gloriosos como faraones, y al acto advirtió lo ocurrido. Sin embargo, decidieron guardar su sabiduría en secreto por el bien de la escarabajería. Hicieron las debidas genuflexiones ante los escarabs tal como lo hacían los escarabajos ignorantes.
Las cucarachas tenían su teoría propia, pero siguieron formando piquetes que entonaban “Bla, bla, por las Blattidae”.
A causa de sus teorías, sin embargo, un fanático escarabajo egipcio se enloqueció y decidió que los escarabajos estaban indudablemente vivos aunque drogados, y que todo el asunto formaba parte de un Complot Mundial de Cucarachas llevado a cabo por un comando israelí de escarabajos y sus compañeros de viaje. Sus locas opiniones no fueron creídas.

Los seres humanos quedaron perplejos ante el asunto. El curador del Met y el jefe de detectives de New York, que investigaba el delito, contemplaban las jaulas vacías con estúpido asombro.
–Maldición –dijo el jefe de detectives–. Al mirar todos esos pequeños agujeros, juraría que fueron escarabajos quienes hicieron el trabajo.
El curador sonrió amargamente.

–Hey, esto nos catapulta a la posición de los mejores ladrones de joyas del mundo – dijo Speedy,
Por una vez, Big Yank tuvo que estar de acuerdo.
–Es terrible que el público, tanto humano como coleóptero, jamás lo sabrá –dijo, pensativa.
Y luego, animándose:
–Eh, ¿qué tal si corremos otra aventura?
–Vale –dijo Speedy.

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