La Nación del Islam: Un proyecto contrainiciático para el siglo XX

Articulo relacionado a la conformacion de sectas o el uso de la espiritualidad para fines propios.

La Nación del Islam: Un proyecto contrainiciático para el siglo XX

por Joaquín Albaicín

De la Danza de los Espíritus a la Nación del Islam.-

De cara a la consolidación de su imperio de la mediocridad y la perfidia, la estrategia del hombre occidental siempre ha sido la misma desde la aurora de la Edad Moderna: se encuentra con una raza noble, que mira hacia lo alto, que desdeña el dinero y las cosas de este mundo, e inmediatamente, en vez de aprender de ella o sentarse a compartir un café, empuña el rifle y le propone “civilizarse” o morir. La raza noble lucha hasta el límite de sus fuerzas y con los métodos tradicionales de su mundo hasta que, cercada y despojada de sus armas, es confinada en la “reserva”. Entonces, el occidental guarda el fusil y envía al misionero, con el encargo de hacer renegar a los cautivos de sus dioses, de sus antepasados, de su mundo y de su sangre. Cuantos se resisten a la aculturización son tachados de perturbadores, de obstruccionistas, de enemigos del progreso, y todos los afanes se encaminan entonces a aislar lo más posible de su gente a dichos elementos reacios a la sodomización y el desarraigo. La tercera etapa consiste en la organización de una policía indígena, cuyos miembros son presentadosen sociedad como los “indios buenos” y “los verdaderos representantes de los indios”.

El ejemplo más nítido de esta táctica se encuentra en el movimiento de la Danza de los Espíritus, que invadiera las reservas pieles rojas de Norteamérica a mediados de la década de 1880. ¿Qué fue la Danza de los Espíritus? En 1890, MacLaughlin, agente indio de la reserva de Pine Ridge, escribió:

“Como en todas las agencias sioux, hay aquí algunos descontentos que se aferran tenazmente a las viejas maneras indias y que son lentos en aceptar un mejor orden de las cosas; su influencia se ejerce en una mala dirección. Esta clase de indios siempre está preparada para hacer circular vanos rumores y para sembrar la disensión entre los más progresistas…”(1)

Los progresistas, claro es, eran -son siempre- los “indios buenos”, es decir, los miembros de la policía indígena, carceleros y delatores de sus hermanos de sangre. Sin embargo, nada, mientras los sioux no se levantaran abiertamente en armas, podía hacerse para ordenar su eliminación física directa (la lenta -por hambre, alcoholismo, frío y desesperación- no se consideraba suficientemente eficaz). Por tanto, los blancos soltaron, a través de sus indios progresistas, un nuevo virus:

-¿No os habéis enterado de que Cristo era piel roja como nosotros, de que se ha encarnado de nuevo y viene desde el Oeste al frente de todos los indios y bisontes muertos para expulsar a los blancos de nuestra tierra?

Entre trago y trago de whisky bajo el sol, no tardó el veneno en hacer su efecto. Dubant define muy bien en su biografía de Toro Sentado las fuentes de aquella alucinación colectiva que dejó a los sioux descabezados y desmoralizados para siempre:

“Cuando la desesperación invade el corazón de una raza, cuando el espíritu de un pueblo está destrozado por los malos tratos, cuando los vencidos se contaminan por la pseudo-espiritualidad de los vencedores, con frecuencia nace entre aquellos un sucedáneo de espiritualidad y se agarran a esperanzas y a prácticas que sólo el desconcierto puede excusar.

La Danza del Espíritu, que nació como un fuego de paja y se apagó de la misma manera, estaba muy alejada de la visión del mundo de los antiguos indios. Los blancos no sólo habían llevado a los indios el sarampión y la gripe: también les habían legado su detritus religioso (2)”.

Son los días en que Toro Sentado dice:

-Ya no queda más indio que yo.

Su postura frente a la Danza era tajante: “no creía, pero permitía danzar a su pueblo … trataba de detener la danza, pero los creyentes eran demasiado numerosos y demasiado firmes” (3). Una mañana de invierno, tras un simulacro de arresto bajo la acusación de organizar y promover aquella Danza de los Espíritus que jamás había calado en su corazón, tan profundamente sioux, un piquete de policías indios de la reserva lo asesinaba (por expresarlo de modo políticamente correcto: le aplicaba la Ley de Fugas)… No deja de resultar “curioso” que un Gobierno “preocupado” por el auge de la Danza mandara matar, precisamente, a quien más autoridad conservaba entre su gente para detenerla.

Alce Negro, sabio hombre-medicina de los oglala, fue en una de las visiones tenidas durante la Danza transportado al Más Allá, donde los indios muertos vivína en la abundancia y felices. En el centro del poblado vio a un hombre amarrado con los brazos abiertos al Árbol sagrado (evidentemente, el Jescristo pasado por el maquillaje progresista/evangélico/”piel roja”)… En 1931, el viejo hombre-medicina confesará honestamente haberse equivocado; que poco después recibió una visión distinta, similar a la gran visión tenida en su infancia, cuando nada sabía de la religión de los blancos:

“He reflexionado mucho sobre ello desde entonces y estoy convencido de que en aquella ocasión cometí un craso error. Había tenido una importantísima visión y debí atenerme únicamente a ella para que me guiase hacia el bien. Pero seguí las menores que me habían visitado durante la danza junto al Wounded Knee Creek. La del Arco Iris Llameante fue quizá un aviso, pero no lo entendí. No obedecí a la trascendental como era mi deber; me fié de las dos varas contempladas en la menor. Resulta arduo segui runa gran visión en este mundo de oscuridad y de sombras mudables. En esas sombras el hombre se extravía” (4).

La reducción acelerada y progresiva de su territorio, llevada a cabo a golpe de decreto y punta de fusil, había restado ya a los sioux mucha energía, y no sólo desde el punto de vista material. El piel roja se consideraba, junto con la Tierra y el Cielo, parte de un ecosistema cuyas fronteras no se detenían en lo puramente físico, sino que abarcaba el mundo sutil (psíquico) y el espiritual. Comentando su viaje a Occidente con el circo de Buffalo Bill, Alce Negro, bendecido desde niño por nitidísimas visiones, declaró: “Durante el tiempo que pasó al otro lado del Agua Grande, mi poder se extinguió y fui como un muerto que se moviese. Apenas lograba acordarme de mi visión, y cuando la recordaba, era a modo de sueño tenue” (5). Si sólo el alejarse de su tierra debilitaba en todos los órdenes al piel roja, podemos suponer lo que el verse despojado de ella significó para él. Por si fuera poco, al apartarse por culpa de aquel movimiento engañoso de la espiritualidad autóctona que durante tantas generaciones había dado sentido a su vida, se resintieron también su poder y energía celestiales, de modo que su fin se precipitó. Todo terminó poco después del asesinato de Toro Sentado, con la masacre de 1890 en Wounded Knee -en la que los soldados exterminaron a cañonazos a toda la tribu desarmada de Pie Grande- y con la orden de rendición dada días más tarde a los últimos rebeldes oglala y lakota por Nube Roja. Hoy, la mayoría de los descendientes de aquellos orgullosos cazadores nómadas, de aquellos altivos guerreros de la pradera, de aquellos santos hombres-medicina y de aquellas mujeres bellas y fuertes que parían solas en el bosque son croupiers en los casinos de las reservas, obreros en las centrales nucleares o, simplemente, baloncestistas alcohólicos.

Visto el panorama entre los pieles rojas, pasemos ahora a resumir brevemente el sistema de creencias que guía los pasos y el acontecer de una de las sectas más activas y que más han influido en la historia reciente de los negros norteamericanos: la Nación del Islam (NOI).

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De: Alias de MSNThe_dark_crow_v301 Enviado: 17/07/2006 13:20
Cosmología de la Nación del Islam

Como los pieles rojas en sus reservas, los descendientes de los esclavos africanos se desesperaban en los ghettos ante la ausencia de futuro: desarraigo, paro, problemas para acceder a los estudios superiores, drogas, alcoholismo… La Nación del Islam fue fundada en 1930 -como escisión del Templo de la Ciencia Morisca de los Estados Unidos- por un misterioso viajero sin nombre ni domicilio conocido, que atendía mayormente por Wallace Fard y muy pronto abandonó la escena, dejando las riendas en manos de su lugarteniente y discípulo Elijah Muhammad. Éste, como todos los “gurúes” de su especie, al mismo tiempo que excomulgaba a cuanto fiel de su secta mantuviese relaciones sexuales fuera del matrimonio, se dedicaba a cabalgar tenazmente a todas sus secretarias, de quienes tuvo trece hijos naturales. Tras negar la acusación durante años, terminó por justificar su conducta con el argumento de que los patriarcas del Antiguo Testamento tuvieron varias esposas. No es la moralista, sin embargo, nuestra línea de discusión, pues lo que deslegitima una creencia no son las faltas y debilidades individuales de los hombres. Las raíces del mal están, en el caso que nos ocupa, implantadas en planos mucho más profundos que el de las claudicaciones personales. Toda la cosmogonía de la Nación del Islam, que pudo sólo veinte años después de su fundación abandonar el estado de microsecta para convertirse en una organización con importantes contactos políticos internacionales gracias al carisma y la visión -política, no religiosa- de un joven llamado Malcolm X (a quien Elijah Muhammad, mediocre orador, lanzó como su delfín y pronto comenzó a hablar con voz propia), es el clásico cocktail completamente delirante que parte de la instrumentalización paródica, grotesca y descontextualizada (trasladada a un ámbito no-sagrado) de los conceptos propios de las religiones tradicionales: así, el color negro, sagrado en cuanto símbolo de lo No-Manifestado, lo sería por ser el de la piel de los hombres y mujeres negros; el Centro Supremo es un Consejo de doce hombres negros dotados de superpoderes que tras la salida de las cavernas del hombre blanco tomaron la decisión de ocultarse, reuniéndose desde entonces periódicamente con el fin de determinar en secreto el curso de la historia planetaria: ese Consejo Divino gobernante del Universo lo forman doce dioses, de los cuales el más poderoso es llamado Juez o “Allah”, y se superpone a otro de también doce dioses menores. Son llamados los Veinticuatro Científicos. Wallace Fard, fundador de la secta, que se presentaba a sí mismo como “Alá en persona”, “había enseñado a Elijah Muhammad que los afroamericanos eran los auténticos ‘cautivos’ mencionados en la Santa Biblia y que las razas blancas serían eliminadas de la faz de la tierra en cuanto ciento cuarenta y cuatro mil afroamericanos se convirtieran al Islam” (6), pues “historiadores como H.G. Wells” (sic) han probado que la cautividad judía en Babilonia jamás sucedió, en tanto los negros han permanecido en cautividad en Estados Unidos 430 años, desde que los primeros capturados en las costas africanas fueran encadenados y transportados en el navío Jesus.

La misión mesiánica de Fard Muhammad, nacido el 26 de Febrero de 1877, fue decidida en el año 13.086 a. C. por los 24 Científicos, reunidos en La Meca para elegir un nuevo Juez (que reinaría durante 25000 años: hasta 11.914 d. C.) y escribir el Libro Madre (del que el Corán, el Zend Avesta y la Biblia -falsificada a posteriori por los blancos- son ramas) cuyo “tesoro” son las profecías acerca del nacimiento futuro del Hijo del Hombre. Ese Mesías de los Últimos Tiempos será, por supuesto, Fard Muhammad, el fundador después “retirado” de la NOI. La siguiente reunión tuvo lugar en 1870, también en La Meca: antes de enviar al mesías, había que encontrar a las 144.000 ovejas del rebaño perdido de la última tribu de Israel, piedra fundacional del nuevo Reino de Dios. que éste debía devolver a casa. Los Veinticuatro Científicos las localizaron en 1874 en América, perdidas en el infierno de los blancos.

Uno de los Científicos, “posiblemente el propio Juez”, era Alfonso Allah, el padre de Fard. Estaba dispuesto a cumplir la misión él mismo, pero al ser un negro puro nacido en la localidad árabe de Teman (Habakuk 3, 3: “Viene Dios de Teman, el santo, del Monte Paran”) sería fácilmente reconocido por los blancos, quienes no le dejarían cruzar la frontera de los Estados Unidos (al parecer, Dios omnipotente sufre segregación racial). Así que se dispusieron las cosas de modo que Alfonso engendrase al mesías en una mujer asiática de raza blanca (sic) que diera sus rasgos al niño y le permitiera llegar “como un ladrón en la noche”, sin ser detectado. Su madre, Baby Gee, no es otra que la mujer con el sol por cabeza que pare al Mesías en Apocalipsis. Según Farrakhan, las doce estrellas en torno a su cabeza serían los Doce Científicos.

Nos encontramos, pues, con una cosmogonía más cercana al cómic y la ciencia-ficción (¿hablamos de La Meca o de Gotham City?) que otra cosa. Tal concepción del “Islam” (en la que, cuando interesa, funciona perfectamente -entre los líderes- el principio protestante del libre examen: casi podríamos decir que no existe secta sin fermento protestante entre bastidores) es un batiburrillo estratégicamente mezclado en el que los preceptos islámicos se venden adulterados con doctrinas absolutamente contrarias al espíritu coránida -biologismo, racismo, nacionalismo- y falsificaciones históricas cuyo origen reside en el más rancio maniqueísmo blanco/occidental moderno vuelto del revés (Jesús era negro, Abraham era negro, Beethoven era negro… etcétera). La Biblia, según Fard, la reescribieron por orden de Jacobo I de Inglaterra Shakespeare y Francis Bacon, entre otros, con el objetivo de ocultar la supremacía espiritual de los negros. En conjunto, cualquier relación entre la prédica de la NOI y las enseñanzas musulmanas es poco más que mera coincidencia, sirviendo estas últimas como máscara y envoltorio a una historia mitológica de la raza negra fruto de la fantasía y con raíces en el ocultismo, inspirada en la línea teosofista de Madame Blavatsky, así como en la herejía ahmaddiya (porque, para Fard y su descendencia, Cristo -por supuesto- murió en Cachemira).

La perfecta sincronización entre sectas y servicios secretos

Todos conocemos la falacia oculta tras declaraciones como “Asia para los asiáticos” en labios de un Mao Tse Tung o un Nehru que cimentaban sus reivindicaciones en las obras de pensadores tan asiáticos como Engels o Bertrand Russell, pero rara vez se ha analizado con seriedad la trayectoria de los movimientos preconizadores de una vuelta a las raíces nacidos entre no-occidentales que vivimos en Occidente. Tal vez, ya que se vive en la guarida del tiburón, sea lo más sensato en tales casos considerar la lucha frontal perdida de antemano, y lo conveniente -como aconsejarían los teóricos de la guerra- limitarse a la estrategia partisana. Mas no entraremos en ese particular. Nos limitaremos, por el momento, a señalar cómo prácticamente cada vez que las comunidades de raíces asiáticas, africanas o pieles rojas que -bien por ocupación, bien por emigración- viven incrustadas en la civilización levantada por el occidental moderno han tratado de resistir o rebelarse contra el proyecto titánico-luciferino de éste, se han visto contaminadas y lastradas en su empeño por herejías y doctrinas ocultistas, de origen tan occidental y moderno como el discurso y el modelo social presuntamente combatidos.

A uno le cuesta trabajo comprender cómo un sioux podía sentarse a escuchar las palabras del capellán del 7º de Caballería cuyos sables habían degollado a toda su tribu, pero no hay más remedio que reconocer que, como si hubieran sido víctimas de una operación de hipnosis colectiva, todas las comunidades anti-occidentales insurgentes, en algún momento de ese proceso de rebelión en defensa de su derecho a existir, se han visto compelidas a levantar, como presunto acto de toma de conciencia de su identidad racial y cultural no-occidental… ¡la bandera de una herejía o extremismo pseudo-religioso de origen blanco y moderno!, presentando dicha pseudo-espiritualidad blanca torpemente maquillada de moreno como símbolo de una vuelta a la pureza, a los orígenes, a la sacralidad primordial de su raza, cuando no estaban en realidad sino alejándose cada vez más de ese estado anterior al asalto occidental. Podría, incluso, constatarse que, cuanto más apocalíptica y radical es su verborrea, más inofensivo y fácil de asimilar por el Sistema resulta el grupo opositor, para cuyos miembros ese discurso de confrontación total viene a resultar, paradójicamente, su principal garantía de supervivencia física, su principal garantía de que serán respetados por los órganos represores del Sistema.

En efecto, resulta tremendamente significativo que el Sistema, que sostiene un permanente pulso público contra los mesianismos étnicos y las sectas pseudorreligiosas radicales de clientela no-blanca, jamás llegue a un enfrentamiento directo con ellas: los líderes de sectas raciales, en efecto, jamás son asesinados o encarcelados ni tienen con los servicios secretos problemas que desemboquen en sentencias realmente preocupantes para ellos, cosa que sí sucede a los líderes naturales de las comunidades étnicas minoritarias que, prescindiendo de fantasías apocalípticas, no militan en ningún integrismo salido de tiesto y presentan programas políticos y sociales coherentes (recuérdese al Malcolm X post-NOI, a Martin Luther King, al líder lakota Leonard Peltier…). Conocemos, sí, muchos casos de “gurúes” indios, negros o extremo-orientales operantes en Occidente que han sido perseguidos por ello, pero sólo cuando su clientela era blanca y cuando no jugaban ningún papel político en el tablero. El “guru” Rajneesh, por ejemplo, podía incomodar y poner los dientes largos con su flotilla de Rolls-Royces a los inspectores del Fisco, y se podía ir “a por él” sin más complicaciones. Elijjah Muhammad, en cambio, con sus furiosos ataques a la figura de Martin Luther King canalizados a través de Malcolm X, era una pieza clave en la estrategia diseñada por el poder para fomentar la desunión del movimiento pro-derechos civiles negro, y no convenía tocarle. Desde el momento en que su delfín dejó de cantar al son de su batuta, comenzó a pensar por sí mismo y a tratar, entre otras cosas, de reparar desde fuera de la organización la división de los negros fomentada por su maestro, se convirtió de inmediato en diana fácil y autorizada. Sus días estaban contados.

Como hemos visto, el conjunto del bagaje ideológico-doctrinal de la Nación del Islam liderada hoy por Louis Farrakhan está tomado de fuentes teosofistas totalmente desligadas tanto de la tradición islámica como de las creencias del África Negra. Todo lo encontramos ya en Blavatsky, Batman y el dios de los mormones sentado en su planeta. En realidad, toda su oposición a la supremacía blanca se manifiesta como absolutamente indolora para el Sistema. Este demoniza sin cesar a los movimientos sectarios de clientela no-blanca, pero tales movimientos, en el fondo, le hacen siempre tan buen servicio que nos preguntamos si no serán verdaderos empleados suyos. La finalidad última de todos los movimientos raciales radicales siempre parece haber sido servir, a la postre, a los intereses de los blancos. Si no, ¿por qué el Gobierno americano alarmado por la popularidad de la Danza de los Espíritus ordena la muerte de su principal opositor, Toro Sentado? En correspondencia con esto, las sectas evangelistas nacidas en Estados Unidos y enfocadas hacia la captación de negros, gitanos o indios centro y sudamericanos no están del lado de los palestinos morenos y creyentes, sino del Estado de Israel que defiende el derecho de los judíos rubios, ojiazulados y -mayormente- agnósticos cuando no ateos a partir los huesos a aquellos. Louis Farrakhan se desgañita en una retórica barata que -por fácilmente ridiculizable- viene de perlas al establishment wasp, pero la Nación del Islam jamás ha organizado un frente de combate violento contra ese establishment, como sí -con infinitamente menos recursos económicos y humanos que él- hicieron los Panteras Negras o el American Indian Movement, cuyos principales dirigentes y militantes fueron asesinados por el FBI, encarcelados tras urdirse falsas acusaciones contra ellos y encerrados en prisiones de alta seguridad de ubicación desconocida incluso para sus familiares. ¿Cuántos miembros de la Nación del Islam han estado en ese caso? Ni uno.

Malcolm X fue asesinado por las mismas razones que lo fue Toro Sentado: por darse cuenta de todo esto, por darse cuenta de que el discurso de odio racial y fantasía barata con que le había lavado el cerebro Elijah Muhammad nada tenía que ver con el Islam ni con las añejas cosmogonías de los pueblos africanos, y percibir que la supremacía mundial del hombre ateo sólo podía ser vencida a través de una lucha política consciente. Elijah Muhammad no era peligroso, puesto que sus objetivos eran los mismos que los del FBI: mantener la lucha del hombre negro por su emancipación y del hombre creyente contra el establishment ateo dentro de los márgenes del delirio teosofista y la ciencia-ficción, es decir, de la actividad y el pintoresquismo sectarios y siempre estériles, de modo que el Sistema no se sintiera amenazado. Pero Malcolm X, ya desligado de la Nación del Islam y al frente de una Organización para la Unidad Afro-Americana intelectualmente abierta a una perspectiva de lucha global libre de restricciones y lastres racistas, cuya principal estrategia era la internacionalización del problema del negro americano,realiza en 1964 una gira por África y Oriente Medio, en el curso de la cual asiste a la cumbre de la Organización para la Unidad Africana y se entrevista con líderes de la talla de Ben Bella y Nasser, así como con numerosos estadistas del África Negra. Su objetivo: lograr el apoyo del bloque afroasiático en la acusación formal que propone presentar en la ONU contra Estados Unidos, única nación desarrollada que jamás había firmado el Pacto de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos, de violar sistemáticamente los derechos de los afroamericanos, equiparándolo al régimen de Sudáfrica. Y eso, ya, era otro cantar.

Cuando Malcolm X, distanciado de su mentor espiritual y político, viaja a La Meca, es recibido como huésped de honor por el rey Faisal, quien -mucho peor informado que Herodes en su tiempo- no tiene ni idea de que el “mesías” haya nacido en La Meca ni residido en Detroit y le dice: “Si lo mucho que he leído es cierto, creo que los musulmanes negros de Norteamérica no han comprendido bien el Islam”… En la ciudad santa de La Meca, Malcolm, ya fuera de la NOI y sumido en un proceso de reflexión, se encuentra con el Islam ortodoxo, el verdadero, tan distinto del saco de odio que Elijah Muhammad presentaba como tal, y cambia muchas de sus posiciones. Queda ya muy poco para que se tome la decisión y se dé la orden de segar su vida en el salón de baile Audubon de Harlem. Porque al establishment le interesaba un Malcolm X líder de una secta de fanáticos fácilmente caricaturizable y reducible, un Malcolm X al frente de un Ku-Klux-Klan negro (un Ku-Klux-Klan negro, además, tan respetuoso con la Constitución que no causaba la más mínima perturbación física a los blancos). Pero no podía ver sino un peligro en el Malcolm X que abre los ojos y advierte que todos sus esfuerzos y energías han estado mal encaminados desde el principio; en el Malcolm X que, ante la piedra negra de la Kaaba, ve cómo se evapora el vaho que le empañaba las gafas y se da cuenta de la manipulación de que ha sido víctima y de que la Nación del Islam no es sino una columna de humo encendida por el Sistema para mantener a los negros viviendo en la sumisión, no a la voluntad de Dios -como el Islam predica- sino a la del establishment; en el Malcolm X que se da cuenta de que la Nación del Islam no es más que una organización blanca a la que se ha pintado de negro.

En el Malcolm X, en suma, que -aunque no se haya dicho nunca- descubre en Elijah Muhammad los rasgos clásicos, paradigmáticos del agente del FBI, del negrito de Lo que el viento se llevó que sirve a su amo con más fidelidad que un perro. No es cierto lo que se dice de que el FBI y la NOI tenían cada uno sus motivos para eliminar a Malcolm X: tenían ambos el mismo motivo. Las sectas convienen tanto al Sistema como a los “gurúes” de las mismas. Los verdaderos líderes, en cambio, son el común rival de ambos.

Rasgos contrainiciáticos de Fard Muhammad

Pero, haciendo uso de las herramientas de análisis ofrecidas por René Guénon en obras como El reino de la cantidad y el signo de los tiempos, tenemos a mano indicios que nos permiten razonablemente suponer que, en sus orígenes, la Nación del Islam no fue tanto una creación de los servicios de inteligencia norteamericanos como resultante de la cooperación -plenamente consciente o no- de estos con la maquinaria puesta en marcha por una instancia que les superaba en alcance, es decir, de la cooperación de la jerarquía claramente contratradicional de los primeros con la jerarquía contrainiciática. Para ser más precisos: Hoover representaría a la jerarquía contratradicional, y Wallace Fard a la jerarquía contrainiciática. Lo poco -o mucho- que conocemos de la biografía del segundo nos autoriza a reflexionar en tales términos. En ella encontraremos todos y cada uno de los ingredientes de rigor en la trayectoria de cualquier pseudo-guru que se precie.

Como escribiera en 1938 E. D. Beynon, “incluso su propio nombre es incierto. Uno de los escasos supervivientes que escucharon sus primeras prédicas (la hermana Carrie Muhammad) declara que afirmó: ´Mi nombre es W. D. Fard y vengo de la ciudad santa de La Meca. No os diré más sobre mí por ahora, pues el tiempo aún no ha llegado. Soy vuestro hermano. Aún no me habéis visto con mi túnica real´”.

Fard nació el 26 de Febrero de 1877 en La Meca. Aunque de raza negra, aparentaba ser blanco (único dato que, de ser cierto, podría calificarse de “milagroso” en su biografía). Tras estudiar durante 16 años en el Círculo de los 12 Científicos, prosiguió su instrucción de la mano de su padre, quien pagó altas sumas por “raros libros de sabiduría” muy difíciles de localizar. En total, sus estudios se prolongaron durante 42 años, “los exigidos en el antiguo Egipto para alcanzar la divinidad” (?). Tras su elección como Juez (es decir, como “Allah”) por el Consejo de los Científicos, en 1910 dejó Arabia para trasladarse a América. Aquí da comienzo la leyenda, y nunca mejor dicho, pues no será hasta 1930 (“en algún momento entre 1910 y 1930” regresó a Arabia) que una enigmática figura tocada con un turbante o un fez aparezca en Detroit (Michigan) presentándose de puerta en puerta como vendedor ambulante de sedas y utilizando varios nombres, no llegándose nunca a conocer su verdadera identidad. El 22 de Septiembre de 1931, Elijah Muhammad le escuchó por vez primera, reconociéndole como el “Hijo del hombre”.

Su nombre debutó en las páginas de la prensa con motivo de la detención en Noviembre de 1932 de uno de los dirigentes de la organización Templo del Islam de Allah de Chicago que, siguiendo las instrucciones de los manuales escritos por Fard, asesinó ritualmente en presencia de otros miembros de la secta a su compañero de piso. Según Fard, que en una detención posterior se declaró “jefe de los vudús”, su discípulo (miembro del círculo interno, cuyos componentes eran conocidos como “dioses”) había malinterpretado sus enseñanzas. El psiquiatra dictaminó que Fard sufría ilusiones de creerse una divinidad.

Un año después, en 1933, tres más tarde de iniciar su predicación, desapareció para siempre, sin que jamás volviera a saberse de él. Todas las investigaciones realizadas sobre el particular por el FBI hasta principios de los 60 no condujeron sino a resultados ridículos, cuando no se revelaron como meras bombas de humo. La confesión por el FBI de su “incapacidad” para dilucidar la verdadera identidad o el paradero de Fard, sencillamente, no es de recibo tratándose de los servicios secretos americanos y tratándose del siglo XX. Los recientes arrestos, veinte años después de sus desapariciones, de terroristas de la Baader Meinhoff cuyas coberturas eran prácticamente perfectas, dicen a las claras que nadie que el FBI y la CIA no quieran se va de rositas. Más bien se deduce que el FBI compartía con Elijah Muhammad el interés de que nada llegara jamás a saberse sobre la identidad y actividades de Wallace Fard. Si el FBI no “puede” averiguar la identidad de un individuo, esto sencillamente significa que tal individuo se encuentra bajo su protección.

Fard Muhammad podría ser llamado el hombre de las mil identidades. Según la tesis más difundida, el Maestro Fard no sería sino Wallace Dodd Ford, actor hijo de un blanco británico establecido en Nueva Zelanda, y pertenecería por línea materna al pueblo maorí (una comunidad de piel oscura, pero de ningún modo de raza negra); en 1926, habría sido encarcelado en San Quintín por tráfico de heroína, quedando en libertad en 1929. Según otras fuentes, habría sido un árabe mequí de la tribu Quraishí, un negro jamaicano de padre sirio, un diplomático iraquí, un palestino, un turco al servicio del III Reich… Incluso habría estudiado e impartido clases en Berkeley. Pero la primera hipótesis, aireada por el FBI y finalmente archivada -sin duda, por “órdenes de arriba”- resulta la más plausible (7).

En rigor, una de las principales razones que hubiera tenido Elijah Muhammad -y el FBI- para ocultar para siempre a Fard es que el mesías negro, como se dijo más de una vez, fuera blanco, y no sólo lo pareciera. Que Fard era blanco resulta patente en los esfuerzos doctrinales realizados por Elijah Muhammad para justificar ese hecho. Lo más sencillo para certificar sus orígenes habría sido enseñar una foto de su padre, su abuela o cualquier otro pariente directo de raíces africanas, pero la respuesta a esa acusación fue, en cambio, una prolongada retahíla de insensateces: el Mesías debe llegar como un ladrón en la noche, no debe ser reconocido, a Fard no le habría sido posible entrar en Estados Unidos de poder ser reconocido como negro… Por ello, los dioses dispusieron que fuera engendrado en el vientre de una mujer blanca, aunque musulmana, de modo que heredase los rasgos fenotípicos de ella, bla, bla, bla… Lo más probable es que Fard no llevara en las venas una sola gota de sangre negra. El mestizaje no es difícil de encontrar ni constituye motivo de escándalo entre los negros norteamericanos: lo que sí resultará empeño francamente arduo es dar con un hombre de sangre negra que no la manifieste al exterior en ninguno de sus rasgos. Sin embargo, tamaña burla -el mesías negro es blanco- conviene perfectamente a un movimiento contrainiciático, paródico siempre en su esencia.

En realidad, toda la figura de aquel Fard tan aficionado, como Aleister Crowley, a mudar de identidad -y a quien en la actualidad identifican los sectarios de la NOI con el Rey del Mundo de Agarthi- nos dice de la caracterización de un personaje creado o propulsado al alimón, a partir de referencias míticas, por instancias contrainiciáticas y servicios de inteligencia. El montaje propagandístico sobre su vida y orígenes compone una evidente caricatura del Paráclito, inspirada en arquetipos como El Judío Errante o el Conde de Saint Germain: en efecto, Fard era no sólo “Allah en persona”, sino -nada hay nuevo bajo el tibio sol del ocultismo- también el Conde de Saint Germain, quien profetizó que volvería después de 85 años; como fue visto por última vez en 1788-9, la fecha es -claro- 1874, cuando los 12 Científicos se reunieron en La Meca para preparar el viaje a América del “Hijo del Hombre” (8)… Su vida pública duró tres años. El ghetto de Detroit donde debutó como mesías se llamaba Paradise Valley. Venía “de Oriente”. Ante un juez que lo detuvo en relación con el crimen ritual cometido por varios de sus seguidores confesó ser “el Regente Supremo del Universo” (obvia parodia del interrogatorio de Jesús por Pilatos)… Su nombre al “llegar” a Estados Unidos era Wallace Fard, significando Wallace “extranjero”. En “algún momento entre 1910 y 1930” (indeterminación temporal bastante notable, por cierto) regresó a Arabia, donde cambió el Wallace por Wali (“amigo”). Fard significaría “brillante estrella matutina”.

Resaltemos, además, esta circunstancia: Elijah Muhammad, cabeza visible de la Nación del Islam y vicario de Fard en la Tierra, jamás hizo el hajj. En 1959, las autoridades mequíes le prohibieron la entrada en la Ciudad Santa. Muhammad atribuyó el contratiempo a las intrigas de la CIA; en años posteriores, esgrimió como excusa la persecucion policial, así como la negativa de las autoridades a proveerle de un pasaporte. En cambio, Malcolm X -que en 1958, por razones que se ignoran, estuvo en Arabia Saudí pero tampoco pudo entrar en La Meca- sí lo hizo, una vez abandonó la secta. ¿Estaba Malcolm X menos vigilado que Elijah Muhammad? Evidentemente, no. Pero, ¿podía el mediocre, el impostor Elijah Muhammad salir al extranjero y entrevistarse con hombres de Estado africanos sin que se descubriese la impostura? ¿Podía Elijah Muhammad ir a La Meca y encontrar una respuesta convincente que dar a sus seguidores cuando le preguntaran por qué él, vicario de Fard en la Tierra, no había sido recibido con toda pompa por éste y los otros 11 Científicos en “su” ciudad santa? Hay, además, una última razón: la verdadera razón, y no otra, de que Elijah Muhammad jamás peregrinase a La Meca es que los ritos sagrados están vetados al mago negro. Un servidor de la contrainiciación no podría jamás besar la Kaaba sin que los labios se le pudriesen. El Dajjal no podrá entrar ni en Medina ni en La Meca.

Apostillemos, para terminar, que Louis Farrakhan parece tremendamente obsesionado por la presunta necesidad de que los negros y demás minorías étnicas demos “ejemplo” ante los blancos. Un pensamiento, si se me permite decirlo, bastante blanco, que cualquier asistente social o trabajador por la integración blanco suscribiría no sólo sin problemas, sino -incluso- con entusiasmo. Honestamente, no tenemos noticia de que el Gobierno de Estados Unidos, Canadá, Australia o cualquier nación europea esté preparando campaña alguna para mejorar la imagen que de los blancos tenemos los gitanos (e indios en general), los negros, los árabes, los mongoles, los persas, los cherokees o los tibetanos, por sólo citar un puñado de ejemplos en la mente de todos. Que los hombres y mujeres de raza negra o no-occidental somos mayoritariamente creyentes en tanto la mayoría de los occidentales modernos no lo son, o lo son de un modo en extremo vago; que los hombres y mujeres de origen africano, asiático o americano original mayoritariamente regimos nuestras vidas por principios de orden espiritual, en tanto la mayoría de los occidentales modernos hace gala de una insensibilidad e indiferencia -cuando no hostilidad- notoria hacia tales principios es algo que resulta perfectamente evidente sin necesidad de recurrir a panteones imaginarios, fantasías baratas ni mejunjes ocultistas. La mentalidad subyacente en la “cosmogonía” de Wallace Fard es, le pese o no a Louis Farrakhan, muy poco africana y profundamente estadounidense: en lo más hondo de su ser, le gustaría poder “revelar” que George Lucas es negro.

NOTAS

(1) Bernard Dubant, Sitting Bull: el último indio (Olañeta, Palma de Mallorca 1991).

(2) B. Dubant, op. cit.

(3) Op. cit.

(4) Arco Iris Llameante, Alce Negro habla (Olañeta, Palma de Mallorca 1984).

(5) Op. cit.

(6) Karl Evanzz El factor Judas. El complot para asesinar a Malcolm X (Ediciones B, Barcelona 1993).

(7) “…aunque el Mensajero negaba públicamentre que existiera alguna relación entre Wallace Dodd Ford y el Maestro Fard, Malcolm X y otros funcionarios de alto rango del círculo más íntimo de Elijah Muhammad compartían un secreto que era imposible negar: que cuando quería ocultar sus viajes, el Mensajero solía hacer las reservas de vuelo bajo el nombre de ´Dodd´. Para aquellos que habían preguntado por qué, la respuesta al enigma era sin duda dolorosa” (K. Evanzz, op. cit.) Wallace Dodd Ford, aunque en 1891 y no en La Meca, sino en Hawaii, nació -como el Maestro Fard- un 26 de Febrero. Su compañera supo de él por última vez en 1932, cuando éste le dijo que iba a regresar a Nueva Zelanda con sus padres.

(8) En torno a 1870 nacieron varios pseudo-mesías o aspirantes a tales, Gurdjieff entre otros.