Medicina Folclórica

Medicina Folclórica

Tal como lo destaca José A. Mainetti, la medicina “nativa”…… pertenece a una rama importante de la Antropología Cultural. Por su parte, la excelencia en el crecimiento de la medicina científica excediendo por momentos el límite de lo esperado y alejándola de una ética formal, obliga por cierto a reformular sus objetivos y alcances con el claro fin de propender a la salud humana a expensas de una práctica médica integradora y humanista. Al respecto, es oportuno rescatar el criterioso pensamiento del Dr. H. T. Mahler, Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) quien allá por el año 1974, destacó que los graves y crecientes problemas sanitarios que enfrenta la Humanidad obliga al uso de todos los recursos posibles, hasta de los mismos curanderos. De hecho su propuesta alentó sin ambages la necesidad de reducir la distancia entre la medicina científica y cualquier otra práctica terapéutica que tienda a mejorar la enfermedad y sostener el nivel de la salud de la población.

Un hecho que entroniza a la medicina popular noroestina es su accidentado ecosistema geográfico, situación que influyó notablemente en el mantenimiento de rasgos pre científicos de una medicina popular genuina que, en algunas regiones tales como la puna, han permitido sobrevivir a las primitivas prácticas indígenas de la región andina.

El arquetipo nosológico que caracteriza el folclore médico del noroeste argentino reúne, según Mainetti, dos pensamientos místico – patológicos: la intrusión de cuerpo extraño y el robo del alma, donde este último estado ya revela la temerosa actitud ante la imprevisible y sobrenatural, pero que conforman aún la vigencia de una medicina popular arraigada en el “pasado indígena de América” (Homero Palma) pero con el aporte cultural de la civilización hispánica. En otras palabras, así como sucede en otras medicinas populares de América, las influencias culturales desarrolladas en el ámbito noroestino y particularmente en la puna invistieron también a esta región de la práctica de un folclore fuertemente impregnado de una cosmovisión espiritual de la vida.

Muchas de las formas ideológicas son todavía difíciles de precisar en sus orígenes. Así, por ejemplo, la idea de “cálido” y “fresco” tendría su origen en una filosofía templaria cuya práctica se remontaría a períodos anteriores a la conquista española y ya vigentes en antiquísimas culturas africanas (Jelliffe y Bennett [ Read, 1968: 46 ] ). Tal como lo expresa Homero Palma “la idea de cálido y fresco se halla también integrada con los valores esenciales de las formas patológicas y terapéuticas…” “…que hace difícil, sino imposible, admitir su origen hipocrático por conducto de la conquista hispánica”.

Otro tanto puede decirse de la antiquísima idea del “susto” que identificó al folclore egipcio en la denominada “copa del temor”, recipiente de cobre dúctilmente decorado en el cual tomaban agua los campesinos para disipar el citado mal (Read, 1968).

Con respecto a la hipótesis del “cuerpo extraño” se acepta también su origen cultural muy antígeno (paleolítica?) y que a través de su dispersión fue alcanzando remotas regiones de América.

No puede negarse, sin embargo, la influencia colonialista sobre ciertas creencias tales como el “mal de ojo” que, a pesar de sus controversias entorno a su verdadero origen, sigue asociándoselo con la idea de envidia, defecto que ya en el viejo mundo se lo vinculaba al referido mal.

Un interesante y genuino culto folclórico noroestino es el “exvoto” a la Pachamama (diosa ectónica de los Andes meridionales y centrales), que consiste en la actitud de ofrendarle objetos diversos (corazones vivos de animales, placentas humanas, alcohol, hojas de coca, etc.) para restablecer la salud u obtener la gracia del perdón. En este sentido el exvoto representa el voto de gratitud hacia el dios de la tierra (Pachamama).

Resulta atinado destacar que la folk-medicina no solo le aporta a la medicina antropológica sino que mantiene todavía un lugar merecido en el ejercicio de la medicina sanitaria contemporánea.

En otros términos, la etnomedicina garantiza, con su presencia folclórica, el éxito de cualquier emprendimiento de salud de la región. En este sentido puede afirmarse que en el noroeste (sobre todo en la región puneña) la medicina folk mantiene insita la “idea” de cultura folk (Redfiel, 1930, 1947). Es así como en el caso particular del habitante de la puna, este hecho testimonia el persistente arraigo de estas creencias a lo largo de la historia.

Por otra parte, con sentido crítico debe admitirse que el raudal de principios terapéuticos con que cuenta la medicina popular carece de los atributos que ofrece la medicina clásica y, por ende, no alcanza a promover una acción terapéutica eficaz.

Sin embargo, pueden rescatarse ciertas virtudes terapéuticas en la farmacopea herborística, tan difundida en la cultura aborigen prehispánica y, como muy bien apunta Piovesan (1959), ha sabido resistir la prueba del tiempo, “a despecho mismo de los ataques de los médicos y demás profesionales” y termina diciendo este autor: “…e indica que la medicina folk no es un conjunto bizarro de creencias y supersticiones, sino, sobre todo, un cuerpo consistente de conocimientos, de gran vitalidad y bien integrados”. A pesar de esta singular expresión de Piovesan, no debe soslayarse la crucial diferencia del concepto de la enfermedad en la ambiencia folk en relación con la definida por la ciencia médica. Y esta reflexión pesa pues la mayoría de las veces la medicina popular no alcanza a explicación el origen de la enfermedad

CONSIDERACIONES ACERCA DE LA ENFERMEDAD, EL PACIENTE Y EL SANADOR, EN EL ECOSISTEMA DEL NOROESTE ARGENTINO

Resulta comprensible que en aquellas regiones del NOA poco menos que ignotas y por naturaleza huérfanas de recursos pero impregnadas de importante prosapia indígena, se mantenga una forma de curar en la magia y el empirismo. Es así como en el escenario principal de la medicina mágica se identifica al hechicero (curador actual) como protagonista y figura principal, cuyo poder ilimitado y sobrehumano se trasunta en la grandilocuencia de sus actos y de sus palabras. Personalidad ella que emula una actitud omnipotente y rayana con lo sobrenatural.

Las actitudes compulsivas y reiterativas de los curadores actuales prolongan en el tiempo las antiguas prácticas de los hechiceros indígenas, genuinos hacedores de la medicina popular que hoy todavía remane en el Noroeste Argentino.

Importa señalar la cabal diferencia entre la actitud poco menos que coercitiva empleada por el curador, quien apela a ocultos poderes naturales (negados al hombre común) y aquella empleada por el devoto que reza a su dios pero a expensas de una disposición suplicante y de reverencia.

Cabe señalar que la medicina popular no logra comprender el origen de la enfermedad a través de causas naturales. Entonces opta por explicar su génesis a través de la participación de espíritus, buenos y también malvados, que pueblan los reinos vegetal, animal y mineral. Es así como la narrativa folclórica de la región cuenta con elocuentes ejemplos de procedimientos curadores. He aquí algunos de ellos: …aquel que refiere el paisano de la montaña cuando “se siente agarrado a la tierra”, aludiendo al suelo inerte que corporizado en la silueta de un espíritu malo le arrebata el alma y dejándolo sin fuerzas, desanimado y con su cuerpo dolorido; sintomatología que en algunas circunstancias puede evidenciar un compromiso neurológico de difícil encuadre. Aquí, la tarea del curador (auténtico simulacro hechicero) consiste en influir sobre el espíritu, manipulándolo como si se tratara del propio enfermo para lograr, finalmente, apaciguarlo y someterlo, devolviendo al paisano su estado de salud. Se comprende, así, la actitud mística de ofrecer a la Pachamama (diosa tierra) ofrendas (alimentos, objetos diversos, bebidas, etc.) y plegarias. Estos ofrecimientos a la Pachamama, que equivaldrían al acto de dar de comer a la tierra, se identifican con el término de “corpachar”, del quechua “Korpatjay”, que significa hospedar (Pérez De Nucci); dramatización en la cual participa tanto el curador como el propio habitante de la comunidad. Se configura de esa manera un escenario convincente para sosegar a la deidad ofendida.

Existen casos donde el componente mágico brinda un ponderable beneficio curador. Es en aquellos fuertemente impresionables en los cuales la variada y conocida gama de la farmacopea indígena (sobre todo herborística) es reemplazada por el uso de elementos inertes y sin propiedades farmacológicas reconocidas, pero que poseen alguna semejanza. Se citan así: en los casos de hemorragias el uso de piedras de color rojo; o bien, frente a la ictericia, las flores amarillas.

Otro ejemplo interesante extraído de la medicina popular del Noroeste Argentino se identifica en la llamada magia por contacto donde por ejemplo la actitud de hacer el mal, reservado a individuos con poderes especiales para hacer efectivo el maleficio recurriendo a objetos (prendas íntimas, cabellos, etc.) que pertenecen o han estado en contacto íntimo con el sujeto al cual se lo quiere enfermar.

También el tabú (voz de la polinesia que significa prohibición) ocupa un lugar destacado en la medicina popular noroestina. Entre las prohibiciones que rotulan a este precepto cabe mencionar el “kaikar” o “aicar”, que fija la prohibición por parte de la mujer embarazada de acercarse o contactar con todo aquello vinculado con la figura de la muerte en sus diferentes expresiones (velatorios, cementerios, morada de antepasados, etc.). Su desobedecimiento torna endeble al producto de la concepción, dando lugar al nacimiento de un niño “aicado”, padecimiento que se traduce por un retardo físico y mental, al mismo tiempo. Al respecto, Nestor Homero Palma refiere que el “aicar” representa un tabú arraigado en la región puneña y zonas de valles calchaquíes identificado a menudo con la desnutrición y su principal referente: el retardo psicomotriz de ese niño que habita aquellas yermas soledades.

En consecuencia, la interpretación popular de la verdadera causa de este padecimiento radica en la directa quiebra del tabú por haber observado la madre a un muerto o bien asistido a un velatorio o, también, haber transitado por “antigales”.1

Incumbente como ilustrativo es mencionar que, si bien la palabra tabú es oriunda de la polinesia, existe parentesco de esta acepción con el “Kodausch” hebreo y el “Sacer” de los romanos.

Resulta notable cómo, este precepto ecuménico de prohibición, permanece todavía vigente en el arrinconado y solitario páramo puneño.

En su obra referida al tabú, Northcole Thomas menciona que todo aquello vinculado con él representa una poderosa fuerza mágica emanada de ciertos espíritus y que se expresan en diferentes figuras u objetos inanimados que estuvieron en contacto directo con tales figuras, por ejemplo un difunto y las que fueron sus pertenencias o lugares frecuentados en vida. Cada una de ellos, sea la figura del muerto como la de los objetos inanimados que estuvieron en contacto con él equivaldrían, según este autor, a “objetos que han recibido una carga eléctrica; constituyen la sede de una terrible fuerza que se comunica por el contacto y cuya descarga trae consigo las más desastrosas consecuencias cuando el organismo que lo provoca no es lo suficientemente fuerte para 2resistirla”. Volviendo al ejemplo de la gestante y su hijo, ambos no gozarían de la fuerza necesaria para contrarrestar la avalancha de adversidades devenidas como consecuencia de la ruptura del tabú.

Analizando el tabú desde la óptica del psicoanálisis, Freud marcó sus coincidencias con la neurosis obsesiva, eventualidad que se profundizan aún más cuando este precepto apunta a los difuntos y a la mujer embarazada. Cabe agregar aquí que la práctica de este tabú todavía impera en vastas regiones del noroeste argentino ( los Valles Salteños y Jujeños, el Valle Calchaquí, la Puna, el Valle de Tafí). Freud al compararlo con la prohibición obsesiva del neurótico refiere que “el tabú es una prohibición muy antigua, impuesta desde el exterior y dirigida contra los deseos más intensos del hombre…” . Sigue el autor destacando que la fuerza mágica que genera el tabú induce al hombre a la tentación, y donde el objeto del tabú se comporta como objeto contagioso.

Con genuino criterio el profesor Armando M. Pérez De Nucci se pregunta; “cuánto de neurótico obsesivo tienen en su personalidad el enfermo y el curador de las distintas zonas donde esta patología se halla presente

IDEA GENERAL DE LA ENFERMEDAD

En su cardinal publicación vinculada con la Medicina Tradicional del Noroeste Argentino, Armando M. Pérez De Nucci3 expresa el concepto de la enfermedad de acuerdo a los siguientes hechos:

a) Desde sus albores el hombre común ha enfrentado a la imagen de la enfermedad conforme a dos posturas diferentes: a través del empirismo, apoyado en su experiencia cotidiana o bien, frente a un fenómeno inexplicable, aceptarlo como de origen sobrenatural. En el primer caso la conducta se identifica con el ejercicio de la antigua medicina. No así cuando el padecimiento domina lo sobrenatural. Es aquí donde se impone el relevante quehacer de la medicina popular noroestina.

b) El arquetipo que configura la idea de enfermedad responde al común denominador de sobrenaturalidad. Por lo tanto puede adoptar fisonomías que la identifican con el tabú, a partir del precepto de lo prohibido, o también a través de la intervención de un cuerpo extraño (interferencia mágica); o bien recurriendo a la exaltación mística (sublimación religiosa).

c) Entre aquellas causales más comunes de enfermedad pueden citarse: el “embrujamiento”, es decir hacer un daño o mal a distancia, (una suerte de “magia simpática”); el “mal aire” o “aire de enfermedad”, aludiendo a influencias ocultas que deambulan alrededor de personas o en lugares determinados; “la pérdida del alma o del ánimo”, que se origina como consecuencia de una fuerte impresión, susto o emoción, en cuyo caso la persona queda desanimada y sin aliento vital; el ya citado “aicar”, debido a la ruptura de tabúes y, finalmente, la enfermedad provocada por cuerpos extraños al organismo (trozos de madera, piedras, etc.) Aquí el padecimiento se incorpora desde afuera, ingresando en el individuo que no alcanza a percibirlo. Pero como el mal viene desde afuera y permanece separado del sujeto, es posible que logre disiparse espontáneamente o bien con la ayuda de los remedios del curador.

PERSONALIDAD DEL CURADOR

Carismático y, sin duda, esencial para la vida cotidiana de la comunidad noroestina, es el denominado curandero (sanador o el-que-cura). Personaje que ejerce la medicina popular con su máximo potencial en las regiones montañosas del noroeste, donde apoya la esencia y el vigor de su práctica sanadora gracias a la concepción profunda y unificadora que tiene el habitante de esos lugares de las cosas existentes. Concepción que admite así una íntima relación entre el sujeto, animales, plantas y elementos inanimados que contiene la naturaleza. De forma tal que todo aquello que está en contacto con el cuerpo participa de él. Genuina argamasa psicológica donde “todo es un todo”, como acertadamente lo calificara Pérez De Nucci; y como también lo mencionara algún curandero al decir “Todo tiene vida: las piedras, los árboles, todas las cosas, nosotros a veces no la vemos pero tienen” (J C)4.

En esta identidad entre curandero y sociedad, basada en la animanización de todo lo existente, radica el accionar del sanador. Un ejemplo de tal empatía puede hallarse en la ya referida etiología del “cuerpo extraño”, practicada por el curandero entre los guaraníes y que consistía en succionar, por ejemplo, una zona dolorida del cuerpo del enfermo, práctica que la ejercía en forma prolongada, rayana en el agotamiento para luego, como por arte de magia, extraer de su boca un objeto pequeño y afilado (espina, palillo, etc.) responsable del mal.

El curandero acostumbra a investirse de una aureola de predestinación. En la mayoría de los casos este atributo procede de sus ancestros quienes le transfieren el poder curador. Aunque también este privilegio puede surgir como consecuencia de un episodio (generalmente enfermedad o accidente grave) acaecido durante su vida que lo predestina a cumplir, a partir de entonces, una tarea sanadora.

Al hacer uso el curador de poderes conferidos por designios especiales, el tipo de la medicina que practique estará revestida por la fuerza mágica de un auténtico brujo curador y envuelta en una especie de nebulosa sagrada y misteriosa que le proporcione el escenario por él creado. Pero deberá poseer también un cabal conocimiento de aquellas virtudes ecológicas de su región es decir, el contenido (vegetal, animal y universal) y también las propiedades y los beneficios aplicables en el instante de su práctica sanadora.

Un hecho importante que permite la práctica de esta medicina popular radica en la existencia de una sólida empatía entre sanador y enfermo, la cual queda sellada a partir de un sentimiento de plena fe.

En síntesis, el modelo que permite reconocer al curador del Noroeste Argentino quedaría encuadrado así:

a) Individuo con personalidad dominadora, a pesar que la mayoría de los casos no posea una educación adecuada.

b) Hábil actor para escenificar su taumaturgia curativa.

c) Reúne el privilegio de su paciencia y su innata capacidad de psicólogo para adentrarse plenamente en la tridimensionalidad de su paciente; identifica su mal físico, profundiza en su espíritu e indaga en sus sentimientos. Sin duda esta labor resulta encomiable toda vez que su participación como curador se concreta, la mayoría de las veces, en lugares alejados y carentes de una asistencia médica convencional.

d) Su interpretación cosmovisiva de la enfermedad le permite aceptar que el cuerpo es inseparable del alma y consecuentemente apela a esa concepción para eliminar la enfermedad del cuerpo.

e) Su mochila de sanador contiene tanto palabras y ritos mágicos como yuyos y substancias diversas para aplicar conforme al padecimiento.

f) A través de objetos diversos, excreciones del enfermo (especialmente la orina), la llama de una fogata, etc., analizadas de acuerdo a diferentes horas del día, puede predecir la enfermedad o el porvenir. Atributo que le adjudica una función de adivino.

g) No pocas veces se lo considera un sacerdote que pronuncia oraciones y ritos tanto religiosos como paganos. Esta actitud puede observarse en ciertas comunidades de aborígenes (matacos, guaraníes, etc.).

h) El curador experimentado puede transmitir sus enseñanzas a otro aprendiz que posea cualidades para desarrollar la medicina popular.

CARACTERÍSTICAS DE ALGUNAS ENFERMEDADES PROPIAS DEL NOROESTE ARGENTINO

Mal de la Puna:

Entre sus sinónimos figuran: mal de altura, mal de montaña, soroche puna, enfermedad de los Andes, eritremia de altura, etcétera.

Este padecimiento se desencadena como consecuencia de la disminución de la presión barométrica (atmosférica) y de la tensión parcial de oxígeno atmosférico a medida que el sujeto asciende sobre el nivel del mar. El organismo debe apelar, entonces, a mecanismos de compensación para superar tales deficiencias. Básicamente, se produce la elevación de las cifras de hematíes sanguíneos a partir de la movilización de sus reservorios. Ello produce un aumento de la masa total circulante, con cambios hemodinámicos (aumento del volumen sistólico y de la frecuencia cardíaca).

El mal de altura o de montaña se caracteriza por presentar los síntomas siguientes: cefalea, palpitaciones, vértigo, taquipnea, pérdida de fuerzas, irritabilidad o somnolencia, indiferencia, actitudes torpes. Con frecuencia pueden aparecer signos hemorrágicos (epístaxis, hemóptisis, gingivorragias), insomnio, disnea con cianosis, enfisema. En los casos fatales el óbito sucede como consecuencia de la insuficiencia respiratoria.

En el contexto de la medicina popular de la Puna Argentina, N. Homero Palma reconoce como enfermedades aquellas de etiología “mística” y otras de etiología “no místicas”, llamadas también naturales. Entre las primeras se mencionan: mal del aire (brujería), mal deseo (mala boca, mala palabra), susto, enfermedad de la tierra, agarrar la tierra, violación de tabúes. Por su parte, las enfermedades no místicas o naturales reconocen estos padecimientos: mal de ojo, empacho, golpe de aire, neumonía o costado, dolor de muelas, mala fuerza, tabardillo, enfermedad de la matriz.

El “Mal Aire”:

Padecimiento de origen prehispánico, bastante difundido en las regiones del noroeste andino.

La palabra “aire” involucra el concepto de iniciación brusca del proceso de la enfermedad e independiente de su causa originaria. Pero además (el aire) como elemento respirable y abarcativo de todas las cosas, pudiendo asumir características “benéficas” o “maléficas” .

Cuando la palabra “mal”, precede a la palabra “aire”, la enfermedad es consecuencia de una brujería. Por otra parte el uso del sahumerio como tratamiento de las enfermedades producidas por el mal aire, tiene por finalidad “quitarle el aire que le entró al sujeto”(N. D. Palma).

El concepto de mal aire se sostiene a través de profundas raíces en el tiempo. Así, en el idioma italiano, la mala aria (aire nocivo) cuya síntesis gramatical originó la palabra “malaria”, que identifica al paludismo, enfermedad imputable al aire nocivo proveniente de los pantanos. Sin embargo ya era creencia antigua que en el aire moraban “elfos” perversos. De ahí que el mal aire se lo asocia con la brujería.

Según Homero Palma, en la Puna Argentina los días martes y viernes se identifican como aciagos ya que permiten a los brujos concretar sus hechicerías. En tales circunstancias, el brujo utiliza diferentes artilugios para maleficiar a determinada persona. Entre ellos figura la pócima por él mismo preparada y vertida en un determinado alimento. Otra práctica hechicera, acaso más popular, consiste en fabricar un muñeco con prendas de la persona hacia la cual se dirige el maleficio. Sobre el fantoche así creado se descargan una andanada de suplicios supuestamente terebrantes Se suelen clavar entonces alfileres y espinas que, en el hombre, se distribuyen en lugares anatómicos vitales.

Entre las enfermedades vinculadas con el mal aire se menciona el “aire del pescuezo” identificada con la tortícolis. También cuando existe humedad en el ambiente, el aire húmedo pone triste y endurece el cuerpo de la persona. Además se cita la presencia del mal aire donde existen antigales (reservorios arqueológicos habitados por los ancestros) aludiendo a un “viento maligno” por haber estado en contacto con cadáveres o cuerpos momificados (que emiten emanaciones). Este particular viento de los antigales es el responsable de severos dolores de oídos, parálisis nerviosa y accesos convulsivos.

La sintomatología habitual encontrada en sujetos afectados por el “mal aire” se caracteriza por la ya mencionada tortícolis y nerviosismo. En los niños la aparición de ronchas, el cuerpo se pone morado, el niño se asusta, etc. Pueden agregarse a este padecimiento otros síntomas tales como: cefalea, náuseas, vómitos, mareos y decaimiento general.

Para neutralizar los efectos del “mal aire” se utilizan rituales tales como brebajes, sahumerios, invocaciones y las plegarias. El rito de la “corpachada’’ también es utilizado con el propósito de que la ofrenda a la Madre Tierra sea propiciatoria para la curación de la enfermedad. Pérez de Nucci refiere que es útil contar, además, con un perro de color negro pues este color es “atraedor” del mal aire librando al dueño de los efectos nocivos.

Susto:

En la región montañosa puneña existe una creencia popular, muy arraigada, que sostiene que si una impresión fuerte domina a un organismo débil (más aún si se trata de un niño) ocasionándole gran temor o miedo, se producirá entonces una pérdida del alma. Es decir, el espíritu se separará del cuerpo. No obstante, ello no significa que la persona deba morir. Queda sí con un estado que la jerga popular llama “desanimado”, o “se le va el ánimo”.

Varios desencadenantes se han invocado como responsables del estado temeroso: un determinado e imprevisto fenómeno natural, un fuerte ruido, una vertiente de agua, algún objeto que se mueve en la noche, etcétera.

Como consecuencia de esta aparente separación del alma con el cuerpo suelen producirse variados signos y síntomas tales como: cefalea, que puede ser intensa, insomnio, sonambulismo, decaimiento, sed intensa, trastornos digestivos como anorexia, vómitos; adelgazamiento; fiebre. Nestor Homero Palma refiere que el susto proveniente de una fuerte impresión, desencadenada por una vertiente de agua (pukio o puquio [ L. B. Mas, 1969), hace que el individuo se torne tartamudo (tartancho).

Con mayor frecuencia en los niños (varones pequeños) el susto se manifiesta por llanto nocturno, sobresaltos mientras duerme, náuseas, vómitos, diarrea. Interesa destacar que estos trastornos digestivos5 se los suele vincular con la “caída de la paletilla”, padecimiento originado por el hundimiento del apéndice xifoide (hecho que simula su caída) en el hueco epigástrico ( boca del estómago). Esta localización aberrante sería la responsable del cuadro diarreico, a veces severo, que experimenta el niño.

Variados tratamientos han sido aplicados contra la patología del susto. Esta labor, que por lo general corre por cuenta del curandero, se basa esencialmente en trasladarse al lugar donde se produjo la “pérdida del alma”, con el propósito de llamar al espíritu y rescatarlo, apelando a ciertos artificios tales como adherirlo a una prenda o bien ingiriendo una pequeña cantidad de tierra (previo trazado de una cruz en el suelo con la mano del lugar donde se produjo el susto. (N. H. Palma).

El tratamiento de la caída de la paletilla (al paciente se lo identifica también como “despaletillado”) consiste en “sacar la paletilla”, porque el. “hueso estaría en el estómago”. Para ello se utiliza una “cuchara nueva de metal blanco; y se completa la terapéutica dándole de tomar al enfermo agua bendita” (N. H. Palma). Luego se procede a persignarlo en la frente y en el pecho y, si se halla muy postrado, se lo traslada al lugar donde se produjo el susto, con el fin de llamar y rescatar el espíritu furtivo.

Existen otros procedimientos terapéuticos para la caída de la paletilla tales como el “rastro” (se marca la pisada del enfermo sobre la hoja de ciertas plantas). La finalidad es transferir la enfermedad. Complementa a este tratamiento rezar tres padrenuestros y tres avemarías.

Ciertos curanderos levantan al enfermo varias veces para reacomodarles la columna, (a modo kinésico) además de agregarle el parche poroso y la colocación de ventosas. Tanto el uso del parche como de las ventosas tiene el sentido de succión permanente (para reacomodar el hueso xifoides), hecho que no se halla al alcance del curador.

Si el susto es determinado por un animal se apela al sahumerio. Se procede entonces a sahumar al enfermo utilizando como ingredientes, por ejemplo, pelos del animal.

Mal de Ojo:

También se lo suele denominar “ojeadura”. En el NOA este padecimiento resulta tan frecuente como la enfermedad del “susto”.

Este padecimiento no debe confundirse con el denominado “mal de ojos” ( mal de los ojos), frecuente en la región puneña y que representa una genuina enfermedad ocular, específicamente una conjuntivitis, adquirida como consecuencia del riguroso clima estival (aire caliente y extremadamente seco, exposición directa al calor fuerte, falta de higiene, etc.).

Volviendo a la “ojeadura”, esta enfermedad es atribuida a la mirada de una persona, cuyo destinatario es casi siempre un niño (al cual se lo supone débil) y cuya finalidad es transmitir con la mirada un deseo que puede ser maléfico, de animosidad, o bien de encanto o fascinación. En otros términos, a través de la mirada existe una expresión consciente del mal o, por el contrario, hacia un bien, pero aún así desencadena la enfermedad u “ojeadura”.

Variados son los signos y síntomas que caracterizan a este padecimiento: generalmente el niño se halla intranquilo, no duerme bien, llora fácilmente, presenta vómitos repetidos que suelen asociarse con dolores de cabeza y por ello no pocas veces diagnosticados como casos de meningitis.

En razón de que este mal incide, al igual que el susto, más en los niños pequeños, el tratamiento suele ser manejado por el curador quien suele utilizar como maniobras rituales el agua y el aceite procediendo de la manera siguiente: el curador toma aceite de comer y un poco de agua, a la vez que solicita el nombre del pequeño y procede a ejecutar un ritual secreto (católico o de otro tipo) pronunciando una oración (algunos curadores utilizan el credo mientras curan). Algunos curadores pronuncian su rezo secreto con el fin de no ser escuchado pues de lo contrario pierde su poder tarapéutico.

Con el propósito de curar otra forma consiste en masajear varias veces una región del cuerpo.

En la mayoría de estos ritos curativos suelen utilizarse objetos de color rojo. Este color se halla asociado, desde la antigüedad, con la curación y la prevención de enfermedades. Al respecto cabe mencionar que en la cultura oriental el rojo era utilizado para curar la viruela. En la actualidad, en Italia, es frecuente el uso de dijes de color rojo para prevenir la ojeadura o, también, se ha visto utilizar en Francia hilos de lana, de igual tonalidad, alrededor del cuello para prevenirlos de las enfermedades de la garganta.

En nuestro folclore indígena existe también la costumbre de utilizar el rojo para variados fines: ahuyentar malos espíritus, el dolor de cabeza, contra el hipo, como preventivo para evitar recaídas o recidivas de enfermedades. Y, obviamente, en la curación del “mal de ojo.” Todo lo mencionado bajo diferentes formas de expresarse el mágico y purpúreo matiz: ponchos, vinchas, pulseras o lazos, cerámica (asociada al color negro), un punto rojo de lana en la frente (para reforzar la curación), gorro, etcétera.

Cabe destacar la referencia obtenida por parte de la población de muchas regiones del noroeste en el sentido de que las personas que tienen la virtud de curar lo hacen en forma gratuita pues tal atributo representa un poder especial otorgado “por Dios, la Virgen, Santos o bien otros seres sobrenaturales, los que no permitirían cobrar aranceles por curar” (A.M. Pérez De Nucci).

Enfermedad de la tierra o mal de la tierra:

Este padecimiento se halla vinculado con ciertas posturas o actitudes adoptadas por la persona para con la Pachamama: acostarse por ejemplo en lugares “no buenos” o bien gestos ofensivos hacia ella. La enfermedad se caracteriza por gran decaimiento y la aparición de dolores en el cuerpo y en los miembros, asociados con la erupción de pústulas en la piel. Una forma de tratamiento es frotar el cuerpo con ruda fresca, práctica que suele realizarse en Bolivia (Cochabamba).

En este mal la persona no pierde el alma como en el mal “agarrar la tierra” o el “susto”.

En el mal “agarrar la tierra” cuyo término quechua es” Pachan’piron’’ que significa “agarró la tierra”, su acepción real es “agarrarle el alma”. En esta enfermedad el sujeto que está “agarrado del alma por la tierra” se encuentra decaído, sin deseos de trabajar, lo vence a menudo el sueño; verdaderamente “pierde el ánimo” para expresar que ha perdido su alma. En otros términos, su espíritu quedó apresado por la tierra.

La diferencia hallada con el susto radica en que este caso de pérdida del alma se produce como consecuencia de un mal sueño que sobresalta al sujeto obligándolo a levantarse rápidamente perdiendo así el espíritu que despegado del cuerpo queda así a la deriva.

En razón de que las etiologías místicas provocadoras de la pérdida del alma en el denominado mal “agarrar la tierra” y en el “susto” son diferentes, las propuestas terapéuticas se orientan a recuperar en el primer mal al espíritu agarrado (adherido) por la tierra; en tanto que en el segundo padecimiento es necesario recuperar convocando el alma que se halla a la deriva a ciertas horas del día (preferentemente a la hora del crepúsculo) donde el espíritu deja de vagar y se acerca a la vivienda del enfermo o al lugar donde quedó desprendido del cuerpo. En cambio en la enfermedad donde el alma quedó “agarrada por la tierra”, el espíritu debe ser rescatado procediendo a su llamado en el lugar donde se produjo el “agarre”.En este caso el curandero procede a bendecir la ropa del enfermo con agua bendita. Luego se dirige al lugar donde se produjo la pérdida del alma y se cumple con el rito de la “corpachada”, es decir de “dar de comer a la tierra”, depositando variados objetos del paciente y rogándole a continuación a la “Santa Tierra” que entregue el espíritu atrapado. Si éste puede concurrir al lugar donde lo “agarró la tierra”, entonces culmina la ceremonia tomando allí agua bendita. De lo contrario si la enfermedad es suficientemente importante que impide su traslado, el curandero arroja agua bendita en el sitio aludido efectuando luego el ritual con su ropa. Finalmente, en el domicilio del paciente; procede a colocarle la ropa “corpachada” y repitiendo tres veces: “aquí te traigo tu espíritu”, mientras pronuncia su nombre suele completarse la curación haciendo ingerir infusión de raíz de iru, flor de la puna, tupi saire y flor de la peña. (Homero Palma).

ENFERMEDADES DE NATURALEZA NO MÍSTICA. (denominadas también naturales)

Dolor de muelas:

Involucra aquellos procesos inflamatorios de las piezas dentarias. Además de este sufrimiento genuino se agrega la denominada “Postemilla” o Apostema, palabra derivada del griego “apostasis” (materia morbosa depositada en cualquier lugar del organismo), para identificar el absceso de la encía consecutivo a una carie. (Di Lullo, O.)

La patología odontológica es atribuida sobre todo al efecto abrasivo del agua utilizada para el consumo, proveniente de ríos con elevado contenido de substancias desgastantes del esmalte dentario. Si bien las carencias nutritivas juegan un rol destacado en la incidencia de estos padecimientos.

Varios son los procedimientos terapéuticos utilizados, pero aquí tampoco queda excluida la terapia mística a través de la “palabra ritual” que, sin duda, identifica la tendencia mística prevalente en la cultura noroestina. Por supuesto que a la par son utilizadas medicaciones locales tendientes a calmar el dolor y disminuir la inflamación. Para ello se utilizan variadas substancias. que se aplican sobre las caries tales como ajo con pimienta molida.

Para ocluir el orificio de la carie, además de calmar el dolor, se aplica sebo de vela mezclado con azúcar y pimienta. Suelen agregarse buches a base de jarilla (larrea divaricata cav.) que además tiene propiedades sedativas contra los dolores reumáticos.

En la Puna es muy utilizada la mezcla de tramontana (efedra) con tola (Lepidophillum) mocaroca y sal de cocina (N. O. Palma), la cual se hierve y luego es utilizada como buche caliente.

El complemento terapéutico que no falta es el apoyo místico, a través de “palabras secretas” cuya finalidad es ahuyentar el “mal aire” que proveniente de malos espíritus han contribuido para desencadenar el mal. Para tal fin se utiliza el ajo (también el incienzo) cuyo olor penetrante contribuye a ahuyentar las fuerzas maléficas.

Empacho:

Palabra derivada de la acepción francesa “empêcher” (entorpecer), para representar en el lenguaje popular un atascamiento de la comida en el estómago o en el intestino.

Existen diversas versiones utilizadas sobre todo por los curanderos regionales para explicar este padecimiento. Así, en la región de Antofagasta de la Sierra (Catamarca) el empacho se produce cuando la comida “se seca en el intestino”. Es interesante destacar que el mismo curador hace referencia como causa del mal al deficiente lavado de los alimentos y los recipientes utilizados para su cocción. Como consecuencia de esta práctica deficitaria si el sujeto se acuesta a dormir “la comida no circula y se hace una pelota” (sic). El individuo empachado se queja de dolor de estómago, le brotan granos y se siente muy decaído y con deseos de dormir.

En otras regiones del NOA el empacho se debe a un exceso de alimento y a una dificultad evacuatoria del intestino. Al empacho se lo identifica más con el niño que “no ha madurado todavía” (citado por A. M. Pérez De Nucci). A los síntomas ya referidos pueden agregarse la presencia del vientre hinchado, el cual se pone duro “como una pelota” (sic), y la presencia frecuente de fiebre.

Este padecimiento que en la medicina clásica es reconocida como genuina gastroenteritis seca (en presencia de constipación) puede evolucionar desfavorablemente y complicarse, adoptando un cuadro severo caracterizado por fiebre elevada, sed intensa, deshidratación, gran decaimiento, anorexia. Este padecimiento es reconocido como “tabardillo” porque “dentro del enfermo se van cocinando cada vez más los intestinos y el enfermo se va a empeorar” (sic) (citado por A.M. Pérez De Nucci). A los síntomas ya relatados se agregan vómitos y diarrea. El sujeto no puede defecar (“no puede hacer aguas mayores” y “las aguas menores” son escasas y amarillas. El enfermo cuando se agrava presenta los labios morados. El cuadro descrito se asemeja casi en un todo con una gastroenteritis con grave deshidratación y tendencia al colapso circulatorio.

El empacho se combate en general con infusiones, las cuales pueden variar conforme a las regiones. Algunas infusiones contienen: boldo de la puna, altamisa, paico, nencia y rica rica, ingredientes que se hierven en un litro de agua, a la cual se le agrega una cucharada sopera de sal de cocina. El volumen debe ser ingerido en un lapso aproximado de media hora. A continuación el sujeto debe caminar hasta que se produzca el efecto.

Otra modalidad de curación del empacho es utilizando la panza de suri (ñandú), o también de perdiz. Se la tuesta sobre la brasa, se muele y con el preparado se prepara una infusión en agua hervida

Es interesante señalar que este producto animal se expende en la farmacia (San Antonio de los Cobres) conjuntamente con otros medicamentos que responden a la farmacopea clásica. Ello representa una actitud cultural donde se concilia un genuino y pragmático sincretismo terapéutico regional.

Frente a un caso de “tabardillo”, si bien la actitud terapéutica folclórica ofrece su alternativa sanadora a través de una infusión cargada de ingredientes (chocolate rallado, cáscara de naranja molida y tostada, almidón de trigo tostado, azúcar tostado y cáscara de granada (Punica granata) tostada, existe el criterio uniforme de una inmediata participación del médico pues “si se pasa lo deben curar los doctores porque ya viene el cancer” (sic) (N. Homero Palma). También en esta actitud terapéutica queda a la vista la práctica de un conveniente sincretismo curativo.

PRÁCTICAS OBSTÉTRICAS EN LA REGIÓN DE LA PUNA

En al región puneña se mencionan prácticas rituales vinculadas con el embarazo y el parto que merecen ubrayarse. Así, en relación con el embarazo existe prohibición por parte de la embarazada de concurrir a velatorios; acercarse a un difunto o concurrir al cementerio. La violación de estas reglas repercutirán sobre la criatura quien nacerá “aicada”6. La criatura se desarrollará con bajo peso, presentará escasa masa muscular y “no caminará en el término adecuado en que lo hacen otros niños” (N. Homero Palma).

Este retardo ha sido interpretado por los médicos regionales como consecuencia de un retardo psicomotriz debido a una extrema desnutrición proteino calórica. En otros términos se trataría de un genuino estado de Kwashiorkor.

Este modelo de interpretación, que asocia el tabú con un padecimiento orgánico, posee rasgos de similitudes con el comportamiento observado en la tribu “digo” de Africa, cuyos nativos consideran que un niño con síndrome de Kwashiorkor sobreviene como consecuencia de la violación de tabúes sexuales por parte de los padres. La toma de conciencia de esta violación (“Chirwa”), los impulsa a ocultar la existencia de este padecimiento en sus hijos, y en consecuencia a resistirse a conducirlos a centros médicos de procedencia occidental.

El retraso del parto promueve a ejecutar diversos artilugios de factura mágica. Por ejemplo enredar y desenredar un ovillo de lloque (lloq’e)7 sobre el abdomen de la parturienta, para que bajo este influjo se produzca el parto.

Finalizado el parto y cortado el cordón umbilical se procede al alumbramiento. Un cabo de hilo lloq’e se liga al extremo del cordón unido a la placenta y el otro al dedo del pie izquierdo con el cual se traccione la placenta para lograr su desprendimiento. Extraída ella se procede a cubrirla con sal y como ofrenda a la Pachamama enterrarla en un lugar de la vivienda.

Es interesante el destino que se le da al cordón umbilical que ha sufrido la desecación. El mismo es guardado para ser usado en caso de grave enfermedad, ocasión en que luego es triturado un trozo del mismo y se prepara una infusión. Esta conducta se hallaría vinculada con el hecho de que el cordón umbilical liga al individuo con la vida, de forma tal que al ingerir sus componentes permitirá atarse nuevamente a ella.

Otra práctica ritual consiste en evitar lo que el folclore puneño denomina “recaída” del posparto, y que se halla relacionada con el estado del puerperio. Para contrarestar los posibles efectos adversos de este estado se procede a cortar las uñas de ambas manos y hebras del cabello, se tuestan en el fuego y luego se prepara una infusión con agua caliente. Esta actitud soslaya una peculiar actitud autoantropofágica de la medicina tradicional puneña.

Enfermedades Ginecoobstétricas:

Son las que reúnen mayores padecimientos como así también mayores testimonios folclóricos.

Uno de ellos se halla vinculado con la sangre menstrual, también denominado “mal de la sangre”.

En la creencia popular este periódico estado fisiológico es considerado un padecimiento de forma tal que, en su presencia, la mujer no debe lavarse la cabeza ni bañarse por el peligro de que la sangre “se va de la matriz a la cabeza y una puede volverse loca” (sic, opinión popular). También al violar esta prohibición la mujer se expone a un hechizo “porque la sangre no sale y se va pa’ dentro” (sic, frase popular).

Para provocar la menstruación se aconseja la ingestión de “un vaso de limón en ayunas” durante tres días continuados, o bien la infusión o ingestión de perejil durante las comidas. A esta planta herbácea hortícola (Petroselinum crispum) se la utiliza también con frecuencia como anticonceptivo, en infusión durante siete días antes de la menstruación, con la condición de que el vegetal sea “lindo nuevito” (sic, frase popular).

Para que sea muy efectivo suele utilizárselo en abundancia y bien picado en las comidas ”perejil nuevito… así como un plato de guiso y le pico mucho perejil, y eso actúa como anticonceptivo… “ (sic, frase popular).

Otras substancias tales como el ajenjo y la jarilla son utilizados con fines anticonceptivos.

Dentro de las actitudes folclóricas empíricas cabe mencionar la práctica de los “tres brincos”, que consiste en saltar tres veces ni bien finalice el acto sexual, o también ingiriendo en posición de cuclillas tres sorbos de agua helada. Si bien estas prácticas son consideradas mágicas por algunos, lo cierto es que tanto el brinco como la posición agachada o en cuclillas favorecen la salida del esperma de la vagina comportándose así, como un método anticonceptivo.

Variadas prácticas se hallan ligadas a la situación del embarazo y el parto. Por ejemplo es costumbre asociar la presentación transversa en el curso de la gestación a varias situaciones: el haber tejido la madre durante la última etapa de su embarazo, hecho que provoca el “enriedo” del cordón umbilical del niño. En esta situación se procede al “desenriedo” del cordón umbilical recurriendo al “manteo”, maniobra utilizada en la embarazada a término consistente en someter a la mujer a movimientos de rolido sobre una manta, operación desarrollada por dos personas que toman la manta por sus extremos mientras la levantan y bajan alternativamente.

Otro método para reacomodar a la “criatura cruzada” es sacudir enérgicamente a la embarazada mientras se la sostiene por las axilas o, también, invirtiendo a la mujer cabeza abajo.

Pérez de Nucci describe una relación entre el embarazo y la enfermedad del susto. Como ya fue mencionado, este padecimiento sobreviene como consecuencia de una fuerte impresión, que en la persona que la padece ocasiona una “separación del cuerpo del alma” (sic). Esta situación particular provoca en la embarazada trastornos digestivos tales como malestar epigástrico, y dificultad para alimentarse; mientras que el feto experimenta en el vientre movimientos frecuentes que lo pueden cruzar, es decir colocarlo en una posición transversa; anomalía que requiere una oportuna maniobra de versión para ubicar a la criatura en posición cefálica normal.

En la asistencia del parto resulta frecuente el uso, por parte de las curadoras, de la estimulación dinámica del mismo a través del “sobamiento” del abdomen; primero en el sentido laterolateral y luego desde arriba hacia abajo. Esta maniobra facilita el descenso fetal y que se conoce científicamente como maniobra de Kristeller.

El flujo vaginal es otra patología vigente en el NOA. En ciertas regiones como el Valle Calchaquí y el Valle de Tafí se le atribuye un significado mágico ocasionando a la mujer variadas perturbaciones de orden general: decaimiento, mareos, sensación imprecisa en la cabeza como “quemazón” (sic., testimonio de una paciente).

Es costumbre tratar esta afección ginecológica con lavajes vaginales y con baños de asiento utilizando una infusión con hojas de malva, varias veces en el día.

Otros padecimientos:

Cabe mencionar la interesante cura de la hernia umbilical en la mujer embarazada a través de la técnica del “rastro”. La curadora solicita a la embarazada colocar el pie derecho sobre la hoja de una penca (hoja de tuna). Marca el rastro y pregunta el nombre de la paciente. Se trazan luego dos rayas sobre la hoja, una vertical y la otra horizontal, dejando libre el centro del pie (sin rayar) a la altura aproximada donde se localiza la hernia. A partir de entonces la embarazada lleva la “penca” a su casa suspendiéndola de un árbol para que se seque. De esta manera, al consumarse la desecación de la hoja, se logra la curación de la hernia.

Hemorroides:

Conocida popularmente como “almorranas” (del griego: flujo de sangre). Su tratamiento exige la participación hechicera del curador eficiente quien pronuncia palabras tales como: “Juana, puerca, cochina, sin vergüenza, salí de esta casa (en esta última frase subyace el concepto mágico de cuerpo extraño) que no es tuya” (Pérez de Nucci). Estas palabras deben pronunciarse tres veces, durante nueve días, y acompañadas de la aplicación local de una pomada en forma de cruz, con la misma frecuencia y lapso, debido a la creencia mágica hacia estos números. Interesa señalar, con fines ilustrativos que la pomada contiene escasa cantidad de sal fina, cebo y trozos de ceniza, ingredientes que se amasan bien antes de efectuar las sucesivas aplicaciones.

Según Pérez de Nucci la sal, por su contenido de sodio, mantendría el tenor fisiológico de la zona afectada mientras que el cebo actuaría de protector de la piel lesionada y la ceniza complementaría la acción de la pomada por sus propiedades de antiséptico y descongestivo.

Costado:

Nombre que suele darse a la neumonía y a la pleuresía donde el síntoma orientador, la puntada de costado, constituye el referente para la identificación popular del padecimiento: si bien es probable que tal denominación tenga raíces españolas.

El tratamiento se apoya básicamente en el uso de infusiones, cuyo rol curativo radica en la sudación del enfermo. Una de la prácticas utilizadas en Tafí del Valle es la combinación de fricciones con alcohol y espinillo, o bien grasa de guanaco y alcohol, elaborando luego té con los mismos ingredientes. Con el sujeto bien tapado se logra una transpiración .

Otro tratamiento mencionado por Di Lullo, utilizado en el Valle Calchaquí consiste en una infusión de agua de borrajas con sal y un ladrillo caliente en los pies. También la aplicación de hojas calientes de penca colocadas en el pecho para calmar el dolor del costado. Para combatir la fiebre se apela a la infusión de hojas de jarilla, chachacoma (Senesio gravealens), salvia y sal de la tierra, y para la tos el té de quimpe edulcorado con azúcar morena o miel de abejas. Esta tisana tiene las propiedades de mitigar la tos y fluidificar las secreciones.

Cabe agregar que la aplicación de ventosas también es práctica corriente en el NOA.

NOTAS

1 Nombre que se le da a los reservorios arqueológicos donde moraban los antecesores (Pérez De Nucci)

2 Freud, S.: Obras completas. Vol. II, Pag. 1769.

3 Armando M. Pérez De Nucci. Historia de la Medicina del área cultural andina de la República Argentina. Congreso Hispano-Americano de Historia de la Medicina, Quito, Ecuador, 1984.

4 Acotación de Armando M. Pérez De Nucci.

5 El niño suele negarse a ingerir leche.

6 Si bien no existen precisiones en torno a esta palabra, su contenido expresaría la violación de un tabú (N. Homero Palma).

7 Voz quechua que significa izquierda; es decir hilar al revés para que el niño se desenrede en el útero de la madre.