El temor en el camino de Dante héroe

El temor en el camino de Dante héroe

Verónica A. Ruscio

No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede echar el alma y el cuerpo al infierno.

(Mateo 10:28)

Todos quedaron atónitos y alabaron a Dios.  El temor de Dios estaba en todos, pues decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

(Lucas 5:26)

Introducción

El Dante que recorre los vericuetos de los Tres Reinos es uno de los muchos tipos de héroes que existen. No es galán, no tiene un equipo con espada y caballo, no tiene magia que lo socorra pero, sin embargo, es un héroe. 

En síntesis, la Divina Comedia habla de un personaje central, Dante, que realiza un largo camino de aventuras, algunas acerbas, otras gozosas. Pero éstas no pueden emprenderse sin un guía, que conduce al héroe por tierras desconocidas y es su apoyo físico y psicológico. En el primer tramo del viaje —Infierno y Purgatorio— ese guía-padre-maestro será Virgilio y más allá en el Paraíso lo guiará Beatrice, su amada.[1]

Es evidente que además de las peripecias superficiales, Dante Alighieri es el constructor de una alegoría de profundos contenidos filosóficos y religiosos, además del poético. Dice Papini:

Muy corto de vista resultaría quien sólo viera en la Commedia un peregrinaje entre los pueblos de las sombras. […] Quien bien estudia, por tanto, los significados y los caracteres de la trilogía dantesca, advierte que la triple división del universo transepulcral es aplicable, en varias formas, al destino de los vivientes.[2]

Sean cuales fueren sus significados (aún hoy la crítica difiere), nos concentraremos más en la figura de Dante agens que en la de los Tres Reinos. 

Dante personaje sufre una evolución a través de su paseo por el  Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.  Esta evolución no es otra cosa que las huellas de lo visto que lo hacen madurar.  Dante no será el mismo después de haberse encontrado con los perversos del Infierno, los esperanzados del Purgatorio y los caritativos del Paraíso. El viaje, la peregrinatio, lo afecta en lo más hondo de su ser y es así que madura, que crece en razón y fe, y aprende.

No es fácil el camino que le tocó pero no está solo. Virgilio, su padre, su maestro, su guía, lo ayudará a superar sus propias limitaciones. Virgilio será quien lo escolte, quien lo anime, quien lo reprenda. La Poesía o Justa Razón lo guiará hasta donde sea posible, hasta que llegue la amada, Beatrice, en nombre del Amor o la Teología.[3] 

En esta maduración, Dante aprende a despojarse de sus ataduras carnales, trata de desprenderse de todas sus debilidades y defectos. Cada uno de los reinos lo pone a prueba y provoca en él un sentimiento, que, al final, aprende a controlar. En el Infierno entra un Dante débil, temeroso, perdido; llega al Purgatorio un Dante más firme y decidido, ya sin temor, y alcanza el Paraíso un hombre pacífico, prudente y deseoso de Dios muy distinto del que había comenzado la travesía.

Dante es ejemplo del héroe maduro. El Dante que da comienzo a la aventura no es un niño o joven que debe dar un paso hacia la hombría; se trata de un hombre maduro que tiene que emprender un viaje para lograr su salvación. Como todo héroe tiene una iniciación y debe atravesar una serie de pruebas. Según mi esquema de las pruebas del héroe maduro,[4] Dante cumple con el destierro, la pobreza, el equipo, la fiera y, finalmente, la renuncia. Todas, excepto la renuncia, se dan en el Infierno y se refuerzan o repiten en el Purgatorio.

Como ya hemos señalado, Dante va madurando a lo largo del viaje. La visión de tales prodigios lo desborda en muchas ocasiones y lo afecta tanto en el tiempo del enunciado como en el tiempo de la enunciación. En el primero, experimenta tres grandes sentimientos: temor, piedad, asombro; en el segundo, sólo uno: la sensación de inefabilidad. En el comienzo del viaje, su alma está confundida. Oscila entre el temor del reino de las sombras, la piedad por algunos condenados y el desprecio por otros. En el Purgatorio ya se ha transformado en un hombre sereno, discreto y prudente que no cuestiona los castigos de Dios y, en el Paraíso, su amada Beatrice lo conduce a lo más alto que puede llegar un hombre, la visión beatífica.

El Infierno, el primero de los reinos y la primera de las pruebas, se abre a Dante como un lugar tenebroso del que nadie puede escapar. Es un sitio oscuro, de sufrimiento y dolor. Allí Dante inicia la aventura dispuesto a enfrentarse a lo desconocido pero, para pasar las pruebas más difíciles, debe aprender a controlar su temor.

Las pruebas

Es necesario, antes de avanzar en el tema que nos interesa, aclarar cuáles consideramos las pruebas que supera Dante en su camino.

La primera de todas es el destierro. Éste, alegórico, aparece en el paso del mundo conocido (vigilia) al mundo desconocido (sueño). Dante es un desterrado de su mundo y debe alcanzar el máximo punto de sus habilidades y virtudes para poder regresar. La pobreza, segunda prueba, está unida al destierro desde el momento en que en el mundo desconocido —pasado ya el umbral de la aventura— Dante no cuenta con nada (ni objeto ni poder) para defenderse. Su pobreza es total.

La tercera prueba, el equipo, no se trata, entonces, de objetos materiales de que es provisto Dante. Su equipo no son espadas ni caballos; es, en cambio, un equipo más bien espiritual: virtudes. La adquisición de éstas es el equipo que necesita para lograr la visión beatífica. Entre ellas contamos con las cuatro virtudes cardinales: fortaleza, justicia, templanza y prudencia.

La cuarta prueba es la fiera. El héroe siempre se enfrenta a una fiera que puede ser un animal salvaje, un animal mitológico o una mujer malvada o indomable. En el caso de Dante, los personajes mitológicos o paganos que aparecen en el Infierno son las fieras con las que debe luchar, pero su lucha no es cuerpo a cuerpo sino más bien interna. Es el temor a lo horroroso lo que debe vencer. Dante aprende a controlar su miedo con Minos, Gerión, los diablos.

La última prueba es la renuncia. Dante renuncia para siempre al pecado para llegar al Paraíso después de la muerte. Renuncia a la mala senda.

El temor: vocabulario y concepto

Es en el Infierno donde más teme Dante. Contadas ocasiones figuran en el Purgatorio y ninguna en el Paraíso. El temor es lo primero que debe superar en su maduración. Teme por primera vez cuando se pierde en la selva oscura. Aquí nos encontramos con la primera prueba del héroe: el destierro. El héroe lejos de su tierra o, mejor, en tierras desconocidas, debe cumplir con una misión y regresar ileso. Dante sueña que se pierde en una selva salvaje, áspera y fuerte y teme.

Ah quanto a dir qual era è cosa dura

esta selva selvaggia e aspra e forte

che nel pensier rinnova la paura! (Inf., I, 4-6)

Este primer temor se renovará más aún en los oscuros caminos de las almas perdidas.

Paura es el término referido al temor más repetido a lo largo de la Commedia. A continuación incluiremos una lista de los términos o vocabulario del temor usados en la obra:

Términos utilizados

Significado[5]

Paura

«intenso turbamento misto a preoccupazione e inquietudine per qualcosa di reale o di immaginario che è, o sembra, atto a produrre gravi danni o a costituire un pericolo.»

Viltate/viltá

«L’essere vile: che fugge dinanzi al pericolo, che ha paura. Che è dettato dalla paura.»

Derivados del verbo temere (tema, temer, temendo, teme, temuta, temetti):

« Provare una sensazione di timore o turbamento aspettando che avvenga qualcosa di spiacevole o che si vorrebbe evitare.»

Spavento

«Intenso e improvviso timore dovuto alla presenza, alla sensazione o all’eventualitá di un avvenimento pericoloso o dannoso. Paura, sgomento.»

Paventare/ paventi/pavento

«Temere. Aver paura.  Adombrarsi, spaventarsi, detto specialmente di animali.»

Sospetto

«Timore, presentimento.»

Riprezzo

Escalofrío.

Orror

«Violenta sensazione di ribrezzo, ripugnanza o raccapriccio. Timore profondo»

Dibattire i denti

Castañetear los dientes.

Raccapricciare/raccapriccia

«Provare gran turbamento provocato da orrore o paura.»

Tremare/triema

«Essere scosso da una serie di contrazioni muscolari involontarie, dovute a cause fisiche o psichiche.»

Timida

«Che si spaventa o si scoraggia facilmente.»

Maggior cura

Mayor cuidado, sospecha.

Paura es el término que engloba a todos los demás.

La paura es el grado máximo del simple timore porque está acompañada de evidencias físicas como la palidez, el sobresalto, el temblor, la transpiración excesiva y fría, debilidad en las piernas y hasta desmayos.[6] En el Infierno, los signos mencionados se encuentran tanto en los condenados como en el propio Dante. Este Reino es la representación vívida de la famosa profecía del Evangelio: «habrá llanto y rechinar de dientes»,[7] porque los condenados temen castigos aún mayores que los que sufren y Dante teme sufrirlos antes de morir.

El sufrimiento de los condenados conmueve a Dante. Podría decirse que el espectáculo que se le muestra está destinado a su catarsis. Como en el antiguo teatro griego, el fin del espectáculo es conmover y prevenir al espectador que no es otro que Dante.

Detrás del temor

¿A qué le teme Dante? El primer temor, que aparece alegóricamente como una selva oscura, esconde el miedo de hallarse perdido en el mal camino sin posibilidades de volver a la recta vía, de morir tanto en pecado como por el pecado.

Los otros temores de Dante se exteriorizan frente a las criaturas infernales. Aquí encontramos otra prueba del héroe. La onza, el león y la loba son las primeras tres fieras a las que hace frente pero no las vence inmediatamente, todo el camino hasta la visión beatífica son parte de esa lucha. Las otras fieras son los personajes paganos o mitológicos intercalados en el Infierno. Tanto las primeras como las segundas simbolizan el mal. El temor es parte de la inseguridad que siente Dante frente al mal. El hombre bueno o perfecto, aquel que llega al Paraíso, no duda, siempre sabe que el bien es la única salida. En cambio, el hombre pecador y perdido duda.

Momentos del temor

Lo visto en los Tres Reinos es tan asombroso y pavoroso a la vez para un hombre vivo, tan inexplicable, que cualquier intento de volverlo palabras es infructuoso. La inefabilidad llena el ahora en que Dante nos cuenta su visión, su sueño. Pero ésta no es el único sentimiento que alcanza el tiempo de la enunciación, el temor, la paura, tiñe muchos versos de la Commedia. El ejemplo más estremecedor es:

Poscia vid’ io mille visi cagnazzi

fatti per fredo; onde mi vien riprezzo,

e verrà sempre, de’ gelati guazzi. (Inf., XXXII, 70-72)

Momentos del temor

Versos

Miedo en el tiempo de la enunciación

Infierno: I, 4-6; III, 131-132; XIV, 16-18; XIV, 77-78; XXXII, 6; XXXIII, 70-72; XXXIV, 10-12

Miedo en el tiempo del enunciado

Infierno: I, 13-15; I, 19; I, 43-45; I, 52-54; II, 45; II, 49-50; II, 88-90; I, 122; III, 15; III, 31; III, 79-80; III, 101-102; III, 108; III, 125-126; III, 135-136; IV, 18; IV, 21; VIII, 104-105; IX, 1; IX, 13; IX, 51; X, 29-30; XIII, 45; XVI, 50-51; XVII, 85-87; XVII, 106-107; XVII, 121,123; XXI, 25-27; XXI, 61-62; XXI, 92-93; XXI, 133; XXIII, 10-12; XXIII, 19-24; XXIII, 52-54; XXXI, 38-39; XXXI, 109-111; XXXII, 70-72.

Purgatorio: II, 124-133; III, 19-21; IX, 40-42; IX, 64-67.

Para vencer el temor

«Non aver téma» disse il mio segnore;

«fatti sicur, ché noi semo a buon punto:

non stringer, ma rallarga ogni vigore.» (Purg., IX, 46-48)

La palabra de Virgilio, siempre afectuosa y cercana al corazón de Dante, lo reconforta y lo protege. Virgilio aboga por él frente a Caronte, Minos, los diablos.

«Figliuol mio, dentro da cotesti sassi»

cominciò poi a dir, «son tre cerchietti

di grado in grado, come que’ che lassi.» (Inf., XI, 16-18)

Virgilio utiliza las palabras justas para el miedo de Dante: lo defiende ante los otros y lo calma. Las variaciones en las formas del tratamiento que Dante le da y su gran confianza en él confirman su entera dependencia en el Infierno. En el Purgatorio, en cambio, Virgilio parece el deuteragonista de Dante y no un guía. Esta impresión se explica por los límites de Virgilio que era omnisciente en el Infierno pero no en el Purgatorio.

Virgilio ayuda a Dante de dos maneras frente al temor y se evidencia en el trato que tiene para con él, a veces rígido y otras, compasivo. En el Infierno lo alude con cierta rudeza o con cierta premura estimulante: 

mi disse: «Ancor se’ tu de li altri sciocchi?

Qui vive la pietà quand’è ben morta:

chi è piú scellerato che colui

che al giudicio divin passion porta?» (Inf., XX, 27-30)

Y más adelante lo incita a seguir con tono de amonestación:

«Omai convien che tu cosí ti spoltre»,

disse ‘l maestro: «ché, seggendo in piuma,

in fama no si vien, né sotto coltre;» (Inf., XXIV, 46-48)

Esta actitud un poco estricta tiene su contrapartida en los numerosos gestos de cariño que tiene Virgilio con Dante. Como buen guía, Virgilio es severo para que éste aprenda a superar sus temores pero también lo conforta cuando ve que está a punto de caer. Es león y paloma: amonesta y consuela:

«mi disse: «Non temer; ché ’l nostro passo

non ci può tòrre alcun: da tal n’ è dato.

Ma qui m’ attendi, e lo spirito lasso

conforta e ciba di speranza bona,

ch’i’non ti lasceró nel mondo basso». (Inf., VIII, 104-108)

Con la ayuda de Virgilio, Dante aprende a proceder a pesar del temor a lo desconocido y a lo inconmensurable. En el Infierno logra el entrenamiento para conocer los secretos del Purgatorio y, especialmente, del Paraíso.

Conclusión

La concentración del temor en el Infierno y principio del Purgatorio no es azarosa. El miedo, el pavor, es lo primero que debe abandonar el héroe, es el lastre que debe dejar. El entrenamiento le sirve para convertir su cobardía o indecisión en fortaleza y firmeza. Éstas son las virtudes de que tiene que hacerse para pasar todas las pruebas. Dante se convierte en un hombre templado y valiente pero no por eso temerario. Su alma al entrar en el Paraíso está más sosegada, ya no es una borrasca de dudas y sentimientos. Dante héroe necesita la fortaleza en su equipo para salir ileso, para avanzar, para volver a su mundo conocido pero, por otra parte, también necesita el recuerdo del temor para alejarse del pecado.

En esta superación de sí mismo, en su maduración, cumple un papel central Virgilio que lo alienta y sostiene como el mejor de los padres o maestros. El amor que se profesan Dante y Virgilio es lo que lo socorre en la difícil adquisición de virtudes. Virgilio es el baqueano que abre el camino de Dante y le enseña no sólo los sitios de ultratumba sino el ejercicio de las virtudes en los lugares más insólitos.

Virgilio alienta a Dante para que no se deje vencer por el miedo en el paraje umbroso y la síntesis de sentimiento y firmeza en la palabra la encontramos en el Infierno, cuando Dante teme la compañía de los diablos. Entonces Virgilio, al ver la flaqueza del héroe, le dice:

Ed elli a me: «Non vo’ che tu paventi». (Inf., XXI, 133)

Bibliografía

Fuente primera

Alighieri, Dante, La Divina Comedia, Infierno, Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1994

—, La Divina Comedia, Purgatorio, Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985

—, La Divina Comedia, Paraíso, Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1996

Programas y páginas de Internet

Rintoul, Kevin, God´s Word for Windows, Version 1.2, Nov 21, 1993, Copyright Ó 1993

Garavaglia, Maria Adele, “Introduzione: INFERNO di Dante Alighieri”, en http://www.fausernet.novara.it/fauser/biblio/intro/intro043.htm.

Fuentes segundas

La Biblia, Madrid, Editorial Verbo Divino, 1994

Borges, Jorge Luis, Nueve ensayos dantescos, Buenos Aires, Emecé, 1999

—, Siete noches, “La Divina Comedia”, Buenos Aires, Emecé, 1997

Capano, Daniel, “Virgilio: razón y límite en la figura del guía”, en Separata de Letras, nº 31/32, Buenos Aires, Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires

Del Solar, María Cristina, “Dante héroe”, en Gramma, Año VIII, número 25, Buenos Aires, 1997

Eco, Umberto, Arte y belleza en la estética medieval, Barcelona, Lumen, 1997

Papini, Giovanni, Historia de la Literatura Italiana, Tomo 1, Santiago de Chile, Editorial Mundo Nuevo, 1938

Ruscio, Verónica Andrea, “Las pruebas del héroe maduro.  El esquema del héroe en el Cantar del Mio Cid”, en Gramma, Año XI, número 32, Buenos Aires, 1999

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