Entrevista: Espiritu Mapuche

Entrevista: Espiritu Mapuche
BENEDICTO MELIN, COFUNDADOR DEL PARLAMENTO MAPUCHE
“Ser organizados nos salvó del genocidio”
No cuento mis años: cuando muera volveré a la tierra Mapu a través de los árboles y los ríos y viviré mientras vivan. Ganamos la guerra a España. El Estado chileno quiso exterminarnos y nos tachó de vagos, maleantes y borrachos, pero nuestro modo de organizarnos y luchar nos hizo sobrevivir. Hoy somos ciudadanos de la nación mapuche
LLUÍS AMIGUET – 28/07/2004

-Ni un solo soldado español consiguió cruzar el río Biobío. Los mapuches los frenamos allí durante más de dos siglos.

–Ustedes no tenían armaduras ni pólvora ni caballos.

–No, pero estábamos organizados. Ser organizados nos salvó del genocidio.

–Recuerdo La Araucana: Caupolicán… ¡y después llegó el gran Lautaro!

–Tuvimos toquis, generales que agruparon a los más de dos millones de mapuches que ocupaban lo que hoy es el sur de Argentina y Chile, pero nuestra fuerza no estaba en el caudillaje. Si hubiera sido así, con matar al general, los españoles hubieran ganado.

–Es lo que solían hacer.

–Los españoles concebían el mundo desde Dios hacia abajo y sólo creían en estructuras verticales de poder. En cambio, para nosotros la energía estaba en todas partes. Cada mapuche era general y soldado. Las crónicas explican cómo los españoles arrasaban los poblados, mataban a los guerreros y daban suplicio a los toquis, y al día siguiente había otro general y otro ejército mapuche presentándoles batalla.

–Inaccesibles al desaliento.

–No éramos inmortales. Lo que sucede es que teníamos una estructura horizontal y reticular de la organización militar y los mandos eran rápidamente sustituidos por otros guerreros con inteligencia sistémica y comunitaria. Por eso pudimos resistir a un ejército como el español, tecnológicamente muy superior, armado con pólvora, armaduras y caballos, pero organizativamente muy arcaico.

–¿Y cómo acabó la guerra?

–Con un pacto. Los españoles reconocieron nuestra existencia como pueblo y nuestros derechos en 1652 en el tratado de Quillín: nos cedieron 10 millones de hectáreas.

–¿Y lo respetaron?

–Se lo hicimos respetar más o menos hasta las independencias argentina y chilena. El Estado criollo nos considera enemigos naturales que deben eliminarse físicamente. Inician una política genocida. El general argentino Roca asesina con engaños y trampas a las familias mapuches: cientos de miles de personas son masacradas mientras duermen en degollinas salvajes. Quienes no huyen, mueren.

–¿Y en Chile?

–Primero nos utilizan como carne de cañón para su guerra del Pacífico contra Bolivia y Perú: 800.000 soldados mapuches defienden las fronteras chilenas y las ganan. A su regreso, son desarmados y asesinados en masa por otro salvaje genocida, el coronel Saavedra. Muchos huyen del valle central a refugiarse a las cordilleras o al sur. Desde allí mantienen una continua guerrilla que se prolonga contra los colonos.

–Historia terrible.

–Morimos luchando. Todos los fuertes chilenos son atacados y arrasados por los mapuches al menos en alguna ocasión excepto el de Temuco. El gobierno racista envía un emisario a Europa en los años veinte a ofrecer nuestra tierra a colonos y llegan alemanes, italianos… Los alemanes traen perros adiestrados para sacar a los indios de las nuevas haciendas. El genocidio prosigue.

–Pero ustedes resisten.

–Aguantamos y luchamos contra los paramilitares y el ejército regular. Pero poco a poco también surge un mestizaje y algunos mapuches llegan a ocupar cargos en la administración y el Parlamento chilenos. La Iglesia actúa desde los años veinte como una organización paraguas de los mapuches. Sobre todo algunos curas vascos que entendieron lo que era ser un pueblo perseguido.

–¿No se cristianizan ustedes?

–Muchos sí. Nosotros no. Para nosotros el mar, la tierra, el río o los árboles y todo cuanto les rodea son las conexiones con la energía universal y las pasarelas por las que volveremos a la vida cuando muramos y pasemos por el más allá: si esas pasarelas se dañan, no podremos volver.

–La ecología es ya no sólo la supervivencia, sino también la eternidad del individuo.

–Por eso luchamos. En los años sesenta, el Chile de Allende nos abre una nueva vía de esperanza con la reforma agraria y convierte a muchos mapuches en parcelistas.

–Pinochet se encargará de retroceder.

–Salvajemente. Nos devuelve al gueto de lo indeseable junto al cliché del indio borracho, vago, polígamo, pendenciero que debe morir para que nazca el nuevo chileno. En fin, todas las dictaduras son la misma dictadura sangrante contra el género humano.

–¿Y después de Pinochet?

–Con la democracia, el presidente Alwyn firma el tratado de Nueva Imperial y abre otro camino, pero las oligarquías responden con un poderoso lobby que denigra nuestra imagen y reduce el censo de más de un millón de mapuches en 1992 a medio millón en el 2002. ¡Es un genocidio estadístico!

–El imperio contraataca.

–Con astucia. Logran que muchos mapuches se avergüencen de su condición de indígenas asociada a todas las lacras imaginables y la ocultan al censarse, porque es más respetable ser chileno sin más. ¡Es el momento de luchar y organizarse por el orgullo mapuche!

–Sólo las raíces permiten elevarse.

–Reunimos el Congreso Mapuche en octubre del año pasado y nos constituimos en pueblo soberano y renunciamos a la violencia.

–Una renuncia muy inteligente.

–Y apostamos por la prosperidad. Podemos crear negocios; tenemos la tierra y las estructuras comunitarias para crear y repartir riqueza. Cuando la consigamos, el Estado acabará por reconocernos plenamente. Y ahora viajamos por el mundo, como aquí a Barcelona, donde visitamos su Parlament.