EL INDIO TAL Y COMO LO HIZO EL GRAN ESPIRITU

EL INDIO TAL Y COMO LO HIZO EL GRAN ESPIRITU

¿Has comido bien, hermano? ¿Tienes hambre? Éste es el saludo del piel roja. Los blancos se preguntan por la salud, el indio piensa que el que tiene el estómago lleno olvida sus desgracias.

Para el piel roja el tiempo no significa nada. El curso del Sol le informa sobre ciertos momentos del día. De un día a otro pasará un sueño. El piel roja habla también de lunas, porque ha advertido el fenómeno del ciclo de nuestro satélite.

Las estaciones son los momentos en que podrá recoger frutos o en que los bisontes regresarán a la llanura, o cuando el suelo está helado. Para hablar de un año dirá de una nieve a otra; la nieve es lo que cuenta, porque significa frío y sufrimiento. Lo que el indio no pueda hacer en una nieve lo hará en otra.

El paso del tiempo no representa gran cosa para unos hombres que rara vez mueren de vejez en su camastro, sino más bien de frío, hambre o por la bala del fusil de un blanco. Cuando vea al hombre blanco apresurarse para terminar las cosas cuanto antes, el piel roja dirá con una sonrisa compasiva: El rostro pálido se vuelve loco de tanto precipitarse.

El indio concede mucha importancia a su muerte, y a la vista de una bella mañana soleada dirá: Es un buen día para morir. Gracias a su muerte se seguirá hablando de él cuando haya entregado su alma al Gran Espíritu.

El piel roja es temperamental, puede sentirse muy orgulloso de sí y proclamarlo a voz en cuello o bien, avergonzado, ocultarse de todos. Se muestra tan puntilloso por el bien parecer que le desagrada importunar a los otros con preguntas.

El indio no blasfema, su vocabulario carece de insultos, y la peor de las ofensas es llamarle vieja o vieja cepa podrida. El bravo ofendido se retira mohíno a un rincón hasta que el ofensor acude a presentarle sus excusas, que serán tanto más rápidamente aceptadas cuanto más costosos sean los regalos que las acompañen.

La pregunta directa es la peor de las descortesías, y precisamente por eso un piel roja jamás dirá a uno de sus hermanos de raza: ¿ De dónde vienes? ¿Qué has hecho?. Tan curioso como una vieja lechuza, dará un largo rodeo hasta conseguir la respuesta sin haber formulado la pregunta. Los hombres blancos, que no conocían esta particularidad, se quejaban siempre de que los pieles rojas nunca respondían a sus preguntas y de que llegaban incluso a adoptar un semblante triste cuando se las formulaban. Sí, el indio se sentía triste al ver hasta qué punto podían ser descorteses aquellos hombres que se decían civilizados.

Si, por azar, un indio mataba a un blanco, los soldados de chaquetas azules acudían a la tribu para apoderarse del culpable. Con objeto de hacerse perdonar, éste les ofrecía tres o cuatro caballos como indemnización, pero los rostros pálidos nunca los aceptaban y se lo llevaban para ahorcarlo. Los pieles rojas han considerado siempre que un hombre que se balancea al extremo de una cuerda es una visión mucho más horrible que la falta que haya podido cometer. Si acontecía que un indio mataba a otro, la familia del muerto exigía una reparación, el culpable ofrecía unos regalos y el incidente quedaba zanjado. Si no podía realizar éstos se exiliaba, avergonzado, o era perseguido por los suyos por no haber respetado las costumbres. Los indios no reconocían el derecho de castigar con la muerte a uno de los suyos. Unos sioux, tras haber visto cómo unos blancos ahorcaban a otros blancos, juraron no tener jamás contacto alguno con tales salvajes.

Esta manera de ver las cosas abría un foso entre blancos y pieles rojas. Las palabras valentía y cobardía tampoco tenía para los indios el sentido que les dan los hombres blancos.

Totalmente carentes de prejuicios ante los cambios de opinión, los pieles rojas podían entablar un combate y detenerlo pocos minutos después por una razón práctica; esta conducta no podía ser entendida por los blancos.

Si el piel roja gusta de las bellas leyendas y de las verdes praderas, su sentido artístico no empaña en nada su sentido práctico. La verde pradera es verde a sus ojos porque engorda los bisontes de los que el piel roja se alimenta. Un bello bosque podrá ser una arboleda de troncos medio calcinados por el incendio entre los cuales pasar fácilmente el cazador y a los que abatirá con pocos esfuerzos para calentarse. Una ristra de perniles de alce será una decoración inigualable a la entrada de su tipi. Los barriles de madera que utilizaba el hombre blanco pueden convertirse en el más maravilloso de los objetos porque con el metal de sus aros el indio tallará las puntas de sus flechas y de sus lanzas, que tan útiles le resultan para la caza. El indio es positivo y considera que más vale pájaro en mano que ciento volando. Pero esto no impide que sepa sonreír cuando pierde.

La filosofía del indio se halla sobre todo determinada por los sueños. Toma esta filosofía del más allá, en la interpretación de los ensueños o de las humaredas y en el vuelo de las aves, pero lo más importante son los sueños. El indio, como cualquiera, sueña mientras duerme, pero este sueño no es tan fuerte, tan profético como el que puede obtener en la tienda ritual. En esta tienda, construida de diferentes maneras según las tribus, recibe un baño de vapor, sudando copiosamente. Entre los indios de las praderas se trata de un tipi de pequeñas dimensiones y especialmente dispuesto. Entre los indios de los bosques es un wigwam, cabaña reservada a este efecto. En ambos casos dispone de un agujero excavado en el centro del baño de vapor, donde se coloca el fuego. Encima de éste se sitúa una especie de rejilla sobre cuatro patas. Las mujeres se encargan de encender el fuego que luego cubren con piedras. Cuando ya están muy calientes, el indio se coloca en la rejilla y las mujeres arrojan agua sobre las piedras, con lo que se desprende un abundante vapor. A veces permanece durante varios días en esta tienda, mientras las mujeres mantienen el fuego y no dejan de arrojar agua sobre las piedras. Allí, en un ayuno ritual, el indio transpira abundantemente y llega a sufrir varios síncopes y alucinaciones que interpretar al recobrar la conciencia. Al salir de la tienda ritual su conducta se guiará por la interpretación de los sueños. Si el nuevo inspirado declara haber recibido un mensaje y éste es aceptado, puede cambiar el curso de la vida de toda la tribu. Estos sueños son la base de las expediciones bélicas y de las grandes partidas de caza. Pueden también obligar a la tribu entera a cambiar de campamento y a instalar la aldea a quinientos kilómetros del lugar donde se hallaba.Cada clan tiene sus brujos; entre los sioux es el chamán. Éste dispone de toda una gama de accesorios para predecir el porvenir. Conserva el secreto de sus recetas, que constituyen la fuerza de su medicina. Enciende fuegos y durante horas examina escrupulosamente las volutas de humo; arroja al suelo un puñado de ramitas e interpreta las formas geométricas que componen. Hace otro tanto con guijarros, leyendo con idéntica facilidad en la arena, en las nubes o en las entrañas de una rana: sus deducciones pueden aportar la prosperidad… o conducir al peor de los cataclismos.

Los indios llevan consigo constantemente un saco que los primeros norteamericanos llamaron medicina, pensando que contenía hierbas para cuidar las heridas y las enfermedades pero no se trataba de nada de eso. Confeccionado generalmente con la piel de un animal, el saco-medicina se halla siempre adornado, puede ser grande o pequeño, de piel de armiño, de lobo, de rana, de lince o de ave; la medicina comienza ya con la piel elegida. En ciertas tribus, el indio tiene dos sacos- medicina: uno, secreto y precintado, que no se abre nunca y va cosido a la ropa o atado al cuerpo; el otro le sirve de morral donde coloca su pipa, el tabaco, las pinturas para su cuerpo y sus talismanes. Estos últimos pueden ser una garra de oso, una piedra, una pluma, una pata de liebre, la oreja de un enemigo o cualquier otra cosa. Los dos sacos tienen el mismo carácter sagrado, porque los dos guardan objetos sagrados. El saco-medicina es la propia vida del piel roja y su protección. Todo depende de él, y para agradar a su medicina, el indio acaricia el saco, ofrece banquetes en su honor o se inflige duras penitencias si cree haber provocado su cólera. En este saco se hallan reunidos lo bueno y lo malo. Al llegar la pubertad, el joven indio se aleja de la tribu y ayuna aislado. Durante largos días llama al Gran Espíritu y elige al primer animal entrevisto en los sueños de su delirio. El joven ya no tiene más que regresar a la aldea, recobrar sus fuerzas y lanzarse armado a la búsqueda del animal designado por el Ser Eterno; este animal se convierte en su protector para toda la vida y con su piel el indio confecciona su saco. Nunca más podrá volver a matar un animal de esta especie sin destruirse a sí mismo. La medicina es un don del Gran Espíritu, del que el indio no puede disponer; vender su saco, darlo, perderlo, dejárselo quitar, convierte a este desgraciado en un-hombre-sin-medicina, que pierde en el acto el respeto de los suyos. Al indio así desposeído y afligido sólo le queda un recurso: arrancar el saco- medicina a un enemigo y regresar a su campamento para recuperar sus antiguos privilegios.
MITOS DE LA CREACION

Eran numerosas las tribus de América, pero todas quedaron plasmadas finalmente en diversas clasificaciones. Una de ellas es la que propone a los algonquinos e iroqueses del este, los pescadores del noroeste, los esquimales del norte, los cazadores de búfalos o indios de las praderas occidentales, y los del lejano oeste en la zona del desierto y California.

Todos estos grupos, a pesar de las grandes distancias que los separaban (tanto espaciales como lingüísticas), tenían unos mitos y unas leyendas comunes sobre su propia creación que les vinculaba directamente con la naturaleza.

En la primera parte del mito se cuenta cómo los dioses o pueblos primitivos habitaban un mundo de paz y armonía. Poco a poco, esa unidad fue rota por los intereses personales y las acciones que, conscientes o no, hacían daño a los demás. Los dioses se metamorfosearon gracias a sus poderes, convirtiéndose en todo lo que hoy conocemos: árboles, flores, el Sol, las estrellas, pájaros, peces… Sólo un reducido número se abstuvo del caos y la discordia y continuó viviendo tan armoniosamente como lo hiciera hasta entonces.

La segunda parte del mito narra cómo ese pequeño grupo de dioses pasó a crear el mundo que conocemos actualmente. Aquí las diferentes tribus difieren en sus versiones. Algunas, como la de los sioux, tienen la creencia de que su raza sobrevivió en un pueblo subterráneo cerca de un inmenso lago. Varios hombres subieron cierto día por las raíces de unos viñedos que despuntaban en la tierra y quedaron maravillados al ver la gran cantidad de alimentos vegetales y la abundancia de animales de la superficie en comparación con lo pobre de su subsuelo. Bajaron de nuevo a contarlo y el pueblo entero abandonó sus hogares y les siguió; pero no todos lograron subir, ya que el peso de una mujer corpulenta hizo que la planta se rompiera.

Esta leyenda, además, es la base de las creencias siouanas de la reencarnación, puesto que tras la muerte piensan que su alma regresará a aquel lugar subterráneo, unos bajando a través de las raíces, mientras que otros no podrán realizar el pasaje debido al peso de sus pecados y permanecerán en la superficie.

Tribus distintas sitúan su origen en la creación de los hombres por parte de su máxima deidad o Gran Espíritu (el Gran Manitú entre los algonquinos e iroqueses, y Wakan-Tanka en el lenguaje de los indios de las praderas) a partir del barro modelado, previamente extraído de las profundidades del mar, que después era colocado sobre la tierra para que desarrollara su vida.

Otros pueblos, no obstante, tienen el mito común de que el Gran Espíritu, desde el cielo, o el mismo Sol, al mirar a la Madre Tierra la fecunda, y de ella nacen los primeros hombres que conforman las actuales tribus amerindias.
DOS AMIGOS: INDIOS Y LOBOS

Desde luego los lobos no eran los únicos animales a los que los indios respetaban, en todas las tribus que existieron, tenían las mismas normas respecto a los demás animales, se cazaba lo necesario para alimentarse, y siempre se pedía antes permiso a la madre naturaleza.

Al matar el animal se le honraba con una petición: que el espíritu del animal penetrara en el cazador, tomando así las grandes virtudes del animal.

El lobo era uno de los animales al que más respetaban y el espíritu del lobo representaba la fuerza, la inteligencia y la nobleza.