Las Plantas Maestro y sus Discípulos.

Las Plantas Maestro y sus Discípulos.
Curanderismo del Amazonas

Jean-Pierre Chaumeil

Desde 1971, Jean-Pierre CHAUMEIL, etnólogo francés, ha efectuado varias estadías en la Amazonía peruana, especialmente entre los Yagua de la región nor-oriental con los cuales convivió más de tres años en compañía de su esposa. Su interés toca en prioridad el estudio comparado del shamanismo y, de manera más general, todo lo que rodea las nuevas formas de religiosidad en la Amazonía. Es autor de varios libros, entre los cuales están ‘Voir, savoir, pouvoir”, (Ed. de I’EHESS, París, 1983) y ‘Ñihamwo” (CAAAP, Lima, 1987). Encargado de investigaciones en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), pertenece al Equipo de Investigación en Antropología amerindiana del mismo (Francia).

A través del mundo son numerosas las sociedades que otorgan un lugar privilegiado a los vegetales en su sistema de pensamiento. Es en particular el caso de las sociedades amazónicas que según J. Barrau (1990 : 1293) se podrían calificar de “vegetalistas”. Varias de ellas hasta consideran ciertos vegetales como la fuente del saber y de los poderes (cosmológico, terapéutico y otros). De manera general, todo ocurre como si esas sociedades concibieran una continuidad, una solidaridad mística entre los vegetales y los hombres, entre el “crecimiento” vegetal y el crecimiento humano, entre los modelos de reproducción vegetal y humano. Este pensamiento se fundamenta en parte en la idea que el conocimiento de las cosas y de los seres del mundo no tiene su asidero en el hombre mismo, sino dentro de la naturaleza (vegetal) que lo rodea.

Este concepto de planta-saber (o planta-poder si se quiere) está ampliamente difundido en la Alta-Amazonia y es muchas veces traducido en lenguaje shamánico por “espíritu” o “madre” de los vegetales (Luna, 1986; Chaumeil, 1983).

Así que abordar los fenómenos de terapia shamánica en el mundo amazónico sin evocar las plantas alucinógenas sería despojarlo de un elemento dinámico esencial. Sin embargo, no habría tampoco que limitar el uso de alucinógenos al campo terapéutico. Numerosas sociedades amazónicas los emplean dentro de un contexto sociocultural más amplio (rituales de iniciación, de caza y de cultivo, prácticas adivinatorias, etc.) y las integraban otrora como productos de intercambio en los grandes circuitos comerciales que vinculaban la selva amazónica con los Andes y el litoral Pacífico. Pero de hecho, el uso de alucinógenos en el ámbito indígena parece esencialmente ligado a la iniciación shamánica; es muy ocasional en las curas donde el tabaco (fumado, masticado o bebido) se vuelve el vegetal de referencia (Wibert, 1987). Según los conceptos indígenas, las madres de los alucinógenos son ante todo entidades que “enseñan” más que actúan por sí mismas y para sí mismas. Sin embargo, progresivamente, los alucinógenos entraron en la parafernalia terapéutica clásica de los shamanes mestizos que ejercen en las ciudades y en consecuencia, retroactivamente, este uso se difundió entre algunos shamanes indígenas. La extensión del campo de los alucinógenos a un ámbito de aplicación estrictamente terapéutica (diagnóstico y cura) parece ser un fenómeno relativamente reciente si se toma en cuenta los datos de la etnografía indígena que los asocian más a un modo específico de aprendizaje y conocimiento.

Efectivamente, en numerosas sociedades del alto Amazonas, la iniciación shamánica implica un noviciado (a veces de varios años) que se inicia con la toma periódica, según un orden establecido, de alucinógenos (y en forma facultativa de jugo de tabaco) bajo la dirección de uno o varios shamanes experimentados. No se puede considerar seria ninguna iniciación sin esos alucinógenos que se dice encierran espíritus extremadamente poderosos, cuyo amaestramiento se consigue mediante los viajes visionarios inducidos por la ingestión escalonada de esas mismas plantas. La operación consiste en añadir paulatinamente nuevas decocciones, creando mezclas más y más heterogéneas para así multiplicar y diversificar las fuentes del saber. Esos mismos espíritus o madres de los alucinógenos figuran además en el espectro de auxiliares favoritos de los shamanes, como dadores de saber y proveedores de armas mágicas (ver los relatos posteriores).

Cabe volver a subrayar que la toma de alucinógenos no es de uso reservado de los shamanes. La mayoría de los individuos, hombres y mujeres, sea en un medio indígena o mestizo, pueden vivir esa experiencia guiados por shamanes entrenados. En este caso, las tomas se orientan claramente hacia la auto-curación o la búsqueda de efectos telepáticos. En todo caso, las tomas nunca son anárquicas ni indiferentes. Los Yagua de Loreto, por ejemplo, han elaborado una “tipología-procedimiento” de los alucinógenos: primero están los que “hacen ver” y los que “hacen viajar”; los que “enseñan” el arte de curar o de hechizar; luego aquéllos que calientan” el cuerpo o los que “afinan y embellecen la voz” para seducir; los que “dan fuerza”; los que “queman” las almas o “cicatrizan” las heridas y, finalmente los que se “intercambian” con las entidades invisibles (Chaumeil, 1983). Recordemos también que, para esos mismos Yagua, el universo de los alucinógenos es un componente de la realidad tanto como la realidad inmediatamente visible vivida por cada uno en su cotidianeidad.

En lugar de desarrollar, como ya lo hicimos en el trabajo antes citado, la manera como una sociedad específica piensa y utiliza los alucinógenos en el contexto shamánico, hemos preferido dar la palabra sobre este tema a varios shamanes procedentes de diferentes tradiciones pero que ejercen en la misma región (entre Iquitos y la frontera colombiana). Sus relatos, recogidos entre 1984 y 1985, nos parecen ilustrar mejor que cualquier otro discurso la importancia del elemento vegetal y de los alucinógenos en el modo de aprendizaje, los sistemas de pensamiento y las culturas amazónicas de hoy en día.

Alberto Proaño (Shamán Yagua, quebrada Marichín, 1976)

“Mi padre ha sido un gran curandero Yagua, nëmara. Se le llamaba también sandatia “el-que-sabe”. El me enseñó el vegetal. Primero el piripiri que es el vegetal para preparar el cuerpo. La primera vez que tomé el piripiri, vi una candela grande que se transformó en serpiente y escuché solamente a lo lejos rumores de voces. La segunda vez tomé piripiri con tabaco que es el “camino de las almas”. Vi nuevamente a la candela, pero luego se presentaron dos mellizos (madre del tabaco) que me enseñaron los cantos del tabaco y de los cigarros-mágicos. La madre del piripiri se presentó más tarde bajo la forma de un animal-fantasma: me entregó una pastilla para curar y sopló en mi boca un virote (dardo mágico) para resistir a las enfermedades.

Antes de tomar el ayahuasca mezclado con el piripiri y el tabaco, mi padre finado me hizo tragar 5 flemas (que sacó de su cuerpo) para preparar mi estómago. Cuando tomé la purga, la madre del ayahuasca me entregó un cigarro encendido de donde salía un olor perfumado que me hizo ver muchas cosas. Luego me llevó hasta el cielo, pasaron varias capas de nubes. Ahí me dio un vestido para mudarme de manera que las enfermedades no penetren en mi cuerpo. La madre del ayahuasca asusta la primera vez, pero después es como tu hijo; puedes hablar con ella soplándole tabaco. Cada vez que la necesitas, está contigo, te cuida. Después tomé la purga con el toé, su mezcla.

El toé me hizo conocer el mundo de la gente-sin-ano (bajo la tierra) y el medio-mundo donde también vive gente, más allá del mundo de los buitres. La purga me hizo conocer toda clase de gente (de espíritus). Un día mi padre finado me hizo la prueba y me dijo que sanara a mi abuelo enfermo. Le he chupado en la garganta y le he sacado dos flemas. Pero todavía no se transformaban. Me dediqué con más y más frecuencia a las curaciones hasta que yo vi esas flemas transformarse primero en virotes y luego en gente. Desde entonces podía saber quién había mandado la enfermedad, podía conocer la fuente de la enfermedad. He probado más luego muchos otros vegetales como el naranjillo y el venado-caspi que me hicieron conocer más. Así me he graduado de nëmara” (versión resumida del texto presentado en Chaumeil, 1983:33-43).

Juan Pacaya (curandero de origen Cocama, lago de Caballo-cocha, 1984)

“Mi abuelo Bartolomé Pacaya ha sido Omaguino (de Omaguas), igual que mi abuela Margarita Iruyara. Vinieron a Caballo-cocha hace años, en el tiempo que costaba el jebe. Mi padre se llamaba Gavino Pacaya Marín, aquí ha crecido pero ha nacido en Omaguas. Mi madre Narcisa Wayunga era de Balsapuerto, Cocama era. Yo he nacido aquí, en Caballococha y tengo 70 años. Mi mujer era también Cocama, Artuwari Macuyama, y nació en la boca del río Nanay. Primero yo era pescador, de joven. Luego trabajé la shiringa un año, después la madera dos años. Ahora me dedico a los cultivos. Tengo aquí 3 hermanos, Bartolo, Miguel y Rafael (él también sabe curar). Yo he aprendido en el río Nanay, en el tiempo de conflicto con Colombia en 1932. Así que he sido militar también pero nosotros no hemos peleado. La toma de Leticia ha sido cosa de puros civiles. En el Nanay de mis paisanos, los Cocama. Yo he aprendido de joven antes que yo tenía mi mujer. Yo aprendí poco a poco, tengo una memoria bien suavita; lo que canta uno, un paisano,. yo le aseguro todito, tengo buena cabeza. Asi aprendí con ayahuasca en el mismo Nanay durante los años que estuve allí. Tenía dos compadres que hacían curanderismo Cocama. Yo tengo mi cachimbo también, yo también saco chonta. Yo he querido aprender para ser curandero, para eso he nacido. Cuando vinimos a Iquitos se enfermó uno de mis hijos, quería morir. Le pregunté a mi mujer finada: “¿dónde vamos a hallar médico aquí? a ver, yo voy a probar”. Le he probado y se sanó. Yo he sanado, hermano, no uno, he sanado cientos de muchachos! Grandes también, de todas partes. Yo utilizo medicina Cocama, la soga ésta, el ayahuasca con su mezcla. Yo utilizo también un “santito” de este tamañito, se llama Encanto; es como una persona chiquita, parece un callampito (hongo). Es medicina también y se Ie apega donde duele. Cuando tomo la purga (ayahuasca y su mezcla), veo toda clase de cosa, gente, animales, hamacas … Hasta ahora he tomado muchas veces la purga, hasta para sanarme yo mismo. Hace un año he querido morir, adentro me dolía. Me fui al hospital de Caballo-cocha a ver al médico: “yo estoy enfermo, doctor, le digo, tengo un dolor adentro, no por encima, sino por adentro!”. “A ver, saca la camisa, me dice”. Me ha tocado, me ha golpeado por aquí, por acá: “Señor Pacaya, me dijo, no estás enfermo!” De cólera me fui y tomé el ayahuasca, dos veces tomé. Me ha purgado, me hizo vomitar. El segundo día desapareció el dolor y me sané por completo! En mi mareación vi dos tremendas sombras, de dos metros de altura con pantalones blanquitos. Me miraban cuando vomitaba. ¡Adiós hinchazón de barriga! Nunca más hasta hoy día. Desde entonces nunca me voy al hospital. Todo se sana con purga, todo es purga”.

Rafael Pacaya (curandero, hermano de Juan Pacaya, 1984)

“Mi medicina es la Mukura, planta que se toma en cada luna verde, a las 12 de la noche. Esta planta tiene muchos secretos. Viene la madre y te enseña los icaros para sanar, pero también para hechicería. Con el ayahuasca, yo no he visto nada. La madre de la mukura es como un enano o una viejita con el pelo amarrado sobre la cabeza. Se presenta también la madre del toé (su mezcla), es como una persona pero parece que no tiene huesos. Yo he empezado a aprender a los 67 años, ahora tengo 74. He tomado la mukura por primera vez porque estaba enfermo, tenía paludismo. He tomado un año y me he sanado. La mukura es buena para el paludismo. Después he seguido tomando la mukura como medicina. La mukura es mi jefe, me ha enseñado toda clase de hechicería y de curación. La mukura hace conocer el hombre”.

Alonso Ruiz Ríos (curandero mestizo, Iquitos, 1984)

“Nací en los alrededores de Pucallpa. Tengo 31 años y vivo en Iquitos desde los 5 años. Mi maestro fue un médico ayahuasquero mestizo de nombre Fidel Mozombite. Me hizo ayunar en el monte durante dos años. Venía a visitarme cada 15 días. Me enseñó los icaros en lengua quechua, tanto para curar como para el “mal de gente”. La cuarta vez que tomé la purga, vi un “hospital” lleno de medicinas. Era como una farmacia donde había remedios para curar y para dañar. La madre del ayahuasca te hace escoger. Hace 11 años que tomo la purga, el ayahuasca mezclado con chacruna, con chiricsanango y con hojas de renaco. Después de dos años de ayuno, una “anciana” (madre de la purga) se presentó y me enseñó. Luego, salí para la madera sobre el alto Ucayali, el río Tamayo, donde me encontré con un curandero Indio, perteneciente a los Campa, Francisco Shumigabi. Me dio una planta parecida al culantro y me hizo ayunar dos años más en un lugar aislado. Me dio también ayahuasca. Después de 6 meses, la madre del vegetal hizo la “prueba”. Vi entonces la Sirena. Podía ver debajo del agua y aprendí el canto triste de la Sirena (madre del agua). Este canto sirve sobre todo para atraer a las mujeres con perfume. También aprendí aquí la gasolina: eso es para tu defensa. La madre de la gasolina es como un viento que te protege, te cuida, es como un vapor que te envuelve. Así, primero tú tomas la gasolina antes de tomar la purga, para preparar el cuerpo. El primer maestro me enseñó los cantos en quechua, el segundo en lengua campa. Ahora canto en quechua-campa y nadie me puede “cruzar”. Después de dos años de ayuno, el curandero campa me sopló sobre el cuerpo como para “despacharme” y desde entonces me dedico a curar. Se llama “maestro” a la madre de la purga y warmicita a los espíritus auxiliares. Cuando curo en casa, pongo “soldados” en los cuatro rincones. Con la gasolina, me cuidan cuando tomo la purga. Mi maestro Francisco me dio virotes, gasolina, petróleo y la serpiente cascabel que tengo todos en mi cuerpo. También me dio un encanto: una piedrita “charapita” que “chupa”. Se pega en las partes que duelen y sólo yo puedo sacarla. Tengo muchas medicinas vegetales pero es la madre del ayahuasca la que me enseñó todo”.

Celso Rojas (curandero mestizo, Iquitos 1985)

“Yo soy Celso Rojas Ucachiua. He nacido en Moyobamba en 1905. Me he criado en esas alturas (alto Tapiche) en el tiempo del jebe y del caucho, y he venido a Iquitos,con mis padres en 1918. Después he ingresado un año en la FAP (aviación). De ahí, me han trasladado a Moyobamba otra vez, un año y medio antes de regresar a Iquitos, donde mis padres murieron. Poco después me puse enfermo; mi pierna izquierda se ha podrido hasta el hueso. No me podía sanar.

Me fui a internarme por 4 meses en el hospital Santa Rosa, pero sin mejoramiento. Antes que me trozan mi pierna, salí nuevamente al alto Tapiche donde tomé por primera vez el ayahuasca, era en 1933. He dietado tres años sin comer sal, ni dulce, ni ver a nadie. De esta manera me sané y aprendí el poco que conozco. No he tenido ningún maestro aparte de la purga misma (ayahuasca). Yo la preparaba, la cocinaba y la tomaba. Conocí sin embargo a un Indio Capanahua, un tal Pedro Nahuatupe, que me mostró cómo preparar la purga, pero no me convenía. En mi casa he cambiado la preparación, pero de todo este tiempo los gusanos llenaban mi pierna malograda. De repente vino en mi mareación un pajarito carpintero, color pardo, cabecita colorada, a pegarse en mi rodilla. El comió todita esa gusanera. Yo sentía, yo veía (en mi mareación) el carpintero comer a todos estos gusanos. Luego cayó el carpintero en la olla de la purga y ahí desapareció para siempre.

Entonces he comenzado a sanarme. A los 6 meses estaba sanito. Faltando poco para cumplir tres años de dieta, he tomado la purga otra vez. Vino una boa inmensa, sus ojos parecían focos de carro. Vino de frente en la olla para batir la purga con su lengua. Después me ha comenzado a lamer, ha.metido su lengua en mi oído, en mis ojos, en mi nariz, todo, y con su lengua ha reunido mis pies así bonito y ha comenzado a tragarme. Y eso, dijo la boa, era para graduarme de sumé, o sea andar por debajo del agua y salir el día que me da la gana y donde quiero. Pero no logré graduarme: cuando estaba a medio cuerpo en su boca he tenido miedo, y la boa me vomitó. Sumé es el último grado, el primer grado es el banco, el segundo es el muraya. El sumé puede vivir en el agua y salir donde quiere, vive en pueblos de vidrio adentro del agua. El banco templa su mosquitero y se echa, en su encima se sientan los espíritus del monte, por eso se le llama banco, es el primer grado. El muraya cura con vegetales, hasta ahí me he graduado yo.

Las madres del ayahuasca son muchas, en distintas formas. Se presentan en forma de lagartija, víbora, lagarto, o gente enana. Todos enseñan. A mí me enseñaron en Inca (quechua). Del Capanahua, conozco algunas partecitas nomás, que me enseñó Pedro Nahuatupe. Yo he empezado a tomar a los 25 años. Antes del ayahuasca, he tomado el chiricsanango, el uchusanango, el ojé con mi padre. Pero recién he “visto” con el ayahuasca, y me he acostumbrado, ahora me gusta, yo lo tomo rico, parece gelatina. Yo tomo ayahuasca mezclado con distintas clases de plantas. He probado hasta con su cogollo del huicungo, de la chambira, con chullachaqui-caspi, con la corteza de ayahuman, huaira-caspi, garabato-casha, zarza, villorenaquillo (macho y hembra), sanango, estoy probando toé también. El chiricsanango le quita su fuerza al ayahuasca, sólo se toma para sacar el frío y fortalecer el cuerpo. El chullachaqui-caspi no vale, pura maldad, la chambira y el huicungo lo mismo. La chuchuhuasi tiene la mitad buena y la otra mala. El garabato-casha y la zarza son todito medicina. He tomado con urcu-huasca, con wayusa, con resina de ojé, con creolina, alcanfor, agua florida, todo he probado. Los que me han servido, los he guardado y los que no me han gustado los he abandonado. Desde el año 1933, sigo de purguero y sané a muchos enfermos”.

Mejandro Vasquez Zárate (curandero mestizo, Iquitos 1985)

“Yo tengo 65 años, he nacido aquí en Iquitos pero yo aprendí en Puca Barranco (caserío del río Napo) con un Indio capturado por caucheros en una correría, por los años 1940. Un día este indio me llamó diciendo que en su sueño escuchó a la madre del ayahuasca que quería conocerme y enseñarme la purga. A los 17 años tomé ayahuasca y su espíritu me enseñó en quechua. Todo lo que conozco es en quechua, mis icaros, mis curaciones. Dos años he tenido que dictar, ya que para saber bien es dos años. Después del ayahuasca, he tomado tabaco por la nariz, en el pico de la pinsha (tucán).

El ayahuasca tiene padre, es un hombre chiquito con sombrerito, el cuerpo cubierto de sogas, como un tronco de tamshi. El me llamó “hijo” y me enseñó. Me enseñó primero a silbar bonito ; del silbido se aprende el icaro, de ahí poco a poco viene la voz del icaro. Del ayahuasca hay el macho y la hembra. El macho es más fuerte. Hay también el cielo-ayahuasca o rayo-ayahuasca, que hace ver todo el cielo, y el ayahuasca de tierra. El padre del ayahuasca me una flema, el yachay, por la boca. Es como si uno planta en su cuerpo, crece poco a poco y el cuerpo se hace más y más fuerte. Por eso se dieta. Uno tiene que conocer todos los icaros que existen para ser verdadero maestro, para que pueda sanar cualquier enfermedad (cada enfermedad tiene su icaro propio). El maestro máximo se llama tronco. Yo tengo mi defensa, mis genios, yo tengo mis bombas, mis aviones. Yo puedo mandar una bombardeada, con el rayo se les quema a todos los enemigos, es la mejor defensa. El padre del ayahuasca es el que hace todo”.

Clotilda de Rengifo Marín (curandera de origen brasilero, Iquitos 1985)

“Mi madre ha sido brasilera. A los 15 años vino a aprender el vegetal en Caballo-cocha. Empezó a aprender de la vegetación a los 14 años. A los 15 dominaba la purga, la “ciencia”. La purga es la primera planta que Díos puso en la tíerra para regar la vegetación. De esta manera he empezado a aprender con mi madre directamente de la “ciencia”, yo no tengo icaros. El que enseñó a mi madre era un maestro de Lamas.

Yo tomo puro ayahuasca, soy vegetalista 100 por 100. Mi primer maestro fue Cocama, se llamaba Juan Martín Yawarkani. He tomado 5 años con él la purga, he dietado 8 años y yo curo desde hace 10 años. Yo soy la reina de la vegetación. Soy comando general de mando. Para superarse hay que dietar, hay que botar el cuerpo, hay que quedar huesito. Cuando más te metes en la dieta, más avanzas en la ciencia. Nos enseña el arco-iris del espacio: tiene 7 colores encendidos, 4 son medicinas y 3 son dañinas. Eso el doctor no cura. Los colores buenos son: azul y rosadito, el malo es el amarillo”.

Julia Navas Nibeira (curandera mestiza, Iquitos 1985) “Yo aprendí así: he sufrido una enfermedad hace muchos años. Llegué a un maestro que era un Indio Chama. El me enseñó a tomar el ayahuasca. De la primera copa, me sané pero me hizo dietar 6 meses. Yo he cantado 7 canciones la primera noche. Seguí dietando durante 3 años por el Ucayali. Mi maestro sabía mucho porque se metía en el agua y salía a las 4 horas completamente seco; sumé era. He dietado varias plantas: ayahuasca principalmente, murcuhuasca, agregando siempre la chacruna que es también primordial para la visión. El ayahuasca sólo marea. El toé también sirve para ver. Mi maestro me enseñó en su idioma chama (Conibo), él me dio el llausa mariri, es una defensa que tenemos en el estómago y con la cual sacamos virotes. Me trasmitió este mariri por medio de vientos. El genio del ayahuasca, el rey de la medicina, es satitucuy, un viejito de color bronceado óxido, de tamaño diminuto, con sombrero de piedra, zapatos de piedra, bastón de piedra, él también viene de un cerro de piedra. Los duendes son los discípulos del viejito, sus ayudantes. Son los cuidadores dé ‘nuestro cuerpo: las arcanas, para que nadie nos cruza. Trozan flechas, son como Indios. Mi animal protector es un águila que siempre pongo en el techo para cualquier cosa que caiga de arriba, él lo coge, todo lo malo. Ponemos también defensa en los 4 costales: los shitaneros que decimos. Son los balisteros, los pucuneros, los guerreros, no dejan pasar a nadie. Son Indios, por ejemplo un Huambiza si tomamos el ayahuasca con el yagé, ya que el yagé viene del Huambiza. El ayahuasca es nuestro maestro a todos, no podemos superarlo, somos sus discípulos. Hay muchas clases de ayahuasca: cielo-ayahuasca, trueno-ayahuasca, encanto-ayahuasca, rayo-ayahuasca, boa-ayahuasca, y muchos más, cada uno tiene sus secretos”.

Bibliografía

* BARRAU, J., 1990. -“L’homme et le végétal”, 1279-1306 in Histoire des moeurs I, Paris,J.Poirier,Gallimard,encyclopédie de la Pléiade.
* CHAUMEIL, J.P., 1983, Voir, Savoir, Pouvoir. Paris, ed. de I’Ecole des hautes Etudes en Sciences Sociales. 1988 – “El poder vegetal”, 246-253 in Rituales yfiestas de las Améiicas, Bogota, E. Reichel, compil., Uniandes.
* DOBKIN DE RIOS, Marlene, 1972. -Visionary vine, psychedelic healing in the Peruvian Amazon, Chandler Publ. Company.
* LUNA, Luis Eduardo, 1986. – Vegetalismo. Shamanism among the Mestizo population of the Peruvian Amazon. Stockholm Studies in Comparative Religion 27.
* LUNA, Luis Eduardo& AMARINGO, Pablo, 1991. – Ayahuasca visions. lke religious iconography of a Peruvian shaman. Berkeley, North Atlantic Books.
* WILBERT, J., 1987. – Tobacco and Shamanism in South America. New Haven & London, Yale University Press.

Extraído de: CHAUMEIL, Jean-Pierre: “Las plantas-maestro y sus discípulos. Curanderismo del Amazonas”, en Takiwasi, nº2, pp.29-45

LAS DIVINIDADES ALUCINÓGENAS

LAS DIVINIDADES ALUCINÓGENAS
Alain Daniélou

Orientalista y musicólogo, Alain Daniélou estudió (1935-1948) sánscrito, filosofía, teología y música en las escuelas tradicionales hindúes en Benarés. Amigo del gran poeta bengalí Rabindranath Tagore, penetró en la mística hindú mediante la música, la poesía y el teatro. Prof’esor en la universidad hindú de Benarés (1948-1954) asume luego la dirección de la biblioteca de manuscritos y ediciones sánscritas de Adyar en Madras (1953-1956). Miembro del Instituto francés de indología y de la Escuela francesa de Extremo Oriente (1956-1963), se desempeña después como director del Instituto internacional de estudios comparativos de la música en Berlín y Venezia. Entre sus múltiples publicaciones, en castellano tenemos un texto redactado conjuntamente con José Luis Borges sobre los secretos de los Tantras. Para Alain Daniélou, el Occidente perdió su propia tradición y alejó al hombre de la naturaleza y de lo divino. Si quiere sobrevivir, tendrá que redescubrir la Tradición de la experiencia religiosa Y mística multimilenaria que la India supo preservar hasta hoy.

En la jerarquía de la creación, los diferentes aspectos de la materia y de la vida corresponden a códigos, fórmulas que se manifiestan primeramente por seres sutiles, espíritus, genios, ángeles o demonios que rigen los diferentes aspectos de la creación y se encarnan en sustancias, plantas, animales, insectos, micro-organismos en los cuales se encuentran los mismos códigos.

Hay entonces parentesco entre ciertas plantas, ciertos animales, ciertas bacterias, ciertos tipos de hombre,entre los cuales aparecen afinidades, formas de entendimiento, de cooperación, de dependencia mutua o al contrario antinomias.

La vida existe sólo devorando la vida y es únicamente destrozando y asimilando a otros seres vivientes que las diversas especies pueden subsistir, reproducirse y existir como especies.

Según sus afinidades, todas las especies tienen presas indicadas, ya sean carnívoras, fructfvoras, herbívoras, ya se nutran de insectos o de plancton, pero son ellas n-iismas presas de entidades sutiles que las penetran, viven en ellas y eventualmente las destrozan…

Los ritos del sacrificio, la consagración de la víctima a una entidad sutil, a una divinidad, y su consumo permiten establecer un vínculo con la entidad considerada. Es el fundamento de todas las religiones. Agradecemos a los dioses por los alimentos que son el soporte de nuestra vida. Es mediante la comunión ritualizada que invitamos a un dios, un espíritu, a entrar en nosotros con el fin de modificar nuestros comportamientos, de permitirnos en algunos casos, entrar en contacto con seres sutiles, desarrollar nuestras percepciones y hasta alcanzar niveles de conciencia que están normalmente fuera de nuestro alcance.

En el rito del sacrificio, evocamos la presencia de una divinidad, de un ser sutil que penetra en nosotros mediante la comunión, el consumo de la víctima. Es el sentido del ritual cristiano en el cual el espíritu del vino se. vuelve sangre de Cristo absorbida con respeto por los feligreses en el rito ortodoxo (en el rito católico sólo la hostia que es carne de Cristo se da a los feligreses; el vino, sangre del dios sacricado, es consumido sólo por el sacerdote que of icia). Mediante un consumo repetido, sin esta transmutación, sólo es el espíritu de la vid que entra en nosotros, toma posesión de nosotros y nos volvemos alcohólicos, poseídos porel espíritu de la vid que, poco a poco, controla nuestra voluntad y nos vuelve dependiente de él.

Es mediante los ritos que podemos provocar su transmutación en un espíritu benéfico del reino vegetal.

La conciencia de la continuidad entre el mundo sutil de los espíritus y su encarnación en los seres vivientes constituye la base del saber de los shamanes. Desde el alba de la humanidad, los shamanes observaron que algunas sustancias que provienen de plantas, hongos, insectos, permitían el desarrollo de estados extáticos por los cuales los seres sutiles representados penetraban dentro de los organismos humanos, eventualmente se encamaban en nuevas formas de vida y se posesionaban de individuos quienes, a veces, se volvían sus esclavos. Es esencial entenderestarelación entre ciertas sustancias y los espíritus sutiles cuyas estructuras encaman, si buscamos analizar el funcionamiento de sustancias que llamarnos hipnóticas y que siempre desempeiíaron, en todas las religiones, un papel importante para las percepciones de mundos extra-sensibles y el desarrollo de ciertas formas de conocimiento y de realización espiritual así como la obtención de estados beatíficos.

Todas las religiones utilizaron ciertas drogas para permitir al individuo superar su animalidad aún cuando este uso se volvió puramente simbólico como el vino en el ritual cristiano. En India, el Bhang, bebida de cáñamo indio que reemplazó al Soma védico, juega un papel importante en el desarrollo de las percepciones de los Yogis y las visiones de los místicos.

Las experiencias que permiten el contacto con seres sutiles y el desarrollo de ciertas facultades son parte del acercamiento a lo sobrenatural y deben ser estrictamente controladas mediante los ritos que determinan sus límites. La meta es ampliar nuestras posibilidades de conocimiento y no transformarse en campos de influencia de los espíritus interesados.

En India, la ceremonia del Bhang se desarrolla así: durante una reunión de algunos adeptos, la hoja se machaca entre dos piedras y se enjuaga con abundante agua, lo que pem-lite extraer los elementos nocivos. Se prepara una bebida con leche de almendras, mezclándole el equivalente de una gruesa oliva de Bhang que cada uno ingiere con con ropas limpias. Se reunen de nuevo y, al cabo de aproximadamente respeto. Luego, los participantes se separan; toman un baño y se visten

dos horas, el espíritu del Bhang se manifiesta, creando un estado de euforia y percepciones acrecentadas, seguido de una somnolencia durante la cual se percibe un largo coi-redor luminoso con maravillosos colores, llevando a visiones celestiales. Esta visión es singúlar a la percibido por algunos al momento de la muerte. Pero el Bhang nunca provoca la muerte y, poco a poco, el espíritu se reúm, satisfecho de la acogida que le ha sido otorgada, dejando al recipiente en un estado de paz y feli(idad que puede durar varios días.

Los Yogis que toman dosis masivas de bhang llegan a percibir la estructura del Cosmos y de la materia así como el esplendor de los mundos celestiales. Pero no se debe alterar su letargo sino se arriesgan a graves perturbaciones mentales y dificultades de readaptación. La práctica de fumar el cáñamo es fuertemente desaconsejada en India. Los elementos tóxicos no son eliminados y el espíritu del cáñamo invitado mientras uno sigue con otras actividades es molestado y ultrajado. Tiende entonces a implantarse,creando una insatisfacción que provoca adicción y corresponde a una posesión de la cual uno se puede librar sólo con un ritual de exorcismo en el que, venerando el espíritu del bhang, se le convence de abandonar a quien se volvió su víctima.

El fenómeno de adicción a ciertas drogas es en realidad un fenómeno de posesión que sólo se puede tratar mediante procedin-iientos de exorcismo. Es mediante el uso ritualizado y controlado de las drogas hipnóticas que se puede apaciguar al espíritu interesado y liberar al ser viviente posesionado luego de invitaciones y de comuniones que no tomaban en cuenta su papel sagrado.

Los espíritus del cáñamo, del tabaco, de la amapola, de la coca, son divinidades amigas del hombre y que permiten suavizar su sufrimientos y abren para él las puertas de los mundos sutiles; su prohibición como su uso irracional son igualmente erróneos y provocan la malevolencia de las divinidades ultrajadas.

Toda la fannacopea’está vinculada a la presencia en algunas plantas de fórmulas vitales que corresponden a ciertos espíritus. Su uso debe entonces ser prudente y cauto. Muchas veces son venenos que matan en dosis altas y curan cuando se emplean con mesura. La Datura, flor sagrada del dios Shiva, maestro de la vida y de la muerte, que provoca estados de éxtasis, es también un veneno mortal.

Las epiden-úas son manifestaciones de espíritus sutiles que tienen como fmalidad restablecer el equilibrio de las especies. La peste, el cólera, el tifo, la tuberculosis, hoy en día el Sida, deben ser considerados como divinidades que se pueden invocar mediante rezos y rituales. Sin embargo, es necesario que esas invocaciones se dirijan al espíritu interesado y es ahí donde se debe conocer los ritos eficaces.

He visto casos de viruela considerados desahuciados por los médicos modernos ser curados mediante ceremonias rogativas, utilizando la repetición de fórmulas mágicas, ofrendas de incienso, de flores, de agua y frutas y del jugo de ciertas plantas sagradas a la diosa de la viruela.

Es a causa de su incomprensión de la realidad del mundo sutil que el materialismo moderno se volvió su víctima.

Bibliografía

* 1959 Le Gitalamkara: L’ouvrage original de Bharata sur la Musique, Instituto Francés de Indología de Pondichéry, distr. Maisonneuve, París.
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* 1981 LeRomande l’Anneau-Shilappadikaram duPrinceIlangoAdigal, parís. NRF Gallimard.
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(Se encuentran traducciones de varias de estas obras en inglés, italiano y alemán.)

Extraído de: DANIÉLOU, Alain: “Las Divinidades alucinógenas”, en Takiwasi, nº1, pp.25-3

La relación entre la música y el trance chamanico

La relación entre la música
y el trance extático

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Dr. Josep Mª Fericgla

Nuestro gran filósofo Bertrand Russell a menudo apuntaba que uno de los errores más frecuentes en la práctica científica consiste en mezclar dos lenguajes que, para bien de todos, deberían mantenerse estrictamente separados. Más tarde, el renovador de la antropología y uno de los padres de las modernas teorías de la comunicación, Gregory Bateson, insistió en lo mismo. Y todavía más recientemente, ha sido Paul Watzlawick quien ha remachado el mismo clavo desde otro punto de vista. En concreto, es imprescindible diferenciar entre: a) al lenguaje que hace referencia a los objetos; y cool.gif el que hace referencia a las relaciones entre los objetos (WATZLAWICK, 1995:32). Un ejemplo extraído del tema que nos ocupa aquí: si digo “esta música es lírica” o “este ritmo es rápido” he designado alguna cualidad de la música en el lenguaje de los objetos. Pero si, por el contrario, digo: “aquella música es mejor que ésta para el trance extático”, entonces estoy haciendo una declaración sobre relaciones que deja de ser reducible a una u otra música. A pesar de nuestra incipiente comprensión —especialmente en ciencias humanas— de la naturaleza de las propiedades de las relaciones, podemos darnos cuenta de lo rudimentario de nuestros conocimientos en este sentido y de que, a menudo, ello nos crea más enigmas y desconcierto que aclaraciones, pero también debemos reconocer el gran campo de comprensión que se abre a partir de aquí. Trataré, pues, de no caer en este error de categorías lógicas del conocimiento a lo largo de la exposición que sigue, discerniendo con la máxima claridad cuando hago una afirmación sobre los objetos (la música o el trance) o sobre la relación que hay entre ellos.

Para aprehender el vínculo existente entre la música —de momento en general— y los estados de trance extático empecemos por aclarar que en todo ello tiene, naturalmente, más peso la dimensión relaciones que la dimensión objetos, ya que lo básico no es que exista una música poderosa, alegre o grave, sino que existen sistemas musicales que están relacionados de una u otra forma con esta capacidad afectivo-cognitiva del ser humano. Así, y como veremos más adelante, hablar de un sistema musical extático no implica hablar de un objeto musical específico, de una escala de preferencias estéticas o de una estructura sonora única, sino que el estado de trance se halla totalmente relacionado con: a) el estilo cultural dominante; cool.gif con ciertos entrenamientos individuales o lo que Richard Noll llama “el cultivo de la imaginería mental”(NOLL, 1985); c) con ciertas predisposiciones innatas individuales; y d) también con determinadas estructuras sonoras físicas, que parecen tener alguna función en tales experiencias extáticas.

Hecha esta previa, vamos a empezar por acotar, en el lenguaje de los objetos, los términos centrales sobre los que trabajaremos: ¿qué es el trance? ¿es lo mismo que el éxtasis? ¿se trata de un fenómeno religioso y, por tanto, cultural? ¿es de carácter básicamente fisiológico? ¿qué es la música? y finalmente ¿qué relación hay entre ambos fenómenos que tan a menudo parece no existir lo uno sin lo otro?

A la larga, estas cuestiones devienen universales porque se refieren a la constante búsqueda humana en pos de una realidad con mayor sentido y trascendencia. La causa de tal amplitud de marcos de interés radica principalmente en la gran dificultad de acceder a la forma de actuación de la música y a la esencia de los estados cognitivos alternativos (el trance) que exige al antropólogo usar todos sus recursos de campo y más, mucho más, ya que en este objeto de estudio se evoca una dimensión integradora del fenómeno humano, una dimensión práctica y simbólica, una dimensión psicológica y otra fisiológica, y a la vez el investigador se encuentra con que nuestro objeto de análisis de hoy desafía todos los sistemas explicativos e interpretativos clásicos, y se abre a una transdisciplinariedad y a un dialogismo difíciles de clasificar.

En este sentido, cabe también destacar otros elementos constitutivos de la propia praxis extática que por su complejidad escapan incluso a un texto antropológico, tales como el carácter prelógico del proceso cognitivo que se desarrolla en los estados de trance, un cierto entrenamiento en la dirección de lo que llamaríamos la omnipotencia del pensamiento infantil, la inefable experiencia plena de beatitud y belleza que acompaña el trance extático y que, en cierta forma, es su propia esencia; incluso el límite hermenéutico de si la teoría es capaz de darnos un modelo válido y comprensible de esta realidad humana, teniendo en cuenta su doble valencia subjetiva y objetivable solo en cierta medida.

Así pues, me voy a adentrar ya en la definición de cada uno de esos dos parámetros cuya relación es nuestro objeto de reflexión y análisis en este texto. Ello nos ayudará a centrar el fenómeno extático y musical en su justo lugar, tratando de evitar que, como suele suceder, al lado de lo claramente misterioso o todavía informulable de la naturaleza humana se cuelen anhelos, inexactitudes y deseos personales sin relación alguna con el resultado de los datos y conclusiones a realizar.

I

Por trance extático voy a referirme, en primer lugar, a lo que ha sido admitido dentro de los parámetros de la investigación psicológica, más allá de las puras descripciones fenoménicas. Para la psicología, el trance extático es una salida del ego fuera de sus límites ordinarios en virtud de nuestras pulsiones afectivas innatas y más profundas. Se trata de un estado extraordinario de consciencia despierta, determinado por el sentimiento y caracterizado por el arrobamiento interior y por la rotura parcial o total con el mundo exógeno, dirigiendo la consciencia despierta —entendida como “capacidad para conocer”— hacia las dimensiones subjetivas del mundo mental.

Por otro lado, desde el punto de vista de las ciencias cognitivas cabe distinguir entre trance y éxtasis, en el sentido de que trance significaría un proceso cognitivo, literalmente de tránsito, y que éxtasis vendría a referirse a un estado cognitivo (aún no está totalmente establecida la diferencia entre lo que es un “estado mental” y lo que es un “proceso mental”, no obstante la hay, y hay investigadores puestos en ello, por ejemplo ANDLER, 1992:9-46); de aquí que la expresión completa más adecuada sea la de “trance extático” ya que así se indica un proceso mental que acaba desembocando en un estado cognitivo alternativo, una de cuyas características es la de presentar una cierta estabilidad. Esta forma de consciencia extraordinaria ha sido, y es, vivida por el ser humano como máxima manifestación de la unión con su divinidad o con el mundo animista culturalmente definido. Son conocidos y han sido bien descritos por la historia de las religiones comparadas, por ejemplo, los estados de éxtasis de los berserkers, aquellos temibles guerreros que pueblan la mitología escandinava; también lo han sido las celebraciones extáticas de las bacantes y ménades dionisíacas, así como los estados de arrobamiento pasional que despertaba la música del fauno Marsias. Gracias a la etnografía han sido estudiados en vivo los estados de trance extático de los actuales derviches sufíes giróvagos de Konya, de los chamanes amerindios y siberianos, de los yoguis de la India, etc. y ahora aparece un interés especial por estudiar las nuevas religiones sincréticas y extáticas americanas (el Sto. Daime de origen brasileño, la Iglesia Nativa Norteamericana con raíces en los cultos indígenas consumidores de peyote) y africanas (especialmente el Buiti), en las que la música juega un papel central (FERICGLA, 1994 y 1997).

Desde el punto de vista antropológico no creo equivocarme si me refiero a estos estados de trance extático en el sentido de que, tanto el chamán amerindio o siberiano especialista en transitar por tales procesos y estados cognitivos alternativos, como el místico cristiano que lo vive en forma de máxima unión amorosa con la divinidad se mueven dentro de un orden sistémico de relaciones socioculturales que dan sentido, contenido y eficacia a los valores que ellos usan para ordenar tanto la realidad sobrenatural como la natural, intentando desde el trance extático crear nuevas posibilidades y líneas de adaptación por medio de la comprensión y manipulación de la imaginería mental (auditiva, visual, táctil o afectiva) generada a partir de tales estados de disociación mental; estados que, a pesar del dolor inicial que producen, el chamán o místico busca y domina. En este sentido pues, el especialista en moverse dentro de estos estados mentales alternativos es quien cumple ejemplarmente con la función que he llamado adaptógena (ibid, 1993:167-183) gracias a su entrenada capacidad para decodificar “aquello” que el ritmo musical le ayuda controlar. Todo ello, además, sucede dentro de un contexto ritual que la mayor parte de veces incluye el consumo de substancias enteógenas (psicótropas) o la práctica de técnicas de respiración muy específicas que provocan una hipoxia cerebral y que vienen reguladas justamente por la música que el sujeto extático canta o baila. Por ello, y bajo el paraguas conceptual que nos ofrece la antropología, prefiero llamar a tales estados de trance como procesos y estados cognitivos dialógicos, en el sentido de que la consciencia humana parece ser capaz de discernir cada uno de los personajes que llevamos en nuestra psique, y observar la relación que se da entre ellos, sea proyectándolos fuera del ámbito subjetivo en forma de entidades espirituales refrendadas por la cultura —como sería el caso del éxtasis chamánico o de las religiones daimistas—, o bien vivenciándolo en forma de posesión —el caso de los cultos afrobrasileños y afrocaribeños— o de unidad mística con la divinidad del mundo cristiano. Así, la denominación antropológica completa del trance extático sería la de procesos cognitivos dialógicos con una función adaptógena inespecífica que actúa por medio de la imaginería mental culturalmente decodificada.

Por otro lado y desde el punto de vista fisiológico, el trance extático se caracteriza por una aparente disminución de la percepción y de la sensibilidad corporal dirigidas al mundo exógeno, y por una merma de la movilidad corporal. Además, también puede afirmarse que se trata de una capacidad biológicamente dada ya que no existe una sola sociedad que en mayor o menor grado, y bajo el epígrafe cultural que sea, no conozca tales estados extáticos y no disponga de algún tipo de aprendizaje regulado como camino para cultivar esta capacidad innata: samadhi entre los budistas, wäjd o jushúa entre los árabes magrebíes, éxtasis teresiano en el mundo europeo clásico, nembutsu en Japón, trance chamánico en Siberia y toda América y un largo etcétera.

II

Una vez definido uno de los elementos de la pareja cuya relación vamos a estudiar, el trance extático, toca precisar el segundo en el lenguaje de los objetos: la música. Tampoco aquí me interesa enzarzarme en barrocas disquisiciones conceptuales y teóricas —en el fondo, casi siempre me saben a demasiado académicas— sobre qué es música y qué no es. Por ello, voy a atenerme a la definición ya clásica de música entendida como sonido organizado con un orden impuesto por el ser humano de acuerdo a sus contingencias históricas y cognitivas, y cuyo contenido es entendido por la colectividad que la compone, la interpreta y la mantiene viva.

Desde el punto de vista biológico, se puede afirmar que el hecho musical es también algo innato en el ser humano, en el sentido de que aunque no se han hallado ningún “neurotransmisor musical”, no hay una sola cultura ni un solo colectivo humano que carezca de música. Además de ello, los trabajos derivados de investigaciones actuales han puesto de relieve que muy probablemente existe una zona operacional del cerebro encargada de la producción y la recepción musical, y que no es la misma que se encarga de la elaboración del lenguaje hablado.

En tercer lugar y desde el punto de vista de la antropología, no hay duda alguna que el principal elemento cultural relacionado con la música es la religión y dentro de ella la búsqueda de estados extáticos y de arrebatos emocionales. Y esto se puede afirmar tanto en referencia a la música chamánica, como a los cantos gregorianos medievales, a la moderna música discotequera explícitamente llamada “música trance” o a las denominadas “músicas de la nueva era”, de carácter mucho más elaborado, refinado y dirigido hacia esta finalidad. De ahí que en el mercado actual se ofrezcan tantos títulos de grabaciones recientes con una clara alusión al éxtasis —En trance de Conrad Praetzel, The Feeling begins de Peter Gabriel, From the Heart of Darkness y Desert Solitaire de S. Roach, K. Braheny y M. Stearns, Les maîtres du guembrí del grupo gnaua Al Sur-Karonte, etc.— y que, mezclado con ello muy a menudo aparezcan grabaciones de músicas tradicionalmente usadas para dirigir experiencias religiosas de carácter extático como los cantos de los Lamas tibetanos, los cantos gregorianos más elevados y las músicas chamánicas orientales (dos ejemplos actuales y exitosos de ello son El canto del Lama, grabación conjunta del lama tibetano Gyourme y del músico occidental Jean-Philippe Rykiel; y Officium, edición de música sacra occidental realizada por el saxofonista Jan Garbarek y The Hilliard Ensemble).

Otra cualidad a tener en cuenta para entender globalmente la relación entre ambas realidades cognitivas, la música y el trance extático, se refiere a la capacidad esencial de codificación y modificación temporal que tiene la música. En este sentido, durante la experiencia de modificación del estado de consciencia cotidiano que se busca por medio el trance, hay un cambio profundo de la vivencia del tiempo: la vida ordinaria transcurre en un mundo entendido y vivido bajo un tiempo que podemos llamar cotidiano, cuya principal característica es que está puntuado y dominado por elementos exógenos —sean máquinas, sean horarios acordados o bien sea un cambio estacional—, en tanto que la cualidad esencial de la música es el poder que tiene para crear otro mundo basado en un tiempo virtual. Recordando lo que escribió Stravinski: “la música nos es dada con el único propósito de establecer un orden en las cosas, incluyendo de manera particular la coordinación entre el ser humano y el tiempo”. La música es creación de tiempo con parámetros netamente subjetivos, de ahí la abismal diferencia que hay entre “dejarse bañar” por el concierto para trompa de A. Mozart dirigido por el impetuoso A. von Karajan o por el lírico y delicado Sir Georg Solti. Las notas que leerán los músicos pueden ser las mismas, pero el tiempo virtual que generará cada una de estas interpretaciones será bien distinto.

Finalmente, también cabe añadir que si tanto interés despierta actualmente toda investigación sobre el chamanismo clásico y las consciencias alternativas se debe a que, en términos generales, se sitúa en un ámbito de vivencias probablemente común a toda la humanidad. Se trata de técnicas que, según muchos investigadores entre los que me cuento, favorecen el contacto directo con lo que llamamos sobrenatural, lo númico, con el oscuro misterio que en último término arrastra consigo el ser humano y de donde puede sacar alguna idea sobre su propio lugar en el mundo, a nivel individual y social, y al mismo tiempo todo ello se proyecta en estrategias concretas que facilitan la adaptación activa del sujeto a los cambios que se producen en su entorno o que él mismo genera. En este sentido, las prácticas extáticas se resuelven habitualmente como fuente de revelación interior en respuesta a los grandes interrogantes pragmáticos (el origen del ser humano, la causa de la enfermedad y el dolor, cuál será el porvenir) a través de lo que he llamado estados dialógicos de la mente, sean inducidos por el consumo de pócimas enteógenas, por trances rítmicos, por ambos estímulos combinados (como suele suceder) o por causas de otro origen.

III

Una vez definidos los límites de nuestro doble objeto, vayamos a diseccionar la relación que hay entre ambos factores.

La relación entre la música y el trance extático es uno de los fenómenos más variables y contradictorios que pueda observarse. No parece existir ni un solo patrón fijo por ninguno de ambos lados, tan sólo existe la relación. Y aun sobre ella, y en buena ley científica, deberá recaer la duda sistemática ya que se habla también de trances extáticos que se consiguen sin música de ningún tipo (como la famosa liberación de Buda o la iluminación de Jesucristo en el desierto), lo cual pone incluso en entredicho la real existencia de una relación entre ambos factores para obtener el fin extático, que no sea simple coincidencia. Hagamos un rápido repaso al tema.

Si se observan y analizan los instrumentos usados para inducir el éxtasis no se halla ningún tipo de generalidad aceptable: a veces se trata de grandes y retumbantes tambores los que parecen ser esenciales para el trance (como entre diversos pueblos africanos subsaharianos), pero otras veces el instrumento se reduce a, tan solo, un manojo de hojas atadas y zarandeadas siguiendo un ritmo variable que impone el ejecutante sin más acuerdo social (como es el caso del trance chamánico de pueblos amazónicos como los shuar y achuara, más conocidos como familia lingüística jibaroana o Nación Jíbaro). Hay ocasiones en que los instrumentos, sean de percusión, melódicos o ambos, son la base de la música y cualquier voz humana resulta un estorbo (como en entre los derviches giróvagos y su música sufí), en tanto que otras veces es la propia voz humana la que protagoniza o dirige el trance sin ayuda de ningún instrumento (como es el caso de los cantos de los lamas tibetanos, y de diversos pueblos balineses que entonan el famoso Canto del Mono, Ketjak). Hay pueblos que buscan el éxtasis de forma apolínea, bailando formal y ordenadamente con un perfecto control corporal (como el caso de los Zuñi estudiados por R. Benedict); en otros casos se trata de un baile dionisíaco en el cual la finalidad es justamente perder el control de los movimientos automáticos del cuerpo (como en diversos ritos afrocaribeños y afrobrasileños); y aun en otros casos el sujeto extático halla su experiencia en el fondo de una solitaria y silenciosa cueva, sin mover ni un solo músculo durante largas horas. En algunos pueblos parece imprescindible el consumo de psicótropos para obtener la experiencia buscada (según E. Bourguignon, este uso de substancias enteógenas se da en el 89% de las sociedades estudiadas por la etnografía), en tanto que otros pueblos dicen limitarse al uso de la música como medio inductor.

Esta diferencia, el uso o no de psicótropos como elemento catártico que acompaña la música en el camino de búsqueda del trance extático, condujo a R. Benedict a hablar de “culturas dionisíacas” y de “culturas apolíneas”, justamente a partir de esta única diferencia esencial (ver BENEDICT, 1934, y BATESON, 1993; 39 y nota 4). Aunque represente una pequeña circunvalación respecto del objeto que nos ocupa, merece la pena hablar aquí un poco más de los trabajos de Benedict sobre el tema. Esta antropóloga clásica se interesó por descubrir el patrón cultural dominante en cada sociedad a partir de los tipos de personalidad dominante, y, entre otras variables, atendió al factor “búsqueda del trance” como elemento clave en la formación de las personalidades individuales. R. Benedict recibió la influencia de la escuela de historiadores de Dilthey y Spengler, y trató de aplicar la dicotomía nietzschiana (a pesar de no seguir literalmente la propuesta de F. Nietzsche) entre apolíneos y dionisíacos al contraste existente entre los Zuñi, una etnia apolínea altamente formal perteneciente a los Pueblo del sudoeste, y dos grupos indígenas también norteamericanos, pero violentamente dionisíacos: los indios de los llanos y los Penitentes mexicanos. Benedict consiguió demostrar que los indios de los llanos y los Penitentes mexicanos asignaban un valor cultural muy alto a varias formas de excitación extática. Los indios de los llanos alcanzaban la experiencia mística por medio de severas autotorturas que inducían un estado de hipoxia cerebral y también por medio del consumo de peyote, el famoso cactus psicótropo pero, en cambio, la música no parecía jugar un papel demasiado importante. En sentido contrario, entre los Zuñi se desconocían genéricamente tales prácticas violentas, y el trance extático se obtenía por medio de su danza sagrada, dominada por la exactitud de una pauta bien reglada. Así, y al margen de su interés por la búsqueda de patrones culturales coherentes con el tipo de personalidad dominante, Benedict mostró como cada una de estas etnias se había especializado coherentemente en tales formas particulares de expresión en todos sus campos e instituciones culturales a partir de la forma de acceder al estado extático: fuera por medio de enteógenos en el caso de los dionisíacos indios de los llanos y de los Penitentes, fuera por medio de una danza altamente formalizada en el caso de los apolíneos Zuñi.

La gran pregunta a formular, pues, ha de ser tan llana como ¿se trata de una relación fisiológica (vibraciones sonoras, empatía de ritmos endógenos y exógenos, estimulación de alguna desconocida parte del SNC o del cerebro directamente…)? ¿o bien se trata de un puro entrenamiento cultural? Estos interrogantes, formulados aproximadamente en estos mismos términos disyuntivos, han sido ya planteados a menudo durante la historia de la humanidad. Platón atribuía el estado de trance extático a un efecto directamente asociado al sonido del aulos (el famoso instrumento de doble lengüeta, predecesor del actual oboe), en tanto que Aristóteles lo atribuía al modo musical frigio (el primer modo antiguo de la música griega clásica, que consistía en una escala descendente que comenzaba y acababa en re y que se apreciaba por producir una exaltación paroxística antes de los ataques guerreros). Es decir, en tanto que el primero lo atribuía a una causa física, el segundo apostaba por una causa cultural. Pasan las épocas, es muy probable que el tema se siguiera discutiendo y en el siglo XII hallamos al árabe Ghazzâlî quien intentó demostrar que la causa final del trance extático radica en la propia física del sonido, y para ello usaba de argumento el caso de los pastores de dromedarios que, dicen, con sus cánticos conseguían dormir a sus animales de joroba única (citado por ROUGET, 1980). Siguieron pasando los siglos y la pregunta en cuestión seguía abierta y siendo blanco de interés de diversos pensadores y filósofos. Durante la época del Renacimiento, los poetas y músicos de la Pléyade afirmaban con total seguridad que la causa que producía los buscados efectos extáticos era la unión de música y poesía, con lo cual se acercaron básicamente a las propuestas actuales en el sentido de una explicación de carácter sistémico. Más adelante fue el pensador y escritor J.J. Rousseau quien se pronunció categóricamente en contra del poder de los sonidos (después de meditarlo largamente, según apunta G. Rouget). Pasan los siglos y en la década de los mil novecientos sesenta, el investigador norteamericano en neurofisiología Andrew Neher afirma haber demostrado todo lo contrario; es decir, que la causa real de la relación que aparece universalmente entre la música y el trance extático sería de carácter neurofisiológico, por tanto de nuevo una causa física. A. Neher afirma como conclusión de sus trabajos que la estimulación rítmica afecta directamente la actividad bioeléctrica de: “muchas zonas sensorias y motoras del cerebro, zonas que no están normalmente afectadas debido a sus conexiones con la zona sensorial que es estimulada” (NEHER, 1962;153) y que ello es posible, según este autor, porque los receptores auditivos de baja frecuencia son más resistentes a los daños que los delicados receptores de alta frecuencia (ibid., 1961; 449-451). Esta explicación y trabajos han sido a menudo recurridos por otros autores más humanísticos como “prueba” de sus tesis; no obstante, tal afirmación de Neher tiene, probablemente, parte de verdad —y solo parte— ya que otros trabajos experimentales apoyan parcialmente esta propuesta causal, aunque ninguno de ellos excluye que haya otras explicaciones más integradoras del fenómeno como, de hecho, necesariamente las ha de haber. En este sentido, Wolfgang Jilek, el conocido etnopsiquiatra residente en Canadá, describió como en el sonido de los tambores de piel de ciervo que usan los salish en sus ritos iniciáticos y extáticos, dominan las frecuencias bajas de 4 a 7 ondas por segundo (JILEK, 1974;74-75), que es la misma frecuencia de las llamadas ondas theta ( z ) en los electroencefalogramas (EEG). A partir de mis propios trabajos de campo he verificado que, efectivamente, bajo el efecto de la substancia visionaria ayahuasca, de extendidísimo uso en los pueblos indígenas de la Alta Amazonia para inducirse estados extáticos con fines chamánicos, las ondas bioeléctricas que más activadas se observan en el cerebro a partir de registros de EEG son las theta (FERICGLA 1997). No obstante todo ello, el extendido uso de tímpanos y de otros instrumentos que producen sonidos medios y agudos con las mismas finalidades extáticas en otras culturas, contradice y pone en evidencia la, como mínimo parcial, falsedad de la anterior afirmación: las ondas de baja frecuencia pueden tener algún relación física con los tránsitos extáticos, pero no pueden ser la causa.

Por otro lado, el antropólogo M. J. Herskovits defendió una explicación cultural a los trances extáticos. Herskovits propuso la hipótesis de los reflejos condicionados por el proceso de enculturación como causa última. En este sentido y desde el punto de vista de la investigación científica, parece sospechoso que los investigadores del ámbito de la biología defiendan causas biológicas en tanto que los científicos del lado de las humanidades lo hagan arrimando el agua a su molino disciplinar, y que ambas familias de científicos hallen argumentos para defender sus posturas. Tal paradoja debería, de entrada, animar a dirigir la atención hacia algún nuevo tipo de paradigmas explicativos de carácter más holístico.

Otro ejemplo de ello lo tenemos en el antropólogo francófono R. Bastide, quien años más tarde recogió la antorcha de su predecesor pero llevándola a terrenos menos comprometidos y más generales, afirmando que la música tiene una especial capacidad para estimular vivencias emocionales dentro de una situación global, de acuerdo a los valores culturales de cada sujeto, sin definirse más. Por otro lado, el también francés Alain Daniélou, a quien G. Rouget califica entrecomilladamente “etnomusicólogo de reputación mundial”, afirma en el número del Correo de la UNESCO de octubre del año 1975 (“Músiques et dances d’extase”) que en todo el mundo se usan ritmos impares — de 5, 7 o de 11 tiempos— para inducir los estados de trance extático. A. Daniélou dice que las músicas con ritmos pares —de 4 o de 8 tiempos— no tienen la menor capacidad hipnótica. No es preciso rebuscar mucho en las arcas de la etnomusicografía para dar con una pirámide de ejemplos de campo que contradicen tal afirmación, ya que hallamos trances inducidos o conducidos por músicas de ritmo binario (por ejemplo, la de los grupos jibaroanos o la mayoría de los himnos cantados por las Iglesias Daimistas), e incluso con una métrica muy irregular o casi indefinible (como es el caso de la música chamánica de los innuit).

Otro caso similar es del antropólogo norteamericano Michael Harner, quien basa sus afirmaciones en su propio trabajo de campo y en las investigaciones de su compatriota ya citado, A. Neher. Las propuestas y afirmaciones de M. Harner rayan el chiste cuando propone seriamente un método sencillo para inducirse un trance chamánico (o lo que él llama “estado de consciencia chamánico”, ECC): “El tambor y la maraca son instrumentos básicos para entrar en ECC. El chamán suele limitar el uso de su tambor y de su maraca para evocar y mantenerse en el ECC, y así su inconsciente los asocia automáticamente con actividades chamánicas serias. El sonido inicial rítmico y monótono de la maraca y del tambor (…) es una señal para que el cerebro vuelva al ECC” (HARNER, 1987;83). En otro fragmento del mismo libro da las indicaciones específicas para adentrarse en el trance chamánico, que consisten en tumbarse cómodamente y visualizar mentalmente alguna abertura que el sujeto haya visto con anterioridad en el mundo físico (una cueva, el tronco hueco de algún árbol, etc.). Entonces: “pida a su compañero que empiece a tocar el tambor, alto, a un ritmo rápido y uniforme. No debe haber ruptura del ritmo ni cambio alguno en la intensidad de los golpes; de unos 205 a 220 golpes por minuto producen, normalmente, los efectos deseados. Calcule que tiene unos diez minutos para hacer el viaje. Indique a su compañero que, transcurridos los diez minutos, debe golpear fuerte el tambor cuatro veces para avisarle de que es hora de volver. Inmediatamente después, su ayudante debe tocar el tambor a un ritmo muy rápido durante medio minuto para guiarle en el viaje de vuelta, y acabar con cuatro golpes secos más como señal de que el experimento ha concluido.” (ibid.;61). M. Harner no acaba de explicitar en su texto si el “estado de consciencia chamánico” es de carácter extático o de otro tipo, pero lo incluyo aquí porque lo más generalizado es referirse a ello como substitución de la expresión trance chamánico, y en el mismo libro este antropólogo norteamericano lo da a entender de diversas formas. Si me he alargado más en este ejemplo es porque se trata de una buena ilustración de extremo simplismo analítico, además de responder a ciertas modas New Age típicas del final del siglo XX en los EE.UU. y caracterizadas por su lenguaje pseudocientífico. Es decir, podría ser considerado otra forma distinta de manifestarse fenoménicamente el interés perenne de la humanidad hacia tales experiencias subjetivas. En el ejemplo citado, Harner lo expone con un lenguaje de carácter “científico” (escribe sobre ello como antropólogo, aludiendo a investigaciones neurológicas, etc.) y dando un valor al trance extático carente de todo sentido religioso (sería divertido poder observar a Sta. Teresa de Jesús con su experiencia mística como resultado del incuestionable amor hacia Dios ante la propuesta pagana y preñada de pragmatismo de M. Harner).

Podría alargarme bastante más con otros ejemplos contrapuestos con teorías que proponen la causalidad del éxtasis en uno u otro de los elementos que forman la extraña pareja (música/trance), pero hasta aquí es suficiente como ilustración. Hablando con rigor analítico, uno se da cuenta de que la variedad de los hechos es tan extraordinariamente extensa que no admite reduccionismos mecanicistas ni una explicación única. La única certeza posible que soporta cualquier análisis, es la de que no hay un ritmo ni una música específica en relación al trance, y que además tampoco existe una única expresión fenoménica del éxtasis.

Sin duda, la forma y expresión que adquiere una experiencia de trance entre un lama tibetano o de un monje japonés practicante de za-zen, un seguidor de los ritos africanos de posesión, o un adolescente europeo que baila durante horas en una discoteca al ritmo de “música trance” después de haber ingerido algunas pastillas de “éxtasis” (y no es solo metafórico el uso moderno y paganizado de estos términos en la subcultura juvenil), estas variadas experiencias extáticas tienen elementos en común y otros que las alejan.

IV

Así, para acabar voy a exponer una clasificación de las diferencias y similitudes que se pueden apreciar en la relación existente entre los diversos tipos de trance extático y las músicas implicadas, en base a mi propia experiencia personal y de campo.

IV.1
Similitudes

a) El trance extático siempre lleva inherente una enorme carga emocional, sea cual fuere el sentido con que es vivido (sentido místico-religioso, chamánico-curativo, de posesión, etc.), y son muchas las expresiones que hallamos para referirse a ello (los místicos cristianos hablan de “amor”, los posesos afrobrasileños de “arrebato”, los chamanes amazónicos shuar de tsentsak o “flechas mágicas” que unen las personas, etc.). En este sentido, C.G. Jung puso de relieve que el ritmo repetitivo, cualquiera que sea la forma en que se manifiesta, es uno de los caminos para despertar la emotividad. De ahí que, por ejemplo, una característica de ciertos neuróticos sea la de apagar sus cigarrillos en el cenicero aplastándolos repetidamente, o que ciertas psicopatologías relacionadas con grandes bloqueos emocionales lleven al sujeto a estar durante horas sumido en un movimiento rítmico. Con ello se pondría de manifiesto que cualquier música, pues, en principio debería ser adecuada para el trance místico tan solo con que tenga un ritmo intenso y marcado y, efectivamente, muchas de las músicas usadas entre los pueblos indígenas siberianos, amerindios, extremo-orientales o africanos son piezas de variada tesitura rítmica, pero que tienen en común su larga duración, su repetitividad y monotonía que a menudo solo es rota por un in crescendo que conduce desde una pauta rítmica base, a la misma pauta pero acelerada. Además de ello y por razones físicas, podríamos añadir que el ritmo probablemente es mejor asimilado si es producido por instrumentos que den un sonido grave, con una frecuencia de 4 a 7 ondas/seg., pero ello no es imprescindible (durante mi experiencia de trabajo de campo con chamanes shuar y achuara, pude experimentar en diversas ocasiones tales trances extáticos de carácter chamánico y siempre fueron acompañados o puntuados por un sonido agudo y rítmico proveniente de una pequeña gavilla de ramas zarandeadas). Por otro lado, esta profunda carga afectiva que acompaña y caracteriza todo trance extático, explicaría el hecho de que el brujo, chamán, místico, poseso, etc. sea casi siempre un individuo frágil, enfermizo y especialmente muy sensible desde el punto de vista emocional, a menudo se le permite la homosexualidad y otras características propias de una inversión cultural.

cool.gif como consecuencia del epígrafe anterior, se puede fijar como segundo factor similar en todos los trances extáticos, el tránsito emocional desde el dolor a la plenitud beatífica que suele vivirse por parte de los individuos que dicen acceder a tales estados. En un primer paso, el tránsito hacia la experiencia extática es una vivencia psicológicamente (y a veces incluso físicamente) dolorosa (el “descuartizamiento” a que se ve sometido el ego cotidiano y que es visualizado en los procesos iniciáticos chamánicos con esta mismas expresiones; sobre ello ver la magnífica obra de ELIADE, 1982), lo cual sirve de motivo a los chamanes y hechiceros amazónicos para cobrar a sus congéneres, aunque se trate de la voluntad, por el dolor de deben atravesar antes de acceder a los estados modificados de la consciencia que les ha de permitir curar. La misma expresión dolorosa se halla en textos de los místicos cristianos, actúa de objetivo negativo a superar en el budismo oriental, y se reconoce como una de los indicadores del próximo “encabalgamiento” de que ha de ser objeto un poseso afrocubano. No obstante, este dolor psíquico como primera fase que hay que atravesar desemboca en un gozo desbordante y en una profunda apreciación estética de la realidad, de ahí “los cantos bellísimos”, “los seres hermosísimos” y demás expresiones usuales para referirse a lo percibido durante el éxtasis.

c) en tercer lugar, también se trata de algo universal el hecho de que la música actúa de estímulo-guía durante el trance chamánico. La música es el mejor y probablemente único referente externo que, cual hilo de Ariadna, guía al sujeto extático durante la excursión psíquica por las consciencias dialógicas. Los casos que más discusión han generado sobre el tema son aquellos en que se afirma que la música “induce” por sí misma el trance extático. Creo poder afirmar que la música per se nunca provoca el trance aunque lo parezca desde el exterior. En realidad, es correcto partir de la premisa de que existe una predisposición genética o innata para entrar en estas consciencias alternativas (no se ha hallado el juego sináptico que lo explicaría desde un punto de vista neurofisiológico, pero la universalidad del fenómeno permite tal inferencia sobre una base bastante segura), y cada individuo tiene mayor o menor predisposición innata a ello, de la misma forma que hay personas que pueden correr más veloz o que son más afinadas de oído que otras, habiendo recibido una enculturación similar. En este sentido, hay sujetos que parecen tener una especial predisposición para el trance extático y buscan con mayor intensidad que otros la forma de cultivar su imaginería mental y el mundo de exaltación íntima y emocional que es la materia prima de tales consciencias alternativas. Es entonces, a partir del proceso de enculturación específica, que efectivamente entra en juego la eficacia de lo simbólico, y tal vez el sonido de un tambor ritual por sí mismo ya es capaz de activar el recuerdo de tales experiencias en el sujeto entrenado, al estilo de la campanilla y el perro de Pavlov, pero no por ello debe atribuirse a la música la capacidad intrínseca de inducir trances extáticos. Repito, la música, cualquiera que sea la forma que adquiera en las tradiciones de cada pueblo, es la guía exterior que permite al sujeto extático mantenerse con la consciencia despierta al mundo interior pero sin perderse en la dimensión del imaginario activado. Cuando ello sucede, en nuestras sociedades hablamos de locura como forma de patología, y también es algo ya conocido y aceptado que el chamán tribal o el místico cristiano son individuos salvados del peligro de caer en manos de la locura porque están acostumbrados a jugar con ella. M. Eliade afirma que el chamán tribal puede curar las enfermedades de sus congéneres porque él mismo ha pasado por la locura y se ha curado desde dentro, con lo cual es el sujeto que conoce la “teoría” de la enajenación por propia experiencia. Por tanto, concluyo que la música tiene un papel similar en toda forma de trance extático como guía perceptual exógena al propio sujeto, pero que por sí misma no puede actuar estimulando el trance más que cuando antes ha habido un proceso de condicionamiento o cuando se trata, en casos extremos, de sujetos especialmente proclives a entrar en tales mundos dialógicos.

d) El cuarto factor de similitud en todo trance extático es la existencia de un elemento catártico de carácter físico: uso de psicótropos, respiraciones que conducen a la hipoxia, saturación perceptual o deprivación sensorial, rígidos ayunos, etc. Habitualmente se ha obviado este elemento físico por no estar relacionado con la música como tal, pero sin duda es la clave que permite comprender los procesos biológicos del éxtasis. Según los trabajos de E. Bourguingon que he citado anteriormente, en la inmensa mayoría de pueblos exóticos se consumen substancias psicótropas o enteógenas de forma consensuada y casi siempre hallamos esta consumo asociado a ritos extáticos o iniciáticos; los griegos clásicos utilizaban el hongo parásito Panaeolus papilionaceus, rico en ergotamina y precedente del famoso LSD-25, como ingrediente básico del pan que distribuían entre los participantes en los conocidos ritos mistéricos y secretos de carácter oracular; también los cantos gregorianos disfrutan de un doble componente extático: por un lado está el contenido semántico de los salmos y textos cantados que actúa en el sentido de la eficacia de lo simbólico, y por otro lado se halla el tema del control de la respiración a que obliga la ejecución del canto gregoriano. Se trata de notas largas, cuyo primer resultado desde el punto de vista fisiológico en un hipoxia cerebral (una caída de oxígeno en el cerebro), lo cual no es peligroso desde el punto de vista patológico pero sí que induce a experiencias de tipo extático que posterior o sincrónicamente a los cantos modulan y dirigen hacia una determinada dirección (por ejemplo, entender tal experiencia como de unión mística con la divinidad).

e) la función adaptógena de todo estado de trance extático es la última de las similitudes observadas. En casi ninguna cultura se anima a los individuos a esforzarse y sufrir en el transitar hacia el éxtasis si no es con algún motivo explícito. El motivo suele tener relación con la respuesta o la búsqueda de soluciones a eventos psicológicos o materiales, pero siempre claramente definidos. Por ejemplo, la ayahuasca, mixtura enteógena de los indígenas amazónicos, es llamada Santo Daime por las iglesias sincréticas brasileñas cuya principal característica es el realizar el acto de la comunión con un auténtico sacramento —en lugar de hacerlo con un placebo— que induce la vivencia extática, codificada como el contacto con la divinidad. Sto. Daime, en portugués, literalmente significa “Santo Dame”, porque los seguidores de tales religiones entienden que se debe consumir Daime, una forma de ayahuasca, con alguna finalidad explícita, para resolver algún conflicto o para pedir algo. En este sentido, se puede afirmar que la búsqueda de soluciones adaptativas por medio del éxtasis es un recurso adaptativo universal (el chamán es quien regula su comunidad tribal, el místico es quien ordena y decide a partir de los mensajes recibidos o de su verdad revelada, etc.).

IV.2
Divergencias

a) la principal diferencia entre los distintos estados de trance extático radica en el objetivo que mueve a cada sujeto para acercarse a tales experiencias. Así, es cada sociedad la que, por medio de sus ideales culturales, modula la finalidad que atrae hacia la experiencia extática, y es a raíz de tal variedad de formas culturales y de finalidades explícitas que varía la manifestación fenoménica del trance extático. Es decir, se trata de una experiencia en cierta forma única para toda la humanidad que se vive condicionada por los valores culturales concretos de cada sociedad. Para poner un paralelismo ilustrativo: todo ser humano come, ingiere nutrientes para poder vivir, pero la experiencia del comer está totalmente condicionada por los valores y finalidades culturales (qué comer, cuándo, en qué postura, en compañía de quién se puede comer y de quién no, el rito o ausencia de ritualidad que envuelve el acto de ingerir alimentos, etc.), lo cual desemboca en un amplio abanico de posibilidades fenoménicas en cuanto al hecho único de ingerir alimentos. En este sentido, pues, se puede realizar la siguiente división general de finalidades y de manifestaciones del trance extático:

a.1.- trance chamánico: la finalidad básica y explicitada universalmente es la videncia dirigida a la búsqueda de respuestas pragmáticas (a una irregularidad climática, a un conflicto social…) y la curación de enfermedades.

a.2.- samhadi o éxtasis budista: la finalidad es el autodescubrimiento y la liberación de las cadenas de deseos generadores del sufrimiento como característica cuasi esencial de la vida humana.

a.3.- éxtasis cristiano o teresiano, cuya última finalidad es la unión mística y amorosa con la divinidad, por medio de la cual el sujeto tiene una experiencia directa e integradora de Dios, busca respuestas a sus interrogantes trascendentes y a veces también a cuestiones pragmáticas.

a.4.- trance de posesión: la finalidad es que el sujeto que actúa de médium sea poseído, “cabalgado” o “montado”, por la correspondiente divinidad, sea benéfica o maléfica, para acceder a mundos superiores y a información útil para la vida cotidiana.

a.5.- trance terapéutico: se resumiría en la explotación de la posibilidad que da este estado de dialogismo cognitivo para analizar, llevar a la consciencia y “deshacer” los nudos gordianos que se producen en nuestras formas de percibir y pensar la realidad, en el sentido de objetivar el origen de pautas de conducta y actitudes negativas para corregirlas. De ahí el extenso uso de la MDMA (popularmente llamada “éxtasis”) en ámbitos psicoterapéuticos hasta que se prohibió su uso y distribución atendiendo a razones de carácter político y no sanitario (no existe un solo informe válido sobre la peligrosidad de tal meta-anfetamina que haya resistido un segundo examen de laboratorio; ver el exhaustivo resumen de su historia en CAPDEVILA, 1995). En la década de los años 1950 a 1960 hubo numerosos especialistas en psicoterapia que diseñaron métodos para acceder a tales estados de consciencia modificada por medio del uso de psicótropos y/o con ayuda de la música.

a.6.- trance lúdico: creo que solo practicado en nuestras sociedades occidentales actuales en las discotecas o fuera de ellas. Su finalidad no es la trascendencia ni la adaptación en ningún sentido explícito, sino que es la búsqueda del placer que conlleva el hecho de experimentar la amplificación emocional que es característica básica del trance extático y que rompe los bloqueos psicológicos cotidianos; sería una trance sin finalidad, simplemente autoremunerativo. De ahí, la vacuidad cognitiva que caracteriza a los adolescentes y jóvenes de MDMA (o los derivados más tóxicos que se suelen adquirir en el mercado negro) cuando consumen excesivamente este psicótropo sintético: el problema ahí estaría en la falta de una finalidad que oriente tal experiencia cumbre.

Para cerrar, después de haber realizado una pequeña excursión por los argumentos dados a lo largo de la historia para defender la física de la música como impulsor directo del trance extático o, en sentido contrario, para defender el condicionamiento adquirido como causa última de ello, acabaré como dijo Goethe en referencia a la diversidad de credos religiosos de su época: estoy de acuerdo con todas las afirmaciones que proponen una causa al fenómeno analizado, pero estoy es desacuerdo con todas las negaciones que hacen los investigadores revisados.

1. La Pléyade es el nombre que recibió una famosa escuela poética francesa de mediados del siglo XVI, agrupada entorno de Rostand. Lo que principalmente unía a sus miembros era un fuerte deseo de renovar la poesía francesa ante la escuela y propuestas de Marot. Su interés estilístico y temático radicaba en un retomar el clasicismo, de aquí las renovadas discusiones sobre el origen del trance extático ya que, si bien en la Francia renacentista ello tiene un interés relativo, no se puede olvidar que en el mundo griego clásico las experiencias extáticas ocupaban un lugar de primerísimo orden cultural tanto en forma oracular (Samotracia, Eleusis) como en forma de rito iniciático que todo adulto debía pasar por lo menos una vez en la vida. Tanto Platón, como probablemente también Aristóteles, fueron inciados en los misterios extáticos en el tempo de Eleusis.

Bibliografía citada:

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FERICGLA, Josep Mª (ed.), 1994, Plantas, chamanismo y estados de consciencia, Libros de la Liebre de Marzo, Barcelona.

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WATZLAWICK, Paul, 1995, El sentido del sinsentido, Herder, Barcelona.

Dr. Josep Mª Fericgla
Universidad de Salamanca
Institut de Prospectiva Antropològica

La mirada interior (prologo de Octavio Paz para Las enseñanzas de Don Juan)

“La mirada anterior”
de OCTAVIO PAZ

Prólogo a Las enseñanzas de Don Juan, de CARLOS CASTANEDA.

Fondo de Cultura Económica
México, 21ª reimp., 1992.
Trad. de Juan Tovar.

Hace unos años me dijo dias Michaux: “Yo comencé publicando pequeñas plaquettes de poesía. El tiro era de unos 200 ejemplares. Después subí a 2 mil y ahora he llegado a los 20 mil. La semana pasada un editor me propuso publicar mis libros en una colección que tira 100 mil ejemplares. Rehusé: lo que quiero es regresar a los 200 del principio.” Es dificil no simpatizar con Michaux: más vale ser desconocido que mal conocido. La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver. Además, la obra debe preservar su misterio. Cierto, la publicidad no disipa los misterios y Homero sigue siendo Homero después de miles de años y miles de ediciones. No los disipa pero los degrada: hace de Prometeo un espectáculo de circo, de Jesucristo una estrella de music-hall, de Las meninas un icono de obtusas devociones y de los libros de Marx objetos simultáneamentesagrados e ilegibles (en los países comunistas nadie los lee y todos juran en vano sobre ellos). La degradación de la publicidad es una de las fases de la operación que llamamos consumo. Transformadas en golosinas, las obras son literalmente deglutidas, ya que no gustadas, por lectores apresurados y distraídos.

Algunos desesperados de talento oponen a las facilidades un texto impenetrable. Recurso suicida. La verdadera defensa de la obra consiste en irritar y seducir la atención del lector con un texto que pueda leerse de muchas maneras. El ejemplo mayor es Finnegans Wake; la dificultad de ese libro no depende de que su significado sea inaccesible sino de que es múltiple: cada frase y cada palabra es un haz de sentidos, un puñado de semillas semánticas que Joyce siembra en nuestras orejas con la esperanza de que germinen en nuestra cabeza. Ixión convertido en libro, Ixión y sus reflexiones, flexiones y fluxiones. Una obra que dura -lo que llamamos: un clásico- es una obra que no cesa de producir nuevos significados. Las grandes obras se reproducen a sí mismas en sus distintos lectores y así continuamente. De la capacidad de autoproducción se sigue la pluralidad de significados y de ésta la multiplicidad de lecturas. Sólo hay una manera de leer las últimas noticias del diario pero hay muchas de leer a Cervantes. El periódico a hijo de la publicidad y ella lo devora: es un lenguaje que se usa y que, al usarse, se gasta que termina en el cesto de basura; el Quijote es un lenguaje que al usarse se reproduce y se vuelve otro. Es una transparencia ambigua: el sentido deja ver otros posibles sentidos.

¿Qué pensará Carlos Castaneda de la inmensa popularidad de sus obras ? Probablemente se encogerá de hombros: un equívoco más en una obra que desde su aparición provoca el desconcierto y la incertidumbre. En la revista Time se publicó hace unos meses una extensa entrevista con Castaneda. Confieso que el “misterio Castaneda” me interesa menos que su obra.
El secreto de su origen -¿es peruano, brasileño o chicano ?- me parece un enigma mediocre, sobre todo si se piensa en los enigmas que nos proponen sus libros. El primero de esos enigmas se refiere a su naturaleza: ¿antropología o ficción literaria? Se dirá que mi pregunta es ociosa: documento antropológico o ficción, el significado de la obra es el mismo. La ficción literaria es ya un documento etnográfico y el documento, como sus críticos más encarnizados lo reconocen, posee indudable valor literario. El ejemplo de Tristes Tropiques -autobiografía de un antropólogo y testimonio etnográfico- contesta la pregunta. ¿La contesta realmente ? Si los libros de Castaneda son una obra de ficción literaria, lo son de una manera muy extraña: su tema es la derrota de la antropología y la victoria de la magia; si son obras de antropología, su tema no puede ser lo menos: la venganza
del “objeto” antropológico (un brujo) sobre el antropólogo hasta convertirlo en un hechicero. Antiantropología.

La desconfianza de muchos antropólogos ante los libros de Castaneda no se debe sólo a los celos profesionales o a la miopía del especialista. Es natural la reserva frente a una obra que comienza como un trabajo de etnografía (las plantas alucinógenas -peyote, hongos y datura- en las prácticas y rituales de la hechicería yaqui) y que a las pocas páginas se transforma en la historia de una conversión. Cambio de posición: el “objeto” del estudio -don Juan, chamán yaqui- se convierte en el sujeto que estudia y el sujeto -Carlos Castaneda, antropólogo- se vuelve el objeto de estudio y experimentación. No sólo cambia la posición de los elementos de la relación sino que también ella cambia. La dualidad sujeto/objeto -el sujeto que conoce y el objeto por conocer- se desvanece y en su lugar aparece la de maestro/neófito. La relación de orden científico se transforma en una de orden mágico-religioso. En la relación inicial, el antropólogo quiere conocer al otro; en la segunda, el neófito quiere convertirse en otro.

La conversión es doble: la del antropólogo en brujo y la de la antropología en otro conocimiento. Como relato de su conversión, los libros de Castaneda colindan en un extremo con la etnografía y en otro con la fenomenología, más que de la religión, de la experiencia que he llamado de la otredad. Esta experiencia se expresa en la magia, la religión y la poesía pero no sólo en ellas: desde el paleolítico hasta nuestros días es parte central de la vida de hombres y mujeres. Es una experiencia constitutiva del hombre, como el trabajo y el lenguaje. Abarca del juego infantil al encuentro erótico y del saberse solo en el mundo a sentirse parte del mundo. Es un desprendimiento del yo que somos (o creemos ser) hacia el otro que también somos y que siempre es distinto de nosotros. Desprendimiento: aparición: Experiencia de la extrañeza que es ser hombres. Como destrucción critica de la antropología, la obra de Castaneda roza las opuestas fronteras de la filosofia y la religión. Las de la filosofía porque nos propone, después de una crítica radical de la realidad, otro conocimiento, nocientífico y alógico; las de la religión porque ese conocimiento exige un cambio de naturaleza en el iniciado: una conversión. El otro conocimiento abre las puertas de la otra realidad a condición de que el neófito se vuelva otro. La ambigüedad de los significados se despliega en el centro de la experiencia de Castaneda. Sus libros son la crónica de una conversión, el relate de un despertar espiritual y, al mismo tiempo, son el redescubrimiento y la defensa de un saber despreciado por Occidente y la ciencia contemporánea. El tema del saber está ligado al del poder y ambos al de la metamorfosis: el hombre que sabe (el brujo) es el hombre de poder (el guerrero) y ambos, saber y poder, son las llaves del cambio. El brujo puede ver la otra realidad porque la ve con otros ojos -con los ojos del otro.

Los medios para cambiar de naturaleza son ciertas drogas usadas por los indios americanos. La variedad del las plantas alucinógenas que conocían las sociedades precolombinas es asombrosa, del yagé o ayahuasca de Sudamérica al peyote del altiplano mexicano, y de los hongos de las montañas de Oaxaca y Puebla a la datura que da don Juan a Castaneda en el primer libro de la trilogía. Aunque los misioneros españoles conocieron (y condenaron) el uso de substancias alucinógenas por los indios, los antropólogas modernos no se interesaron en el tema sino hasta hace muy poco tiempo. En realidad, señala Michael J. Harner, “los estudios más importantes sobre la materia se deben, más que a los antropólogos, a farmacólogos como Lewin y a botánicos como Schultz y Watson.” Uno de los méritos de Castaneda es haber pasado de la botánica y la fisiología a la antropología. Castaneda ha penetrado en una tradición cerrada, una sociedad subterránea y que coexiste, aunque no convive, con la sociedad moderna mexicana. Una tradición en vías de extinción: la de los brujos, herederos de los sacerdotes y chamanes precolombinos.

La sociedad de los brujos de México es una sociedad clandestina que se extiende en el tiempo y en el espacio. En el tiempo: es nuestra contemporánea, pero por sus creencias, prácticas y rituales hunde sus raíces en el mundo prehispánico; en el espacio: es una cofradía que por sus ramificaciones abarca a toda la república y penetra hasta el sur de los Estados Unidos.
Una tradición sincretista, lo mismo por sus prácticas que por su visión del mundo. Por ejemplo, don Juan usa indistintamente el peyote, los hongos y la datura mientras que los chamanes de Huatla, según Munn, se sirven únicamente de los hongos. En las ideas de don Juan sobre la naturaleza de la realidad y del hombre aparece continuamente el tema del doble animal, el nahual, cardinal en las creencias precolombinas, al lado de conceptos de origen cristiano. Sin embargo, no me parece aventurado afirmar que se trata de un sincretismo en el que tanto el fondo como las prácticas son esencialmente precolombinas. La visión
de don Juan es la de una civilización vencida y oprimida por el cristianismo virreinal y por las sucesivas ideologías de la República Mexicana, de los liberales del siglo XIX a los revolucionarios del XX. Un vencido indomable. Las ideologías por las que matamos, y nos matan desde la Independencia, han durado poco; las creencias de don Juan han alimentado y enriquecido la sensibilidad y la imaginación de los indios desde hace varios miles de años.

Es notable, mejor dicho: reveladora, la ausencia de nombres mexicanos entre los de los investigadores de la faz secreta, nocturna de México. Esta indiferencia podría atribuirse a una deformación profesional de nuestros antropólogos, víctimas de prejuicios cientistas que, por lo demás, no comparten todos sus colegas de otras partes. A mi juicio se trata más bien de una inhibición debida a ciertas circunstancias históricas y sociales. Nuestros antropólogos son los herederos directos de los misioneros, del mismo modo que los brujos lo son de los sacerdotes prehispánico. Como los misioneros del siglo XVI, los antropólogos mexicanos se acercan a las comunidades indígenas no tanto para conocerlas como para cambiarlas. Su actitud es inversa a la de Castaneda. Los misioneros querían extender la comunidad cristiana a los indios; nuestros antropólogos quieren integrarlos en la sociedad mexicana. El etnocentrismo de los primeros era religioso, el de los segundos es progresista y nacionalista. Esto último limita gravemente su comprensión de ciertas formas de vida. Sahagún comprendía profundamente la religión india, incluso sí la concebía como una monstruosa artimaña del demonio, porque la contemplaba desde la perspectiva del cristianismo. Pata los misioneros las creencias y prácticas religiosas de los indios eran algo perfectamente serio, endemoniadamente serio; pata los antropólogos son aberraciones, errores, productos culturales que hay que clasificar y catalogar en ese museo de curiosidades y monstruosidades que se llama etnografía.

Otro de los obstáculos pata la recta comprensión del mundo indígena, lo mismo el antiguo que el contemporáneo, es la extraña mezcla de behaviorismo norteamericano y de marxismo vulgar que impera en los estudios sociales mexicanos. El primero es menos dañino; limita la visión pero no la deforma. Como método científico es valioso, no como filosofía de la ciencia. Esto es evidente en la esfera de la lingüística, la única de las llamadas ciencias sociales que se ha constituido verdaderamente como tal.
No es necesario extenderse sobre el tema: Chomsky ha dicho ya lo esencial. La limitación del marxismo es de otra índole. Reducir la magia a una mera superestructura ideológica puede ser, desde cierto punto de vista, exacto. Sólo que se trata de un punto de vista demasiado general y que no nos deja ver el fenómeno en su particularidad concreta. Entre antropología y marxismo hay una oposición. La primera es una ciencia o, más bien, aspira a convertirse en una; por eso se interesa en la descripción de cada fenómeno particular y no se atreve sino con las mayores reservas a emitir conclusiones generales. Todavía no hay leyes antropológicas en el sentido en que hay leyes físicas. El marxismo no es una ciencia, sino una teoría de la ciencia y de la historia (más exactamente: una teoría histórica de la ciencia); por eso engloba todos los fenómenos sociales en categorías históricas universales: comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo. El modelo histórico del marxismo es sucesivo, progresista y único; quiero decir, todas las sociedades han pasado, pasarán o deben pasar por cada una de las fases de desarrollo histórico, desde el comunismo original hasta el comunismo de la era industrial. Para el marxismo no hay sino una historia, la misma para todos. Es un universalismo que no admite la pluralidad de civilizaciones y que reduce la extraordinaria diversidad de sociedades a unas cuantas formas de organización económica. El modelo histórico de Marx fue la sociedad occidental; el marxismo es un etnocentrismo que se ignora.

En otras páginas me he referido a k función de las drogas alucinógenas en la experiencia visionaria (Corriente Alterna, México, 1967). Sería una impertinencia repetir aquí lo que dije entonces, de modo que me limitaré a recordar que el uso de los alucinógenos puede equipararse a las prácticas ascéticas: son medios predominantemente físicos y fisiológicos para provocar la iluminación espiritual. En la esfera de la imaginación son el equivalente de lo que son el ascetismo para los sentidos y los ejercicios de meditación para el entendimiento. Apenas si debo añadir que, para ser eficaz, el empleo de las substancias alucinógenas ha de insertarse en una visión del mundo y del trasmundo, una escatología, una teología y un ritual. Las drogas son parte de una disciplina fisica y espiritual, como las prácticas ascéticas. Las maceraciones del eremita cristiano corresponden a los padecimientos de Cristo y de sus mártires; el vegetarianismo del yoguín a la fraternidad de todos los seres vivos y a los misterios del karma; los giros del derviche a la espiral cósmica y a la disolución de las formas en su movimiento. Dos transgresiones opuestas, pero coincidentes, de la sexualidad normal: la castidad del clérigo cristiano y los ritos eróticos del adepto tantrista. Ambas son negaciones religiosas de la generación animal. La comunión huichol del peyote implica prohibiciones sexuales y alimenticias más rigurosas que la Cuaresma católica y el Ramadán islámico. Cada una de estas prácticas es parte de un simbolismo que abarca al macrocosmos y al microcosmos; cada una de ellas, asimismo, posee una periodicidad rítmica, es decir, se inscribe dentro de un calendario sagrado. La práctica es visión y sacramento, momento único y repetición ritual.

Las drogas, las prácticas ascéticas y los ejercicios de meditación no son fines sino medios. Si el medio se vuelve fin, se convierte en agente de destrucción. El resultado no es la liberación interior sino la esclavitud, la locura y no la sabiduría, la degradación y no la visión. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años. Las drogas alucinógenas se han vuelto potencias destructivas porque han sido arrancadas de su contexto teológico y ritual. Lo primero les daba sentido, trascendencia; lo segundo, al introducir períodos de abstinencia y de uso, minimizaba los trastornos psíquicos y fisiológicos. El uso moderno de los alucinógenos es la profanación de un antiguo sacramento, como la promiscuidad contemporánea es la profanación del cuerpo. Los alucinógenos, por lo demás, sólo son en la primera fase de la iniciación. Sobre este punto Castaneda es explícito y terminante: una vez rota la percepción cotidiana realidad -una vez que la visión de la otra realidad cesa de ofender a nuestros sentidos y a nuestra razón -las drogas salen sobrando. Su función es semejante a la del mandala del budismo tibetano : es un apoyo de la meditación, necesario para el principiante, no para el iniciado.

La acción de los alucinógenos es doble: son una critica de la realidad y nos proponen otra realidad. El mundo que vemos, sentimos y pensamos aparece desfigurado y distorsionado; sobre sus ruinas se eleva otro mundo, horrible o hermoso, según el caso, pero siempre maravilloso. (La droga otorga paraísos e infiernos conforme a una justicia que no es de este mundo, pero que, indudablemente, se parece a la del otro según lo han descrito los místicos de todas las religiones.) La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de esta realidad. La destrucción de la realidad cotidiana es el resultado de lo que podría
llamarse la crítica sensible del mundo. Es el equivalente, en la esfera de los sentidos, de la critica racional de la realidad. La visión se apoya en un escepticismo radical que nos hace dudar de la coherencia, consistencia y aun existencia de este mundo que vemos, oímos, olemos y tocamos. Para ver la otra realidad hay que dudar de la realidad que vemos con los ojos. Pirrón es el patrono de todos los místicos y chamanes.

La crítica de la realidad de este mundo y del yo la hizo mejor que nadie, hace dos siglos, David Hume: nada cierto podemos afirmar del mundo objetivo y del sujeto que lo mira, salve que uno y otro son haces de percepciones instantáneas e inconexas ligadas por la memoria y la imaginación. El mundo es imaginario, aunque no lo sean las percepciones en que, alternativamente, se manifiesta y se disipa. Puede parecer arbitrario acudir al gran critico de la religión. No lo es: “When I view this table and that chimney, nothing is present to me but particular perceptions, which are of a like nature with all the other perceptions… When I turn my reflection on myself, I never can perceive this self without some one or more perceptions: nor can I ever perceive anything but the perceptions. It is the compositions of these, therefore, which forms the self”. Don Juan, el chamán yaqui, no dice algo muy distinto: lo que llamamos realidad no son sino “descripciones del mundo” (pinturas las llama Castaneda, siguiendo en esto a Russell y a Wittgenstein más que a su maestro yaqui). Estas descripciones no son más sino menos consistentes e intensas que las visiones del peyote en ciertos mementos privilegiados. El mundo y yo: un haz de percepciones percibidas (¿emitidas ?) por otro haz de percepciones. Sobre este escepticismo, ya no sensible sino racional, se construye lo que Hume llama la creencia -nuestra idea del mundo y de la identidad personal- y don Juan la visión del guerrero.

El escepticismo, si es congruente consigo mismo, está condenado a negarse. En un primer memento su critica destruye los fundamentos pretendidamente racionales en que descansa nuestra fe en la existencia del mundo y del ser del hombre: uno y otro son opiniones, creencias desprovistas de certidumbre racional. El escéptico se sirve de la razón para mostrar las insuficiencias de la ratón, su sinrazón secreta. Inmediatamente después, en un movimiento circular, se vuelve sobre sí mismo y examina su razonamiento: si su critica ha sido efectivamente racional, debe estar marcada por la misma inconsistencia. La sinrazón de la razón, la incoherencia, aparecen también en la critica de la ratón. El escéptico tiene que cruzarse de brazos y, para no contradecirse una vez más, resignarse al silencio y a la inmovilidad. Si quiere seguir viviendo y hablando debe afirmar, con una sonrisa desesperada, la validez no-racional de las creencias.

El razonamiento de Hume, incluso su crítica del yo, aparece en un filósofo budista del siglo II, Nagarjuna. Pero el nihilismo circular de Nagarjuna no termina en una sonrisa de resignación sino en una afirmación religiosa. El indio aplica la critica del budismo a la realidad del mundo y del yo -son vacuos, irreales- al budismo mismo: también la doctrina es vacua, irreal. A su vez, la crítica que muestra la vacuidad e irrealidad de la doctrina es vacua, irreal. Si todo está vacío también “todo-está-vacío-incluso-la-doctrina-todo-está-vacío” está vacío. El nihilismo de Nagarjuna se disuelve a sí mismo y reintroduce sucesivamente la realidad (relativa) del mundo y del yo, después la realidad (también relativa) de la doctrina que predica la irrealidad del mundo y del yo y, al fin, la realidad (igualmente relativa) de la crítica de la doctrina que predica la irrealidad de mundo y del yo. El fundamento del budismo con sus millones de mundos y, en cada uno de ellos, sus millones de Budas y Bodisatvas es un precipicio en el que nunca nos despeñamos. El precipicio es un reflejo que nos refleja.

No sé qué pensarán don Juan y don Genaro de las especulaciones de Hume y de Nagarjuna. En cambio, estoy (casi) seguro de que Carlos Castaneda las aprueba -aunque con cierta impaciencia. Lo que le interesa no es mostrar la inconsistencia de nuestras descripciones de la realidad -sean las de la vida cotidiana o las de la filosofía- sino la consistencia de la visión mágica del mundo. La visión y la práctica: la magia es ante todo una práctica. Los libros de Castaneda, aunque poseen un fundamento teórico: el escepticismo radical, son el relate de una iniciación a una doctrina en la que la práctica ocupa el lugar central. Lo que cuenta no es lo que dicen don Juan y don Genaro, sino lo que hacen. ¿Y qué hacen ? Prodigios. Y esos prodigios ¿son reales o ilusorios ? Todo depende, dirá con sorna don Juan, de lo que se entienda por real y por ilusorio. Tal vez no son términos opuestos y lo que llamamos realidad es también ilusión. Los prodigios no son ni reales ni ilusorios: son medios para destruir la realidad que vemos. Una y otra vez el humor se desliza insidiosamente en los prodigios como si la iniciación fuese una larga tomadura de pelo. Castaneda debe dudar tanto de la realidad de la realidad cotidiana, negada por los prodigios, como de la realidad de los prodigios, negada por el humor. La dialéctica de don Juan no está hecha de razones sino de actos pero no por eso es menos poderosa que las paradojas de Nagarjuna, Diógenes o Chuang-Tseu.

La función del humor no es distinta de la de las drogas, el escepticismo racional y los prodigios: el brujo se propone con todas esas manipulaciones romper la visión cotidiana de la realidad, trastornar nuestras percepciones y sensaciones, aniquilar
nuestros endebles razonamientos, arrasar nuestras certidumbres -para que aparezca la otra realidad. En el último capítulo de Journey to Ixtlán, Castaneda ve a don Genaro nadando en el piso del cuarto de don Juan como si nadase en una piscina olímpica. Castaneda no da crédito a sus ojos no sabe si es víctima de una farsa o si está a punto de ver. Por supuesto, no hay nada que ver. Eso es lo que llama don Juan: parar el mundo, suspender nuestros juicios y opiniones sobre la realidad. Acabar con el “esto” y el “aquello”, el sí y el no, alcanzar ese estado dichoso de imparcialidad contemplativa a que han aspirado todos los sabios.

La otra realidad no es prodigiosa: es. El mundo de todo los días es el mundo de todos los días: ¡qué prodigio!. La iniciación de Castaneda puede verse como un regreso, guiado por don Juan y don Genaro -ese Quijote y ese Sancho Panza de la brujería andante, dos figuras que poseen la plasticidad de los héroes de los cuentos y leyendas- el antropólogo desanda el camino. Vuelta a si mismo, no al que fue ni al pasado: al ahora. Recuperación de la visión directa del mundo, ese instante de inmovilidad en que todo parece detenerse, suspendido en una pausa del tiempo. Inmovilidad que sin embargo transcurre -imposibilidad lógica pero realidad irrefutable para los sentidos. Maduración invisible del instante que germina, florece, se desvanece, brota de nuevo. El ahora: antes de la separación, antes de falso-o-verdadero, real-o-ilusorio, bonito-o-feo, bueno-o-malo. Todos vimos alguna vez el mundo con esa mirada anterior pero hemos perdido el secreto.

Perdimos el poder que une al que mira con aquello que mira. La antropología llevó a Castaneda a la hechicería y ésta a la visión unitaria del mundo: a la contemplación de la otredad en el mundo de todos los días. Los brujos no le enseñaron el secreto de la inmortalidad ni le dieron la receta de la dicha eterna: le devolvieron la vista. Le abrieron las puertas de la otra vida. Pero la otra vida está aquí. Sí, allá está aquí, la otra realidad es el mundo de todos los días. En el centro de este mundo de todos los días centellea, como el vidrio roto entre el polvo y la basura del patio trasero de la casa, la revelación del mundo de allá. ¡Qué revelación! No hay nada que ver, nada que decir: todo es alusión, seña secreta, estamos en una de las esquinas del cuarto de los ecos, todo nos hace signos y todo se calla y se oculta. No, no hay nada que decir.

Alguna vez Bertrand Russell dijo que “la clase criminal está incluida en la clase hombre”. Uno podría decir: “La clase antropólogo no está incluida en la clase poeta, salvo en algunos casos.” Uno de esos casos se llama Carlos Castaneda.

Octavio Paz

Cambridge, Mass.,
15 de septiembre de 1973.

la leyenda del antilope intrepido

Los navajos habitan en Arizona y Nuevo México. Sus mitos han motivado un vasto interés entre mitólogos como Joseph Campbell. Además de sus tesoros míticos, son muy famosas sus pinturas de arena y polen, sus tapices y piezas de cerámica. Abajo izquierda, imagen mítica navaja; abajo, un polícromo tapiz navajo. Aquí, presentamos una de sus más intensas leyendas.

Algunas noches, los navajos se reúnen en torno al fuego. Son noches para contar las propias experiencias, para festejar nacimientos, casamientos, ó cualquier otro hecho que merezca ser celebrado. Pero en esas noches, los miembros más ancianos aprovechan para relatar las historias de sus antepasados, historias que se encargan de memorizar los jóvenes y que pasan de generación en generación. De este modo es como ha llegado hasta nuestros días la historia que hoy os relato.

Cuentan que hace mucho tiempo, tanto que se pierde en la noche de los tiempos la época en que ocurrieron los hecho que relataré a continuación, un hombre vivía feliz. Se había casado hace muy poco tiempo, con lo que su matrimonio era reciente, pero a la vez muy próspero, y pronto conocería la dicha de recibir el inmenso don de un hijo. La fama precedía al hombre del que trata la historia. Sus cualidades más destacadas eran la valentía y el honor. Por eso quizás el Consejo de Ancianos lo eligió a él como jefe de la tribu, al joven “Antílope Intrépido”, pues es así como se llamaba.

Era un gran jefe. Gobernaba la tribu con justicia, y en sus órdenes predominaba la ecuanimidad: no había ni elegidos que disfrutaran del máximo beneplácito ni desgraciados que tuvieran que soportar la dura carga del trabajo más pesado: todos eran medidos con el mismo rasero. La felicidad, la paz y la armonía reinaban en la tribu.

Cuentan que una mañana, la esposa de Antílope no despertó de su sueño. En principio, parecía que sólo estaba un poco cansada, por lo que el jefe no se alertó. La dejó dormir un poco más. Algo más tarde, se acercó de nuevo a su lado, e intentó despertarla. Sus intentos fueron baldíos. Por mucho que lo intentaba, su mujer no despertaba.

Alarmado, fue a buscar al chamán de la tribu. Éste la estuvo observando y reconociendo durante algún tiempo, y al final concluyó que la esposa del jefe había tomado un tipo de planta venenosa muy extraña, que la había hecho caer en un sueño eterno. Rápidamente, Antílope le preguntó por el remedio, por un antídoto. A este respecto, el chamán no conocía ningún remedio. “Es una planta muy extraña la que comió tu mujer”, dijo, “no tengo conocimiento de ningún remedio que la haga despertar de sus tinieblas”.

El jefe de la tribu estaba desconsolado. No se podía resignar a que su esposa siguiera dormida por el resto de sus días. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Como última solución, se dirigió al más anciano de la tribu, que en principio, le seguía diciendo lo mismo que el chamán. Pero Antílope continuaba preguntándole por otra vía de solucionar el problema. La respuesta seguía siendo la misma: no hay sanación posible. Casi con lágrimas en los ojos, el jefe se disponía a salir del tipi del anciano, cuando éste dijo: “Sin embargo …”. Rápidamente, Antílope se volvió y le preguntó a qué se refería. El anciano siguió contando:

-Hay una leyenda muy antigua que habla de un hechicero. Ese hechicero vive en una gruta muy escondida, cerca de un gran río, y cuentan que cultiva una planta milagrosa, que es antídoto para todos los venenos. Pero cuentan también que aún no le ha dado la planta a nadie, puesto que a su juicio, los pocos que consiguen llegar a su escondite no son merecedores de los inmensos poderes de su cultivo”.

La expresión del jefe había cambiado, y siguió preguntando al anciano sobre aquel recóndito lugar. Y el anciano continuó:

-No puedo darte más detalles sobre la situación de la cueva porque nadie sabe con seguridad dónde está. Sólo te diré que se encuentra en los alrededores del gran río que hay hacia donde se pone el sol. Pero ten mucho cuidado. El camino es mucho más peligroso de lo que pudieras imaginar.

Pero Antílope no pensaba ya nada más que en encontrar a ese hechicero y su maravillosa planta. Salió de la tienda del anciano y se dirigió directamente al Oeste, ni siquiera cogió nada para el viaje.

Anduvo durante dos días y dos noches. El cansancio era terrible en su cara, pero había algo en su interior que no podía detener a sus pies, un pensamiento en su esposa. Por fin, al amanecer de la segunda noche, encontró el gran río del que le habó el anciano. Quería seguir, pero su cuerpo no podía más. Se desplomó en el suelo, y quedó inconsciente unas horas. Cuando al fin despertó, apenas se podía tener en pie. Tenía una pequeña brecha abierta en la frente, y no comía desde hacía dos días. Casi sin ser consciente de lo que hacía, improvisó una caña de pescar y pudo recoger algunos peces que le permitieron seguir con vida.

Al terminar el almuerzo, siguió río arriba buscando la cueva a la que se refería el anciano. Cuando apenas llevaba unos kilómetros andados, apareció detrás de él un oso, que pretendía hacer del jefe su comida. Aunque el cansancio apenas le permitió gritar, Antílope sabía que tenía que correr más rápido que nunca. A pesar de que corría tanto como podía, el oso cada vez estaba más cerca de él. Muy pronto, después de un recodo del río, vió su posible salvación: una enorme caída de agua que venía a finalizar justo a sus pies. Sólo tendría que escalar esa montaña y el oso no podría seguirle. Era lo único que podía salvarle, puesto que el oso estaba ya tan cerca que casi sentía su respiración.

Cuando por fin alcanzó la pared vertical de la cascada, trepó 2 ó 3 metros, lo justo para poder escapar de las garras del temible oso. Pero ahora se le planteaba otro temible reto: ¿Podría escalar esa pared? Era muy larga, y al ser vertical, aún hacía más difícil la escalada. Aún viendo lo que le esperaba, Antílope no se desanimó. De este modo, comenzó su escalada a la cima de la catarata.

Casi a la vez, un águila comenzó a describir círculos en su vuelo alrededor de la caída de agua. Antílope intuía que se iba a lanzar sobre él, puesto que más que un hombre, tenía el aspecto de un cadáver viviente. Pero tenía que urdir una treta, un plan para sobrevivir. Un poco más arriba vio un pequeño matorral que había crecido gracias al agua que salpicaba la catarata.

Siguió escalando hacia el matorral. Mientras tanto, los círculos del águila eran ya una simple excusa, porque tenía la vista clavada en el jefe. De pronto, detuvo su vuelo y se lanzó en picado hacia la posición en que se encontraba Antílope. Éste ya estaba tocando el matorral, y con otro esfuerzo estuvo a su altura. El vuelo majestuoso y rápido del águila era un espectáculo grandioso, y se acercaba rauda al encuentro de Antílope. Éste la esperaba preparado, con el matorral doblado hacia la derecha. Cuando el pico del águila ya casi rozaba su brazo, soltó el matorral, que impactó fuertemente sobre la cabeza del águila, y la empujó con fuerza hacia una roca, contra la que chocó, y que la hizo caer al suelo, sin conocimiento.

Antílope había solventado otro grave peligro. Sin duda había tenido suerte de encontrarse el matorral, pero también acertó con la precisión de soltarlo justo en el momento en que se acercaba a él el águila. Siguió con la escalada, que se hacía ya muy pesada. Alguna vez cedió la roca que estaba bajo su pie, pero la seguridad con que sus manos estaban asidas a la pared le hicieron mantenerse en la roca y no caer al vacío.

Después de muchos esfuerzos, llegó al final de su escalada. Lo que vio allí era maravilloso: un vergel lleno de flores hermosísimas, árboles y la entrada a una cueva cubierta por una cortina de agua. En otras circunstancias, Antílope no hubiera reparado en que detrás de esa fina capa de agua que caía hubiera una cueva, pero de algún modo, una voz le decía en su interior: “Hay una cueva detrás del agua”.

Entró y encontró al hechicero al que se refería el anciano en la tribu. Casi no sabía qué decir. Al final, pensó en su esposa, dormida para siempre, y dijo: “Necesito la planta que cultivas”. El hechicero contestó:

-Muchos han venido a buscarla, pero nadie la ha merecido aún. ¿Por qué crees que tú la vas a recibir?.

Antílope contestó:

-No la quiero para mí, sino para mi esposa, que ha caído en la desgracia de un sueño eterno del que sólo puedo hacerla despertar con ayuda de tu planta”.

El hechicero siguió hablando:

-Nada tiene secretos para mí, ni el ayer, ni el mañana, … Sé todo lo que has sufrido en tu camino hacia mí, y sé también que los dioses se pusieron de tu parte: te proporcionaron la rapidez del guepardo para huir del oso, que te perseguía; luego, te dieron la fuerza del propio oso para escalar la catarata; más tarde, te dotaron con la astucia del coyote para vencer al águila; y al final, te concedieron la vista del águila para llegar a mi cueva. Los dioses, sin duda, están contigo, pero ¿no crees que sería mejor que te diera la planta a ti, que estás casi muerto después de tu dura odisea?.

-No – dijo Antílope – sólo quiero que mi esposa se reponga de su terrible enfermedad. Ella necesita tu planta mucho más que yo.

El hechicero continuó:

-En ese caso, yo necesito algo a cambio de los milagrosos poderes de mi cultivo.

Antílope le contestó:

-No he traído nada conmigo, pero si de verdad quieres algo que sea verdaderamente preciado por mí, quédate con mi corazón, al que tanto admiran los dioses que me hicieron llegar aquí, los mismos que mandaron enfermar a mi esposa. Sólo quiero que a ella le retorne la salud, aunque yo no pueda estar con ella en ese momento.

Entonces, el hechicero le replicó:

-Antílope Intrépido, jefe de tu tribu, hasta ahora, sólo tú te has hecho merecedor de mis poderes. Posees un corazón puro y sincero. Te acompañaré hasta tus tierras y curaré a tu fiel esposa. Juntos viviréis muchos nuevos amaneceres, juntos y junto a toda vuestra próspera descendencia.

Cuentan que el hechicero condujo al jefe a su tribu por una senda secreta que sólo él conocía, y que sólo dando a oler la planta milagrosa a la mujer de Antílope, ésta despertó de su profundo sueño, a la vez que el mágico hechicero desaparecía por el horizonte. (*)

(*) Versión de esta leyenda recogida de página de Scauts de Extremadura.

LOS PUEBLOS INDIGENAS DE NORTEAMERICA

LOS PUEBLOS INDIGENAS DE NORTEAMERICA

Antiguos Pobladores

Primeras Migraciones

Principales Áreas Culturales

.- El Suroeste

.- Bosques Orientales

.- El Sureste

.- Región Intermontañosa de California

.- Las Grandes Llanuras

.- La Subártica

.- La Costa Noroccidental del Pacífico

.- La Ártica

Antiguos Pobladores

Se calcula que en el momento de los primeros contactos con los europeos el continente americano estaba habitado por más de 90 millones de personas: unos 10 millones en el actual territorio de Estados Unidos y Canadá, 30 millones en México, 11 millones en Centroamérica, 445.000 en las islas del Caribe, 30 millones en la región de la cordillera de los Andes y 9 millones en el resto de Sudamérica. Estas cifras de población corresponden a estimaciones muy relativas (algunas fuentes citan magnitudes mucho menores), ya que resulta imposible dar cifras exactas. Cuando los europeos empezaron a realizar los primeros registros, la población indígena ya se había visto diezmada por las guerras, el hambre, los trabajos forzosos y las epidemias de enfermedades introducidas por los europeos.

DDPrimeras Migraciones

A grandes rasgos, podría decirse que los indígenas americanos probablemente descendieran de los pobladores asiáticos que emigraron a través de la lengüeta de tierra del estrecho de Bering durante el periodo cuaternario, que se inició hace unos 30.000 años. Según los testimonios de las migraciones humanas, los primeros pueblos que se desplazaron hacia el continente americano, procedentes del noreste de Siberia hacia Alaska, portaban utensilios de piedra y otras herramientas típicas de mediados y finales del periodo paleolítico de la edad de piedra. Estos pueblos probablemente vivían en grupos de unos 100 individuos, pescando y cazando animales como venados y mamuts. Eran nómadas y trasladaban su campamento unas cuantas veces al cabo del año para aprovechar los alimentos de cada estación. Es probable que se reunieran durante algunas semanas con otros grupos con el fin de celebrar ceremonias religiosas y realizar trueques de productos, además de intercambiar información. Al parecer, los primeros asentamientos se ubicaron en Alaska y más tarde fueron desplazándose hacia el interior del continente americano. Los hallazgos de las primeras migraciones son muy escasos. Los testimonios que se desprenden del estudio comparativo de las lenguas indígenas, así como del análisis de algunos materiales genéticos, sugieren la posibilidad de que estas migraciones tuvieran lugar hace unos 30.000 años. Algunas pruebas más directas, procedentes de yacimientos arqueológicos, sitúan esa fecha algo más tarde. Por ejemplo, en el Yukón, en el actual Canadá, se han descubierto utensilios de hueso cuya antigüedad ha quedado fijada en el 22.000 a.C. mediante las técnicas de carbono radiactivo. Los restos de hogueras descubiertas en el valle de México (véase Valle de Anáhuac) datan del 21.000 a.C.; se han hallado algunas lascas de herramientas de piedra cerca de ellas, lo cual determina la presencia humana en

aquella época. En una cueva de la cordillera de los Andes peruanos, cerca de Ayacucho, los arqueólogos han hallado utensilios de piedra y huesos de animales triturados, cuyo origen se ha datado en el 18.000 a.C. Otra cueva de Idaho, Estados Unidos, contiene restos parecidos que datan del 12.500 a.C. En ninguno de estos yacimientos aparecen objetos o herramientas con un estilo diferenciado. El único objeto hallado que sí tiene un estilo propio apareció hacia el 11.000 a.C. y se conoce como puntas ‘clovis’, tipo de punta de jabalina de base cóncava y con acanaladuras en una o dos de sus caras.

DDPrincipales Áreas Culturales

Un área cultural es, ante todo, una región geográfica; posee un clima, un paisaje y una población biológica características, compuesta por su fauna y flora. Las personas que habitan en la región deben adaptarse a sus peculiaridades para satisfacer sus necesidades vitales. El continente americano podría dividirse en muchas áreas culturales y esas divisiones obedecerían a criterios muy diferentes. Las áreas culturales de Norteamérica son el Suroeste, los Bosques Orientales, el Sureste, las Grandes Llanuras, la región Intermontañosa de California, la Meseta, la Subártica, la Costa Noroccidental del Pacífico y la Ártica.

GGEl Suroeste

El área cultural del Suroeste abarca Arizona, Nuevo México, la zona meridional de Colorado y la zona septentrional limítrofe de México (los estados de Sonora y Chihuahua). Los primeros habitantes de esta región cazaban con puntas clovis a los mamuts y otros animales hacia el 9500 a.C.; sin embargo, al finalizar los periodos glaciales (c. 8000 a.C.) los mamuts desaparecieron. Los pueblos del Suroeste comenzaron a cazar búfalos (véase Bisontes) y dedicaron más tiempo a recolectar plantas silvestres para su alimentación. El clima fue haciéndose más cálido y seco y, entre el año 8000 y el 300 a.C., emergió una nueva forma de vida, conocida hoy como arcaica. Los pobladores arcaicos cazaban sobre todo venados y pequeños pájaros; cosechaban frutas, frutos secos y semillas de plantas silvestres, al tiempo que utilizaban planchas de piedra para moler las semillas y hacer harina. Hacia el 3000 a.C. los habitantes del Suroeste aprendieron a cultivar el maíz, que ya había sido cultivado en el valle de México, aunque durante siglos constituyó un componente menor de su alimentación. Hacia el 300 a.C. algunos mexicanos cuya cultura estaba basada en el cultivo del maíz, el frijol y la calabaza, emigraron hacia el sur de Arizona, como el pueblo hohokam, que vivía en viviendas construidas con adobes formando un círculo que rodeaba una plaza central. Eran los antecesores de los actuales pimas y papagos, que conservan gran parte de su estilo de vida.

Los pueblos del sector septentrional del área cultural del Suroeste, tras varios siglos de comerciar con los hohokam, modificaron hacia el año 700 d.C. su forma de vida originando la que se conoce como cultura anasazi, igual que los primitivos ‘hombres de las rocas’, cuyo nombre original era cliff-dwellers. Cultivaban también maíz, frijol y calabaza, y vivían en poblados de piedra en forma de terrazas o en bloques de adobe construidos alrededor de plazas centrales; estos bloques presentaban paredes desnudas frente a la parte exterior del poblado, protegiendo así a sus moradores. Durante los meses más cálidos muchas familias vivían en pequeñas casas en el campo. Después de 1275, el sector septentrional padeció importantes sequías, quedando abandonados muchos campos y poblados anasazi; los que se hallaban en las márgenes del río Bravo o Grande del Norte, por el contrario, crecieron y expandieron sus sistemas de regadío. En 1540 los conquistadores españoles llegaron a los asentamientos de los descendientes de los anasazi, los indios pueblo. A partir de 1598 los españoles los dominaron, pero en 1680 los pueblo organizaron una rebelión que les permitió recuperar su libertad hasta 1692. Desde entonces, los indios pueblo han estado, primero, bajo el dominio del gobierno español, después mexicano y, por último, estadounidense. Los pueblo se esforzaron por conservar su cultura: continuaron cultivando sus tierras y en algunos poblados mantuvieron de forma secreta su propio gobierno y religión. En la actualidad hay 22 poblados pueblo. En el siglo XV aparecieron en el Suroeste algunos cazadores que hablaban la lengua athabasca -emparentada con ciertas lenguas de Alaska y el oeste de Canadá-, que habían emigrado en dirección sur por las Grandes Llanuras occidentales. Saquearon los poblados pueblo en busca de comida y, después de que los españoles fundaran los mercados de esclavos, pusieron a la venta a sus prisioneros; de los pueblo aprendieron a cultivar la tierra y de los españoles a criar ovejas y caballos. En la actualidad, estos pueblos son el navajo y el grupo apache. El sector occidental del Suroeste está habitado por individuos que hablan las lenguas yuma, incluidos los solitarios havasupai, que poseen sus cultivos en el fondo del Gran Cañón del Colorado, y los mojave, que viven en la parte baja del río Colorado. Los pueblos de habla yuma viven en pequeños poblados de chozas cerca de los campos pantanosos de cultivo. Otros grupos pertenecientes a esta región cultural son los hopi de Arizona y la etnia tarahumara que habita en el estado mexicano de Chihuahua.

Bosques Orientales

El área cultural de los Bosques Orientales está formada por las regiones templadas del este de Estados Unidos y Canadá, desde Minnesota y Ontario hasta el océano Atlántico por el este, y Carolina del Norte por el sur. Esta vasta región, que en origen contaba con bosques muy tupidos, estuvo habitada en principio por cazadores, algunos de los cuales utilizaban puntas de flecha clovis. Hacia el 7000 a.C., cuando las condiciones climatológicas se modificaron y fueron más cálidas, emergió una cultura arcaica. Los pueblos de esta área subsistían, cada vez en mayor medida, a base de carne de venado, frutos secos y granos silvestres. Hacia el 3000 a.C. la población de los Bosques Orientales alcanzó culturalmente unos niveles que no se volvieron a dar hasta después del 1200 d.C.

El cultivo de la calabaza lo aprendieron de los antiguos mexicanos y en el Medio Oeste cosechaban girasoles, amarantos, arándanos y otras plantas similares. Todas ellas se cultivaban para recoger las semillas, que -a excepción de las de girasol- se molían para fabricar harina. Fueron proliferando la pesca y la captura de crustáceos y, en las costas de Maine, pescaban el pez espada. En el área occidental de los Grandes Lagos se extraía cobre a cielo abierto, con el que se fabricaban cuchillos y diversos adornos, y en toda la zona de los Bosques Orientales se tallaban pequeñas esculturas en piedras preciosas. Después del año 1000 a.C. el clima se fue enfriando y comenzaron a escasear los alimentos, lo que provocó una disminución de la población en la parte atlántica de la región. En el Medio Oeste, sin embargo, los pueblos se organizaron en grandes redes comerciales y levantaron grandes túmulos abovedados para ser utilizados como centros de actividades religiosas. Estos primeros constructores de túmulos, denominados hopewell, cultivaban maíz, pero dependían más bien de los alimentos arcaicos. Hacia el 400 d.C. la cultura hopewell declinó. En el 750 surgió la cultura del Mississippi basada en una agricultura intensiva del maíz. Sus pobladores construyeron grandes ciudades con plataformas de tierra, o túmulos, que servían de sustento para los templos y las residencias de los gobernantes. En el río Mississippi, en la actual Saint Louis, Missouri, los pueblos de esta zona construyeron la ciudad de Cahokia, que tal vez alcanzara una población de 50.000 habitantes. Cahokia contaba con centenares de túmulos y su templo principal se hallaba sobre el más grande: 30 m de altura, unos 110 m de largo y 49 m de ancho. Durante este periodo el cultivo del maíz también adquirió gran importancia en la región atlántica, aunque no se construyó ninguna ciudad. La presencia de los europeos en los Bosques Orientales data al menos del 1000 d.C., cuando algunos colonizadores procedentes de Islandia intentaron asentarse en Terranova. A lo largo del siglo XVI, los pescadores y balleneros europeos utilizaron la costa de Canadá. La colonización europea de esta región se inició en el siglo XVII. No fue preciso vencer gran resistencia, en parte porque los indígenas de la región habían sufrido grandes epidemias provocadas por el contacto con los europeos. Por estas fechas, las ciudades del Mississippi también habían desaparecido, probablemente como consecuencia de las epidemias. Los pueblos indígenas de los Bosques Orientales abarcan a los del pueblo iroqués, como los mohawk o wyandot; a los pueblos de lengua algonquina, como los delaware, shawnee, mohicano, ojibwa, fox, shinnecock, potawatomi e illinois, y de la familia lingüística siux, como los iowa y winnebago. Algunos pueblos de los Bosques Orientales emigraron hacia el oeste durante el siglo XIX; otros permanecen en esta región dentro de sus pequeñas comunidades.

El Sureste

El área cultural del Sureste es la región semitropical al norte del golfo de México y al sur de la región medioatlántica-Medio Oeste; se extiende desde la costa atlántica hacia el oeste hasta encontrarse con Texas. Gran parte de este territorio estuvo formado por bosques de pinos que los indígenas de la región mantenían limpios de maleza, una forma de controlar la enorme cantidad de venados para su caza. El cultivo de las plantas autóctonas se inició a finales del periodo arcaico, hacia el año 3000 a.C., y en la región vivía una población muy numerosa. En el 1400 a.C. se construyó una ciudad, nombrada por los modernos arqueólogos como Poverty Point, cerca de la actual Vicksburg, en Mississippi. Igual que las ciudades del Mississippi 2.000 años después, Poverty Point tenía una gran plaza central y enormes túmulos de tierra que hacían las funciones de plataformas para los templos o de enterramientos cubiertos. El número de indígenas del área del Sureste fue creciendo hasta producirse los primeros contactos con los europeos. El cultivo del maíz hizo su aparición hacia el 500 a.C. Se siguieron construyendo más ciudades y se comerciaba activamente con artículos artesanos. El primer conquistador europeo, el español Hernando de Soto, cruzó el Sureste con su ejército entre 1539 y 1542; las enfermedades que llevaron consigo los españoles de su expedición causaron la muerte a miles de indígenas. Entre los pueblos del Sureste figuraban los cherokee, los choctaw, los chickasaw, los creek y los seminola, conocidos por los primeros exploradores como las Cinco Tribus Civilizadas, ya que se parecían a las naciones europeas en cuanto a organización y economía, y porque incorporaron a su forma de vida algunas notables importaciones europeas (como los árboles frutales). Otro famoso pueblo del Sureste fue el natchez, cuya evolucionada cultura de construcción de túmulos fue totalmente destruida por los europeos durante el siglo XVIII.

Las Grandes Llanuras

Las Grandes Llanuras de Norteamérica se extienden desde el centro de Canadá hasta México, por el sur, y desde el Medio Oeste hasta las montañas Rocosas, por el oeste. La caza del búfalo constituía en todos los casos la principal fuente de sustento en esta área cultural, hasta que las manadas fueron exterminadas en la década de 1880. La mayoría de los pueblos de las Grandes Llanuras vivían como pequeños grupos nómadas que se desplazaban siguiendo a las manadas en busca de alimento y pieles. A partir del 850 d.C. se construyeron algunas ciudades a lo largo del río Missouri y en la zona central de esta enorme meseta. Los hábitos de los pueblos de las Grandes Llanuras son los que hoy se conocen como ‘típicas costumbres indias’: largos tocados de plumas, viviendas tipo tepee, pipa ceremonial, trajes de cuero y danzas con un gran sentido religioso. Durante el siglo XIX, cuando los colonos invadieron sus territorios, las costumbres de estos pueblos se hicieron célebres a través de los periódicos, revistas y fotografías que popularizaron esta región. Entre los primitivos pueblos de las Grandes Llanuras se encuentran los indios blackfoot o pies negros, cazadores de búfalos, así como los mandan e hidatsa, que se dedicaban a la agricultura en las márgenes del río Missouri y que eran conocidos por los comerciantes franceses como los gros ventres del Missouri. Cuando los colonos europeos se asentaron en los Bosques Orientales, muchos pueblos del Medio Oeste se trasladaron a las Grandes Llanuras, entre ellos los siux, los cheyene y los arapajó. Anteriormente, hacia 1450, ya habían comenzado a trasladarse a esta región algunos miembros de los pueblos shoshón y comanche procedentes de los valles situados al oeste de las montañas Rocosas. A partir de 1630, estos pueblos se apropiaron de numerosos caballos de los ranchos españoles en Nuevo México para comerciar con ellos por toda la región. Así, la cultura de los pueblos de las Grandes Llanuras de aquella época mostró algunos elementos de las áreas culturales vecinas. Otros pueblos de esta región son también los tonkawa y crow.

Región Intermontañosa de California

Esta área comprende los sistemas montañosos y valles de Utah, Nevada y California. Hacia el 8000 a.C. se desarrolló una forma de vida arcaica: caza del venado, pesca, caza con red de aves migratorias, recolección de piñas y semillas silvestres, que perduró sin grandes cambios hasta el 1850 d.C. Los poblados eran sencillos, formados por chozas, que durante los meses más cálidos apenas se cubrían. La tecnología agrícola era muy compleja; la cestería alcanzó el grado de auténtico arte. En la costa de California, las gentes pescaban y cazaban morsas, delfines y otros mamíferos acuáticos desde las barcazas; la riqueza de recursos fomentó un comercio muy reglamentado que utilizaba las conchas de mar como ‘moneda’ de cambio (véase Wampum). Los paiute, ute y shoshones del norte y oeste son los pueblos más conocidos de la región de los valles conocida como Gran Cuenca; las tribus de la zona de California incluyen a los yurok en el noroeste; a los pomo, maidu, miwok, patwin y wintun en el centro, y a las ‘tribus de misiones’ en el sur, cuyos nombres impuestos por los europeos proceden de las misiones españolas que intentaban convertirlos, como por ejemplo, los diegueños, luiseños, ignacianos, gabrielinos y otros. La región de la Meseta Esta región comprende los bosques perennes y las montañas de Idaho, el este de Oregón y Washington, el oeste de Montana y la parte limítrofe de Canadá. Al igual que en la región Intermontañosa, en la Meseta predominaba el tipo de vida arcaico, aunque enriquecido con las subidas anuales del salmón por los ríos Columbia, Snake, Fraser y sus afluentes, así como por las cosechas de ‘camas’ (una planta del oeste de Estados Unidos de bulbo comestible) y otros tubérculos y raíces alimenticias de las praderas. La gente vivía en poblados construidos con casas redondas semienterradas en el invierno y acampaban en chozas en el verano. Desecaban grandes cantidades de salmón y bulbos para alimentarse en invierno y, en la parte baja del río Columbia, los pueblos wishram y wasco fundaron un poblado que servía de punto de encuentro, comercio y compra de alimentos desecados para los viajeros procedentes de la costa del Pacífico y las Grandes Llanuras. Entre los pueblos de la Meseta se encuentran los nez percé, walla walla, yakima y umatilla de la familia lingüística sahapta; los flathead, spokane y okanagon de la familia lingüística salish, y los cayuse y kutenai (sin ninguna filiación lingüística).

La Subártica

La región Subártica comprende la mayor parte de Canadá, que se extiende por el oeste desde el océano Atlántico hasta las montañas que bordean el océano Pacífico, y por el sur desde la tundra hasta unos 300 km de la frontera actual de Estados Unidos. La mitad oriental de esta región estuvo helada en su mayor parte, por lo que el suelo y el drenaje son muy pobres. La práctica de la agricultura era casi imposible por la escasez de temperaturas cálidas, por lo que los pueblos de esta región vivían de la caza del alce y el caribú y de la pesca. Eran nómadas, se refugiaban en tiendas de campaña o algunas veces, en la parte occidental, en viviendas circulares semienterradas (como en la región de la Meseta). Para trasladar sus campamentos se servían de canoas en verano y de trineos en invierno. Debido a la escasez de alimentos, la población de la región Subártica siempre fue muy reducida. Los pueblos indígenas de la mitad oriental de esta región hablaban la lengua algonquina; entre ellos se encuentran los cree, ottawa, montagnais y naskapi. En la mitad occidental se hablan las lenguas athabascas septentrionales, entre ellas la chipewyana, beaver, kutchin, ingalik, kaska y tanana. Muchos pueblos subárticos, aunque asentados en la actualidad en poblados, aún continúan viviendo de las pieles, la pesca y la caza.
La Costa Noroccidental del Pacífico

La costa oeste de Norteamérica, desde el sur de Alaska hasta el norte de California, forma el área cultural de la Costa Noroccidental del Pacífico. Limitada al este por cordilleras, el territorio habitable es una franja de tierra entre el mar y la montaña. El mar es rico en mamíferos marinos y en peces, como el salmón y el halibut; en tierra firme hay ovejas y cabras de monte, alces (véase Wapití), abundantes bayas, raíces y tubérculos comestibles. Estos recursos abastecían a una densa población organizada en grandes poblados en los que la gente vivía en casas de madera, algunas de más de 30 metros de longitud. Cada vivienda albergaba a una amplia familia, a veces con esclavos, y era dirigida por un jefe. Durante el invierno, los habitantes escenificaban dramas religiosos e invitaban a los poblados vecinos a celebrar con ellos las fiestas ceremoniales denominadas potlatch, en las que se repartían abundantes obsequios. El comercio tenía una gran importancia y se extendía hacia otros continentes como el norte de Asia, donde se adquiría hierro para fabricar cuchillos. Las culturas de la Costa Noroccidental del Pacífico son también célebres por sus magníficas tallas en madera y tótems. Esta cultura se desarrolló después del 3000 a.C., cuando se estabilizaron los niveles marinos y se regularizaron las migraciones del salmón y algunos mamíferos de mar. El esquema básico de su vida apenas cambió y a lo largo de los siglos la artesanía en madera fue adquiriendo un alto grado de perfección. Algunos grupos indígenas de la Costa Noroccidental del Pacífico son los tlingit, tsimshian, haida, kwakiutl, nootka y chinook.

La Ártica

El área cultural Ártica discurre junto a las costas de Alaska y del norte de Canadá. Dado que los inviernos son prolongados y oscuros, resulta imposible cualquier tipo de agricultura; las gentes viven de la pesca y la caza de focas, caribús y ballenas. Las viviendas tradicionales en verano eran las tiendas. Las casas invernales eran redondas, con estructuras muy aislantes de pieles y tepees; en el centro de Canadá, las viviendas de invierno se solían construir con bloques de hielo. La población era escasa debido a los escasos recursos. El Ártico no estuvo habitado hasta el 2000 a.C. aproximadamente, después de que los glaciares se hubieran derretido totalmente en la región. En Alaska, los inuit y los yuit desarrollaron una ingeniosa tecnología para afrontar la dureza del clima y la escasez de recursos. Hacia el 1000 d.C. varios grupos de inuit de Alaska emigraron a través de Canadá hacia Groenlandia; bautizada como la cultura thule, parece ser que absorbieron a un pueblo anterior en el este de Canadá y en Groenlandia (la cultura dorset). Estos pueblos reciben ahora el nombre de inuit de Groenlandia. Debido a esta migración, las culturas y lenguas inuit tradicionales presentan grandes analogías desde Alaska hasta Groenlandia. Los yuit viven en el suroeste de Alaska y en el extremo oriental de Siberia, y están emparentados con los inuit en cuanto a cultura y antepasados, pero su lengua es algo diferente. Parientes remotos de los inuit y los yuit son los aleutianos, que desde 6000 a.C. están asentados en su patria en las islas Aleutianas, dedicados a la pesca y caza de mamíferos marinos.

MAGIA Y CHAMANISMO (Frazer)

MAGIA Y CHAMANISMO

El autor presenta una revisión del significado de la magia y las leyes que la rigen, expuestas por FRAZER: Ley homeopática o de semejanza y Ley de contacto o contaminante, Ley de simpatía. Estas leyes no escritas, están en el fondo del pensamiento del hombre primitivo conformando todas sus acciones con preceptos positivos y negativos (tabús). Con la magia, pretende el hombre primitivo controlar las fuerzas de la Naturaleza por medios coercitivos, intento que le lleva a la especialización, surgiendo el chamán, el mago, el hechicero, que utilizará los poderes de que se le ha investido o atribuído, sea de forma congénita, por el aprendizaje vocacional, posesión por un espíritu u otras formas de reclutamiento, unas veces para hacer el bien (magia blanca), otras para hacer daño a algún enemigo (magia negra).

Revisa el autor el concepto de chamán que concentra en sí todos los poderes, sean curativos, predictorios, adivinatorios, religioso-sacerdotales, ritualísticos, siendo el depositario de las tradiciones de la tribu y el intermediario entre las fuerzas sobrenaturales y el hombre.

Revisa también las variantes del chamanismo como forma de religión primitiva, en diversas culturas: cunas, chocóes y guaimíes del Istmo de Panamá con quienes convivió durante 18 años y de algunas culturas del Norte y Centro de Asia que ha tenido la oportunidad de estudiar muy de cerca. Y termina con su Teoría y Práctica del que ha llamado “Pacto Médico-hechicero” que fué la base de su trabajo como médico de Salud Pública entre grupos primitivos, enseñando a los chamanes técnicas modernas de curar, proporcionándoles medicinas para curar las enfermedades que les aquejaban, especialmente en lugares remotos donde no podían disponer de los auxilios de la Terapéutica moderna. Como compensación, siempre encontró la amistad y la confianza de aquellas gentes, sobre todo de los chamanes que le mostraron muchos de los secretos usos de las plantas de la selva así como el conocimiento de sus tradiciones milenarias que sirvieron al autor para poder escribir numerosas obras sobre su vida y costumbres.

CHAMANISMO

Para poder comprender el chamanismo es preciso antes entender lo que es la magia y lo que ésta significa en las culturas primitivas o tradicionales que han llegado hasta nuestros días como auténticos fósiles humanos vivientes.

Son clásicos los estudios de James Frazer sobre la magia (1890), a la que considera basada en dos principios fundamentales: 1º Lo semejante produce lo semejante y 2º las cosas que estuvieron en contacto actúan recíprocamente a distancia una sobre otra, aun después de haber sido cortado todo contacto físico.

Podemos sintetizarlas así:

1. Ley de semejanza (magia imitativa u homeopática).

2. Ley de contacto o contagio (magia contaminante o contagiosa).

La magia, dice Frazer, es para el primitivo un arte, no una ciencia. Le sirve para razonar a su manera lógicamente, pero igual que digiere sus alimentos, es decir ignorando por completo los procesos fisiológicos y mentales esenciales para una u otra operación. La lógica se basa en una simple o a veces complicada asociación de ideas, sea por semejanza, sea por contigüidad. Frazer comprende ambas formas de magia bajo la denominación general de magia simpática (Ley de simpatía).

La Ley de simpatía que rige la magia, se compone de preceptos positivos y negativos. Los primeros son los encantamientos, los segundos son los tabús, las prohibiciones. “Haz esto para que acontezca esto otro”, o bien, “No hagas esto para que no suceda esto otro”. Son dos ideas contrapuestas: producir el acontecimiento que se desea o evitar el suceso que se teme.

Es increíble la cantidad de prohibiciones a que puede llegar un individuo que forme parte de una tribu primitiva donde rige el principio de la magia negativa (tabús) y la cantidad de cosas que en todas las situaciones de su vida realiza, aplicando el principio positivo de la magia que tiene siempre, constantemente, presente. Nada de lo que hace o de lo que no hace, ningún acontecimiento de su vida diaria, hasta los más elementales, están exentos de esas reglas positivas o negativas de la magia.

La magia, entendida así por el primitivo, tiene un contenido esencial y determinante: el control de las fuerzas de la Naturaleza por medios coercitivos. El hombre en general y el hechicero, el chamán en particular, tiene con la magia la sensación de que puede poner a su disposición todas las fuerzas de la Naturaleza. Es una técnica de control de esas fuerzas, sean dioses, sean diablos, sean las fuerzas del bien o los poderes del mal.

A través de la magia, por otra parte, el hombre es dueño del bien y del mal, pudiendo hacer uno u otro según convenga, y puede hacerlo eliminando factores como el tiempo y la distancia. Con el pensamiento mágico, con las acciones mágicas, puede acabar con un enemigo que esté lejos de aquel lugar donde se encuentra. Bastará que actúe por procuración sobre una imagen o una substancia que le represente, sea un muñeco de barro o madera, sean restos o excreciones del enemigo como uñas, cabellos, vestidos o algo que le haya pertenecido o estado en contacto con él.

Los intentos de hacer daño por el camino de las leyes de la magia se conocen como magia negra, mientras los intentos de conseguir el bien, la curación de una enfermedad o algo grato para la persona o el grupo, en suma su felicidad, se conoce como magia blanca.

El hombre primitivo, gracias al pensamiento mágico aleja sus temores y se siente todopoderoso. Solamente puede temer que su enemigo disponga también de una fuerza mágica, superior a la suya, y el equilibrio se rompa.

Siempre en la tribu o grupo habrá quien posea más fuerza mágica. Este será el hechicero o chamán en cualquiera de sus formas y siempre habrá una fuerza mágica congénita y otra adquirida por diversos mecanismos. Pero en todo lo cotidiano, el primitivo actúa a través de asociaciones de ideas que consideramos como parte de la magia que rige la vida y las acciones del hombre.

Por eso no es de extrañar que Frazer exclamase que no hay hombre menos libre que el hombre primitivo. “Es un esclavo, decía, y no de un amo visible, sino del pasado, de los espíritus, de sus antecesores muertos que rondan sus pasos desde que nace hasta que muere y le gobiernan con cetro de hierro”.

Sus leyes no están escritas pero son implacables.

Frazer consideraba a la magia, hermana bastarda de la ciencia. Usa la analogía, la asociación de ideas, pero por un camino erróneo, partiendo de un principio falso, equivocado. La asociación de ideas será indispensable para hallar el camino de la razón, del razonamiento, de la autocrítica, del experimento, de todo lo que conduce a la ciencia. Reconoce, sin embargo, que la magia tuvo que ser la primera y fué necesaria, siendo la que llevó a ciertos hombres de selección al poder supremo y aún a divinizarlos, a crear gobiernos teocráticos y despóticos que exigían una servil obediencia al rey-dios. Y paradójicamente este camino acabó con el pensamiento mágico, abriendo paso a la libertad, despejando el camino a la ciencia. La magia fué hija del error y madre de la libertad y la verdad.

Si la magia es lo opuesto a la ciencia, la magia es en otro orden de ideas, lo opuesto, la antítesis de la religión. Con el instrumento de poder que es la magia, el hombre controla, domina las fuerzas de la naturaleza, las fuerzas sobrenaturales, pone bajo su poder a la divinidad, a las fuerzas del bien y del mal. La religión, en cambio, comprendiendo su impotencia ante esas fuerzas sobrenaturales y esa divinidad, trata de propiciarla por medio del ruego, la plegaria, la oración y el sacrificio. Y la religión apareció en el momento en que el hombre comprendió el error del pensamiento mágico. Cuando su fe en la magia desaparece, surge la idea religiosa, el pensamiento verdaderamente religioso. Como en otro orden de ideas, al perder su fe en la magia y comenzar a pensar “racionalmente”, se pone en el camino de la ciencia, del experimento, del pensamiento científico.

No obstante, esto que parece llevarnos a principios generales, no sucede de la misma forma en todos los seres humanos. Por un lado, el aislamiento y múltiples razones de orden ambiental, han permitido la gran disparidad de culturas cronológicas existentes en nuestro mundo actual, que hacen posible la coexistencia de hombres que viven en medio de culturas y ambientes neolíticos y otros que viven en pleno desarrollo industrial, de hombres que viven en sus malocas, chozas o palafitos como hace 50.000 años y otros que dueños de una tecnología superdesarrollada, giran en torno a la Luna, a la Tierra o llegan a planetas alejados de nuestro mundo solar para explorarlos con instrumentos complejísimos, saliendo al espacio exterior de nuestro planeta en complicados vehículos, pasando por quienes viven en zonas urbanas, suburbanas y rurales en muy diversas fases de evolución de su pensamiento y formación.

La enorme heterogeneidad de esa evolución, de la captación o adquisición de elementos culturales, permite la coexistencia en el espacio y en el tiempo de un cirujano especializado en transplantes de órganos y de una curandera que aún utiliza todos los recursos del pensamiento mágico con una mezcla de elementos racionales en cualquiera de nuestras grandes ciudades o pueblos del interior de cualquier país o nación supercivilizada. Y aún en lugares totalmente aislados, como en el centro de Matto Grosso, existirán tribus con chamanes que jamás tuvieron contacto con la civilización y el mundo exterior, que seguirán las mismas técnicas de hace 50.000 años sin mezcla alguna con el pensamiento o la tecnología moderna.

El hechicero-chamán primitivo que reúne en su persona el poder curativo (medicina primitiva), el poder de predicción y adivinación, el poder de ser el intermediario entre el hombre y las fuerzas sobrenaturales (sacerdote), va desintegrándose, va haciendo dejación de esa omnipotencia y se le escapan de la mano, no sin resistencia por su parte, estos poderes. Y se disocia, apareciendo el sacerdote en las religiones reveladas y evolucionadas, el médico y el científico en las culturas evolucionadas y desarrolladas. Y mientras, allá en lo más profundo de la selva, el chamán continúa sosteniendo los restos de un imperio: el de la magia, que dominó al hombre durante milenios, durante la mayor parte de su historia y su prehistoria y del que no ha podido aún desprenderse totalmente, pues aún en las culturas más desarrolladas, podemos detectar restos de esta contaminación mágica.

Antes que Frazer sintetizara en una forma clara las leyes de la magia, otros le habían precedido en el estudio de la misma. Tylor, Lyell, Jevons, Lang, Oldenberg, con sus ideas, fueron los predecesores de Frazer.

Marcel Mauss (1902) revisa las ideas de Frazer, analizándolas detenidamente. La magia, tal como la entendía Frazer, a la que considera “la expresión más clara de toda una tradición anterior” sería entendida como “la forma primera del pensamiento humano”. En tiempos remotos existió en estado puro y el hombre sólo pudo pensar, en sus orígenes, en términos mágicos, si es que se acepta la teoría de Frazer (Mauss, 1902). Como prueba, aporta los pueblos de Australia Central cuyos ritos totémicos serían puramente mágicos, químicamente puros. “La magia, según las ideas de Frazer, sería o constituiría toda la vida mística y científica del primitivo”, dice Mauss. Sería una pre o proto-religión y una proto-ciencia. La religión según esto, surgió de los errores de la magia.

Mauss no estaba de acuerdo y creía que a pesar de la claridad de los conceptos y definiciones de Frazer, no aclaraba muchos hechos. No puede creer en un pensamiento mágico químicamente puro y termina sus comentarios afirmando “Nadie nos ha dado hasta ahora, una noción clara, completa y satisfactoria de la magia”, y en su trabajo “Esquisse d’une théorie générale de la magie”, trata de encontrar esa noción que falta en los demás investigadores.

Comienza con la idea de que es preciso estudiar paralelamente las magias de sociedades muy primitivas y la magia de sociedades muy diferenciadas. En las primeras se hallarán los hechos elementales, los hechos-origen de los que derivan los otros. En las segundas, con su organización e instituciones más completas y complicadas, encontraremos hechos más inteligibles que nos permitirán comprender las primeras.

Para ello, comienza por estudiar la magia en algunas tribus australianas (aruntas, pitta-pitta, kurmai), melanésicas, iroquesas, cherokees y hurones, así como los ojibways entre los grupos algonquinos. Por otra parte, estudia la magia en el antiguo Méjico, los malayos modernos y la magia en la India, las magias griegas y latinas, la magia de la Edad Media y el folklore francés, germánico, celta y finés.

Según el análisis que Mauss hizo de la magia, hay que distinguir en ella: los agentes, los actos y las representaciones. El mago (chamán) es el que realiza los actos mágicos; las representaciones mágicas son las ideas y ceencias que corresponden a los actos mágicos y los actos mismos son los ritos mágicos.

Es preciso señalar que a Mauss las palabras chamanismo y chamán le parecían muy mal elegidas. Quizás tenga razón, pero como tantas veces sucede en la Historia del pensamiento humano, las costumbres se hacen leyes y hoy la palabra que menos connotaciones peyorativas tiene en Antropología es chamanismo, elegida de la lengua tungús de Asia Central y que en aquellos grupos se utiliza para designar al hechicero.

Rito y magia son tradiciones. Los actos que no se repiten, no son actos mágicos. Los actos en la eficacia de los cuales no cree el grupo, no son mágicos. La forma de los ritos es eminentemente transmisible y sancionada por la opinión, de donde se sigue que los actos estrictamente individuales, como las prácticas supersticiosas individuales, por ejemplo las de los jugadores, no pueden llamarse mágicas.

Los actos rituales son capaces de producir, de crear, de ser eficaces, de “hacer”. De ahí las palabras, los términos que se les aplica: karman (acto), en la India; el envoûtement es el factum, krtyâ por excelencia; es el Zauber alemán de igual sentido etimológico. La raíz hacer está en todos los términos que designan al chamán, fetizeiro, fetiche, fetichismo, hechizo, hechicero, de fazer, faire, hacer.

Las técnicas y los ritos se confunden con frecuencia. Las artes están impregnadas de magia, por ejemplo, la medicina, la alquimia. El acto médico, hasta nuestros días, ha quedado rodeado de prescripciones religiosas y mágicas, así como las drogas y las dietas, los actos quirúrgicos, todos contienen un simbolismo, una red de simbolismos, simpatías, homeopatías, antipatías. Mauss pensaba que son concebidos como hechos mágicos. Los gestos del artesano están tan uniformemente reglados como los del mago, aunque por la diferencia de método, se distinguen unos de otros.

Los ritos simpáticos de que habla Frazer, pueden ser tanto mágicos como religiosos. En los ritos mágicos, por otra parte, no hay siempre una acción directa, ya que hay espíritus y dioses inclusive, que no obedecen siempre fatalmente a las órdenes del mago, que entonces acaba por rogar y humillarse. Yo diría que también trata de engañar a los poderes maléficos o sobrenaturales. De hecho así ocurre con el jaybaná o chamán de las tribus chocóes en su convocatoria del demonio como se verá más adelante. Así usará de la violencia, la coacción, el ruego y el engaño, según vea que uno u otro son necesarios para obtener sus fines.

Grimm consideraba la magia como “una especie de religión hecha para las necesidades inferiores de la vida doméstica”. Los ritos mágicos se distinguen de los religiosos. Los mágicos huyen del día, de la luz, del público, mientras que los religiosos buscan la luz del día y la asamblea de los fieles creyentes. No siempre hay un límite preciso entre el acto mágico y el acto religioso. Aunque la magia sea lícita para el primitivo, se esconde como el maleficio. El gesto del mago, del hechicero, del chamán, es furtivo, se aisla de la tribu, se esconde, quiere ser temido y si habla ante los demás o canta, lo hace en un lenguaje esotérico, ininteligible para los demás. Se reserva. El secreto es un signo característico de la magia. El acto y el actor se envuelven en el misterio. Todo ello parece expresar la irreligiosidad del acto mágico que es anti-religioso. La magia es la anti-religión como es la anti-ciencia.

La práctica religiosa, por el contrario, está prevista, prescrita, predeterminada, es oficial, forma parte de un culto reglamentado. Los ritos médicos, por útiles y lícitos que sean, no comportan la solemnidad de un sacrificio expiatorio o de un voto hecho a una divinidad curativa.

El mago, el chamán, es el agente de los ritos mágicos. Puede ser o no un profesional. Ritos de caza y pesca están al alcance de todo el mundo, las prácticas de campo son rudimentarias y responden a necesidades comunes. La magia popular va acompañada de pequeños actores, jefes de familia o amas de casa. En las sociedades primitivas, las prácticas mágicas sistemáticas son realizadas por especialistas, magos o chamanes.

La superstición medieval atribuyó al hechicero determinadas características que han señalado todos los autores que se han dedicado a este tema como la existencia de zonas de anestesia en el cuerpo, el histerismo, la mirada “fuerte”, la posibilidad de aojar u ojear (producir mal de ojo), el poseer imagen inversa, o bien que la pupila se coma al iris, la facilidad de entrar en trance cataléptico o en éxtasis, los ataques epilépticos, etc. Todos son caracteres que aislan al hechicero del común de las gentes, le hacen temible y le obligan a formar una clase social especial.

Respecto a las mujeres aparecen los poderes mágicos en las edades críticas de la vida sexual (menarquia, reglas, después de la gestación y especialmente durante la menopausia). Muchas mujeres viejas, en la Edad Media, se refugiaban en la hechicería. Histeria y crisis nerviosas eran parte de ellas.

La magia parece más relacionada con ciertas profesiones: médicos, herreros, barberos, pastores. Todos eran virtualmente magos, como los verdugos a los que se adjudicó el poder mágico de encontrar a los ladrones y atrapar a los vampiros.

Pero éstos son los hechiceros de nuestra sociedad occidental con sus características culturales específicas que los hacen distintos en muchos aspectos a los chamanes de las sociedades primitivas.

El mago, el chamán, se desdobla, puede separar su cuerpo de su doble espiritual, puede vencer las leyes de la gravedad, puede elevarse en el aire, puede transportarse a distancia, vencer las leyes naturales del espacio y del tiempo. Puede metamorfosearse, transformarse, sea en un animal, sea en otra persona. La hechicera se convierte en gato, la striga (la antigua strix, hechicera o pájaro) se convierte en lobo, en liebre, etc. Los hechiceros están en relación con animales totémicos, con súcubos o íncubos, con los que mantienen extrañas relaciones sexuales. La striga era concebida como una extraña mujer lasciva, una cortesana, que tiene concubitus daemonum. Por eso lleva el signum diavoli. Esto es lo mismo entre las sociedades occidentales que entre las primitivas. Los hechiceros australianos tienen la lengua agujereada por los espíritus o por una serpiente verde y sus entrañas han sido substituídas, renovadas. El mago es un poseso, siente dentro de sí otra personalidad extraña a él mismo que habla por su boca, incluso con un tono de voz diferente.

Los actos del mago, del chamán, los ritos, no son tan simples como han querido explicar muchos etnólogos. El ritual del envoûtement hindú, por ejemplo, es muy complejo. Exige una variedad de materiales de madera, hierbas cortadas de muy diversas formas, aceites y fuego siniestro, un lugar especial, posición a la inversa, una terminología especial, etc. Además el momento de la ceremonia ha de ser señalado con precisión, en relación con las fases lunares, asociando la astrología y la astronomía con la magia.

La magia tiene a veces verdaderos santuarios como la religión. Los cementerios, las encrucijadas, los bosques, las lagunas y pantanos, las fosas y enfín todos aquellos lugares donde prefieren estar los demonios. El círculo mágico es símbolo del templo, de lugar de trabajo y aislamiento, fortaleza donde nadie puede penetrar, defendida por sus poderes.

Las substancias preferidas son los restos de otras personas, partes que le pertenecieron como ya dijimos (uñas, pelos, ropas). Otras substancias como cera, miel, leche, plantas, animales o partes de ellos, substancias excrementicias, piedras, agua, yeso. Utensilios mágicos, bastones, la brújula adivinatoria china, anillos, piedras preciosas, piedras de colores, cuchillos, plantas mágicas, llaves, cajas, muñecos, espejos, el saco de medicinas del brujo, la caja de nuchus de los indios cunas, las piedras del nele (akualelegana), los muñecos iroqueses, sioux o chocóes (mojó-huanga), las plumas de guacamaya o de otras aves, los gorros, los vestidos, las pieles de animales, los adornos cefálicos, cornamentas de animales, animales disecados, huesos, collares de huesos o dientes, calaveras, sonajeros, arcos y flechas, enfin una multitud de instrumentos, que con el gato, la lechuza, la escoba, el caldero con extrañas mezclas hirvientes o los ungüentos o infusiones alucinógenas tanto de los chamanes del mundo entero como de nuestros brujos occidentales, formarán parte del ritual psicopompo, así como la indumentaria del mago, de la bruja, del hechicero o del chamán.

Por otra parte hay un sinfín de prescripciones en relación con el acto mágico: tabús, ayunos, abstinencia sexual, purificaciones, abluciones, unturas, pinturas, abstención de ciertos alimentos o de la contemplación de ciertas cosas, animales, personas, máscaras, coronas, etc.

A todo ello pueden y de hecho suelen acompañar, actos preparatorios, bebidas estupefacientes o alucinógenas, ampliadoras de la conciencia, telepáticas, metagnósicas, humo, quemadura de substancias, inhalación de humo de tabaco u otras plantas tóxicas, frotaciones con ciertos ungüentos mágicos, de efectos psicotropos, danzas, música de instrumentos mágicos (ritmo de tambor, flauta u otros), fumigaciones, sahumerios, cantos mágicos, gesticulación.

A todo ello se une el sacrificio. La magia conlleva la elaboración de substancias que constituyen una verdadera industria, talla de imágenes, fabricación de pastas, preparación de arcillas, cera y miel, fabricación de objetos de metal, papel, papiros o pergaminos, arena, madera o piedra. Señalaba Mauss que la magia esculpe, modela o pinta, dibuja, borda, cose, teje, hace joyas o un sinfín de cosas. Hace, hace, hace… Elabora figuras de dioses o diablos, espíritus protectores, muñecos de envoûtement, símbolos o bastones mágicos, máscaras, gris-gris, escapularios, talismanes, amuletos, figas, main-de-gloire, objetos infinitos que contituyen ritos permanentes.

Por otra parte la magia se alimenta de ritos orales, encantamientos, fórmulas mágicas, orales o escritas, juramentos, votos, imprecaciones, deseos, ruegos, himnos, fórmulas.

Hoy día todo pensamiento mágico ya está contaminado por préstamos culturas, con pensamientos e ideas religiosas como todas las ideas reliogiosas están en una u otra forma contaminadas por pensamientos mágicos y supersticiosos.

Todo rito es una especie de lenguaje, es un símbolo, traduce una idea. Todo acto mágico parece proceder de un razonamiento silogístico.

El hombre primitivo consideró siempre que todas las cosas estaban poseídas de una fuerza, mana en Melanesia, orenda de los iroqueses, mabrit de los airios, el brahman de la India antigua, purba de los cunas, que es algo como un doble de la cosa, el animal o la persona. Es el doppel-genger. Las cosas, las personas, los árboles, producen sombra. Esta sombra es otra parte del árbol, de la persona o de la cosa, por lo tanto cada ser o cosa es doble. Este animismo ha estado íntimamente unido al pensamiento mágico con sus leyes de contigüidad, similaridad y de contraste.

La magia supone una forma de fe para el primitivo, pero también un razonamiento, por raro que pueda parecer. Es lógico, lógico a su manera. La india cuna que toma durante el embarazo infusiones de una flor que tiene un gran parecido con los genitales femeninos, con la idea de que así tendrá una niña y esto tiene implicaciones económicas para la familia (la mujer que se casa se queda en el hogar paterno y el esposo viene de casa de sus padres para rendir su trabajo para el suegro), está mostrando, primero una fe en el sistema, en quien le da la medicina y la busca para ella, que es el chamán, y en la medicina misma y la forma de usarla y en segundo lugar una lógica aplastante, un razonamiento lógico que la lleva a pensar: “Si tengo una niña, cuando sea mayor no se irá de casa. Se casará y su marido vendrá a trabajar para nosotros. Vivirá en casa y trabajará para nosotros cuando seamos viejos. Será el sostén de nuestra vejez”. Fe y razonamiento lógicos se unen en este pensamiento mágico: “Lo semejante hará lo semejante y me ayudará a sobrevivir, a vivir mejor, asegurará mi vejez”.

Hay muchas ocasiones en que quien estudia una tribu primitiva, no puede llegar a comprender la razón del porqué hacen muchas cosas. Cuando se les va conociendo mejor, podemos llegar a comprender que el indio, el primitivo, no hace nada alocadamente, sin meditarlo bien antes. Todo se hace con algún sentido, por alguna razón especial, siguiendo las directrices del pensamiento, del razonamiento “mágico”, según las formulaciones de las leyes que hemos visto.

María Sabina: Un ícono del chamanismo y de la farmacopea latinoamericana

María Sabina: Un ícono del chamanismo y de la farmacopea latinoamericana

—Por Carlos Midence—

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cmidenceni@yahoo.com

María Sabina, cuyo verdadero nombre es María Magdalena Sabina García, nació en Huatla de Jiménez (Oaxaca, México) en 1898 y muere en 1985. Esta mujer ha entrado a la historia de la religión y de la farmacopea latinoamericana y mundial debido al manejo y a la sabiduría que acumuló y, que supo aprovechar como parte de la herencia chamánica de sus antepasados mazatecos.

Sabina es un símbolo del chamanismo (una de las religiones alternativas en América Latina junto a la santería cubana, el candombé en Brasil y el vudú en Haití y Jamaica). El ser una chamán le otorga también el rango de sacerdotisa y a la vez de sabia: chamán significa el que conoce. Su función dentro de la comunidad es doble: religiosa y médica.

Es decir, no sólo posee el poder de sanar, sino el de asistir una serie de ritos religiosos y por tal razón se vuelve una suerte de guía, muchas veces en lo que refiere a asuntos astronómicos que a la postre se vinculan al aspecto de las cosechas (economía). De ahí que se diga que en el caso concreto de Sabina era algo más que una chamán, era una figura sintomática que interpelaba por los habitantes de su comunidad ante su itinerario.

ELEMENTOS DEL CATOLICISMO Y DE LA AUTOCTONÍA INDÍGENA

En las acciones de Sabina se lleva a cabo un sincretismo en el que se pueden entresacar elementos del catolicismo y de la autoctonía indígena. Esto le confiere una importancia única en cuanto a la tolerancia de culturas: crea un espacio y un discurso en el que se imbrican las dos cosmovisiones. Ella usaba elementos como el San Martín de Porres, la virgen de Guadalupe en compañía de las yerbas, la parafernalia chamánica ancestral y la invocación de los espíritus.

Esta era una práctica antigua entre los mazatecos (su cultura de origen). Estos son descendientes de los olmecas. Luego fueron relegados y a su vez absorbidos por los mexicas. Se autodenominan ha shuta enima, que en su lengua quiere decir «los que trabajamos el monte, humildes, gente de costumbre».

Es este el inicio de los conocimientos de María Sabina, los que vienen de una condición, de una sociedad y de una costumbre milenaria, en la que los hongos y las yerbas ejercían una especie de actividad psico y socio activa en cuanto a la interacción con los individuos.

Fue tanta la repercusión del conocimiento y del manejo de este saber tradicional, que María Sabina fue visitada por una serie de antropólogos, etnólogos, escritores, filósofos y científicos tanto para tratar de entender su sistema de clasificación y, de entendimiento en lo que refiere a las funciones de los hongos y de las diversas plantas que crecen en la sierra mazateca. Entre estos autores se cuenta a gente como Camilo José Cela, Robert Graves, Juan García Carmena y el científico de la universidad de Harvard Timothy Leary, entre otros.

Es por ello que de su vida y de su saber se han escrito una buena cantidad de libros como el que lleva por título «La otra vida de María Sabina» de García Carmena o el de Fernández Benítez «Los hongos alucinantes» o bien obras de teatro como la de Camilo José Cela, incluso se han filmado hasta películas sobre su vida y se han promocionado canciones como la del famoso grupo de rock mejicano «El Tri», entre otras cosas.

Otra de las importancias de María Sabina es que en su modelo también se da una especie de fusión del saber, de la cultura y de la religión popular con el conocimiento científico sistematizado. Es decir, hay en su narración una complementariedad de ambas condiciones: saber teórico «escriturario» (aunque ella no escribiera nada) y saber oral tradicional. En este sentido es que gente como Thomas Kuhn ha dicho que a esto se le denomina Revoluciones Científicas, todo debido al acumulamiento, que es al final lo que conjuga y de lo que se vale Sabina para crear su andamiaje tanto chamánico- religioso y por extensión médico-curativo.

ENFERMEDADES ESTÁN EN EL ESPÍRITU

Además, gente como Castoriadis ha dicho que el arte o la ciencia chamánica es el antecedente inmediato y válido de narraciones científicas como el freudismo o el lacanismo. Este autor se interroga, en un claro desafío al canon científico occidental, por qué estos autores se llamaron sicoanalistas y no chamanes o nigromantes, puesto que terminan ejerciendo la misma función cada uno desde su espacio. Es así como Freud realizaba experimentos de hipnotismo a base de cocaína y Sabina lo hacía con hongos, dos posiciones tras un mismo fin. Ambos, tanto Freud como Sabina (en nombre del chamanismo), sabían que gran parte de las enfermedades están en la mente, en el espíritu.

De ahí la trascendencia del aporte de Sabina, puesto que ella logra una sistematización al nivel de los datos sensibles y una variación de lo que los científicos llaman el principio de la causalidad. Es decir, cuando plantea la unión de lo práctico (curación) con lo teórico (clasificación de los niveles, atributos y órdenes de los hongos y de las plantas), está planteando un patrón especulativo como método de sistematización, como bien afirmaría Paul Feyerabend.

Es decir, que esta mujer fue capaz de crear todo un sistema de reconocimiento alrededor de los hongos (mis niños como ella les llamaba) y luego aplicarlo, conservarlo dentro de patrones que permanecen a la orilla de ambos saberes: el científico (debido a las formas de reconocimiento) y el tradicional (debido a la ausencia de método sistémico). María Sabina representa, desde su narración cultural, milenaria, un modo distinto de entender o de aproximación a los problemas que debe resolver el conocimiento, la episteme como diría Foucault, es decir, que su narración es una forma muchas veces más práctica y resolutiva que la del propio Occidente «civilizado».

Catedrático de UNICIT/UNI/UCA

Metáforas consciencia ayahuasca y psicoterapia

Metáforas consciencia ayahuasca y psicoterapia

Conferencia pronunciada por Josep Mª Fericgla en las III Congreso Internacional Mundos de la Consciencia, organizado por el Colegio Europeo para el Estudio de la Consciencia, en Basilea, Suiza, los días 11 a 14 de noviembre de 1999

Mi aportación está dividida en dos mitades claras. En primer lugar les expondré un resumen de la teoría que sustenta el uso de la ayahuasca en psicoterapia y luego hablaré de la práctica.
No voy a extenderme para explicar que el siglo que acabará dentro de pocas semanas ha sido el más importante para el estudio de la mente humana, y que el próximo siglo será, probablemente, aun más importante. Estamos entrando en lo que podríamos llamar la Cultura de la Ancianidad y de la Consciencia, ya que estos dos ámbitos humanos son los que más van a marcar Occidente durante el próximo siglo. Aunque, por desgracia, probablemente se seguirá manteniendo todavía una mayor atención a las guerras.
Dentro de este marco de interés, los recursos que nos permiten modificar a voluntad el estado de la consciencia son herramientas perfectas para el estudio de la mente y para vivir. De aquí que, a pesar de las absurdas prohibiciones que pesan sobre algunas substancias, las farmacias, por su lado, se están llenando de nuevos productos psicoactivos para modificar los estados de ánimo, borrar el dolor emocional, estimular la actividad mental y física, y un largo etcétera que sería difícil de enumerar y más aun de justificar al lado de los psicotropos prohibidos.

Tampoco es necesario decir que nuestros ancestros han usado de tal tecnología enteógena desde la más remota antigüedad y que los animales, como estamos descubriendo con asombro, también consumen una gran variedad de substancias naturales visionarias. Tal vez, la gran excepción a este consumo dentro del reino animal lo constituyen algunos seres humanos que se oponen a ello.
Así pues, uno de los principales temas de investigación actual es el de la esencia de nuestra mente. ¿Qué ocurre ahí dentro? ¿A que se dedica nuestro cerebro, ese extraño ser que vive más allá del mundo externo y de las percepciones físicas, generando su propio mundo como producto secundario del conocimiento particular? ¿Qué sucede con 1a mente que transmite sus contenidos por medio del arte, el pensamiento científico y religioso, y con ello demuestra que ya había creado estos materiales dentro de ella misma antes de externalizarlos?
Desde Kant se da por aceptada la inmanencia de la consciencia respecto de nuestra mente. Todo lo que cae dentro de nuestro campo de experiencias posibles es lo que conforma nuestro mundo y nada más que ello. También desde Bateson hasta el actual constructivismo se acepta que los hechos construyen nuestra mente, pero que a la vez somos los seres humanos quienes, con nuestros acuerdos, construimos literalmente el mundo que conocemos. Es un proceso dinámico.
En una ocasión pregunté a un buen amigo, famoso especialista en el estudio de la inteligencia, qué era la inteligencia, y él me respondió: “la inteligencia es lo que miden los tests de inteligencia”. Bien, pues esto es construir el mundo.
El hecho de la inmanencia y la plasticidad de nuestra consciencia nos permite y nos fuerza a la vez a construir el mundo que conocemos –y lo podemos conocer justo porque lo construimos. Ello se observa en la investigación de cada una de las dimensiones de nuestra mente. Lo indica el funcionamiento digital y plástico de las sinapsis, solo condicionado por estímulos exteriores; la capacidad abierta de aprender a aprender; el propio contenido mental y su forma de elaborar lo general pero siempre desde los datos particulares, etcétera.

En este sentido, el uso de ciertos enteógenos permite despertar la experiencia de lo que denomino consciencia dialógica, una tipo de consciencia que es capaz de conversar consigo misma, de observarse. Desde el momento en que alguien ha experimentado en sí mismo la consciencia dialógica y ha sido capaz de darle forma –paso éste muy importante–, pasa a ser parte de su vida, a agrandar el mundo en que habita. Y lo hace de una forma total, no solo parcial.
La consciencia está integrada en un sistema único. No hay una consciencia repartida. Diversos trabajos experimentales permiten afirmar que no puede ser dividida en partes. Es decir, en cada instante solo somos conscientes de una sola cosa, aunque la atención puede variar muy rápidamente de objeto y dar la impresión que atendemos a dos o más cosas a la vez. Se ha calculado que el tiempo que separa el hacer una cosa o poner la atención en ella, y hacer otra cosa –por ejemplo, conducir y hablar–, es de 50 milisegundos. También se han realizado experimentos recientes de rivalidad binocular que lo confirman, por ejemplo poniendo líneas verticales que llenan el campo visual de un ojo y líneas horizontales que ocupan el campo visual del otro. Así se ha verificado que la mente pasa de un ojo a otro muy rápidamente pero no puede mezclar lo que captan ambos ojos si se trata de objetos distintos.
La unidad de la consciencia no puede ser evitada. Lo máximo que podemos hacer es entrenarnos a tener una consciencia difusa, y de hecho todos la tenemos varias veces al día. Por ejemplo, cuando esperamos el autobús y nos quedamos momentáneamente con la mente en blanco, como ensimismados. En este corto rato vivimos la experiencia de consciencia difusa. De ahí que, lo que realmente sucede es que pasamos por miles de estados de consciencia distintos a lo largo de un solo día pero solo nos fijamos en algunos que la propia cultura nos ha entrenado para reconocer como útiles o adecuados.
Lo que sucede con la consciencia es que cada cultura y cada sociedad escoge ciertas formas de funcionar y de interrelacionar la multitud de informaciones que corren por el sistema nervioso central para determinar cual es la forma normal de procesar y de decodificar la información. Así es como creamos nuestro mundo.
Para poner otro ejemplo, en nuestras sociedades actuales se excluye sistemáticamente la percepción intuitiva de la realidad. Nadie afirma: “esto es así porque lo he intuido”. Pero en diversas sociedades amazónicas, donde he estado estos últimos años haciendo mis trabajos de campo, la intuición es de capital importancia para la toma de decisiones en la vida cotidiana y ello implica un cierto entrenamiento específico de la consciencia. Para ellos, se trata de un estado mental normal, en tanto que para nosotros sería anormal. Aquellas personas amazónicas incluso distinguen entre diversos tipos de intuición, les dan nombres distintos y los usan para ordenar su vida. Entre ellos es posible afirmar: “esto es así porque lo he intuido” y a continuación actuar en consecuencia con todo el apoyo social.
En este mismo sentido, también se ha comprobado que existen diferencias individuales muy importantes en los estados de consciencia y en la percepción del mundo.
Saltando algunos pasos intermedios de mi recorrido, propongo que para medir el grado y tipo de consciencia de una persona se podría analizar el nivel de diferenciación interna que se da en el sistema “mente” en un determinado momento. Es decir, si la entropía se refiere al número de estados posibles de un sistema, la mayor o menor consciencia depende del nivel de complejidad de la comunicación interna que se da en la mente. Del mayor o menor intercambio de información entre clusters o paquetes nerviosos del sistema nervioso central
En este sentido, por ejemplo, cuando estamos en la fase de sueño REM, se ha verificado que hay mucha actividad neuronal, que hay un patrón complejo de actividad mental, y ello genera un tipo de consciencia densa que se manifiesta en la producción onírica. En sentido contrario, durante el sueño profundo, no REM, las células del cerebro parecen funcionar todas al unísono. No hay diferenciación celular ni intercambio de información entre partes del cerebro y la consciencia desaparece. En tal estado mental no producimos sueños, ni alteraciones de la presión sanguínea, ni movimientos musculares. Todas las sinapsis del cerebro se abren y cierran a la vez, bastante similar a lo que sucede durante los ataques de epilepsia.
Saltando todavía más pasos intermedios, esto nos conduce a otra cuestión. Para que exista un patrón complejo de funcionamiento en nuestra mente y un buen nivel de autoconsciencia, en el cerebro debe existir un elevado nivel de integración o de interconexión neuronal. Como acabo de exponer, se ha verificado que la consciencia aumenta cuando el cerebro está internamente muy diferenciado en sus funciones y a la vez está interconectado. Entonces es también cuando hay más estabilidad en el sistema. Si un sistema está muy relacionado con el mundo exterior, muy abierto, tiene poca interrelación interna y ello conlleva que sufra una mayor inestabilidad.
De ahí que la piedra angular de nuestra consciencia es la gran capacidad de discriminar entre miles de estados de consciencia diferentes, de contrastarlos, y por ello el cerebro debe dedicar gran parte de su actividad a las conexiones internas. Como mínimo la tercera parte de cada día, mientras dormimos. Esta forma concreta de procesar información, como sabemos, también se da en las prácticas de meditación o estando bajo el efecto de una gran variedad de enteógenos. De ahí que cuando se consumen enteógenos es habitual que se duerma poco pero que, después, uno se sienta despierto, relajado y bien.
Por otro lado, según Metzinger, la consciencia tiene 7 características principales. Voy a enumerar solo las que tienen relación con nuestro tema y que son:
A) la presencia fenoménica del sujeto en el aquí y ahora. La consciencia dice al sujeto, recoge, lo que le sucede aquí y ahora.
la transparencia. Es decir, la consciencia es transparente y opera por representaciones de los hechos. Dicho de otra forma, la consciencia actúa cuando un modelo del mundo se activa sobre la transparencia. Y este modelo del mundo es siempre una metáfora de lo que sucede. Podemos llegar incluso a ser conscientes que se trata de “nuestras metáforas” y es con ellas y a través de ellas que damos forma al mundo.
C) los hechos conscientes forman parte de una concepción del mundo. Por esto, la memoria y los sentimientos también operan en la consciencia.
D) el cuarto factor esencial de la consciencia humana es la existencia del yo. El yo es un modelo complejo de uno mismo, y es un modelo virtual, no real. Un simple ejemplo son las numerosas investigaciones realizadas entorno de las “extremidades fantasma”. Las personas que han perdido alguna extremidad en muchos casos la sienten durante años, les duele la pierna que ya no tienen o sienten frío en los dedos desaparecidos. A veces hasta 30 años después de la pérdida. El yo es una autorepresentación virtual que dura en el tiempo, es única y es sólida. Esta característica principal de la consciencia es lo que nos da perspectividad y de ello deriva la siguiente característica que se refiere a…
E) los estados místicos. Tales estados son autorepresentaciones no patológicas de uno mismo. Es la liberación temporal de lo que afirma el famoso neurólogo Damasio cuando dice que: “el cerebro es el público encarcelado por el cuerpo”. De pronto, durante los estados místicos, el público se ve a sí mismo y se puede liberar momentáneamente de su carcelero, reforzando la primera característica del “aquí y ahora”.

Bien, voy a resumir en cuatro palabras lo expuesto hasta aquí para pasar luego a la aplicación. Vivimos en un mundo que construimos cada uno de nosotros en un cierto acuerdo con los demás; nuestra mente funciona por medio de metáforas que dan forma y sentido al mundo, incluyendo la idea del yo; y nuestra consciencia, para crear una idea general del mundo, utiliza todas las experiencias particulares de que dispone, de ahí que la memoria y los sentimientos formen parte de esta construcción. También podemos activar una consciencia dialógica o mística durante la que la propia mente se ve a sí misma, genera una auto representación, puede incluso reconocer las metáforas como tales, como modelos virtuales que se proyectan sobre una transparencia.

Dando otro salto, lo que ya convierte esta conferencia en un partido de golf más que en una conferencia, nos adentramos en el problema de las toxicomanías. Es un campo en el que estoy aplicando la teoría sistémica que acabo de describir a grandes rasgos.
Las llamadas drogadicciones, en realidad son un tipo de comportamiento compulsivo. Pero hay muchos tipos de compulsiones: al sexo, al trabajo, al poder, a las máquinas de juego, también al tabaco, al alcohol y a otras substancias… y toda compulsión tiene un origen casi único: un profundo vacío interior, una falta de sentido de la propia existencia. En definitiva, una mala metáfora del yo y del mundo. Las personas con comportamientos compulsivos carecen de una buena auto representación estable. Y, en parte, no hay una buena auto representación porque la mente no puede discriminar entre distintos focos de actividad. Probablemente el cerebro necesita que haya más actividad, pero ordenada. Esto es lo que le permite aumentar el intercambio de información interna y generar una mayor estabilidad del sistema, en definitiva una mayor consciencia. En general, las compulsiones se dan hacia las substancias con cierto potencial embrutecedor, que hacen explotar todas las sinapsis a la vez. Es decir, algunos estimulantes u opiáceos. No se sabe de comportamientos compulsivos hacia los hongos psilocíbicos, el peyote o hacia la ayahuasca.
Así pues, para eliminar este vacío existencial que se intenta compensar con la compulsión, en primer lugar, la persona debe ser capaz de activar la quinta de las características de la consciencia que he descrito: debe ser capaz de auto-observarse. Y para ello necesita una metáfora correcta de sí mismo, algo con que llenar la transparente consciencia del sí mismo.
Hay bastantes sistemas metafóricos históricos que sirven para ello: el budismo, las diversas escuelas de meditación zen, la psicología analítica, todas las religiones y mitologías, la misma ciencia, etcétera. La forma más práctica y universal que he hallado para ayudar a crear una metáfora sólida de uno mismo, es por medio del análisis de sueños y algo de técnicas gestálticas. Las técnicas gestálticas son eficaces para que el paciente se reconozca en el aquí y ahora, para que sea capaz de sentir sus emociones, sus impulsos y su cuerpo más allá de la tendencia compulsiva. Por otro lado, el análisis de sueños. En especial sigo la escuela junguiana porque da un sentido universal al significado de los sueños, lo cual resulta muy adecuado para que el paciente vaya estructurando su propia producción onírica y para que encuentre un valor trascendente en sí mismo: el proceso de individuación. En definitiva, el análisis regular de los sueños sirve para que el paciente vaya construyendo una metáfora distinta de la realidad de la que tenía hasta el momento.
Para ello, las sesiones de análisis de sueños no solo me sirven para saber qué está sucediendo en el sustrato mental de la persona con adicciones, sino que le voy explicando, a grandes rasgos, como se interpreta cada símbolo onírico. A veces pido al paciente que busque, él mismo, un elemento de su sueño en un diccionario de símbolos, de manera que pueda descubrir que hay un cierto orden intrínseco y objetivo en lo que esta soñando. “Ahí tienes un diccionario, busca tu mismo el concepto ‘casa’ y podrás entender mejor este sueño”. Al principio se sorprenden pero luego, de forma automática y muy rápidamente comienzan a dar forma a la nueva metáfora o representación de ellos mismos. El mundo adquiere otro sentido.
Más adelante, cuando el paciente ya se siente seguro, cuando comienza a entender que sus propios sueños le dicen cosas ordenadas, y especialmente que lo dice su propia mente oculta, les invito a unirse a otros pacientes en grupos de 4 a 6 personas. Ahí hacemos el análisis de sueños conjuntamente. Cada sesión puede durar 4 o 5 horas pero no importa. A todos suelen interesar los sueños de los otros.
Con ello consigo dos objetivos más: a través del análisis de sueños en grupo se genera un ambiente de profunda fraternidad, respeto y solidaridad; y en segundo lugar, se crea un mayor acuerdo consensuado sobre el mundo que están alimentando a partir de la nueva metáfora. Se da el efecto “open mind”: lo que sucede y explican los demás a menudo resuena dentro mío, lo reconozco también en mi, lo hago mío. Todo ello es rápido de construir si la dinámica de grupo se lleva bien.
Llegados a este punto de proceso, que puede durar dos o tres meses, cada persona ya tiene un mayor nivel de consciencia sobre sí mismo. Esto significa mayor discriminación entre impulsos emocionales, más capacidad para recordar y encontrar el sentido a los diferentes eventos que jalonan la vida y significa también disponer de una metáfora más adecuada y estable para construir el propio mundo. Las cosas ya no suceden porque sí sino que pueden tener un sentido y un orden, solo hay que ser capaz de observarlo y tratar de entenderlo. También he podido observar que en este punto aumenta la capacidad para memorizar cosas. Estoy seguro que algún día se podrá verificar biológicamente el efecto que produce el hecho de tener una mejor metáfora de la vida y del mundo. La correspondencia sería una mayor conectividad neuronal y un mayor intercambio de información entre distintas partes del cerebro.
En este momento de la terapia es cuando se hace necesario el uso de algún enteógeno, y el más adecuado para este tipo de trabajos es la ayahuasca. No digo que sea el mejor enteógeno, sino que este protocolo lo he diseñado justo para trabajar con ayahuasca (debido a su duración, tipo de efectos físicos y psíquicos, y facilidad para mantener contacto oral entre el paciente y el terapeuta).
Después de los pasos anteriores, la persona debe someterse a una experiencia de consciencia dialógica para fijar en sus profundidades el nuevo modelo del mundo, más estable que el anterior y más libre de compulsiones substitutorias.
Las sesiones de ayahuasca se llevan a cabo con todo el grupo de pacientes a la vez. Esto es importante para consensuar la nueva construcción emocional y vital que comparten, y también para que cada uno aprenda de las vivencias de los demás. Es información extra aprovechable. Cada sesión de ayahuasca también sirve para activar y discriminar nuevos recuerdos y emociones personales por medio de estímulos escogidos. Es decir, consumimos el enteógeno, apagamos las luces y esperamos a que empiece el efecto. Cuando el efecto está en el punto álgido, enciendo de nuevo la luz y cada participante debe coger y mirar las fotografías que hemos seleccionado previamente de acuerdo a cada caso particular. Cada fotografía se refiere a algo de su vida pasada, a otras personas cercanas o son imágenes arquetípicas sugerentes y adecuadas. El paciente se queda un tiempo mirando cada fotografía hasta reconocer lo que despierta en su interior. Así esperamos a que se activen los rincones mentales donde se halla el origen del vacío existencial -o desequilibrio sistémico- que le impulsa al comportamiento compulsivo. Después de un rato, comienza un turno muy tranquilo de palabras.
Yo pregunto a cada uno sobre lo que está viendo proyectado en la transparencia de su consciencia gracias al estímulo de las fotos que tiene delante. Dejo el tiempo necesario para que las emociones que suelen explotar se relajen y hablamos de ello en la medida en que cada paciente lo puede soportar y entender. Luego, intento darle alguna clave para que ordene en su interior la nueva información que ahora dispone de sí mismo. Se trata de una especie de psicoanálisis corto pero intenso bajo el efecto del enteógeno y los estímulos seleccionados. Su origen lo tiene en las terapias del Dr. Salvador Roquet, que él denominó “psicosíntesis”. Después de que cada uno de los miembros del grupo ha podido llevar a la consciencia y comprender algo nuevo sobre el origen de su vacío interior, apagamos las luces y repetimos la dosis de enteógeno para dar más tiempo a que cada uno pueda autoelaborar lo que ha sucedido durante el análisis. En términos tradicionales se expresaría diciendo que es un método de psicoanálisis rápido aprovechando la apertura del inconsciente que induce la ayahuasca.
Para inducir a que el trabajo reciba el trato emocional adecuado y para evitar que se cuelen comportamientos rutinarios, doy una estructura de ritual laico, flexible y poco ceremonioso, pero ritual a fin de cuentas, a toda la sesión.
Al día siguiente hacemos una dinámica de grupo que dura varias horas y seguimos con las sesiones semanales de análisis de sueños.
Este protocolo puede repetirse a largo de tres o cuatro meses al ritmo de una sesión de ayahuasca al mes. Es el propio paciente quien indica que ya se siente seguro para acabar con la terapia.
La experiencia recogida hasta ahora con nueve personas es de que al acabar no solo han abandonado el comportamiento compulsivo, sino que son mucho más conscientes de su propia vida, del propósito que debe guiarla y han aprendido a discriminar más entre diferentes partes de su mente: entre las emociones, los recuerdos, los patrones adquiridos en su infancia, etcétera. Es decir, se trata de un experiencia emocional correctiva basada en los efectos de la ayahuasca que les sirve a la vez de lección vital para su toda biografía.
Bien, voy a acabar aquí, diciendo tan solo que desde el punto de vista legal, que tal vez les interese a ustedes, estos trabajos se llevan a cabo de forma privada. Los pacientes toxicómanos provienen de dos famosas clínica de desintoxicación. Una española y otra francesa. Hasta ahora hemos admitido solo a personas con problemas muy severos (intentos de suicido, politoxicomanías, etcétera). Se les explica al detalle en que consistirá el tratamiento y que el equipo de psicoterapeutas habitual de su clínica los seguirá tratando igual. Se informa a las respectivas familias y se pide su aceptación por escrito, libre y voluntariamente. En España hay substancias prohibidas pero el consumo de cualquier droga se considera que es individual y libre. Está prohibido el comercio y la incitación al consumo pero no el consumo mismo. En estas terapias queda claro que es el propio paciente quien ingiere voluntariamente la ayahuasca y puede cortar con las sesiones en el momento que quiera. Todo queda bajo su responsabilidad. Incluso ni yo ofrezco físicamente el enteógeno, sino que lo dejo sobre una mesa y cada uno debe coger una dosis, si quiere, e ingerirla.
Desearía firmemente que en un futuro próximo nos viéramos libres de leyes prohibicionistas y con un panorama limpio para poder investigar y aplicar los enteógenos en estos ámbitos de nuestras vidas donde tanta utilidad tienen.
Creo que no olvido nada. Gracias por su atención.

Dr. Josep Mª Fericgla
Societat d’Etnopsicologia Aplicada i Estudis Cognitius
Prof. MGS/Universitat de Barcelona

El mito del eterno retorno (fragmento)

MIRCEA ELIADE
EL MITO DEL ETERNO RETORNO
ARQUETIPOS Y REPETICIÓN

Emecé Editores

Libera los Libros

El mito del eterno retorno.
1a ed. – Buenos Aires : Emecé, 2001.
Traducción de: Ricardo Anaya
ISBN 950-04-2220-4
Título original: Le mythe de I ‘éternel retour. Archétypes et répétition
Diseño de tapa: Eduardo Ruiz
En la tapa: El círculo de los lujuriosos: Paolo y Francesco
(detalle) acuarela de William Blake, 1824.
Primera reedición – 2° impresión: 4.000 ejemplares
Impreso en Verlap S.A., Comandante Spurr 653, Avellaneda, marzo de 2001
IMPRESO EN LA ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINA
I.S.B.N.: 950-04-2220-4

Índice

PRÓLOGO A LA EDICIÓN FRANCESA 4
CAPÍTULO PRIMERO 6
CAPÍTULO II 32
CAPÍTULO III 55
CAPÍTULO IV 84
Notas 99

A Tanzi y Brutus Coste, en recuerdo de nuestras veladas en el chalet Chaimite.

PRÓLOGO A LA EDICIÓN FRANCESA

Si no fuese por el temor a parecer demasiado ambiciosos, hubiésemos puesto a este libro como segundo subtítulo el siguiente: Introducción a una filosofía de la historia. Pues tal es, en definitiva, el sentido del presente ensayo; con la particularidad, sin embargo, de que, en lugar de proceder por el análisis especulativo del fenómeno histórico, interroga las concepciones fundamentales de las sociedades arcaicas que, pese a conocer también ciertas formas de “historia”, se esfuerzan por no tenerla en cuenta. Al estudiar esas sociedades tradicionales, un rasgo nos ha llamado principalmente la atención: su rebelión contra el tiempo concreto, histórico; su nostalgia de un retorno periódico al tiempo mítico de los orígenes, al Tiempo Magno. El sentido y la función de lo que hemos llamado “arquetipos y repetición “ sólo se nos revelaron cuando comprendimos la voluntad de sus sociedades de rechazar el tiempo concreto, su hostilidad a toda tentativa de “historia” autónoma, es decir, de historia sin regulación arquetípica. Este rechazo, esta oposición, no son simplemente, como lo prueba este libro, el efecto de las tendencias conservadoras de las sociedades primitivas. A nuestro parecer, estamos autorizados a ver en ese menosprecio de la historia, es decir, de los acontecimientos sin modelo transhistórico, y en ese rechazo del tiempo profano, continuo, cierta valoración metafísica de la existencia humana. Pero esa valoración no es, en ningún caso, la que tratan de dar ciertas corrientes filosóficas poshegelianas, principalmente el marxismo, el historicismo y el existencialismo, desde el descubrimiento del “hombre histórico”, del hombre que es en la medida en que se hace a sí mismo en el seno de la historia.
El problema de la historia, como tal, no será empero abordado en forma primordial en este ensayo. Nuestro designio fundamental ha sido señalar ciertas líneas de fuerzas maestras en el campo especulativo de las sociedades arcaicas. Nos ha parecido que una simple presentación de esto último no carece de interés, sobre todo para el filósofo acostumbrado a hallar sus problemas y los medios de resolverlos en los textos de la filosofía clásica o en los casos que le presenta la historia espiritual de Occidente. Creemos desde hace tiempo que la filosofía occidental corre el peligro de tornarse “provinciana”: primero, por aislarse celosamente en su propia tradición e ignorar, por ejemplo, los problemas y las soluciones del pensamiento oriental; luego, por obstinarse en no reconocer más que las “situaciones” del hombre de las civilizaciones históricas, sin consideración por la experiencia del hombre “primitivo”, dependiente de las sociedades tradicionales. Estimamos que la antropología filosófica tendría algo que aprender de la valoración que el hombre presocrático (dicho de otro modo, el hombre tradicional) dio a su situación en el Universo. Aun más: que los problemas cardinales de la metafísica podrían experimentar una renovación gracias al conocimiento de la antología arcaica. En varios trabajos anteriores, en particular en nuestro Tratado de Historia de las Religiones, hemos intentado presentar los principios de esa antología arcaica, sin pretender, ciertamente, haber conseguido dar una exposición siempre coherente, y menos aún exhaustiva.
Muy a pesar nuestro, el ensayo que va a leerse tampoco aportará dicha exposición exhaustiva. Como nos dirigimos tanto al filósofo como al etnólogo o al orientalista, pero sobre todo al hombre culto, al no especializado, a veces nos hemos visto obligados a resumir en fórmulas sumarias lo que, tratado con amplitud y detalladamente, hubiese exigido un imponente volumen. Toda discusión profunda acarrearía un despliegue de citas de fuentes y un lenguaje técnico que desalentarían a muchos lectores. Ahora bien: nuestra preocupación, más que comunicar a los especialistas una serie de comentarios al margen de sus propios problemas, era llamar la atención del filósofo y del hombre culto en general sobre posibilidades espirituales que, aun cuando han sido superadas en numerosas regiones del globo, son instructivas para el conocimiento y la historia del hombre. Una consideración del mismo orden ha hecho que limitemos a lo estrictamente necesario las referencias, las cuales a veces se reducen a una simple alusión. Un índice especial, al final del volumen, dará las indicaciones complementarias sobre ese punto.
Comenzado en 1945, este ensayo sólo pudo ser proseguido y acabado dos años después. La traducción del manuscrito rumano se debe a los señores Jean Gouillard y Jacques Soucasse, a quienes dirigimos la expresión de nuestra gratitud. Una vez más, nuestro sabio colega y amigo Georges Dumézil se tomó el trabajo de leer la traducción en manuscrito y así nos permitió corregir algunas inadvertencias.
M.E.

CAPÍTULO PRIMERO

ARQUETIPOS Y REPETICIÓN

EL PROBLEMA

En la mentalidad “primitiva” o arcaica, los objetos del mundo exterior, tanto, por lo demás, como los actos humanos propiamente dichos, no tienen valor intrínseco autónomo. Una piedra será sagrada por el hecho de que su forma acusa una participación en un símbolo determinado, o también porque constituye una hierofanía, posee mana, conmemora un acto mítico, etcétera. El objeto aparece entonces como un receptáculo de una fuerza extraña que lo diferencia de su medio y le confiere sentido y valor. Esa fuerza puede estar en su substancia o en su forma; transmisible por medio de hierofanía o de ritual. Esta roca se hará sagrada porque su propia existencia es una hierofanía: incomprensible, invulnerable, es lo que el hombre no es. Resiste al tiempo, su realidad se ve duplicada por la perennidad. He aquí una piedra de las más vulgares: será convertida en “preciosa”, es decir, se la impregnará de una fuerza mágica o religiosa en virtud de su sola forma simbólica o de su origen: “piedra de rayo”, que se supone caída del cielo; perla, porque viene del fondo del océano. Será sagrada porque es morada de los antepasados (India, Indonesia) o porque otrora fue el teatro de una teofanía (así, el bethel que sirvió de lecho a Jacob) o porque un sacrificio, un juramento, la consagraron.1
Pasemos ahora a los actos humanos, naturalmente a los que no dependen del puro automatismo; su significación, su valor, no están vinculados a su magnitud física bruta, sino a la calidad que les da el ser reproducción de un acto primordial, repetición de un ejemplo mítico. La nutrición no es una simple operación fisiológica; renueva una comunión. El casamiento y la orgía colectiva nos remiten a prototipos míticos; se reiteran porque fueron consagrados en el origen (“en aquellos tiempos”, ab origine) por dioses, “antepasados” o héroes.
En el detalle de su comportamiento consciente, el “primitivo”, el hombre arcaico, no conoce ningún acto que no haya sido planteado y vivido anteriormente por otro, otro que no era un hombre. Lo que él hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestas inauguradas por otros.
Esa repetición consciente de hazañas paradigmáticas determinadas denuncia una ontología original. El producto bruto de la Naturaleza, el objeto hecho por la industria del hombre, no hallan su realidad, su identidad, sino en la medida en que participan en una realidad trascendente. El acto no obtiene sentido, realidad, sino en la medida en que renueva una acción primordial.
Grupos de hechos tomados a través de las culturas diversas nos ayudarán a reconocer mejor la estructura de esa ontología arcaica. Los agruparemos bajo tres grandes títulos:
1°, los elementos cuya realidad es función de la repetición, de la imitación de un arquetipo celeste;
2°, los elementos: ciudades, templos, casas, cuya realidad es tributaria del simbolismo del Centro supraterrestre que los asimila a sí mismo y los transforma en “centros del mundo”;
3°, por último los rituales y los actos profanos significativos, que sólo poseen el sentido que se les da porque repiten deliberadamente tales hechos planteados ab origine por dioses, héroes o antepasados.
La revista misma de esos hechos iniciará el estudio de la concepción ontológica subyacente que luego propondremos desentrañar, y que sólo ella puede fundar.

ARQUETIPOS CELESTES DE LOS TERRITORIOS, DE LOS TEMPLOS Y DE LAS CIUDADES

Según las creencias mesopotámicas, el Tigris tiene su modelo en la estrella Anunit, y el Eufrates en la estrella de la Golondrina.2 Un texto súmero habla de la “morada de las formas de los dioses”, donde se hallan “(la divinidad) de los rebaños y las de los cereales”.3 Para los pueblos altaicos, asimismo, las montañas tienen un prototipo ideal en el cielo.4 Los nombres de los lugares y de los nomos egipcios se daban según los “campos” celestes: empezaban por conocer los “campos celestes”, y luego los identificaban en la geografía terrestre.5
En la cosmología irania de tradición zervanita, “cada fenómeno terrestre, ya abstracto, ya concreto, corresponde a un término celestial, trascendental, invisible, una ‘idea’ en el sentido platónico. Cada cosa, cada noción, se presenta en un doble aspecto: el de menok y el de getik. Hay un cielo visible.6 Nuestra tierra corresponde a una tierra celestial. Cada virtud practicada aquí abajo, en el getah, posee una contrapartida… El año, la plegaria…, en fin, todo lo que se manifiesta en el getah, es al mismo tiempo menok. La creación es simplemente desdoblada. Desde el punto de vista cosmogónico, el estadio cósmico calificado de menok es anterior al estadio getik.”7
En particular, el templo —lugar sagrado por excelencia— tenía un prototipo celeste. En el monte Sinaí, Jehová muestra a Moisés la “forma” del santuario que deberá construirle: “Y me harán un santuario, y moraré en medio de ellos: conforme en todo al diseño del tabernáculo que te mostraré, y de todas las vasijas para su servicio…”8 “Mira y hazlo según el modelo que te ha sido mostrado en el monte.”9 Y cuando David entrega a su hijo Salomón el plano de los edificios del templo, del tabernáculo y de todos los utensilios, le asegura que “todas estas cosas me vinieron a mí escritas de la mano del Señor, para que entendiese todas las obras del diseño”.10 Por consiguiente, vio el modelo celestial.
El más antiguo documento referente al arquetipo de un santuario es la inscripción de Gudea relacionada con el templo levantado por él en Lagash. El Rey ve en sueños a la diosa Nidaba que le muestra un panel en el cual se mencionan las estrellas benéficas, y a un dios que le revela el plano del templo.” También las ciudades tienen su prototipo divino. Todas las ciudades babilónicas tenían sus arquetipos en constelaciones: Sippar, en el Cáncer; Nínive, en la Osa Mayor; Azur, en Arturo, etcétera.12 Senaquerib manda edificar Nínive según el “proyecto establecido desde tiempos remotos en la configuración del cielo”. No sólo hay un modelo que precede a la arquitectura terrestre, sino que además éste se halla en una “región” ideal (celeste) de la eternidad. Es lo que proclama Salomón: “Y dijiste que yo edificaría un templo en tu santo monte y un altar en la ciudad de tu morada, a semejanza de tu santo tabernáculo, que tú preparaste desde el principio”.13
Una Jerusalén celestial fue creada por Dios antes que la ciudad de Jerusalén fuese construida por mano del hombre: a ella se refiere el profeta, en el libro de Baruch, II, 42, 2-7: “¿Crees tú que ésa es la ciudad de la cual yo dije: ‘Te he edificado en la palma de mis manos’? La construcción que actualmente se halla en medio de vosotros no es la que se reveló en Mí, la que estaba lista ya en el momento en que decidí crear el Paraíso y que mostré a Adán antes de su pecado…”14 La Jerusalén celeste enardeció la inspiración de todos los profetas hebreos: Tobías, xiii, 16: Isaías LIX, 11 y siguientes: Ezequiel, LX, etcétera. Para mostrarle la ciudad de Jerusalén, Dios transporta a Ezequiel en una visión extática, y lo lleva a una montaña muy elevada (LX, 6 y siguientes). Y los Oráculos Sibilinos conservan el recuerdo de la Nueva Jerusalén, en el centro de la cual resplandece “un templo con una torre gigante que toca las nubes y todos la ven”.15 Pero la más hermosa descripción de la Jerusalén celestial se halla en el Apocalipsis (xxi, 2 y siguientes): “Y yo, Juan, vi la ciudad santa, la Jerusalén nueva, que de parte de Dios descendía del cielo, y estaba aderezada como una novia ataviada para su esposo”.
Volvemos a encontrar la misma teoría en la India: todas las ciudades reales hindúes, aun las modernas, están construidas según el modelo mítico de la ciudad celestial en que habitaba en la Edad de Oro (in illo tempore) el Soberano Universal. Y, como éste, el rey se esfuerza por hacer revivir la Edad de Oro, por hacer actual un reino perfecto, idea que volveremos a encontrar en el curso del presente estudio. Así, por ejemplo, el palacio fortaleza de Sihagiri, en Ceilán, está edificado según el modelo de la ciudad celeste de Alakamanda, y es “de muy difícil acceso para los seres humanos”.16 Asimismo, la ciudad ideal de Platón tiene también un arquetipo celeste.17 Las “formas” platónicas no son astrales; pero la región mítica de ésta se coloca, sin embargo, en planos supraterrestres.18 Así, pues, el mundo que nos rodea, en el cual sentimos la presencia y la obra del hombre —las montañas a que éste trepa, las regiones pobladas y cultivadas, los ríos navegables, las ciudades, los santuarios—, tiene un arquetipo extraterrestre, concebido, ya como un “plano”, ya como una “forma”, ya pura y simplemente en un nivel cósmico superior. Pero todo en el “mundo que nos rodea” no tiene un prototipo de esa especie. Por ejemplo, las regiones desiertas habitadas por monstruos, los territorios incultos, los mares desconocidos donde ningún navegante osó aventurarse, etcétera, no comparten con la ciudad de Babilonia o el nomo egipcio el privilegio de un prototipo diferenciado. Corresponden a un modelo mítico, pero de otra naturaleza: todas esas regiones salvajes, incultas, etcétera, están asimiladas al Caos: participan todavía de la modalidad indiferenciada, informe, de antes de la Creación. Por eso, cuando se toma posesión de un territorio así, es decir, cuando se lo empieza a explotar, se realizan ritos que repiten simbólicamente el acto de la Creación’, la zona inculta es primeramente “cosmizada”, luego habitada. Pronto volveremos sobre el sentido de los ceremoniales de toma de posesión de las regiones de reciente descubrimiento. Por el momento, lo que queremos subrayar es que el mundo que nos rodea, civilizado por la mano del hombre, no adquiere más validez que la que debe al prototipo extraterrestre que le sirvió de modelo. El hombre construye según un arquetipo. No sólo su ciudad o su templo tienen modelos celestes, sino que así ocurre con toda la región en que mora, con los ríos que la riegan, los campos que le procuran su alimento, etcétera. El mapa de Babilonia muestra la ciudad en el centro de un vasto territorio circular orillado por el río Amargo, exactamente como los súmeros se representaban el Paraíso.19 Esa participación de las culturas urbanas en un modelo arquetípico es lo que les confiere su realidad y su validez.
El establecimiento en una región nueva, desconocida e inculta, equivale a un acto de creación. Cuando los colonos escandinavos tomaron posesión de Islandia, land-náma, y la rozaron, no consideraron ese acto ni como una obra original, ni como un trabajo humano y profano. La empresa era para ellos la repetición de un acto primordial: la transformación del caos en Cosmos por el acto divino de la Creación. Al trabajar la tierra desierta repetían de hecho el acto de los dioses, que organizaban el caos dándole formas y normas.20 Aun más: una conquista territorial sólo se convierte en real después del (más exactamente: por el) ritual de toma de posesión, el cual no es sino una copia del acto primordial de la Creación del Mundo. En la India védica, se tomaba legalmente posesión de un territorio mediante la erección de un altar dedicado a Agni.21 “Se dice que se han instalado (avasyatí) cuando han construido un gar-hapatya, y todos los que construyen el altar del fuego se han establecido (avasitáh).22 Pero la erección de un altar dedicado a Agni no es más que la imitación microcósmica de la Creación. Además, un sacrificio cualquiera es, a su vez, la repetición del acto de la Creación, como nos lo afirman explícitamente los textos hindúes.23 Los “conquistadores” españoles y portugueses tomaban posesión, en nombre de Jesucristo, de las islas y de los continentes que descubrían y conquistaban. La instalación de la Cruz equivalía a una “justificación” y a la “consagración” de la religión, a un “nuevo nacimiento”, repitiendo así el bautismo (acto de creación). A su vez, los navegantes británicos tomaban posesión de las regiones conquistadas en nombre del rey de Inglaterra, nuevo Cosmocrátor.
La importancia de los ceremoniales védicos, escandinavos o romanos, se nos presentará más claramente cuando examinemos por sí mismo el sentido de la repetición de la Creación, acto divino por excelencia. Por el momento, retengamos sólo un hecho: todo territorio que se ocupa con el fin de habilitarlo o de utilizarlo como “espacio vital” es previamente transformado de “caos” en “cosmos”; es decir, que, por efecto del ritual, se le confiere una “forma” que lo convierte en real. Evidentemente, la realidad se manifiesta, para la mentalidad arcaica, como fuerza, eficacia y duración. Por ese hecho, lo real por excelencia es lo sagrado; pues sólo lo sagrado es de un modo absoluto, obra eficazmente, crea y hace durar las cosas. Los innumerables actos de consagración —de los espacios, de los objetos, de los hombres, etcétera— revelan la obsesión de lo real, la sed del primitivo por el ser.

EL SIMBOLISMO DEL “ CENTRO”

Paralelamente a la creación arcaica en los arquetipos celestes de las ciudades y de los templos, encontramos otra serie de creencias más copiosamente atestiguadas aún por documentos, y que se refieren a la investidura del prestigio del “Centro”. Hemos examinado este problema en una obra anterior; 24 aquí nos contentaremos con recordar los resultados a que hemos llegado. El simbolismo arquitectónico del Centro puede formularse así:
a) la Montaña Sagrada —donde se reúnen el Cielo y la Tierra— se halla en el centro del Mundo;
todo templo o palacio —y, por extensión, toda ciudad sagrada o residencia real— es una “montaña sagrada”, debido a lo cual se transforma en Centro;
c) siendo un Axis mundi, la ciudad o el templo sagrado es considerado como punto de encuentro del Cielo con la Tierra y el Infierno.

Algunos ejemplos ilustrarán los símbolos precedentes:
A) En las creencias hindúes, el monte Meru se levanta en el centro del mundo, y debajo de él brilla la estrella polar.25 Los pueblos uraloaltaicos conocen también un monte central, Sumeru, en cuya cima está colgada la estrella polar.26 Según las creencias iranias, la montaña sagrada, Haraberezaiti (Elburz) se halla en medio de la Tierra y está unida al Cielo.27 Las poblaciones budistas de Laos, en el norte de (Tailandia), Siam, conocen el monte Zinnalo, en el centro del mundo.28 En el Edda, Himingbjörg es, como su nombre lo indica, una “montaña celeste”, es ahí donde el arco iris (Bifröst) alcanza la cúpula de los cielos. Análogas creencias se encuentran entre los finlandeses, los japoneses, etc. Recordemos que para los semang de la península de Malaca, en el centro del mundo se alza una enorme roca, Batu-Ribn; encima se halla el Infierno. Antaño, sobre Batu-Ribn, un tronco de árbol se elevaba hacia el cielo.29 El infierno, el centro de la tierra y la “puerta” del cielo se hallan, pues, sobre el mismo eje, y por ese eje se hacía el pasaje de una región cósmica a otra. Se vacilaría en creer en la autenticidad de esta teoría cosmológica entre los pigmeos semang si no hubiese razones para admitir que la misma teoría ya estaba esbozada en la época prehistórica.30 En las creencias mesopotámicas, una montaña central reúne el Cielo y la Tierra; es la “Montaña de los Países”, que une entre sí los territorios.31
El ziqqurat era propiamente hablando una montaña cósmica, es decir, una imagen simbólica del Cosmos; los siete pisos representaban los siete cielos planetarios (como en Borsippa) o los siete colores del mundo (como en Ur).
El monte Thabor, en Palestina, podría significar tahbür es decir, “ombligo”, omphalos.32 El monte Ge-rizim, en el centro de Palestina, estaba sin duda alguna investido del prestigio del Centro, pues se lo llama “ombligo de la tierra” (tabbúr eres; cf. Jueces, IX, 37:
“… Mira qué de gente desciende de en medio de la tierra”).* Una tradición recogida por Peter Comestor dice que, en el momento del solsticio de verano, el sol no hace sombra a la “Fuente de Jacob” (cerca de Geri-zim). En efecto, precisa Comestor, sunt qui dicunt lo-cum illum esse umbilicum terrea nostrae habitabilis.33 La Palestina, por constituir el país más elevado —puesto que estaba cerca de la cima de la montaña cósmica—, no fue sumergida por el Diluvio. Un texto rabínico dice: “La tierra de Israel no fue anegada por el diluvio”. 34 Para los cristianos, el Gólgota se hallaba en el centro del mundo, pues era la cima de la montaña cósmica y a un mismo tiempo el lugar donde Adán fue creado y enterrado. Y así, la sangre del Salvador cae encima del cráneo de Adán, inhumado al pie mismo de la Cruz, y lo rescata.” La creencia según la cual el Gólgota se encuentra en el centro del Mundo se ha conservado hasta en el folclore de los cristianos de Oriente (por ejemplo entre los de Rusia Menor).36
Los nombres de los templos y de las torres sagradas babilónicos son testimonio de su asimilación a la montaña cósmica: “Monte de la Casa”, “Casa del Monte de todas las tierras”, “Monte de las Tempestades”, “Lazos entre el Cielo y la Tierra”, etcétera.37 Un cilindro del tiempo del rey Gudea dice que “la cámara (del dios) que él (el Rey) construyó era igual al monte cósmico”.38 Cada ciudad oriental se hallaba en el centro del mundo. Babilonia era una Bab-ilani, una “puerta de los dioses”, pues ahí era donde los dioses bajaban a la tierra. En la capital del soberano chino perfecto, el gnomon no debe hacer sombra el día del solsticio de verano a mediodía. Dicha capital se halla, en efecto, en el Centro del Universo, cerca del árbol milagroso “Palo enhiesto” (kien mu), donde se entrecruzan las tres zonas cósmicas: Cielo, Tierra e Infierno.39 El templo de Barabudur es también una imagen del Cosmos, y está construido como una montaña artificial (como lo eran los ziqqurat). Al escalarlo, el peregrino se acerca al Centro del Mundo y, en la azotea superior, realiza una ruptura de nivel, trascendiendo el espacio profano, heterogéneo, y penetrando en una “región pura”. Las ciudades y los lugares santos están asimilados a las cimas de las montañas cósmicas. Por eso Jerusalén y Sión no fueron sumergidas por el Diluvio. Por otro lado, según la tradición islámica, el lugar más elevado de la tierra es la Kaaba, porque “la estrella polar testimonia que se halla frente al centro del Cielo”.40
C) En fin, como consecuencia de su situación en el centro del Cosmos, el templo o la ciudad sagrada son siempre el punto de encuentro de las tres regiones cósmicas: Cielo, Tierra e Infierno. Dur-an-ki, “lazo entre el Cielo y la Tierra”, era el nombre de los santuarios de Nippur, Larsa y sin duda Sippar.41 Babilonia tenía multitud de nombres, entre los cuales se cuentan: “Casa de la base del Cielo y de la Tierra”, “Lazo entre el Cielo y la Tierra”.42 Pero siempre era en Babilonia donde se cumplía el enlace entre la Tierra y las regiones inferiores, pues la ciudad había sido construida sobre bab-apso, la “Puerta de apsu”;” apsu designa las aguas del Caos anterior a la Creación. Encontramos esa misma tradición entre los hebreos. La roca de Jerusalén penetraba profundamente en las aguas subterráneas (tehom). En la misma se dice que el Templo se encuentra justo encima de tehom (equivalente hebraico de apsu). Y así como Babilonia tenía la “puerta de apsu”, la roca del Templo de Jerusalén cerraba la “boca de tehom”.44 Concepciones similares se encuentran en el mundo indoeuropeo. Entre los romanos, por ejemplo, el mundus —es decir, el surco que se trazaba en torno al lugar donde había de fundarse una ciudad— constituía el punto de encuentro entre las regiones inferiores y el mundo terrestre. “Cuando el mundus está abierto, es la puerta de las tristes divinidades infernales la que está abierta”, manifiesta Varrón.45 El templo itálico era la zona de intersección de los mundos superiores (divino), terrestre y subterráneo.
“El Santísimo creó el mundo como un embrión. Así como el embrión crece a partir del ombligo, así Dios empezó a crear el mundo por el ombligo y de ahí se difundió en todas direcciones.”46 Yoma afirma: “el mundo fue creado comenzando por Sión”.47 En el Rig-Veda (por ejemplo, x, 149), el Universo está concebido como si hubiera comenzado a extenderse de un punto central.48 La creación del hombre ocurre igualmente en un punto central. Según la tradición mesopotámica, el hombre fue hecho en el “ombligo de la tierra”, en UZU (carne) SAR (lazo) KI (lugar, tierra), donde se encuentra también Dur-an-ki, el “lazo entre el Cielo y la Tierra”.49 Ormuz crea el buey primordial, Evagdath, así como el hombre primordial, Gajomard, en el centro del mundo.50 El Paraíso era el “ombligo de la Tierra” y, según una tradición siria, se hallaba “en una montaña más alta que todas las demás”.51 Según el libro sirio La Caverna, de los Tesoros, Adán fue creado en el centro de la tierra, en el lugar mismo donde había de levantarse más tarde la cruz de Jesús.52 Las mismas tradiciones han sido conservadas por el judaismo.53 El apocalipsis judaico y la midrash precisan que Adán fue hecho en Jerusalén.54 Como Adán fue inhumado en el mismo lugar en que fue creado, es decir, en el centro del mundo, en el Gólgota, la sangre del Salvador —como ya lo hemos visto— lo rescatará también.

REPETICIÓN DE LA COSMOGONÍA

El “Centro” es, pues, la zona de lo sagrado por excelencia, la de la realidad absoluta. Todos los demás símbolos de la realidad absoluta (Árboles de Vida y de la Inmortalidad, Fuente de Juvencia, etcétera) se hallan igualmente en un Centro. El camino que lleva al centro es un “camino difícil” (durohana), y esto se verifica en todos los niveles de lo real: circunvoluciones dificultosas de un templo (como el de Barabu-dur); peregrinación a los lugares santos (La Meca, Hardward, Jerusalén, etcétera); peregrinaciones cargadas de peligros de las expediciones heroicas del Vellocino de Oro, de las Manzanas de Oro, de la Hierba de Vida, etcétera; extravíos en el laberinto; dificultades del que busca el camino hacia el yo, hacia el “centro” de su ser, etcétera. El camino es arduo, está sembrado de peligros, porque, de hecho, es un rito del paso de lo profano a lo sagrado; de lo efímero y lo ilusorio a la realidad y la eternidad; de la muerte a la vida; del hombre a la divinidad. El acceso al “centro” equivale a una consagración, a una iniciación; a una existencia ayer profana e ilusoria, sucede ahora una nueva existencia real, duradera y eficaz.
Si mediante el acto de la Creación se cumple el paso de lo no manifestado a lo manifestado o, hablando en términos cosmológicos, del Caos al Cosmos; si la Creación, en toda la extensión de su objeto, se efectuó a partir de un “centro”; si, en consecuencia, todas las variedades del ser, de lo inanimado a lo viviente, sólo pueden alcanzar la existencia en un área sagrada por excelencia, entonces se aclaran maravillosamente para nosotros el simbolismo de las ciudades sagradas (“centros del mundo”), las teorías geománticas que presiden la fundación de las ciudades, las concepciones que justifican los ritos de su construcción. Al estudio de esos ritos de construcción y de las teorías que ellos implican hemos consagrado una obra anterior:* a ella remitimos al lector. Sólo recordaremos dos proposiciones importantes:
1a, toda creación repite el acto cosmogónico por excelencia: la Creación del Mundo;
2a, en consecuencia, todo lo que es fundado lo es en el Centro del Mundo (puesto que, como sabemos, la Creación misma se efectuó a partir de un centro). Entre la multitud de ejemplos que tenemos a mano elegiremos uno solo, interesante también por otras razones que volverán a traerlo en nuestra exposición. En la India, “antes de colocar una sola piedra… el astrólogo indica el punto de los cimientos que se halla encima de la serpiente que sostiene al mundo. El maestro alba-ñil labra una estatua de madera de un árbol jadira, y la hunde en el suelo, golpeándola con un coco, exactamente en el punto designado, para fijar bien la cabeza de la serpiente”.55 Encima de la estaca es colocada una piedra de busepadmacila). La piedra de ángulo se halla así exactamente en el “centro del mundo”. Pero el acto de fundación repite a un mismo tiempo el acto cosmogónico, pues “fijar”, clavar la estatua en la cabeza de la serpiente, es imitar la hazaña primordial de Soma56 o de Indra, cuando este último “hirió a la Serpiente en la cueva”,57 cuando su rayo le “cortó la cabeza”.58 La serpiente simboliza el caos, lo amorfo no manifestado. Indra encuentra a Vritra59 no dividida (aparvan), no despierta (abudhyam), dormida (adudhyamánam), sumida en el sueño más profundo (suskupánam), tendida (agayanam). Fulminarla y decapitarla equivale al acto de creación, con el paso de lo no manifestado a lo manifestado, de lo amorfo a lo formal. Vritra había confiscado las Aguas y las guardaba en la cavidad de las montañas. Esto quiere decir: 1°, o que Vritra era el Señor absoluto —como lo era Tiamat o cualquier otra divinidad ofidia— de todo el caos anterior a la Creación; 2°, o bien que la gran Serpiente, al guardar las Aguas para ella sola, había dejado al mundo entero asolado por la sequía. El sentido no se altera ya sea que esa confiscación ocurriera antes del acto de la Creación o después de la formación del mundo: Vritra “impide”* que el mundo se haga, o dure. Símbolo de lo no manifestado, de lo latente o de lo amorfo, Vritra representa al Caos anterior a la Creación.
En otra obra, Commentaires a la Légende du Mai-tre Manóle, hemos intentado explicar los ritos de construcciones como imitaciones del acto cosmogónico. La teoría que esos ritos implican se resume así: nada puede durar si no está “animado”, si no está dotado, por un sacrificio, de un “alma”; el prototipo del rito de construcción es el sacrificio que se hizo al fundar el mundo. A decir verdad, en ciertas cosmogonías arcaicas el mundo nació por el sacrificio de un monstruo primordial, símbolo del Caos (Tiamat), por el de un macroántropo cósmico (Ymir, Pan’Ku, Purusha). Para asegurar la realidad y la duración de una construcción se repite el acto divino de la construcción ejemplar: la Creación de los mundos y del hombre. Previamente se obtiene la “realidad” del lugar mediante la consagración del terreno, es decir, por su transformación en un “centro”; luego, la validez del acto de construcción se confirma mediante la repetición del sacrificio divino. Naturalmente, la consagración del “centro” se hace en un espacio cualitativamente distinto del espacio profano. Por la paradoja del rito, todo espacio consagrado coincide con el Centro del Mundo, así como el tiempo de un ritual cualquiera coincide con el tiempo mítico del “principio”. Por la repetición del acto cosmológico, el tiempo concreto, en el cual se efectúa la construcción, se proyecta en el tiempo mítico, in illo tem-pore en que se produjo la fundación del mundo. Así quedan aseguradas la realidad y la duración de una construcción, no sólo por la transformación del espacio profano en un espacio trascendente (“el Centro”), sino también por la transformación del tiempo concreto en tiempo mítico. Un ritual cualquiera, como ya tendremos ocasión de ver, se desarrolla no sólo en un espacio consagrado, es decir, esencialmente distinto del espacio profano, sino además en un “tiempo sagrado”, “en aquel tiempo” (in illo tempore, ab origine), es decir, cuando el ritual fue llevado a cabo por ver primera por un dios, un antepasado o un héroe.

MODELOS DIVINOS DE LOS RITUALES

Todo ritual tiene un modelo divino, un arquetipo; el hecho es suficientemente conocido para que nos baste con recordar algunos ejemplos: “Debemos hacer lo que los dioses hicieron al principio”.60 “Así hicieron los dioses; así hacen los hombres.”61 Este adagio hindú resume toda la teoría subyacente en los ritos de todos los países. Encontramos esta teoría tanto en los pueblos llamados “primitivos” como en las culturas evolucionadas. Los aborígenes del sudeste de Australia, por ejemplo, practican la circuncisión con un cuchillo de piedra, porque así se lo enseñaron sus antepasados míticos;62 los negros amazulúes hacen lo mismo, porque Unkulunkulu (héroe civilizador) decretó in illo tempore: “Los hombres deben estar circuncisos para no ser semejantes a los niños”.63 La ceremonia Hako de los indios paunis, tan admirablemente estudiada por Alice Fletcher, fue revelada a los sacerdotes por Tirawa, el Dios supremo, al principio de los tiempos. Entre los salvajes de Madagascar, “todas las costumbres y ceremonias familiares, sociales, nacionales, religiosas, deben ser observadas conforme al lilin-draza, es decir, a las costumbres establecidas y a las leyes no escritas heredadas de los antepasados…”.64 Es inútil multiplicar los ejemplos: se considera que los actos religiosos han sido fundados por los dioses, héroes civilizados o antepasados míticos.65 Dicho sea de paso, entre los “primitivos” no sólo los rituales tienen su modelo mítico, sino que cualquier acción humana adquiere su eficacia en la medida en que repite exactamente una acción llevada a cabo en el comienzo de los tiempos por un dios, un héroe o un antepasado. Al final del presente capítulo volveremos sobre esas acciones ejemplares que los hombres no hacen más que repetir sin cesar.
Decíamos, no obstante, que semejante “teoría” no justifica el ritual solamente en las culturas “primitivas”. En el Egipto de los últimos siglos, por ejemplo, el poder del rito y del verbo que poseían los sacerdotes se debía a que aquéllos eran imitación de la hazaña primordial del dios Thot, que había creado el mundo por la fuerza de su Verbo. La tradición irania sabe que las fiestas religiosas fueron instauradas por Ormuz para conmemorar los actos de la Creación del Cosmos, la cual duró un año. Al final de cada período, que representaba respectivamente la creación del cielo, de las aguas, de la tierra, de las plantas, de los animales y del hombre, Ormuz descansaba cinco días, instaurando así las principales fiestas mazdeanas.66 El hombre no hace más que repetir el acto de la Creación; su calendario religioso conmemora, en el espacio de un año, todas las fases cosmogónicas que ocurrieron ab origine. De hecho, el año sagrado repite sin cesar la Creación, el hombre es contemporáneo de la cosmogonía y de la antropogonía, porque el ritual lo proyecta a la época mítica del comienzo. Una bacante imita mediante sus ritos orgiásticos el drama patético de Dionisos: un órfico repite a través de su ceremonial de iniciación las hazañas originales de Orfeo, etcétera. El sabat judeocristiano es también una imitatio Dei. El descanso del sabat reproduce el acto primordial del Señor, pues el séptimo día de la Creación fue cuando Dios “reposó de todas las obras que había hecho”.67 El mensaje del Salvador es en primer lugar un ejemplo que debe ser imitado. Después de lavar los pies a sus apóstoles, Jesús les dice: “Porque ejemplo os he dado para que como yo he hecho a vosotros, vosotros también hagáis”.68 La humildad no es sino una virtud; pero la humildad que se ejerce siguiendo el ejemplo del Salvador es un acto religioso y un medio de salvación: “…Que os améis, los unos a los otros, así como yo os he amado…”69 Ese amor cristiano está consagrado por el ejemplo de Jesús. Su práctica actual anula el pecado de la condición humana y diviniza al hombre. El que cree en Jesús puede hacer lo que El hizo; sus límites y sus impotencias quedan abolidos. “…El que en mí cree, él también hará las obras que yo hago.”70 La liturgia es precisamente una conmemoración de la vida y de la Pasión del Salvador. Más adelante veremos que esa conmemoración es de hecho una reactualización de “aquel tiempo”.
Los ritos matrimoniales tienen también un modelo divino, y el casamiento humano reproduce la hie-rogamia, más particularmente la unión entre el Cielo y la Tierra. En el Atharva Veda (xiv, 2, 71) el casado y la casada se asimilan al Cielo y a la Tierra, mientras que en otro himno71 cada acción nupcial está justificada por un prototipo de los tiempos místicos: “Como Agni tomó la mano derecha de esta tierra, así te tomo la mano… que el dios Savitar te coja de la mano… Tvas-htar ha dispuesto su ropa, para estar hermosa, según la instrucción de Brhaspati y de los Poetas. ¡Quieran Savitar y Bhaga adornar a esta mujer de hijos, como hicieron con la Hija del Sol!”.72 Dido celebra su casamiento con Eneas en medio de una violenta tempestad;73 la unión de éstos coincide con la de los elementos; el Cielo abraza a su esposa, dispensando la lluvia fertilizante. En Grecia los ritos matrimoniales imitaban el ejemplo de Zeus que se unió secretamente con Hera.74 Diodoro de Sicilia (v, 72,4) nos asegura que la hierogamia cretense era imitada por los habitantes de la isla; en otros términos, la unión matrimonial hallaba justificación en un acontecimiento primordial que ocurrió “en aquel tiempo”.
Deméter se unió a Jasón sobre la tierra recientemente sembrada, al principio de la primavera.75 El sentido de esa unión es claro: contribuye a promover la fertilidad del suelo, el prodigioso impulso de las fuerzas de creación telúrica. Ésta era una costumbre bastante frecuente, hasta el siglo pasado, en el Norte y el Centro de Europa (testigo de ello son las costumbres de unión simbólica de las parejas en los campos).76 En China, las jóvenes parejas iban en primavera a unirse sobre el césped, para estimular la “regeneración cósmica” y la “germinación universal”. En efecto, toda unión humana encuentra su modelo y su justificación en la hierogamia, la unión cósmica de los elementos. El Yue Ling (Libro de las prescripciones mensuales) establece que las esposas deben presentarse al Emperador para cohabitar con él el primer mes de la primavera, cuando se oye el trueno. El ejemplo cósmico es seguido también por el soberano y por todo el pueblo. La unión marital es un rito incorporado al ritmo cósmico, que adquiere su validez gracias a dicha integración.
Todo el simbolismo paleooriental del casamiento puede explicarse por medio de modelos celestes. Los súmeros celebraban la unión de los elementos del día de Año Nuevo; en todo el Oriente antiguo, ese mismo día es señalado tanto por el mito de la hierogamia como por los ritos de la unión del rey con la diosa. Es en el día de Año Nuevo cuando Ishtar se acuesta en compañía de Tammuz, y cuando el rey reproduce esa hierogamia mítica cumpliendo la unión ritual con la diosa (es decir con la hieródula que la representa en la tierra)77 en una cámara secreta del templo, en la que se halla el lecho nupcial de la diosa. La unión divina asegura la fecundidad terrestre; cuando Ninlil se une con Enlil, la lluvia empieza a caer.78 Esa misma fecundidad queda asegurada por la unión ceremonial del rey, la de las parejas en la tierra, etcétera. El mundo se regenera cada vez que imita la hierogamia, es decir, cada vez que se lleva a cabo la unión matrimonial. El término alemán “Hochzeit” deriva de “Hochgezit”, fiesta del Año Nuevo. El casamiento regenera el “año” y por consiguiente confiere la fecundidad, la opulencia y la felicidad.
La asimilación del acto sexual y del trabajo de los campos es frecuentemente en numerosas culturas.* En Çatapatha Brahmana, vii, 2, 2, 5, se asimila la tierra al órgano generador femenino (yoní) y la semilla al semen virile. “Vuestras mujeres son vuestras como la tierra.”79 La mayoría de las orgías colectivas encuentra justificación ritual en la promoción de las fuerzas de la vegetación: se verifican en ciertas épocas críticas del año, cuando las simientes germinan o cuando las cosechas maduran, etcétera, y siempre tienen una hierogamia por modelo mítico. Tal es, por ejemplo, la orgía practicada por la tribu ewe (África Occidental) en el momento en que la cebada comienza a germinar; la orgía se legitima por una hierogamia (las jóvenes son ofrecidas al dios Pitón).80 Volvemos a encontrar esa misma legitimación entre los pueblos Oraon: la orgía de éstos se efectúa en mayo, en el momento de la unión del dios Sol con la diosa Tierra.81 Todos esos excesos orgiásticos hallan de uno u otro modo su justificación en un acto cósmico o biocósmico: regeneración del Año, época crítica de la cosecha, etcétera. Los mozos que desfilaban desnudos por las calles de Roma durante las Floralias (27 de abril), o tocaban a las mujeres en ocasión de las Lupercales, con el fin de conjurar la esterilidad de éstas, las libertades permitidas con motivo de la fiesta Holi en toda la India, el libertinaje que era de regla en Europa central y septentrional cuando se celebraban las fiestas de la cosecha, y que tanto dio que hacer a las autoridades eclesiásticas;82 todas esas manifestaciones tenían también un prototipo suprahumano y tendían a instaurar la fertilidad y la opulencia universales. (Para la significación cosmológica de la “orgía” véase el cap. II.)
Es indiferente, para el fin que perseguimos con el presente estudio, saber en qué medida los ritos matrimoniales y la orgía crearon los mitos que los justifican. Lo que importa es el hecho de que tanto la orgía como el casamiento constituían rituales que imitaban actos divinos o ciertos episodios del drama sagrado del Cosmos; lo que importa es dicha legitimación de los actos humanos por un modelo extrahumano. El hecho de que comprobemos que el mito ha seguido algunas veces al rito —por ejemplo, las uniones ceremoniales pre-conyugales fueron anteriores a la aparición del mito de las relaciones preconyugales entre Hera y Zeus, mito que les sirvió de justificación— no hace disminuir en nada al carácter sagrado del ritual. El mito sólo es tardío en cuanto fórmula: pero en contenido es arcaico y se refiere a sacramentos, es decir, a actos que presuponen una realidad absoluta, extrahumana.

ARQUETIPOS DE LAS ACTIVIDADES PROFANAS

Pasemos ahora a otro ejemplo, el de la danza. Todas las danzas han sido sagradas en su origen; en otros términos, han tenido un modelo extrahumano. Podemos excusarnos de discutir aquí los detalles como que ese modelo haya sido a veces un animal totémico o emblemático; que sus movimientos fueran reproducidos con el fin de conjurar por la magia su presencia concreta, de multiplicarlo en número, de obtener para el hombre la incorporación al animal; que en otros casos el modelo haya sido revelado por la divinidad (por ejemplo, la pírrica, danza armada, creada por Atenea, etcétera) o por un héroe (la danza de Teseo en el Laberinto); que la danza fuera ejecutada con el fin de adquirir alimentos, honrar a los muertos o asegurar el buen orden del Cosmos; que se realizara en el momento de las iniciaciones, de las ceremonias mágicorreligiosas, de los casamientos, etcétera. Lo que nos interesa es su origen extrahumano presupuesto (pues toda danza fue creada in illo tempore, en la época mítica, por un “antepasado”, un animal totémico, un dios o un héroe). Los ritmos coreográficos tienen su modelo fuera de la vida profana del hombre; ya reproduzcan los movimientos del animal totémico o emblemático, o los de los astros, ya constituyan rituales por sí mismos (pasos laberínticos, saltos, ademanes efectuados por medio de los instrumentos ceremoniales, etcétera), una danza imita siempre un acto arquetípico o conmemora un momento mítico. En una palabra, es una repetición, y por consiguiente una reactualización de “aquel tiempo”.
Luchas, conflictos, guerras, tienen la mayor parte de las veces una causa y una función rituales. Es una oposición estimulante entre las dos mitades del clan, o una lucha entre los representantes de dos divinidades (por ejemplo, en Egipto, el combate entre dos grupos que representaban a Osiris y a Seth), pero siempre conmemora un episodio del drama cósmico y divino. En ningún caso pueden explicarse la guerra o el duelo por motivos racionalistas. Hocart señaló muy justamente el papel ritual de las hostilidades.83 Cada vez que el conflicto se repite, hay imitación de un modelo arquetípico. En la tradición nórdica, el primer duelo ocurrió cuando Thor, provocado por el gigante Hrugner, encontró a éste en la “frontera” y lo venció en combate singular. Vuelve a encontrarse el mismo motivo en la mitología indoeuropea, y Georges Dumézil84 tiene razón al considerarlo como una versión tardía, pero sin embargo auténtica, del escenario muy antiguo de una iniciación militar. El joven guerrero había de reproducir el combate entre Thor y Hrugner; en efecto, la iniciación militar consiste en un acto de valentía cuyo prototipo mítico es dar muerte a un monstruo tricéfalo. Los frenéticos berserkires, guerreros feroces, repetían con toda exactitud el estado de furia sagrada (wut, menos, furor) del modelo primordial.
La ceremonia hindú de la consagración de un rey, el rajasuya, “no es más que la reproducción terrestre de la antigua consagración que Varuna, el primer Soberano, hizo en su provecho: los Brahmana lo repiten hasta la saciedad… A lo largo de las explicaciones rituales vuelve, fastidiosa pero instructiva, la afirmación de que, si el rey cumple tal o cual acción, es porque en el alba de los tiempos, el día de su consagración, Varuna la llevó a cabo.85 Y ese mismo mecanismo puede descubrirse en todas las demás tradiciones, en la medida en que la documentación que poseemos nos lo permite (cf. las obras clásicas de Moret sobre el carácter sagrado de la realeza egipcia, y de Labat sobre la realeza asiriobabilónica). Los rituales de construcción repiten el acto primordial de la construcción cosmogónica. El sacrificio que se ejecuta cuando se edifica una casa (una iglesia, un puente, etcétera) no es sino la imitación en el plano humano del sacrificio primordial celebrado in illo tempore para dar nacimiento al mundo (véase cap. ii).
El valor mágico y farmacéutico de ciertas hierbas se debe también a un prototipo de la planta, o al hecho de que ésta fue cogida por vez primera por un dios. Ninguna planta es preciosa en sí misma, sino solamente por su participación en un arquetipo o por la repetición de ciertos ademanes y palabras que, aislando a la planta de la especie profana, la consagra. Así, dos fórmulas de encantamiento anglosajonas del siglo xvi, que era costumbre pronunciar cuando se recogían las hierbas medicinales, precisan el origen de su virtud terapéutica: crecieron por primera vez (es decir, ab origine) en el monte sagrado del Calvario (en el “centro” de la Tierra): “Salve, oh hierba santa que crece en la tierra, primero te encontraste en el monte del Calvario, eres buena para toda clase de heridas; en el nombre del dulce Jesús, te cojo”, (1584). “Eres santa, Verbena, porque creces en la tierra, pues primero te encontraron en el monte del Calvario. Curaste a nuestro Redentor Jesucristo y cerraste sus heridas sangrantes; en el nombre (del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) te cojo.”86 Se atribuye la eficacia de esas hierbas al hecho de que su prototipo fue descubierto en un momento cósmico decisivo (“en aquel tiempo”) en el monte Calvario. Recibieron su consagración por haber curado las heridas del Redentor. La eficacia de las hierbas recogidas sólo vale en cuanto quien las coge repite ese acto primordial de la curación. Por eso una antigua fórmula de encantamiento dice: “Vamos a coger hierbas para ponerlas sobre las heridas del Salvador”.87
Esas fórmulas de magia popular cristiana siguen una antigua tradición. En la India, por ejemplo, la hierba Kapitthaka (Feronia elephantum) cura la impotencia sexual, pues, ab origine, el Gandharva la utilizó para devolver a Varuna su virilidad. Por consiguiente, la recolección ritual de la hierba es, efectivamente, una repetición del acto del Gandharva. “A ti, hierba que el Gandharva arrancó para Varuna cuando éste perdió su virilidad, a ti te arrancamos.”88 Una larga invocación que figura en el Papiro de París89 indica el estatuto excepcional de la hierba recogida: “Has sido sembrada por Cronos, recibida por Hera, conservada por Amón, parida por Isis, alimentada por Zeus lluvioso; has crecido gracias al Sol y al rocío…”. Para los cristianos, las hierbas medicinales debían su eficiencia al hecho de haber sido halladas por vez primera en el monte Calvario. Para los antiguos, las hierbas debían su virtud a que habían sido descubiertas por primera vez por los dioses. “Betónica, tú que fuiste descubierta por primera vez por Esculapio, o por el centauro Quirón…”, tal es la invocación recomendada por un tratado de her-borística.90
Sería fastidioso —y hasta inútil para el designio de este ensayo— recordar los prototipos míticos de todas las actividades humanas. El hecho de que la justicia humana, por ejemplo, que está fundada en la idea de “ley”, tiene un modelo celeste y trascendente en las normas cósmicas (tao, artha, rta, tzedek, themis, etcétera) es demasiado conocido para que insistamos en él. También es una característica de las estéticas arcaicas el que “las obras del arte humano sean imitaciones de las del arte divino”,91 y los estudios de Anan-da K. Coomaraswamy lo han puesto en evidencia admirablemente.92 Es interesante observar que aun el estado de beatitud, la eudaimonia, es una imitación de la condición divina, para no hablar de las diversas suertes de entusiasmos creados en el alma del hombre por la repetición de ciertos actos realizados por los dioses in illo tempore (orgía dionisíaca, etcétera): “La actividad de Dios, cuya beatitud supera todo, es puramente contemplativa, y entre las actividades humanas la más venturosa de todas es la que más se acerca a la actividad divina”;93 “hacerse tan parecido a Dios como posible sea”;94 haec hominis est perfectio, similitudo Dei (Santo Tomás de Aquino).
Debemos agregar que, para la “mentalidad primitiva”, cuya estructura ha sido recientemente estudiada por Van der Leeuw con tanta penetración,95 todos los actos importantes de la vida corriente han sido revelados ab origine por dioses o héroes. Los hombres no hacen sino repetir infinitamente esos gestos ejemplares y paradigmáticos. La tribu australiana yuin sabe que Daramulun, “All Father”, inventó, especialmente para ella, todos los instrumentos y todas las armas que ella ha utilizado hasta ahora.96 Asimismo, la tribu kurnai sabe que Munganngaua, el Ser Supremo, vivió cerca de ella, en la Tierra, al principio de los tiempos, a fin de enseñarle cómo fabricar los instrumentos de trabajo, las barcas, las armas, “en una palabra, todos los oficios que conoce”.97 En Nueva Guinea, numerosos mitos hablan de largos viajes por mar, proveyendo así “modelos a los navegantes actuales”, y también modelos para todas las demás actividades, “ya se trate de amor, de guerra, de pesca, de producir la lluvia, o de cualquier otra cosa… El relato suministra precedentes para los diferentes momentos de la construcción de un barco, para los tabúes sexuales que ésta implica, etcétera”.98 Cuando un capitán se hace a la mar, personifica al héroe mítico Aori. “Lleva el traje que Aori vestía según el mito; como él, tiene la cara ennegrecida, y en los cabellos un love semejante al que Aori quitó de la cabeza de Ivi. Baila en la cubierta, y abre los brazos como Aori desplegaba sus alas… Un pescador me dice que cuando iba a cazar peces (con su arco) se consideraba el propio Kivavia. No imploraba el favor y la ayuda de ese héroe mítico: se identificaba con él.”99
Ese simbolismo de los precedentes míticos se encuentra igualmente en otras culturas primitivas. Respecto de los karuks de California, J.P. Harrington escribe: “El karuk hacía lo que hacía porque se creía que los ikxareyavs habían dado el ejemplo en los tiempos míticos. Esos ikxareyavs eran la gente que vivía en América antes de la llegada de los indios. Los karuks modernos, como no saben de qué modo explicar esa palabra, proponen traducciones como ‘los príncipes’, ‘los jefes’, ‘los ángeles’… No quedaron con ellos más que el tiempo necesario para dar a conocer y poner en ejecución todas las costumbres, diciendo cada vez a los karuks: ‘Así harán los humanos’. Sus actos y sus palabras son aún hoy referidas y citadas en las fórmulas mágicas de los karuks.”100
El potlach, ese curioso sistema de comercio ritual que se halla en el Noroeste de América, al que Marcel Mauss consagró un estudio célebre (Essai sur le don, forme archaique de l’échange), no es más que la repetición de una costumbre introducida por los antepasados en la época mítica. Los ejemplos podrían multiplicarse fácilmente.101

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