Los tarahumaras:La forma del mundo

Tomado del libro Hijos de la Primavera: vida y palabras de los indios de América, F. C. E., México, 1994, pág.28
Coordinador: Federico Navarrete Linares.
Adaptación: Luis Rojo.
Ilustrador: Felipe Dávalos.
Cuentan los abuelos que sus abuelos sabían una historia muy vieja, tan vieja que fue contada por los primeros hombres que existieron, y que éstos la supieron porque el que es Padre así lo dijo: porque esto fue lo primero que supieron de él.

    En el principio nadie sabía cómo era la forma de la Tierra ni por que el cielo estaba allá arriba sin caerse. Los primeros que vivieron no sabían cómo explicarse esto. Por más que esforzaban la mirada no alcanzaban a mirar dónde terminaba el mundo, no sabían que detenía al cielo. Tomaron la decisión de mandar a los más fuertes y valerosos a recorrer la Tierra para saberlo.

    Cuando los más fuertes llegaron a la orilla de la Tierra encontraron a los moradores de los confines, pero estos no sabían que podía haber más allí ni tampoco sabían que existiera el que es Padre. Nada les importaba, sólo estaban allí.

    Los enviados decidieron ir más allá , fueron y escucharon la palabra del que es Padre. Él les dijo que no debían ir más lejos. Le preguntaron quéé había ahí y por quéé no podían ir. La palabra del que es Padre les contestó que no hallarían nada, que sólo encontrarían las columnas de fierro que sostienen al cielo. Les dijo que la Tierra es circular como una tortilla o como un tambor, y que el cielo es como una tienda de campaña azul sostenida por columnas de fierro. Les explicó que si llegaban hasta donde están las columnas tendrían que subir por ellas para alcanzar el sitio donde esta él, pero que nunca podrían regresar con los suyos.

    Esto dijo el que es Padre, esto dijeron al regresar los primeros tarahumaras y así lo contaron a sus hijos y éstos a los suyos.

Elsolylaluna alprincipio deltiempo: Tarahumaras

Tomado del libro Hijos de la Primavera: vida y palabras de los indios de América, F. C. E., México, 1994, pág.201
Coordinador: Federico Navarrete Linares.
Adaptación: Gabriela Rábago.
Ilustrador: María María Acha.
En el principio del mundo, de esto hace ya mucho tiempo, era grande la oscuridad sobre la Tierra, pues el Sol y la Luna no la podían iluminar. Eran dos pobres niños vestidos con hojas de palma que vivían solos en una cabaña. No tenían vacas ni ovejas. Lo único que comía la Luna eran piojos de la cabeza del Sol. Los dos eran oscuros y no brillaban. Por eso, el Lucero de la Mañana era el único ast ro que esparcía alguna luz sobre el mundo.

También había seiscientos tarahumaras que no hallaban que hacer a causa de la oscuridad. Para andar tenían que cogerse de las manos, y de todas maneras tropezaban. Así no podían trabajar ni conocerse unos a otros.

    Entonces los tarahumaras fueron a buscar al Sol y a la Luna. Los curaron tocándoles el pecho con crucecitas mojadas en tesgüino. Así comenzaron a brillar y a dar luz. Ese fue su principio. Los tarahumaras de ahora, hijos de aquel los seiscientos hombres, cuentan que fue así como se iluminó la tierra y pudieron trabajar y verse las caras.

lakuta le kipa:La ultima mujer yagan.

Tomado del libro Hijos de la Primavera:vida y palabras de los indios de América; F.C.E., México 1994 pág.175
Coordinador: Federico Navarrete Linares.
Adaptación: Federico Navarrete Linares.
Ilustrador: María María Acha.
Me llamo Lakuta le kipa. Lakuta es el nombre de un pájaro y kipa quiere decir mujer. Cada yagán lleva el nombre del lugar donde nace, y mi madre me trajo al mundo en la bahía Lakuta. Por eso me pusieron por nombre Mujer Lakuta. Así es nuestra raza, somos nombrados según la tierra que nos recibe. Pero ahora todos me conocen como Rosa, porque así me bautizaron los misioneros ingleses que vinieron a enseñar su religión a nuestra tierra.

    Soy la última de la raza de Wollaston. Los wollaston eran una de las cinco tribus yaganas. Cada una de esas tribus vivía en distinta parte en las islas al sur de la Tierra del Fuego, pero todos éramos dueños de la misma palabra, todos hablábamos la misma lengua. Ahora han muerto todos y sólo quedo yo, que ya estoy vieja.

    No sé cuando nací. Cuando era pequeña vivía con mi papá y mi mamá. Los acompañaba a pescar y a matar nutrias. Mi papá tenía una canoa grande, hecha de un tronco escarbado con hacha y una tabla encima, para que no entrara el agua. Ni un poco se filtraba, pero ¡cómo se movía! Las guaguas íbamos en la parte de atrás, envueltas con ropas que nos daban en la misión. No nos podíamos mover.

    -Que no se levanten los chicos a mirar el fondo del mar. Porque puede venir una cosa mala -decía mi padre.

    Por eso nos quedábamos quietos y no podíamos jugar. Siempre había fuego en la canoa para calentarnos. Lo prendían sobre arena y yerbas y el calor se sentía de proa a popa. Pero yo pasaba mucho frío. Mi mamá remaba y mandaba a bordo.

    Nadie sabía nadar, porque ya se estaban perdiendo las costumbres de los antiguos. Por eso, cuando se hundía una canoa ¡al fondo se iban todos! Nunca salíamos cuando había marejada, pero a veces nos pillaba el mal tiempo en medio del canal y yo me asustaba mucho.

    En tierra siempre encontrábamos un lugar para acampar y ahí armábamos nuestro ákar. Sólo teníamos que levantar las varas de la tienda, que eran largas y se juntaban en la parte de arriba, y luego taparlas con las telas que nos daban en la misión. Adentro prendíamos un fuego y nos quedábamos comiendo mariscos. A la hora de dormir nos tapábamos y sentíamos un lindo calorcito que desparramaba la fogata por todo el ákar.

    Así íbamos de una isla a otra, buscando en la naturaleza lo que podíamos comer. Por eso éramos más sanos que los hombres de hoy, que son tan políticos para comer. No éramos nada tontos. Ni hablar de lo rico que es el lobo de mar chiquitito, bien asado y con sal y otros condimentos. El aceite de lobo también es muy bueno. Si se toma frío engorda mucho y ayuda a mantener el calor. Los pájaros de la playa son muy sabrosos de comer.

    A mi me encantaba el challe y una vez me enfermé. Amanecí con tremendo dolor de cabeza y mi madrina tuvo que sanarme. Agarró una rama de chaura y la puso sobre mi cabeza, haciendo “juuuuuummm” con la boca hasta que la enfermedad pasó.

    A veces iba con mi madrina y mi mamá a cazar pájaros cuando estaba oscuro. Nos subíamos a la canoa y nos acercábamos sin hacer ruido a las barrancas donde vivían. Las dos levantaban sus palos con fuego para encandilarlos. Caían varios dentro de la canoa y ahí mismo los matábamos.

    En el tiempo del verano siempre habia huevos. Comíamos tantos que nos quedábamos dormidos de llenos.

    Después de comer, esperábamos que el mar se calmara y partíamos otra vez. Así era nuestra costumbre, como los gitanos. Y hasta hoy me gusta andar en canoa de un lado a otro, porque así es la naturaleza de mi raza.

    Cuando apenas caminaba me quisieron llevar a la escuela de los ingleses, en la misión de Tekenica. Ahí llevaban a todos los chicos aunque tuvieran padre y madre, para que aprendieran. Mi mamá me contaba que a las mujeres les enseñaban a hilar y a tejer, y que cuando hacían mal su trabajo, las hacían sacar los puntos para que aprendieran bien. Pero cuando llegó mi tiempo de estudiar, ya no había escuela ni enseñaban a tejer porque no hacía falta. Los niños y los chiquillos que iban a la escuela empezaron a morir de golpe, casi al mismo tiempo, como si los estuvieran envenenando. Era alguna enfermedad que los atacaba, tal como ahora llega alguna tos mala y agarra a muchos; sólo que entonces no había doctor ni vacunas.

    Por eso no fui a la escuela.

    En esa época ya andábamos todos vestidos con la ropa que nos daban los misioneros, ya teníamos todos zapatos. Los antiguos no eran así, ellos andaban pelados. Sólo se ponían un cuero muy pequeño de nutria o de foca sobre la espalda. Por eso eran más sanos, no sentían frío ni siquiera cuando había nieve. Nosotros, en cambio, usamos tanto trapo y nos morimos más que antes.

    Antes, en el invierno, cuando caía mucha nieve, las mujeres se divertían haciendo bolas con las manos y correteándose. También inflaban el estómago de un animal y lo tiraban de un lado a otro como pelota. Era muy entretenido, decía mi madre. Pero yo no alcancé a jugar así, porque ya no había niños que jugaran conmigo. Ya nos estábamos acabando.

    Cuando había mal tiempo, los ancianos se juntaban en el ákar y contaban sus historias junto al fuego. Ellos me contaron que el arco iris que está en el cielo se llama Watauineiwa. A él le piden favores los hechiceros yaganes y también todos los que necesitan algo porque Watauineiwa no castiga, sólo ayuda. Si uno mira al cielo cuando sale el arco iris, puede ver uno pequeño junto al más grande. El pequeño se llama Akainij y es hijo del otro. Los dos son lo mismo.

    Cuando hay tempestad se le pide que venga la calma. Si hay un niño huérfano, sin padre y sin madre, las personas que lo cuidan lo llevan ante Watauineiwa y Akainij para que hable y les pida:

    “Yo estoy solo, no tengo padre, no tengo madre, no tengo hermano”, les dice el niño huérfano.

    Watauineiwa lo ayuda. Al otro día amanece en calma para mariscar. Se puede salir en la canoa y no falta alimento. Es como si el niño hubiera pedido perdón para que todo está bien en la tierra y termine el mal clima.

    Cuando había mal clima los hechiceros también salían de su ákar para rogar que mejorara el tiempo.

    A los yaganes les dijeron que Watauineiwa es como el padre de Jesucristo y Akainij, su hijo. Así me contaron. Rezarle al arco iris es rezarle a Jesucristo.

    “Matahuakaiak , ayúdanos” le decían.

    Hoy día ya nadie cree en nada. A veces me pregunto cómo los antiguos sabían tanto, porque andaban pelados y no iban a la escuela. Pero aprendían porque hablaban con Watauineiwa.

    Tiempo después nos fuimos a vivir a la misión, en el pueblo de Douglas, con los ingleses. Ya no anduvimos más por ahí, mariscando y pescando. Los ingleses nos daban casas para vivir, pero las viejas no se acostumbraban. Querían su ákar, les gustaba vivir según la naturaleza de la raza.

    Todas las mañanas tocaban la campana para avisar la hora de ir a la iglesia. Chicos y viejos teníamos que ir durante la semana y también el domingo. Los que sabían leer inglés rezaban con un librito. Una veterana estaba enojada todo el tiempo.

    -¡Clavaron a Jesucristo! -decía indignada.

    Los sábados nos repartían víveres. No nos faltaba la carne porque ya había muchas vacas en Navarino. También abundaban los guanacos. Su carne es rica y su grasa es buena para hacer sopaipillas.

    Los hombres iban al monte a trabajar la leña y las viejitas los mandaban a mariscar. Míster Williams, el misionero, les pedía erizos, cholgas, centollas y a cambio les entregaba alimentos. Mis paisanos partían con sus canoas de tronco o sus chitas para agarrar a los animales del mar. Eran muy inteligentes, podían fabricarse todo lo que necesitaban para vivir.

    De vez en cuando llegaba un barco desde Inglaterra, con regalos para los yaganes. En Navidad nos tenían que dar ropas y frazadas. Eran muy lindas las que yo tenía.

    Llevábamos poco tiempo en Douglas cuando mi padre murió ahogado. Fue por el licor que habían importado unos rancheros. Una paisana robó unas botellas y partieron hacia Douglas con una canoa. Iban mi abuelo, mi padre, otro hombre, la ladrona y Keity, una bonita mujer yagana. Mi padre estaba tan enamorado de ella que iba a dejar a mi madre para irse con ella, pero el otro hombre también la quería. Les faltaba muy poco para llegar a Douglas, estaban ya cerca de la orilla cuando empezaron a pelear mi padre y ese hombre y la canoa se volteó. Mi abuelo y mi padre murieron ahogados por tomar esa grapa. Pobres.

    Todos fuimos a verlos. Estaban tirados en la playa. Lloré cuando vi a mi padre y ahí me quede sentada a su lado, llorando y mirando. De Mejillones y otros lados empezó a llegar la familia. Eran muchos. Tenían que hacer su duelo yagán.

Chiminiguagua

Chiminigagua

Tomado del libro Hijos de la Primavera: vida y palabras de los indios de América; F.C.E., México 1994 pág.108
Coordinador: Federico Navarrete Linares.
Adaptación: Silvia Tuchman.
Ilustrador: Felipe Dávalos.
Contaban los antiguos muiscas que antes de que existiera algo en este mundo, cuando la oscuridad llenaba todo como una eterna noche, sólo existía una gran cosa que no tenía forma ni cara. Pero en su interior poseía la luz. Por eso los antepasados la llamaron Chiminigagua.

    Dicen también que una vez Chiminigagua se hirió el gigantesco vientre y de su herida empezó a asomar un haz luminoso. De esta primera luz surgió la vida.

    Después Chiminigagua creó grandes aves negras y las echó a volar para que derramaran su aliento sobre las cimas. De sus bocas salían leves soplos de aire luminoso y transparente, que hicieron que la Tierra se viera clara e iluminada, como es ahora.

El sol y el viento

Tomado del libro Hijos de la Primavera: vida y palabras de los indios de América ; F.C.E., México 1994 pág.30
Coordinador: Federico Navarrete Linares.
Adaptación: Katyna Henríquez.
Ilustrador: Andrés Sánchez de Tagle.
El Viento y el Sol se encontraron. El Viento lucía una larga capa, un saco de lana muy gruesa y un sombrero muy grande. El Sol lo veía con sus ojos amarillos, grandes y brillantes, asomados bajo un sombrero de paja ardiente.

    Era el día de la contienda en que medirían sus fuerzas. Querían saber cuál de los dos era el más poderoso.

    El Viento dijo:

    -Es mucho, Hermano Sol, lo que yo puedo hacer… Yo hago volar por los aires sus sombreros, dejo sin abrigo a sus wawas y sin techo a sus casas. Sin mí no podrían despajar en las trillas.

    El Sol respondió:

    -Con mi calor consigo lo que quiero, los hago correr buscando abrigo y sombra bajo los montes y refresco en el río. Los hago sudar y quitar sus ponchos, desnudos tienen que trabajar por mi calor. Y a ti también, Hermano Viento, puedo quitarte el so mbrero, la capa y hasta el saco.

    El Viento y el Sol compitieron. El Viento empezó a soplar con fuerza pero no consiguió quitarle el sombrero al Sol, ni mover uno solo de sus rayos, ni apagar la chispa amarilla de sus ojos. Cuando llegó su turno, el Sol comenzó a calentar más y más . Tan grande era el calor que el Viento, sofocado y sudoroso, se quitó el sombrero de alas. Después se quitó la capa y el saco. Desde entonces reina el Sol y al Viento se le ve vagando desnudo por los caminos, silbando su derrota.

las tres pipas

LAS TRES PIPAS

      Una vez un miembro de la tribu
se presentó furioso ante su jefe
para informarle que estaba
decidido a tomar venganza
de un enemigo que lo había ofendido gravemente.

      Quería ir inmediatamente y matarlo sin
piedad.  El jefe lo escuchó atentamente y luego
le propuso que fuera a hacer lo que tenía
pensado, pero antes de hacerlo llenara
su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.

      El hombre cargó su pipa y fue a
sentarse bajo la copa del gran árbol.
Tardó una hora en terminar la pipa.  Luego
sacudió las cenizas y decidió volver
a hablar con el jefe para decirle que lo
había pensado mejor, que era
excesivo matar a su enemigo pero que
si le daría una paliza
memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.

      Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó
su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado
de parecer, llenara otra vez la pipa
y fuera a fumarla al mismo lugar.
También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.

      Después regresó a donde estaba
el cacique y le dijo que consideraba excesivo
castigar físicamente a su enemigo, pero que iría
a echarle en cara su mala
acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.

      Como siempre, fue escuchado con bondad
pero el anciano volvió a ordenarle que
repitiera su meditación como lo había hecho
las veces anteriores.  El hombre medio
molesto pero ya mucho más sereno se
dirigió al árbol centenario y allí sentado
fue convirtiendo en humo, su tabaco y su problema.

      Cuando termino, volvió al je fe y le dijo: “Pensándolo
mejor veo que la cosa no es para tanto.
  Iré donde me espera mi agresor para darle
un abrazo. Así recuperaré un amigo
que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho”.

      El jefe le regaló dos cargas
de tabaco para que fueran a fumar juntos
al pie del árbol, diciéndole:
“Eso es precisamente lo que tenía que
pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario
darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo”.

para ti

Experimenta la sensación del despertar
Vive la luz que esta dentro de ti
brillando cada vez que miras algo que te emociona
que te hace llegar a un punto en el que
el gozo lo único que te provoca es llorar
llorar de la inmensa alegría de ser parte de este país
Y de vivir en este momento maravilloso
que significa una oportunidad que tu mismo pediste
para vivir en este tiempo y este espacio
y formar parte de este gran despertar de la humanidad
Mira a tu alrededor
cada montaña que rodea a Tenochtitlan
cada árbol
cada piedra
cada pedazo de tierra
los volcanes
la fuerza del sol
la luna
el viento que roza tu alma
el agua que purifica tu espíritu
la luz en la mirada de los niños
la esperanza en el rostro de los ancianos
el toque de los huehuetl suena a lo lejos
te estan llamando
Despierta

Itzmazatl

YEHUATL IPAL NEMO UANI

YEHUATL IPAL NEMO UANI
El Es, El da la vida.

Cuando el mundo vivía en la mas completa oscuridad, se oyó la voz de Corazón del Cielo estallar y vomitó fuego, que al ir cayendo se transformó en lluvia de fuego y estrellas, y se formo la gran familia Celeste (Sistema Solar), desde entonces estamos conjurados a regresar al ILHUIKAYOTL (Corazon del Cielo) dejándonos al Padre Sol (TONATIU)
como ombligo XIHTLI por el cual regresaremos. -tradición. Tolteka/Naua.
Todo lo que existe es o a sido formado por la actividad conjunta de un factor femenino (-) y uno masculino (I) fundidos en uno solo (+)

OMETEKUHTLI Creador dual.
La humanidad es el resultado del esfuerzo de ocho seres, primeramente dispersos, se acercaron para integrarse en uno solo, la inteligencia KETZALKOATL / la memoria TEZKATLIPOKA / la voluntad UIZILOPOCHTLI / la vista KUAUHTLI / (águila) / el oído OZELOTL (jaguar) / el
tacto KOATL (la serpiente) / el gusto TOCHTLI (el conejo) / el olfato MAZATL (el venado ) / mas la fuerza de Vluntad, la Memoria y la Razon coordinando a todas estas entidades en una sola el HOMBRE OMETEKUHTLI Les dicto su DESTINO: Viviran siempre cerca y junto (TLOQUE NAHUAQUE) como los dedos de nuestras manos, y su Dstino sera DESCUBRIR Y CREAR, y si no descubren
y crean pereceran.

Fraternalmente
AKAYOLOTL

TLAZOKAMATI UEL MIA

La historia de los sueños

La historia de Íos sueños

La historia que te voy a contar no me la contó nadie.
Bueno, me la contó mi abuelo pero él me advirtió que
sólo La entendería cuando la soñara. Así que te cuento la
historia que soñé y no la que me contó mi abuelo —el
Viejo Antonio estira sus piernas y se frota las rodillas
cansadas. Suelta una lanzada de humo ore opaca el re-
flejo de !a luna en la acerada hoja que reposa sobre sus
piernas, y continúa…

“Cuentos para una soledad desvelada”
Subcomandante Insurgente Marcos
Editorial Ekosol

“En cada surco de piel que se nace en el rostro de los
grandes abuelos se guardan y se viven los dioses nuestros.
Es e! tiempo de lejos que se llega hasta nosotros. Por el tiempo
camina la razón de nuestros antepasados. En los mas viejos hablan

los grandes dioses, nosotros escuchamos. cuando las nubes se acuestan
sobre la tierra, apenas agarradas con sus manitas de los cerros,
entonces se bajan los dioses primeros a jugar co n los hombres y
mujeres, cosas verdaderas les enseñan. Poco se muestran los
dioses
primeros, traen cara de noche y nube. Sueños son que soñamos
para ser
mejores.
Por los sueños nos hablan y enseñan los dioses primeros !
El hombre que no se sabe soñar muy solo se queda y esconde su
ignorancia en el miedo. Para que pudiera hablar, para que pudiera
saber y saberse, los primeros dioses enseñaron a los hombres y
mujeres de maíz a soñar, y naguales les dieron para que con
ellos
caminaran la vida.
· los naguales de los hombres y mujeres verdaderos son el
jaguar, el águila y el coyote. el jaguar para pelear, el águila
para
volar los sueños el coyote para pensar y no hacer caso del
engaño
poderoso .
en el mundo de los dioses primeros, los que formaron el mundo, todo
es sueño .es la tierra que vivimos y morimos un gran espejo del
sueño
en el que viven los dioses.
Viven todos juntos los grandes dioses. parejos están No hay quien
es
arriba y quien es abajo. Es la injusticia que se hace gobierno la que
descompone el mundo y pone a unos pocos arriba y a unos muchos abajo.
No así en le mundo. El mundo verdadero, el gran espejo del
sueño de
los dioses primeros, los que nacieron el mundo, es muy grande y todos
caben parejos. No es como el mundo de ahorita que chiquito lo hacen
para los pocos se estén arriba y los muchos se estén abajo. El
mundo
de ahora no es cabal, no es un buen espejo que refleje el mundo de
sueños donde viven los dioses primeros.
Por eso los dioses regalaron a los hombres y mujeres de maíz un
espejo que se llama *DIGNIDAD. En el los hombres se ven iguales y se
hacen rebeldes si no son iguales. Así empezó la rebeldía de
nuestros
primeros abuelos, los que hoy se mueren en nosotros para que
vivamos.
El espejo de la dignidad sirve para derrotar a los demonios que
reparten la oscuridad. Visto en el espejo, el señor de la
oscuridad
se ve reflejado como la nada que lo forma. Como si fuera nada, en
nada se deshace frente al espejo de la dignidad el señor de la
oscuridad, el desparejador del mundo.
Cuatro puntos pusieron los dioses para que el mundo se estuviera
acostado. No porque cansado estuviera, sino para que parejos se
caminaran los hombres y mujeres, para que parejos se caminaran los
hombres y mujeres, para que todos cupieran, para que nadie encima de
otro se pusiera. Dos puntos pusieron los dioses para volar y estarse
en tierra se pudiera. Un punto pusieron los dioses para que los
hombres y mujeres verdaderos se estuvieran caminando. Siete son los
puntos que dan sentido al mundo y trabajo a los hombres y mujeres
verdaderos: el frente y el atrás, el uno y el otro costado el
arriba
y el abajo, y el séptimo es el camino que soñamos el destino de
los
hombres y mujeres de maíz, los verdaderos.
Una luna en cada pecho regalaron los dioses a las mujeres madres,
para que alimentaran de sueño a los hombres y mujeres nuevos. En
ellos viene la historia y la memoria, sin ellos se come la muerte y
el olvido. Tiene la tierra, nuestra madre grande dos pechos para los
hombres y mujeres verdaderos, dicen * vamos a soñar *dicen y se
dicen * vamos a luchar *.
Se calló el viejo Antonio. Se calló o dormido me quedé
Sueño que sueño, sueño que sé sueño que entiendo …
Arriba el seno de la luna regalaba leche en el camino de Santiago.
La madrugada era reina y todo estaba por hacer, por soñar, por
luchar

· *relatos de el viejo Antonio.
· Subcomandante insurgente Marcos.*

El candidato de los perros relato siux

El candidato de los perros

(Relato sioux)

Estaban una vez los perros tratando de elegir un presidente. Así que uno subió al estrado en la gran convención de perros y dijo:

“Propongo al bull dog para presidente. Es fuerte. Puede pelear”.

“Pero no corre bien” replicó otro perro. “¿De qué sirve un peleador si no puede correr? No atraparía a nadie”.

Entonces otro perro se puso de pie:

“Propongo al galgo, porque corre muy bien”.

Pero los demás gritaron:

“¡Noo! Sí, puede correr, pero no sabe pelear. Cuando atrape a alguien, ¿qué va a pasar? Le van a partir el hocico. Eso es. Para lo único que deveras sirve es para echarse a correr”.

Un pequeño y feo callejero se puso a dar de saltos y dijo:

“Propongo para presidente a ese perro de allá que le huele tan bien abajo de la cola”.

Inmediatamente saltó otro callejero igualmente feo y proclamó:

“Apoyo esa candidatura”.

Todos los perros se pusieron, al instante, a olisquear bajo las colas de los demás. Se alzó un coro de voces:

“¡Fúchila! A ése no le huele bien bajo la cola”.

“Tampoco a éste”.

“Este otro no tiene madera presidencial”.

“No, tampoco sirve”.

“Y éste no puede ser el elegido del pueblo”.

“¡Guácala! Éste no es mi candidato”.

La próxima vez que salgas a caminar por ahí, fíjate en cómo los perros olisquean bajo las colas de todos los demás. Buscan un buen candidato, pero siguen sin encontrarlo.

Relato brulé sioux dicho por Lame Deer en la reservación india de Rosebud, Dakota del Sur, y grabado por Richard Erdoes en 1969: “Nosotros no pensamos mucho en las elecciones del hombre blanco. No importa quién gane, los indios siempre perdemos”, expresó entonces. Esta versión procede del ya clásico volumen Mitos y leyendas de los indios norteamericanos, selección y edición de Richard Erdoes y Alfonso Ortiz, Pantheon Books, Nueva York, 1984.

Los brulé sioux (o sichangu), una de las siete tribus lakota al oeste del río Misuri reunidas en el Oceti Shakowin o Concilio de los Siete Fuegos de los teton wan (como se autonombra el pueblo lakota), conservan la búsqueda de visiones, la danza del sol, las ofrendas de la carne, el ritual del peyote y otras tradiciones poderosas.

(Traducción del inglés: Hermann Bellinghausen)

1 8 9 10 11 12 13