LA CAZA DE BRUJAS EN LA HISTORIA MODERNA

 

Por  María Teresa Fuster

  Cuando se emprende el estudio de la Europa Moderna, no se puede dejar de considerar un fenómeno singular y único que marcó a este rico período: la caza de brujas.

Durante el siglo XVI Europa se ve infectada de denuncias sobre brujería. Miles de personas sospechadas de esta práctica eran detenidas y sometidas a interrogatorios, tanto por las autoridades civiles como por la temible Inquisición. La simple probabilidad de caer en sus manos llenaba de terror. El uso de tortura, tanto para lograr la confesión o simplemente para la confirmación de ésta, era lo habitual. Y las penas podían ir desde la abjuración pública y el uso del sanbenito – un hábito amarillo con una cruz roja, cada vez que salía de su casa – muestra pública de vergüenza y humillación, hasta la condena a muerte en la hoguera (1)

Ocupaba un lugar destacado en las delaciones e interrogatorios la descripción de las prácticas y reuniones nocturnas sabáticas celebradas por los miembros de sectas de brujos. Estas descripciones incluían la negación de la fe, el pacto satánico, la orgía sexual, el sacrificio de niños, el vuelo nocturno, el ejercicio de poderes maléficos contra hombres, animales y cosechas, junto con la inversión de los valores del culto cristiano, que introducían el caos en el orden divino, social y simbólico de las asustadas poblaciones.

El resultado de estas denuncias llevó a la muerte a miles de personas. La caza de brujas alcanzó su clímax entre los siglos XV y XVII, siendo para el siglo XVIII sólo un recuerdo. ¿ Cómo llegó a construirse la imagen de la bruja satánica, de manera tal como para generar psicosis colectivas? ¿ Tenían las prácticas descriptas un trasfondo real? Y: ¿cuál fue la razón que hubo tras la construcción de esta imagen?

La clave para entender este fenómeno la tenemos que buscar en la historia del pensamiento, en particular en el religioso. Así como la idea bíblica de la existencia del diablo llevó siglos de elaboración teológica (2), la figura del brujo o hechicero (3) como agente del demonio y las prácticas supersticiosas como hechos satánicos, llevó siglos de composición por los pensadores de la Iglesia.

Marcelo Campagne en Homo Catholicus. Homo Superstitiosus (4), describe tres modelos de superstición elaborados a lo largo del tiempo: el modelo clásico, el cristiano y el científico racionalista. Mostrando así la clara evolución del pensamiento sobre costumbres y hechos ancestrales, y la distinta manera de percibirlos y entenderlos según los distintos modelos prevalecientes. Para el modelo Clásico, greco latino, la superstición, ese temor excesivo a los dioses, la creencia que los males se originaban de pecados o prácticas rituales era simplemente ignorancia, emociones surgidas de falsos razonamientos. “La perversión ha sido la fuente de creencias falsas, crasos errores y supersticiones apenas por encima del nivel de los cuentos de viejas”, escribía Cicerón (5). El cristianismo en el I siglo compartía esta idea: ” Rechaza las fábulas profanas y los cuentos de viejas”, escribía San Pablo a su discípulo Timoteo (6).

Unos trescientos años después, a través de San Agustín de Hipona llegaría (354-430 d. C.) la formulación del modelo cristiano de superstición. El Obispo de Hipona unificó bajo el término superstición prácticas de orden cultual –referidas a desviaciones dentro de la formulación del culto, como idolatría – y aquellas que no lo eran – tales como creencias en amuletos, en maleficios, horóscopos, agüeros y “vendajes y remedios que condena la ciencia médica… o en colgarse o atarse algún objeto”, escribía San Agustín (7). Por otro lado, establece una clara relación entre la superstición y la demonología, sosteniendo que detrás de las supersticiones están los demonios, y que éstos pueden producir efectos reales. Esta idea va a traer con el tiempo importantes consecuencias.

Durante la Alta Edad Media este criterio se deja de lado, se niega que hubiese verdad detrás de las supersticiones. Ejemplo de esto es el fragmento existente del Canon Episcopi del siglo IX, donde refiriéndose a creencias populares sobre ciertas mujeres adoradoras del diablo, que participan en cabalgatas nocturnas, dice lo siguiente: “De hecho, una innumerable cantidad de personas, engañadas por esta falsa creencia, considerando estas cosas verdaderas, se desvía de la justa fe y cae en el error del paganismo porque termina afirmando la existencia de alguna otra divinidad o potencia sobrenatural además del único Dios. Es por eso que los sacerdotes en sus iglesias deben predicarle al pueblo continuamente para hacerle saber que ese tipo de cosas son enormes mentiras y que estas fantasías son introducidas en las mentes de hombres sin fe no por el espíritu divino, sino por el espíritu del mal” (8). Si bien este valioso documento negaba a la brujería realidad física, condenaba a quienes creían en ella, preparando el camino para la oleada de represión que ocurriría siglos después. Además su descripción del vuelo nocturno contribuyó a extender y fijar el concepto histórico de sabbat.

En los siglos XII y XIII brilla el pensamiento escolástico en las universidades europeas. Santo Tomás de Aquino (l225- 1274), uno de sus más grandes exponentes, retoma la reflexión sobre la superstición, siguiendo el pensamiento de San Agustín sobre el tema. Profundiza y complejiza la noción de pacto con el diablo, distinguiendo con claridad el pacto expreso, directo con el demonio, del pacto tácito, que incluía augurios, sortilegios, astrología, adivinación por sueños, presagios, quiromancia, y práctica similares. “… toda adivinación hace uso, para conocer los futuros eventos, del consejo y ayuda de los demonios. Esto a veces se implora expresamente; pero otras veces, y sin intención alguna del hombre, los mismos demonios intervienen secretamente y anuncian sucesos futuros que ellos conocen”, escribía Santo Tomás en La Summa Theologica (9). Lo cual convertía a los ejecutantes de estas prácticas en agentes de los demonios y en punibles de castigo dado la existencia de un pacto previo con el diablo, aunque éste fuese tácito.

La filosofía y teología de la escolástica, si bien aportó pocos elementos nuevos al concepto de brujería, suministró una lógica interna y una estructura intelectual coherente al fenómeno, proporcionando de esta manera las armas necesarias a los inquisidores para proceder en su persecución de brujas.

Sin embargo, la actitud que el espíritu medieval va a tomar frente a la superstición y, en especial, frente a las brujas y la hechicería, es muy vacilante todavía. Hay muchas manifestaciones de duda y de interpretación racional. Para l400 la corte de Francia, como muchas otras cortes europeas, era un hogar para la magia y la astrología (10). Sin embargo, gradualmente el escepticismo se va abandonando, las ideas tomistas van generando aceptación en los teólogos, en especial la noción de pacto tácito (11) con el diablo, y así lentamente va conformando el estereotipo satanizado de la bruja.

Algunos investigadores sostienen que el inicio de la caza de brujas y la configuración del sabbat se encuentran en el siglo XIV, mientras que otros afirman que recién en el XV hay pruebas claras de este hecho. Carlo Ginzburg en Historia Nocturna plantea la tesis de que esta nueva imagen de la brujería practicada por grupos que celebraban reuniones nocturnas surge en los Alpes Occidentales a mediados del siglo XIV (12). Si bien, fuentes como el Fornicarius – que utiliza Ginzburg – demuestran que la brujería ya era un hecho reconocido como satánico en ese siglo, la imagen completa del sabbat y del vuelo nocturno, característica del fenómeno, no están presentes aún. Es recién a comienzos del siglo XV cuando comienza con intensidad la persecución y condena de individuos por la acusación de brujería y elementos del estereotipo del aquelarre ya se encuentran plenamente desarrollados en los registros de los interrogatorios. Ya se había cristalizado la imagen completa de la bruja que había realizado un pacto con el diablo, con el fin expreso de dañar al prójimo, que celebraba con sus compañeros reuniones nocturnas, donde se practicaban los hechos más aberrantes. Fray Martín de Castañega en su Tratado de las supersticiones y hechicerías (Logroño, l529) describe las ideas que circulaban con respecto a estas ceremonias al relatar: “Más muchos de los sacrificios antiguos diabólicos y las más solemnes, se celebraban con sangre humana, ofreciendo, degollando y sacrificando a sus propios hijos e hijas al demonio”. Esta costumbre de devorar niños o ofrecerlos en sacrificio al demonio, era uno de los elementos característicos del estereotipo de las brujas, así como también el vuelo nocturno, del cual Castañega menciona al decir que: ” de creer es que permite (Dios) alguna vez que el demonio lleve por los aires a sus familiares” (l3).

Este estereotipo ya plenamente formado, para el siglo XV, da lugar a que las autoridades emprendan una caza sistemática de estos supuestos adoradores del demonio. El papa Inocencio VIII en l484 en la Bula Summis Desiderantes Affectibus autoriza las persecuciones de brujas por parte de los inquisidores, dado que “… muchas personas de ambos sexos, olvidándose de la propia salvación y desviándose de la fe católica han mantenido relación con demonios..”, nombra a inquisidores calificados para las regiones de Germania, con el fin de “evitar la peste de la hechicería perversa y similares excesos difundan su veneno dañando a otros inocentes… es consentido a los inquisidores antes nombrados ejercitar su oficio inquisitorial en dichas regiones y que les debe ser permitido proceder a la corrección, encarcelamiento o punción de las mencionadas personas” (l4).

Se emprende de esta manera una caza despiadada contra personas que en muchos de los casos eran depositarias de sabiduría y costumbres ancestrales, como el uso de ciertas hierbas con propósitos curativos o amatorios, y que durante siglos habían sido aceptadas y respetadas dentro de las comunidades; pero que, ahora, producto de esta deliberada construcción ideológica, se veían desplazados de la misma, considerados enemigos de la fe y de los verdaderos cristianos.

El diferente, el otro, el marginal siempre ha sido y aún hoy lo es, la figura sospechada. Ante el menor hecho adverso el diferente es señalado como responsable. Así fue como en el medioevo europeo el leproso, el judío, el hereje fueron las víctimas constantes, acusadas de todos los males que sucedían en la comunidad. Si ocurría una epidemia, ellos eran los responsables, pues habían envenenado las aguas con polvos (l5). Los rumores circulaban y como consecuencia de esto miles de individuos entre ellos perdían la vida. A comienzos de la modernidad fueron reemplazos por la figura estereotipada del brujo o bruja, un ser al margen de la sociedad, capaz de todos los crímenes y males posibles, el culpable por excelencia (l6) “Ni bien había comenzado a recrudecer la peste”, escribía el Cardenal Federico Borromeo, en 1630, “se difundió entre el vulgo una cierta convicción: que aquellos que ejercitaban el difícil arte de untar las paredes, mezclaban los unguentos con acuerdos pactados con los demonios… el veneno propio de la peste” (17). Estas eran las creencias corrientes que circulaban y que llevaban a la detención y muerte de muchos acusados.

Esta construcción ideológica tuvo como consecuencia una separación aún más radical entre el pequeño grupo de teólogos que decidían que era y que no era superstición y brujería, y el pueblo que, en la mayoría de los casos, practicaba o creía en estas cosas. Enrique Kraemer, nombrado inquisidor por Inocencio VIII, preocupado porque algunos magistrados, tanto civiles como eclesiásticos, no creían en las acciones de brujas y magos escribió: “Es pues peligrosísimo predicar de este modo defendiendo a las brujas y haciendo que crezca su número… las brujas son creídas cuando niegan creer en los demonios y dicen que no les entregaron su propio cuerpo y alma y que no ofrecen sus propios hijos ni practican otros horribles ritos que son enumerados en los dichos discursos sobre las brujas” (18). De ahí la multiplicación de los denominados Tratados Antisupersticiosos para instruir a aquellos que debían reprimir lo que los teólogos decidían que era incorrecto. La invención de la imprenta en l450, ayudó a la difusión de estos tratados y a generalizar el estereotipo de la bruja satánica. Resulta paradójico que uno de los más grandes inventos de la modernidad, que uno asocia a la difusión de la cultura y la apertura del pensamiento, haya sido precisamente uno de los medios indirectos de la propagación de la ignorancia e intolerancia.

En su introducción, el Tratado de Fray Martín de Castañega, declara que el propósito de su publicación era ” que los visitadores y curas, y aún todos los clérigos deste muy honrado y grande obispado, lo tengan entre manos por ser materia peregrina… para quitar muchas ignorancias que muchos, que presumiendo de letrados, niegan las materias de las supersticiones y hechicerías” (19). Los mismos que tenían la responsabilidad de reprimir la hechicería muchas veces estaban en confusión de los que realmente era superstición y lo que no lo era. Esto muestra el carácter de construcción del concepto mismo de superstición, cuyo fin era el disciplinamiento y control social sobre la población en general y los grupos marginales en particular.

El análisis de un caso particular ocurrido en San Miniato (20) un pueblo del ducado de Florencia en 1594, nos puede ayudar a entender lo expuesto con anterioridad sobre lo que se encontraba detrás de esta caza o persecución de “brujas”. Es el proceso contra una mujer viuda de unos sesenta años, que ejercía el oficio de partera y curandera, Gostanza, llamada “de Libbiano” – evidentemente el pueblo donde había pasado la mayor parte de su vida y comenzado a ejercer su oficio-. Pocos años antes se había mudado al pueblo de Bagno, y es allí donde es denunciada como bruja ante las autoridades por sus mismos vecinos. Varios elementos significativos se pueden inferir de estos pocos datos. La acusada era mujer, viuda y extranjera en el pueblo, tres elementos que señalaban su vulnerabilidad y que, a la vez, la hacían sospechosa. En el Malles Maleficarum, un célebre tratado de demonología de l486 encontramos lo siguiente: ” Toda brujería proviene del apetito carnal que en las mujeres es insaciable” (21). Fray Martín de Castañega en el capítulo V de su Tratado se explaya sobre las razones de que haya más mujeres que hombres consagradas al demonio y agrega “… más son de las mujeres viejas y pobres… porque como en los otros vicios la pobreza es muchas veces ocasión de muchos males” (22). La misoginia era habitual, no sólo en la redacción de los tratados de demonología sino en las relaciones cotidianas. A su vez Castañega señala a la pobreza como otro factor descalificador. La discriminación está claramente presente.

Los oficios que ejercía de partera y curandera, la colocaban en un terreno peligroso, pues ambos estaban asociados con prácticas diabólicas. Castañega en su Tratado escribe sobre las parteras: “… (Satanás) hace que los ministros, en la más sutil y secreta manera que pueden maten niños, como lo hacen muchas parteras brujas…” (23). La recolección de plantas, el conocimiento de su papel terapéutico y su empleo para sanar enfermedades era transmitido de generación en generación a través de la línea femenina. Por siglos estas mujeres cumplieron un importante papel en sus comunidades. Eran las encargadas de mantener y transmitir conocimientos ancestrales, pero la construcción del modelo cristiano de superstición, hizo de ellas objeto de sospecha, colocándolas al margen de la sociedad, en la posición de agentes del diablo. De tal manera que, ante una situación de malestar social, como carestías, pestes, guerras – como era la de fines del siglo XVI en Italia, época en que vivió Gostanza – las hacía las víctimas seguras de una persecución. Posiblemente la envidia y los celos hayan sido los móviles que llevaron a sus vecinos (y posiblemente a médicos) a denunciarla. El hecho de que varios niños a los que ella ayudó a nacer hubiesen muerto, motivó la oleada de denuncias en su contra. Su condición de miembro reciente de la comunidad, sin raíces en el pueblo, la hacía doblemente sospechosa.

Poco después de su arresto comienza el interrogatorio que dura cinco días. Fácil es adivinar la presión psicológica que esta anciana experimenta. Gostanza niega los cargos, por lo tanto la someten a tortura, al parecer al tormento llamado potro (24). A pesar de la tortura, Gostanza niega las acusaciones, el inquisidor, le hace una serie de preguntas sobre reuniones nocturnas, hechizos sobre niños, el fin es que ella confirme su participación en reuniones satánicas, y que su descripción encaje en el modelo existente de bruja. Dos días después, la vuelven a someter a tortura, al fin ella dice “Si queréis que os diga mentiras, las diré…”. Allí comienza la confesión. Describe el aquelarre, su relación con el diablo, su vuelo en escoba, como se convierte en gato, y bebe sangre de niños. Describe todo lo que los inquisidores esperaban. Diez días después el propio Inquisidor de Florencia, un hombre más ilustrado, va a tomar a su cargo los interrogatorios. Gostanza comienza a describir su vida, su rapto a los ocho años para ser entregada al hombre que será su esposo. El abuso a esa tierna edad, y su huida de la realidad, como encontraba refugio en el bosque y en sus fantasías. La imagen que ella presenta del aquelarre es una construcción donde se entremezclan sus propios anhelos, expectativas, y sueños, con la imagen elaborada de las reuniones satánicas. Un cuento lleno de elementos folclóricos, probablemente recuerdos infantiles e historias que escuchara. Presenta al diablo como un esposo amoroso, diferente del que tuvo, y a la “Ciudad del Diablo”, donde se celebran las reuniones, como “una ciudad de oro, más bella que Florencia” muy distinta del ambiente cotidiano y gris donde se mueve. La fantasía que proyecta en su relato claramente muestra su huida de la realidad, el deseo de encontrar en este mundo ficticio la protección contra la dureza, exigencia y frustraciones de su mundo real.

El inquisidor se convence de hallarse sólo ante una visionaria. Tras veintiún días de interrogatorio es liberada. La Inquisición está menos dispuesta a dejarse llevar por estas historias que los tribunales civiles. Durante todo el siglo XVI el Santo Oficio mostró mayor prudencia en esos casos que los tribunales civiles, siendo éstos responsables del mayor número de ajusticiamentos por hechicería. La Inquisición prefería atender, y con severidad, los casos de herejía (25).

Toda fantasía tiene una fuerte base real. Y en el caso de la detallada reconstrucción del fantástico mundo descripto por Gostanza, se amalgaman visiones derivadas de su instrucción religiosa – la aprendida por los predicadores de campaña – y la cultura y saber populares, de largos siglos de elaboración y transmisión campesina. Todo esto coloreado por sus propias vivencias y al entorno social que le tocó vivir.

La persecución de la brujería fue sin duda uno de los mecanismos puestos en marcha con el fin de destruir la cultura popular, y sus antiguos saberes. En los procesos de brujería se destaca una gran mayoría de mujeres acusadas y esto era así porque las mujeres eran precisamente las encargadas de custodiar esta sabiduría popular. Ellas eran las que presidían veladas nocturnas – posiblemente de aquí se derive la imagen del sabbat – que constituían unos de los mecanismos más tradicionales de transmisión cultural en el campesinado. Veladas en las que, junto al relatos de cuentos y de sucesos pasados, se enseñaban costumbres morales o se transmitían saberes sobre plantas y astros. El universo mágico se entremezclaba con la percepción popular del mundo. José Luis Romero en La cultura Occidental, planteaba que la realidad e irrealidad se confundían y entrecruzaban constantemente en la mente del hombre medieval, donde el sentimiento mágico del germano o la adivinación de lo misterioso que anidaba en los antiguos celtas pervivía, mezclándose con el dogma cristiano. Todo esto daba como resultado un rico mundo mítico (26).

La ideas y prácticas chamánicas guardan muchos puntos de contacto con el estereotipo del brujo o hechicero. Mircea Eliade en su completo análisis del fenómeno del chamanismo, destaca que esta “especialidad mágica” está muy relacionada con las técnicas del éxtasis, dominio del fuego, y vuelos nocturnos -función decisiva en las consagraciones chamánicas-. Estas personas afirman sostener una especial relación con los espíritus de la naturaleza a los que dominan (27). La constante movilidad de estos pueblos nómades no hace descabellado pensar que pudieron haber tenido relaciones con Europa Occidental, en particular el chamanismo siberiano y de allí provenir parte del conjunto de ideas míticas del campesinado europeo. Carlo Ginzburg descubrió en la campaña italiana, la existencia entre los siglos XVI y XVII de un antiquísimo culto agrario con trasfondo chamánico, los benandanti, que en muchos de los procesos inquisitoriales aparecen confundidos con brujos (28).

La demonización de estas antiguas prácticas llevó a la intolerancia y a la persecución. La imagen del brujo satánico fue un importante mecanismo de control social y de dominio sobre el diferente. La manera más eficaz de imponer una cultura hegemónica y destruir de manera sistemática la cultura y saber populares. Esta enculturación fue parte de un largo proceso de cambio, que abarcó desde la destrucción económica del campesinado, de su forma de vida y cultura hasta la imposición de un nuevo sentido del tiempo y del trabajo propios del naciente capitalismo.

Se puede decir que el proceso de destrucción de la cultura popular arrancó desde la difusión del cristianismo en Europa, pero es en el siglo XVI, donde este ataque se da con mayor vigor. La separación entre cultura de elite y cultura popular es muy notable a partir de este siglo. Así, la centralización del Estado, los cambios económicos, la Reforma religiosa, la Contrarreforma, la imprenta, entre otros aspectos que marcaron este siglo, forma el marco en el cual insertar y tratar de comprender el complejo fenómeno de la caza de brujas.

Esta persecución termina prácticamente para mediados del siglo XVIII. En Inglaterra la última ejecución se registra en l684, en Estados Unidos en l692, en Francia en 1745 y en Alemania en 1775 (29). Fueron precisamente las altas autoridades teológicas, jurídicas y políticas que la habían iniciado, las que terminaron por eliminarla. El modelo preponderante de superstición va a pasar a ser el científico- racionalista. Uno de sus grandes exponentes, Voltaire (1674- l778), en sus Cartas Filosóficas razonaba: “Me parece que la naturaleza humana no tiene necesidad de lo verdadero para caer en lo falso… el primer hombre que se puso enfermo creyó sin esfuerzo en el primer charlatán. Nadie ha visto hombres – lobos, ni brujos y muchos han creído” (30).

  La superstición va a volver a ser nuevamente producto de la ignorancia y así, la creencia en la bruja satánica y sus abominables hechos, que segara tantas vidas, pasará a ser solo un recuerdo.

NOTAS:

1) Bennasar, B: La inquisición española: Poder político y control social. Barcelona, Crítica, l98l, pp. 100, 117

2) Ejemplo de esto lo podemos hallar en dos relatos del Antiguo Testamento que describen el mismo hecho pero cuya fecha de producción está separada por siglos. Ambos detallan un censo realizado por el rey David – hecho considerado como un pecado para la mentalidad hebrea de su tiempo- En 2 Samuel 24:l leemos: “Se encendió la ira de Yavhé contra los israelitas e incitó a David contra ellos diciendo: Anda, haz el censo de Israel y Judá”. Este pasaje es del siglo X a. C. y claramente muestra que la ira de Dios es la que impulsa al rey a cometer este pecado. La mentalidad religiosa del antiguo Israel lo refería todo a Dios como causa principal. Siglos después el escritor del libro de Las Crónicas (siglo IV a. C.) relata el mismo hecho pero con esta variante: “Alzóse Satanás contra Israel e incitó a David a hacer el censo al pueblo” (1 Crónicas 21:1) En seis siglos la figura de Satanás como opositor de Dios estaba claramente delineada en la teología hebrea.

3) Brujería y hechicería no son sinónimos, mientras que la primera designa a un fenómeno inventado por la teología tardo medieval, la segunda designa a ritos populares reales, tanto urbanos como campesinos. Estas dos realidades diferentes fueron confundidas en el período que analizamos por los jueces y teólogos que llevaban adelante la caza de brujas. En el presente trabajo vamos a usarlas de manera indistinta.

4) Campagne F. M.. Homo Catholicus. Homo Supertitiosus. El discurso antisupersticioso en la España de los siglos XV al XVII. Madrid- Buenos Aires, 2001

5) Cicerón: Sobre la Naturaleza de los dioses Libro II, capítulo 28, p. 147. Madrid. Ed. Sarpe, l984

6) 1 Timoteo 4:7, Biblia de Jerusalén.

7) San Agustín De Doctrina christiana II, 20,30. Madrid, l965 pp. 150,155

8) Canon Episcopi en Brujas e Inquisidores, Bs. As. OPFYL, 1994

9) Santo Tomás de Aquino Summa Theológica, 2-2 q 95, p.260

10) Huizinga, J : El otoño de la Edad Media, Barcelona, Altaya, 1998 p.346

11) El motivo del pacto en la leyenda medieval alcanza su punto culminante con la historia de Fausto, un mago que hace un pacto con el diablo para conseguir sabiduría y el amor de una mujer. Esta leyenda, que combinaba las tradiciones de la magia superior e inferior, fue muy popular a lo largo de los siglos. Como lo atestiguan obras como el Doctor Fausto de Marlowe de 1593 y el Fausto de Goethe del siglo XIX.

12) Ginzburg, C. Historia Nocturna. Un desciframiento del aquelarre, Barcelona, 199l p. 70

13) Fray Martín de Castañega: Tratado de supersticiones y hechicerías. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1997 pp.69, 85

14) Bula Summis Desiderantes Affectibus, en Brujas e inquisidores, OPFYL, 1994 pp.8-10

15) Ginzburg, C: Historia… op.cit.70, 7l

16) Campagne F. El otro entre nosotros. Funcionalidad de la noción de superstitio en el modelo hegemónico cristiano B. Hi, T. 102, 2000, número 1, p.46

17) Cardenal Federico Borromeo: Sobre la peste en Milán OPFYL, 1998, pp.8,9

18) Las brujas según un inquisidor de Germania en Brujas e inquisidores. OPFYL, 1994, pp.11, 12

19) Tratado… op.cit. p. 3

20) La fuente de este comentario va a ser el análisis que realiza Silvia Mantini sobre este caso, extraído de los archivos de San Miniato, Florencia y Luca, publicados en La mujer del Renacimiento. Madrid, Alianza, l993

21) Heinrich Kraemer y Jacobus Sprenger: Malles Maleficarum, p. 82

22) Tratado… op. cit. pp.63-65

23) Tratado… op.cit. p.86

24) Este instrumento de tortura consistía en un caballete al cual el acusado era atado con cuerdas. El verdugo daba vueltas sucesivas, que estiraban a la víctima. El propósito de las torturas no era que el acusado perdiera la vida sino que confesara su crimen.

25) Bennassar,: La inquisición… op. cit. p.201

26) Romero, José Luis: La cultura Occidental Madrid, Alianza, 1994, p.95

27) Elíade, Mircea: El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. México, F.C.E. 1996, p. 23, 24, 27

28) Ginzburg, Carlo : El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, Barcelona, Paidós, l998, p. 21, 102

29) Russell, G. La historia de la brujería Barcelona, Paidón, 1998, p. 158

30) Voltaire: Cartas filosóficas Madrid, Altaya, 1996, p. 179.

Cuerpo y modernidad

 
CUERPO Y MODERNIDAD

Por Analía Negishi

    En la forma como una cultura construye su noción de cuerpo, se cifra una forma simbólica esencial de entender la realidad. En la modernidad, el cuerpo es construido desde diversos niveles. En la Edad Media y el Renacimiento, lo corporal se relaciona fuertemente con las festividades populares, y las culturas rurales, y una noción de un cuerpo que se identifica con la naturaleza. Pero luego, surge otra forma de la corporalidad relacionada con su reducción a objeto de investigación (Vesalio), a un opuesto de la mente (Descartes), o un instancia construida y controlada por fuerzas panópticas (Foucault). En el texto que sigue a continuación, realizado por Analía Negishi  como parte de sus estudios en la Universidad de Buenos Aires, el cuerpo es explorado desde estas significaciones esenciales. Un análisis que estimula la reflexión sobre parte de los complejos sentidos del cuerpo en la historia moderna.

E.I

CUERPO Y MODERNIDAD

Por Analía Negishi 

Introducción
· “Cuerpo supernumerario al que el hombre le debe la precariedad y al que quiere volver impermeable a la vejez o a la muerte, al sufrimiento o a la enfermedad” (David Le Breton)

  Con el transcurrir de los siglos, las representaciones simbólicas que el hombre se hace de sí mismo, de los demás y del universo que lo rodea, han ido cambiando con el acontecer de diversos sucesos sociales, económicos y políticos. Diferentes personajes, diferentes concepciones en distintos momentos de la Historia han alimentado una gruesa reserva de teorías, corrientes y escuelas que nos permiten diferenciar aquéllas y (tratar de) entender nuestro presente.

Y como para aprehender el momento presente uno debe necesariamente remontarse al pasado, este trabajo tiene la intención de recorrer la etapa que algunos pensadores de Europa Occidental titularon “Modernidad”, pero haciendo hincapié en una faceta del simbolismo, aquella inquietud que se plantea: ¿Cómo ve el hombre al hombre? ¿Qué es lo que influye en su percepción de sí mismo? ¿Cómo construye él las representaciones de él mismo? O, en pocas palabras, ¿Cómo se pensó el cuerpo en la Modernidad?

Para llevar a cabo esta tarea, pretendo realizar una sucesión de las ideas imperantes en dos momentos diferentes de la Historia, tratando de no caer en una cronología lineal y monótona: La Edad Media y la Modernidad. Frente a la extensión que ocuparía analizar estas épocas en los distintos puntos del planeta, y a riesgo de acotar demasiado el trabajo presente, sólo tomaré en cuenta a Europa Occidental, como eje y epicentro de las ideas y corrientes aquí tratadas.

La Edad Media y el Renacimiento

Se conoce como Edad Media a la etapa de la historia europea comprendida, aproximadamente, entre la caída del Imperio Romano de occidente y el advenimiento de la edad moderna, con el desarrollo del capitalismo, el florecimiento de la cultura renacentista y los descubrimientos geográficos. La civilización medieval fue, principalmente, la síntesis de tres elementos: La herencia de la antigüedad grecolatina, la aportación de los pueblos germánicos y la religión cristiana

En el 476 DC, con la caída del Imperio Romano, el Cristianismo se convierte en la religión oficial de los diferentes reinos (bárbaros, godos, francos, etc.) Los Hunos, quienes adquirían cada vez más poder a medida que avanzaban sobre el Imperio, fueron frenados por un Godo, cuyo destino fatal fue signado por el recelo del Emperador. Las chances de que Atila se retirara mermaban, cuando la última carta fue jugada: enviar a un sacerdote cristiano con el fin de intimidar a los Hunos. La diferencias entre las religiones de unos y otros, como la invisibilidad del Dios cristiano, generaba temor, así como el lenguaje y la capacidad de leer, escribir y realizar actividades burocráticas de los sacerdotes.
Poco a poco todos los pueblos se fueron convirtiendo al Cristianismo, por lo que la cultura medieval de occidente está signada por el teocentrismo. La verdad procede, entonces, de Dios, siendo la Iglesia católica la mediadora entre el Reino de los Cielos y el Reino de la Tierra, lo que determina la manera en que el sujeto se autoconoce.
La iglesia fue la depositaria en occidente de la supremacía universal cuando desapareció el poder del imperio; el papa fue reconocido como la autoridad máxima a la que debían someterse los poderes temporales. De este modo, la jerarquía eclesiástica de Roma se constituyó en el factor aglutinante de las monarquías occidentales.
La cultura, el arte, la ciencia y las letras fueron patrimonio eclesiástico. En los monasterios, los monjes realizaron un esforzado trabajo de recopilación de los textos clásicos y de los escritos teológicos de los padres de la iglesia.
Es San Agustín quien diferencia al hombre anterior a la caída y el hombre medieval. Aurelio Agustín nace en Tagaste, Numindia en el año 345, estudió muy joven en Yagaste, en Madavo y luego en Cartago, a los 17 años. Más tarde en Cartago enseña retórica y elocuencia, se dedica a la astrología y a la filosofía. Luego marcha a Roma, y de aquí a Milán donde encuentra al gran obispo San Ambrosio, a quien escucha asiduamente y que contribuyó tanto a su conversión en el año 386.
La diferencia crucial entre el hombre anterior a la caída y el hombre medieval es que el hombre anterior a la caída es una criatura “concupiscente y mortal”, pero a la que Dios ha hecho don de la gracia, que es un “don sobreañadido” (donum superadditum). Este don no forma parte de la naturaleza humana en tanto que tal, y depende del acto mismo del Creador. Le permitiría escapar del pecado y de la muerte. El pecado de Adán le retiró ese don de la gracia, y se convirtió en lo que era por naturaleza, es decir, en “concupiscente y mortal”. Más aún, la culpabilidad se extendería a toda su descendencia, y todos compartirían su falta, ya que habrían pecado en él. El hombre habría pues cometido un pecado original alzándose contra el orden establecido por Dios, un acto, una falta: “peccatum actuale”. Este pecado se habría hecho hereditario y se convertiría en un estado: “peccatum habituale”, el de la esclavitud del hombre con respecto a la concupiscencia y la muerte. Se pasa de la eternidad al tiempo. El hombre está destinado a la muerte, porque el hombre ya no es el verdadero hombre (el anterior a la caída). Entonces, para que el hombre medieval tenga salvación necesita de la Gracia, necesita de la Divinidad. Esa relación vital entre el hombre y la Divinidad no cambia sino hasta el Renacimiento.
El Renacimiento significó un movimiento cultural de los siglos XV y XVI, iniciado en Italia y propagado por Europa, que terminó dando nombre a un período de la civilización occidental caracterizado por la vuelta a la antigüedad clásica como reacción contra la mentalidad teológica medieval.
En cuanto a las características generales de dicho período podemos citar la desvinculación del arte del monopolio cultura de la iglesia. También en este período el arte se inspira en el legado artístico grecorromano de “renacer” y las obras toman como referencia al ser humano. El canon de belleza se ajusta a la belleza humana.

· “En el pasado (…) estaba mezclado a un gran río, nunca estaba separado, con una vida propia; pero me miré a un espejo y decidí ser libre. La única ventaja de esta libertad fue descubrir que tenía un cuerpo y que, durante determinada cantidad de años, debía alimentar y vestir ese cuerpo. Y luego, todo habrá acabado.”
(V. S. Naipul)

Las representaciones del cuerpo y los saberes acerca del mismo no pueden desligarse de un contexto, de un estado social determinado, de una visión del mundo y, dentro de ésta última, de una definición de la persona. El cuerpo, sostiene David Le Breton, “es una construcción simbólica, no una realidad en sí misma” En Occidente la concepción del cuerpo está ligada a la posesión, no a la identidad, al ser. “Mi cuerpo”, que nació de la emergencia y el desarrollo del individualismo en las sociedades occidentales en el Renacimiento, convierte al cuerpo en el envase del sujeto, el lugar de sus límites y de su libertad.
Le Breton realiza una comparación para poder diferenciar otro tipo de concepción del cuerpo, para lo cual debemos, al menos momentáneamente, librarnos de la concepción moderna y occidental que nos acorrala. Para los conacos el cuerpo participa por completo de una naturaleza que, al mismo tiempo, lo asimila y lo cubre. El vínculo que existe entre el cuerpo y lo natural no es metafórico, sino una “identidad de sustancia” , ese vínculo es solidario. Cada sujeto existe solamente por su relación con los demás, el hombre es sólo un reflejo, obtiene se existencia a partir de su relación con los demás. La noción individual occidental de persona como unidad, no existe entre los conacos. Por lo tanto, el cuerpo, como nosotros lo entendemos, tampoco existe. El cuerpo no es una frontera, no limita la libertad, sino que es un elemento imposible de separar de un conjunto simbólico.

· “El cuerpo grotesco no tiene una demarcación respecto del mundo, no está encerrado, terminado, ni listo, sino que se excede a sí mismo, atraviesa sus propios límites. El acento está puesto en las partes del cuerpo en que éste está, o bien abierto al mundo exterior, o bien en el mundo, es decir, en los orificios, en las protuberancias, en todas las ramificaciones y excrecencias: bocas abiertas, órganos genitales, senos, falos, vientres, narices.” (Mijail Bajtín)

Volviendo a la Edad Media, podemos tomar como punto de partida para nuestro análisis, aunque no lo sea en la historia universal, el Siglo XV y la fiesta popular medieval. En el Carnaval, en el fervor de la calle y de la plaza pública es imposible apartarse, cada hombre participa de la efusión colectiva, de la barahúnda confusa que se burla de los usos y de las cosas de la religión. El Carnaval como un Intervallum mundi, una apertura de un tiempo diferente en el tiempo de los hombres y de las sociedades en las que se vive. Los principios más sagrados no se toman enserio, las risas y las parodias estallan por todos los lugares, la burla es constante. El Carnaval tiene como regla la trasgresión, lleva a los hombres a una liberación de las pulsiones habitualmente reprimidas.
Por el contrario, las fiestas oficiales instituidas por las capas sociales altas están basadas en la separación, jerarquizan a los sujetos, consagran los valores religiosos y sociales y, de este modo, afirman el germen de la individualización de los hombres. La retirada progresiva de la risa y de las tradiciones en la plaza pública marca la llegada del cuerpo moderno como instancia separada, como marca de distinción entre un hombre y otro. El carnaval absuelve y confunde; la fiesta oficial fija y distingue. El cuerpo medieval no se distingue del hombre, como sucederá con el cuerpo en la modernidad, entendido como factor de individuación.
Estas fiestas de las altas capas de la sociedad o la Iglesia, no alteraban el orden existente, la fiesta oficial mira hacia atrás, hacia el pasado; tendían a consagrar la estabilidad, la inmutabilidad y la perennidad de las reglas que regían el mundo: jerarquías, valores, normas y tabúes religiosos, políticos y morales corrientes. El carnaval, en cambio, creaba una “segunda vida” era el triunfo de una especie de liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción dominante, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes. Se oponía a toda perpetuación, a todo perfeccionamiento y reglamentación, apuntaba a un porvenir aún incompleto.
“El cuerpo humano es, en las tradiciones populares, el vector de una inclusión, no el motivo de una exclusión (en el sentido en que el cuerpo va a definir al individuo y separarlo de los otros, pero también del mundo); es el que vincula al hombre con todas las energías visibles e invisibles que recorren el mundo.”

· “Oh, tu, que te libras a especulaciones sobre esta máquina nuestra, no te entristezcas porque la conoces a causa de la muerte de otra persona; alégrate, en cambio, de que nuestro creador le haya proporcionado al intelecto tan excelente instrumento.” (Leonardo da Vinci)

El origen de la aparición del individuo en una escala social significativa puede encontrarse en el mosaico italiano del Trecento o del Quattrocento en el que el comercio y los bancos comienzan a jugar un papel económico y social muy importante. El comerciante es el prototipo del individuo moderno: el hombre cuyas ambiciones superan los marcos establecidos, el hombre cosmopolita por excelencia, que convierte al interés personal en el móvil de las acciones, aún en detrimento del “bien general”. Este hombre nuevo ya no está regido por la preocupación por la comunidad y por el respeto por las tradiciones. Esta nueva visión de sí mismo y del mundo, que le proporciona al hombre un margen de acción casi ilimitado, sólo alcanza, por su puesto, a una fracción de la colectividad. Esencialmente, a los hombres de la ciudad, a los comerciantes y a los banqueros.
Esta individualización que opera en el Renacimiento es todavía más clara en el arte, en el artista. El sentimiento de pertenecer al mundo y no sólo a la comunidad de origen se intensifica por la situación de exilio en la que se encuentran miles de hombres a causa de los vaivenes políticos o económicos de los diferentes Estados. Pero lejos de abandonarse a la tristeza, estos hombres alejados de las ciudades natales, de sus familias, desarrollan un nuevo sentimiento de pertenencia a un mundo cada vez más grande. La única frontera admitida por estos hombres del Renacimiento es la del mundo.
En la Alta Edad Media sólo los altos eclesiásticos de la Iglesia o personajes importantes del Reino dejaban retratos de sus personas, aunque siempre protegidos de los maleficios por la aprobación religiosa de las escenas en que figuraban rodeados por personajes celestiales.
Ya en el Siglo XV, el retrato individual sin ninguna referencia religiosa se afianzaba en la pintura, tanto en Florencia como en Venecia, en Flandes o en Alemania. Se vuelve un cuadro en sí mismo, soporte de una memoria, de una celebración personal sin ninguna otra justificación. La preocupación por el retrato y, por lo tanto, esencialmente, por el rostro, tendrá cada vez más importancia con el correr de los siglos. El retrato individual se convierte en una de las primeras fuentes de inspiración de la pintura, cambiando en algunos decenios aquella tendencia establecida de no representar la persona humana, salvo en una representación religiosa. Por lo tanto, ya no se necesita de la religión para poder pintar un retrato.
Otro rasgo revelador es la aparición de la firma en las obras de los pintores. Los creadores de la Edad Media permanecían en el anonimato, justamente porque eran parte de la comunidad de los hombres, como sucedió, por ejemplo con los constructores de las grandes catedrales. Los artistas del Renacimiento, por el contrario, le imprimen su sello personal a las obras. El artista deja de ser la ola de superficie llevada por la espiritualidad de las masas, el artesano anónimo de los grandes objetivos colectivos, para convertirse en un creador autónomo. La noción de artista está cargada de un valor social que la distingue del resto de las personas.
Ese individualismo hace que el sujeto deje de ser el miembro de la comunidad para volverse un cuerpo para él solo. Y todo esto es lo que lleva al desarrollo de un arte centrado directamente en la persona y provoca un refinamiento en la representación de los rasgos, una preocupación por la singularidad del sujeto, ignorada socialmente en los siglos anteriores.

· “(Los anatomistas) abren quizás, el camino para otros descubrimientos, al fisurar, junto a las fronteras del cuerpo, las del mundo terrestre y las del macrocosmos” (Marie-Christine Pouchelle)

Con el nuevo sentimiento de ser un individuo, de ser él mismo, antes de ser miembro de una comunidad, el cuerpo se convierte en la frontera precisa que marca la diferencia entre un hombre y otro. La estructuración individualista progresa lentamente en el universo de las prácticas y de las mentalidades del Renacimiento. Limitado en primer término a ciertas capas de sociedad privilegiadas, a ciertas zonas, a ciudades sobre zonas rurales, el individuo se diferencia de sus semejantes.
Al mismo tiempo, el retroceso y abandono de la visión teológica que antes mencionamos, conduce al hombre a considerar al mundo que lo rodea como una forma pura, indiferente, una forma vacía que sólo la mano del hombre, a partir de este momento, puede moldear.
Junto con esta nueva visión del cuerpo humano surge el saber anatómico en la Italia del Quattrocento, principalmente en las Universidades de Papua, Florencia y Venecia. A partir de las primeras disecciones oficiales, a comienzos del siglo XV y, luego, con trivialización de la práctica en los siglos XVI y XVII, se produce uno de los momentos claves del individualismo occidental: antes el cuerpo no era la singularización del sujeto al que le prestaba rostro. El hombre, inseparable del cuerpo, no estaba sometido a la singular paradoja de poseer un cuerpo. La incisión de un utensilio en el cuerpo humano en la Edad Media se consideraba una violación al ser humano. Ahora, con los anatomistas nace una diferenciación implícita dentro de la episteme occidental entre el hombre y su cuerpo. Allí se encuentra el origen del dualismo contemporáneo que comprende al cuerpo aisladamente, en una especie de indiferencia respecto del hombre al que le presta rostro. El cuerpo, al contrario de la Edad Media, se asocia al poseer y no al ser.
Las primeras disecciones practicadas por los anatomistas con el fin de obtener información y conocimiento muestran un campo importante en la historia de las mentalidades occidentales. El cuerpo adquiere peso; disociado del hombre, se convierte en un objeto de estudio como realidad autónoma. Estas primeras disecciones oficiales se produjeron en las universidades, como dijimos, de Italia. Ya en el siglo XIV comienzan a producirse bajo el control de la Iglesia, que cuida las autorizaciones que otorga. Por eso la solemnidad de estas primeras disecciones: lentas ceremonias que abarcan días, realizadas con fines pedagógicos para un público reducido a pocas profesiones.
Pero los caminos de la anatomía moderna fueron abiertos por dos hombres: Leonardo da Vinci (1452-1519) y Vesalio (1514-1564). Leonardo realiza una treintena de disecciones, dejando notas y fichas sobre la anatomía humana. Pero los manuscritos de Leonardo sólo tienen una pequeña influencia en su época y luego permanecen prácticamente en secreto por mucho tiempo.
Vesalio nación en Bruselas en 1514. La casa de sus padres no estaba lejos de los lugares en los que se producían las ejecuciones capitales. Las primeras observaciones de Vesalio sobre la anatomía humana se originan en esa mirada alejada que olvida, metodológicamente, al hombre, para considerar tan sólo su cuerpo.
El hombre de Vesalio, diferente a Leonardo, anuncia el nacimiento de un concepto moderno. El del cuerpo, aunque, en ciertos aspectos, sigue dependiendo de la concepción anterior de hombre como microcosmos. Al cortar la carne, al aislar el cuerpo, al diferenciarlo del hombre, se distancia también de la tradición de otra época. Pero se mantiene, aún, en los límites del individualismo y en un universo precopernicano.
En 1953 aparece en De humani corporis fabrica de Vesalio, tratado de 700 páginas. A manera de corte con aquél pasado religioso, la portada muestra a Vesalio que procede a la intervención de un cadáver. Sostiene, en otro grabado, el brazo de una figura desollada y al costado tiene una pluma y un papel para anotar el detalle de su observación. La aparición de este tratado es explícita sobre los obstáculos mentales que hay que superar todavía para que el cuerpo sea visto como definitivamente distinto del hombre.
El cuerpo no es, para Vesalio, más que el cuerpo. Vesalio abre el camino pero se queda en el umbral. Ilustra la práctica y la representación anatómica en un período en el que quien osaba a realizar una disección no estaba totalmente liberado de sus antiguas representaciones, arraigadas no sólo en la conciencia sino, sobre todo, en el inconsciente cultural del investigador, donde mantienen durante mucho tiempo su influencia.
Entre los siglos XVI y XVIII nace el hombre de la modernidad: un hombre separado de sí mismo (en este caso bajo los auspicios de la división ontológica entre el cuerpo y el hombre), de los otros y del cosmos. Es en esos siglos, principalmente a partir del emprendimiento de los anatomistas, que el saber del cuerpo se convierte en el patrimonio más o menos oficial de un grupo de especialistas protegido por las condiciones de racionalidad de su discurso. La cultura erudita que se desarrolla en el siglo XVII sólo alcanza a una minoría de la población europea, pero es una cultura que provoca acciones. Transforma, poco a poco, los marcos sociales y culturales.

Modernidad

A grandes rasgos, el período que conocemos con el nombre de Modernidad se hace conciente en las cabezas de los pensadores europeos entre los siglos XVII y XVIII, por lo tanto entendemos a la Modernidad como una particular condición de la historia, donde se dividirá al mundo entre “lo antiguo” y “lo moderno”. La Modernidad tiene como elemento esencial un proceso de nueva comprensión de lo real, del sujeto y las cosas, del yo y la naturaleza, de las formas de conocer la naturaleza.
“Lo que produce básicamente esta modernización cultural acelerada de la historia es la caída, el quiebre del una vieja representación del mundo regida básicamente por lo religioso”. Por eso, la Modernidad va cambiando todas las ideas que se formaron en torno a lo teológico, por, básicamente, la razón. Estamos ante una desacralización del mundo, lo sagrado ya no basta para representarnos el mundo y a nosotros mismos, ni lo mítico; en cambio, vamos hacia una representación racionalizadota, en base a una razón científico-técnica.
Es el siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces el que concluye de sistematizar el principal pensamiento que hace a los grandes paradigmas modernos, los cuales, hoy en día, están absolutamente naturalizados en nosotros mismos. El proyecto se lleva adelante por hombres que se nutren de la lectura de este pensamiento moderno, que tienen un fuerte carácter de universalidad. El objetivo es que todo lo que ellos elaboran, valga para todo el mundo y para todos los tiempos.
“Para Habermas (…) la Modernidad es ese proceso de racionalización histórica que se da en Occidente, que conjuga y consuma el desencantamiento del mundo instituido por las imágenes religiosas, míticas y sagradas” Por lo tanto, estos saberes que guían a estos hombres ilustrados ya no tienen que ver con el dogma, la religión o superstición, sino pura y exclusivamente con la razón científica. Es en esa razón científica, según algunos autores, que se encuentra la verdad.

· “Seguimos teniendo (…) las mismas viejas dificultades que tuvieron nuestros ancestros para reprimir, silenciar y sublimar la ‘naturaleza en nosotros’ (…) Una de las promesas más destacadas de esta larga lista (de la Modernidad), promesa que nunca se ha cumplido, es la liberación del Cuerpo.” (Agnes Heller)

El cuerpo de la modernidad deja de privilegiar la boca, órgano de la avidez, del contacto con los otros por medio del habla, del grito o del canto. Los ojos, en cambio, son los órganos que se benefician con la influencia creciente de la “cultura erudita”. La mirada adquiere cada vez más importancia, como sentido de la distancia, se convirtió entonces, en el sentido clave de la modernidad.
Como vemos, la geografía del rostro se transforma. Hay que tener en cuenta que el rostro es la parte del cuerpo más individualizada, más singular. El rostro es la marca de una persona, de ahí su uso social en una sociedad en la que el individuo comienza a afirmarse cada vez más.
En el siglo XVII, con el advenimiento de la filosofía mecanicista, como vimos, Europa occidental pierde su fundamento religioso. La reflexión sobre la naturaleza que realizan los filósofos o los sabios se libera de la autoridad de la Iglesia para situarse a la altura del hombre.
La astronomía y la física de Galileo se escriben con fórmulas matemáticas; son abstractas, refutan los datos provenientes de los sentidos. Son, también, absolutamente extrañas a las convicciones religiosas, ya que reducen el espacio de la Revelación, relativizan el lugar del Dios creador.
La importancia ahora es convertirse en dueños y poseedores de la naturaleza. La continuidad entre el hombre y la naturaleza, la comunidad entre ambos son denunciados, pero siempre en el sentido de la subordinación de la segunda al primero. Con la llegada del pensamiento mecanicista desaparecen los himnos sobre la naturaleza, que aparecían en la mayoría de los pensadores de las épocas anteriores. La consagración del modelo matemático para la comprensión de los datos de la naturaleza malogra durante mucho tiempo el sentimiento poético vinculado con ésta. En nombre del dominio se rompe la alianza. El mundo deja de ser un universo de valores, para convertirse en un universo de hechos. No hay misterios que la razón no pueda descifrar.
Sin embargo, hay que aclarar que la inmensa mayoría de los hombres siguen utilizando, en este momento, el mismo marco de pensamiento precopernicano, aunque en sus existencias comiencen a repercutir los efectos de este nuevo pensamiento racionalista.

· “No creo de ningún modo (…) que uno deba abstenerse de tener pasiones, basta con que se sujeten a la razón (René Descartes).”

La axiología cartesiana eleva al pensamiento, al mismo tiempo que denigra el cuerpo. En ese sentido, esa filosofía es un eco del acto anatómico, distingue en el hombre entre alma y cuerpo y le otorga a la primera el único privilegio del valor. La afirmación del cogito como toma de conciencia del individuo está basada en la depreciación del cuerpo y denota la creciente autonomía de los sujetos pertenecientes a ciertos grupos sociales respecto de los valores tradicionales que los vinculaban solidariamente con el universo y con los otros hombres. Así, Descartes se plantea como un individuo, un individuo que prima sobre el grupo. Y al cuerpo como el límite entre todos los hombres. El mejor ejemplo de podemos argüir de lo anterior es su duda metódica (Discurso del método).
Pero además de todo esto, Descartes es un hombre errante por Europa, que elige permanentemente el exilio o al menos el exilio interno, por medio de la disciplina de la duda metódica y al que el propio cuerpo no puede no aparecérsele como una realidad ambigua. Es propio de él buscar y pronunciar las fórmulas que distinguen al cuerpo del hombre, dándole al primero la categoría de accesorio.
La dimensión corporal del hombre recoge toda la carga de decepción y desvalorización; por el contrario, como si fuese necesario que el hombre mantenga una parte divina, a pesar del desencantamiento del mundo, el alma permanece bajo la tutela de Dios. El cuerpo molesta al hombre; el cuerpo tiene una desventaja, ya que lo racional no es una categoría del cuerpo, sino del alma. Por lo tanto, al no ser instrumento de la razón, el cuerpo está condenado a la insignificancia. Para Descartes el pensamiento es totalmente independiente del cuerpo y está basado en Dios. “Nunca podrá hacer (el Genio Maligno) que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu.”
El dualismo cartesiano prolonga el dualismo de Vesalio. Tanto en uno como en el otro, se manifiesta una preocupación del cuerpo descentrado del sujeto al que se presta su consistencia y rostro.
Dice Descartes en su Sexta Meditación: “Y aunque posiblemente (o, más bien, ciertamente…) tenga un cuerpo al que estoy estrechamente unido, sin embargo, como por un lado tengo una idea clara y distinta de mí mismo, en tanto sólo soy una cosa que piensa y no extensa, y por otro, tengo una identidad distinta del cuerpo, en tanto es sólo una cosa extensa y que no piensa, es cierto que soy, es decir mi alma, por la que soy lo que soy, es entera y verdaderamente distinta de mi cuerpo y puede ser o existir sin él.”
Para afirmar todavía más su posición, Descartes desarrolla la idea de que si tomamos un miembro del cuerpo, como por ejemplo una mano, ésta es una sustancia incompleta sólo si se la vincula con el cuerpo, pero en sí misma es considerada como una sustancia completa. Por eso “el alma y el cuerpo son sustancias incompletas cuando se las relacionan con el hombre que componen, pero, separadamente, son sustancias completas.”
Lugar del gozo o del desprecio, el cuerpo es, en esta visión del mundo, percibido como algo distinto del hombre. El dualismo contemporáneo distingue al hombre de su cuerpo.

Conclusiones

En el presente trabajo intenté hacer un fugaz recorrido por dos períodos importantes de la historia del pensamiento Occidental y su visión del cuerpo humano, ya sea como factor de integración a una comunidad (Edad Media), ya sea como un límite, como un “factor de individualización” (Durkheim) que envuelve a toda la Modernidad.
En un primer momento, el cuerpo no pertenece al sujeto, a su singularidad, sino que está inserto dentro de una comunidad. Y es por eso que el cuerpo no puede verse como una unidad, como separado del resto de los individuos. El cuerpo no ocupa un lugar específico ni en el mundo, ni en la cabeza de los hombres. El ser y el cuerpo son una misma cosa. Dimos como principal ejemplo de este momento el Carnaval Medieval, donde los cuerpos, ilustrativamente, se rozan, se tocan, formando una totalidad que representa la idea del cuerpo como integración y no como separación.
Se podría decir que el momento de transición entre ambos momentos es el Renacimiento y su concepción individualista. Poco a poco las ideas religiosas dogmáticas van nublándose en la razón del hombre que se hace cada vez más visible. Es en el Renacimiento que los artistas, como más acabado ejemplo de lo que venimos diciendo, comienzan a firmar sus obras, ya como autores individuales. Más tarde, con el anatomismo, con fines puramente educativos, la razón científica sigue amenazando con el fin de las creencias que hasta hace poco tiempo imperaba en la sociedad.
Finalmente con la Modernidad ya instalada en todos los campos, y teniendo a Descartes como principal representante de dicha época, el cuerpo aparece siendo la parte menos importante de la dualidad cuerpo-alma. Es el alma, para Descartes, en donde se encuentra el pensamiento, y por lo tanto, es el cuerpo el que no es absolutamente necesario para la existencia humana. “Pienso, luego existo”.

Es interesante, entonces, y a partir de todo lo leído, tratar re-pensar al cuerpo hoy. La intimidad se vuelve un valor clave en la Modernidad, incluye la búsqueda de sensaciones nuevas, del bienestar corporal y la explotación de uno mismo; exige el contacto con los otros, pero con mesura y de manera controlada.
Podemos pensar que aquélla dualidad planteada por Descartes se invierte hoy en día; en lugar de ser el signo de la caída, se convierte en una tabla de salvación. Se trata de un dualismo propio del individualismo occidental. La sensibilidad mas narcisista del individualismo contemporáneo modificó los términos de la relación dualista del cuerpo y el alma. La cantidad de tratamientos de belleza, prevención de la caída del cabello, los innumerables métodos para mejorar el físico y miles de ejemplos más muestran que el hombre contemporáneo invirtió al 100% la dualidad cartesiana: es el físico lo que impera hoy sobre el pensamiento. (*)
(*) Fuente: Analía Negishi, “Cuerpo y modernidad”, trabajo realizado en el contexto de la materia Principales corrientes del pensamiento contemporáneo de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, en 2005.

Bibliografía:

· Casullo, Nicolás; Forster, Ricardo; Kaufman, Alejandro, Itinerarios de la Modernidad, Buenos Aires, Eudeba, 1999

· Foucault, Michel, La Hermeneútica del Sujeto, México, Fondo de Cultura Económica, 2002.

· Haberlas, Jurgen, Modernidad: un proyecto incompleto en El debate modernidad-posmodernidad, Puntosur Editores.

· Descartes, René, Meditaciones Metafísicas en Antología de textos de Historia de la Filosofía II Universidad Iberoamericana, 1993.

· Le Breton, David, Antropología del cuerpo y Modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 2002

LA METÁFORA Y LO SAGRADO y MUNDUS Y QUIMERA

                                                                                                            Por Héctor Murena

Ruinas del Templo de Saturno, ciudad fundada mediante un rito que convertía a las ciudades antiguas en espacios sagrados. Estas urbe antiguas se contraponen a las ciudades de la América colonial asimilada a lo que el ensayista argentino Héctor Murena llama “el campamento”.

    Héctor Murena ( 1923-75) es uno de los grandes olvidados de la literatura y el ensayismo argentinos. Su obra, consistente en novelas, poesías y ensayos, permanece hoy casi ignorada. No siempre fue así. En la década de 60′, la literatura argentina soplaba desde la senda murenista o antimurenista. Fue promovido por Victoria Ocampo pero, a la vez, recibió el rechazo del grupo allegado a la famosa Revista sur. Gran propagación tuvo en su momento su primer libro de ensayos, El pecado original de América, donde irradia una acerva crítica al fascismo y a los impulsos imperialistas norteamericanos. Murena crítico la incapacidad del hombre moderno de habitar la tierra de manera significativa y trascendente; manifestó la imposibilidad de la verdadera experiencia del viaje como restitución de los orígenes y, asimismo, buscó recuperar el poder del arte como comunicación con lo sagrado. Tal es el calor de la prosa de Murena que podrán hallar en el primer texto que presentamos en este instante de Textos olvidados de Temakel. El segundo texto, (perteneciente a El nombre secreto que, junto con El Homo atomicus, es uno de sus principales recopilaciones ensayísticas) es una esclarecida contraposición entre el habitar verdadero vinculado con la noción arcaica de mundus y la fantasmal existencia enraizada en la Fiebre del Oro y el existir en el mundo a la manera de un “campamento”. Sobre esta cuestión particular puede consultarse en sección Recuerdo de lo sagrado 24, El nombre secreto y el campamento, otro texto mureniano.

Estas afloraciones pérdidas de Héctor Murena nos acercará al deseo de la sacralidad y a la agudeza crítica plasmada mediante el ensayo.

E.I

LA MÉTAFORA Y LO SAGRADO y MUNDUS Y QUIMERA

                                                                                                            Por Héctor Murena

  1) LA METÁFORA Y LO SAGRADO
      El arte, se dice, responde a una necesidad. De otro modo, añadimos, no existiría, no persistiría. Pero ¿cuál es esa necesidad por la que el arte existe?
  Tal pregunta ha suscitado a lo largo de los siglos todas las respuestas que el hombre puede dar: los artistas de Lascaux, Altamira, hicieron las pinturas rupestres para ofrendarlas a sus dioses o para convertir en mito a los animales que les servían de alimento o para expresar el poder y la destreza de la comunidad o por simple escapismo, diversión o porque pintar confería prestigio, etcétera. El resultado, tanto en ellos como en sus infinitos sucesores, ha sido una obra bella. La palabra bello, la pregunta por la esencia de lo bello, nos remite a la estética. Y la estética, con su mismo nombre, aistesis, sensación, nos indica dónde nos moveremos, el mundo de la obra, su estructura, sensaciones, vocabulario, percepciones. Será conveniente procurar alejarnos de la estética. Para plantear nuestra conjetura -para darle otra vez vida, puesto que es antigua como la humanidad-, será conveniente, sin abandonar la obra, atender hacia afuera de ella, ver a qué tiende, qué necesidad la engendra.
  He presenciado una experiencia. La audición del recitado del Corán. Por un sheik actual. La emisión de cada versículo duraba quince, treinta, no más de cuarenta y cinco segundos. Cada versículo concluía en forma abrupta, comprimiéndose casi con dolor contra el final para transmitir la sensación física de aquello con lo que chocaba: el silencio. Y cada versículo estaba separado en la dicción del que lo seguía por un lapso de silencio más largo que cualquiera de las emisiones, señalando de tal suerte cuáles son las jerarquías entre silencio y sonido. Ese canto, esa voz, crecían para retirarse, abolirse, para que surgiera un silencio desconocido: la voz de Dios.
  Recordé entonces otras músicas, pasadas, contemporáneas. La de Anton Webern, por ejemplo. Piezas intensísimas, también en ellas el silencio es capital. De distinta índole, mortuorio, turbio. Música que vuelve a presentarse ante el silencio como el criminal que retorna al lugar del crimen. Porque entretanto hemos intentado matar a la música, a Dios en nosotros. Pero el silencio sigue siendo el centro. Aunque de manera invertida, en el fin se repite lo mismo que en el principio. La música tiende a lo que es absolutamente no ella, su contrario total. La música es la historia de los intentos por reconstruir el silencio puro, sacro. El arte nace por necesidad de Dios.

  La literatura, el arte de la palabra, nos muestra una lección similar. El universo es un libro, dice la sabiduría: todo libro encierra el universo. Hay que recordar, sin embargo, que el trazo negro de cada palabra se torna inteligible en el libro merced a lo blanco de la página. Ese blanco del que la palabra brota y en el que acaba por desaparecer es el Silencio primordial. Principio y fin de cada criatura, de todo lo creado, el blanco escribe para nosotros lo fundamental de toda escritura: el círculo de misterio que envuelve nuestra existencia. La calidad de cualquier escritura depende de la medida en que trasmite el misterio, ese silencio que no es ella. Su esplendor es enriquecedora abdicación de sí. Y ésta resulta evidente en el tipo de lectura que permite y exige. La palabra portadora de misterio demanda una lectura lenta, que se interrumpe para meditar, tratar de absorber lo inconmensurable: pide relectura, consideración del blanco. Arquetipo son las escrituras de las religiones, que invocan el fin de sí mismas, la restitución del secreto fundamental. Arquetipo, también, las grandes obras de la literatura, aquellas cuya esencia es poética, pues la metáfora, con su multivocidad, pluralidad de sentidos, dice que está procurando decir lo indecible, el silencio. Frente a éstas se alzan los textos utilitarios, que pueden leerse con rapidez y que, si por un lado nos fuerzan a salir de nosotros mediante la diversión o la información, por otro nos empobrecen radicalmente al negar el blanco, el silencio, el misterio. A lo largo de siglos la literatura se vio corrompida de modo cada vez más profundo por ese espíritu utilitario. La novela sin poesía oscureció a la poesía. El espejismo aritmético llamado sociología reemplazó al reverente vacilar, escuela de vacilación, llamado filosofía. Hoy tocamos límites. La babelización de la escritura indica aguda nostalgia mala del silencio que la gran obra por naturaleza encierra y busca. La catástrofe de la letra escrita testimonia en forma invertida que la literatura surge de la necesidad de Dios.

  VERGUENZA Y REDENCION

  Toda palabra es metafórica. Es decir, toda palabra abarca, según se la use, más o menos mundo que lo que la convención supone que abarca. Si digo: «el rey se marchó a su casa», casa sustituye a castillo, es metáfora de reducción. Si digo de una persona que es «mi casa», casa sustituye a criatura, es metáfora de ampliación. Los hombres se han inquietado por este fenómeno. Que lo que constituye su esencia, la palabra, fuese impreciso les resultó vergonzoso. Aristóteles reprocha a Platón el uso de metáforas. «Todo lo que se expresa mediante metáforas -dice- es oscuro.» Pero avergonzarse es una asunción mala de la Caída, del pecado. Vergüenza es la hoja de parra, la novedad que surge en Adán tras probar el fruto del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Quien se avergüenza prefiere que no lo vean, se oculta, busca estar solo: las aspiraciones de cierto tipo de lenguaje preciso surgen de un hombre avergonzado, incapaz de tolerar la luz del misterio al que volvió las espaldas. El misterio del nacer y del morir, de su dependencia respecto a Dios, misterio del que en el Paraíso se nutría. Tal hombre se aísla en la irrealidad de una exactitud que lo ha llevado hoy a la incomunicación casi total. Lo condujo a un lenguaje en el que sólo hay materia humillada por haberse visto reducida a puro objeto y en el que lo humano calla. El lenguaje preciso es el padre de la ciencia. La vergüenza nos entregó al totalitarismo de la utilidad total, a palidecer bajo la sentencia respecto del pecado: «ganarás el pan con el sudor de tu frente.»
  La poesía es humilde. De la humildad extrae las fuerzas para su gesto osado. La poesía acepta la multivocidad de cada palabra, acepta la imprecisa índole humana. Sabe que la precisión con que algunos sueñan no sólo resulta imposible sino que, eco del primer pecado, si se logra evocar su espectro únicamente se conseguirá envenenar con irrealidad la realidad. Criaturas caídas, si una parte de nosotros se obstina en recordar y perpetuar lo pecaminoso al rechazarlo, otra parte persiste en recordar lo angélico que cayó con la Caída. Tal el movimiento de la poesía. Empieza por aceptar que no es ineludible que casa signifique casa. Pero no se detiene ahí. En esa presunta falta descubre una ocasión, una puerta. Insiste, apuesta sobre ella. Va aun más allá. Y dice de pronto: «Aquiles es un león.» El mundo se duplica de esta suerte: Aquiles cobra la esencia del león y el león la de Aquiles. El pretendido lenguaje científico, al insistir en la ciencia del Arbol, desmiembra, separa. La poesía, al reunir lo aparentemente contrario, restaura con el poder de su amor la unidad de todo lo que vive, muestra a la Tierra como un gran arcángel que late y respira. La poesía redime el pecado aceptándolo.
  Recuerdo los versos de un poeta. Describe la muerte de un hombre, dice que éste siente «el íntimo cuchillo en la garganta». ¿Cómo puede decirse esto? ¿Cómo puede atribuirse la cualidad de íntimo a un cuchillo? Así la esencia de la poesía es al menos de índole paradójica, no se subordina a la razón. Pero la imagen «Aquiles es un león» dice todavía más. Enseña que la metáfora cumple una destrucción de las barreras racionales. Con ello la metáfora se instala no sólo más allá de la lógica, sino contra la lógica: se muestra que la operación de la metáfora es fe. Incidentalmente, al esclarecerse los vínculos entre metáfora y razón, aprendemos sobre las relaciones entre razón y fe. Quedan borradas las aspiraciones de la teología, al menos en aquellas zonas en que ésta no se acoge al misterio. Teología es todo lo racional, incluso la ciencia, el intento de explicar el mundo. Posterior a la fe, la teología constituye un momento de debilidad de ésta, en que ante las demandas de la razón el espíritu se rebaja a dar razones que justifiquen la fe. Esta rebaja humilla todo. No hay nada demostrable en el campo de la metáfora, fe. Simplemente las cosas son mostradas, basta. Hay hombres sin fe: tampoco esto es demostrable. La fe y el rechazo de la fe constituyen misterios. La fe que trata de vencer al rechazo de la fe mediante demostraciones, teología, se convierte en alejamiento de la fe. Cada mal busca lo que busca y nada distinto le conviene: es cosa del juicio que cada uno lleva en sí sobre si -sobre el Señor-, por el cual asume la entera responsabilidad de sí mismo.

  La enfermedad es elocuente respecto a la salud. Nos hace saber cuáles eran las funciones de los órganos que funcionan mal. Observemos esa enfermedad del arte llamada esteticismo. Esteticismo: se distingue por ponerse a sí, a lo estético, como único contenido posible de la obra de arte. O sea que lucha contra otros contenidos que suelen adueñarse de la obra: sociales, políticos, intelectuales, religiosos, etcétera. Tal lucha indica que el arte es un campo abierto a contendores, «liberado» de una fuerza que antes lo ocupaba y a la que se supone que se desalojó. ¿Cuál es esa fuerza? El esteticismo, al depositar la fe en lo estético como único contenido posible, lo hace con un carácter absoluto al que no aspiran los otros contenidos contendientes. Tal rasgo absolutista nos revela que el arte, cuando piensa sobre sí, sospecha que su único contenido posible es lo Absoluto, lo Divino. Al rechazar todo contenido, al instaurar su propia esencia como contenido único, la enfermedad del esteticismo nos revela por la vía negativa el carácter sacro del arte, proclama a Dios como una ausencia que no puede ser sustituida por nada. (*)

2) MUNDUS Y QUIMERA

  Uno de los momentos fundamentales del rito tradicional de fundación de ciudades es aquel en que se procede a la apertura del mundus. Se trata de un vasto pozo que era cavado en la tierra y tapado luego, con lo que quedaba convertido en una cámara subterránea, la cual, por su aspecto abovedado similar al cielo, era denominada mundus, universo. Sin embargo, mundus, de mundare, es lo limpio, lo purificado. Un tercer sentido le asignan Varron y Macrobio al identificar mundus con mundo infernal, infierno. Y, por pertenecer a la tierra, era de índole estrictamente femenina. Los cuatro sentidos concurren al significado del mundus de fundación. Colocado bajo la advocación de Ceres, la diosa de la fertilidad, indicaba reverencia al principio femenino; inaugurado con frutos del nuevo lugar y con terra patrum, servía para purificar de la culpa de haber abandonado viejos lares; además, por ser entrada a los infiernos, mostraba un contacto vigilante y propiciatorio con las potencias de éstos -que en suma podrían identificarse con una Ceres (ímpetu vital) adversa o perturbada-. El mundus constituye el vientre, el locus genitalis maternal, la matrix de la que depende la existencia misma le la ciudad.

    Resulta oportuno comparar estas nociones con las de otra gran tradición. Se trata de la concepción budista del hara. Hara significa literalmente vientre, la zona que se halla debajo del ombligo, la cual es para el budismo el centro del cuerpo humano, el centro de gravedad psicofísico del hombre, en el cual debe éste apoyarse si desea vivir una vida no mutilada. Esa zona es desde el punto de vista biológico tanto el reino de la fertilidad, gobernado por Ceres, pues en él se cumplen las funciones de gestación y asimilación, como también el plutónico imperio inferior, porque allí se desarrollan la descomposición y la muerte. “El hecho de anclarse en el centro de su cuerpo procura al hombre el goce de una fuerza que le da la posibilidad de enseñorearse de su existencia” (Graf Karlfried von Durckheim). Hara. Dicha fuerza es la vida cósmica que atraviesa el vientre y a la que el hombre puede propiciarse si aprende a no ser víctima de su cerebro, su corazón o su voluntad, si aprende a descender a sus raíces. El esfuerzo propiciatorio indica reconocimiento por parte del hombre del cordón umbilical que lo une al gran ritmo de la naturaleza. “Lo que importa es la fuerza primordial y universal de la vida que atraviesa a grandes oleadas el bajo vientre del hombre, similar a un torrente de agua que viniendo de la eternidad pasase rumbo a la eternidad”(op. cit).

    Según esta percepción, al mundus externo, cuya apertura le resulta al hombre ineludible para habitar humanamente la tierra, corresponde un mundus interno cuya ocupación le resulta al hombre imprescindible para habitar humanamente en el hombre. Y es de presumir que se trata de dos versiones en distinto estilo del mismo fenómeno. Pero lo que debe retenerse como significativo es el hecho, de que dos tradiciones sin ningún contacto atestiguen del mismo modo respecto a la necesidad a la que debe sorneterse el hombre de dar testimonio de las fuerzas sobrehumanas de la naturaleza, de las que nunca -bajo pena de muerte- podrá liberarse. El europeo que puebla América ha olvidado la noción de mundus y carece de sentido del hara. Sus ciudades, trazadas en forma de damero, en las que cada punto es cualitativamente igual a los demás, denotan una quimera de la razón. Ciudades y templos clásicos adoptan a veces la forma de damero, pero en ellos cada punto, a pesar de ser topográficamente igual a los restantes, difiere de ellos por completo en su valor cualitativo: a través de la totalidad de los puntos se busca reproducir en la ciudad como unidad orgánica una imagen del universo que sea protectora y regenerativa. En el Campamento americano, sin mundus -o sea, implantado el desafío a la naturaleza-, se vive una vida trivial, carcomida por la irrealidad, utópica. Es que el fundamento de una vida humana real y cumplida lo constituye el esfuerzo inicial por reconciliarse con la naturaleza, por trabarse en lucha con sus manes creadores y destructores, a fin de incorporarse al juego cósmico de sus potencias, o, por lo menos, el vivir esa vida en una comunidad que en algún momento de su pasado cumplió tal esfuerzo, cuyas consecuencias siguen impregnando sus diversos estratos. Y el supuesto a partir del cual se funda América es justamente la negación de ese esfuerzo. La ratio de la quimera americana es la Fiebre del Oro, que toma las potencialidades del individuo aventurero en forma parcial y le permite así la ilusión de que no debe empeñarse en luchas más hondas. Tales potencialidades no desarrolladas pasan a cumplirse en una ensoñación cuyo motivo principal es la patria ultramarina. Se sueña con lo que allá se ha vivido y dejado, con lo que allá se vivirá cuando se regrese con el oro que se coseche. Pero ocurre que esas ensoñaciones de una vida pasada y futura en la patria ultramarina conforman el presente de una vida americana, la cual se convierte así en fantaseo irresponsable, salvo en lo que concierne al oro. Puesto que de entrada se ha huido de las potencias de la creación y la destrucción, se cree que en América todo es posible. Pero para construir algo es menester que los cimientos encuentren una resistencia que falta cuando se elude lo profundo: el aventurero afronta esta verdad ineludible al descubrir que uno a uno se estrellan contra la realidad esos locos proyectos a los que se ha lanzado tras comprobar que el oro no existe y que desdichadamente no puede volver a la patria ultramarina.

    Así se aprende el juego de simular profundidad con lo trivial; así se aprende a convertir lo que era fantaseo sobre la patria ultramarina en compensatorias quimeras sobre uno mismo en tierra americana; así se aprende a culpar y odiar a la realidad por el propio fracaso; así se aprende un estilo de vida fantasmalizado, vida de segundo grado, cuyos momentos más intensos están dados por el relampaguear del resentimiento. Y tal como el habitante de Roma posterior en muchas generaciones a la fundación sabía, al marchar por el camino llamado decumanus, que estaba siguiendo el curso del sol, del misma modo el habitante de los campamentos americanos en muchas generaciones posterior a la fundación repite el mismo estilo de vida de segundo grado, empobrecida por el fantaseo, que el espíritu del campamento sin mundus impone. Quimera es tanto planear la coronación de un monarca de estirpe inca para solucionar los problemas que en América originó hacia 1810 la desaparición del monarca español, como la fundación hacia 1950 de Brasilia, en un inútil esfuerzo por arrancar la sede del gobierno del Campamento originario en Río de Janeiro. Quimera es tanto una literatura y un arte latinoamericanos que, incapaces de radicarse lo hondo de la realidad, resultan sujetos a modelos europeos hasta el punto de que -salvo contadísimas excepciones- no alcanzan una expresión propia, corno lo es también el proyecto de Bolívar de formar una confederación sudamericana, sin considerar que la realidad de la anarquía vedaba a la sazón pensar incluso en formar naciones.

    …En los habitantes de la ciudad sin mundus lo único real y profundo es la Fiebre del Oro. Y cuando la Fiebre del Oro mantiene su dominio en la cruda forma primaria todo lo que signifique salir de los límites del propio ego, ir más allá de sí por causa de una preocupación por los otros, renunciar a algo por el bienestar general, expresar algo que concierne a todos, etc., se produce de modo débil, caricaturesco o falso, como un rito que se practica pero sin entender su sentido. Así se explica, por ejemplo, el hondo y malsano conservadorismo que afecta a la totalidad de los miembros de las sociedades latinoamericanas, incluyendo a aquellos más desposeídos. Nadie se siente jamás tan “sin nada que perder” como para exigir o desear una revolución o un cambio en la sociedad: incluso el esclavo que no cuenta más que con la cadena que lo ata  tiene la Fiebre del Oro y, a la espera de satisfacerla, no quiere un cambio de cosas que lo ponga en el riesgo de perder siquiera su cadena. Por ello no hay en tales países fuerzas políticas de izquierda verdaderas con respaldo eficaz. En el actual mundo de masas, de acelerado crecimiento demográfico y de singulares cambios, izquierda política significa la orgánica articulación de las mayorías de individuos menos afortunados a los efectos de obligar a la sociedad a cumplir las modificaciones necesarias para la salud de ésta y prevenir de tal forma los estallidos destructores que sobrevienen cuando no se realizan dichas modificaciones. En un mundo donde la intercomunicación entre los diversos países resulta compulsiva, izquierda política significa poseer la antena necesaria para captar, interpretar y asimilar las modificaciones que se producen en la gran sociedad de masas actual, a fin de no condenarse a desempeñar un papel dependiente y lesivo en la intercomunicación. Ese instrumento de cambio e inteligencia falta en los países latinoamericanos. Como pendant -en apariencia mitigatorio pero en realidad exacerbante- de esa falta surgen los pequeños grupos de intelectuales extremistas a ultranza. Esos grupos se adueñan de universidades y otros puntos claves y realizan desde allí su agitación en pro de la reforma social. Pero tanto lo exagerado y utópico de sus demandas como lo histérico de sus actitudes y gritos denuncian la falta de solidez de sus convicciones y la falta de apoyo verdadero por parte de cualquier sector del país. Y a la larga el papel que desempeñan tales grupos de utopistas -que si fuesen reformadores reales actuarían con mucho más sigilo y eficacia- es el de servir como los mejores pretextos que la Prehistoria encuentra para sentirse o simular sentirse convocada a restaurar la pureza del Origen amenazada por los “subversores”. La verdad que los extremistas gritan es la de la impotencia de la Fiebre del Oro -debida la trivialidad e irrealidad final por su falta de mundus- para manejar al país y la de su desesperada apelación a la Prehistoria…

  …Existe sin duda la posibilidad de superar ese destructor movimiento de péndulo entre la Prehistoria y la Fiebre del Oro, incluso en naciones que carecen de mundus, esto es, en naciones implantadas en desafío a la naturaleza. Existe la posibilidad de lograr que una nación arranque en forma definitiva por el camino de la Historia de la Fiebre del Oro y de que a partir de entonces las reapariciones de la Prehistoria sean aisladas, de escasa repercusión en el conjunto, y de que hasta se llegue al caso de que contribuyan a la más rápida marcha de la Fiebre del Oro. Una sociedad de ese tipo -a la que tienden o quisieran tender todos los países latinoamericanos- es la que forman los Estados Unidos de América. Allí la trivialidad y la irrealidad de la vida en la Fiebre del Oro fueron tomadas con pasmosa seriedad para organizar un sólido estilo de existencia nacional que el mundo entero conoce con el nombre de tecnocracia. La tecnocracia toma las vidas de quienes viven a ella sometidos según un estilo “estadístico”, por así llamarlo, que aprovecha siempre especialidades técnicas parciales de los individuos y los ignora siempre como las totalidades humanas que son, por lo que los condena a llevar una existencia tan superficial y fantasmal, tan de segundo grado, como la que distingue  siempre a la de la Fiebre del Oro. La Prehistoria puede volver en carácter de oposición “refundadora” a través de incidentes -como los asesinatos de Lincoln y Kennedy, el espíritu del Sur, el mundo que revelan las novelas de Faulkner, el maccarthysmo, etc.- a los que la Fiebre del Oro vestida de Tecnocracia consigue sobreponerse, pero son más importantes los aspectos en que se presenta como aliada -la Conquista del Oeste, el espíritu militarista que a cañonazos abre y mantiene mercados para los productos de la Tecnocracia, etc.- Este “ideal” -al que de algún modo con el tiempo los países latinoamericanos se acercarán en variada medida- constituye el máximo de intensidad vital -basadas en la eficacia, nunca en la plenitud, a la que la primera se opone -que pueden alcanzar las sociedades sin mundus ni hara, es decir, formadas por criaturas que se han enajenado los manes tanto externos como internos.

    Por lo demás, en una humanidad progresiva y generalizadamente desencadenada del nutricio orden cósmico por la razón, este modelo se aparece como el más adecuado para la mayoría de las naciones, aunque debe notarse que en aquellas que en el pasado contaron con un nombre secreto, con un mundus, las influencias del modelo tecnológico no logran nunca penetrar demasiado hondamente y son por ello menos ostensibles y menos nocivas. (*)

(*) Fuente: Primer texto procede de Héctor Murena, La metáfora y lo sagrado; y luego Mundus y quimera, de Héctor Murena, en El nombre secreto, Monte Ávila Editores, Caracas, 1979.

EL PENSAMIENTO PERDIDO

EL PENSAMIENTO PERDIDO

  Por Albert Schweitzer

  Albert Schweitzer (1875-1965): humano de sensibilidad honda. Múltiple. Fue médico, filósofo, pastor protestante, músico. Curó las dolencias del cuerpo en el Hospital Lambaréné, en Gabon, en el África negra. Su humanismo militante (y no puramente declamatorio) fue reconocido cuando, en 1952, se le concedió el Premio Nobel de la Paz. Como músico, recreó a Bach a través de su gran virtuosismo en la ejecución del órgano. Fue sensible al pensamiento del Oriente y a las aspiraciones éticas. 

  El ojo de Schweitzer descubría con agudeza toda fractura de la dignidad y la plenitud humanas. Una de los abismos del hombre contemporáneo se manifiesta en la pérdida de la predisposición al pensar. Pensamiento perdido. Incapacidad para trascender la conversación rutinaria, la faz más apremiante y cercana de las cosas. Imposibilidad para meditar en la concepción del universo que burbujea bajo la trama de todos nuestros actos y el torrente de nuestra conciencia.

  La defensa de la fuerza del pensamiento abandonado centellea en este ensayo no recordado titulado “¿Qué es una concepción del universo?”, perteneciente a El camino a ti mismo, obra publicada originalmente por la mítica revista y editorial Sur. Un texto olvidado del humanista de Lambaréné, el que vivió en un hospital en la selva, donde el pensar guió la potencia mutadora de la acción.

E.I

    EL PENSAMIENTO PERDIDO

  Por Albert Schweitzer

      Vivimos bajo el signo de la decadencia de nuestra cultura. No es la guerra la que ha creado esta situación. La guerra en sí no ha sido más que una manifestación de esa decadencia. Lo que antes existía de espiritual, ha invertido ahora su actividad, y se dedica, cada vez con mayor encarnizamiento, a obrar contra el espíritu. La acción recíproca entre lo material
y lo espiritual ha adquirido un carácter que podría llamarse funesto. Frente a las poderosas cataratas, avanzamos arrastrados por la corriente entre espantosos vórtices y remolinos. Solamente con los esfuerzos más sobrehumanos lograremos (suponiendo que exista alguna esperanza de lograrlo) alejar la barca de nuestro destino del brazo peligroso del río adonde nos hemos dejado arrastrar, para volver nuevamente al curso principal. Nos hemos alejado de la cultura, porque ninguno de nosotros se preocupaba de pensar seriamente en la cultura. Ahora todos pueden comprobar que el proceso de aniquilación de la cultura se encuentra en pleno auge. Ni siquiera lo que de ella queda todavía en pie, tiene muchas esperanzas de sobrevivir; se mantiene en pie solamente porque no fue derribado por los embates terribles que arrasaron con lo demás. Pero el material de sus cimientos no es más que pedregullo suelto, como lo era todo el resto. El próximo terremoto puede llevárselo.

    Lo decisivo fue que la filosofía renunciara a cumplir con sus obligaciones. Se convirtió en una ciencia que estudiaba los datos de las ciencias naturales y las ciencias históricas, ordenándolos como material para una Weltanschauung futura, y manteniendo en consecuencia una actividad erudita en todos los campos del saber. Al mismo tiempo, se dejaba absorber cada vez más por el interés en su propio pasado. La filosofía se convirtió casi en una historia de la filosofía. El espíritu creador la había abandonado. Surgió así una filosofía de donde el pensamiento se encontraba ausente. Consideraba atentamente los resultados de las diversas ciencias, los sopesaba y estudiaba, pero no se interesaba más en el pensamiento elemental. En las escuelas y en las universidades, desempeñaba todavía un papel; pero ya no tenía nada que decir al mundo.

    En última instancia, la filosofía debe ser guía vigilante del sentido común. Su deber habría sido explicar al mundo que los ideales éticos del sentido común ya no se ordenaban como antes en una concepción del universo total; sino que ahora, hasta nueva orden, debían sostenerse por sí mismos, solos, e imponerse al mundo por su propia fuerza.
    La capacidad que posee una persona de ser un portador de cultura, es decir, de comprender la cultura y obrar para ella, depende de su capacidad de ser al mismo tiempo un pensador y un ser libre. La libertad material y espiritual se encuentran íntimamente unidas. La cultura presupone libertad. Solamente puede ser concebida y realizada por una mente libre. Pero el hombre moderno ha perdido tanto la libertad como la capacidad de pensamiento.
    A esta pérdida de libertad se suma el exceso de tensión. Desde hace dos o tres generaciones, una enorme cantidad de individuos han cesado de vivir como personas; sólo viven como trabajadores. Nada de lo que pueda decirse en términos generales sobre el significado espiritual y social del trabajo, vale ya para ellos. El exceso con que por regla general el hombre moderno, en todos los círculos de la sociedad, se ha dejado absorber por las preocupaciones materiales, ha traído como consecuencia un empobrecimiento de su espíritu. Se puede decir que este proceso ya comienza a obrar sobre él durante su primera infancia. Sus padres, presos en un inexorable destino de trabajo, ya no se pueden ocupar de él como sería natural. De este modo se le suprime algo esencial e insustituible para su desarrollo. Más tarde, entregado el joven también al exceso de trabajo, se ve cada vez más impelido a obedecer esa necesidad de ocupación y distracción exteriores. Dedicar las pocas horas libres que le restan a la reflexión íntima o a la conversación seria con personas o con libros, requeriría en él una capacidad de recogimiento que no siempre posee. La inacción más completa, el alejamiento de sí mismo y el olvido constituyen para él una verdadera necesidad física. Por lo tanto, se comportará como un no-pensante. Lo que busca  no es una formación, sino un sostén, y justamente aquella especie de sostén que menos esfuerzo espiritual le exija. Hasta qué punto la falta de pensamiento se ha convertido en el hombre moderno en una segunda naturaleza, lo demuestra el tipo de sociabilidad que habitualmente practica.

    Cuando mantiene una conversación con sus iguales, procura especialmente que esta conversación se mantenga dentro de los límites de la observación de carácter general, y no se convierta en un verdadero cambio de ideas. Ya no posee nada que pueda llamarse su propio yo, y vive dominado por una especie de angustia de que en algún momento se le exija demostrar que lo posee; angustia de tener que demostrar que posee una personalidad. El espíritu que ha provocado esta asociación de los dispersos, día tras día se convierte entre nosotros en una fuerza cada vez más poderosa. Nuestra sociedad está creando una imagen rebajada del hombre. Tanto en los demás como en nosotros mismos, lo único que buscamos es un desempeño correcto de las obligaciones impuestas por el trabajo cotidiano, y poco a poco nos reducimos a no ser nada más; a ser meros trabajadores.

    A la falta de libertad y a la dispersión del hombre moderno, se agrega como freno psíquico de cualquier posibilidad de cultura el hecho de que ese hombre sea tan incompleto. La monstruosa expansión y el constante crecimiento de la ciencia y de la técnica exigen imprescindiblemente  que la actividad de cada uno de sus practicantes se limite a un campo determinado, cada vez más restringido. Tiene lugar así una organización del trabajo, destinada a crear un todo orgánico en el que pueda combinarse armoniosamente la producción de cada uno con la de los demás, la producción que gracias a la intensa especialización adquiere proporciones siempre mayores. Los resultados que así se consiguen son sin duda grandiosos. Pero en cambio se tiende a abolir el significado espiritual del trabajo para el trabajador. El trabajo lo obliga a poner en juego sólo una parte limitada de sus capacidades, y no su entera persona. Esto provoca un efecto de rebote sobre su personalidad. En lugar de esa conciencia de sí mismo que normalmente nace de la persona como una consecuencia de su trabajo, cuando éste le permite poner en juego toda su capacidad de reflexión y su entera personalidad, surge en el trabajador la conformidad consigo mismo, que nace de una participación perfecta y completa, donde la especialidad es lo único que cuenta y permite olvidar la falta de habilidad en los demás campos. En todas las profesiones, pero sobre todo en el dominio de la ciencia, el peligro espiritual de la especialización se hace cada vez más evidente, tanto para el practicante aislado como para la vida espiritual de la sociedad. Y también es de notar que la juventud recibe actualmente una enseñanza que no es lo suficientemente universal como para permitirle descubrir alguna relación entre las diferentes ciencias, y crearse de este modo, de la manera  más natural, un panorama del saber contemporáneo.

    Ese hombre sin libertad, disperso e incompleto, se encuentra al mismo tiempo amenazado por el peligro inminente de caer en la más completa falta de humanidad. Estamos perdiendo la capacidad de apreciar nuestras afinidades con los demás hombres, con nuestros congéneres. De este modo nos encaminamos por la vía de la inhumanidad. Cuando desaparece la convicción y la conciencia  de que toda persona nos importa por el hecho mismo de ser una persona, la cultura y la ética empiezan a vacilar. El avance hacia una completa y perfecta inhumanidad se vuelve entonces mera cuestión de tiempo. Por otra parte, nuestra sociedad ha cesado de reconocer a todos los hombres su valor y su mérito de hombres. Una parte de la humanidad es, para nosotros, solamente una acumulación de material humano, de hombres como cosas. El hecho de que desde hace unas décadas se haya empezado a hablar con ligereza cada vez mayor de guerra y de depredaciones, como si se tratara de sencillas combinaciones sobre un tablero de ajedrez, ha sido posible únicamente porque se ha creado en la sociedad una imagen del mundo que ya no es capaz de concebir el destino de la persona individual, porque la considera en su exclusiva cualidad de número y de objeto.

    Toda nuestra vida espiritual se desarrolla en el seno, en el ámbito y bajo la égida de las organizaciones. Desde su primera juventud, el hombre moderno se ve perseguido constantemente por la idea de la disciplina que se le quiere imponer, hasta que llega el momento en que pierde su condición individual y sólo puede imaginarse como formando parte de una colectividad. Un intercambio, una mise-au-point de ideas entre persona y persona, como la constituyó la mayor grandeza del siglo dieciocho, hoy ya no podría tener lugar. En aquellos tiempos no se sentía el respeto que hoy se siente por la opinión de la colectividad. Todas las ideas tenían que surgir del sentido común, de la inteligencia individual, y justificarse ante ella. Hoy, el respeto constante hacia las ideas generales y conceptos básicos que rigen en el seno de las colectividades organizadas, se ha convertido en una regla que no se discute. Tanto para sí  como para los demás, el individuo pone en primer plano, porque cree en ellas con la fe más irreductible, todas aquellas ideas u opiniones que considera propias de su nacionalidad, de su confesión religiosa, de su partido político, de su clase social y de más grupos a los que de algún modo pertenece. Valen para él como si fueran un tabú, y se encuentran no solamente fuera de toda posible crítica, sino también excluidas como tema de conversación. Esta actitud, mediante la cual renunciamos nosotros mismos a nuestra condición de seres pensantes, suele llamarse, eufemísticamente, respeto a las propias convicciones, como si pudieran existir verdaderas convicciones donde no existe el pensamiento.

    El hombre moderno se pierde en la colectividad de la manera más increíble. Esta es quizá la tendencia más característica de su personalidad. Y de este modo penetramos en una nueva Edad Media. Una vez que el acto volitivo común se convierte en regla fija, la libertad de pensamiento ya no sirve para nada, es inútil. Solamente volveremos a sentir una necesidad de libertad espiritual, cuando el individuo aislado vuelva a ser espiritualmente independiente, y se encuentre en una relación más honorable y natural con respecto a las organizaciones que son ahora la cárcel de su psiquis. Librarse de esta Edad Media en que nos encontramos actualmente costará mucho más de lo que le costó a la humanidad europea emerger de la anterior. Porque en aquella ocasión la lucha se dirigía contra ciertos poderes autoritarios que habían sido impuestos por las circunstancias históricas. Hoy se trata en cambio de lograr que el individuo pueda abrirse paso para escapar de la prisión espiritual que él mismo se ha creado. ¿Puede haber tarea más difícil? Todavía no existe una idea clara de esta miseria espiritual en que vivimos. Año tras año se hace más intensa la difusión de opiniones nacidas de la colectividad, con exclusión del pensamiento individual.

    No solamente desde el punto de vista intelectual, sino también desde el punto de vista ético es anormal la relación presente entre el individuo y la colectividad. Al renunciar a la propia opinión, el hombre moderno renuncia también al propio juicio moral. Para poder encontrar bueno lo que la colectividad, de palabra y de hecho, recomienda como bueno, para poder condenar lo que según ella es condenable, tiene que contener las reflexiones que surgen en su mente. No solamente ante los demás, sino también ante sí mismo trata de impedir que estas reflexiones cobren expresión. De este modo su juicio se pierde en el juicio de la masa, y la moral en la colectividad.

    ¿Qué es una concepción del universo? Es el conjunto de ideas que la sociedad y el individuo aislado se han formado sobre la esencia y la razón del mundo, sobre la posición y el destino de la humanidad y del hombre dentro de ella. El saber último hacia el cual tendemos es el conocimiento de la vida. Nuestros conocimientos nos muestran la vida desde afuera, nuestra voluntad desde adentro.

  La duda sobre si la multitud es capaz de la reflexión necesaria para llegar a una concepción del universo o Weltanschauung inteligente acerca del individuo y acerca del mundo, resulta justificada cuando se considera como ejemplo el hombre moderno. Pero éste es un fenómeno patológico, en su renuncia a la necesidad de pensar. De por sí, existe en el individuo medio una capacidad dada de reflexión, que no solamente le permite crearse una Weltanschauung propia a través de su pensamiento, sino que además hace de ella una necesidad normal. Los grandes movimientos de opinión que tuvieron lugar en las épocas antiguas y modernas, permiten sostener con confianza la tesis de que en el individuo normal existe un pensamiento elemental capaz de despertar de su letargo. Y también la observación cotidiana de las personas que nos rodean, y de los niños cuando uno tiene contacto con ellos, confirman esa creencia. Un impulso elemental hacia una Weltanschauung, fruto del pensamiento, se agita en nosotros durante la infancia y la adolescencia, cuando se está formando nuestra personalidad independiente como seres pensantes. Más tarde permitimos que ese impulso sea acallado, aunque sentimos claramente que de ese modo nos empobrecemos y nos volvemos menos capaces para el bien. Somos como manantiales, que ya no manan más agua porque nadie los cuida y se  van llenando poco a poco de escombros y residuos. Todo lo que es persona, está destinado a desarrollarse hacia una verdadera personalidad a través de su propia  Weltanschauung nacida del propio pensamiento.  (*)

(*) Fuente: Albert Schweitzer, “¿Qué es una concepción del universo?”, en El camino hacia ti mismo, Buenos Aires, Sur (selección de Max Tau y Lotte Herold; versión castellana de J.R. Wilcok).

Jesucristo en las otras religiones

Jesucristo en las otras religiones
Fco. Javier Avilés Jiménez
No pasa Jesús de Nazaret inadvertido en las grandes religiones. Después de siglos de mutuo rechazo, las grandes tradiciones religiosas se plantean el reto del diálogo y la cooperación para evitar la intolerancia y apoyar, unidas, la paz, la justicia y el respeto de la naturaleza.
Jesús en el Corán.
Si algo caracteriza la visión musulmana de Dios es su radical distancia respecto al hombre y al mundo. Alá es clemente y misericordioso, pero ante él la única postura es la de la más perfecta sumisión (islam). Aquí surge una diferencia importante con el cristianismo, que si bien respeta la distancia entre la divinidad y la realidad creada, mantiene que Dios es experto en salvar distancias y aproximarse sin pudor al hombre y la creación.
Mahoma se refiere repetidamente a Jesús, considerándolo un caso paralelo al suyo: un profeta que por revelación de Dios predica la verdad. Pero en cualquier caso, se trata de un hombre (sura 43,63) que anuncia a los judíos la venida de Mahoma (61,6). Los milagros fueron auténticos pero hechos con le permiso de Dios (3,49). Jesús fue uno de los justos y allegados a Dios (3,45) que, como hacen los buenos creyentes (musulmán) practica la oración y la limosna (19,32). Rechazado por los judíos, estos creyeron matarlo, pero Dios se lo impidió llevándoselo al cielo (4,157). Esta negación de la muerte en la cruz de Jesús se corresponde con la idea del éxito de los profetas.
A pesar de que está claro para el Corán que Jesús no es Dios, se le pone a la altura del profeta. Se reconoce su nacimiento virginal (19,21), no como muestra de divinidad sino de la omnipotencia de Dios. Incluso de le llama la Palabra de Dios, pero sin identificarlo nunca con él. Las premisas para un diálogo fecundo entre el Islam y el Cristianismo están aquí, pero pasan por la superación de las diferencias históricas: reconciliación por la vía del reconocimiento mutuo de errores y agresiones.
El Hinduismo y Jesús.
A pesar de que le demos un nombre unitario, son numerosas y distintas las tradiciones religiosas que dan contenido a lo que nosotros llamamos hinduismo (por ejemplo, visnuismo, sivaísmo y saktismo, que son los cultos más profesados…). No deja de ser un concepto expresivo del colonialismo intelectual de Occidente. También es verdad que dentro de su pluralidad todas tienen en común una convergencia intencional superior: abrir al hombre un acceso a la divinidad o al Absoluto (Brahma).
Ni que decir tiene que esta interna constitución del hinduismo como pluralidad de tradiciones religiosas hace de él un fenómeno de tolerancia. La divinidad supremo no considera rivales a otros dioses, todos ellos existen por él y manifiestan su realidad.
Muy temprano aparece el cristianismo en la India, hacia el s. II, relacionado con la tradición de Sto. Tomás. Para los hinduistas el sermón del monte es cercano a su propia fe. También la idea de encarnación o manifestación humana de lo divino (avatara) es familiar para la historia de las tradiciones hinduistas (Krisna, por ejemplo). Sin embargo, esa misma apertura la reconocimiento de la presencia humana de la divinidad se opone a toda reivindicación de exclusivismo por parte de ninguna de sus manifestaciones, como sería el caso de Jesucristo. Entre las muchas avataras de la divinidad, Jesucristo bien puede ser una, como reconoce Gandhi, que lo proclama su modelo da noviolencia.
Una cristología hindú partiría del Jesús histórico y el ethos que se desprende de su predicación, de sus bienaventuranzas: la defensa de los pobres y la propuesta del amor noviolento. La ley eterna del amor sería una coincidencia profunda del hinduismo con el cristianismo. Y desde ahí habría una valoración de lo que de eterno y divino se hace presente en Cristo.
Jesús ante el Budismo.
La diferencia más plástica y expresiva entre Cristo y el Buda se ve en la contraposición del rostro sufriente del crucificado y la sonrisa pacificadora del iluminado (Buda). El budismo no acepta que el Iluminado sufriera en vida después de llegar a la iluminación. El Buda Gautama estuvo por encima del sufrimiento, pues no en vano ahí radica la esencia del budismo, en la superación del sufrimiento. Pero Budismo y Cristianismo coinciden en que el sufrimiento es superado al final. comparten la esperanza en la liberación del sufrimiento.
Como en el caso del hinduismo, el Budismo admite pluralidad de iluminados, pluralidad de Budas (el Buda Gautama tiene predecesores y sucesores). Aquí habría una diferencia fundamental con el cristianismo que mantiene que Jesucristo no es un caso más de acceso a la perfección. Y es que el Budismo es una tradición cíclico-mística que busca una vía de liberación interior y el cristianismo es histórico-profético, cree en la acción de Dios en determinados acontecimientos.
Por último está el gran escollo para la comprensión religiosa del Budismo. Buda calló sobre Dios, no se planteó esa cuestión por considerar que suponía otra forma de apego a la realidad material. Por encima del posible valor que pudiera suponer la búsqueda de Dios está el carácter radical de contingencia de toda la realidad y la necesidad de liberarse de ella para que cese el sufrimiento, condición metafísica de la existencia. Jesús habla de Dios con la confianza del chiquillo en su padre (Abba).  Y propone que esa confianza sea más fuerte que la aparente victoria de la muerte. Desde esa confianza, el amor solidario y compasivo y el compromiso por evitar la parte de sufrimiento causada por la injusticia tiene sentido, es el sentido cristiano de la vida.

ESTUDIAR TEOLOGIA Y SER MUJER

ESTUDIAR TEOLOGIA Y SER MUJER
Cristina Galletero, bachiller en teología
 
Basta dar una vuelta por los centros de estudios teológicos para constatar que el número de mujeres estudiantes de teología es bastante reducido. Mayor aún es el vacío en las librerías religiosas, donde casi es nulo el número de libros de contenido teológico escritos por mujeres. Desde esta constatación y como mujer que estudia teología me pregunto el por qué de esta situación .
En primer lugar, es evidente que en la Iglesia (y en la sociedad en la que está inmersa) se ha dado (y se sigue dando a ciertos niveles) una discriminación de la mujer por el hecho de serlo. Algo se ha avanzado, pero los frutos de siglos de desigualdad no son fáciles de superar. En esta situación se puede notar lo siguiente, por una parte la mujer ha estado y esta activamente en ciertos campos de la vida religiosa (cuando no ha sido considerada como criada) y por otra parte el estudio, la formación intelectual y teológica le han estado vedados por mucho tiempo.
Por efecto de todo lo anterior, la mujer ha tenido y tiene todavía en amplios sectores un arraigado complejo de inferioridad, sobre todo en campos como el intelectual-teológico, que le lleva a una pasividad y dependencia de los hombres. Baste constatar que la mayoría de los ejercicios espirituales, conferencias, charlas, retiros, etc… son llevados a cabo por hombres.
Pero creo que es hora de tomar conciencia a todos los niveles de que la Iglesia, la evangelización y el hacer presente el Reino anunciado y vivido por Jesús es obra de to- dos, mujeres y hombres, unidos en el
 
hacer y en el pensar, en la reflexión y  en la acción.
Hacer realidad el Reino es promover el desarrollo integral de la persona, posibilitando las condiciones de vida, la formación y la cultura para que de una manera real pueda ser libre y pueda asumir las riendas de su vida. Lo cual conlleva  denunciar todo tipo de injusticia y superar todo tipo de desigualdad, incluyendo la discriminación de la mujer allí donde la haya (tanto a nivel social como eclesial). Desde este punto de vista, pienso que la teología ha de ser llamada y tarea de la mujer. Y entiendo por teología no una estéril especulación y simple acumulación de saberes y conocimientos, sino una misión, porque misión es proclamar la Buena Noticia del Reino inculturado, inserta en las situaciones de cada mujer, hombre y pueblo, proclamada en su claves vitales. Tener formación teológica es urgente para todo cristiano, incluidas mujeres sin ningún tipo de complejo de inferioridad o inercia cómoda.
Desde aquí, y si este artículo pudiera ser tribuna de mi voz y de mi pensar en alto, animaría de manera muy especial a las mujeres para que desde sus posibilidades concretas de tiempo, estudios, trabajo, etc… estudien teología, lean teología, y aporten así a este mundo y a la Iglesia no sólo sus posibilidades y capacidades intelectuales, sino también su visión femenina del mundo, de la persona, de la fe, de Dios, que completaría la hasta ahora casi exclusiva visión masculina.

LAS TEOLOGIAS LOCALES COMO EXPRESION DE LA FE ENCARNADA.

LAS TEOLOGIAS LOCALES COMO EXPRESION DE LA FE ENCARNADA.
José Vicente Monteagudo.
  “Teología” es un concepto que puede evocar resonancias distintas: para un no-creyente es un discurso vacío de contenido, pues Dios no es más que una idea creada por el hombre; para un creyente al que las “movidas”  de la Iglesia le “resbalan” es cosa de curas y en todo caso, una reflexión sobre una idea muy particular y personal sobre Dios; para los que nos movemos en el mundillo de la Iglesia tiene también varias connotaciones: es un pozo inagotable desde el cual justificar razonablemente una ideología y una tendencia eclesial; o una ciencia que, sistemáticamente elaborada, se estudia en facultades, seminario y centros teológicos (y que está alejada de la realidad social y cultural); o una simple especulación sobre conceptos inmutables, reservada para unos pocos “sabios”( y para la curia romana).
Sin embargo, tiene también un sentido para mí más significativo: indudablemente es un discurso racional y riguroso, pero cuyo estímulo, objeto y finalidad es la fe y su sentido para  el cristiano. Surge de la experiencia de fe, desde la que éste se pregunta por las implicaciones que para su vida y la de los demás tiene, y por cómo hacer esta fe inteligible al mundo del que forma parte el hombre de hoy. Es una reflexión que busca superar todo fundamentalismo porque sirve de motor dinamizador de las fórmulas demasiado rígidas de los dogmas (si bien éstos hacen un servicio a la identidad de la propia fe).
 
En resumen, el contexto cultural concreto en que uno vive plantea determinadas preguntas a la vivencia del creyente: su fe, para madurar y no quedarse en un nivel de inocencia o de simple contestación social tiene que dar respuestas adecuadas a la realidad que le rodea y entrar en diálogo con ella. Durante muchos años, la teología ha tenido una formulación caracterizada por una centralización del saber (no sólo teológico) en los países desarrollados. La teología europea ha marcado la pauta desde unas bases filosóficas e ideológicas también europeas (platonismo, aristotelismo, tomismo, escolástica, existencialismo, liberalismo, etc.).
Pero las diferentes iglesias cristianas se han extendido enormemente por América Latina, Africa, Asia y Oceanía, lugares que culturalmente son incluso radicalmente distintos a la vieja Europa. ¿Cómo puede transmitirse el Evangelio en esas culturas sin imponer nuestras categorías teológicas que responden a esquemas grecolatinos?¿No es la fe acaso un don que se recibe y no algo impuesto y aprendido de memoria? También, en el primer mundo aparecen en nuestros días otros planteamientos culturales e ideológicos que afectan a estas cuestiones: cultura gitana, feminismo, nacionalismos, inmigrantes, etc.
Existen actualmente muchísimas visiones del mundo distintas dentro de una misma Iglesia, y cada comunidad tiene derecho a expresar su fe también desde esquemas distintos, con una teología contextualizada, propia, local. Surge aquí otra cuestión: ¿puede la comunidad ser fiel tanto al propio entorno cultural en que vive, piensa y siente, como a la fe en Cristo recibida de la tradición cristiana?
 
Hay un sentimiento creciente de que las teologías heredadas de las iglesias del primer mundo no se adaptan de forma adecuada a circunstancias culturales muy diferentes. Se les ha acusado de paternalistas y colonialistas porque no ofrecen una respuesta real a sus inquietudes y problemas. Documentos del Concilio Vaticano II (Decreto “Ad Gentes”) o la  “Evangelii Nuntiandi” de Pablo VI hablan de una teología misional y emplean vocablos como: “indigenización”, “inculturación”, “adptación”, “localización”, “contextualización”, etc.
Esta nueva teología o mejor dicho estas nuevas teologías desarrollan su labor precupadas por el contexto, método e historia. Comienzan por un estudio detallado del contexto, por lo que echan mano, no sólo de la filosofía sino también de la antropología, sociología, etnología, semiótica, etc.: su desarrollo da más prioridad al papel de la comunidad como creadora de teología a la luz de la historia de su contexto (dominaciones raciales, económicas, sexuales e ideológicas). A este trabajo teológico se le ha llamado “teologías indígenas”, “etnoteología”, “inculturación”, “teología contextual” o “teología local”: este último´es el término más apropiado, porque hace referencia a la “iglesia local” y porque cada contexto admite un acercamiento distinto.
En su proceder, las teologías locales responden a diversos modelos:

1) Se dan modelos de traducción. Buscan un paralelismo entre lo esencial de la fe y de la cultura en que se transmite, pero su análisis cultural es superficial e interesado por la urgencia pastoral y porque lo que se transmite como esencial de la fe no va desnudo culturalmente hablando, sino que conlleva imposiciones de la cosmovisión occidental.

2) Modelos de adaptación: tratan a la cultura con mayor seriedad, se dividen en tres grupos.  El primero intenta construir una cosmovisión de la cultura local que sirva de base para la elaboración teológica; sin embargo pretende una teología académica y sistemática que no responde a las inquietudes profundas de la cultura: no deja de ser un esquema noratlántico de elaborar teología.
El segundo se basa en la fidelidad a la “Iglesia uniforme del Nuevo Testamento” (propio de las iglesias calvinistas) como base filosófica fundamental; pero se trata de una precomprensión europea de la reforma protestante del siglo XVI.
El tercer grupo busca anunciar la fe apostólica para que sea asimilada por la cultura local desde sus propios esquemas vitales: respeta así la tradición cristiana y las tradiciones autóctonas, pero ¿dónde se puede encontrar una cultura pura en la que el cristianismo no haya influído ya? ¿Vamos a negar a determinadas tribus o etnias la posibilidad de responder desde su fe a las influencias del mundo occidental que ya han calado en su cultura?

3) Por fin, contamos con los modelos contextuales: se fijan más en el contexto cultural peculiar en que la fe es recibida, se expresa y asimila para que desde las comunidades cristianas de este entorno sean capaces de construir una teología propia, o “su” teología.
Dos son los procedimientos que sigue este modelo: a) los procedimientos etnográficos, que se preocupan por responder a los problemas de la identidad racial, nacional, femenina, etc. dónde ésta ha sido “colonizada” o es absorvida por otra identidad cultural dominante. Analiza la problemática del entorno e interpela desde ahí a la tradición cristiana. Su debilidad consiste en no atender al cambio social que crea conflictos en un determinado contexto. Puede convertirse entonces en un conservadurismo cerrado sobre sí que dogmatiza la propia herencia histórica.b) Los procedimientos de liberación atienden a los conflictos que genera el cambio social y el choque de culturas con intereses divergentes. Se centran en la situación de violencia, opresión, pobreza y discriminación que sufren determinados pueblos y sectores sociales, y desde aquí hacen una lectura creyente desde la oferta de salvación que en la Biblia aparece. Su peligro consiste en que pueden centrarse demasiado en la acción liberadora y no tienen en cuenta la profundidad del mensaje de la fe, con lo que se cierran en una lucha irracional contra el poder y destruyen la religiosidad popular. Sin embargo estos procedimientos son los que mejor han dado respuesta a la realidad de la cultura local.

Después de éste análisis, hay que rercordar que el sujeto principal que elabora una teología local es la comunidad cristiana: ella puede hacer una lectura de la Escritura y la Tradición desde su propia identidad y situación. La teología se convierte así en una pedagogía para la acción. Es en este momento cuando aparece la figura del teólogo profesional, que toma esa experiencia vivida  en su comunidad y la contrasta con la experiencia de otras comunidades y con la experiencia del pasado, abriéndo su comunidad a nuevas perspectivas. Después adquieren protagonismo los  “profetas” y los “poetas”. Los primeros son las voces críticas  de la comunidad y los que descudren la Palabra de Dios en los “reglones torcidos” de aquélla; los poetas traducen todo ello a símbolos y metáforas que manifiestan con profundidad toda esa experiencia de vida.
Con todo ello, vemos que tanto el evangelio como la iglesia (católica o protestante) se interrelacionan dentro de una cultura a través de una comunidad concreta. Esta se pone a la  escucha de la cultura, no desde un análisis funcionalista (demasiado pragmático y poco atento a lo simbólico), ni desde materialismos o ecologismos (útiles para contextos culturales en cambio, pero reduccionista en su interpretación de cosmovisiones sólo a partir del entorno físico), ni tampoco desde lecturas estructuralistas (que descubren estructuras de identidad y cambio cultural pero que, al basar la elaboración cultural en estructuras mentales, subordinan demasiado lo empírico), sino desde el análisis semiótico. Éste permite acercarse a la cultura local dejando hablar a la misma; se acerca a sus “textos” (expresiones mínimas de identidad o de cambio social de una cultura: peleas de gallos, corridas de toros, bodas gitanas, reducción de la cultura vitivinícola de Albacete, etc.,) y descubre en ellos un conjunto de signos y metáforas que se interrelacionan y transmiten mensajes.
De esta forma, la cultura se manifiesta por sí misma en su significación profunda. La labor de la teología se situaría por ello desde la perspectiva del receptor (y no desde el emisor como en los modelos de traducción y adaptación). Éste me dice qué simbología y qué reglas he de seguir para que la fe pueda decir algo a la experiencia de la cultura en que una comunidad está insertada. La teología se constituye entonces en un instrumento al servicio de la autenticidad de la fe encarnada en la vida del hombre concreto.

LA MUERTE-3885

LA MUERTE
Antonio Carrascosa Mendieta

El reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

(Mt 13, 44-45)

¿No es una inmensa alegría haber encontrado aquello por lo que merece la pena vender todo? ¿Qué es la vida humana sino el tanteo por encontrar ese único tesoro? Cada vez que me enfrento con verdad a mi vida más percibo la venta continua, permanente, imparable, brutal… que la preside. Como un goteo persistente, vendemos nuestros días, nos vendemos en ellos sin parar.
Tú me han enseñado que somos capaces de encontrar la razón de esta venta de vida, que no son una venta absurda nuestros días, que merece la pena venderlo todo y con urgencia cuando descubrimos el tesoro. ¡Qué alegría si podemos encontrarlo! Tú sí que encontraste esta perla de inigualable valor, la perla que le da valor a todo… Encontraste en tu misión por el Reino aquello que justifica cualquier entrega… Y me invitas a descubrirme en mí escondido en lo que vivo día a día, a palpar aquél que soy, y tocándome decirme: merece la pena venderlo todo para ser yo cada vez más. ¿Hay tesoro mayor?Merece la pena vender mi vida gota a gota a favor de este proyecto que soy. Meerce la pena incluso, … tu lo sentiste como nadie…, venderse a través de la muerte si uno descubre que sólo a través de ella llegarás a ser el que quieres ser. Y no será una venta ajena a lo que hemos ido vendiéndonos toda la vida. Al contrario, porque hará que tengan su único sentido.
Un tesoro que hay que guardar en lo escondido, porque sólo allí es tesoro. Y allí secretamente voy buscándolo, y voy alimentándome y alimentando a otros… Y un tesoro que fecundará a nuevos buscadores de tesoros sólo a través de mi muerte, como tú con tu muerte fecundas nuestra búsqueda. En lo escondido, allí la muerte hará que seamos aquello que, después de haberlo vendido todo, queríamos ser. Y entonces, sólo entoncer,  será “mi” muerte…  y entonces, sólo entonces,  seré por fin yo… Y entonces, sólo entonces, serás tú en mí para siempre.

0. Confesión personal.
Una confesión personal: me da mucho respeto hablar de este tema, me sobrecoge un poco… Lo cual entra dentro de lo normal, no creo que lo tenga que justificar. Pero me apetecía también acercarme a este tema para poner palabra a lo que voy tímidamente buscando, palpando y tanteando, también acompañado por alguno de vosotros.
Y me da mucho respeto y sobrecoge no tanto por la misma muerte, sino por mis palabras. Me da miedo que suenen a hueco, que sean meras especulaciones, que no terminen de llegar, que se caigan y no duren cuando nos enfrentamos a la experiencia de la muerte cara a cara. O más bien, cuando nos enfrentemos a la vida cara a cara.
Sólo puedo decir que acepto el riesgo. Que sé que mis palabras nunca podrán acertar del todo ni en esta experiencia ni en ninguna, pero que tienen que ser dichas para acercarme a ellas.

1. Las dificultades que rondan este tema.
Cuando uno se propone hablar de esta realidad aquí o en cualquier otro momento apropiado para ello encuentra muchas barreras. Podríamos resumirlas diciendo algo muy simple (ojalá que todo lo que diga sea tan simple…): casi siempre preferimos eludir el tema. Supone casi una reacción instintiva el deseo de quejarnos cuando en una conversación ha aparecido el tema. Incluso culpabilizamos de masoquismo impropio al que hace aparecer el tema de la muerte entre nosotros.
Y no sólo en la conversación, sino, lo que es más grave, en la propia experiencia que tenemos de la muerte, tanto si nos toca en primera persona como en segunda muy cercana. La reacción más natural es eludirla
Incluso estoy seguro que para más de uno de los que estamos aquí nos crea una cierta incomodidad que este tema se haya hecho un hueco en unas charlas de formación y nada menos que en un ciclo con el tema de “creer en la iglesia del futuro”.
¿Y por qué este reparo, este querer pasar por alto? Yo apuntaría varias causas. No me detendré demasiado, porque no es a este nivel al que quiero tratar el tema. Si acaso algo más en la última de las razones.
–    La primera es nuestra propia cultura que acalla la muerte, que la saca de la experiencia cotidiana. Son otros los intereses de una cultura donde se prima fundamentalmente el disfrute, la vida, la salud, etc. También desde un cansancio de una época (bastante lejana ya, todo hay que decirlo) donde tenía un protagonismo impropio y bastante inhumano.
–    Nuestro propio miedo, nuestra inexperiencia en temas que requieren de una profundidad importante. Es algo tan serio que no nos valen los esquemas que habitualmente tratamos para abordar otras experiencias mucho más epidérmicas
–    Y yo quisiera traer aquí una tercera dificultad: las soluciones precipitadas que a veces hemos dado a este tema no han favorecido un clima de acercamiento a la realidad de la muerte. Es tan dura la realidad que casi siempre hemos acudido a ella con “tranquilizantes” mal utilizados. Me refiero, por ejemplo, al tema de la resurrección y la vida junto a Dios. Quiero decir que en ocasiones hemos querido tapar con la Resurrección la muerte, poniendo como fuera de consideración lo que significa morir. Y así, la fe en la resurrección ha sido otra manera más de eludir la muerte.
Y no porque no crea en la Resurrección. Ni porque no crea que la fe en la Resurrección no pueda aportar nada a nuestra reflexión sobre la muerte. Pero intuyo  que sin comprender la experiencia de la muerte no podemos comprender lo que significa resucitar, porque percibo que es precisamente en el corazón de la experiencia de la muerte donde se nos revela lo que significa eso que llamamos resurrección.
Hablaré por tanto poco de la Resurrección. Siento si con ello os decepciono (ya me pasó una vez cuando me tocó hablar de la muerte de Jesús). Creo en la resurrección porque creo en la muerte. Y cuando digo creo en la muerte digo algo más que el hecho de que va a suceder como acontecimiento físico, que en él se esconde el misterio de lo que soy… Pero vayamos por partes.

2. Nuestro objetivo.
Ésta última idea me permite aclarar lo que pretendemos en esta reflexión. Por supuesto, no hablamos de la muerte para, como era norma en otros tiempos, asustar la vida, relativizar el valor de la vida o amenazarla, Pero tampoco quiero hablar de la muerte para ayudarnos a domesticarla, a taparla, a subordinarla a otra pretendida experiencia más nuclear.
Quiero hablar de la muerte para vivirla humanamente, para comprenderla desde la vida y desde el ser humano que somos cada uno de nosotros. Mirarla cara a cara (en la medida que esto es posible) desnudándola de todos los ropajes que nuestra culutura, nosotros o esas respuestas precipitadas le han puesto encima para ocultarla. Yo lo expresaría con un juego de palabras, pero que a mí me dice mucho: vivir humanamente la muerte, humanizar vivamente la muerte. Hacerla parte esencial de lo humano y hacerla parte esencial de la vida (no flotando sobre ella o en un rincón de la misma).
No quiero pensar en este tema con el deseo de “prepararnos” para poder apaciguarla y no nos muerda en exceso, sino para vivir el hecho de que vamos a morir. Para que algo tan serio como es la muerte sea vivido por mí, desde nuestra experiencia de hombres y mujeres, para que algo tan nuestro como es nuestra muerte se perciba desde la vida y no desde ningún lado oscuro (o excesivamente brillante…)
Y quiero que lo hagamos como discípulos de Jesús. Ello quiere decir que su propia experiencia ilumina la nuestra. De cómo él fue viviendo su muerte podemos encontrar luz sobre cómo vivirla nosotros. Y al contrario, también experimentando la muerte desde nuestra vida podremos adentrarnos más en la experiencia del maestro, comprenderla y adherirnos a él. No nos será difícil adentrarnos en esta experiencia de Jesús porque es un tema nuclear en los evangelios, yo diría que es “el” tema sobre el que los evangelistas construyen sus relatos.
Esta tarea que es vivir humanamente la muerte estoy convencido de que es un camino vital. Es decir, que no es que en un momento puntual de la vida adquiramos esa comprensión, sino que esto supone todo un camino… Y camino vital porque no es una comprensión intelectual (ésa me temo que no sirve para nada)lo que buscamos, sino una compresión desde la vida.
Bueno pues este camino es que pretendo iluminar… Más bien, el camino que quiero recorrer y en el que me gustaría sentirme acompañado por vosotros. En esta luz para el camino, intento orientar, apuntar solamente

3. El camino.
1). Porque es un camino esencialmente personal y tiene que ser recorrido personalmente. Por ahí precisamente quisiera empezar: comprender la muerte supone un camino que tiene que recorrer cada uno personalmente porque es “su” muerte y no otra la que tiene que humanizar desde su vida, vivir desde su humanidad. Esta es mi primera intuición: nadie puede recorrer este camino al que me invito y os invito y no debemos delegar en nadie este camino. Necesito hacer de la muerte mi muerte (qué duras suenan estas palabras… uno siente la tentación de suavizarlas). Mirar cara a cara esta verdad tan humana.
Entre otras muchas cosas, esto nos alerta contra soluciones generales, teorías, ideologías, etc. Ni yo ni nadie puede dar recetas para nada en la vida, porque lo vital tiene que ser recorrido por uno mismo
Cierto que esto no se hace en todos los momentos, no vamos a estar a todas horas con esta mirada directa. Pero aunque no se haga en todos los momentos, requiere sus momentos. Hay momentos en que nos queremos dejar coger de tu mano… Desde nuestras cegueras reconforta sentir únicamente el calor de tu mano. Sin ver por dónde vamos, pero conscientes de que nos sacas de nuestro pueblo, a un apartado… Para con saliva y tierra ir lavando nuestros ojos. Sabiendo que no vemos nítidamente ni siquiera con tu ayuda, pero con la esperanza de que los ojos se nos abrirán del todo…
2) El proceso quiere dotar de sentido a la muerte. Algo que visto desde fuera es una cuestión puramente física darle un sentido humano. Quizás suene algo raro esto, pero en definitiva es también lo que hacemos con la vida: también la vida es algo puramente físico… y es posible vivirla así, como cualquier organismo vivo. Sin embargo, intentamos durante toda la existencia elevarnos sobre esta facticidad, sobre esta pura animalidad e intentar encontrar un sentido, algo que trascienda lo puramente físico. De tal manera que convertimos lo importante no tanto en el hecho de vivir, sino en lo que le de significado y color en la vida (amor, verdad, belleza, comunicaciónetc).
Pues lo mismo quizás podríamos decir de la muerte (quizás no sea mucho, pero no es poco tampoco): lo que físicamente es pura desaparición y destrucción puede ser “sentidizado”, es decir, dotado de un sentido. Reconozco que quizás sea más difícil que en el caso de la vida, pero quizás no tanto…. Bueno..
Cuál sea ese sentido es precisamente lo que buscamos con este camino y, como decía en el anterior punto, no es algo que esté al principio y se nos dé, sino que tendrá que buscarlo cada uno. Hacer de la muerte “mi” muerte consiste en darle un sentido, un significado para mí… Y destaco aquí sobre todo este para mí.
En este punto quería tan solo advertir que el camino requiere como un presupuesto: es posible darle sentido a mi muerte (no sé si a la muerte en general, pero sí a mi muerte. No lo tengo, lo busco… pero creo que es posible.
3) Intuyo,  y esto sea quizás el núcleo de todo lo que voy a decir, que comprender la muerte va muy de la mano de comprender esencialmente la vida, darle un sentido a mi muerte es dar sentido a mi vida. Caminan juntas ambas búsquedas de sentido, una seguro que nos lleva a la otra y se iluminan mutuamente. Porque ambas están tejidas del mismo género. Si algún sentido tiene la muerte tendrá que estar muy ligado al que tenga la vida. Por eso tomarse en serio la muerte y mirarla cara a cara nos pide tomar en serio la propia vida y mirarla cara a cara. Quizás uno de nuestros problemas y miedos, nuestros reparos a encararnos con la muerte sea que no tenemos la seriedad de vida que se requiere para un experiencia así. Y para ello hay que volverse no sobre a vida en general, sino sobre “mi” vida. El camino de búsqueda de sentido de la muerte no es otro que el de la vida. No busquemos en los huecos, en los reversos, en los aposentos anteriores, superiores o inferiores de la vida. Busquemos en la vida misma, en mi vida misma.
Si algo hemos aprendido de ti, Maestro, es la unidad que tiene en ti muerte y vida, tan íntimamente unidas que tus discípulos, cuando recordaban lo vivido contigo, todo parecía ser parte de tu muerte y parte tu vida a la vez. Cualquier gesto o palabra tuya era recordada como activando tu muerte y tu vida a la vez.
Por eso, la propuesta que aquí os hago es emprender un camino que nos lleve a desentrañar el sentido que tiene “mi” vida. Por eso quizás hable aquí más de la vida que de la muerte.
4) Para emprender este camino necesito releer mi vida y ver que no sólo he sido un organismo vivo (lo decíamos antes), sino que ha habido experiencias que me han elevado de la mera condición física, experiencias de sentido diría yo, que dan color a la vida. Experiencias como el amor, la paternidad y la filiación, la amistad, la alegría de ciertos momento, el goce estético… Pero no sólo lo positivo: también nuestros fracasos, nuestros desalientos, nuestros límites nunca aceptados, etc.¿No es todo esto un paso más allá que lo puramente fenoménico?
¿Y no es todo ello lo que en definitiva somos? Claro que sí. En todo ello es en lo que nos hemos ido dibujando a lo largo de la vida.
Y todas estas experiencias, aquellas que nos hacen, tienen el eco de lo definitivo, de lo irrepetible, de que una vez vivido queda para siempre sin poder volver a ser: una experiencia de amistad o amor, un fracaso, un momento especialmente intenso de amistad… cosas que brillan en el firmamento de nuestra vida de una vez para todas, sin posibilidad de repetirse, pero con un eco que llega a nuestros días. Vamos descubriendo lo de irrepetible y definitivo que tiene todo lo que hacemos. Ha sido… Y no volver a ser… Y es que no puede ni debe volver a ser… Pero ha sido.
Pero aun irrepetibles, si son evocadas con esta intensidad es porque permanecen presentes en nosotros de algún modo, que hay una línea que las une a lo que ahora estamos viviendo.
Os invito a percibir lo que somos. No somos únicamente un fruto de casualidades y de las corrientes de la vida que nos llevan. Por debajo de todo ello (y todas estas experiencias nos lo demuestran) existo yo. No soy simplemente vivido: vivo yo. Existo yo!
5) Desde esta mirada, que como os vengo diciendo, se desarrolla a lo largo de toda una vida de búsqueda, voy intuyendo poco a poco lo que podríamos llamar mi lugar en el mundo, el para qué de mi estar vivo. Como veis casi estamos dando vueltas a lo mismo (aunque supongo que en cada vuelta nos llevamos “algo”). A través de esa mirada que me va descubriendo los momentos y las experiencias que me hacen ser humano puedo ir acercándome al para qué de mi vida. No con frases hechas, no con doctrinas religiosas o ideológicas impuestas desde fuera. Tampoco desde la culpabilidad de lo que no he llegado a ser ni desde la fantasía de lo que me hubiera gustado ser. No desde lo que he vivido como fundamental soy capaz de trazar una línea que conecte todo y percibir lo que llamaría mi misión. ¿Qué es lo que estamos llamados a ser en nuestra vida? Esta es la pregunta. Y para responderla no podemos echar mano de ningún manual sino de lo que hemos ido viviendo. Allí está escrito si sabemos leerlo. Unos pueden intuir la entrega familiar como misión, otros una profunda misión profesional que da sentido a todo, etc.
Creo que así fue, Jesús, como fuiste tomando conciencia de que todo te llevaba hacia una misión que pusiste como centro organizador de su vida. Le llamaste Reino: esa vida la organizaste en torno a hacer presente la gracia amorosa de Dios para con Israel. Sabemos que esta conciencia no te llegó por ciencia infusa, sino la destilaste de tu propia experiencia, de tus propios tanteos, de tantas horas con los tuyos hablando y escuchando. Allí descubriste qué era lo que en el fondo movía tu vida como centro más profundo. Allí queremos vernos de tu mano: ver nuestra propia misión, el para qué de lo que vivimos.
Y en esa misión no sólo veo mis decisiones, mi voluntad, sino también descubro que siendo mía, brotando de mí, alguien la ha puesto en mí, alguien la sostiene. Me atrevo a nombrar a Dios desde mi misión. Lo que me hace ser más yo es lo que más me une a Dios.
6) Y permitidme aquí que sugiera un nuevo paso en este camino: uno puede leer todo lo que es su misión desde una clave: la desposesión de sí. Ese hilo conductor que es la misión, el para qué de la vida, no es sólo realización personal sino irse “entregando”. O mejor dicho, me realiza entregándome fuera de mí.
Uno va viendo que su vida adquiere sentido en la medida en que va saliendo de sí: va siendo a través de ir gastando el ser.
Las experiencias citadas antes (amor, fracaso, alegría, paternidad, etc.) son auténticas experiencias de desgaste. Una desposesión en la línea de la misión, pero no por ello menos “entrega”. Y no sólo por nuestra voluntad: el desgaste de las fuerzas, la desaparición de otros, la lejanía, nos hace ir viendo que la vida es precisamente esta continua experiencia de desgaste. Unas veces ofrecida… Otras arrancada.
No era eso, Jesús, lo que querías decir con aquello de que quien pierde la vida la gana: precisamente vivir es ir desposeyéndonos de la vida: mostraste en tu propia misión que desgastarse es humanizarse. Así enseñaste a los tuyos a ser humano: dándote todo a ellos, entrega que sólo con nuevas entregas se renueva.
7) Y no es ésta una desposesión que se derrame y pierda, sino que da su fruto, como la semilla que muere. La desposesión y entrega que ha nacido de nuestra misión ha “fructificado” en algo distinto de ella misma.
Por frutos se entiende siempre algo que brota de sí (muy nuestro) pero que a la vez se desprende de nosotros y es distinto… Son frutos en otros seres humanos cercanos, en la historia humana, en la naturaleza… En todo lo que podríamos llamar patrimonio humano.
Frutos de nuestra desposesión que hacen vivir y crecer a otros. En algunos casos los tenemos muy conscientes y presentes, fundamentalmente hablo de los que sentimos más cerca… (es lo que hemos sembrado en los hijos, en los amigos, padres, hermanos,…) Pero también sin saberlo a ese pozo común en el que la humanidad se nutre.
Cuando hablo de frutos pienso no en ayudas externas, en enseñanzas, en cosas materiales, en lo genético: no es algo de mí que está en el otro (el que conozco y también el que no conozco)… Por eso que soy de verdad, por esa misión por mi humanidad desposeída habito en los otros.
Quizás en este punto pueda parecer esto un poco teórico, subido a las nubes… Pero no: lo que ocurre es que estas intuiciones no son accesibles con la sola voluntad de tenerlas: a veces se nos presentan. Y no siempre son fáciles de decir.
Hay algo en cada uno de nosotros que se ha enraizado ya fuera de nosotros, que nos ha llevado a otros hogares. Necesitamos una mirada tranquila y profunda para ver todo esto.
Ayúdanos, Maestro a sostener esta mirada en la tuya, donde ibas percibiendo cómo quedabas en los tuyos más cercanos, cómo no eras sólo para ellos un rabí o un sabio, sino que aquello que tú vivías con tanta intensidad estaba empezando a nacer en ellos.
¿Qué es la Iglesia sino estos frutos que unos a otros nos vamos entregando? No somos un mero grupo, pero tampoco algo invisible o abstracto previo a nosotros. No. la iglesia son todos estos frutos de creyentes, el fruto de todas nuestras desposesiones y entregas, sostenidas por la del Maestro de Galilea. De ello nos alimentamos. Creer en la Iglesia es creer que todos los que tras generaciones hemos intentado seguir a Jesús hemos creado un patrimonio compartido con nuestras entregas. Y que todo esto es indestructible, piedra fuerte que ni el peor de los males puede destruir
8)Y desde ahí te atreviste a una apuesta más nuclear y definitiva. Jesús: viste que crecías en ellos y ellos en ti, que tu presencia les hacía crecer. Pero también entreviste que sólo había una manera de lograr que esta presencia fuera definitiva: la muerte. Los acontecimientos violentos en tu contra, la más que probabilidad de que acabases violentamente fue la ocasión que aprovechaste para aquellas desposesión total que haría que los tuyos te recogieran para siempre: una muerte provocada por una fidelidad a la misión hasta el extremo haría que quedases en ellos como ninguna otra experiencia pudiese lograrlo.
Ello me hace preguntarme, nos hace preguntarnos, si, en coherencia con nuestra desposesión, desgaste, entrega en la misión, no habrá frutos que sólo nuestra muerte hará madurar, si no habrá una presencia en los otros, en ese patrimonio común, que sólo con mi muerte podré lograr. Pensar que hay algo de mí, algo de lo que soy que sólo puede comunicarse a través de mi muerte. Una irradiación a los demás, al mundo, a nosotros mismos que nunca lograré de otra manera. Sé que es un atrevimiento… pero me atrevo porque tú te atreviste.
Una entrega final, total, un fruto total en continuidad con lo que he sido y no como destrucción de lo que he sido. La entrega final unida a todas las anteriores.
Permitidme una comparación (que tiene, claro está, la limitación de todas las comparaciones): la muerte como esa clave de las cúpulas: es la última que se pone, sin las anteriores piedras no podría ponerse esta última. Pero luego sostiene a todas las demás. La muerte sostiene así toda nuestra vida, todo lo que hemos sido. Da razón última a toda la vida Muerte como palabra final de todo el relato de mi vida, clave para entenderlo y no sólo un abrupto final del libro.
9) Con todo lo dicho creo que entenderemos que sólo hay una manera de acoger y hacer nuestra la muerte: con una fe desnuda. Ante la muerte, más desnuda que nunca.
Y me refiero a una fe en nosotros, en uno mismo. Es fe en el fruto que somos y que vamos madurando. Fe en que no somos un mero devenir, una caña agitada por el viento, sino que existimos de verdad. Fe en que esa línea fundamental que veo en mi vida, esa misión, es lo que soy. Fe en la realidad misteriosa que soy. Y desnuda, porque la muerte me pone de manifiesto no soy más que esa realidad misteriosa. Nada más. Pero indestructiblemente eso.
Fe en Dios. No en el Dios que está detrás de la muerte, sino que Dios que me habita toda mi vida, que es el núcleo de ese misterio que soy. Eres ese Tú en mí, que en un cortejo que dura toda la vida nos vamos buscando. Tú que me has llamado a ser yo mismo. Quisiéramos que en el momento final de nuestra vida podamos decir: sé tú todo en mí, sin reservas, porque sólo así podré llegar a ser yo de verdad.
Fe en Dios que es pura y desnuda porque ya no caben más mediaciones, ni imaginaciones, ni medias tintas, ni siquiera palabras que puedan expresarla: sólo nos quedará la fe en ti.
En la muerte aprendemos que la desposesión de nuestra vida pide una totalidad insuperable. Ocasión para mostrar que nuestra apuesta por lo que somos no esconde trampa. Así podemos decir contigo, Jesús, maestro y compañero de camino, lo mismo que susurraste en la cruz después de una búsqueda humana insuperable: todo está cumplido. No queda nada ya que hacer, que dar, que desposeer, que entregar para llegar a ser uno mismo. El fruto está maduro y sólo queda de nosotros la fe desnuda, es decir: entonces ya somos lo que hemos estado buscando toda una vida, ya somos de Dios sin reservas: todo está cumplido. En mí, en lo que de mí queda en los otros, en lo que de mí queda en Dios… Todo esta cumplido.

TRES PREGUNTAS A CONTEMPLATIVOS.

TRES PREGUNTAS A CONTEMPLATIVOS.
Que no hay libro de instrucciones para ser hombre de fe en nuestro tiempo, hace tiempo que lo sabemos. Lo que sí tenemos a mano es la memoria de los empeños de otros por vivir en la verdad, una verdad que sólo puede ser precariamente alcanzada en la medida en que se la persigue, porque aún no la poseemos. Y no es poco que estemos alerta para que, en la medida de lo posible, podamos saborear eso que a ellos nos une y descubrimos misteriosamente en nosotros. Por eso convocamos en estas páginas de RUT a tres personas en quienes reconocemos una búsqueda sincera, búsqueda a la que se han dedicado con una constancia y seriedad sólo comparable a lo desapercibidos que pasan para la sociedad.

Aunque alguno de nuestros tres invitados no se reconoce como cristiano, en los tres apreciamos una vida que es consciente de sí misma, que ha cuidado el silencio y la reflexión; en los tres apreciamos que siguen intentando decir su propia palabra sobre la humanidad, sin pretender ir más allá de lo que sinceramente creen y modestamente viven. Por eso, nos atrevemos a presentarlos como contemplativos.

Sin haberlo pretendido, en esta entrevista por triplicado hemos reunido a dos hombres y una mujer cuya historia ha comenzado, ha pasado, o se desarrolla hoy en Cataluña. MONTSERRAT DE LA CRUZ (Barcelona, ¿1950?) es Carmelita Descalza en el Convento de La Inmaculada de Villarrobledo (Albacete). Durante años ha sido superiora de su comunidad y siempre ha estado dispuesta a la animación y el acompañamiento de otros. JOAN CARLES ELVIRA (Barcelona, 1956) es un monje Benedictino del Monasterio de Montserrat y se dedica, entre otras tareas, a coordinar la revista “Studia Monastica”. MANUEL GRANADOS (Granada, 1960), que se confiesa agnóstico, es profesor de guitarra flamenca en la Escuela de Música del Liceo de Barcelona. Su vigoroso espíritu humanista nos ha interesado tanto como su talante inquieto y dialogante. A estos amigos les planteamos tres preguntas.

1. La primera tiene que ver con el papel que las religiones puedan jugar en el enriquecimiento de lo humano. Bueno será que reflexionemos sobre ello, sin olvidar los pecados históricos de las religiones pero sin pretender que éstos las desautorizan y expulsan del diálogo sobre lo que hoy necesitamos para ser más humanos. Concretamente les preguntamos: ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?.

2. En la segunda pregunta pedimos que se nos describa ese ahondamiento en la humanidad, o lo que es lo mismo: ¿cómo describirías el crecimiento espiritual?.  La estrecha relación que descubrimos entre estas dos preguntas pone en evidencia nuestra convicción de que se puede hablar de lo espiritual en sentido amplio, no específicamente religioso, y que esa espiritualidad “primaria”, tiene que ver con la búsqueda de la autenticidad humana.

3. Por último, y centrándonos ya en la tradición cristiana, pedimos a estos buscadores que compartan algún eco que haya tenido en ellos y en su itinerario ese Jesús siempre “perdido y hallado”: constantemente perdido en milenarias tradiciones pero una y otra vez hallado en el templo de la humanidad auténtica. Concretamente, les preguntamos: ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?

Estos investigadores no nos ahorran nuestra investigación, pero sí pueden ayudarnos a reconocer algunos elementos de nuestro paisaje humano, social y religioso, elementos a los que quizá no habíamos puesto nombre aún.

Joan Carles Elvira. Monasterio de Montserrat.

1. Están más que probadas las posibles secuelas negativas de la religión. No obstante, ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?

Existe un viejo adagio latino que reza así: corruptio optimi pessima (la corrupción de lo óptimo es pésima). La religión puede ser ocasión de lo mejor y de lo peor con respecto a lo humano. En el fondo, las personas, más que buenas o malas somos sobre todo ambiguas. Cuanto más se alza uno hacia lo mejor de sí mismo, más sutiles son las tentaciones que lo asaltan. Cuanta más luz irradia una persona, mayor es la sombra que proyecta su figura. La fe –la fe en Dios unida a la fe en uno mismo- nos permite avanzar a través de esa ambigüedad constitutiva, al no ahorrarnos es esfuerzo de la lucidez. La verdadera fe evita que acabemos evadiéndonos de la realidad, por más que nuestras autodefensas instintivas nos inciten a ello tan a menudo. Cuando vivimos de la fe, la conciencia de nuestra finitud no nos aplasta y podemos reconocer en paz que nunca vivimos aquello que habíamos deseado vivir. Pero precisamente la fe puede hacer de esa conciencia un estímulo par avanzar por nuestro camino. La fe, en definitiva, debería ayudar al creyente a vivir mejor su condición humana.

No tengo claro que el cristianismo sea una religión más entre las otras. Con esta afirmación no hago ningún juicio acerca de la superioridad o no del cristianismo desde el punto de vista religioso. Me pregunto únicamente si, a medida que la cultura moderna se universaliza, el atavismo religioso –se exprese como se exprese- inherente a la condición humana no sostendrá cada vez menos la fe en Jesús. Quizás entonces comience una nueva etapa de la misión de un cristianismo en vías de mutación: favorecer una búsqueda de Dios que tenga en la profundización de lo humano su punto de partida. ¿Cómo se concreta esto? Me parece que cada uno debe descubrirlo por sí mismo y para ello hay que prestar especial atención a los acontecimientos y a los encuentros personales que pueblan nuestra vida, pasada y presente. La palabra de Dios, convenientemente interpretada, puede aún ofrecernos valiosas pistas para esa búsqueda. Creo, sobre todo, que cuando alguien alcanza a vivir cercano a Jesús de Nazaret de una manera estable, la fe que deposita en él es factor de maduración humana por las llamadas y exigencias que comporta. Diría que el evangelio, meditado y orado a lo largo de una vida, no ayuda a ahondar y crecer en humanidad por la luz que nos viene de la humanidad misma de Jesús. Nos humanizamos cuando la alegría de las bienaventuranzas llega a sernos connatural, a fuerza de tantos momentos en los que aprendemos a amarlo todo con dolor callado.

2. ¿Cómo describirías el crecimiento espiritual? Ilústralo con etapas y momentos de crisis, si te es posible.

Entiendo por crecimiento espiritual aquel itinerario de fe que logra articular madurez humana y experiencia de Dios. A mi entender, la dimensión personal constituye el punto de partida de la experiencia espiritual. Todo itinerario de fe es siempre un asunto personal, aunque no individualista. Hay crecimiento espiritual cuando uno percibe determinadas llamadas que se traducen en la exigencia interior de un cambio de vida y en el descubrimiento de una nueva manera de ver las cosas. Por la respuesta de fidelidad que estas llamadas suscitan a lo largo de los años tomamos conciencia de la obra de Dios en nuestra existencia y, por extensión, en la de los demás. Esta toma de conciencia revela progresivamente la Presencia que nos habita y que es fundamento de la propia interioridad y de toda comunión interpersonal.
Un itinerario de estas características tiene su pedagogía específica, de la que podrían destacarse tres etapas fundamentales. En un principio se parte de la realidad personal asumida positivamente, como mejor base para iniciar un discernimiento sobre el camino a tomar. Sigue un periodo de integración que pasa por la purificación del corazón, sede del deseo, y por el aprendizaje de una autonomía abierta a la alteridad, cuando es su apertura el Tú divino y a los que le son encomendados el sujeto trasciende desde dentro su subjetividad si negarla. Sólo entonces, en un tercer momento, se atisba la meta del itinerario espiritual, que no es otra que la madurez de la persona centrada en Dios mediante una donación de sí sin reservas pero libremente asumida.

A las etapas de la vida espiritual corresponden otras tantas de crecimiento humano. Así, por ejemplo, la edad de la juventud tiene sus ritmos propios que conviene respetar. Hoy sabemos que, si no explicaciones causales, sí podemos evidenciar ciertas constantes que nos orientan acerca de tendencias verificables en muchos itinerarios personales. Normalmente uno de los momentos más significativos resulta ser el del acceso a la vida adulta, que se sitúa aproximadamente en torno a los cuarenta años. Su signo característico acostumbra a ser una crisis de realismo, cuando la identidad personal y el correspondiente proyecto vital no se armonizan bien con unos ideales venidos a menos. Llega entonces la hora de la verdad de una existencia humana y, bajo una perspectiva cristiana, la hora de la segunda conversión, el momento de la experiencia teologal, cuando nos sostenemos principalmente gracias a la fe, la esperanza y el amor desde una experiencia de Dios en la que la búsqueda de certezas inmediatas deja paso a la confianza radical.

Entre el momento de la juventud y el de la vida adulta media un espacio que, a mi juicio, es decisivo para el crecimiento espiritual. En ese periodo se ponen las bases de la personalidad, con sus raíces y equipamientos. También germinan entonces las semillas de no pocos fracasos que apuntan siempre en el horizonte de la vida humana. Mientras dura el ciclo expansivo de la juventud, nada mejor, pues, que potenciar de manera simultánea la búsqueda de Dios y un sano desarrollo personal. Se crece por esta vía cuando uno explora, desde sí mismo, nuevas síntesis entre lo humano y lo espiritual. Con el tiempo, sin embargo, llegará un momento de ruptura –el de la experiencia teologal-, ruptura que, en el caso del joven abierto a la fe, conviene no forzar antes de tiempo pero tampoco retrasar indefinidamente.
El crecimiento espiritual es siempre una delicada obra de discernimiento, cuyos rasgos más genuinos son la discreción y la paciencia de los lentos avances .

3. ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?

Me limitaré a señalar un aspecto, el de la comunión que se llegó a establecer entre Jesús y sus discípulos. Una comunión que, a mi entender, era fruto tanto de lo que Jesús aportó a sus discípulos como de lo que éstos, a su vez, suscitaron en Jesús. Es a ese nivel como mejor se nos revela, a mi entender, lo esencial del cristianismo.
Para ilustrar lo que quiero decir intentemos aproximarnos a la experiencia de Jesús. Vista de manera global, su vida puede dividirse en dos periodos. El de los inicios, un tiempo de expansión, de éxito, en el que la palabra y la acción de Jesús llegan a las multitudes y provocan una reacción de entusiasmo colectivo. Un tiempo en el que todo parece confirmar las expectativas mesiánicas de un pueblo que no consigue levantar cabeza. Los discípulos participan también de esas mismas expectativas, pues, al igual que los demás judíos, viven de una herencia común. Jesús, sin embargo, descubre, no sin experimentar sus dudas, que de seguir por ese camino dejaría de ser fiel a su misión. Comienza entonces un segundo periodo en el que Jesús se niega a jugar el papel que le viene impuesto por el entorno. Inevitablemente, los enfrentamientos con los representantes del pueblo judío se hacen cada vez más fuertes y el abandono de las multitudes, más evidente. Incluso entre sus allegados se inician las deserciones. Jesús comprende que sus días están contados. Pese a todo, un grupo de discípulos permanece a su lado, a pesar del desconcierto que experimentan ante el comportamiento del Maestro –desconcierto que podemos entrever en numerosos pasajes del evangelio. No llegan a vislumbrar el alcance de lo que se avecina pero confían noblemente en quien les ha despertado a lo mejor de sí mismos, haciéndoles entrever la posibilidad de una existencia totalmente nueva. Nunca nadie como Jesús les había calado tan hondo… Es entonces cuando Jesús cambia de estrategia y se concentra en el reducido número que permanece a su lado. Jesús toma conciencia de la imposibilidad de la obra de Dios entre los hombres si o es desde la humildad y desde la pobreza de medios, e intenta transmitir este mensaje a sus discípulos más íntimos. Comprende que su presencia en ellos y en medio de ellos constituirá el verdadero fermento que prosiga la obra iniciada por él, cuando después de amarles hasta el extremo entregará su vida como última exigencia de su misión. Con el tiempo, nuevos discípulos se irán uniendo a esa comunidad originaria y el futuro quedará abierto. Se cumple de este modo la verdad del mensaje que anunciaban las parábolas: en lo pequeño y humilde se manifiesta eficazmente la obra salvadora de Dios. Reconocemos ahí toda la espiritualidad del “pequeño resto” que recorre la azarosa historia de Israel…

Es en las relaciones de persona a persona como Dios quiere hacerse presente a la humanidad. “Cuando dos o tres se reúnan en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”. En Jesús somos revelación los unos para los otros. Crecemos en humanidad cuando nos damos a los otros, recibiendo de ellos, en ese don, lo que nosotros solos no llegaríamos a descubrir de nosotros mismos. Marcel Legaut ha puesto de relieve, con la finura humana y espiritual que le caracteriza, el alcance de esa comunión: “Todo induce a pensar que Jesús y sus discípulos conocieron ese alumbramiento recíproco. Jesús los reveló a sí mismos tanto más cuanto que por su parte se descubría progresivamente a sí mismo a través de su misión siempre más clara, imperiosa y original, abierta paulatinamente al infinito del hombre. Y tanto más recibió de ellos cuanto más les dio lo que justamente esperaban sin poderlo expresar o incluso sin ser conscientes de ello. Así, una comunidad de naturaleza absolutamente nueva se estableció entre Jesús y sus discípulos. Nació de lo que se engendraba en él para ellos y por ellos, y de lo que se desplegaba en ellos por él y para él. Esa comunidad ¿acaso no fue, de alguna manera, el origen de la importante intuición que hizo afirmar a Jesús su unión con Dios y con sus discípulos, y descubrir la básica identidad de ambas uniones? Esa comunidad ayudó intrínsecamente a la realización de Jesús y de su misión. Y luego, en el surco de esa primera comunidad, bajo su inspiración y en relación con ella, otras comunidades nacen constantemente, la renuevan y la perpetúan”. 

De este texto de Legaut destaco dos intuiciones que, a mi entender, dibujan perspectivas del cristianismo apenas exploradas, a no ser por la experiencia mística. La primera es la de la básica identidad entre la unión de Jesús con Dios y la de Jesús con sus discípulos. Así como Dios era para Jesús el padre que le engendraba en su ser de hijo, así Jesús es para sus discípulos el padre espiritual que los engendra a la fe y los transforma interiormente. De igual modo, así como Dios estaba presente en Jesús de una manera única, así Jesús se hace presente entre sus discípulos y es el fundamento de su comunión fraterna. La “resurrección” de Jesús cobra de ese modo contenido existencial para nosotros: Dios quiere hacérsenos presente a través de Jesús. Y segunda intuición: la comunión engendra una comunidad, crea la Iglesia. En esa comunión se da de igual modo reciprocidad: lo que sería imposible que se diese en solitario se alcanza gracias a la colaboración creativa de la comunidad. Me parece que a eso se refería Jesús cuando pidió a sus discípulos que se amaran los unos a los otros como él los había amado. Jesús se dio totalmente a sí mismo para que esa fraternidad fuese fermento de una humanidad que necesita de ella para llegar a su plenitud. En esa humanidad cumplida Dios se reconocerá para serlo todo en todos. Con palabras de Legaut: “Todo sucede como si Dios se buscara a través de un mundo al que intenta crear a su imagen para encontrarse en él de una manera nueva. Dios estaría ligado a la suerte de una creación que Él reemprende constantemente porque constantemente decae. Por ella y con ella, Dios se habría puesto en manos de los hombres. Entonces, la misión de Jesús consistiría en ir hasta el límite de sus fuerzas y de su luz con una perfección digna de la llamada divina, y en introducir así a sus discípulos en los caminos de la obra divino-humana de la que dependen tanto Dios como el hombre”. 

Montserrat de la Cruz. Carmelita Descalza. Villarrobledo. 

1. Están más que probadas las posibles secuelas negativas de la religión. No obstante, ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?

Cuando la religión causa efectos negativos, es sencillamente porque se ha vivido mal, ya que “volver” a las Fuentes de la Espiritualidad, es la “salvación del mundo” y la plenitud de toda vida humana. Lo que la dimensión religiosa aporta al crecimiento y desarrollo del ser humano es dignidad y plenitud. Porque el ser humano, creado “a imagen y semejanza de Dios”, es demasiado grande para contentarse con cualquier cosa. La persona humana no es “una máquina productiva”, ni un sujeto que sólo aspire al éxito o al bienestar. Y sabemos que la superficialidad lleva al ser humano a un callejón sin salida. Cuando la persona está creada sobre todo, para cultivar el espíritu, acoger al misterio y, como fruto de esto, experimentar el gozo interior.

Una sociedad huérfana de salvación y de esperanza necesita muchas cosas, pero de lo que más tiene necesidad, aunque no lo sepa, es de personas orantes, espirituales, místicas. Porque para crecer, la persona debe adentrarse en su misterio y llegar al corazón de su vida. Lo dijo hace años el Vaticano II: «la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su creador».

El problema principal de toda persona, no es la religión, sino la vida, el vivir de una manera digna del ser humano. Y lo que está en la base de todo ser humano, es dar sentido a la propia existencia, actuar de manera responsable y caminar por la vida con esperanza.

La persona de hoy, como la de todos los tiempos, no puede acallar los interrogantes que le grita nuestra existencia. Sólo los espirituales -yo diría, y sin miedo, los místicos, los que acogen el misterio- nos enseñan a intuir el enigma del ser humano. Nacido para vivir y abocado a la muerte, buscando remedio a todo, y sin capacidad para remediarse a sí mismo; anhelando la verdad, y autoengañándose constantemente; reclamando la libertad y con miedo a disfrutar de ella… Y éstas no son situaciones extraordinarias, es la realidad cotidiana de cada jornada, que debe ser iluminada por la luz del Dios revelado en Jesucristo.
Sólo personas que vivan desde ahí aportarán salvación y esperanza a nuestro mundo.

2. ¿Cómo describirías el crecimiento espiritual? Ilústralo con etapas y momentos de crisis, si te es posible.

El crecimiento espiritual es un trabajo de “limpieza”, realizado en el corazón. Toda la corriente profética del Antiguo Testamento así lo proclama y predica, y Jesús, lleva a plenitud esta realidad salvadora.

Opta por la vida interior es entrar en un camino liberador de todas las conscientes o inconscientes esclavitudes que padecemos y nos acechan. Entrar en la Escuela del Evangelio es aprender a amar en libertad, y tener desde ahí una pertenencia fecunda en la Iglesia y con el mundo, si no exenta de conflictos, si cuajada de futuro. Y esto, porque el problema que resquebraja la libertad y superficializa nuestro vivir religioso está dentro del corazón humano.

Las crisis son necesarias en todo crecimiento humano y espiritual. Los apóstoles siguen a Jesús en un primer momento, dejando barcas, casa, familia…, después, viene la crisis y el desconcierto del viernes y del sábado. El Domingo, son “encontrados” por el Resucitado, es con esa experiencia cuando aprenden a amar, y el amor hace que se olviden de ellos mismos: …Señor, tu lo sabes todo, tú sabes que te quiero (Juan 21, 17).

Y sólo después de esa conversión, Jesús entrega “sus ovejas”, “su Reino”, y confirma a Pedro en su misión. Este proceso es válido para nuestro momento actual. Estamos, creo, los cristianos y los consagrados, demasiado preocupados de nosotros mismos. Nuestro momento histórico tiene sed de respuestas, y nosotros debemos buscar cómo mostrar a los demás el Evangelio, traducido en formas de vida.

3. ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?
La “espiritualidad del seguimiento de Jesús” es mucho más que un texto o una página del Evangelio. Seguir a Jesús es optar por lo que él optó, y hacer el camino que Él hizo, que Él es. El seguimiento es “muerte” a una forma de vida… y resurrección a otra forma de ser. Cambiar de “lugar” teológica y socialmente.
Será porque el Señor me ha regalado la vocación de la vida contemplativa, pero creo que los momentos destacados de la vida de Jesús siempre se realizan en un “espacio” contemplativo. La oración es un hecho destacado en la vida de Jesús; un rasgo esencial que lleva al centro de su Evangelio. Por eso, la oración es un modo fundamental de seguir a Jesús, y de significar el ser de la Iglesia. Por eso, la oración se justifica a sí misma, es seguimiento de Jesús; y es servicio eclesial. El problema de la Iglesia es problema contemplativo místico.

Si por un imposible se quisiera borrar a Dios de la conciencia humana, la persona quedaría reducida a un proyecto inacabado. Y todos sabemos que detrás de cualquier tramo de nuestra historia personal, y como respuesta a nuestros interrogantes más hondos, siempre está Jesucristo, como el único Salvador. Un Salvador del que hoy muchos dudan, y al que no pocos han abandonado. Un Dios al que muchos buscan sin saberlo. Un Dios al que, como Pedro, he respondido en los momentos más críticos de mi vida: Señor ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna… (Juan 6, 68). Esta respuesta, más con el ser que con los labios, siempre se realiza en un momento contemplativo. Místico.

En mi afán por rescatar la palabra místico y misterio del lugar común donde se la quiere abandonar, debo recordar que en el Nuevo Testamento no tiene el significado que ordinariamente se le da en nuestro lenguaje. Solemos decir: “Es un misterio para mí. Me supera. No lo entiendo”; y si digo: “es un místico”, todavía es una expresión más ambigua, lejana y desconocida. Sin embargo, en el Nuevo Testamento su significado es distinto. El misterio, aunque nunca llegue a ser agotado completamente, puede ser conocido y sobre todo puede ser vivido gradualmente, y además desde la normalidad. Aunque requiera un proceso de formación y de crecimiento en la fe. Este proceso, nos lleva a una creciente comprensión de nosotros mismos, de la sociedad, de la historia y, por encima de todo, de Dios (Lucas 2,52).

La persona humana es un misterio también. Somos un misterio unos para otros. Pero lentamente, gradualmente, nos vamos revelando unos a otros, y cuanto más vivimos en relación de amistad, más crecemos y experimentamos el conocimiento. El misterio así vivido es fuente de gozo y liberación.

Manuel Granados
1.- Como describirías lo que es el crecimiento espiritual:

El crecimiento espiritual como cualquier otro tipo de crecimiento tiene que ver con la formación y el medio que te rodea, Nada te es ajeno, los seres y el medio físico que te envuelve en diferentes etapas de tu vida, te sensibilizan hacia unos sectores y sus pronunciamientos, y te alejan de otros. En realidad lo que existen son posicionamientos en muchos casos involuntarios. Dónde más se pone de relieve el crecimiento espiritual es en la etapa de la madurez, en  ella considero que se consolida una visión nueva de la realidad propiciada por las experiencias anteriores ahora asimiladas. Este pasado comprendido e interpretado es el que se convierte – siempre que se mantenga viva una actitud de búsqueda – en una llama encendida.

2.- Como  ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad:

Lo religioso que podríamos denominar ética y nunca liturgia ni ritual, te debe de ayudar a crecer en humanidad en la medida de los valores que promulgues o busques basándote en los preceptos tópicos de cada religión, desgraciadamente el binomio religioso-humanidad, al no tener contenido, te aleja de la realidad y en cambio si ayuda a crear una humanidad virtual.

3.- Aspectos de la figura de Jesús…

Jesús aporta una visión racional y equitativa de las cosas, del mundo y del hombre; proporciona dignidad al ser humano y a su vez una confianza radical en el prójimo, la cual le posibilita madurar y crecer.
Quiero destacar un perfil de Jesús que la instituciones religiosas han desacreditado, hablamos del Jesús más social y crítico con la religión.
La dignidad, la capacidad de lucha, el tesón en la búsqueda de un encuentro mejor entre los hombres no es por otra parte patrimonio de ese imaginario, se podría decir que la figura de Jesús sigue siendo importantísima pero entendiendo que otras muchas también lo son, lo fueron y lo serán. Por eso se puede hablar de búsquedas sin tener que recurrir a él y entender que hay otras en las que él es un eslabón indispensable.

RUBÉN CARRASCO: GUARDIÁN DE LOS SONIDOS DE LA ARGENTINA INDÍGENA

                                                                              Entrevista de Nicolás Adamo

                                                                              (con la participación de Esteban Ierardo)

                             

    Rubén Carrasco canta en varias lenguas indígenas, y toca toda la variedad de instrumentos étnicos de la Argentina. Ha grabado ya varias obras y, todos los años, recorre Europa con su música impregnada de sonidos ancestrales. Nació, se crió y educó en la Ciudad de Buenos Aires, pero es de origen indígena Calchaquí; origen que le procede de su abuela paterna Deonisia Sajoma Guaman. Su objetivo principal es ser guardián de los sonidos de la Argentina indígena. En este momento de Temakel, le presentamos un riquísimo diálogo con Carrasco que nos sumergirá en el mundo de los sonidos tradicionales de los diversos pueblos indígenas que generaron su música desde todos los puntos cardinales de la geografía argentina.

    Carrasco ha creado dos sitios webs. En  www.rubencarrasco.cjb.net podrán encontrarse con información sobre la obra musical de Rubén, con ejemplos de su música. Y  en  www.sinlimites.com.ar , que recomendamos fervientemente, encontrarán los principales mitos indígenas argentinos, y, en la sección:  www.sinlimites.com.ar/rubencarrasco/instrumentos.asp ,  hallarán una excelente exposición, con apoyatura fotográfica, de los instrumentos indígenas tradicionales como la quena, el erke, erquencho, las zampoñas, el antara, el sikus, la caja chayera, el serere, el kultrum, entre otros. 

  NA: ¿Cómo podrías describir el trabajo que realizás?
  RC: Estoy desarrollando una forma artística desde lo étnico de Argentina. En éste caso específicamente es la música. Pero incorporando la parte lingüística relacionada con lenguas vivas como el guaraní, el quichua argentino, el mapuche; y después lenguas muertas como son el ona, el tehuelche, el querándico, que sería la lengua original de la ciudad de Buenos Aires. Por lo tanto, trabajo con varios elementos que no se reducen a la música. Pero con respecto a lo estrictamente musical, desarrollo la música étnica desde los elementos que me propone la misma cultura, que son los instrumentos tradicionales.  Hasta el día de hoy hay datados 19 instrumentos, procedentes del noroeste, noreste, centro y Patagonia. Pero en realidad me identifico más al decir que soy un comunicador de la cultura aborigen argentina. Cuando yo hago un trabajo, una muestra musical o un concierto, desarrollo todo eso desde los instrumentos; cada uno con su sonido diferente. Los instrumentos tienen un poder evocativo tremendo. Y cuando uno se remite a la parte  lingüística, también se sigue abarcando todo el tema musical, porque las características fonéticas que tiene cada lengua, es una fuente sonora, musical, para explorar. Por ejemplo la forma de hablar de los mapuches.
A la piedra, ellos le dicen “cura”, pero la pronuncian haciendo un arrastre
de la lengua. Entonces, hablando rápido y diciendo muchas cosas hay una
música que suena. En el guaraní, utilizan mucho la eñe. En el caso del
quichua argentino, que todavía se habla en Santiago del Estero, ellos
pronuncian mucho la ye. Después también hay mezclas de palabras de habla hispana y quichua. Toda esa suma de elementos es lo que hace al trabajo que estoy desarrollando.
  NA: ¿Qué es lo que habría que transmitir de la cosmovisión indígena a nivel musical? ¿Cómo sería ese mundo indígena expresado a través de la música? ¿Cómo lo pensás si lo tuvieras que transmitir verbalmente?
  RC:  Cuando suena un instrumento étnico, ahí se está transmitiendo algo; ahí hay un sonido, un mensaje. Ya cuando suena un instrumento tiene una carga, ya sugiere algo. Y hay un punto en donde toda la especie humana de diferentes razas se encuentran en un lugar. Y la  música es el elemento más profundo que hay para relacionarse. Por ejemplo la trutruca, que es un instrumento mapuche, o el erke, que es andino. Tanto el erke como la trutruca pueden tener distintos tamaños. El erke (foto derecha) tiene un sonido más grave y misterioso con respecto a la trutruca, que tiene un sonido más agudo. Cuando estos dos instrumentos suenan, tienen reminiscencias con otros instrumentos del planeta. En el caso del erke y la trutruca, forman parte de los aerófonos gigantes del planeta, que son el Alp horn ( el Cuerno de Los Alpes que se ejecuta en Suiza y en Austria), las Trompetas Tibetanas y Digjeridoo de Australia. Estos tres instrumentos, junto con el erke andino y la trutruca patagónica que nombré antes, tienen la virtud de que cuando suenan tienen esa carga misteriosa y antigua. Además, son elementos de comunicación, sirven para la comunicación a larga distancia, utilizando el eco de las montañas. Aquí es donde coinciden todos estos instrumentos. La cosmogonía que proponen las músicas étnicas del mundo es el punto de
relación entre todas la razas que hay en la tierra porque te sumergen en el
mundo de la fantasía, de la mística. Y es en ese lugar donde todos somos
iguales. Aquí empiezan a surgir las creencias, empiezan a surgir las
leyendas, y casi todas tienen algo en común. Se trata de la relación que hay
entre todas las razas a través de lo místico. Para poner un ejemplo, puedo
comentar la leyenda de la declaración del universo de los Indios Pampa, que no se conoce mucho. Esta leyenda cuenta que Chachao y Gualicho eran dos hermanos que representaban el bien y el mal respectivamente. Entonces, una vez, el viejo Chachao baja a La Pampa  por la Vía Láctea, porque hasta ese momento la Vía Láctea pasaba por La Pampa. El planeta todavía estaba en un estado muy primitivo. Cuando Chachao llegó, se puso a hacer unos muñecos de barro con piernas y brazos; y con el mismo barro hizo animales como el ñandú y la llama. En un descuido, bajó su hermano, Gualicho, y sopló a los muñecos; y así estos cobraron vida. A partir de entonces, los muñecos serían los hombres y los animales. Esto coincide en el origen desde el barro, que está en casi todas las razas del mundo. Cuando se va al origen de la especie humana, lo primero que hay es el barro. Por lo tanto, este es un punto de relación entre todas las razas.
  NA: En el caso tuyo específicamente, cuando ejecutás tu música de inspiración indígena, ¿hay algún tipo de emoción o situación que quieras especialmente transmitir, o simplemente permitís que la música fluya?
  RC: Dejo que fluya todo directamente. Porque el acercamiento que tuve a la música fue muy intuitiva. Lo que sí reconozco es que a la hora de ejecutar, hay que estar con la antena muy encendida porque bajan cosas, suceden cosas. Muchas veces me pasa de estar ejecutando algo y a la vez estar llorando. Hay una emoción que aparece, y que escapa al control del raciocinio, o a la necesidad intelectual de explicar lo que está sucediendo. Ahí no se puede explicar nada; es algo que está o no está, sucede o no sucede. En mi caso, lo que me sucedió es que la música me surgió muy espontáneamente.
  NA: ¿Cómo se vive el hecho de ser un representante de la cultura indígena en un lugar como la ciudad, donde justamente lo indígena está totalmente olvidado?
  RC: El sentimiento es fuerte. Yo estoy convencido y tengo claro de que aquí hubo una cultura que se olvidó y se la dejó de lado por toda esta historia de la conquista. El argentino está todavía en pañales. Yo no estoy de acuerdo con esa frase que dice que “nosotros, los argentinos, bajamos de un barco”. Es decir, que todos los demás en América Latina tienen raíces, tienen orígenes, y los argentinos no. Con eso no estoy de acuerdo. El argentino tiene una prehistoria que data desde los 10.000 a.C. Empecemos desde ahí. Podemos hablar del desarrollo artístico, de la Cueva de Las Manos, de los sitios arqueológicos de Ampaitín, de las boleadoras de Chapadmalal, que van más allá de los 10.000 a.C. El Carbono 14 no les dio una fecha estimada. Es la reliquia arqueológica de Argentina más antigua. La clasificación es que pertenece al Cuaternario Inferior, o sea que va de 10.000 a.C. a 1.000.000 a.C. (dato extraído del volumen 1 de Historia Argentina de José María Rosa). Entonces si uno ya se pone hablar de elementos de su país, de su tierra, que pertenecen a momentos prehistóricos muy lejanos, es como que la historia argentina a partir de la llegada de los españoles empieza a caerse porque ya no tiene sustento. Los argentinos estamos mezclados, estamos fusionados. Y me parece que ya es hora de empezar a construir una realidad diferente, una historia diferente, y tomando mucho de la riqueza prehistórica que tenemos. Por eso es que yo no siento el peso de la ciudad, ya que tengo claro cuáles son los orígenes de nuestra tierra. Pero lamentablemente, la mayoría de los argentinos padecen de falta de memoria e identidad. Y también es cierto que, muchas veces, se plantea lo indígena desde una mirada un poco idealista como la contracara del hombre europeo sin dioses, el hombre europeo sin grandes pasiones y sin amor por la tierra.

  EI: ¿Creés que esta supuesta alternativa es así? ¿Pensás que los indígenas mantienen un vínculo real con la tierra? De ser así, ¿en qué consiste ése vínculo o de dónde procede?
  RC: El más vivo ejemplo que puedo citar del vínculo de los indígenas con su  tierra es el Niguillatúm, que es una ceremonia prehistórica de la comunidad mapuche. Ellos siguen practicándola hasta el día de hoy con sus reservas, porque normalmente, hasta la actualidad un blanco no puede tener acceso al Niguillatúm. Es una ceremonia sólo para ellos. Esto principalmente se debe a la destrucción que sufrieron las etnias en Argentina. Una primera destrucción fue cultural; y, después, la destrucción fue étnica. Por ejemplo, Julius Poper,  tuvo la misión de exterminar a la etnia ona en veinte años. Cuando él puso los pies en Tierra del Fuego, en la Patagonia Argentina, fue con el consentimiento del gobierno argentino que exterminó a los onas en alrededor de dos décadas. A éste hombre le encantaba posar con piezas humanas. Poper impuso la modalidad de una libra esterlina por cada seno o testículo y cincuenta centavos por las orejas de los niños. Luego esta modalidad se adoptó en  el continente cuando empezó el proceso de extermino de los tehuelches por parte de los ingleses, los irlandeses y algunos hidalgos como los Menendes Betis. El segundo de Poper era Mc Lenan, que fue el escocés genocida más famoso en la Argentina. Le decían “el chancho colorado”. Poper era el que daba las órdenes y las directivas, y Mc Lenan las llevaba a cabo. El exterminio se siguió practicando siempre. Por ejemplo en la época de la última dictadura militar (1976-1983), Videla y cia., contaminaban con virus de viruela a las comunidades indígenas del norte, las comunidades tobas y wichis con el fin de seguir “limpiando” el territorio argentino.
  EI: ¿Qué es lo más auténtico que todavía perdura en el indígena que tiene cierto contacto con el hombre blanco, si es que todavía hay una
perduración fuerte de las tradiciones ancestrales?
  RC: Me parece que perdura mucho el sentimiento místico que se expresa en la adoración a dioses como la Pachamama, Jelataschoz, Tubá, Nguenechén. Por otra parte, en la cultura andina, que uno puede encontrar en las quebradas del noroeste, se conservan mucho las tradiciones. La gente de las comunidades mantienen muy fuertes las creencias. La República Argentina hay que separarla en dos con el tema aborigen, es decir, de La Pampa para abajo y de La Pampa para arriba. Por ejemplo, una cosa es la cultura mapuche, la cultura tehuelche, la cultura pampa junto con el querándico, y otra cosa es la parte del norte. El último malón que tuvo el Gobierno Central de Buenos Aires fue en el norte en el año 1937, y lo ejecutó la etnia toba. Esto no tiene nada que ver con la Campaña del Desierto que fue cerca de 1870. Es decir que todavía a fines de la década del ´30, el gobierno argentino estaba en guerra con el indígena. A partir de ése último malón que fue vencido por el Ejército Argentino, la Argentina fue declarada liberada de la guerra con el indio. De ahí surgieron los nombres de algunas ciudades. Por ejemplo Reconquista, por la reconquista al indio; Resistencia, por la resistencia contra el indio. La etnia toba fue la más fuerte y la más aguerrida de la historia de las etnias indígenas argentinas, fue la más dura. Y como será de dura la etnia toba, que por ejemplo fue la primera etnia que consiguió la educación bilingüe oficial. Volviendo al tema de las tradiciones, en las pocas comunidades indígenas que quedan en la República Argentina, sean mapuches, wichis, tobas o guaraníes, todavía existe tirantez con el tema del cristianismo; todavía existe una tensión muy fuerte.
  NA: Rubén Carrasco, como un representante de la cultura aborigen, ¿qué maneras encuentra para que la gente que pertenece al mundo urbano le preste atención a lo que transmite, le dé importancia a lo que informa?
  RC: Me siento en condiciones de transmitir la cultura indígena porque soy
descendiente de indios; tengo un apellido indio muy característico. Pero a
la vez, también soy consciente de que soy porteño,  ya que nací en Buenos
Aires. Y por ende, gran parte de las cosas las veo como todos los porteños. Entonces, yo pienso desde el punto de vista de que soy porteño, de que nací, me crié y me eduqué en Buenos Aires. Y desde otro punto de vista, soy un descendiente de calchaquíes, nacido y educado en territorio querandí. Hay comunidades que hablan solamente sus lenguas, que no saben hablar español y no quieren aprender a hablarlo ya que no desean relacionarse con nadie que sea blanco y que hable otra lengua. Esta gente tiene que existir para conservar las raíces hasta la última instancia. Pero también tienen que existir aquellos indios que además de hablar mapuche, quichua o guarani también hablen inglés, francés, alemán, o lo que sea,  porque, caso contrario, es imposible enfrentarte al mundo. Yo todo esto lo vivo con mucha seguridad porque, a pesar de ser un ciudadano, mis raíces pertenecen a la cultura indígena.
  EI: Volviendo un poco al tema de la música. Al empezar la charla hablaste de los poderes evocativos de determinados instrumentos. ¿Cuáles son los instrumentos que tienen un poder evocativo muy singular que quizás se diferencian de los instrumentos a los que el oído blanco occidental está  habituado?
  RC: En la cultura del noroeste de Argentina está el erke, el erkencho, la
tarca, la antara, la caja, la quena. En la cultura noreste y norte, que
sería toba, mataco y guaraní, podemos encontrar el naseré, el sereré, el
coioc, el sistro, el nobike, el jelataschoz, etc. Ahora paso a nombrar los poderes evocativos de algunos instrumentos. Por ejemplo, el Kultrun (foto izquierda). El  Kultrun es un instrumento de percusión que por lo general es un instrumento femenino, porque lo ejecuta la machi, o sea, la mujer sacerdotisa de los mapuches. Y cada vez que lo ejecuta es por el tema de la rogativa, para pedir o rogar un bien. Por otra parte, la pifilca es un instrumento de madera finito que tiene un solo sonido. Este único sonido de la pifilca representa el grito que pega el ñandú en la Patagonia. ¿Por qué grita el ñandú? El ñandú es un pájaro que tiene crías. Las crías son unos pollos chiquitos. En la Patagonia hay juncos grandes y también hay fuertes vientos. Estos animalitos suelen perderse entre los juncos, y al perderse, esta especie corre el peligro de extinguirse.
Entonces la madre emite un chiflido similar al de la pifilca y, a lo lejos, se
escucha como un coro de chifliditos más agudos que son los pollos que están respondiendo. Así la madre tiene una ubicación espacial de dónde se encuentra cada uno de sus hijos, y va en su busca. Así es como se preserva esta especie.
    El pilolay, es un instrumento que tiene varios agujeritos al azar, no tiene afinación. Cuando se lo moja, suena mejor. Su sonido representa el rechiflar del viento entre las piedras y entre los juncos de la Patagonia, lugar donde el viento es eterno, no para jamás. La trutruca, en la cosmogonía mapuche, representa el trueno. En la Patagonia y en La Pampa, cuando en las noches de tormenta hay relámpagos y truenos poderosos, los indios creen que Chachao y Gualicho están discutiendo por aquel viejo problema que tuvieron en el inicio del mundo. Porque cuando vino Gualicho, y le hizo la broma a Chachao de darle vida a todos los muñecos de barro que éste último había creado, aparecieron los hombres. Chachao entonces se espantó. Y, acto seguido, agarró su hacha de piedra y cortó el camino de la Vía Láctea; y desde ese momento la Vía Láctea nunca más pasó por La Pampa. Y antes de cortar este camino, cuando
cobraron vida los animales y los hombres, el ñandú corrió por la Vía Láctea con la intención de irse a las alturas celestiales. Entonces el viejo
Chachao sacó las boleadoras que tenía, lo atrapó y lo bajó. Cortó el
camino de la Vía Láctea y se fue. Pero Gualicho quedó en La Pampa, y no pudo volver. La huella de aquel suceso histórico está en el cielo, en la Cruz del Sur. La Cruz del Sur es un grupo de cuatro estrellas que forman una cruz, de las cuales una está más abajo. Las tres estrellas de arriba son los tres dedos del ñandú, y la que está más abajo es el garrón de atrás de la pata del ñandú. Y abajo de la Cruz del Sur se hallan dos estrellas fuertes, que son el Alfa y Beta del Centauro. Esas dos estrellas son las marcas de las boleadoras que quedaron incrustadas ahí. Por lo tanto, la riqueza de la cultura aborigen argentina es tremenda.
  NA: ¿Y qué otros poderes encontrás dentro de la música indígena?
  RC: Los poderes curativos por ejemplo. Los onas curaban a los enfermos con cantos rituales, como una especie de “om”. Como no tenían instrumentos musicales, o mejor dicho, no se los ha encontrado, la manifestación musical de ellos era gutural. Y comúnmente las melodías tenían dos notas, una quinta y una octava. Por lo tanto, en la parte curativa hay otra forma mística de relación entre el mundo abstracto y el mundo concreto. En Brasil todavía hay muchos curanderos indios que están en el Amazonas, que preparan remedios con yerbas y raíces para curar a la gente, y en consecuencia se habla de que suceden cosas que se les llaman “milagrosas”. Ahí hay mucha práctica de los poderes curativos.

  EI: Imaginemos que hay un dios que, entre los diversos instrumentos indígenas fundamentales que antes mencionaste, tiene que elegir uno en especial para que lo represente, ya sea por lo sutil, por lo poderoso de ese sonido, o por otra cosa. ¿Cuál te parece que sería ese instrumento que una divinidad, tal vez indígena, podría elegir y por qué?
  RC: Me parece que un instrumento que podría elegir sería el jelataschoz, o vulgarmente llamado arco musical. Este es un instrumento mataco-wichi, y es para los adentros. Porque para fuera casi no se escucha, pero cuando lo ejecutás, experimentas una sensación de que te sumerge en un mundo interior, y te atraviesa el cuerpo.  El poder del sonido aquí es muy fuerte. Al ejecutar el jelataschoz, su sonido te lleva a comunicarte con algo, interior, espiritual.

  EI: Este efecto de sonido que repercute y se proyecta por todo el cuerpo, por toda la masa ósea incluso, ¿podría tener un parentesco con esos sonidos bajos, también penetrantes del digjeridoo, un instrumento indígena australiano muy antiguo?
  RC: Sí. Lo que tiene el digjeridoo como particularidad es que para ejecutarlo, es necesario aprender la respiración continua, circular. Es decir, el instrumento debe sonar continuamente, sin pausa. Hay técnicas para hacerlo. Una es llenar un espacio de la boca para tener como reserva mientras que del otro espacio se expulsa el aire. Una vez que se acaba éste aire, se utiliza el recién cargado, y la parte que está vacía se vuelve a llenar, y así sucesivamente.
  NA: Según lo que antes mencionaste del arco musical, parece ser que tiene un efecto introspectivo. ¿Es el único instrumento que tiene ese poder?
  RC: No. También está el erke, que pertenece a la gama de los instrumentos andinos. O si no el naseré, que pertenece a la cultura guaraní. Este instrumento sirve para comunicarse con los pájaros. Al igual que el coioc, que es un instrumento de los tobas. Sus niños lo usan mucho para dialogar con los pájaros. Así se genera una forma de juego, donde en realidad se está desarrollando una forma de comunicación con el mundo animal. También los guaraníes, a través del naseré, se comunican con las aves. Aquí es donde se rompen las barreras que normalmente debe tener el ser humano. Aquí queda demostrado el poder que puede ejecutar el ser humano. El poder de la abstracción, el poder de la comunicación con lo diferente.
  NA: ¿Existe en Buenos Aires un público oyente de la música étnica?
  RC: Las pocas veces que me presenté en Buenos Aires, la gente quedó muy impactada. En Europa me sucedió lo mismo. Después de escuchar un concierto con toda esta gama de instrumentos y desarrollar un lenguaje musical con ellos, la gente no sabe bien si le gustó o no le gustó. Lo que sí saben es que nunca vieron algo así. Por ejemplo, los jóvenes europeos se entusiasman mucho con este tipo de cosas. Todo lo que sea misterioso y que escape a lo que conocen, para ellos es algo sublime.
  EI: ¿Eso significa que ellos puedan tener realmente un vínculo auténtico con lo que transmite esta música o es el puro amor por lo exótico?
  RC: Hay una fascinación por lo exótico, pero también hay otro lugar que pasa por la educación; los europeos son muy respetuosos. Además, Europa es el lugar de tránsito planetario más grande del mundo. Entonces, el público europeo está acostumbrado desde hace muchos años a recibir gente de todas partes; es gente muy abierta y bien predispuesta a recibir toda la cultura que proviene del exterior. Y el respeto que ellos tienen por los músicos procede de los juglares medievales. Los juglares eran las personas que servían como medios de comunicación entre una ciudad y otra de Europa. Mediante el canto y la ejecución del laud, el juglar informaba en el centro de la ciudad las noticias o novedades que habían ocurrido o estaban ocurriendo en otra ciudad. Los juglares eran los primeros comunicadores de todo lo que sucedía en el continente europeo.
  NA: ¿Podrías contar algún lugar de Argentina que posee un nombre debido a un hecho histórico vinculado con la conquista española de América indígena?
  RC: Cuando empezó la conquista, Pedro de Mendoza, uno de los primeros en desembarcar, se encontró con los querandíes, que eran los habitantes de la tierras donde hoy se levanta la Ciudad de Buenos Aires. Caespen, Derdian, Bagual y Telomiancondic fueron los cuatro caciques que destruyeron el primer asentamiento de la conquista de Argentina. Con ellos se inició el enfrentamiento entre el blanco dictador y el aborigen argentino. A raíz de la reacción de estos cuatro caciques, Telomiancondic desapareció. Cuando Telomiancondic fue secuestrado por los españoles, todavía no estaba avanzado el enfrentamiento, pero ya había rencillas entre ellos. Los españoles pactaron con los indios que le entregarían a Telomiancondic río adentro, en el Río Matanza. Cuando fueron los indios al encuentro para rescatar a Telomiancondic, los españoles los estaban esperando para aniquilarlos con los arcabuces y cañones. De ahí viene el nombre de La Matanza y del Río Matanza. La cuestión es que se produjo la gran matanza, y Telomiancondic desapareció. Para algunos historiadores, como Colazo (que se especializa en el tema querandí y en los indios de Buenos Aires), Telomiancondic es el primer desaparecido de la historia argentina, alrededor del 1540. Estamos hablando, al fin de cuentas, de cosas que tendría que saber todo ciudadano argentino.

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