Gaudapada

Gaudapada

Gaudapada fue, por tradición, el abuelo filosófico de Shankara. Su Karika sobre la Mandukya Upanishad es la más antigua exposición sistemática conocida de Advaita Vedanta. Gaudapada muestra claros signos de familiaridad con la filosofía budista, y tanto su lenguaje como su doctrina se acercan en muchos casos a los originales budistas. Esto ha llevado a muchos eruditos a especular que Gaudapada mismo fue originalmente un budista.

Sri Sankaracharya

Sri Sankaracharya

Srî Sankarâchârya, aunque no el primero, fue el más grande difusor de la doctrina Vedanta No-dualista. Sus obras mantienen toda su frescura expositiva gracias a la claridad y sencillez con que supo construir sus textos.
Al “Maestro Shánkara”, se le suele considerar tanto en la India como fuera de ella el filósofo más importante de toda la historia del pensamiento hinduista, no sólo los círculos intelectuales lo tienen en alta estima sino que el pueblo llano lo adora como un gran santo, una verdadera encarnación del dios Shiva, presente en la narrativa popular y la imaginería religiosa.

Sri Ranjit Maharaj

Sri Ranjit Maharaj

Sri Ranjit Maharaj nació el 4 de enero de 1913. A la edad de 12 años encontró a su Maestro, Siddharameshwar Maharaj, un gran Maestro casi desconocido en su propia época. Siddharameshwar Maharaj murió a la edad de 48 años, en 1936. Ranjit Maharaj no comenzó a enseñar hasta 1983, a la edad de 70 años, cuando un número creciente de buscadores se presentaban a su puerta. Lo que distingue sus enseñanzas es su simplicidad y su inmediatez. En esta tradición se sintió que la enseñanza debía estar disponible para todos, con ejemplos cotidianos, y sin conceptos complicados. Las vidas de estos dos maestros tienen características similares. Hay una abertura a todos y sus vidas personales son simples, sin consideración por el confort físico o la adulación. Ranjit Maharaj ha vivido en el mismo apartamento de una sola habitación durante 55 años, y sólo ha dejado la India cuando fue invitado a enseñar en occidente por sus estudiantes occidentales. Los tres aspectos principales de la enseñanza son: 1º la comprensión a través de los diálogos, 2º la meditación del mantra, y 3º el culto.

Sri Nisargadatta Maharaj -4158

Sri Nisargadatta Maharaj

Sri Nisargadatta Maharaj nació en Bombay en 1897. Sus padres, que le dieron el nombre de Maruti, tenían una pequeña granja en la aldea de Kandalgaon y fue allí donde pasó sus primeros años. En 1924 contrajo matrimonio, haciéndose más tarde comerciante de cigarrillos en Bombay donde él y su esposa formaron una familia. Desde la temprana infancia había mostrado un agudo interés en los asuntos espirituales, y sus conversaciones con hombres de santidad aguzaron su mente inquisitiva y encendieron en él un fuego espiritual. A la edad de 34 años encontró a su Gurú y tres años más tarde se realizó a sí mismo, tomando el nombre de Nisargadatta. Continuó viviendo la vida de un comerciante indio ordinario pero sus enseñanzas, que expuso en su obra maestra I Am That y que están arraigadas en la antigua tradición upanishádica, constituyen una significativa ruptura filosófica con el pensamiento contemporáneo. Hasta su muerte en 1981, devotos de todo el mundo han viajado para oír el mensaje único de Sri Nisargadatta Maharaj.

Michael James

Michael James

Michael James conoció las enseñanzas espirituales de Bhagavan Sri Ramana en 1976 mientras viajaba alrededor de la India buscando algo que diera un significado y propósito a su vida. Lo poco que escuchó al principio, acerca de la vida y enseñanzas de Sri Ramana, despertaron su interés, así que Michael decidió visitar Tiruvannamalai (la ciudad al sur de la India donde Él vivió durante cincuenta y cuatro años) para aprender más, y donde terminó viviendo los veinte años siguientes.
Al poco tiempo de estar en Tiruvannamalai encontró la ayuda de Sri Sadhu Om quien le ofreció respuestas simples y claras acerca de la filosofía y la práctica de las enseñanzas de Sri Ramana. Durante los más de ocho años que pasó en compañía de Sri Sadhu Om, pudo bajo su clara dirección estudiar minuciosamente y en profundidad todas las escrituras originales del tamil de Sri Ramana, y otros trabajos importantes tales como Gurú Vachaka Kovai, que es el registro más comprensivo y profundo de los dichos de Sri Ramana, compilados en la forma de versos tamiles por su primer discípulo, Sri Muruganar. De esta manera, Michael tuvo una oportunidad única de conseguir penetrar profundamente en la enseñanza de Sri Ramana, aprendiendo directamente de los textos originales en su tamil original con la ayuda y la dirección personal de uno de sus discípulos más cercanos (término que no sólo significa que fueron bendecidos para vivir cerca de Él físicamente, sino que siguieron sus enseñanzas lo más de cerca posible y fielmente).
Habiendo trabajado tan estrechamente con Sri Muruganar y con su extensa obra poética, Sri Sadhu Om tenía una comprensión muy íntima de todos sus versos, así que cuando Michael le ayudó a traducir al inglés el Gurú Vachaka Kovai, él fue capaz de explicarle el fondo de muchos de los versos, e indicarle todas las implicaciones sutiles contenidas en cada uno de ellos. De la misma manera, arreglando los versos de Sri Ramana Jnana Bodham, él le explicaba a menudo su significado profundo y sutil.
Lamentablemente, Michael, no fue capaz por entonces de registrar por escrito todas estas explicaciones. Sin embargo, toda esta enseñanza penetró profundamente en su mente, construyendo una base firme de profunda comprensión, que ahora es capaz de compartir con otros a través de sus actuales escritos tales como La Felicidad y El Arte de Ser, con el único propósito de guiarnos y animarnos en nuestra búsqueda práctica de la experiencia directa, inmediata, no-dual y absoluta del auto-conocimiento verdadero.

La Realización Metafísica

La Realización Metafísica
(Capítulo X del libro: Introducción General al Estudio de las Doctrinas Hindúes)

Al indicar los caracteres esenciales de la metafísica, hemos dicho que constituye un conocimiento intuitivo, es decir, inmediato, que se opone en eso al conocimiento discursivo y mediato del orden racional. La intuición intelectual es incluso más inmediata aún que la intuición sensible, ya que está más allá de la distinción del sujeto y del objeto que esta última deja subsistir; es a la vez el medio del conocimiento y el conocimiento mismo, y, en ella, el sujeto y el objeto están unificados e identificados. Por lo demás, todo conocimiento no merece verdaderamente este nombre sino en la medida en que tiene por efecto producir una tal identificación, pero que, en cualquier otro caso, permanece siempre incompleto e imperfecto; en otros términos, no hay otro conocimiento verdadero que el que participa más o menos en la naturaleza del conocimiento intelectual puro, que es el conocimiento por excelencia. Todo otro conocimiento, al ser más o menos indirecto, no tiene en suma más que un valor sobre todo simbólico o representativo; no hay otro conocimiento verdadero y efectivo más que el que nos permite penetrar en la naturaleza misma de las cosas, y, si una tal penetración puede tener lugar ya hasta un cierto punto en los grados inferiores del conocimiento, no es sino en el conocimiento metafísico donde ella es plena y totalmente realizable.

La consecuencia inmediata de esto, es que conocer y ser no son en el fondo más que una sola y misma cosa; son, si se quiere, dos aspectos inseparables de una realidad única, aspectos que, verdaderamente, ya no podrían distinguirse siquiera ahí donde todo es «sin dualidad». Eso basta para volver completamente vanas todas las «teorías del conocimiento» con pretensiones pseudometafísicas que tienen un lugar tan grande en la filosofía occidental moderna, y que a veces tienden incluso, como en Kant por ejemplo, a absorber todo lo demás, o al menos a subordinárselo; la única razón de ser de este género de teorías está en una actitud común a casi todos los filósofos modernos, y que, por lo demás, ha salido del dualismo cartesiano, actitud que consiste en oponer artificialmente el conocer al ser, lo que es la negación de toda metafísica verdadera. Esta filosofía llega así a querer sustituir el conocimiento mismo por la «teoría del conocimiento», y, por su parte, eso es una verdadera confesión de impotencia; a este respecto, nada es más característico que esta declaración de Kant: «Después de todo, la mayor y quizás la única utilidad de toda filosofía de la razón pura es exclusivamente negativa, puesto que no es un instrumento para extender el conocimiento, sino una disciplina para limitarle»[1]. ¿No equivalen tales palabras a decir simplemente que la única pretensión de los filósofos debe ser imponer a todos los límites estrechos de su propio entendimiento? Por lo demás, ese es el inevitable resultado del espíritu de sistema, que es, lo repetimos, antimetafísico al más alto grado.

La metafísica afirma la identidad profunda del conocer y del ser, que no puede ser puesta en duda más que por aquellos que ignoran sus principios más elementales; y, como esta identidad es esencialmente inherente a la naturaleza misma de la intuición intelectual, no sólo la afirma, sino que la realiza. Al menos esto es verdad para la metafísica integral; pero es menester agregar que lo que hubo de metafísica en Occidente parece haber permanecido siempre incompleto bajo este aspecto. No obstante, Aristóteles planteó claramente en principio la identificación por el conocimiento, al declarar expresamente que «el alma es todo lo que ella conoce»[2]; pero ni él ni sus continuadores parecen haber dado nunca a esta afirmación su alcance verdadero, sacando de ella todas las consecuencias que implica, de suerte que ha permanecido para ellos algo puramente teórico. Eso es mejor que nada, ciertamente, pero no obstante es muy insuficiente, y esta metafísica occidental se nos aparece como doblemente incompleta: lo es ya teóricamente, puesto que no va más allá del ser, como lo hemos explicado precedentemente, y, por otra parte, no considera las cosas, en la medida misma en que las considera, más que de una manera simplemente teórica; la teoría se presenta en ella en cierto modo como bastándose a sí misma y como siendo su propio fin, mientras que, normalmente, no debería constituir más que una preparación, por lo demás indispensable, en vista a una realización correspondiente.

Es menester hacer aquí una precisión sobre el tema de la manera en que empleamos esta palabra «teoría»: etimológicamente, su sentido primero es el de «contemplación», y, si se tomara así, se podría decir que la metafísica toda entera, con la realización que implica, es la «teoría» por excelencia, únicamente, el uso ha dado a esta palabra una acepción algo diferente, y sobre todo mucho más restringida. Primeramente, se ha tomado el hábito de oponer «teoría» y «práctica», y, en su significación primitiva, esta oposición, al ser la de la contemplación y la acción, también estaría justificada aquí, puesto que la metafísica está esencialmente más allá del dominio de la acción, que es el de las contingencias individuales; pero el espíritu occidental, al estar vuelto casi exclusivamente del lado de la acción, y al no concebir ninguna realización fuera de está, ha llegado a oponer generalmente teoría y realización. Por consiguiente, es esta última oposición la que aceptamos de hecho, para no apartarnos del uso recibido, y para evitar las confusiones que podrían provenir de la dificultad que se tiene para separar los términos del sentido que se está habituado a atribuirles con razón o sin ella; no obstante, no llegaremos hasta cualificar de «práctica» a la realización metafísica, ya que esta palabra ha permanecido inseparable, en el lenguaje corriente, de la idea de acción que expresaba primitivamente, y que aquí no podría aplicarse de ninguna manera.

En toda doctrina que es metafísicamente completa, como lo son las doctrinas orientales, la teoría va siempre acompañada o seguida de una realización efectiva, de la que es sólo la base necesaria: ninguna realización puede ser abordada sin una preparación teórica suficiente, pero la teoría toda entera está ordenada en vista de la realización, como el medio en vista del fin, y este punto de vista se supone, al menos implícitamente, hasta en la expresión exterior de la doctrina. Por otra parte, la realización efectiva puede tener, además de la preparación teórica y después de ella, otros medios de un orden muy diferente, pero que, ellos también, están destinados a proporcionarle un soporte o un punto de partida, que no tienen en suma más que un papel de «ayudas», cualquiera que sea, por lo demás, su importancia de hecho: esa es, concretamente, la razón de ser de los ritos de carácter y de alcance propiamente metafísicos cuya existencia hemos señalado. No obstante, a diferencia de la preparación teórica, estos ritos no se consideran nunca como medios indispensables, no son más que accesorios y no esenciales, y la tradición hindú, donde tienen no obstante un lugar importante, es completamente explícita a este respecto; pero, por su eficacia propia, facilitan enormemente la realización metafísica, es decir, la transformación de ese conocimiento virtual que es la simple teoría en un conocimiento efectivo.

Estas conclusiones pueden parecer ciertamente muy extrañas a los occidentales, que no han considerado nunca ni siquiera la simple posibilidad de algo de este género; y, sin embargo, a decir verdad, se podría encontrar en occidente una analogía parcial, aunque bastante lejana, con la realización metafísica, en lo que llamaremos la realización mística. Queremos decir que en los estados místicos, en el sentido teológico de esta palabra, hay algo efectivo que hace de ellos algo más que un conocimiento simplemente teórico, aunque una realización de este orden sea una realización forzosamente limitada. Por eso mismo de que no se sale del modo propiamente religioso, no se sale tampoco del dominio individual; los estados místicos no tienen nada de supraindividual, no implican más que una extensión más o menos indefinida de posibilidades únicamente individuales, que, por lo demás, van incomparablemente más lejos de lo que se supone ordinariamente, y sobre todo de lo que son capaces de concebir los psicólogos, incluso con todo lo que se esfuerzan en hacer entrar en su «subconsciente». Esta realización no puede tener un alcance universal o metafísico, y permanece siempre sometida a la influencia de elementos individuales, principalmente de orden sentimental; ese es el carácter mismo del punto de vista religioso, pero aún más acentuado que en cualquier otra parte, como ya lo hemos señalado, y es también, al mismo tiempo, lo que da a los estados místicos el aspecto de «pasividad» que se les reconoce bastante generalmente, sin contar que la confusión de los dos órdenes, intelectual y sentimental, puede ser en ellos frecuentemente una fuente de ilusiones. En fin, es menester advertir que esta realización, siempre fragmentaria y raramente ordenada, no supone ninguna preparación teórica: los ritos religiosos juegan en ella ese papel de «ayudas» que juegan en otra parte los ritos metafísicos, pero es independiente, en sí misma, de la teoría religiosa que es la teología; eso no impide, por lo demás, que los místicos que poseen algunos datos teológicos se eviten muchos de los errores que cometen aquellos que están desprovistos de ellos, y que sean más capaces de controlar en una cierta medida su imaginación y su sentimentalidad. Tal cual es, la realización mística, o en modo religioso, con sus limitaciones esenciales, es la única que es conocida en el mundo occidental; podemos decir también aquí, como hace un momento, que eso es mejor que nada, aunque esté muy lejos de la realización metafísica verdadera.

Hemos tenido que precisar este punto de vista de la realización metafísica, porque es esencial para el pensamiento oriental, y, por lo demás, común a las tres grandes civilizaciones de las que hemos hablado. No obstante, no queremos insistir demasiado en ello en esta exposición, que debe forzosamente permanecer más bien elemental; así pues, en lo que concierne especialmente a la India, no le consideraremos sino en tanto que sea estrictamente inevitable hacerlo, ya que este punto de vista es quizás aún más difícil de comprender que cualquier otro para la generalidad de los occidentales. Además, es menester decir que, si la teoría puede ser expuesta siempre sin reservas, o al menos bajo la única reserva de lo que es verdaderamente inexpresable, no sucede lo mismo con lo que toca a la realización.

[1] Kritik der reinen Verunuft, ed. Harteustein, p. 256.

[2] De Anima.

El Estado Incondicionado de Âtmâ

El Estado Incondicionado de Âtmâ
(Capítulo XV del libro: El Hombre y su devenir según el Vedanta)

«Vigilia, sueño, sueño profundo, y lo que está más allá, tales son los cuatro estados de Âtmâ; el más grande (mahattara) es el Cuarto (Turîya). En los tres primeros, Brahma reside con uno de sus pies; tiene tres pies en el último». Así, las proporciones establecidas precedentemente desde un cierto punto de vista, se encuentran invertidas desde otro punto de vista: de los cuatro «pies» (pâdas) de Âtmâ, los tres primeros, en cuanto a la distinción de los estados, no son más que uno en cuanto a la importancia metafísica, y el último es tres por sí mismo solo bajo la misma relación. Si Brahma no fuera «sin partes» (akhanda), se podría decir que solo un cuarto de Él está en el Ser (comprendido ahí todo lo que depende de él, es decir, la manifestación universal de la que él es el principio), mientras que Sus otros tres cuartos están más allá del Ser. Estos tres cuartos pueden considerarse de la manera siguiente: 1º, la totalidad de las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan, y por consiguiente en el estado absolutamente permanente e incondicionado, como todo lo que es del «Cuarto» (en tanto que se manifiestan, pertenecen a los dos primeros estados; en tanto que «manifestables», al tercero, principial en relación a éstos); 2º, la totalidad de las posibilidades de no manifestación (de las que no hablamos en plural más que por analogía, ya que están evidentemente más allá de la multiplicidad, e incluso más allá de la unidad); 3º, finalmente, el Principio Supremo de unas y de las otras, que es la Posibilidad Universal, total, infinita y absoluta.

«Los Sabios piensan que el Cuarto (Chaturtha), que no es conocedor ni de los objetos internos ni de los objetos externos (de una manera distintiva y analítica), ni a la vez de los unos y de los otros (considerados sintéticamente y en principio), y que no es (siquiera) un conjunto sintético de Conocimiento integral, puesto que no es ni conocedor ni no conocedor, es invisible (adristha, e igualmente no perceptible por ninguna facultad cualquiera que sea), no actuante (avyavahârya, en Su inmutable identidad), incomprehensible (agrâhya, puesto que comprende todo), indefinible (alakshana, puesto que es sin ningún límite), impensable (achintya, puesto que no puede ser revestido de ninguna forma), indescriptible (avyapadêshya, puesto que no puede ser calificado por ninguna atribución o determinación particular), la única esencia fundamental (pratyaya-sâra) del “Sí mismo” (Âtmâ, presente en todos los estados), sin ningún rastro de desarrollo de la manifestación (prapancha-upashama, y por consiguiente absoluta y totalmente libre de las condiciones especiales de cualquier modo de existencia que sea), plenitud de la Paz y de la Beatitud, sin dualidad: Él es Âtmâ (Él mismo, fuera e independientemente de toda condición), (así) debe ser conocido».

Se observará que todo lo que concierne a este estado incondicionado de Âtmâ se expresa bajo una forma negativa; y es fácil comprender que ello sea así, ya que, en el lenguaje, toda afirmación directa es forzosamente una afirmación particular y determinada, la afirmación de algo que excluye otra cosa, y que limita así aquello de lo que se puede afirmar. Toda determinación es una limitación, y por tanto una negación; por consiguiente, es la negación de una determinación lo que es una verdadera afirmación, y los términos de apariencia negativa que encontramos aquí, son, en su sentido real, eminentemente afirmativos. Por lo demás, la palabra «infinito», cuya forma es semejante, expresa la negación de todo límite, de suerte que equivale a la afirmación total y absoluta, que comprende o envuelve todas las afirmaciones particulares, pero que no es ninguna de éstas a exclusión de las demás, precisamente porque las implica a todas igualmente y «no distintivamente»; y es así como la Posibilidad Universal comprende absolutamente todas las posibilidades. Todo lo que puede expresarse bajo la forma afirmativa está encerrado necesariamente en el dominio del Ser, puesto que él mismo es la primera afirmación o la primera determinación, aquella de la que proceden todas las demás, del mismo modo que la unidad es el primero de los números y que éstos se derivan todos de ella; pero aquí, estamos en la «no-dualidad», y ya no en la unidad, o, en otros términos, estamos más allá del Ser, por eso mismo de que estamos más allá de toda determinación, incluso principial.

Así pues, en Sí mismo, Âtmâ no es ni manifestado (vyakta), ni no manifestado (avyakta), al menos si se considera lo no manifestado solamente como el principio inmediato de lo manifestado (lo que se refiere al estado de Prâjna); sino que Él es a la vez el principio de lo manifestado y de lo no manifestado (aunque este principio Supremo pueda decirse, por lo demás, también no manifestado en un sentido superior, aunque no sea más que para afirmar con ello Su Inmutabilidad absoluta y la imposibilidad de caracterizarle por ninguna atribución positiva). «A Él (al Supremo Brahma, al que Âtmâ incondicionado es idéntico), el ojo no Le alcanza, ni la palabra, ni la “mente”; nosotros no Le reconocemos (como comprehensible por otro que Él mismo), y es por lo que no sabemos cómo enseñar Su naturaleza (por una descripción cualquiera). Es superior a lo que es conocido (distintivamente, o al Universo manifestado), y está incluso más allá de lo que no es conocido (distintivamente, o del Universo no manifestado, uno con el Ser Puro); tal es la enseñanza que hemos recibido de los Sabios de antaño. Se debe considerar que Lo que no es manifestado por la palabra (ni por ninguna otra cosa), sino Eso por lo que la palabra es manifestada (así como todas las cosas), es Brahma (en Su Infinitud), y no lo que es considerado (en tanto que objeto de meditación) como “esto” (un ser individual o un mundo manifestado, según que el punto de vista se refiera al “microcosmo” o al “macrocosmo”) o “eso” (Îshwara o el Ser Universal mismo, fuera de toda individualización y de toda manifestación)».

Shankarâchârya agrega a este pasaje el comentario siguiente: «Un discípulo que ha seguido atentamente la exposición de la naturaleza de Brahma debe ser llevado a pensar que conoce perfectamente a Brahma (al menos teóricamente); pero, a pesar de las razones aparentes que puede tener para pensar así, por eso no es menos una opinión errónea. En efecto, la significación bien establecida de todos los textos concernientes al Vêdânta es que el “Sí mismo” de todo ser que posee el Conocimiento es idéntico a Brahma (puesto que, por este Conocimiento mismo, se realiza la “Identidad Suprema”). Ahora bien, de toda cosa que es susceptible de devenir un objeto de conocimiento, es posible un conocimiento distinto y definido; pero ello no es así para Lo que no puede devenir un tal objeto. Eso es Brahma, ya que Él es el Conocedor (total), y el Conocedor puede conocer las demás cosas (puesto que las encierra a todas en Su infinita comprehensión, que es idéntica a la Posibilidad Universal), pero no hacerse a Sí mismo el objeto de Su propio Conocimiento (ya que, en Su identidad que no resulta de ninguna identificación, no se puede hacer siquiera, como en la condición de Prâjna, la distinción principial de un sujeto y de un objeto que son sin embargo “el mismo”, y ya que no puede dejar de ser Sí mismo “omniconocedor”, para devenir “omniconocido”, lo que sería otro Sí mismo), de la misma manera que el fuego puede quemar otras cosas, pero no quemarse a sí mismo, (puesto que su naturaleza esencial es indivisible, como, analógicamente, Brahma es “sin dualidad”). Por otra parte, no puede decirse tampoco que Brahma pueda ser un objeto de conocimiento para otro que Sí mismo, ya que, fuera de Él, no hay nada que sea conocedor (puesto que todo conocimiento, incluso relativo, no es más que una participación del Conocimiento absoluto y supremo)».

Por eso es por lo que se dice en la continuación del texto: «Si piensas que conoces bien (a Brahma), lo que conoces de Su naturaleza es en realidad poco; por esta razón, Brahma debe ser considerado aún más atentamente por ti. (La respuesta es ésta:) Yo no pienso que Le conozco; con eso quiero decir que no Le conozco bien (de una manera distinta, como conocería un objeto susceptible de ser descrito o definido); y sin embargo Le conozco (según la enseñanza que he recibido concerniente a Su naturaleza). Quienquiera de entre nosotros que comprende estas palabras (en su verdadera significación): “Yo no Le conozco, y sin embargo Le conozco”, ese Le conoce en verdad. Para el que piensa que Brahma es no comprendido (por una facultad cualquiera) Brahma es comprendido (ya que, por el Conocimiento de Brahma, ese ha devenido real y efectivamente idéntico a Brahma mismo); pero el que piensa que Brahma es comprendido (por alguna facultad sensible o mental) no Le conoce. Brahma (en Sí mismo, en Su incomunicable esencia) es desconocido para aquellos que Le conocen (a la manera de un objeto cualquiera de conocimiento, ya sea un ser particular o el Ser Universal), y es conocido para aquellos que no Le conocen (como “esto” o “eso”)».

Proposición de comprensión

«Yo soy esto» es el ego. Cuando «yo» es mantenido solo como «yo», es el sí mismo

(…)

D. Uno tiene a veces vívidos relámpagos de una consciencia cuyo centro está fuera del sí mismo normal, y que parece ser omni-inclusiva. Sin entrar en conceptos filosóficos, ¿qué me aconsejaría Bhagavan que haga para obtener, retener y extender esos raros relámpagos? ¿Implica abhyasa (práctica) en esa experiencia el retiro?

M. ¿Fuera? ¿Para quién es dentro o fuera? Éstos solo pueden existir mientras hay el sujeto y el objeto. ¿Para quién son estos dos? En la investigación usted encontrará que ellos se disuelven solo en el sujeto. Vea quién es el sujeto; y esta indagación le lleva a la consciencia pura más allá del sujeto. El sí mismo normal es la mente. Esta mente es con limitaciones. Pero la consciencia pura es más allá de limitaciones, y es obtenida por la investigación como se ha señalado más arriba. La obtención: el sí mismo está siempre aquí. Solo tiene que eliminar el velo que obstruye la revelación del sí mismo. La retención: una vez que realiza el sí mismo, eso deviene su experiencia directa e inmediata. No se pierde nunca. La extensión: no hay ninguna extensión del sí mismo, pues el sí mismo es como siempre, sin contracción o expansión.

El retiro: permanecer en el sí mismo es soledad. Debido a que no hay nada ajeno al sí mismo. El retiro debe ser de algún lugar o estado a otro. No hay ni lo uno ni lo otro aparte del sí mismo. Puesto que todo es el sí mismo, el retiro es imposible e inconcebible. Abhyasa (práctica) es solo impedir la perturbación de la paz inherente. Usted está siempre en su estado natural, tanto si hace abhyasa como si no… Permanecer como es, sin cuestión ni duda, es su estado natural.

D. Al realizar el samadhi, ¿no obtiene uno siddhis (poderes) también?

M. Para exhibir siddhis, debe haber otros que los reconozcan. Eso significa que no hay ningún jñana en el que los exhibe. Por consiguiente, los siddhis no son dignos de un pensamiento; solo debe aspirarse a jñana y solo debe obtenerse jñana.

D. ¿Ayuda mi realización a otros?

M. Sí, y posiblemente es la mejor ayuda que pueda dar a otros. Aquellos que han descubierto grandes verdades, lo han hecho en las profundidades quietas del sí mismo. Pero, en realidad, no hay ningún «otro» a quien ayudar. Pues el ser realizado ve solo el sí mismo, de la misma manera que el orfebre ve solo el oro mientras lo aprecia en diferentes joyas hechas de oro. Cuando se identifica con el cuerpo, el nombre y la forma están ahí. Pero cuando trasciende la consciencia del cuerpo, los «otros» también desaparecen. El realizado no ve el mundo como diferente de sí mismo.

D. ¿No sería mejor si los santos se mezclaran con los otros?

M. No hay ningunos «otros» con los que mezclarse. El sí mismo es la única realidad.

D. ¿No debo yo intentar ayudar al mundo que sufre?

M. El Poder que le ha creado a usted ha creado también el mundo. Si ese poder puede cuidar de usted, similarmente puede cuidar del mundo también… Si Dios ha creado el mundo, es incumbencia Suya cuidarlo, no es incumbencia de usted.

D. ¿No es nuestro deber ser patriotas?

M. Su deber es SER, y no ser esto o eso. «YO SOY LO QUE YO SOY» resume toda la verdad; el método está resumido en «SOLO SEA».

¿Y qué significa «en quietud»? Significa «Destrúyase a usted mismo»; debido a que, todo nombre y forma es la causa del trastorno. «Yo-yo» es el sí mismo. «Yo soy esto» es el ego. Cuando «yo» es mantenido solo como «yo», es el sí mismo. Cuando se va por la tangente y dice «Yo soy esto o eso, yo soy fulano», —es el ego.

D. ¿Quién es entonces Dios?

M. El sí mismo es Dios. «Yo soy» es Dios. Si Dios es aparte del sí mismo, Él debe ser un Dios sin sí mismo, lo cual es absurdo. Todo lo que se requiere para realizar el sí mismo es SOLO SER. ¿Qué puede ser más fácil que eso? Por consiguiente, atma-vidya es lo más fácil de obtener.

Ativarnashramî. El Libro de las Contemplaciones.

Ativarnashramî, el no nacido, el no mortal por tanto, es el autor de estas meditaciones, Ativarnashramî somos todos, lo queramos o no, es lo que somos, la realidad imperecedera y única desde la cual se os convoca a todos vosotros, si es que lo queréis.

La mano por la que estas meditaciones fueron escritas es la de alguien que en un cierto momento no se hallaba en este mundo aparente, en este mundo que aparece cada mañana al abrir los ojos. Ese no encontrarse, ese no encontrar paz duradera, definitiva, de una vez por todas, esa paz que no está sometida a la zozobra de cada día y de lo que cada día trae, es el anhelo que pone en marcha la búsqueda de uno mismo y la escritura de estas meditaciones.
Después de mucho dar vueltas, de leer libros, de practicar primero el catolicismo, después el Islam, luego las doctrinas hindúes en sus representantes más actuales y genuinos y finalmente y viendo que todo estaba poco más o menos que al principio de la búsqueda, parándose a meditar consigo mismo, con seriedad, con dedicación preferente y continuada, las preguntas claves fueron brotando y sus respuestas correctas también.
Poco importan entonces los detalles biográficos, las títulos académicos, las distinciones universitarias, las condecoraciones, los méritos mundanos, los méritos de este mundo de la vigilia, irreales desde todos los puntos de vista.
¿Estas meditaciones sirven de ayuda a alguien? Sí, ya han servido y por eso están aquí a disposición de los que las encuentren, y no sólo los escritos, sino la persona misma que los escribió no hace mucho tiempo.

¿Por qué Ativarnashrami el nombre del autor? ¿Por qué “Ha sido escuchado” el título del libro? Ativarnashrami quiere decir “sin color” y también “sin nacimiento”. Luego el autor es literalmente “nadie”. “Ha sido escuchado” quiere decir exactamente que “Ha sido escuchado”; también que “Ha sido visto” o que “Ha sido saboreado”. Esta obra no es un tratado sobre el Vedanta Advaita ni sobre ninguna otra doctrina. No esta estructurada, no ha sido concebida ni pensada como una “obra”. No se ha pretendido hacer nada “vedantino” ni nada con un color cualquiera que sea. Es la puesta por escrito de una autoindagación llevada al día. Esta obra está hecha sólo de preguntas. Si ayuda a alguien a encontrar sus propias respuestas será para él una cosa buena. En caso contrario, será una cosa inútil.

PROTECCIÓN A TRAVÉS DE SATIPATTHANA* NYANAPONIKA THERA

PROTECCIÓN A TRAVÉS DE SATIPATTHANA*

NYANAPONIKA THERA

Traducción española por Gloria Ávila

En cierta ocasión el Buda contó a sus monjes la siguiente historia (Satipatthana Samyutta, No. 19):

Había una vez un par de malabaristas que efectuaban sus proezas sobre una vara de bambú. Un día, el maestro dijo a su aprendiz:

“Ahora, súbete a mis hombros y sube también la vara de bambú.” Cuando el aprendiz había hecho lo que se le indicó, el maestro le dijo: “Bueno, ahora protégeme bien y yo voy a protegerte a ti!. Protegiéndonos y viendo uno por el otro de esa forma, podremos mostrar nuestra habilidad, obtener ganancias y bajarnos sanos y salvos de la vara de bambú.” Pero el aprendiz replicó: “No es así maestro!” Usted, Oh maestro, deberá protegerse a usted mismo y yo, por mi parte, me haré cargo de mi. Así haremos nuestras proezas, auto-protegidos y auto-cuidados.”

“Esa es la manera correcta,” dijo el Bendito y continuó de la siguiente manera:

“Es justamente como lo dijo el aprendiz: ‘Yo me protegeré” -de esa manera, deben practicarse los fundamentos de la atención (satipathana). ‘Yo protegeré a otros’ – de esa manera deben practicarse los fundamentos de la atención. Protegiéndose a uno mismo, uno protege a los otros; protegiendo a otros, uno se protege a uno mismo.

“¿Y cómo al protegerse uno mismo, protege a los demás? Por la práctica repetida y frecuente de la meditación (asevanaya bhavanaya bahulikammena).

“¿Y cómo uno, al proteger a otros, se protege a uno mismo? Por medio de la paciencia e indulgencia, por medio de una vida sin violencia y sin daño, por medio de la benevolencia y de la compasión.”

Este Sutta pertenece al número considerable de enseñanzas importantes y eminentemente prácticas del Buda, que todavía permanecen escondidas como tesoros enterrados, desconocidos y sin uso. Aún así, este texto tiene un importante mensaje para nosotros, y el hecho de que esté impreso el sello real de satipaååhàna le da un llamado adicional a nuestra atención.

El Individuo y la sociedad

El Sutta trata la relación entre nosotros mismos y nuestros congéneres, entre el individuo y la sociedad. Suma, de una manera sucinta, la actitud budista ante los problemas de la ética individual y social, del egoísmo y el altruismo. El fondo está contenido en dos oraciones concisas:

“Protegiéndose uno mismo, se protege a otros.”

(Attanam rakkhanto param rakkhati)

“Protegiendo a otros, uno se protege a uno mismo.” (Param rakkhanto attanam rakkhati.)

Estas dos aseveraciones son complementarias y no deben tomarse o citarse separadamente. Actual-mente, cuando el servicio social es tan importante, las personas pueden sucumbir a la tentación de apoyar sus ideas citando únicamente la segunda oración. Pero cualquier cita parcial de esta idea no representa-ría el punto de vista total del Buda. Hay que recordar que en nuestra historia el Buda aprobó expresamente las palabras del aprendiz, que uno tiene que vigilar cuidadosamente los propios pasos si desea proteger a otros de un daño. Aquél que está hundido en el barro no puede ayudar a otros para que salgan de ahí, en ese sentido, la auto-protección forma la base indispensable de la protección y la ayuda ofrecida a los otros. Pero la auto-protección no es una protec-ción egoísta. Es auto-control y auto-desarrollo ético y espiritual.

Hay algunas grandes verdades que son tan amplias y profundas que podría parecer que tienen un límite de importancia siempre en expansión que crece con el propio límite de comprensión y de práctica de ellas. Dichas verdades son aplicables en varios niveles de entendimiento, y son válidas en varios contextos de nuestra vida. Después de alcanzar el primero o segundo nivel, uno se sorprenderá de que se desplieguen ante nuestro entendimiento, una y otra vez, nuevas perspectivas, iluminadas por la misma verdad. Esto también opera para las grandes verdades gemelas de nuestro texto, mismas que consideraremos ahora detalladamente.

“Al protegerse uno mismo, uno protege a los demás” -la verdad de esta aseveración principia en un nivel muy simple y práctico. Este nivel material inicial de la verdad es tan evidente que no necesitamos decir mas que unas pocas palabras al respecto. Es obvio que la protección de nuestra propia salud alcanzará a lograr la protección de la salud de otros en nuestro medio ambiente, especialmente cuando se involucran enfermedades contagiosas. La precaución y circuns-pección en todos nuestros actos y movimientos protegerá a otros del daño que puede resultar de nuestra negligencia y falta de cuidado. Al manejar cuidadosamente, abstenernos del alcohol, tener auto-control en situaciones que pueden llevar a la violen-cia-en todos estos casos y de muchas otras maneras-protegeremos a otros, protegiéndonos a nosotros mismos.

El Nivel Ético

Llegamos ahora al nivel ético de esa verdad. La auto-protección moral salvaguardará a otros, individuos y sociedad, contra nuestras propias pasio-nes e impulsos egoístas sin control. Si permitimos que las “tres raíces” del mal – avidez, odio e ignorancia-se afirmen en nuestros corazones, entonces sus brotes se esparcirán extensamente como una enredadera de la jungla, sofocando todo crecimiento saludable y noble de los alrededores. Pero si nos protegemos nosotros mismos contra estas tres raíces, nuestros congéneres también estarán a salvo. Estarán a salvo de nuestra imprudente avidez de posesiones y poder, de nuestra lujuria y sensualidad incontenibles, de nuestra envidia y nuestros celos; a salvo de las consecuencias destructivas de nuestro odio y desamor que pueden ser destructivos o hasta criminales; a salvo de los estallidos de nuestra ira y de la atmósfera de antagonismo y conflicto resultante, que pueden hacer que sus vidas se vuelvan insoportables.

Los efectos dañinos de nuestra avidez y nuestro odio por otros no están limitados a los momentos en que ellos se vuelven objetos pasivos o víctimas de nuestro odio, o cuando sus posesiones llegan a ser el objeto de ella. Tanto la avidez como el odio tienen un poder infeccioso que multiplica ampliamente sus efectos dañinos. Si nosotros mismos no pensamos en otra cosa que no sea desear y asir, adquirir y poseer, retener y apegarse, entonces haremos surgir o bien fortaleceremos estos instintos de posesión en los otros. Nuestra conducta negativa puede llegar a ser la conducta normal de quienes nos rodean – ya sea nuestros niños, nuestros amigos, nuestros colegas. Nuestra propia conducta puede inducir a otros a unírsenos en la satisfacción común de deseos rapaces; o podemos hacer surgir en ellos sentimientos de resentimiento y competitividad. Si estamos llenos de sensualidad, también podemos avivar en ellos el fuego de la lujuria. Nuestro propio odio puede provocar en ellos el odio y la venganza; también podmos aliarnos con otros o instigarlos a efectuar actos comunes de odio y enemistad. La avidez y el odio son, verdaderamente, como enfermedades contagiosas. Si nos protegemos a nosotros mismos contra estas infecciones malignas, protegeremos, hasta cierto punto, a los demás.

Protección a través de la Sabiduría

Con respecto a la tercera raíz del mal, sabemos muy bien cuánto daño puede hacerse a otros con el engaño o la ignorancia, a través de la estupidez, del descuido, de los prejuicios, de las ilusiones y el engaño de una sola persona.

Sin sabiduría y sin conocimiento, los intentos de protegerse a uno mismo y a los demás fallarán generalmente. Uno verá el peligro sólo cuando ya es demasiado tarde, y no se tomarán precauciones para el futuro; uno no conocerá los medios acertados y efectivos de protección y ayuda. Por lo tanto, la auto protección a través de la sabiduría y el conocimiento es de capital importancia. Al adquirir la sabiduría y conocimiento verdaderos, protegeremos a otros de las consecuencias dañinas de nuestra propia ignorancia, prejuicios, fanatismo y engaño infecciosos. La historia nos muestra los grandes y destructivos engaños masivos, que han sido encendidos frecuentemente por sólo un individuo o un pequeño número de personas. La auto-protección a través de la sabiduría y el conocimiento protegerá a otros del efecto pernicioso de tales influencias.

Brevemente, hemos indicado la manera en que nuestra vida privada puede tener un fuerte impacto en las vidas de otros. Si cada uno de nosotros deja sin resolver las fuentes reales o potenciales del mal social dentro de nosotros mismos, nuestra actividad social externa será fútil o notoriamente incompleta. Por lo tanto, si nos mueve un espíritu de responsabilidad social, no debemos eludir la difícil tarea del auto-desarrollo moral y espiritual. La preocupación respecto a las actitudes sociales no debe representar una excusa o un medio de escape del principal deber, limpiar primero nuestra propia casa.

Por otra parte, aquella persona que se ha dedicado encarecidamente a sí mismo para el auto-mejoramiento y auto-desarrollo espiritual será una fuerza potente y activa a favor del bien en el mundo, aunque no se comprometiera en cualquier servicio social externo. Su silencioso ejemplo por sí solo proporcionará ayuda y aliento a muchas personas, al mostrarles que los ideales de una vida sin egoísmo y sin daño pueden ser vividos realmente y que no son sólo temas de predicación.

El Nivel Meditativo

Continuemos ahora con el siguiente nivel superior en la interpretación de nuestro texto. Se expresa en la siguientes palabras del Sutta: “¿Y cómo es que, protegiéndose uno, se pueda proteger a otros? Por la práctica repetida y frecuente de la meditación”. La auto-protección moral carecerá de estabilidad mientras que permanezca como una disciplina rígida reforzada después de una lucha de motivos contra hábitos conflictivos de pensamiento y conducta. Los deseos apasionados y las tendencias egoístas pueden alcanzar mayor intensidad si uno trata de silenciarlos por medio de una determinante fuerza de voluntad. Aún si uno logra el éxito temporalmente en cuanto a la supresión de impulsos pasionales o egoístas, el conflicto interior que no ha sido resuelto impedirá el progreso moral y espiritual propio y desviará al propio carácter del camino recto. Es más, la desarmonía interior provocada por una supresión forzada de los impulsos buscará una salida en la conducta externa. Puede hacer que el individuo se vuelva irritable, resentido, dominante y agresivo en su relación con otros. Así es que el hecho de utilizar un método equivocado de auto-protección puede hacer que el daño afecte a uno mismo o a otros. Sólo cuando la auto-protección moral a uno mismo ha llegado ser una función espontánea, cuando se torna tan natural como el reflejo del párpado al cerrarse para proteger del polvo al ojo -sólo entonces nuestra estatura moral proporcionará realmente protección y seguridad efectivas tanto para nosotros mismos como para los demás. Esta naturalidad de la conducta moral no nos llega como un don del cielo. Tiene que ser adquirida por medio de la práctica repetida y del cultivo. Por lo tanto, nuestro Sutta dice que es por medio de la práctica repetida que llega a nosotros la auto-protección, volviéndose suficientemente fuerte como para proteger también a los demás.

Pero si la práctica repetida del bien tiene lugar únicamente en los niveles prácticos, emocionales e intelectuales, sus raíces no estarán firmes y con la suficiente profundidad. Dicha práctica repetida debe extenderse también al nivel del cultivo meditativo. Por medio de la meditación, los motivos prácticos, emocionales e intelectuales de la auto-protección moral y espiritual llegarán a ser nuestra propiedad personal que no podrá perderse nuevamente con facilidad. Por lo tanto, nuestro Sutta habla aquí de bhavana, el desarrollo meditativo de la mente en su sentido más amplio. Esta es la forma más elevada de protección que el mundo puede conferir. Aquél que ha desarrollado su mente por medio de la meditación vive en paz consigo mismo y con el mundo. De él no provendrá ningún daño o violencia. La paz y la pureza que irradia tendrán un poder de levantamiento y será una bendición para el mundo. Será un factor positivo en la sociedad, aún si vive en reclusión y silencio. Cuando el entendimiento y el reconocimiento del valor social de una vida meditativa cese en una nación, será uno de los primeros síntomas de deterioro espiritual.

Protección de Otros

Ahora debemos considerar la segunda parte de la declaración del Buda, un complemento necesario para la primera: “Protegiendo a otros uno se protege a uno mismo, ¿Y cómo? Por la paciencia y la tolerancia, por medio de una vida sin violencia y sin daño, por la benevolencia y la compasión (khantiya avihimsaya mettataya anuddayataya).”

Aquél cuya relación con sus congéneres está gobernada por estos principios se protegerá a si mismo mejor de lo que podría hacerlo con fuerza física o con cualquier arma poderosa. Aquél que es paciente y tolerante evitará conflictos y querellas, y se hará amigo de aquéllos a los que les ha mostrado una comprensión paciente. Aquél que no recurre a la fuerza o a la coerción raramente llegará a ser, bajo condiciones normales, un objeto de violencia, ya que no provoca la violencia de los otros. Y si debiera enfrentar la violencia, la llevará a un rápido fin, ya que no perpetuará la hostilidad a través de la venganza. Aquél que tiene amor y compasión para todos los seres, y que está libre de enemistad, combatirá la voluntad-enfermiza de los otros y desarmará a los violentos y brutales. Un corazón compasivo es el refugio de todo el mundo.

Ahora entenderemos mejor cómo armonizan aquellas dos afirmaciones complementarias de nuestro texto. La auto-protección es la base indispensable. Pero la auto-protección verdadera es posible únicamente si no genera conflicto con la protección de otros; porque alguien que busca la auto-protección a expensas de otros se corromperá a si mismo, además de ponerse en situaciones de peligro. Por otra parte, la protección de otros no debe crear conflicto con los cuatro principios de paciencia, no-violencia, benevolencia y compasión; también debe evitar interferir con su libre desarrollo espiritual como es el caso de varias doctrinas totalitarias. Por ende, la concepción budista de auto-protección excluye todo egoísmo, y en la protección de los otros, no hay lugar para la violencia y la interferencia.

La auto-protección y la protección de otros corresponden a las virtudes gemelas del budismo, sabiduría y compasión. La protección correcta es la expresión de sabiduría, la protección correcta de los otros, la expresión de la compasión. Sabiduría y compasión, siendo los elementos principales del Bodhi o Iluminación, han encontrado su más alta perfección en el Totalmente Iluminado, el Buda. La insistencia de su desarrollo armonioso es un rasgo característico de todo el Dhamma. Las encontramos en los estados sublimes (brahmavihara), en donde la ecuanimidad corresponde a la sabiduría y a la auto-protección, mientras que la benevolencia, la compasión y el gozo altruista corresponden a la compasión y a la protección de los otros.

Estos dos grandes principios de auto-protección y protección de los otros son de igual importancia tanto para la ética individual como la social y los lleva a ambos a la armonía. Sin embargo, su impacto benéfico no se detiene en el nivel ético, sino que lleva al individuo en ascensión hasta la más alta realización del Dhamma, mientras que al mismo tiempo proporciona un firme cimiento para el bienestar de la sociedad.

A criterio del autor, con respecto al entendimiento de esos dos grandes principios de auto-protección y protección a los otros, como manifestación de las virtudes gemelas de sabiduría y compasión, es de vital importancia para la educación budista, ya sea de jóvenes y viejos. Dichos principios son las piedras angulares de la construcción del carácter y merecen un lugar central en el empeño mundial para revivir el budismo.

“Yo protegeré a los otros” -así que deberemos establecer nuestra atención, y guiados por ella, dedicarnos a la práctica de la meditación, para el bien de nuestra propia liberación.

“Yo protegeré a los otros” -así que deberemos establecer nuestra atención, y guiados por ella, regular nuestra conducta por medio de la paciencia, de nuestra inocuidad, benevolencia y compasión, para el bien y felicidad de muchos.

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* Nyanaponika Thera. Traducción al español por Gloria Ávila. Reproducción española con permiso de la Buddhist Publication Society (Sri Lanka). Este material puede ser reproducido para uso personal, puede ser distribuido sólo en forma gratuita. ©CMBT 1999. Última revisión lunes, 13 de marzo de 2000. Fondo Dhamma Dana.

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