Vislumbres de una infancia dorada (libro)

OSHO

Vislumbres
de una
infancia dorada

La autobiografía de un rebelde  iluminado

            Empecé a leer las primeras sesiones de este libro en una librería que te permite hojear los ejemplares durante mucho tiempo sin necesidad de comprarlos. Así que me senté y me puse a leer los primeros capítulos y me di cuenta que no podía continuar mi lectura con normalidad, porque se me empezaban a llenar los ojos de lágrimas delante de muchas personas.

Y es que es una autobiografía emotiva, sincera, divertida, profunda. Sin pensarlo realiza una técnica que en narrativa se denomina cajas chinas. Esta característica del libro obedece a su hablar, que  es de entradas y salidas y carece de linealidad. Una idea, conecta a otra idea, como “Las mil y una noches”. Así que dentro de una historia te encuentras con otra historia, que te recuerda a otra y se vuelve un juego consecutivo. Es un recurso cautivante que te seduce a  no interrumpir tu lectura y te invita a continuar buscando el fin de alguna de ellas. Algunas historias promete terminarlas en los siguientes capítulos. A veces cumple, otras no. El libro en ningún momento dejó de sorprenderme. Espero que el mismo efecto cause en ti

Ma deva Yatri
Sesión 1

    Es una hermosa mañana. El sol sigue saliendo una y otra vez pero siempre es nuevo. No envejece nunca. Los científicos dicen que tiene millones de años. ¡Bobadas! Lo veo todos los días. Siempre es nuevo. Nada envejece. Pero los científicos son enterradores, por eso digo que tienen ese aspecto tan grave, tan serio. Esta mañana se vuelve a repetir el milagro de la existencia. Está sucediendo en cada momento, aunque sólo lo descubren unos pocos, muy, muy pocos.
La palabra «descubrir» es muy hermosa. Descubrir el momento tal como es, verlo tal como es, sin añadir nada, sin suprimir nada, sin ningún trabajo de edición; verlo tal como es, como un espejo… Gracias a Dios, el espejo no edita; si no, no habría ni una sola cara en el mundo que se ajustase a sus requisitos, ni siquiera la de Cleopatra. No habría ninguna cara adecuada para el espejo, por el simple hecho de que si te empieza a recortar, a editar y a añadir te empezará a destruir. Pero los espejos no son destructivos. Hasta el espejo más feo es hermoso en su indestructibilidad. Simplemente refleja.
Antes de entrar en vuestra Arca de Noé estaba de pie mirando el amanecer…, tan hermoso, al menos hoy, ¿y a quién le importa el mañana…? El mañana nunca llega. Jesús dice: «No pienses en el mañana…»
Hoy hace un día tan espléndido que por un momento me acordé de la formidable belleza del amanecer en los Himalayas. Allí, cuando estás rodeado de nieve y los árboles parecen novias, como si hubiesen florecido con flores blancas de nieve, a uno le dejan de interesar los llamados peces gordos, los primeros ministros, los presidentes mundiales y los reyes y reinas. De hecho, los reyes y las reinas acabarán existiendo solamente en las barajas, que es donde les corresponde estar. Y los presidentes y primeros ministros ocuparán el lugar de los comodines. No se merecen nada mejor.
Esos árboles de las montañas con sus flores blancas de nieve…, y siempre que veía caer la nieve de sus hojas me venía a la memoria un árbol de mi infancia. Ese tipo de árbol sólo crece en India; se llama madhumalti; madhu significa dulce, malti significa reina. Jamás he conocido una fragancia más maravillosa y más penetrante; ya sabéis que soy alérgico al perfume, por eso lo distingo inmediatamente. Soy muy sensible al perfume.
El madhumalti es el árbol más bello que os podáis imaginar. Dios lo debió crear el séptimo día. Liberado de todas las preocupaciones y las prisas del mundo, habiendo acabado con todo, incluso con hombres y mujeres, debe haber creado el madhumalti en su día libre, en un día de fiesta, un domingo…, por esa vieja costumbre de crear. Es difícil librarse de los viejos hábitos.
El madhumalti florece con miles de flores al mismo tiempo. No sólo una flor aquí y otra allá, no; ése no es el estilo del madhumalti, ni el mío tampoco. El madhumalti florece con riqueza, con lujo, con abundancia; miles de flores, tantas que no puedes ver las hojas. El árbol se cubre completamente de flores blancas.

Los árboles cubiertos de nieve siempre me han recordado al madhumalti. Claro, que no tienen perfume, para mí es una suerte que la nieve no tenga perfume. Es una lástima no poder volver a tener las flores del madhumalti en mis manos. La fragancia es tan fuerte que se esparce a lo largo de kilómetros, y recuerda que no estoy exagerando. Basta un solo madhumalti para llenar todo el barrio con su inmenso perfume.
Adoro los Himalayas. Me hubiera gustado morir allí. Es el lugar más bello para morir; para vivir también, por supuesto, pero en lo que se refiere a morir es el sitio por excelencia. Allí es donde murió Lao Tzu. En los valles de los Himalayas murió Buda, murió Jesús, murió Moisés. No hay ninguna otra montaña que se pueda atribuir a Moisés, a Jesús, a Lao Tzu, a Buda, a Bodhidharma, a Milarepa, a Marpa, a Tilopa, a Naropa y a miles de personas más.
Suiza es hermosa pero no se puede comparar con los Himalayas. Es muy cómodo estar en Suiza con todos sus adelantos modernos. Es muy incómodo estar en los Himalayas. Todavía no ha llegado ningún tipo de tecnología; ni carreteras, ni electricidad, ni aviones, ni ferrocarril, nada de nada. Pero entonces es cuando surge la inocencia. Uno es transportado a otro tiempo, a otro ser, a otro espacio.
Me hubiese gustado morir allí; y esta mañana, de pie, contemplando el amanecer, me sentí aliviado al saber que no pasa nada si me muero aquí, especialmente en un día tan hermoso como hoy. Y elegiré morirme un día en el que me sienta parte de los Himalayas. Para mí la muerte no es sólo un final, un punto final. No; para mí la muerte es una celebración.
El recuerdo de la nieve cayendo de los árboles, como flores cayendo del madhumalti, me ha inspirado un haiku…..

Los gansos salvajes
No pretenden reflejarse.
El agua no tiene mente
Para recibir sus imágenes.

¡Ah! qué hermoso. Los gansos salvajes no pretenden reflejarse, y el agua tampoco tiene intención de recibir el reflejo y, sin embargo, el reflejo está ahí. Ésa es la belleza. Nadie se lo ha propuesto pero está ahí; Esto es lo que yo llamo comunión. Siempre he odiado la comunicación. La comunicación es repugnante para mí. Puedes ver cómo sucede entre marido y mujer, entre jefe y criado, y así sucesivamente. En realidad, no sucede nunca. Mi palabra es comunión.
Veo el Buda Hall con toda mi gente…, sólo un instante, como un destello, tantos momentos de comunión. No es solamente una reunión; no es una iglesia. La gente no viene aquí como un trámite. La gente viene a mí, no al sitio. Siempre que hay un maestro y un discípulo (aunque sólo fuese un maestro y un discípulo, eso no importa) se produce una comunión. Está sucediendo ahora mismo aunque sólo estéis vosotros cuatro. Probablemente, ni siquiera sea capaz de contar con los ojos cerrados, menos mal; sólo así se puede permanecer en el mundo de lo incontable…, y además, ¡libre de impuestos! Cuando aprendes a contar aparecen los impuestos. Soy incontable, nadie me ha aplicado ningún impuesto.
Yo era profesor en la universidad. Cuando me quisieron aumentar el salario les dije que no. El rector no daba crédito.
-¿Por qué no? -me preguntó.
-Si cobrase más de lo que cobro ahora -le respondí- tendría que pagar impuestos, y odio los impuestos. Prefiero seguir con el mismo sueldo a cobrar más y que me molesten los inspectores de Hacienda.
Nunca rebasé el límite permitido para no tener que pagar Impuestos.
Jamás he pagado el impuesto sobre la renta; de hecho no tengo ingresos. He estado dando al mundo, no he tomado nada del mundo. Se trata de un desembolso, no de un ingreso. He entregado mi corazón y mi ser.
¡Menos mal que las flores están libres de impuestos, si no, dejarían de florecer; menos mal que la nieve está libre de impuestos, si no, no nevaría, creedme!
Debo deciros que tras la revolución rusa algo ocurrió con los genios rusos. Todos desaparecieron: León Tolstói, Fedor Dostoievski, Turgénev, Máximo Gorki. Sin embargo, en la Rusia actual, los escritores, los novelistas y los artistas son las personas mejor remuneradas y más respetadas. ¿Qué ha ocurrido? ¿Entonces, por qué ya no se escriben libros como Los hermanos Karamazov, Anna Karenina, Padres e hijos, La madre o Apuntes desde la tumba? ¿Por qué? Miles de veces me he preguntado: ¿por qué? ¿Qué le ha sucedido a los geniales novelistas rusos?
No creo que ningún otro país pueda competir con Rusia. Si seleccionas las diez mejores novelas del mundo, necesariamente tendrás que incluir cinco novelas rusas, dejando las otras cinco para el resto del mundo. ¿Qué ha sido de esa fabulosa genialidad? ¡Ha muerto! No se puede dar órdenes a las flores, para ellas no existen los diez mandamientos. Las flores florecen, no les puedes ordenar que florezcan. La nieve cae, no puedes decretar un mandamiento, no puedes fijar una fecha. Eso es imposible y lo mismo sucede con los Budas. Dicen lo que quieren decir, cuando lo quieren decir. Son capaces de decir, incluso a una sola persona, lo que todo el mundo habría querido escuchar.
Ahora estáis ahí, seguramente sólo cuatro personas. Digo «seguramente» porque no se me dan bien las matemáticas, y con los ojos cerrados…, os podéis imaginar…, y con lágrimas en los ojos, no porque estéis aquí presentes sólo cuatro personas, sino por esta mañana tan hermosa, por el amanecer.
Gracias a Dios. Él piensa en mí; aunque no exista, piensa en mí. Yo lo niego y, sin embargo, sigue pensando en mí. El gran Dios. La existencia parece ocuparse. Pero no conoces los caminos de la existencia; son impredecibles. Siempre he amado lo impredecible.
    Mis lágrimas son por el amanecer. La existencia me ha cuidado. Yo no se lo había pedido. Tampoco me respondió. Aun así ha habido un cuidado. Los gansos salvajes no pretenden proyectar su reflejo. El agua no se propone reflejar sus imágenes…
Así es como estoy hablando. No sé cuál va a ser la frase siguiente, o si va a haberla. La incertidumbre es hermosa.
Recuerdo otra vez la aldea donde nací. Para empezar, es incomprensible por qué la existencia eligió ese pueblecito. Es como tenía que ser. El pueblo era precioso. He viajado a lo ancho y a lo largo, pero nunca he visto una belleza equiparable. Uno nunca vuelve a lo mismo. Las cosas vienen y van, pero nunca es lo mismo.
Puedo verlo todavía, un pequeño pueblo. Unas cuantas cabañas cerca de un estanque y los altos árboles donde solía jugar. En el pueblo no había escuela. Esto tiene mucha relevancia porque, durante casi nueve años, no recibí educación, y esos son los años más importantes. Después, aunque lo intenten, ya no te pueden educar. En cierto sentido, todavía sigo sin educar, aunque tenga muchos títulos. Cualquier persona carente de educación los podría conseguir. Y no cualquier título, sino un título de maestro de primera categoría; eso también lo puede hacer cualquier tonto. Todos los años lo hacen tantos tontos que no tiene importancia. Lo importante es que durante los primeros años no recibí educación. No había colegio, ni carretera, ni ferrocarril, ni oficina de correos. ¡Qué bendición! Ese pequeño pueblo era todo un mundo. Incluso en mis épocas alejado de aquel pueblo seguía en ese mundo, sin educar.
He leído el famoso libro de Ruskin Unto this Last, y mientras lo leía estaba pensando en el pueblo. Unto this Last…, ese pueblo permanece inalterable. No hay carreteras que lo comuniquen ni ferrocarril que lo cruce, ni siquiera ahora, después de cincuenta años; no hay oficina de correos, ni comisaría, ni médico; de hecho, nadie se pone enfermo en ese pueblo porque es muy puro y no hay contaminación. He conocido a gente del pueblo que nunca ha visto un tren, que se pregunta cómo será, que ni siquiera ha visto un autobús o un coche. No han salido nunca del pueblo. Viven felices y tranquilos.
El lugar donde nací, Kuchwada, era un pueblo donde no había ferrocarril ni oficina de correos. Había unas colinas, mejor dicho, unos montículos, pero también había un lago precioso y algunas cabañas, cabañas de paja. La única casa de ladrillos que había es donde yo nací, y tampoco era una gran casa. No era más que una casita.
Me acuerdo de ella y puedo describir cada detalle…, pero más que de la casa o del pueblo, me acuerdo de la gente. Aunque me he topado con millones de personas, las de ese pueblo eran más inocentes que ninguna, porque eran muy primitivas. No sabían nada del mundo. En el pueblo no había entrado ni un periódico. Ahora podéis entender por qué no había escuela, ni siquiera una escuela primaria… ¡Qué bendición! Los niños modernos no se lo pueden permitir.
Durante esos años no recibí educación, y fueron los más hermosos.
Sí; debo confesar que tuve un profesor particular. Ese primer maestro también era analfabeto. No me instruía, sino que intentaba aprender mientras me enseñaba. Puede ser que conociera el famoso dicho «la mejor manera de aprender es enseñar», pero era un buen hombre, amable, no era el típico profesor antipático. Para ser profesor hay que ser antipático. Es parte de la profesión. Él era agradable; muy delicado, como la mantequilla. Os tengo que confesar que le solía pegar; pero no me lo devolvía, simplemente se reía y decía:
-Eres un niño y me puedes pegar. Yo soy un anciano, y no te lo puedo devolver. Cuando seas mayor lo entenderás.
Eso es lo que me dijo, y es verdad, lo entiendo…
Era un aldeano simpático y tenía una gran intuición. A veces la gente de pueblo tiene una intuición de la que carecen las personas civilizadas. Yeso me recuerda…
Va una mujer bonita a la playa. Viendo que no hay nadie alrededor, se desnuda. Justo antes de entrar en el agua un viejo le para y le dice: -Señora, soy el policía del pueblo. Está prohibido bañarse en esta playa. La mujer le mira sorprendida y pregunta: -Entonces, ¿por qué no me ha impedido que me desnudara? El viejo no puede parar de reírse, y le dice con lágrimas en los ojos: -¡Porque no está prohibido desnudarse, por eso he esperado detrás de un árbol!
Un aldeano increíble…, ése es el tipo de gente que vivía en el pueblo, gente sencilla. El pueblo estaba rodeado de pequeñas colinas y había un estanque. Sólo Basho puede describir ese estanque. Y tampoco lo describe, simplemente dice:

El viejo estanque Salta la rana ¡Plop!

¿Es esto una descripción? Sólo se menciona el estanque y la rana. No hay descripción del estanque o de la rana…, ¡Y plop!

En el pueblo había un viejo estanque, muy antiguo y rodeado de viejos árboles, tal vez tuviesen cientos de años, y hermosas rocas alrededor…, y, naturalmente, saltaban las ranas. Día tras día podías oír el «plop» una y otra vez. El sonido de las ranas al saltar contribuía realmente al silencio reinante. Ese sonido enriquecía el silencio, lo hacía más elocuente.
Esa es la belleza de Basho: podía describir algo sin tener que describirlo. Podía decir algo sin pronunciar ni una sola palabra. «iPlop!» Pero, ¿es eso una palabra? No hay ninguna palabra que pueda hacer justicia al sonido de una rana saltando al viejo estanque, pero Basho le hizo justicia.
Yo no soy Basho, y el pueblo necesitaba un Basho. Probablemente, él hubiera hecho unos bocetos preciosos, unos cuadros y unos haikus… Yo no he hecho nada sobre ese pueblo; os preguntaréis por qué no he vuelto ni siquiera de visita. Me basta con una vez. Nunca voy dos veces a los sitios. Para mí no existe el número dos. He dejado muchos pueblos, muchas ciudades, para no volver nunca más. Lo que se ha ido, se ha ido para siempre, ésa es mi forma de ser; así que nunca he vuelto al pueblo. La gente de allí me ha mandado mensajes para que volviese al menos una vez. Les contesté por medio de un mensajero: Ya estuve allí una vez y no tengo la costumbre de ir dos veces. Pero el silencio del viejo estanque permanece conmigo. De nuevo, me acuerdo de los Himalayas; la nieve…, tan hermosa, tan pura, tan inocente. Sólo se puede ver con los ojos de un Bodidharma, de un Jesús o de un Basho. No hay otra manera de describir la nieve; sólo la reflejan los ojos de los budas. Los idiotas la pueden pisotear, pueden hacer bolas de nieve con ella, pero sólo los ojos de los budas pueden reflejarla. Aunque…

Los gansos salvajes
No pretenden reflejarse.
El agua no tiene mente
Para recibir sus imágenes…
Y, sin embargo, el reflejo está ahí. Los budas no quieren reflejar la belleza del mundo, ni pretende el mundo, de ninguna manera, ser reflejado por los budas, pero es reflejado. Nadie quiere, pero sucede, y cuando sucede es hermoso. Cuando se hace, es ordinario; cuando lo haces, eres un técnico. Cuando sucede eres un maestro.
La comunicación forma parte del mundo del técnico; la comunión es la fragancia del mundo del maestro. Esto es comunión. No estoy hablando de nada en particular… Los gansos salvajes y el agua…
Sesión 2

Acabo de tener una experiencia dorada al sentir cómo un discípulo trabajaba tan amorosamente sobre el cuerpo de su maestro. Por eso estoy todavía sin respiración. Y esto me recuerda mi infancia dorada.
Todo el mundo habla de su infancia dorada pero pocas, muy pocas veces, es cierto. En general es mentira. Aunque hay tanta gente que cuenta la misma mentira que ya nadie la detecta. Incluso los poetas se pasan la vida cantando canciones de su infancia dorada. Por ejemplo, Wordsworth ” aunque no sea un tipo nada despreciable; pero una infancia dorada es algo extremadamente raro, por una sencilla razón: ¿dónde la puedes encontrar?
    En primer lugar, tienes que elegir tu nacimiento. Eso es casi imposible. No puedes elegir tu nacimiento a menos que hayas muerto en estado de meditación; sólo puede acceder a esta elección el meditador. Él muere conscientemente, por eso obtiene el derecho a nacer conscientemente.
Yo morí conscientemente. En realidad no es que me muriera, sino que me mataron. Me tendría que haber muerto tres días más tarde, pero no pudieron esperar ni siquiera tres días. La gente tiene tanta prisa. Os sorprenderá saber que el hombre que me mató es, actualmente, mi sannyasin. No vino para tomar sannyas, sino para matarme de nuevo… pero si persiste en su juego, yo persisto en el mío. Él mismo me lo confesó más tarde, después de ser sannyasin durante siete años.
-Amado maestro -dijo-, ahora te lo puedo confesar sin miedo; fui a Ahmedabad para matarte. -¡Dios mío, otra vez! -exclamé. -¿Que quieres decir con «otra vez»? –me preguntó. Eso es otra cuestión, continúa… -le respondí. -Hace siete años, en Arnhedabad -dijo-, fui a tu encuentro con un revólver. La sala estaba tan abarrotada que los organizadores permitieron que la gente se sentase en el estrado.
Pues a este hombre, armado con un revólver para matarme, se le permitió sentarse a mi lado. ¡Qué oportunidad!
-¿Por qué dejaste pasar la ocasión? -le pregunté.
-No te había oído hablar nunca -respondió-, sólo había oído hablar de ti. Cuando te oí hablar pensé que preferiría suicidarme antes que matarte. Por eso me he hecho sannyasin, ése ha sido mi suicidio.
Hace setecientos años este hombre me mató de verdad; me envenenó. En aquella época también era mi discípulo…, pero sin un Judas es muy difícil que haya un Jesús. Yo morí conscientemente, por eso tuve la gran oportunidad de nacer conscientemente. Elegí a mi padre y a mi madre.
Miles de idiotas están haciendo el amor en todo el mundo, a todas horas. Millones de almas nonatas están listas para entrar en un vientre cualquiera. Esperé setecientos años hasta el momento preciso, y doy gracias a la existencia por haberlo encontrado. Setecientos años no es nada comparado con los millones y millones de años que quedan por delante. Sólo setecientos años -sí, digo sólo- y elegí una pareja muy pobre pero muy entrañable.
Creo que mi padre nunca miró a otra mujer con el mismo amor que sentía por mi madre. Y es imposible imaginar -hasta para mí, que me puedo imaginar toda clase de cosas- que mi madre tuviese otro hombre, ni en sueños… ¡imposible! Los he conocido a los dos, eran tan íntimos, tan amigos, estaban muy satisfechos aunque fuesen muy pobres…, pobres pero ricos. Eran ricos en su pobreza gracias a su intimidad, ricos por el amor que sentían el uno por el otro
Afortunadamente, nunca les he visto pelearse. Digo «afortunadamente» porque es muy difícil encontrar un marido y una esposa que no se estén peleando. Sólo Dios sabe cuándo encuentran tiempo para el amor, y probablemente tampoco lo sepa. Al fin y al cabo, se tiene que ocupar de su propia mujer…, especialmente el Dios hindú. Al menos, el Dios cristiano está en una situación más favorable: no tiene esposas, no tiene mujeres, ¡por no mencionar a la esposa! Porque una mujer es más peligrosa que una esposa. Puedes soportar a una esposa, pero a una mujer… ¡estás haciendo el tonto otra vez! No puedes soportar a una mujer, ella te «atrae»; una esposa te «distrae».
¡Fíjate en mi inglés! Ponlo entre comillas para que no haya malentendidos, aunque, hagas lo que hagas, todos me van a interpretar mal. Pero inténtalo, ponlo entre comillas: la esposa «distrae», la mujer «atrae».
Nunca he visto pelear a mi padre y a mi madre, ni siquiera regañar. La gente habla de milagros; yo he visto un milagro: mi madre no le hacia reproches a mi padre. Es un milagro porque durante siglos la mujer ha estado tan dominada por el hombre que ha aprendido técnicas solapadas: los reproches. Los reproches son violencia disfrazada, violencia enmascarada. Nunca he visto a mi padre y a mi madre en una situación de pelea.
Cuando se murió mi padre estaba preocupado por mi madre. No la creía capaz de sobrevivir. Se habían querido tanto que casi se habían hecho uno. Ella sobrevivió solamente porque también me quería a mí.
Me he preocupado por ella constantemente. Quería que estuviese cerca de mí para que pudiera morir completamente realizada. Ahora lo sé. La he visto, he visto dentro de ella, y os puedo decir -y a través de vosotros lo sabrá, algún día, el resto del mundo- que se ha iluminado. Yo era su último apego. Ahora no le queda nada a lo que apegarse. Es una mujer iluminada, analfabeta, sencilla, sin ni siquiera saber qué es la iluminación. ¡Ésa es la belleza! Se puede ser un iluminado sin saber qué es la iluminación, y viceversa: puedes saber todo sobre la iluminación y no iluminarte.
    Elegí a esta pareja, sólo eran unos pueblerinos. Podría haber elegido que fuesen reyes y reinas. Estaba en mis manos. Hay todo tipo de vientres disponibles, pero yo soy un hombre de gustos sencillos: siempre me conformo con lo mejor. Era una pareja pobre, muy pobre. No seríais capaces de entender que mi padre sólo tenía setecientas rupias; eso son treinta dólares. Es todo lo que poseía y, sin embargo, le escogí para ser mi padre. Tenía una riqueza que los ojos no pueden ver, una realeza que es invisible.
Muchos de vosotros le habéis visto y habéis sentido su belleza. Era un hombre sencillo, muy sencillo, incluso podríais decir que era pueblerino, pero era incalculablemente rico, no en el sentido mundano sino en el sentido espiritual, si existe…
Treinta dólares, ése era todo su capital. Yo no lo sabía. Sólo me enteré más tarde, cuando su negocio estaba en bancarrota… iY era muy feliz!
-Dada -le pregunté; le solía llamar así, dada quiere decir padre-, Dada, pronto estarás en bancarrota, y a pesar de todo eres feliz. ¿Qué ocurre? ¿Son falsos los rumores?
-No; los rumores son totalmente ciertos -respondió-. La quiebra es inevitable, pero me siento feliz porque he ahorrado setecientas rupias. Con eso empecé. Y te voy a enseñar el Sitio… Entonces me enseñó dónde había escondido las setecientas rupias y me dijo: No te preocupes. Sólo empecé con setecientas rupias. El resto no nos pertenece, que se vaya al infierno. Lo que nos pertenece está escondido en este lugar, y te lo he enseñado. TÚ eres mi hijo mayor, recuerda este lugar.
Sé dónde está…, no se lo he contado a nadie ni lo vaya hacer, porque aunque fue generoso al contarme su secreto, yo no soy su hijo ni él es mi padre. Él es él mismo, y yo soy yo mismo. «Padre e hijo» son sólo formalidades. Esas setecientas rupias siguen enterradas en algún lugar, y seguirán ahí a no ser que alguien las encuentre por casualidad.
Aunque me has enseñado el sitio -le dije-, yo no lo he visto.
-¿Qué quieres decir? -me preguntó.
-Muy sencillo -respondí-. No lo veo y no lo quiero ver. No pertenezco a ningún patrimonio, pequeño o grande, rico o pobre.
Él, por su parte, era un padre cariñoso, aunque por mi parte yo no pueda decir lo mismo; lo siento.
Era un padre cariñoso. Fue el único que se preocupó cuando dejé mi empleo en la universidad, nadie más. Ninguno de mis amigos estaba preocupado. ¿A quién le importaba? En realidad, muchos de mis amigos se alegraron de que dejara la plaza vacante; así la podrían tener ellos. Se abalanzaron. Sólo se preocupó mi padre.
-No tienes por qué preocuparte -le tranquilicé.
Pero no fue de gran ayuda el decírselo. Sin contarme nada, compró un gran terreno, porque sabía que si me lo contaba le habría dado un coscorrón. Construyó una casita preciosa para mí, exactamente como a mí me habría gustado que fuera. Os vais a sorprender: tenía hasta aire acondicionado, todos los adelantos modernos.
Estaba cerca del pueblo, tenía un jardín que daba a la orilla del río y había unas escaleras que conducían hasta allí para que me pudiera bañar…, tenía viejos árboles, antiguos, y alrededor reinaba un silencio absoluto, no había nadie más en kilómetros a la redonda. Pero nunca me lo dijo.
Menos mal que mi pobre padre está muerto; si no, le habría dado muchos disgustos. Pero me quería mucho y tenía mucha compasión por su hijo vagabundo.
Soy un vagabundo. Nunca he hecho nada por mi familia. No me deben absolutamente nada. Ellos han hecho por mí todo lo que hiciese falta. Tenía buenas razones para elegir a esa pareja…, su amor, su intimidad, su casi unidad. Así es como, después de setecientos años, he vuelto a entrar en un cuerpo.
Mi infancia fue de oro. Insisto que no estoy usando un cliché. Todo el mundo dice que su infancia fue dorada, pero no es así. La gente cree que su infancia ha sido dorada porque su juventud está podrida; y más aun su vejez. Naturalmente, la infancia se vuelve de oro. Mi infancia no ha sido dorada en ese sentido. Mi juventud ha sido un diamante, y si llego a ser un anciano seré de platino. Desde luego, mi infancia fue dorada, no sólo simbólicamente, sino absolutamente dotada; no poéticamente, sino literalmente, objetivamente.
Durante la mayor parte de mis primeros años viví con los padres de mi madre. Esos años son inolvidables. Aunque alcance el paraíso de Dante, seguiré recordando esos años. Un pueblecito, gente humilde, pero mi abuelo -me refiero al padre de mi madre- era un hombre generoso. Era pobre, pero rico en su generosidad. Repartía lo que tuviese entre todos y cada uno. De él aprendí el arte de dar; tengo que reconocerlo. Nunca le vi negar algo a ningún mendigo ni a nadie.
Yo llamaba al padre de mi madre «Nana»; así es como se llama en India al padre de la madre. A la madre de mi madre le dicen «Nani». Le solía preguntar a mi abuelo:
-Nana, ¿dónde has encontrado una mujer tan hermosa?
Mi abuela parecía más griega que hindú. Cuando veo reír a Mukta, me acuerdo de ella.
Tal vez por eso tengo debilidad por Mukta. No le puedo decir que no. Aunque no esté bien lo que me pide, siempre le digo «de acuerdo». En cuanto la veo me acuerdo automáticamente de mi Nani. Probablemente tuviese algo de sangre griega. Ninguna raza se puede declarar pura. Los indios, particularmente, no deberían atribuirse pureza de sangre; los hunos, los mongoles, los griegos y muchos otros han atacado, conquistado y reinado sobre India. Se han mezclado con la sangre india, y esto era muy evidente en mi abuela. Sus facciones no eran indias, parecía griega, y era una mujer fuerte, muy fuerte. Cuando mi Nana murió no tendría más de cincuenta años. Mi abuela vivió hasta los ochenta y estaba llena de salud. Incluso entonces, nadie pensó que se iba a morir. Le prometí una cosa, que yo volvería cuando se muriese, y que ésta sería mi última visita a la familia. Ella murió en 1970. Tenía que cumplir mi promesa.
Durante los primeros años mi abuela fue para mí mi madre; esos son los años de crecimiento. Este círculo es para mi abuela. Mi madre vino después; yo ya había crecido, ya estaba hecho de una cierta manera. Y mi abuela me ayudó inmensamente. Mi abuelo me amaba, aunque eso no fuera de gran ayuda. Era muy cariñoso, pero para ayudar hace falta algo más: un cierto tipo de fuerza. Él siempre tenía miedo de mi abuela. De alguna forma, era un calzonazos. A la hora de decir la verdad, yo siempre soy sincero. Me quería, me ayudaba… ¿pero qué le voy a hacer si era un calzonazos? El noventa y nueve coma nueve por ciento de los maridos los son, así que no pasa nada.
Recuerdo un incidente que no he contado nunca. Era una noche oscura; llovía, y un ladrón entró en nuestra casa. Naturalmente, mi abuelo estaba asustado. Todo el mundo se dio cuenta que estaba asustado, aunque lo intentó disimular lo mejor que pudo. El ladrón estaba escondido detrás de unos sacos de azúcar, en una de las esquinas de nuestra pequeña casita,
Mi abuelo era un mascador incansable de pan. El pan es una hoja de betel. Él era un mascador de pan empedernido, como los fumadores empedernidos. Siempre estaba preparando pan, y se pasaba todo el día mascando. Empezó a mascar pan y a escupírselo al pobre ladrón que estaba escondido en la esquina. Yo observaba esta desagradable escena y le dije a mi abuela, con quien solía dormir: -Esto no está bien. Aunque se trate de un ladrón, deberíamos comportamos con educación. ¿Escupir? ¡Que pelee o que deje de escupir! Mi abuela preguntó:
-¿Tú que harías?
-Le daría una bofetada -dije- y le echaría de la casa.
Yo tenía nueve años como mucho. Mi abuela se rió y dijo:
-De acuerdo, iré contigo. Tal vez necesites ayuda.
Ella era una mujer alta. Mi madre no se le parece en nada, ni en belleza física, ni en su osadía espiritual. Mi madre es sencilla; mi abuela era una aventurera. Vino conmigo.
¡Estaba espantado! No podía creer lo que estaba viendo: el ladrón era el hombre que solía venir a darme clases, ¡era mi profesor! Le golpeé con fuerza, más aún porque se trataba de mi profesor.
-Si sólo fueras un ladrón te perdonaría -le dije-, pero me has estado enseñando cosas importantes, iY por la noche haces estas cosas! Ahora, sal corriendo tan rápido como puedas antes de que te coja mi abuela, si no, te va a moler.
Era una mujer grande, alta, fuerte y hermosa. Mi abuelo era pequeño y no muy agraciado, pero se llevaban bien. Nunca discutía con ella, no podía, así que no había ningún problema.
Recuerdo a aquel profesor, el erudito del pueblo, que solía venir a darme clases algunas veces. También era sacerdote del templo del pueblo.
-¿Qué va a pasar ahora con mi ropa? -me dijo-. Tu abuelo me ha cubierto de escupitajos. Me ha estropeado la ropa.
Mi abuela se rió y le contestó: -Vuelve mañana, te daré ropa nueva.
Y, en efecto, le dio ropa nueva. No vino, no se atrevió, pero ella se acercó a la casa del ladrón, me llevó con ella y le dio la ropa nueva, diciéndole:
-Sí; mi marido ha sido muy malo al estropearte la ropa. Eso no está bien. Puedes volver cada vez que necesites ropa.
Ese profesor nunca volvió a darme clases… no porque le dijeran que no, sino porque no se atrevía. No sólo dejó de venir a darme clases, sino que dejó de venir a la calle donde vivíamos; dejó de pasar por ahí. Pero yo no me olvidaba de visitarle todos los días y escupir delante de su casa para recordárselo. Le solía gritar:
-¿Te has olvidado de esa noche? Tú que solías decirme que fuese leal, sincero, honesto y toda esa mierda.
Todavía le puedo ver con los ojos gachos, incapaz de contestarme. Mi abuelo quería que me hiciesen la carta astral los mejores astrólogos de India. Estaba dispuesto a pagar lo que fuese por la carta astral aunque no era muy rico -ni siquiera era rico y mucho menos muy rico-, pero era la persona más rica del pueblo. Hizo un largo viaje hasta Benarés y vio a los astrólogos más famosos. Fijándose en las notas y fechas que mi abuelo había traído, el astrólogo más importante dijo:
-Lo siento, pero no puedo hacer esta carta natal hasta que pasen siete años. Si el niño sobrevive le haré la carta gratis, pero dudo que sobreviva. Si lo hace será un milagro, pues entonces tendrá la posibilidad de ser un buda.
Mi abuelo volvió llorando. Nunca le había visto con lágrimas en los ojos. Le pregunté:
-¿Qué ha ocurrido?
-Tengo que esperar hasta que cumplas siete años -dijo-. Quién sabe si vaya vivir hasta entonces. Quién sabe si el mismo astrólogo estará vivo, ya es muy mayor. Y estoy un poco preocupado por ti.
-¿Qué te preocupa? -le pregunté. -No me preocupa que te vayas a morir -contestó-, lo que me preocupa es que te conviertas en un buda.
Me reí y en medio de las lágrimas se empezó a reír él también. Entonces dijo:
-Qué extraño que estuviera preocupado.
Sí, ¿pues que tiene de malo ser un buda?
Cuando mi padre oyó lo que le habían dicho los astrólogos a mi abuelo me llevó hasta Benarés; pero hablaré de esto más tarde.
Cuando cumplí siete años vino a buscarme un astrólogo al pueblo de mi abuelo. Se detuvo un hermoso caballo delante de nuestra casa y salimos todos rápidamente. El caballo era majestuoso y el jinete era nada menos que uno de los famosos astrólogos que había conocido.
-¿Así que todavía estás vivo? -me preguntó-. He hecho tu carta astral; estaba preocupado, porque la gente como tú no suele vivir mucho tiempo.
Mi abuelo vendió todos los adornos de la casa y dio una fiesta para los pueblos vecinos celebrando que yo iba a ser un buda, y, sin embargo, ni siquiera creo que entendiese el significado de la palabra «buda».
Él era jainista y probablemente no había oído nunca esa palabra. Pero estaba feliz, inmensamente feliz…, estaba bailando porque yo iba a ser un «buda». Cuando todos se habían ido le pregunté:
-¿Qué quiere decir «buda»?
-No lo sé -dijo-, pero suena bien. Además, yo soy jainista. Ya nos enteraremos por algún budista.
En ese pueblecito no había budistas, pero dijo:
-Algún día, cuando pase un bikkhu budista por aquí, sabremos el significado.
Estaba contentísimo porque el astrólogo le había dicho que yo me iba a convertir en un buda. Entonces dijo:
-Supongo que «buda» quiere decir alguien que es muy inteligente -en hindi buddhi significa inteligencia, por eso pensó que «buda»significaba aquel que es inteligente.
Se aproximó mucho, casi acierta. Menos mal que no está vivo, si no, habría visto lo que significa ser un buda; no me refiero al significado del diccionario, sino a encontrarse con un ser despierto vivo. Y le puedo ver bailando, al ver que su nieto se ha convertido en un buda. ¡Eso habría sido suficiente para que se iluminara él! Pero se murió. Su muerte fue una de las experiencias más significativas para mí. Sobre esto hablaré más adelante.
¿Queda tiempo todavía?
-Son las ocho y media, Osho.
Bien, me quedan cinco minutos para mí… Es el momento de detenerse, pero ha sido muy hermoso y estoy agradecido. Gracias.

La matrix, las dos caras (2)

    El «Verdadero» Gran Otro

    Entonces, ¿qué es Matrix? Simplemente el «gran otro» lacaniano, el orden simbólico virtual, la red que estructura nuestra realidad. Esta dimensión del «gran Otro» es la de la alienación constitutiva del sujeto dentro del orden simbólico: el «gran Otro» tira de los hilos, mientras que el sujeto es una expresión del orden simbólico. En pocas palabras, este «gran Otro» es el nombre para designar la Sustancia social, para todo aquello por lo que el sujeto nunca está plenamente en control de las consecuencias de sus actos, es decir, por lo que, en última instancia, el resultado de su actividad siempre es algo diferente de lo que había perseguido o anticipado. Sin embargo, llegados a este punto, es esencial recordar las dificultades con que se topa Lacan en los capítulos clave de su seminario XI para delinear el proceso que sigue a la alienación y que constituye, de alguna manera, su contrapunto: la «separación». La alienación DENTRO del gran Otro va seguida de la separación DEL gran Otro. La separación tiene lugar cuando el sujeto se da cuenta de que el gran otro es en sí mismo carente de sustancia, puramente virtual, excluido, privado de la Cosa – y la fantasía intenta llenar estas carencias del Otro y no las del sujeto. Es decir, intenta (re)constituir la sustancia del gran Otro. Por ello, la fantasía y la paranoia están indisolublemente unidos, la paranoia es, a un nivel elemental, la creencia en un «Otro del Otro», un Otro más que, escondido tras el Otro del tejido social explícito, programa los efectos (que a nosotros nos parecen) imprevisibles de la vida social y, de este modo, garantiza su consistencia. Bajo el caos del mercado, la degradación de la moral, etc… yace la estrategia med itada de la trama judía… Esta visión paranoica se ha visto impulsada por la digitalización de nuestra vida cotidiana en la actualidad: a medida que nuestra existencia social al completo se exterioriza y materializa en el gran Otro que es la red informática, es fácil imaginar a un malvado programador borrando nuestra identidad digital, privándonos así de nuestra existencia social, convirtiéndonos en antipersonas.

    Siguiendo en la misma onda paranoica, la tesis que se expresa en The Matrix es que ese gran Otro se exterioriza en un ente que existe en la realidad: el megaordenador. Hay -TIENE que haber- una Matrix porque «las cosas no van bien, se pierden oportunidades, continuamente hay algo que falla», es decir, la idea detrás de la película es que existe un ente llamado Matrix que confunde la «verdadera» realidad que se esconde detrás de todo. Como consecuencia, el problema de la película es que no lleva su «locura» lo suficientemente lejos, al presuponer que existe una »realidad» auténtica más allá de nuestra realidad cotidiana que depende de Matrix. En todo caso, y para evitar un terrible malentendido, hemos de precisar que la idea contraria, es decir, que «todo lo que existe está generado por Matrix», que NO hay una realidad &ua cute;ltima, sino sólo una serie infinita de realidades virtuales que se reflejan unas en otras, no es menos ideológica. [En las secuelas de The Matrix probablemente descubriremos que el propio «desierto de lo real» está generado por (otra) Matrix.] Mucho más subversiva que esta multiplicación de universos virtuales hubiera sido la multiplicación de las realidades mismas – algo que reprodujese el paradójico peligro que algunos físicos advierten que entrañan los experimentos sobre alta aceleración que se han llevado a cabo recientemente. Es bien sabido que los científicos están tratando de construir un acelerador capaz de conseguir que los núcleos de átomos muy pesados colisionen casi a la velocidad de la luz. La idea es que esta colisión no sólo divida violentamente el núcleo en los protones y neutrones que lo constituyen, sino que tambi&eacut e;n los pulverice dejando tras de sí un «plasma», una especie de sopa energética constituida por partículas quark y gluon sueltas. Estas partículas, ladrillos a partir de los cuales se construye la realidad, nunca se habían estudiado en ese estado, ya que sólo se ha dado una vez, muy brevemente, después del Big Bang. En todo caso, esta posibilidad ha dado pie a un escenario de pesadilla: ¿qué pasaría si el éxito de este experimento produjese una máquina diabólica, una especie de monstruo que devore el mundo con la necesidad inexorable de aniquilar la materia ordinaria que la rodea acabando así con el mundo tal y como lo conocemos? La ironía sería que este fin del mundo, esta desintegración del universo serían la prueba final e irrefutable de que la teoría que se está poniendo a prueba es cierta, ya que absorbería toda la materia a un agujero negro y generaría un nuevo universo, es decir recrearía perfectamente el escenario del Big Bang.

    La paradoja es, por lo tanto, que las dos versiones: (1) un sujeto que flota libremente de una realidad virtual a otra como un fantasma, consciente de que todas son falsas y (2) la suposición paranoica de que hay una realidad más allá de Matrix son falsas. Ninguna de las dos versiones capta lo Real. La película no se equivoca al insistir en que hay una realidad tras la simulación de Realidad Virtual; Como le dice Morfeo a Neo cuando le enseña las ruinas del paisaje de Chicago: «Bienvenido al desierto de lo real». Sin embargo, lo real no es la «verdadera realidad» tras la simulación virtual, sino el vacío que hace que la realidad sea incompleta/incoherente, y la función de cada Matrix simbólica es disimular esta incoherencia. Una de las maneras de ocultarla es, precisamente, declarar que detrás de la realidad incompleta e incoherente que conocemos hay otra realidad que no está estructurada alrededor del callejón sin salida de la imposibilidad.

    «El gran Otro no existe»

    El «gran Otro» también representa el campo del sentido común al que se llega después de la libre reflexión. Filosóficamente, su última gran versión es la comunidad comunicativa de Habermas con su ideal de consenso regulador. Y es este «gran Otro» el que se desintegra progresivamente hoy en día. Lo que tenemos hoy es una especie de escisión radical. Por un lado el lenguaje objetivo de los expertos y científicos que ya no se puede traducir al idioma común, accesible para todos, pero que está presente como fórmulas fetiche que nadie comprende realmente, pero que dan forma a nuestra imaginería popular y artística (agujero negro, big bang, superstrings, Oscilación cuántica…). No sólo en las ciencias naturales, sino también en la economía y otras ciencias sociales, la jerga del experto se pres enta como un conocimiento objetivo con el que no se puede realmente discrepar, y que no se puede traducir en términos de nuestra experiencia normal. En pocas palabras, la distancia entre el conocimiento científico y el sentido común no se puede salvar, y es esta misma distancia la que eleva a los científicos a la categoría de figuras de culto, de «gente que se supone que sabe» (el fenómeno Stephen Hawking). La otra cara de la moneda son la multitud de estilos de vida existentes que no se pueden traducir en términos unos de otros: lo único que podemos hacer es asegurarnos las condiciones para que coexistan en un ambiente de tolerancia dentro de una sociedad pluricultural. El icono representativo del sujeto actual sería quizás un programador de ordenadores indio que, durante el día sobresale en su trabajo y por la noche, al llegar a casa, enciende una vela en honor a la divinidad hindú local y respeta la tradición que considera la vaca un animal sagrado. Esta división está perfectamente reflejada en el fenómeno del ciberespacio. El ciberespacio debía unirnos a todos en una Aldea Global, sin embargo lo que ha ocurrido al final es que nos bombardean una multitud de mensajes procedentes de universos incoherentes e incompatibles. En lugar de la Aldea Global, del gran Otro, lo que tenemos es una multitud de «pequeños otros», de señas de identidad tribales particulares entre las que escoger. Con el fin de evitar otro malentendido hay que aclarar que aquí Lacan no está, ni mucho menos, relativizando la ciencia, convirtiéndola en una narrativa arbitraria más que se encuentra, en último término, a la altura de los mitos de lo Políticamente Correcto, etc..: la ciencia SÍ «toca lo Real», su conocimiento ES «conocimiento de lo Real». La dificu ltad insalvable es que la ciencia no puede desempeñar el papel de «gran Otro» SIMBÓLICO. La distancia que separa la ciencia moderna de la ontología filosófica aristotélica regida por el sentido común es insalvable: ya surge con Galileo y llega a su culminación con la física cuántica, en la que nos enfrentamos a las reglas/leyes que funcionan, aunque nunca podrán traducirse en términos de nuestra experiencia de la realidad representable.

    La teoría de la sociedad del riesgo y su reflexivización global acierta al subrayar el hecho de que nos encontramos en las antípodas de la ideología universalista de la Ilustración, que presuponía que, a la larga, las preguntas fundamentales se pueden resolver apelando al «conocimiento objetivo» de los expertos: cuando nos encontramos ante las opiniones diversas sobre las consecuencias de un nuevo producto en el ambiente (pongamos por caso las verduras genéticamente modificadas) buscamos en vano la opinión definitiva del experto. La cuestión no es sólo que los auténticos problemas se confunden como consecuencia de la corrupción de la ciencia derivada de su dependencia financiera de las grandes compañías y de los organismos estatales. Incluso aisladas de toda influencia externa, las ciencias no nos pueden dar la respuesta. Los ecologistas predijero n hace quince años que nuestros bosques morirían, ahora nos enfrentamos a un exceso en el crecimiento de la madera… Donde esta teoría de la sociedad de riesgo se queda corta es al exponer la situación irracional en que todo esto nos deja a los sujetos normales: una y otra vez nos vemos obligados a tomar una decisión, aunque sabemos que no estamos ni mucho capacitados para decidir, que nuestra decisión será arbitraria. Aquí, Ulrich Beck y sus seguidores hacen referencia al debate democrático de todas las opciones y al consenso: sin embargo, esto no resuelve el dilema paralizante: ¿por qué un debate democrático con la participación de la mayoría ha de tener mejores resultados cuando cognitivamente la mayoría sigue en la ignorancia? La frustración política de la mayoría es, pues, comprensible: se les pide que decidan mientras, al mismo tiempo, reciben el mensaj e de que no están en posición de para decidir realmente, es decir, para medir los pros y los contras objetivamente. Apelar a las «teorías de conspiración» es buscar una salida desesperada del callejón, un intento de volver a conseguir un mínimo de lo que Fred Jameson llama «mapeado cognitivo».

    Jodi Dean llamó nuestra atención sobre un fenómeno curioso, claramente observable en el «diálogo de sordos» entre la ciencia oficial («seria», institucionalizada académicamente) y el vasto mundo de las llamadas pseudo ciencias, desde la ciencia de los ovnis, hasta los que quieren desvelar los secretos de las pirámides: uno no puede sino sorprender ante la manera en que los científicos oficiales actúan de una manera dogmática y desdeñosa mientras que los pseudocientíficos apelan a hechos y argumentación sin los prejuicios comunes. La respuesta en este caso está en que los científicos establecidos hablan con la autoridad que les otorga el gran Otro, representado en las instituciones científicas. El problema está en que , precisamente ese gran Otro se nos revela una y otra vez como una ficción simbólica consens ual. Así, cuando estamos ante teorías de conspiración, deberíamos seguir paso por paso la correcta interpretación de la novel de Henry James, Otra vuelta de tuerca: no debemos aceptar ni la existencia de fantasmas como parte de la (narrativa) realidad ni reducirlos, de manera pseudofreudiana, a ser una «proyección» de las frustraciones sexuales de una heroína histérica. Las teorías de conspiración no deben, por supuesto, aceptarse como «hechos». Sin embargo no debemos tampoco reducirlas a un fenómeno de histeria de masas. Esta idea sigue basándose en el concepto de un «gran Otro», en el modelo de una percepción «normal» de una realidad social compartida. No tiene en cuenta que es precisamente esta idea de realidad la que está en tela de juicio en nuestro tiempo. El problema no está en que las investigaciones en torno a los ovn is y las teorías de conspiración constituyan una regresión, al adoptar sus defensores una actitud paranoica en la que no pueden aceptar la realidad (social); el problema es que esta misma realidad se está tornando paranoica. La experiencia contemporánea nos enfrenta una y otra vez a situaciones en las que nos vemos forzados a tomar conciencia de hasta qué punto nuestra percepción de la realidad y la actitud normal hacia esta realidad está determinada por ficciones simbólicas, es decir, hasta qué punto el «gran Otro» (que determina qué ha de considerarse como normal y como una verdad aceptada y cuál es el horizonte del significado en una sociedad concreta) no está ni mucho menos fundamentado en «hechos», tal y como estos están representados en el «conocimiento científico dentro de lo real».

    Tomemos como ejemplo una sociedad tradicional en la que la ciencia moderna aún no se ha convertido en el discurso dominante: si, en este espacio simbólico, un individuo defiende los principios de la ciencia moderna, se le despreciará como a un «loco». El quid de la cuestión es que no basta simplemente con afirmar que no está «realmente loco», que es la sociedad limitada e ignorante la que lo coloca en esta posición. En cierto modo, ser tratado como un loco, ser excluido del gran Otro social, ES estar loco. La «locura» no es una categoría que pueda fundamentarse basándose directamente en «hechos» (en cuanto que un loco no puede percibir las cosas de la manera en que son, ya que está atrapado dentro de proyecciones alucinógenas), sino en la relación que este individuo mantiene con el «gran Otro». Lacan generalmente subraya el lado contrario de esta paradoja: «el loco no es sólo un mendigo que cree ser un rey, también es un rey que cree ser un rey», es decir, la locura representa la eliminación de la distancia entre lo simbólico y lo real, una identificación inmediata con el mandato simbólico. Tomemos otro ejemplo que plantea Lacan, cuando un marido sufre celos patológicos y está obsesionado con la idea de que su mujer se acuesta con otros hombres, su obsesión no deja de ser una manifestación patológica incluso si se demuestra que tenía razón y su mujer, en efecto, se acuesta con otros. Lo que hay que aprender de tales paradojas es evidente: los celos patológicos no dependen de la veracidad de los hechos, sino de la manera en que el individuo integra estos hechos dentro de su economía libidinal. Sin embargo, lo que deberíamos afirmar es que esta misma paradoja también puede interpretarse en la otra dirección: la sociedad (su campo sociosimbóli co, el gran Otro) está «cuerda» o «normal» incluso cuando hay pruebas de que se equivoca. (Quizás por ello Lacan se llamaba a sí mismo «psicótico»: era psicótico en cuanto que no era posible integrar su discurso en el campo del gran Otro.)

    Es tentador declarar, a lo Kant, que el error de la teoría de la conspiración es en cierto modo análogo al «paralogismo de la razón pura», a la confusión entre dos niveles: la sospecha (del sentido común científico, social, etc. recibido) como una postura metodológica formal y la positivación de esta sospecha en otra parateoría global que lo explique todo.

The Matrix, o las dos caras de la perversión Slavoj Zizek

The Matrix, o las dos caras de la perversión  Slavoj Zizek
Traducción: Carolina Díaz

Cuando vi The Matrix en un cine de barrio de Eslovenia, tuve la oportunidad única de sentarme al lado del espectador ideal para la película, es decir, de un idiota: un hombre que rozaba la treintena, sentado a mi derecha y, tan absorto en la película, que constantemente molestaba a los otros espectadores con exclamaciones como: «¡Dios, la realidad no existe!»… Sin duda prefiero esta ingenua inmersión en la película a las interpretaciones intelectualoides y pseudosofisticadas que proyectan sobre la ella refinados matices filosóficos o psicoanalíticos.

Sin embargo, no resulta difícil comprender la atracción que a nivel intelectual ejerce The Matrix: ¿No es una de esas películas que actúan como una especie de test de Rorschach, poniendo en marcha un proceso universal de identificación, como el proverbial retrato de Dios, que parece siempre estar mirándote directamente, lo mires desde dónde lo mires – una de esas películas en las que se sienten reflejadas casi todas las miradas? Mis amigos lacanianos me aseguran que los autores del guión deben haber leído a Lacan; los defensores de la Escuela de Frankfurt ven en la película una encarnación extrapolada de la Kulturindustrie, con el dominio directo de la Sustancia social (del Capital) alienada-reificada que coloniza nuestra vida interior y nos utiliza como fuente de energía; los defensores de la New Age ven en la película una fuente para especular sobre nuestro mundo como un espejismo generado por una Mente global encarnada en la World Wide Web. Esta serie de referencias nos remite a La República de Platón: ¿no calca The Matrix la imagen platónica de la cueva (seres humanos comunes como prisioneros férreamente atados a sus asientos y obligados a ser espectadores de una oscura representación de lo que (engañados) consideran que es la realidad? Una diferencia esencial entre la película y el texto platónico es, por supuesto, que cuando alguna persona se escapa de la cueva, y asciende a la superficie de la tierra, lo que encuentra ya no es la brillante superficie iluminada por los rayos de sol de antaño, el Bien supremo, sino el desolado «desierto de lo real». La principal dicotomía en este caso viene dada por las posturas de la Escuela de Frankfurt y de Lacan: ¿debemos historizar Matrix incorporándol a a la metáfora del Capital que colonizó la cultura y la subjetividad, o estamos hablando de la reificación del orden simbólico en sí mismo? Sin embargo, ¿qué ocurre si la alternativa misma que planteamos es falsa? ¿Qué pasa si el carácter virtual del orden simbólico «en sí mismo» es la condición misma de la historicidad?

Llegando al fin del mundo

Por supuesto, la idea de un héroe habitando un universo artificial completamente manipulado y controlado no es, ni mucho menos, original: The Matrix se limita a radicalizar el tema introduciendo la realidad virtual. En este aspecto, la clave está en la ambigua relación de la realidad virtual con el problema de la iconoclastia. Por un lado, la realidad virtual constituye la reducción radical de nuestra experiencia sensorial en toda su riqueza, ni siquiera a palabras, sino a la mínima serie digital del 0 y el 1 que permite o bloquea la transmisión de la señal eléctrica. Por otra parte, este mismo artefacto digital genera una experiencia «simulada» de realidad que llega a confundirse completamente con la «auténtica» realidad. Esto pone en tela de juicio el concepto mismo de «auténtica» realidad. Como consecuencia, la realidad virtual es, al mismo tiempo, la reafirmación más radical del poder de seducción de las imágenes.

¿La más paranoica de las fantasías americanas no es que una persona que vive en una pequeña e idílica localidad californiana, paraíso del consumismo, de repente empiece a sospechar que el mundo en que vive es un montaje, un espectáculo organizado para hacerle creer que vive en un mundo real, mientras, en realidad, todos los que le rodean no son sino actores y extras de un gigantesco espectáculo? El último ejemplo de esta fantasía es la película de Peter Weir El show de Truman (1998), con Jim Carrey en el papel del oficinista de provincias que gradualmente descubre que es el héroe de una serie de televisión que se transmite las 24 horas. Su ciudad está construida en un enorme estudio de televisión con cámaras que le siguen constantemente. La «esfera» de Sloterdijk aparece aquí literalmente bajo el aspecto de la gigantesc a esfera metálica que envuelve y aísla la ciudad entera. La escena final de El Show de Truman podría interpretarse como una representación de la experiencia liberadora de rasgar el tejido ideológico de un universo cerrado y la apertura al exterior, antes invisible desde el interior ideológico. Sin embargo, ¿no es posible que el desenlace «feliz» de la película (no olvidemos que millones de espectadores de todo el mundo aplauden los momentos finales del show), con la liberación del héroe y, según se lleva al espectador a pensar, su reencuentro con su verdadero amor (¡repitiendo la fórmula de la producción de la pareja!) ideología en su más puro estado? ¿No es posible que la ideología se encuentre en la creencia misma de que más allá de los límites del universo finito existe una «auténtica realidad» en la que hay que adentrarse?

Entre los predecesores de esta idea cabe mencionar a Phillip Dick, con su Time Out of Joint (1959), en la que el héroe vive una modesta vida en una idílica ciudad californiana a finales de los 50 para ir descubriendo que la ciudad es un montaje llevado a cabo para mantenerlo satisfecho…. La experiencia que subyace a Time Out of Joint y El show de Truman es que el paraíso californiano consumista del capitalismo tardío en su propia hiperrealidad (en cierto modo tan irreal) está carente de sustancia, desprovisto de inercia material. Es decir, no se trata sólo de que Hollywood recree la apariencia de una vida real, carente del peso y la inercia de lo material: en la sociedad del capitalismo tardío, una «vida social real» adquiere en sí misma características de una farsa, con nuestros vecinos comportándose en la vida «real» como actores y figuri nistas. La verdad final del universo capitalista utilitario y desespiritualizado es la desmaterialización de la propia «vida real», su transformación en un espectáculo espectral.

Dentro del campo de la ciencia ficción, es preciso mencionar también el Starship de Brian Aldiss, en el que dentro de una nave espacial gigante miembros de una tribu viven en un mundo cerrado en un túnel. Este túnel está aislado del resto de la nave por abundante vegetación y la tribu permanece ignorante de la existencia de un universo más allá de los límites del túnel; finalmente, unos niños cruzan los arbustos y llegan al mundo exterior, poblado por otras tribus. Entre otros precursores, quizás con un enfoque más ingenuo cabe mencionar la película de George Seaton, 36 Horas, rodada a principios de los sesenta y que narra la historia de un oficial del ejército americano (interpretado por James Garner). El oficial, que conoce los planes del Día D para invasión de Normandía, es apresado accidentalmente por los alemanes unos días antes de que se lleve a cabo la operación. Los alemanes, aprovechando que Garner está inconsciente desde su apresamiento a causa de una explosión, construyen rápidamente una réplica de un pequeño hospital americano, y tratan de convencerlo de que ahora vive en 1950, que América ganó la guerra y que ha perdido la memoria durante los últimos seis años. Todo ello con la intención de que él les revele los planes de invasión con el fin de prepararse. Por supuesto pronto aparecen grietas en el mundo tan cuidadosamente construido…. (¿Lenin mismo no pasó los dos últimos años de su vida en un entorno controlado bastante parecido para el que, como ahora sabemos, Stalin mandaba imprimir una edición especial de Pravda censurando todas las noticias referentes a las luchas políticas y con la justificación de que el camarada Lenin deb&i acute;a descansar y no se debía perturbar su paz con provocaciones innecesarias?)

La idea latente en estas cuestiones, es, por supuesto, la noción premoderna de «haber alcanzado el fin del universo»: en aquellos conocidos grabados, los sorprendidos viajeros se acercan a la pantalla / telón del cielo -una superficie plana con estrellas pintadas encima- la agujerean y van más allá: exactamente lo mismo que ocurría al final de El show de Truman. No es sorprendente que la última escena de la película, cuando Truman asciende por las escaleras pegadas a la pared en la que está pintado el horizonte sobre «cielo azul» y abre la puerta tenga un toque definitivamente Magritte: ¿no estará volviendo esta sensibilidad con nuevas ínfulas? ¿No indican obras como el Parsifal de Syberberg, en la que el horizonte infinito también está bloqueado por las proyecciones (claramente falsas) del fondo, que la era de la perspec tiva infinita cartesiana está llegando a su fin y que hemos de volver a una especie de preperspectiva medieval renovada del universo? Con gran perspicacia Fred Jameson también señala fenómenos parecidos en algunas de las novelas de Raymond Chandler y en películas de Hitchcock. Por ejemplo, la costa del Pacífico en Farewell, My Lovely funciona como una especie de «final/límite del mundo» más allá del cual yace un abismo desconocido; una función similar tiene el vasto valle que se extiende ante nosotros frente a los bustos del Monte Rushmore en la escena en que Eva-Marie Saint y Cary Grant, huyendo de sus perseguidores, alcanzan la cima del monumento: el valle al que Eva-Marie Saint hubiera caído si Cary Grant no llega a tirar de ella. Resulta tentador hablar también la famosa escena de batalla en un puente en la frontera entre Vietnam y Camboya en Apocalypse Now, en la que el espacio más allá del puente se siente como algo «más allá del universo conocido». Y tampoco podemos olvidarnos de una de las ideas predominantes entre las fantasías pseudocientíficas nazis. Según estas fantasías nuestra Tierra no es un planeta flotando en el espacio infinito, sino una abertura circular, un agujero, dentro de una masa compacta de hielo eterno, en cuyo centro está el sol. Según algunos informes, los nazis estaban incluso considerando la posibilidad de instalar telescopios en las islas Sylt para observar América.

el llanto de la arena

El llanto de la arena

            En cuanto llegó a Marrakech, el misionero decidió que todas las mañanas daría un paseo por el desierto que comenzaba tras los límites de la ciudad. En su primera caminata, vio a un hombre estirado sobre la arena, con la mano acariciando el suelo y el oído pegado a tierra.
                  “Es un loco” pensó.
                Pero la escena se repitió todos los días, por lo que, pasado un mes, intrigado por aquella conducta extraña, resolvió dirigirse a él. Con mucha dificultad – ya que aún no hablaba árabe con fluidez – se arrodilló a su lado y le preguntó:
                – ¿Qué es lo que está usted haciendo?
                – Hago compañía al desierto, y lo consuelo por su soledad y sus lágrimas.
                – No sabía que el desierto fuese capaz de llorar.
                – Llora todos los días, porque sueña con volverse útil para el hombre y transformarse en un inmenso jardín, donde se puedan cultivar flores y toda clase de plantas y cereales.
                – Pues dígale al desierto que él cumple bien su misión – comentó el misionero. – Cada vez que camino por aquí, comprendo mejor la verdadera dimensión del ser humano, pues su espacio abierto me permite ver lo pequeños que somos ante Dios.
                Cuando contemplo sus arenas, imagino a los millones de personas en el mundo que fueron creadas iguales, aunque no siempre el mundo sea justo con todas. Sus montañas me ayudan a meditar. Al ver el sol nacer en el horizonte, mi alma se llena de alegría, y me aproximo al Creador.

                El misionero dejó al hombre y volvió a sus quehaceres diarios. Cual no fue su sorpresa al encontrarlo a la mañana siguiente en el mismo lugar y en la misma posición.
                – ¿Ya transmitió al desierto todo lo que le dije? – preguntó.
                El hombre asintió con un movimiento de cabeza.
                  – ¿Y aún así continúa llorando?
                  – Puedo escuchar cada uno de sus sollozos. Ahora llora porque pasó miles de años pensando que era completamente inútil, y desperdició todo ese tiempo blasfemando contra Dios y su destino.
                – Pues explíquele que, a pesar de que el ser humano tiene una vida mucho más corta, también pasa muchos de sus días pensando que es inútil. Raramente descubre la razón de su destino, y casi siempre considera que Dios ha sido injusto con él. Cuando llega el momento en que, finalmente, algún acontecimiento le demuestra el porqué y para qué ha nacido, considera que es demasiado tarde para cambiar de vida, y continúa sufriendo. Y, al igual que el desierto, se culpa por el tiempo que perdió.
                – No sé si el desierto me escuchará – dijo el hombre. Él ya está acostumbrado al dolor, y no consigue ver las cosas de otra manera.
                – Entonces vamos a hacer lo que yo siempre hago cuando siento que las personas han perdido la esperanza. Vamos a rezar.

                Ambos se arrodillaron y rezaron; uno se giró en dirección a la Meca porque era musulmán, el otro juntó las manos en plegaria porque era católico. Cada uno rezó a su Dios, que siempre fue el mismo Dios, aunque las personas insistieran en llamarlo con nombres diferentes.

                Al día siguiente, cuando el misionero retomó su paseo matinal, el hombre ya no estaba allí. En el lugar donde acostumbraba a abrazar la arena, el suelo parecía mojado, ya que había nacido una pequeña fuente. En los meses subsiguientes, esta fuente creció y los habitantes de la ciudad construyeron un pozo en torno de ella.

                Los beduinos llaman al lugar “Pozo de las lágrimas del desierto”. Dicen que todo aquel que beba su agua conseguirá transformar el motivo de su sufrimiento en la razón de su alegría: y terminará encontrando su verdadero destino.

erase una vez

erase una vez……..

“Un buen día, Dios bajó del cielo disfrazado de mendigo.  Paseaba
por el campo cuando vio a un grupo de campesinos trabajando la
tierra.  Decidió entonces gastarles una pequeña broma, para ello se
puso un sombrero multicolor: rojo a un lado, blanco al otro, verde
por delante y negro por detrás.

Cuando los labradores volvían a sus hogares al atardecer comentaban
lo del viejo mendigo.

-¿Recordáis al anciano que paseaba por el campo con un sombrero
blanco? -dijo uno de los campesinos.

Y un segundo campesino contestó:

-No, no te equivoques, era un sobrero rojo.

-Que no, hombe, que no, que te digo que era blanco.

-Sí, hombre, ni que estuvieras ciego ¿qué crees? ¿que no sé
distinguir un sombrero blanco de uno rojo? -replicó el segundo.

-Pues hijo será que estas ciego.

-¿Ciego yo! lo que me faltaba por oír.  No tengo ningún problema de
vista, te lo aseguro.  Será que estás borracho.

Y entonces intervio un tercer campesino:

-Los dos estáis ciegos, ese anciano llevaba un sombrero verde.

-Pero bueno, ¿os hebéis vuelto todos locos? el sombrero era
claramente negro, negro como el carbón.  Es evidente que estabais
medio dormidos cuando le visteis pasar.  Manudo trío de atontados…

Pues ahí no acabó la cosa, los cuatro campesinos se empezaron enn
una violenta discusión y acabaron enemistándose.

Y aún hoy mucho tiempo después, siguen enfrentados, pero no sólo
ellos, también las generaciones siguientes.  Hoy en día los
distintos bandos- la liga del sobrero blanco, la del sombrero rojo,
la del verde y la del negro-  siguen convencidos de saber cúal es el
color del sombrero de Dios.

¿Y Dios? ¿qué opina de todo esto, pues bien, Dios sigue paseando por
los campos con su sombrero, con un aire entristecido, los campesinos
siguen tan enzarzados en su eterna pelea que ni siquiera se han
percatado de su presencia.

la prision

La prisión

    El mundo es una prisión y nosotros somos los prisioneros:
    ¡haz un boquete en el muro de la prisión y sal de ella!
    Jalal al-Din Rumi. (Masnavi I982).

Imagínate a un hombre que tiene que rescatar a gente de cierta prisión. Se ha decidido que sólo hay un modo plausible de llevar esto a cabo.

El libertador tiene que entrar en la prisión sin atraer la atención. Debe permanecer allí relativamente libre para actuar durante cierto período. La solución escogida es que entrará como convicto.

Por consiguiente, hace los preparativos, oportunos para que le capturen y le sentencien. Como otros que han caído víctimas de este sistema, se le envía a la prisión que es su meta.

Cuando llega, sabe que se le ha despojado de cualquier posible dispositivo que le pudiese haber ayudado en una escapada. Todo lo que posee es su plan, su ingenio, su habilidad y su conocimiento. Por lo demás, tiene que arreglárselas con equipo improvisado, adquirido en la propia prisión.

El mayor problema es que los prisioneros sufren de psicosis carcelaria. Esto les hace pensar que su prisión es el mundo entero. Otra característica es el olvido de partes esenciales de su pasado. Por consiguiente, casi no poseen memoria alguna de la existencia, perfil y detalle del mundo exterior.

La historia de los compañeros de prisión de este hombre es una historia carcelaria. Sus vidas son vidas carcelarias. Piensan y actúan en base a ello.

Por ejemplo, en vez de acumular pan como provisión para la huida, lo moldean y hacen dominós con los cuales juegan. Saben que alguno de estos juegos son diversiones, pero otros los consideran reales. A las ratas, que podían entrenar como medio de comunicación con el exterior, las tratan como animales domésticos. Beben el líquido de limpieza que contiene alcohol, el cual les produce alucinaciones placenteras. Considerarían una triste pérdida, incluso un crimen, si alguien lo usase para drogar y dejar inconscientes a los guardianes, haciendo posible la huida.

El problema se agrava, ya que los desdichados han olvidado el significado de algunas de las palabras normales que hemos estado usando. Si les pides una definición para palabras tales como “provisiones”, “viaje”, “huida”, obtendrías una lista de significaciones como “rancho carcelario”, “caminar de un bloque de celdas a otro”, y “evitar el castigo por parte de los guardianes”.

“El mundo exterior” sonaría a sus oídos como una extraña contradicción: “Ya que éste es el mundo, este lugar donde vivimos -dirían-, ¿cómo puede haber otro fuera?”.

El hombre que está trabajando en el plan de rescate, al principio, sólo puede actuar mediante analogía.

Hay pocos prisioneros que acepten sus analogías, ya que a ellos les parecen locos balbuceos. Cuando dice “necesitamos provisiones para nuestro viaje de huida al mundo exterior”, por supuesto, a ellos les suena como el absurdo siguiente: “Necesitamos provisiones -alimentos para usar en la prisión- para nuestro viaje -trasladarnos de un bloque de celdas a otro- de huida -evitar el castigo de los guardianes- al mundo exterior -a la prisión exterior…”

Algunos de los prisioneros de mente más seria puede que digan que quieren entender el significado de sus palabras, pero ya han olvidado el lenguaje del mundo exterior.

Cuando este hombre muere, algunos de los prisioneros hacen de sus palabras y actos un culto carcelario. Lo utilizan para consolarse a sí mismos y para encontrar argumentos contra el siguiente libertador que se las ingenie para llegar hasta ellos.

Sin embargo, una minoría, de vez en cuando, escapa.

Juan Salvador Gaviota

PRIMERA PARTE
I

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo.
Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de pitanza. Comenzaba otro día de ajetreos.
Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, estaba practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil torsión requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue más que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció de-tenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un… solo… centímetro… mas… Encrespáronse sus plumas, se atascó y cayó.
Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor.
Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera.
La mayoría de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas de vuelo más elementales: cómo ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.
Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando
No comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzos; y sus planeos no terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino que dejaba tras sí una estela plana y larga al rozar la superficie con sus patas plegadas en aerodinámico gesto contra su cuerpo. Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas -que luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se desanimaron aún más. .
-¿Por qué, Juan, por qué? -preguntaba su madre-. ¿Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes? ¡ Hijo, ya no eres más que hueso y plumas!
-No me importa ser sólo hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no. Nada más. Sólo deseo saberlo.
-Mira, Juan -dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está cerca. Habrá pocos barcos, y los peces de superficie se habrán ido a las profundidades. Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla. Esto de volar es muy bonito, pero no puedes comerte un. planeo, ¿sabes? No olvides que la razón de volar es comer.
Juan asintió obedientemente. Durante los dias sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas; lo intentó de verdad, trinando y batiéndose con la Bandada cerca del muelle y los pesqueros, lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez. Pero no le dio resultado.
Es todo tan inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le perseguía. Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a volar. ¡Hay tanto que aprender!
No pasó mucho tiempo sin que Juan Gaviota saliera solo de nuevo hacia alta mar, hambriento, feliz, aprendiendo.
El tema fue la velocidad, y en una semana de prácticas había aprendido más acerca de la velocidad que la más veloz de las gaviotas.
A una altura de trescientos metros, aleteando con todas sus fuerzas, se metió en un abrupto y flameante picado hacia las olas, y aprendió por qué las gaviotas no hacen abruptos y flameantes picados. En sólo seis segundos voló a cien kilómetros por hora, velocidad a la cual el ala levantada empieza a ceder.
Una vez. tras otra le sucedió lo mismo. A pesar de todo su cuidado, trabajando al máximo de su habilidad, perdía el control a alta velocidad.
Subía a trescientos metros. Primero con todas sus fuerzas hacia arriba, luego inclinándose hasta lograr un picado vertical. Entonces, cada vez que trataba de mantener alzada su ala izquierda, giraba violentamente hacia ese lado, y al tratar de levantar su derecha para equilibrarse, entraba, como un rayo, en una descontrolada barrena.
Tenía que ser mucho más cuidadoso al levantar esa ala. Diez veces lo intentó, y las diez veces, al pasar a más de cien kilómetros por hora, terminó en un montón de plumas descontroladas, estrellándose contra el agua.
Empapado, pensó al fin que la clave debía ser mantener las alas quietas a alta velocidad; aletear, se dijo, hasta setenta por hora, y entonces dejar las alas quietas.
Lo intentó otra vez a setecientos metros de altura, descendiendo en vertical, el pico hacia abajo y las alas completamente extendidas y estables desde el momento en que pasó los setenta kilómetros por hora. Necesitó un esfuerzo tremendo, pero lo consiguió. En diez segundos, volaba como una centella sobrepasando los ciento treinta kilómetros por hora. ¡Juan había conseguido una marca mundial de velocidad para gaviotas!
Pero el triunfo duró poco. En el instante en que empezó a salir del picado, en el instante en que cambió el ángulo de sus alas, se precipitó en el mismo terrible e incontrolado desastre de antes y, a ciento treinta kilómetros por hora, el desenlace fue como un dinamitazo. Juan Gaviota se desintegró y fue a estrellarse contra un mar duro como un ladrillo.

II

Cuando recobró el sentido, era ya pasado el anochecer, y se halló a la luz de la Luna y flotando en el océano. Sus alas desgreñadas parecían lingotes de plomo, pero el fracaso le pesaba aún más sobre su espalda. Débilmente deseó que el peso fuera suficiente para arrastrarle al fondo, y así terminar con todo.
A medida que se hundía, una voz hueca y extraña resonó en su interior. No hay forma de evitarlo. Soy gaviota. Soy limitado por naturaleza. Si estuviese destinado a aprender tanto sobre volar tendría por cerebro cartas de navegación. Si estuviese destinado a volar a alta velocidad, tendría las alas cortas de un halcón, y comería ratones en lugar de peces. Mi padre tenía razón. Tengo que olvidar estas tonterías. Tengo que volar a casa, a la Bandada, y estar contento de ser como soy: una pobre y limitada gaviota.
La voz se fue desvaneciendo y Juan se sometió. Durante toda la noche, el lugar para una gaviota es la playa y, desde ese momento, se prometió ser una gaviota normal. Así todo el mundo se sentiría más feliz.
Cansado se elevó de las oscuras aguas y voló hacia tierra, agradecido de lo que había aprendido sobre cómo volar a baja altura con el menor esfuerzo.
-Pero no -pensó-. Ya he terminado con esta manera de ser, he terminado con todo lo que he aprendido. Soy una gaviota como cualquier otra gaviota, y volaré como tal.
Así es que ascendió dolorosamente a treinta metros y aleteó con más fuerza luchando por llegar a la orilla.
Se encontró mejor por su decisión de ser como otro cualquiera de la Bandada. Ahora no habría nada que le atara a la fuerza que le impulsaba a aprender, no habría más desafíos ni más fracasos. Y le resultó grato dejar ya de pensar, y volar, en la oscuridad, hacia las luces de la playa.
¡La oscuridad!, exclamó, alarmada, la hueca voz. ¡Las gaviotas nunca vuelan en la oscuridad!
Juan no estaba alerta para escuchar. Es grato, pensó. La Luna y las luces centelleando en el agua, trazando luminosos senderos en la oscuridad, y todo tan pacífico y sereno…
¡Desciende! ¡Las gaviotas nunca vuelan en la oscuridad! ¡Si hubieras nacido para volar en la oscuridad, tendrías los ojos del búho! ¡Tendrías por cerebro cartas de navegación! ¡Tendrías las alas cortas de un halcón!
Allí, en la noche, a treinta metros altura, Juan Salvador Gaviota parpadeó. Sus dolores, sus resoluciones, se esfumaron.
¡Alas cortas! ¡Las alas cortas de halcón!
¡Esta es la solución! ¡Qué necio he sido! ¡No necesito más que un ala muy pequeñita, no necesito más que doblar la parte mayor de mis alas y volar con los extremos! ¡Alas cortas!
Subió a setecientos metros sobre el negro mar, y sin pensar por un momento en el fracaso o en la muerte, pegó fuertemente las antealas a su cuerpo, dejó solamente los afilados extremos asomados como dagas al viento, y cayó en picado vertical.
El viento le azotó la cabeza con un bramido monstruoso. Cien kilómetros por hora, ciento treinta, ciento ochenta y aún más rápido. La tensión de las alas a doscientos kilómetros por hora no era ahora tan grande como antes a cien, y con un mínimo movimiento de los extremos de las alas aflojó gradualmente el picado y salió disparado sobre las olas, como una gris bala de cañón bajo la Luna.
Entornó sus ojos contra el viento hasta transformarlos en dos pequeñas rayas, y se regocijó. ¡ A doscientos kilómetros por hora! ¡Y bajo control! ¡Si pico desde mil metros en lugar de quinientos, ¿a cuánto llegaré…?
Olvidó sus resoluciones de hace un momento, arrebatadas por ese gran viento. Sin embargo, no se sentía culpable al romper las promesas que había hecho consigo mismo. Tales promesas existen solamente para las gaviotas que aceptan lo corriente. Uno que ha palpado la perfección en su aprendizaje no necesita esa clase de promesas.
Al amanecer, Juan Gaviota estaba practicando de nuevo. Desde dos mil metros los pesqueros eran puntos sobre el agua plana y azul, la Bandada de la Comida una débil nube de insignificantes motitas en circulación.
Estaba vivo, y temblaba ligeramente de gozo, orgulloso de que su miedo estuviera bajo control. Entonces, sin ceremonias, encogió sus antealas, extendió los cortos y angulosos extremos, y se precipitó directamente hacia el mar. Al pasar los dos mil metros, logró la velocidad máxima, el viento era una sólida y palpitante pared sonora contra la cual no podía avanzar con más rapidez. Ahora volaba recto hacia abajo a trescientos veinte kilómetros por hora. Tragó saliva, comprendiendo que se haría trizas si sus alas llegaban a desdoblarse a esa velocidad, y se despedazaría en un millón de partículas de gaviota. Pero la velocidad era poder, y la velocidad era gozo, y la velocidad era pura belleza.
Empezó su salida del picado a trescientos metros, los extremos de las alas batidos y borrosos en ese gigantesco viento, y justamente en su camino, el barco y la multitud de gaviotas se desenfocaban y crecían con la rapidez de una cometa.
No pudo parar ; no sabía aún ni cómo girar a esa velocidad.
Una colisión sería la muerte instantánea.
Así es que cerró los ojos.
Sucedió entonces que esa mañana. justo después del amanecer, Juan Salvador Gaviota se disparó directamente en medio de la Bandada de la Comida marcando trescientos dieciocho kilómetros por hora, los ojos cerrados y en medio de un rugido de viento y plumas. La Gaviota de la Providencia le sonrió por esta vez, y nadie resultó muerto
Cuando al fin apuntó su pico hacia el cielo, aún zumbaba a doscientos cuarenta kilómetros por hora. Al reducir a treinta y extender sus alas otra vez, el pesquero era una miga en el mar, mil metros más abajo.

III

Sólo pensó en el triunfo. ¡ La velocidad máxima! ¡Una gaviota a trescientos veinte kilómetros por hora! Era un descubrimiento, el momento más grande y singular en la historia de la Bandada, y en ese momento una nueva época se abrió para Juan Gaviota. Voló hasta su solitaria área de prácticas, y doblando sus alas para un picado desde tres mil metros, se puso a trabajar se en seguida para descubrir la forma de girar.
Se dio cuenta de que al mover una sola pluma del extremo de su ala una fracción de centímetro, causaba una curva suave y extensa a tremenda velocidad. Antes de haberlo aprendido, sin embargo, vio que cuando movía más de una pluma a esa velocidad, giraba como una bala de rifle… y así fue Juan la primera gaviota de este mundo en realizar acrobacias aéreas.
No perdió tiempo ese dia en charlar con las otras gaviotas, sino que siguió volando hasta después de la puesta del Sol. Descubrió el rizo, el balance lento, el balance en punta, la barrena invertida, el medio rizo invertido.
Cuando Juan Gaviota volvió a la Bandada ya en la playa, era totalmente de noche. Estaba mareado y rendido. No obstante, y no sin satisfacción, hizo un rizo para aterrizar y un tonel rápido justo antes de tocar tierra. Cuando sepan, pensó, lo del Descubrimiento, se pondrán locos de alegría. ¡Cuánto mayor sentido tiene ahora la vida! En lugar de nuestro lento y pesado ir y venir a los pesqueros, ¡hay una razón para vivir! Podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos descubrirnos como criauras de perfección, inteligencia y habilidad. ¡ Podremos ser libres!
¡Podremos aprender a volar!
Los años venideros susurraban y resplandecían de promesas.
Las gaviotas se hallaban reunidas en Sesión de Consejo cuando Juan tomó tierra, y parecía que habían estado así reunidas durante algún tiempo. Estaban, efectivamente, esperando.
¡Juan Salvador Gaviota! ¡Ponte al Centro! -Las palabras de la Gaviota Mayor sonaron con la voz solemne propia de las altas ceremonias. Ponerse en el Centro sólo significaba gran vergüenza o gran honor. Situarse en el Centro por Honor, era la forma en que se señalaba a los jefes más destacados entre las gaviotas. Por supuesto, pensó, ¡ la Bandada de la Comida… esta mañana: vieron el Descubrimiento! Pero yo no quiero honores. No tengo ningún deseo de ser líder. Sólo quiero compartir lo que he encontrado, y mostrar esos nuevos horizontes que nos están esperando. Y dio un paso al frente.
-Juan Salvador Gaviota -dijo el Mayor-. ¡Ponte al Centro para tu Vergüenza ante la mirada de tus semejantes!
Sintió como si le hubieran golpeado con un madero. Sus rodillas empezaron a temblar, sus plumas se combaron, y le zumbaban los oídos. ¿Al Centro para deshonrarme? ¡ Imposible! ¡ El Descubrimiento! ¡No entienden! ¡ Están equivocados! ¡ Está equivocados!
-… por su irresponsabilidad temeraria -entonó la voz solemne-, al violar la dignidad y la tradición de la Familia de las Gaviotas…
Ser centrado por deshonor significaba que le expulsarían de la sociedad de las gaviotas, desterrado a una vida solitária allá en los Lejanos Acantilados.
-… algún día, Juan Salvador Gaviota, aprenderás que la irresponsabilidad se paga. La vida es lo desconocido y lo irreconocible, salvo que hemos nacido para comer y vivir el mayor tiempo posible.
Una gaviota nunca replica al Consejo de la Bandada, pero la voz de Juan se hizo oír:
-¿Irresponsabilidad? ¡Hermanos míos! -gritó-. ¿Quién es más responsable que una gaviota que encuentra y persigue un significado, un fin más alto para la vida? Durante mil años hemos luchado por las cabezas de los peces, pero ahora tenemos una razón para vivir; para aprender; para descubrir; ¡para ser libres! Dadme una oportunidad, dejadme que os muestre lo que he encontrado…
La Bandada parecía de piedra.
-Se ha roto la Hermandad -entonaron juntas las gaviotas, y todas de acuerdo cerraron solemnemente sus oídos y le dieron la espalda

IV

Juan Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen, a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver.
Aprendía más cada día. Aprendió que un picado aerodinámico a alta velocidad podía ayudarle a encontrar aquel pez raro y sabroso que habitaba a tres metros bajo la superficie del océano: ya no le hicieron falta pesqueros ni pan duro para sobrevivir. Aprendió a dormir en el aire fijando una ruta durante la noche a través del viento de la costa, atravesando ciento cincuenta kilómetros de sol a sol. Con el mismo control interior, voló a través de espesas nieblas marinas y subió sobre ellas hasta cielos claros y deslumbradores… mientras las otras gaviotas yacían en tierra, sin ver más que niebla y lluvia. Aprendió a cabalgar los altos vientos tierra adentro, para regalarse allí con los más sabrosos insectos.

Lo que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para sí mismo; aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado. Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquéllas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena.
Vinieron entonces al anochecer, y encontraron a Juan planeando; pacífico y solitario, en su querido cielo. Las dos gaviotas que aparecieron junto a sus alas eran puras como luz de estrellas, y su resplandor era suave y amistoso en el alto cielo nocturno. Pero lo más hermoso de todo era la habilidad con la que volaban; los extremos de sus alas avanzando a un preciso y constante centímetro de las suyas.
Sin decir palabra, Juan les puso a prueba, prueba que ninguna gaviota había superado jamás. Torció sus alas, y redujo su velocidad a un solo kilómetro por hora, casi parándose. Aquellas dos radiantes aves redujeron también la suya, en formación cerrada. Sabían lo que era volar lento.
Dobló sus alas, giró y cayó en picado a doscientos kilómetros por hora. Se dejaron caer con él, precipitándose hacia abajo en formación impecable.
Por fin, Juan voló con igual velocidad hacia arriba en un giro lento y vertical. Giraron con él, sonriendo.
Recuperó el vuelo horizontal y se quedó callado un tiempo antes de decir:
-Muy bien. ¿Quiénes sois?
-Somos de tu Bandada, Juan. Somos tus hermanos. -Las palabras fueron firmes y serenas-. Hemos venido a llevarte más arriba, a llevarte a casa.
-¡Casa no tengo! Bandada tampoco tengo. Soy un Exilado. Y ahora volamos a la vanguardia del Viento de la Gran Montaña. Unos cientos de metros más, y no podré levantar más este viejo cuerpo.
-Sí que puedes, Juan. Porque has aprendido. Una etapa ha terminado, y ha llegado la hora de que empiece otra.
Tal como le había iluminado toda su vida, también ahora el entendimiento iluminó ese instante de la existencia de Juan Gaviota. Tenían razón. El era capaz de volar más alto, y ya era hora de irse a casa.
Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra de plata donde tanto había aprendido.
-Estoy listo -dijo al fin.
Y Juan Salvador Gaviota se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en un perfecto y oscuro cielo.

Segunda Parte
V

De modo que esto es el cielo, pensó, y tuvo que sonreírse. No era muy respetuoso analizar el cielo justo en el momento en que uno está a punto de entrar en él.
Al venir de la Tierra por encima de las nubes y en formación cerrada con las dos resplandecientes gaviotas, vio que su propio cuerpo se hacía tan resplandeciente como el de ellas.
En verdad, allí estaba el mismo y joven Juan Gaviota, el que siempre había existido detrás de sus ojos dorados, pero la forma exterior había cambiado.
Su cuerpo sentía cómo gaviota, pero ya volaba mucho mejor que con el antiguo. ¡Vaya, pero si con la mitad del esfuerzo, pensó, obtengo el doble de velocidad, el doble de rendimiento que en mis mejores días en la Tierra!
Brillaban sus plumas, ahora de un blanco resplandeciente, y sus alas eran lisas y perfectas como láminas de plata pulida. Empezó, gozoso, a familiarizarse con ellas, a imprimir potencia en estas nuevas alas.
A trescientos cincuenta kilómetros por hora le pareció que estaba logrando su máxima velocidad en vuelo horizontal. A cuatrocientos diez pensó que estaba volando al tope de su capacidad, y se sintió ligeramente desilusionado. Había un límite a lo que podía hacer con su nuevo cuerpo, y aunque iba mucho más rápido que en su antigua marca de vuelo horizontal, era sin embargo un límite que le costaría mucho esfuerzo mejorar. En el cielo, pensó, no debería haber limitaciones.
De pronto se separaron las nubes y sus compañeros gritaron:
-Feliz aterrizaje, Juan -y desaparecieron sin dejar rastro.
Volaba encima de un mar, hacia un mellado litoral. Una que otra gaviota se afanaba en los remolinos entre los acantilados. Lejos, hacia el Norte, en el horizonte mismo, volaban unas cuantas más. Nuevos horizontes, nuevos pensamientos, nuevas preguntas. ¿Por qué tan pocas gaviotas? ¡El paraíso debería estar lleno de gaviotas! ¿Y por qué estoy tan cansado de pronto? Era de suponer que las gaviotas en el cielo no deberían cansarse, ni dormir.
¿Dónde había oído eso? El recuerdo de su vida en la Tierra se le estaba haciendo borroso. La Tierra había sido un lugar donde había aprendido mucho, por supuesto, pero los detalles se le hacían ya nebulosos; recordaba algo de la lucha por la comida, y de haber sido un Exilado.
La docena de gaviotas que estaba cerca de la playa vino a saludarle sin que ni una dijera una palabra. Sólo sintió que se le daba la bienvenida y que ésta era su casa. Habia sido un gran día para él, un día cuyo amanecer ya no recordaba.
Giró para aterrizar en la playa, batiendo sus alas hasta pararse un instante en el aire, y luego descendió ligeramente sobre la arena. Las otras gaviotas aterrizaron también, pero ninguna movió ni una pluma. Volaron contra el viento, extendidas sus brillantes ajas, y luego, sin que supiera él cómo, cambiaron la curvatura de sus plumas hasta detenerse en el mismo instante en que sus pies tocaron tierra. Había sido una hermosa muestra de control, pero Juan estaba ahora demasiado cansado para intentarlo. De pie, allí en la playa, sin que aún se hubiera pronunciado ni una sola palabra, se durmió.
Durante los próximos días vio Juan que había aquí tanto que aprender sobre el vuelo como en la vida que había dejado. Pero con una diferencia. Aquí había gaviotas que pensaban como él. Ya que para cada una de ellas lo más importante de sus vidas era alcanzar y palpar la perfección de lo que más amaban hacer: volar. Eran pájaros magníficos, todos ellos, y pasaban hora tras hora cada día ejercitándose en volar, ensayando aeronáutica avanzada.
Durante largo tiempo Juan se olvidó del mundo de donde había venido, ese lugar donde la Bandada vivía con los ojos bien cerrados al gozo de volar, empleando sus alas como medios para encontrar y luchar por la comida. Pero de cuando en cuando, sólo por un momento, lo recordaba.
Se acordó de ello una mañana cuando estaba con su instructor mientras descansaban en la playa después de una sesión de toneles con ala plegada.
-¿Dónde están los demás, Rafael? -preguntó en silencio, ya bien acostumbrado a la cómoda telepatía que estas gaviotas empleaban en lugar de graznidos y trinos-. ¿Por qué no hay más de nosotros aquí? De donde vengo había…
-…miles y miles de gaviotas. Lo sé. -Rafael movió su cabeza afirmativamente-. La única respuesta que puedo dar, Juan, es que tú eres una gaviota en un millón. La mayoría de nosotros progresamos con mucha lentitud. Pasamos de un mundo a otro casi exactamente igual, olvidando en seguida de dónde habíamos venido, sin preocuparnos hacia dónde íbamos, viviendo sólo el momento presente. ¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay más en la vida que comer, luchar, o alcanzar poder en la Bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que hay algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla. La misma norma se aplica ahora a nosotros, por supuesto: elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido en éste. No aprendas nada, y el próximo mundo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar.
Extendió sus alas y volvió su cara al viento.
-Pero tú, Juan -dijo-, aprendiste tanto de una vez que no has tenido que pasar por mil vidas para llegar a ésta.
En un momento estaban otra vez en el aire, practicando. Era difícil mantener la formación cuando giraban para volar en posición invertida, puesto que entonces Juan tenía que ordenar inversamente su pensamiento, cambiando la curvatura, y cambiándola en exacta armonía con la de su instructor.
-Intentemos de nuevo -decía Rafael una y otra vez-: Intentemos de nuevo.
-Y por fin-: Bien. -Y entonces empezaron a practicar los rizos exteriores.
Una noche, las gaviotas que no estaban practicando vuelos nocturnos se quedaron en la arena, pensando. Juan echó mano de todo su coraje y se acercó a la Gaviota Mayor, de quien se decía iba pronto a trasladarse más allá de este mundo.
-Chiang… -dijo, un poco nervioso.
La vieja gaviota le miró tiernamente.
-¿Sí, hijo mío?
En lugar de perder fuerza con la edad, el Mayor la había aumentado; podía volar más y mejor que cualquiera gaviota de la Bandada, y había aprendido habilidades que las otras sólo empezaban a conocer.
-Chiang, este mundo no es el verdadero cielo, ¿verdad?
El Mayor sonrió a la luz de la Luna.
-Veo que sigues aprendiendo, Juan.
-Bueno, ¿qué pasará ahora? ¿A dónde iremos? ¿Es que no hay un lugar que sea como el cielo?
-No, Juan, no hay tal lugar. El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto. -Se quedó calIado un momento-. Eres muy rápido para volar, ¿verdad?
-Me… me encanta la velocidad -dijo Juan, sorprendido, pero orgulloso de que el Mayor se hubiese dado cuenta.
-Empezarás a palpar el cielo, Juan, en el momento en que palpes la perfecta velocidad. Y esto no es volar a mil kilómetros por hora, ni a un millón, ni a la velocidad de la luz. Porque cualquier número es ya un límite, y la perfección no tiene límites; La perfecta velocidad, hijo mío, es estar allí.
Sin aviso, y en un abrir y cerrar de ojos, Chiang desapareció y apareció al borde del agua, veinte metros más allá. Entonces desapareció de nuevo y volvió en una milésima de segundo, junto al hombro de Juan.
-Es bastante divertido -dijo.

VI

Juan estaba maravillado. Se olvidó de preguntar por el cielo.
-¿Cómo lo haces? ¿Qué se siente al hacerlo? ¿A qué distancia puedes llegar?
-Puedes ir al lugar y al tiempo que desees -dijo el Mayor-. Yo he ido donde y cuándo he querido. -Miró hacia, el mar-. Es extraño. Las gaviotas que desprecian la perfección por el gusto de viajar, no llegan a ninguna parte, y lo hacen lentamente. Las que se olvidan de viajar por alcanzar la perfección, llegan a todas partes, y al instante. Recuerda, Juan, el cielo no es un lugar ni un tiempo, porque el lugar y el tiempo poco significan. El cielo es…
-¿Me puedes enseñar a volar así?
-Juan Gaviota temblaba ante la conquista de otro desafío.
-Por supuesto, si es que quieres aprender.
-Quiero. ¿Cuándo podemos empezar?
-Podríamos empezar ahora, si lo deseas.
-Quiero aprender a volar de esa manera -dijo Juan, y una luz extraña brilló en sus ojos-. Dime qué hay que hacer.
Chiang habló con lentitud, observando a la joven gaviota muy cuidadosamente.
-Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio que exista -dijo-, debes empezar por saber que ya has llegado…
El secreto, según Chiang, consistía en que Juan dejase de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado, con una envergadura de ciento cuatro centímetros y un rendimiento susceptible de programación. El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo.
Juan se dedicó a ello con ferocidad, día tras día, desde el amanecer hasta después de la medianoche. Y a pesar de todo su esfuerzo no logró moverse ni un rnilímetro del sitio donde se encontraba.
-¡Olvídate de la fe! -le decía Chiang una y otra vez-. Tú no necesitaste fe para volar, lo que necesitaste fue comprender lo que era el vuelo. Esto es lo mismo. Ahora inténtalo otra vez…
Así un día, Juan, de pie en la playa, cerrados los ojos, concentrado, como un relámpago comprendió de pronto lo que Chiang habíale estado diciendo.
-¡Pero si es verdad! ¡Soy una gaviota perfecta y sin limitaciones! -Y se estremeció de alegría.
-¡Bien! -dijo Chiang, y hubo un tono de triunfo en su voz.
Juan abrió sus ojos. Quedó solo con el Mayor en una playa completamente distinta; los árboles llegaban hasta el borde mismo del agua, dos soles gemelos y amarillos giraban en lo alto.
-Por fin has captado la idea -dijo Chiang-, pero tu control necesita algo más de trabajo…
Juan se quedó pasmado.
-¿Dónde estamos?
En absoluto impresionado por el extraño paraje, el Mayor ignoró la pregunta.
-Es obvio que estamos en un planeta que tiene un cielo verde y una estrella doble por sol.
Juan lanzó un grito de alegría, el primer sonido que había pronunciado desde que dejara la Tierra:
-¡RESULTÓ!
-Bueno, claro que resultó, Juan. Siempre resulta cuando se sabe lo que se hace. Y ahora, volviendo al tema de tu control…
Cuando volvieron, había anochecido. Las otras gaviotas, miraron a Juan con reverencia en sus ojos dorados, porque le habían visto desaparecer de donde había estado plantado por tanto tiempo.
Aguantó sus felicitaciones durante menos de un minuto.
-Soy nuevo aquí. Acabo de empezar. Soy yo quien debe aprender de vosotros.
-Me pregunto si eso es cierto, Juan -dijo Rafael, de pie cerca de él-. En diez mil años no he visto una gaviota con menos miedo de aprender que tú.
-La Bandada se quedó en silencio, y Juan hizo un gesto de turbación.
-Si quieres, podemos empezar a trabajar con el tiempo -dijo Chiang-, hasta que logres volar por el pasado y el futuro. Y entonces, estarás preparado para empezar lo más dificil, lo más colosal, lo más divertido de todo. Estarás preparado para subir y comprender el significado de la bondad y el amor.
Pasó un mes, o algo que pareció un mes, y Juan aprendía con tremenda rapidez. Siempre había sido veloz para aprender lo que la experiencia normal tenía para enseñarle, y ahora, como alumno especial del Mayor en Persona, asimiló las nuevas ideas como si hubiera sido una supercomputadora de plumas.
Pero al fin llegó el día en que Chiang desapareció. Había estado hablando calladamente con todos ellos, exhortándoles a que nunca dejaran de aprender y de practicar y de esforzarse por comprender más acerca del perfecto e invisible principio de toda vida. Entonces, mientras hablaba, sus plumas se hicieron más y más resplandeciente hasta que al fin brillaron de tal manera que ninguna gaviota pudo mirarle.
-Juan -dijo, y éstas fueron las últimas palabras que pronunció-, sigue trabajando en el amor.
Cuando pudieron ver otra vez, Chiang había desaparecido.

VII

Con el pasar de los días, Juan se sorprendió pensando una y otra vez en la Tierra de la que había venido.
Si hubiese sabido allí una décima, una centésima parte de lo que ahora sabía, ¡cuánto más significado habría tenido entonces la vida! Quedóse allí en la arena y empezó a preguntarse si habría una gaviota allá abajo que estuviese esforzándose por romper sus limitaciones, por entender el significado del vuelo más allá de una manera de trasladarse para conseguir algunas migajas caídas de un bote. Quizás hasta hubiera un exilado por haber dicho la verdad ante la Bandada. Y mientras más practicaba Juan sus lecciones de bondad, y mientras más trabajaba para conocer la naturaleza del amor, más deseaba volver a la Tierra. Porque, a pesar de su pasado solitario, Juan Gaviota había nacido para ser instructor, y su manera de demostrar el amor era compartir algo de la verdad que había visto, con alguna gaviota que estuviese pidiendo sólo una oportunidad de ver la verdad por sí misma.
Rafael, adepto ahora a los vuelos a la velocidad del pensamiento y a ayudar a que los otros aprendieran, dudaba.
-Juan, fuiste exilado una vez. ¿Por qué piensas que alguna gaviota de tu pasado va a escucharte ahora? Ya sabes el refrán, y es verdad: Gaviota que ve lejos, vuela alto. Esas gaviotas de donde has venido se lo pasan en tierra, graznando y luchando entre ellas. Están a mil kilómetros del cielo. ¡Y tú dices que quieres mostrarles el cielo desde donde están paradas! ¡Juan, ni siquiera pueden verlos extremos de sus propias alas! Quédate aquí. Ayuda a las gaviotas novicias de aquí, que están bastante avanzadas como para comprender lo que tienes que decirles.
Se quedó callado un momento, y luego dijo:
-¿Qué habría pasado si Chiang hubiese vuelto a sus antiguos mundos? ¿Dónde estarías tú ahora?
El último punto era el decisivo, y Rafael tenía razón. Gaviota que ve lejos, vuela alto.
Juan se quedó y trabajó con los novicios que iban llegando, todos muy listos y rápidos en sus deberes. Pero volvióle el viejo recuerdo, y no podía dejar de pensar en que a lo mejor había una o dos gaviotas allá en la Tierra que también podrían aprender. ¡Cuánto más habría sabido ahora si Chiang le hubiese ayudado cuando era un Exilado!
-Rafa, tengo que volver -dijo por fin-. Tus alumnos van bien. Te podrán incluso ayudar con los nuevos.
Rafael suspiró, pero prefirió no discutir. -Creo que te echaré de menos, Juan -fue todo lo que dijo.
-¡Rafa, qué vergüenza! -dijo Juan reprochándole-. ¡No seas necio! ¿Qué intentamos practicar todos los días? ¡Si nuestra amistad depende de cosas como el espacio y el tiempo, entonces, cuando por fin superemos el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad! Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un Aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos volver a vernos un pár de veces?
Rafael Gaviota tuvo que soltar una carcajada.
-Estás hecho un pájaro loco -dijo tiernamente-. Si hay alguien que pueda mostrarle a uno en la Tierra cómo ver a mil millas de distancia, ése será Juan Salvador Gaviota. -Quedóse mirando la arena-: Adiós, Juan, amigo mío.
-Adiós, Rafa. Nos volveremos a ver.
-Y con esto, Juan evocó en su pensamiento la imagen de las grandes bandadas de gaviotas en la orilla de otros tiempos, y supo, con experimentada facilidad, que ya no era sólo hueso y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo, sin limitación alguna.

Pedro Pablo Gaviota era aún bastante joven, pero ya sabía que no había pájaro peor tratado por una Bandada, o con tanta injusticia.
-Me da lo mismo lo que digan -pensó furioso, y su vista se nubló mientras volaba hacia los Lejanos Acantilados-. ¡Volar es tanto más importante que un simple aletear de aquí para allá! ¡Eso lo puede hacer hasta un… hasta un mosquito! ¡Sólo un pequeño viraje en tonel alrededor de la Gaviota Mayor, nada más que por diversión, y ya soy un Exilado! ¿Son ciegos acaso? ¿Es que no pueden ver? ¿Es que no pueden imaginar la gloria que alcanzarían si realmente aprendiéramos a volar?
Me da lo mismo lo que piensen. ¡Yo les mostraré lo que es volar! No seré más que un puro Bandido, si eso es lo que quieren. Pero haré que se arrepientan…
La voz surgió dentro de su cabeza, y aunque era muy suave, le asustó tanto que se equivocó y dio una voltereta en el aire.
-No séas tan duro con ellos, Pedro Gaviota. Al expulsarte, las otras gaviotas solamente se han hecho daño a sí mismas, y un día se darán cuenta de ello; y un día verán lo que tú ves. Perdónales y ayúdales a comprender.
A un centímetro del extremo de su ala derecha volaba la gaviota más resplandeciente de todo el mundo, planeando sin esfuerzo alguno, sin mover una pluma, a casi la máxima velocidad de Pedro.
El caos reinó por un momento dentro del joven pájaro.
-¿Qué está pasando? ¿Estoy loco? ¿Estoy muerto? ¿Qué es esto?
Baja y tranquila continuó la voz dentro de su pensamiento, exigiendo una contestación:.
-Pedro Pablo Gaviota, ¿quieres volar?
-¡SI, QUIERO VOLAR!
-Pedro Pablo Gaviota, ¿tanto quieres volar que perdonarás a la Bandada, y aprenderás, y volverás a ella un día y trabajarás para ayudarles a comprender?
No había manera de mentirle a este magnífico y hábil ser, por orgulloso o herido que Pedro Pablo Gaviota se sintiera.
-Sí, quiero -dijo suavemente.
-Entonces, Pedro -le dijo aquella criatura resplandeciente, y la voz fue muy tierna-, empecemos con el Vuelo Horizontal…

TERCERA PARTE
VIII

Juan giraba lentamente sobre los Lejanos Acantilados; observaba. Este rudo y joven Pedro Gaviota era un alumno de vuelo casi perfecto. Era fuerte, y ligero, y rápido en el aire, pero mucho más importante, ¡tenía un devastador deseo de aprender a volar!
Aquí venia ahora, una forma borrosa y gris que salía de su picado con un rugido, pasando como un bólido a su instructor, a doscientos veinte kilómetros por hora. Abruptamente se metió en otra pirueta con un balance de dieciséis puntos, vertical y lento, contando los puntos en voz alta.
… nueve… diez… ves-Juan-se-me-está-terminando-la-velocidad-del-aire… on-ce… Quiero-paradas-perfectas-y-agudas-como-las-tuyas… doce… pero ¡caramba!-no-puedo-llegar. …trece… a-estos-tres-úl-timos-puntos… sin.. .. cator… ¡aaakk…!
La torsión de cola le salió a Pedro mucho peor a causa de su ira y furia al fracasar. Sé fue de espaldas, volteó, se cerró salvajemente en una barrena invertida, y por fin se recuperó, jadeando, a treinta metros bajo el nivel en que se hallaba su instructor.
-¡Pierdes tu tiempo conmigo, Juan! ¡ Soy demasiado tonto! ¡Soy demasiado estúpido! ¡Intento e intento, pero nunca lo lograré!
Juan Gaviota le miró desde arriba y asintió.
-Seguro que nunca lo conseguirás mientras hagas ese encabritamiento tan brusco. ¡Pedro, has perdido sesenta kilómetros por hora en la entrada! ¡Tienes que ser suave! Firme, pero suave, ¿te acuerdas?
Bajó al nivel de la joven gaviota.
-Intentémoslo juntos ahora, en formación. Y concéntrate en ese encabritamiento. Es una entrada suave, fácil.
Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices, todos Exilados, pero curiosos por ésta nueva visión del vuelo por el puro gozo de volar.
Sin embargo, les resultaba más fácil dedicarse al logro de altos rendimientos que a comprender la razón oculta de ello.
-Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa-, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias…

… y sus alumnos se dormirían, rendidos después de un día de volar. Les gustaba practicar porque era rápido y excitante y les satisfacía esa hambre por aprender que crecía con cada lección. Pero ni uno de ellos, ni siquiera. Pedro Pablo Gaviota, había llegado a creer que el vuelo de las ideas podía ser tan real como el vuelo del viento y las plumas.
-Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala -diría Juan en otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo. -Pero dijéralo como lo dijera, siempre sonaba como una agradable ficción, y ellos necesitaban más que nada dormir.

IX

Había pasado un mes tan sólo cuando Juan dijo que había llegado la hora de volver a la Bandada.
-¡No estamos preparados! -dijo Enrique Calvino Gaviota-. ¡Ni seremos bienvenidos! ¡Somos Exilados! No podemos meternos donde no seremos bienvenidos, ¿verdad?
-Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos -contestó Juan, y se elevó de la arena y giró hacia el Este, hacia el país de la Bandada.
Hubo una breve angustia entre sus alumnos, puesto que es Ley de la Bandada que un Exilado nunca retorne, y no se había violado la Ley ni una sola vez en diez mil años. La Ley decía quédate, Juan decía partid; y ya volaba a un kilómetro mar adentro. Si seguían allí esperando, él encararía por sí solo a la hostil Bandada.
-Bueno, no tenemos por qué obedecer la Ley si no formamos parte de la Bandada, ¿verdad? -dijo Pedro, algo turbado-. Además, si hay una pelea, es allá donde se nos necesita.
Y así ocurrió que, aquella mañana, aparecieron desde el Oeste ocho de ellos en formación de doble-diamante, casi tocándose los extremos de las alas. Sobrevolaron la playa del Consejo de la Bandada a doscientos cinco kilómetros por hora, Juan a la cabeza, Pedro volando con suavidad a su ala derecha, Enrique Calvino luchando -mente a su izquierda. Entonces la formación entera giró lentamente hacia la derecha, como si fuese un solo pájaro… de horizontal… a… invertido… a… horizontal, con el viento rugiendo sobre sus cuerpos.
Los graznidos y trinos de la cotidiana vida de la Bandada se cortaron como si la formación hubiese sido un gigantesco cuchillo, y ocho mil ojos de gaviota les observaron, sin un solo parpadeo. Uno tras otro, cada uno de los ocho pájaros ascendió agudamente hasta completar un rizo y luego realizó un amplio giro que terminó en un estático aterrizaje sobre la arena. Entonces, como si este tipo de cosas ocurriera todos los días, Juan Gaviota dio comienzo a su crítica del vuelo.
-Para comenzar -dijo, con una sonrisa seca-, llegasteis todos un poco tarde al momento de juntaros…
Un relámpago atravesó a la Bandada. ¡Esos pájaros son Exilados! ¡Y han vuelto! ¡Y eso… eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un combate se desvanecieron ante la confusión de la Bandada.
-Bueno, de acuerdo: son Exilados -dijeron algunos de los jóvenes-, pero, oye, ¿dónde aprendieron a volar así?
Pasó casi una hora antes de que la Palabra del Mayor lograra repartirse por la Bandada: Ignoradlos. Quien hable a un Exilado será también un Exilado. Quien mire a un Exilado viola la Ley de la Bandada.
Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan, quien no dio muestra de darse por aludido. Organizó sus sesiones de prácticas exactamente encima de la Playa del Consejo, y, por primera vez, forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades.
-¡Martín Gaviota -gritó en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! ¡ Pruébalo primero y alardea después! ¡VUELA!
Y de esta manera, nuestro callado y pequeño Martín Alonso Gaviota, paralizado al verse blanco de los disparos de su instructor, se sorprendió a sí mismo al convertirse en un mago de vuelo lento. En la más ligera brisa, llegó a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena hasta las nubes y abajo otra vez.
Lo mismo le ocurrió a Carlos Rolando Gaviota, quien voló sobre el Gran Viento de la Montaña a ocho mil doscientos metros de altura y volvió, maravillado y feliz y azul de frío, y decidido a llegar aún más alto al otro día.
Pedro Gaviota, que amaba como nadie las acrobacias, logró superar su caída “en hoja muerta”, de dieciséis puntos, y al día siguiente, con sus plumas refulgentes de soleada blancura, llegó a su culminación ejecutando un tonel triple que fue observado por más de un ojo furtivo.
A toda hora Juan estaba junto a sus alumnos, enseñando, sugiriendo, presionando, guiando. Voló con ellos contra noche y nube y tormenta, por el puro gozo de volar, mientras la Bandada se apelotonába miserablemente en tierra.
Terminado el vuelo, los alumnos descansaban en la playa y llegado el momento escuchaban de cerca a Juan. Tenía él ciertas ideas locas que no llegaban a entender, pero también las tenía buenas y comprensibles.
Poco a poco, por la noche, se formó otro círculo alrededor de los alumnos; un círculo de curiosos que escuchaban allí, en la oscuridad, hora tras hora, sin deseo de ver ni de ser vistos, y que desaparecían

X

Un mes después del Retorno, la primera gaviota de la Bandada cruzó la línea y pidió que se le enseñara a volar. Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se convirtió en un pájaro condenado, marcado por el Exilio y octavo alumno de Juan.
La próxima noche vino de la Bandada Esteban Lorenzo Gaviota, vacilante por la arena, arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan.
Ayúdame -dijo apenas, hablando como los que van a morir-. Más que nada en et mundo, quiero volar…
-Ven pues -dijo – Juan-. Subamos, dejemos atrás la tierra y empecemos.
-No me entiendes. Mi ala. No puedo mover mi ala.
-Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. Es la ley de la Gran Gaviota, la Ley que Es.
-¿Estás diciendo que puedo volar?
-Digo que eres libre.
Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió sus alas, sin el menor esfuerzo y se alzó hacia la oscura noche. Su grito, al tope de sus fuerzas y desde doscientos metros de altura, sacó a la Bandada de su sueño:
-¡Puedo volar! ¡ Escuchen! ¡ PUEDO VOLAR!
Al amanecer había cerca de mil pájaros en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban. No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.
Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma esencia de su ser; que todo aquello que impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual o superstición o limitación en cualquier forma.
-¿Eliminado -dijo una voz en la multitud-, aunque sea Ley de la Bandada?
-La única Ley verdadera es aquélla que conduce a la libertad -dijo Juan-. No hay otra.
-¿Cómo quieres que volemos como vuelas tú? -intervino otra voz-. Tú eres especial y dotado y divino, superior a cualquier pájaro.
-¡Mirad á Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a María Antonio! ¿Son también ellos especiales dotados y divinos? No más que vosotros, no más que yo. La única diferencia, realmente la única, es que ellos han empezado a comprender lo que de verdad son y han empezado a ponerlo en práctica.
Sus alumnos, salvo Pedro, se revolvían intranquilos. No se habían dado cuenta de que era eso lo que habían estado haciendo.
Día a día aumentaba la muchedumbre que venía a preguntar, a idolatrar, a despreciar.
-Dicen en la Bandada que si no eres el hijo de la misma Gran Gaviota -le contó Pedro a Juan, una mañana después de las prácticas de velocidad avanzada-, entonces lo que ocurre contigo es que estás mil años por delante de tu tiempo.
Juan suspiró. Este es el precio de ser mal comprendido, pensó. Te llaman diablo o te llaman dios.
-Qué piensas tú, Pedro? ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo?
Un largo silencio.
-Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor nos hemos anticipado a la moda, a la manera de volar de la mayoría de las gaviotas.
-Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato-. Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo.
Ocurrió justo una semana más tarde. Pedro se hallaba explicando los principios del vuelo a alta velocidad a una clase de nuevos alumnos. Acababa de salir de su picado desde cuatro mil metros -una verdadera estela gris disparada a pocos centímetros de la playa-, cuando un pajarito en su primer vuelo planeó justamente en su camino, llamando a su madre. En una décima de segundo, y para evitar al joven, Pedro Pablo Gaviota giró violentamente a la izquierda, y a más de trescientos kilómetros por hora fue a estrellarse contra una roca de sólido granito.
Fue para él como si la roca hubiese sido una dura y gigantesca puerta hacia otros mundos. Una avalancha de miedo y de espanto y de tinieblas se le echó encima junto con el golpe, y luego se sintió flotar en un cielo extraño, extraño, olvidando, recordando, olvidando; temeroso y triste y arrepentido; terriblemente arrepentido.
La voz le llegó como en aquel primer día en que había conocido a Juan Salvador Gaviota.
-El problema, Pedro, consiste en que debemos intentar la superación de nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. No intentamos cruzar a través de rocas hasta algo más tarde en el programa.
-¡Juan!
-También conocido como el Hijo de la Gran Gaviota -dijo su instructor, secamente.
-¿Qué haces aquí? ¡Esa roca! ¿No he… no me había… muerto?
-Bueno, Pedro, ya está bien. Piensa. Si me estás hablando ahora, es obvio que no has muerto, ¿verdad? Lo que sí lograste hacer fue cambiar tu nivel de conciencia de manera algo brusca. Ahora te toca escoger. Puedes quedarte aquí y aprender en este nivel -que para que te enteres, es bastante más alto que el que dejaste-, o puedes volver y seguir trabajando en la Bandada. Los Mayores estaban deseando que ocurriera algún desastre y se han sorprendido de lo bien que les has complacido.
-Por supuesto que quiero volver a la Bandada. ¡Estoy apenas empezando con el nuevo grupo.!
-Muy bien, Pedro. ¿Te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo de uno no es más que el pensamiento puro…?

XI

Pedro sacudió su cabeza, extendió sus alas, abrió sus ojos, y se halló al pie de la roca y en el centro de toda la Bandada allí reunida. De la multitud surgió un gran clamor de graznidos y chillidos cuando empezó a moverse.
-¡Vive! ¡El que había muerto, vive!
-¡Le tocó con un extremo del ala!
-¡Lo resucitó! ¡El Hijo de la Gran Gaviota!
-¡No! ¡El lo niega! ¡Es un diablo! ¡DIABLO! ¡Ha venido a aniquilar a la Bandada!
Había cuatro mil gaviotas en la multitud asustadas por lo que había sucedido, y el grito de ¡DIABLO! cruzó entre ellas como viento en una tempestad oceánica. Brillantes los ojos, aguzados los picos, avanzaron para destruir.
-Pedro, ¿te parecería mejor si nos marchásemos? -preguntó Juan.
-Bueno, yo no pondría inconvenientes si…
Al instante se hallaron a un kilómetro de distancia, y los relampagueantes picos de la turba se cerraron en el vacío.
-¿Por qué será -se preguntó perplejo Juan- que no hay nada más difícil en el mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo puede probar por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando? ¿Por qué será tan difícil?
Pedro aún parpadeaba por el cambio de escenario.
-¿Qué hiciste ahora? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
-Dijiste que querías alejarte de la turba, ¿no?
-¡Sí! pero, ¿cómo has…?
-Como todo, Pedro. Práctica.
A la mañana siguiente, la Bandada había olvidado su demencia, pero no Pedro.
-Juan, ¿te acuerdas de lo que dijiste hace mucho tiempo acerca de amar lo suficiente a la Bandada como para volver a ella y ayudarla a aprender?
-Claro.
-No comprendo cómo te las arreglas para amar a una turba de pájaros que acaba de intentar matarte.
-¡Vamos, Pedro, no es eso lo que tú amas! Por cierto que no se debe amar el odio y el mal. Tienes que practicar y llegar a ver a la verdadera gaviota, ver el bien que hay en cada una, y ayudarlas a que lo vean en sí mismas. Eso es lo que quiero decir por amar. Es divertido, cuando le aprendes el truco. Re-cuerdo, por ejemplo, a cierto orgulloso pájaro, un tal Pedro Pablo Gaviota. Exilado reciente, listo para luchar hasta la muerte contra la Bandada, empezaba ya a construirse su propio y amargo infierno en los Lejanos Acantilados. Sin embargo, aquí lo tenemos ahora, construyendo su propio cielo, y guiando a toda la Bandada en la misma dirección.
Pedro miró a su instructor, y por un momento hubo miedo en sus ojos.
-¿Yo, guiando? ¿Qué quieres decir: yo guiando? Tú eres el instructor aquí. ¡Tú no puedes marcharte!
-¿Ah, no? ¿No piensas que hay acaso otras Bandadas, otros Pedros, que necesitan más a un instructor que ésta, que ya va camino de la luz?
-¿Yo? Juan, soy una simple gaviota, y tú eres…
-¿…el único Hijo de la Gran Gaviota, supongo? -Juan suspiró y miró hacia el mar-. Ya no me necesitas. Lo que necesitas es seguir encontrándote a ti mismo, un poco más cada día; a ese verdadero e ilimitado Pedro Gaviota. El es tu instructor. Tienes que comprenderle, y ponerlo en práctica.
Un momento más tarde el cuerpo de Juan trepidó en el aire, resplandeciente, y empezó a hacerse transparente.
-No dejes que se corran rumores tontos sobre mí, o que me hagan un dios. ¿De acuerdo, Pedro? Soy gaviota. Y quizá me encante volar…
-¡JUAN!
-Pobre Pedro. No creas lo que tus ojos te dicen. Sólo muestran limitaciones. Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar.
El resplandor se apagó. Y Juan Gaviota se desvaneció en el aire.

XII

Después de un tiempo, Pedro Gaviota se obligó a remontar el espacio y se enfrentó con un nuevo grupo de estudiantes, ansiosos de empezar su primera lección.
-Para comenzar -dijo pesadamente-, tenéis que comprender que una gaviota es una idea ilimitada de la libertad; una imagen de la Gran Gaviota, y todo vuestro cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que vuestro propio pensamiento.
Los jóvenes se miraron con extrañeza. ¡Vaya, hombre!, pensaron, eso no suena a una norma para hacer un rizo…
Pedro suspiró y empezó otra vez:
-¡ Hum!… ah… muy bien -dijo, y les miró críticamente-. Empecemos con el Vuelo Horizontal. -Y al decirlo, comprendió de pronto que, en verdad, su amigo no había sido más divino que el mismo Pedro.
¿No hay límites, Juan? pensó. ¡ Bueno, llegará entonces el día en que me apareceré en tu playa, y te enseñaré un par de cosas acerca del vuelo!
Y aunque intentó parecer adecuadamente severo ante sus alumnos, Pedro Gaviota les vio de pronto tal y como eran realmente, sólo por un momento, y más que gustarle, amó aquello que vio. ¿No hay límites, Juan?, pensó, y sonrió. Su carrera hacia el aprendizaje había empezado.

amor eterno

Amar Eterno

Las rosas rojas eran sus favoritas. Su nombre también era Rosa. Cada año su esposo se las mandaba atadas con un moño bonito.

El año que él murió, le entregaron las rosas a su puerta con una tarjeta que decía: Sé muy Valiente, igual que los años anteriores. Cada año le mandaba rosas y la tarjetita siempre decía: te amo más este año que el año pasado, en este día. Mi amor crecerá con cada año que transcurre.

Ella sabia que ésta sería la última vez que recibiría rosas. Pero, pensó que, tal vez las había ordenado antes de morir, puesto que no sabía lo que iba a suceder.

A él siempre le gustaba adelantarse, haciendo todo por si acaso estuviera muy ocupado para hacerlas en la fecha indicada. Por eso ella cortaba los tallos y las colocaba en un florero muy especial que ponía a un lado de su retrato. Después, se sentaba horas enteras viendo el retrato y las flores.

Pasó un año y era muy difícil vivir sin su pareja.

La soledad la había invadido y parecía su destino. Pero entonces, igual que en otros días de San Valentín, sonó la puerta y encontró las rosas. Entró con ellas en las manos y con gran asombro tomo el teléfono y llamó al florista.

Le contestó el dueño y ella le pidió que le explicara… ¿Quién quería causarle tanto daño? La respuesta fue:

Sé que su esposo murió hace más de un año y sabía que usted me llamaría. Las flores que usted acaba de recibir, fueron previamente pagadas.

Su esposo siempre adelantaba las cosas sin dejar nada al devenir. Hay un pedido en su expediente pagado por adelantado para que reciba éstas flores cada año.

También debe saber otra cosa; hay una notita especial escrita en una tarjeta. Esto lo hizo hace muchos años. Esta dice que si yo me enterase que él ya no esta, ésta tarjeta se la debo enviar a usted al año siguiente.

Rosa se mostró agradecida y colgó hecha un mar de lágrimas, con las manos temblorosas y lentamente tomo la tarjeta con la nota. La quedo viendo en un silencio total.

Leyó lo siguiente:

Hola mi amor, sé que hace más de un año que me fui. Espero no haya sido muy penoso recuperarte, sé lo solita que debes estar y sé que el dolor es verdadero, pues si fuera diferente sé como yo me sentiría.

El amor que compartimos hizo que todo en la vida se viera hermoso. Te quise más de lo que cualquier palabra puede expresar. Tú fuiste la esposa perfecta, fuiste mi amiga y amante, llenaste todo lo que anhelaba.

Sé que solo ha pasado un año, pero te pido que por favor no sufras más. Quiero que seas feliz aunque derrames lágrimas. Por eso las rosas te llegarán todos los años. Cuando las recibas piensa en la felicidad que tuvimos juntos y como fuimos bendecidos.

Siempre te amé y te seguiré amando; pero tú tienes que seguir viviendo. Por favor trata de encontrar felicidad mientras vivas. Sé que no será fácil; pero sé que encontrarás la forma.

Las rosas te seguirán llegando cada año, hasta el día en que no haya quien abra la puerta. El florista ha recibido instrucciones de tocar a tú puerta cinco veces el mismo día, por si saliste. El día que ya nadie la abra, sabrá a donde llevar las flores… en donde estemos reunidos.

***En la vida hay veces que encontramos una amistad especial, alguien que cambia nuestra vida con solo ser parte de ella. Alguien que nos haga creer que hay algo muy bonito y muy bueno en el mundo. Alguien que nos convence que hay una puerta cerrada esperando que se abra con la eterna amistad.

Cuentan que…-1132

Cuentan que Buda se negaba resueltemente a hablar de Dios.
Probablemente sabia de los peligros de hacer mapas para expertos en potencia.

Que una creencia religiosa es como un poste indicador que señala el camino hacia la verdad.Perolas personas que se obstinan en adherirse al indicador se ven impedidas de avanzar hacia la Verdad, porque tienen la falsa sensación de que ya la poseen.

Cuando la realidad choca contra una creencia rigidamente afirmada, la que sale perdiendo es la realidad.

No hay nada para lo cual el creyente inflexible encuentre explicacion.

Canciones de leon gieca

Leon Gieco – A La Luz Del Dia

A la luz del dia
le hace falta un guardian
muchas cosas ocurren sin ser vistas
vagabundo tambaleante
maniaticos en los parques
manchas que quedan para siempre
y la vieja que durmio anoche
en el umbral de mi puerta
.
A la luz del dia
le hace falta un guardian
muchas cosas ocurren sin ser vistas
corazon adormecido
de sentir siempre lo mismo
mucha gente que se la pasa
esperando a alguien para regresar
acompañado a su casa

El Imbécil

Sos de los que quieren que los chicos estén pidiendo guita y comida en las calles
Cerrás las ventanillas de tu auto falo, cuando los chicos te piden un mango
Cuidado Patri, guarda Ezequiel, cuidado el bolso con cosas de valor
Cuidado Nancy, poné el brazo adentro, de un manotazo te sacan el reloj

Soy su padre y les voy a explicar que piden para no trabajar
No tuvieron la suerte de ustedes de tener un padre como el que tienen

Sos de los que miran el retrovisor y cierran todo, todo justo a tiempo
Y esa manito que golpea el vidrio te hace revolcar en tus pobres triunfos
Cuidado tía, vos que en todos confiás, ese pañuelo que es de seda francesa
Cuidado chicos, miren sin mirar, porque estos entran enseguida en confianza

Soy su padre y les voy a explicar que piden para no trabajar
No tuvieron la suerte de ustedes de tener un padre como el que tienen

Sos un imbécil que a los chicos culpás de la pobreza y la mugre que hay
Que nunca te echen, rogale a tu Dios, porque en el culo te pondrás ese auto
No quiero que me limpien el parabrisas porque está limpio y lo van a ensuciar
No quiero que me pasen esa estampita, de alguna iglesia la habrán ido a robar

Soy su padre y les voy a explicar que piden para no trabajar
No tuvieron la suerte de ustedes de tener un padre como el que tienen

León Gieco

Leon Gieco – A Veces Mi Pueblo Azul Es Gris

Vengo desde un pueblo azul
donde el cardo juega con la luz
donde la tarde es tranquila
y es sencilla la tierra

Donde los ricos cantan
su grandeza y su riqueza
donde los pobres se escupen
su angustia y su pobreza

Vengo desde un pueblo azul
donde el viento no tiene longitud
donde tambien se puede ver
de naranja el amanecer

Leon Gieco – Adios, Hombre Viejo

Adios hombre viejo de la mente blanca
lugares profundos te andan reclamando
desde zonas virgenes de la tierra adentro

Esta mañana cayo sobre el campo
la primera helada que esperabas
tu sueño de marzo, tu sueño de marzo

Adios hombre viejo de la mente blanca
quizas algun dia bajo el puente roto
de tus pies raices florescan bervenas

No sientas miedo no sientas frio
mira que morir es tan natural
como nacer, como nacer

Leon Gieco – Ahora Caete Aquí

Quien pudiera tener
un poeta negro en su cabeza
Y andar , mh , mh
Quien pudiera curar
un corazon desgajado por la violencia
y andar , mh , mh.

Yo que una vez puse tierra en tus pies
ahora caete aqui que mi mente delira
delira , oh delira Oh , mi mente delira

Hacete un lugar que el angel ya murio
con su lengua torcida , en un arbol.
A todos los hombres que nacieron para
salvar un pais , los mataron, mh , mh.

Leon Gieco – Algo Fuerte Amigo

Hoy he visto a toda la gente escabullirse de miedo
animales vagabundiaban por la gran ciudad hambrientos
Algo fuerte amigo va a caer

Hoy he visto a unas viejas vestidas de negro llevando un cristo
llora llora la mujer de Alberto porque su marido esta muerto
Algo fuerte amigo va a caer

Toma Luis
Mañana es navidad
Un pan dulce y un poco de vino
Ya que no puedes comprar.

Toma Luis
Llévalo a tu casa
Y podrás junto con tu padre
La navidad festejar.

Mañana
No vengas a trabajar
Que el pueblo estará de fiesta
Y no habrá tristezas.

Señora
Gracias por lo que me da
Pero yo no puedo esto llevar
Porque mi vida no es de navidad.

Señora
Cree que mi pobreza
Llegará al final comiendo pan
El día de navidad.

Mi padre
Me dará algo mejor
Me dirá que Jesús es como yo
Entonces así podré seguir.

Viviendo, viviendo, viviendo

Leon Gieco – Algo Fuerte Amigo

Hoy he visto a toda la gente escabullirse de miedo
animales vagabundiaban por la gran ciudad hambrientos
Algo fuerte amigo va a caer

Hoy he visto a unas viejas vestidas de negro llevando un cristo
llora llora la mujer de Alberto porque su marido esta muerto
Algo fuerte amigo va a caer

Leon Gieco – Amigos Tengo Por Cientos

Amigos tengo por cientos
para toda mi delicia
yo lo digo sin malicia
con verdadero contento
yo soy amiga del viento
que rije por las alturas

Amiga de las honduras
con vueltas y torbellinos
amiga del aire fino
con toda su travesura.

Yo soy amigo del fuego
del astro mas relumbrante
porque en el cielo arrogante

camina como su dueño
amigo soy del ruiseñor
relampago de la luna

Con toda su donosura
alumbra la mar furiosa
y amigo de las frondosas
obscuridades nocturnas.

Amigo del solitario
lucero de la mañana
y de la brisa temprana
que brilla como un rosario
amiga del jardinario
del arco de las alianzas

Amiga soy de confianza
de nubes y nubarrones
tambien de los arreboles
en todas las circunstancias.

Amigo soy de la lluvia
porque es un arpa sonora
de alambres y de bordonas
que tuntunean con furia
amigo de las centuria
de los espacios tesoros
Y de los cerros sonoros
que guardan los granizales
amigo de los raudales
que entonan su lindo coro.

Amiga de la neblina
que ronda los horizontes
cordillerales y montes
con su presencia tan fina
la nieve por blanquesina
poblados y soledades

Bonanzas y tempestades
son mis amigos sinceros
pero mi canto el primero
de todas mis amistades

Leon Gieco – Aqui, Alla, Hoy O Mañana

Mi padre y mi madre me empujaron a la ciudad
aqui alla hoy o mañana
al tiempo no hay que darle la oportunidad de que pase en vano
aqui alla hoy o mañana

En este pueblo queda una casa tuya para volver cuando quieras
toma esto es para vos, unos pesos al partir
lo unico que te deseamos es que te vaya bien
hoy hoy que te vaya bien

Mi vida se hizo de cantar en cualquier lugar

Aqui alla hoy o mañana
extraño por unos dias a mi hija y a mi mujer
aqui alla hoy o mañana.

Cuando regreso tengo cosas nuevas para contar y regalar
toma esto es para vos esto es para las dos
y todo lo que compre es para los tres
hoy hoy es para los tres.

Leon Gieco – Ay Naranjal

Con mi caballo y mi lanza
ay, naranjal
encuentro los calchaquises llenos de azahar
en estos valles ariscos
me sobran totoras me falta el maizal

Nada me han hecho los leones
ay, naranjal
que me han de hacer esos tigres llenos de azahar
en estos valles ariscos
me sobran totoras me falta el maizal

Nadie ha de pisar mi sombra
ay, naranjal
ni ha de tocar mis raices llenas de azahar
en estos valles aruiscos
me sobran me falta el maizal

A mi me gustan los sauces
ay, naranjal
que me acaricien las crines llenos de azahar
en estos valles ariscos
me sobran totoras me falta el maizal

Leon Gieco – Bajaste Del Nortel

Bajaste del norte
sin más que cuatro hijos,
y aquel cielo de tus ojos
y una mujer que te aprendió a seguir.

Buscabas el peso
sin darte por vencido,
mas al final de cada día
las manos vacías volvías a encontrar.

Por eso te entiendo
cuando en un vaso te vas,
quien sabe adonde
buscando eso que llaman paz.

Y aunque sabés que te dicen
viejo borracho sos tan bueno
que ni siquiera al diablo los mandás,
los mandás.

Leon Gieco – Bajo El Sol De Bogota

Otra vez debajo del sol de Bogotá, clima caliente como el agua ardiente
mercado de diez mil cosas a la vez, se tranza el precio en las calles.

Deja que el Gamín te tumbe un poco de lo que traes
esa es la única forma que tienen para ganar.
Deja que el Gamín te tumbe un poco de lo que tráes
es una forma cariñosa que tienen en Bogotá. Uy uy uy uy uy uy uy uy

Monserrat vigila la historia silenciosa,
de que vaina vienes mamacita hermosa.
Por el mundo ruedan los mismos problemas,
el que la tiene se siente y el que no, tambien.

Deja que el Gamín te tumbe un poco de lo que traes
esa es la única forma que tienen para ganar.
Deja que el Gamín te tumbe un poco de lo que tráes
es una forma cariñosa que tienen en Bogotá.

Leon Gieco – Bandidos Rurales

Nacido en Santa Fe en 1894,
cerca de Cañada, de inmigrantes italianos
Juan Bautista lo llamaron, de apellido Bairoletto
Bailarín sagaz, desafiante y mujeriego
Winchester en el recado, dos armas cortas también,
un cuchillo atrás y un caballo alazán
Raya al medio con pañuelo, tatuaje en la piel,
quedó fuera de la ley, quedó fuera de la ley

Se enamoró de una mujer que pretendía un policía
lo golpeó, lo puso preso un tal Farach Elías
Andate de Castex le dijo, aquí tenemos leyes
Corría el año 1919
Antes de irse, fue al boliche a verlo al fulano
Con un 450 belga, revólver en mano
Le agujereó el cuello y lo dejo tirado ahí
Ahora sí fuera de la ley, ahora sí fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos populares, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

Por el mismo tiempo hubo otro bandolero
Por hurtos y vagancia, 19 veces preso
Al penal de Resistencia lo extradita el Paraguay
Allí conoce a Zamacola y Rossi por el 26
1897 en Monteros, Tucumán,
el día 3 de marzo lo dan por bien nacido
Segundo David Peralta, alias Mate Cocido,
también fuera de la ley, también fuera de la ley

Entre Campo Largo y Pampa del Infierno
el pagador de Bunge y Born le da 6000 por no ser muerto
Gran asalto al tren del Chaco, monte de Saenz Peña,
Anderson y Clayton firma algodonera
45.000 a Dreyfus le sacaron sin violencia
El gerente Ward de Quebrachales 13.000 le entrega
Secuestro a Negroni, Garbarini y Berzon
Resistió fuera de la ley, resistió fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos populares, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

Bairoletto cae en Colonia San Pedro de Atuel,
el ultimo balazo se lo pega él
El Ñato Vicente Gascón, gallego de 62,
con su vida en Pico pagó aquella traición
Sol, arena y soledad, cementerio de Alvear,
en su tumba hay flores, velas y placas de metal
El ultimo romántico lo llora Telma, su mujer,
muere fuera de la ley, muere fuera de la ley

No sabrán de mí, no entregaré mi cuerpo herido,
Quitilipi, Machagay, ¿donde está Mate Cocido?
Corría el 36 y lo quieren vivo o muerto
2.000 de recompensa, se callan los hacheros
Logró romper el cerco de un tal Cáceres torturador
de Gendarmería que tenía información
Herminia y Ramona dudan que lo hayan matado
a éste fuera de la ley, a éste fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos populares, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

En un lugar neutral, creo que por Buenos Aires,
se conocen dos hermanos de este barro, de esta sangre,
y dejan un pedazo del pasado aquí sellado
y deciden golpear al que se roba el quebrachal
Por eso las dos bandas cerquita de Cote Lai
mataron a un tal Mieres, mayordomo de La Forestal
Se rompió el silencio en balas, robo que no pudo ser
Dos fuera de la ley, dos fuera de la ley

Martina Chapanai, bandolera de San Juan,
Juan Cuello, Juan Moreira, Gato Moro y Brunel,
El Tigre de Quequén, Guayama el Manco Frías,
Barrientos y Velázquez, Cardoso y Cubillas,
Gaucho Gil, José Dolores, Gaucho Lega y Alarcón,
bandidos populares de leyenda y corazón
Queridos por anarcos, pobres y pupilas de burdel
Todos fuera de la ley, todos fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos populares, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

Leon Gieco – Benjamin El Pastor

Jamás has notado
que liviano caen los sueños
de los pájaros
en silencio

Jamás has notado
que tenerle miedo a la gente
es irse de cabeza
hacia el centro de la tierra

Benjamín era casi un pastor
pero le faltaba saber
que por el mundo había
muchas ovejas muertas

Jamás has notado
que los árboles sencillos
pueden crecer y levantarse
en cualquier sitio

Jamás has notado
que pocas palabras quedan
en la cabeza
de los poetas

Leon Gieco – Blues De Los Plomos

Son las diez , y otra vez todo empieza
el show de hoy tampoco debe esperar

Y aunque piense que hoy voy a encontrarte
muy dentro mio se que alli no estaras

Un nuevo escenario me espera
mientras algunos nos miran armar

Sube la banda y marcando cuatro
este blues se volvio a escuchar

Yo soy el que arma un banda de rock
yo soy el que espera verte en cada show

Siempre es lo mismo , con esta suerte
nunca volvere a verte otra vez

Leon Gieco – Buenos Aires( De Tus Amores)

A la cruz de tus ojos, en madrugada,
se pierde el mal
Un nuevo día es tanto
que hace bien y que salva
Te vi bailando sola
entre exceso y discreción,
buscando historia, juntando años
Sobre mí se abre tu flor de humedad

En muchos de tus lugares
con el amor no alcanza
Hasta un buen corazón
puede perder la calma
Dame de lo que puedas,
o se perderá para siempre
Todo lo que cayó ardió dos veces
Sobre mí se abre tu flor de humedad

Buenos Aires, ciudad del sino,
duende de un destino
Ante la luz de tus amores, de tu misterio divino,
hoy no sé, mañana tal vez, caiga rendido

El tiempo y el agua que tiene hoy este río
aún no pudo apagar tanto fuego caído
Vicios de sociedad
que está esperando un milagro
Algunos los que van, otros clavados al barro
Sobre mí se abre tu flor de humedad

Se van juntando almas,
símbolo de un sueño que nace
Tantos años de lucha,
por tus rincones y calles
Prisionero fugaz que está con vos y con otra
Boca roja de tango que me provoca
Sobre mí se abre tu flor de humedad

Buenos Aires, ciudad del sino,
duende de un destino
Ante la luz de tus amores, de tu misterio divino,
hoy no sé, mañana tal vez, caiga rendido

Leon Gieco – Campesinos Del Norte

La tierra esta dormida y el sol ya la despierta
y trae despacio el dia
sube el carro lento tirado por bueyes mansos
.
Caminos de piedra santas color blancas
flores color lila al pasar
sobre el carro viejo campesinos van a trabajar
.
Saben que a las doce una campana sonara
y tristes vendran donde hay poco pan
y con vino del valle se pondran alegres a cantar
.
Quema el sol muy fuerte su piel y sus fuerzas
pero pronto la noche llegara
y juntos vendran lento caminar a su hogar
.
Suena la campana y apuran su marcha
y tristes vendran donde hay poco pan
y con vino del valle se pondran alegres a cantar

Leon Gieco – Camino De Llamas

Caminito de llamas
que el tiempo borro
va hacia donde descansa
derrotado un Dios.
.
Alegria del rio
que no juega mas
vieja danza del tiempo
se bebio el final.
.
Campanita de palo
que persigue al sol
de la luna oracion
dueña del sueño.
.
Pajarito suelto tumbita de este tiempo
el mundo hoy pelea sin vos
Yo aqui desespero vos elegis la flor
algun dia quizas cambie norte y sur
las estrellas la tierra y las nubes.

Leon Gieco – Cada Dia Somos Mas

Dia tras dia los tiempos cambian
y son nuevas las mañanas
cada hombre joven con sus fuerzas
ya quieren la tierra libre pisar
Todos canten, todos gritan, todos vivan
que estos son tiempos de pensar
y cada dia somos mas
que estos son tiempos de pensar
y cada dia somos mas
Dia tras dia se abre la esperanza
de que tenga cada uno un lugar
mentes calladas ya despiertan
a latidos de sus almas
… estos son tiempos de pensar
que cada dia somos mas

Leon Gieco – Cachito, Campeon De Corrientes

Desde Corrientes a Buenos Aires un señor lo vino a buscar
cuando estacionó su auto vino el barrio a saludar
Chau Cachito chau vas a ser el campeón
desde aquí te alentaremos por la televisión oyoyo oyoyo oyoyo
.
En la noche del debut Corrientes estaba prendido
y un solo grito se oyó cuando el correntino entró
Vamos Cachito vamos debes ser el campeón
desde aquí te alentaremos por la televisión.
.
El correntino saltarín mostraba su inocencia
y entre las cuerdas se vió sangrar sus redondas cejas
Que pensará mi madre ay, ay si que pensará
que pensará mi barrio ay, ay si que pensará
.
Que me estará pasando que no lo puedo parar
este me está matando de verdad
Como estará mi madre ay, ay si como estará
como estará mi pueblo ay, ay si como estará.
.
Llora Corrientes llora la derrota de su campeón
el jueves llega Cachito en el micro de las dos
Y ese señor del auto no aparece por Corrientes
porque dice que es suficiente el dinero que ganó.

Leon Gieco – John El Cowboy

Dicen que en un tiempo atras vivia John Lennon amigo del pueblo
con sus pistolas cargadas y no respetaba en su vida la ley
la señora del alcalde lo esperaba en las noches a John
el cura, las prostitutas y la gorda vieja dueña del salon
y la gorda vieja dueña del salon
Un dia en un caballo muy viejo enterro al sheriff de ese lugar
sobre su tumba piso un dolar y una placa diciendo ladron
en pocos dias mato a los ayudantes y ahorco al señor juez
tiro tres tiros al aire y dijo que el pueblo estaba en libertad
y dijo que el pueblo estaba en libertad
Tres dias despues llego el ejercito cargado de indios muertos
despues de violar a las mujeres mataron en el pueblo a John
asi termina la historia de un pueblo y de un hombre cargado de honor
y no voy a estar negando que en todos los pueblos algo asi ocurrio
que en todos lo pueblos algo asi ocurrio

Leon Gieco – Cancion Para Carito

Sentado solo en un banco en la ciudad
con tu mirada recordando el litoral
tu suerte quiso estar partida
mitad verdad, mitad mentira,
como esperanza de los pobres prometida.
Andando solo bajo la llovizna gris
fingiendo duro que tu vida fue de aquí
porque cambiaste un mar de gente
por donde gobierna la flor
mirá que el río nunca regaló el color.
Carito, suelta tu pena,
se haga diamante tu lágrima
entre mis cuerdas.
Carito, suelta tu piedra
para volar como el zorzal
en primavera.
En Buenos Aires los zapatos son modernos
pero no lucen como en la plaza de un pueblo
dejá que tu luz chiquitita
hable en secreto a la canción
para que te ilumine un poco más el sol.
Cualquier semilla, cuando es planta, quiere ver
la misma estrella de aquel atardecer
que la salvó del pico agudo
refugiándola al oscuro
de la gaviota arrasadora de los surcos.
Carito, yo soy tu amigo,
me ofrezco árbol
para tu nido.
Carito, suelta tu canto,
que el abanico en mi acordeón
lo está esperando.

Leon Gieco – Canción Para Luchar

Canción para cantar
unidos y haciendo frente
a la intolerancia ciega
de unos pocos dementes
que arrastran en su discurso
la sangre de un pueblo débil
Canción para aclarar
las cosas que están pendientes,
justicia que queda chica
donde la vida no vale
Por tantos gobiernos sordos
más fotos y más escraches
Canción del bien, canción del mal
Para reír, para luchar
Si hoy voy por vos, yo esperaré
Si me llamás, aquí estaré
Canción para decir
las cosas que pocos dicen
Por lo general, la gente
si no le pasa, no siente
Y así todo se repite
y así nunca se lo aprende
Canción para sacar
más fuerzas de la galera,
de este mundo de magias
y de maldad verdadera
Hoy salvo a muchos del hambre
y enveneno cielo y tierra

Leon Gieco – Cola De Amor

No me queda bien estar fingiendo
aqui parado cualquier día me deja bien
A veces sin rumbo cola de amor
voy a buscarte espero aqui o me voy.
Miran otros ojos alrededor
no creo que alguien pueda robarme este amor
Más de diez años más que los vientos más un dolor
no creo que alguien pueda robarme este amor.
Para poder seguir tengo que empezar todo de nuevo
un canto libre para la luna y para vos
En una orilla todos los dias descansaran
y con un sueño en un lugar y con un sueño en un lugar
y con un sueño en un lugar te espero.
No me queda bien estar fingiendo
aqui parado cualquier linea me deja bien
A veces sin rumbo cola de amor
voy a buscarte espero aqui o me voy.
Para poder seguir tengo que empazar todo de nuevo
un canto libre para la luna y para vos
En una orilla todos los dias descansaran
y con un sueo en un lugar y con un sueo en un lugar
y con un sueo en un lugar te espero.

Leon Gieco – Cuando Me Muera Quiero

Cuando me muera quiero
alguna amplia sonrisa
y un esparcir sutil de mis cenizas
libres por fin al viento
Cuando me muera quiero
tan solo algunos amantes
que encierren en sus manos
algunos de mis sueños
tan solo unos instantes.
Cuando me muera quiero
que algun amigo errante
al son de sus latidos
guie sus pasos detras del viento
Cuando me muera quiero
poder nacer en alguien
y en un pastizal o bajo algun cerezo
decidase el eterno caminante

Leon Gieco – De Igual A Igual

Soy bolita en Italia,
soy colombo en Nueva York,
soy sudaca por España
y paragua de Asunción
Español en Argentina,
alemán en Salvador,
un francés se fue pa’ Chile,
japonés en Ecuador
El mundo está amueblado
con maderas del Brasil
y hay grandes agujeros
en la selva misionera
Europa no recuerda
de los barcos que mandó
Gente herida por la guerra
esta tierra la salvó
Si me pedís que vuelva otra vez donde nací
yo pido que tu empresa se vaya de mi país
Y así será de igual a igual
Y así será de igual a igual
Tico, nica, el boricua,
arjo, mejo, el panameño
hacen cola en la Embajada
para conseguir un sueño
En tanto el gran ladrón,
lleno de antecedentes,
si lo para Inmigración
pide por el presidente
Los llamados ilegales
que no tienen documentos
son desesperanzados
sin trabajo y sin aliento
Ilegales son los que
dejaron ir a Pinochet
Inglaterra se jactaba
de su honor y de su ley

Leon Gieco – Del Mismo Barro

cuando tenia solo 18
llegaba a buenos aires.
era marzo de neblinas
del tren baje temblando
pareciamos todos del mismo barro
los almendros saludaban
al ultimo gran verano
lamentaban no hacer mas sombra
a unos gatos naufragando.
pareciamos esperanzas caminando
donde quedo esa cancion
quizas adentro del corazon
todabia quedaba algo
del libro de primer grado
se saludaban los pelos largos
cuando en las calles se cruzaban
pareciamos todos del mismo barro
lucy traia uno diamantes
de un mundo inesperado.
francia en colores del dia domingo
marcha de los estudiantes
pareciamos esperanzas caminando
donde quedo esa cancion
quizas adentro del corazon
nunca creimos todo lo que nos paso

Leon Gieco – Desde Tu Corazon

dudo que se pierda aquel viejo recuerdo
me prendo en su cola en cualquier momento
dime si voy, me doy un baño y me voy
hacia tu invitacion
mi vida siempre que palpita tu amor
en aquel pueblo chico del sol
justificando mi cabeza perdida
quiza siempre te diga que todo ya paso
es que a cierta edad hay un inmensa pared
que a veces en preciso volver a saltar
desde tu corazon nuevamente.
dudo si alguna vez yo me pregunte
sobre que mundo he parado mis pies
dime perque, viejo recuerdo, porque
me haces mirar atras
presiento que todas mis fuerzas no estan
cavalgando hacia el mismo lugar.
suelta mi brazo que me estan esperando
no me hagas moriri solitario.
es que a cierta edad hay un inmensa pared
que a veces en preciso volver a saltar
desde tu corazon nuevamente.

Leon Gieco – Dime Que Estás Llorando

Cuando se queman las ideas
quedan cenizas en la cabeza
cuanto falta para que comprendan
que hay que escuchar para hablar
Dime que estas llorando
y gritare feliz
dime que estas llorando
y sabre que vivis todavia
Si en tu camino hay piedras
retiralas que abajo hay hierba
queda tu corazon con lagrimas
y podras seguir adelante
Grita por las calles y si te matan
quedara tu grito resonando
Quien te dijo amigo que
lo sucedido no se puede mejor
los que ponen precios a los hombres
estan fuera de la ley
Cuida bien tu cabeza
que hay quienes pagan por ella
cuida Dios a los hombres
que no estan por defendernos

Leon Gieco – El Fantasma De Canterville

Yo era un hombre bueno si hay alguien bueno en este lugar
Pague todas mi deudas y mi oportunidad de amar
Sin embargo estoy tirado, y nadie se acuerda de mi
Paso a traves de la gente como el fantasma de canterville
.
Me han ofendido mucho y nadie dio una explicacion
Ay si pudiera matarlos lo haria sin ningun temor
Pero siempre fui un tonto que creyo en la legalidad
Ahora que estoy afuera ya se lo que es la libertad
.
Ahora que puedo amarte yo voy amarte de verdad
Mientras me quede aire calor nunca te va a faltar
Y jamas volvere a fijarme en la cara de los demas
Esa careta idiota que tira y tira para atras
.
He muerto muchas veces acribillado en la ciudad
Pero es mejor ser muerto que un numero que viene y va
Y en mi tumba tengo discos y cosas que no me hacen mal
Despues de muerta nena , vos me vendras a visitar
Despues de muerta nena , vos me vendras a visitar

Leon Gieco – En El Pais De La Libertad

Busquenme donde se esconde el sol deonde alla una canción , busquenme a orillas del mar besando la espuma y la sal
busquenme me encontraran en el pais de la libertad busquen me me encontraran en el pais de la libertad
Busquenme donde se detiene el viento donde aya paz y no exista el tiempo donde el sol seca las lagrimas de las nubes en las mañanas
busquenme me encontraran en el pais de la libertad busquen me me encontraran en el pais de la libertad
busquen me me encontraran en el pais de la libertad
gracias milton

Leon Gieco – Hombres De Hierro

larga muchacho tu voz joven
como larga la luz el sol
que anque tenga que estrellarse
contra un paredon,
que anque tenga que estrellarse
se didvidira en 2
suelta muchacho tus pensamientos
como anda suelto el viento
so la esperanza y la voz que vendra
a floreces la nueva tierra
hombres de hierro que no escuchan la voz
hombres de hierro que no escuchan el grito
gente que avanza se puede matar
pero los pensamientos quedaran
puntas agudas ensucian el cielo
como la sangre en la tierra
dile a los hombres que traten de usar
a cambio de las armas su cabeza
hombres de hierro que no escuchan la voz
hombres de hierro que no escuchan el grito
gente que avanza se puede matar
pero los pensamientos quedaran

Leon Gieco – Hombres De Hierro

larga muchacho tu voz joven
como larga la luz el sol
que anque tenga que estrellarse
contra un paredon,
que anque tenga que estrellarse
se didvidira en 2
suelta muchacho tus pensamientos
como anda suelto el viento
so la esperanza y la voz que vendra
a floreces la nueva tierra
hombres de hierro que no escuchan la voz
hombres de hierro que no escuchan el grito
gente que avanza se puede matar
pero los pensamientos quedaran
puntas agudas ensucian el cielo
como la sangre en la tierra
dile a los hombres que traten de usar
a cambio de las armas su cabeza
hombres de hierro que no escuchan la voz
hombres de hierro que no escuchan el grito
gente que avanza se puede matar
pero los pensamientos quedaran

Leon Gieco – Idolos De Los Quemados

Soy mezcla de baguala, Internet y tango viejo
No hay nada más hermoso
que el lunfardo de Rivero
Cuando voy con Don Sixto
por calles del buen aire
jamás nos detenemos a mirar el afichaje
Es parte del folklore
Es parte del derroche
Soy mezcla de baguala, Internet y tango viejo
No hay nada más hermoso
que el lunfardo de Rivero
Sueño ir por Buenos Aires
y con Sabat tomar un café
para volar un ratito con las alas de Gardel
Un sueño del 2001
y del 3000 también
Cuando partí, mi viejo me aconsejó que no viviera
en San Miguel, Moreno, Ituzaingó o en Haedo
“Andá directamente donde están los presidentes”
Por eso, en Moreno 411 y Defensa,
en una pensión mugrienta,
se alojó este cabeza
Cuando no hay opción, el pueblo sufre y se la banca
Y aunque es medio quedado nunca irá para la Plaza
La Plaza es de los años y de las madres santas
que buscan a sus hijos y los seguirán buscando
Es parte de la historia
Es parte de la sangre
Le doy una limosna a Martín Fierro y al Quijote
que están cansados de luchar pidiendo en Plaza Once
No me trates como un Dios,
soy sólo un bolso que hace shows
Extraño a mi vieja en el síndrome del batón
Soy un muñeco roto
junto a la Biblia y el calefón
Hay un viejo podrido que quemó el jardín florido
y tiene un hijo imbécil con la cara de asesino
Sabemos que este pueblo aún vive de promesas
Las minas argentinas fueron más después de Eva
De que las hay, las hay
Nunca tendrás tu calle, Alsogaray
Comprame, soy barato,
canto gratis por los barrios
Como no entro en tu target
no me pases por tu radio
Yo digo cárcel y castigo a corruptos y asesinos
Si la ley no alcanza, sos persona que no es grata
Me hice ateo, nomás,
Videla usó mi Dios para matar
Vos que le echas la culpa
a bolivianos y peruanos,
a los que cortan rutas
o están sus tierras reclamando,
no seas tan tarado, el que te jode está a tu lado
Los diarios le dan tapa y la tele un buen horario,
se sienta a cualquier mesa
a negociar la sangre nueva
Soy un guerrero más
de este rock que está quebrado
Estoy para el mangazo
Soy el ídolo de los quemados
No sé muy bien adonde voy,
misterios tiene la canción
Me gusta la tranquilidad de un cementerio viejo
Temele a los vivos
Nunca te harán daño los muertos

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