Vislumbres de una infancia dorada (libro)
OSHO
Vislumbres
de una
infancia dorada
La autobiografía de un rebelde iluminado
Empecé a leer las primeras sesiones de este libro en una librería que te permite hojear los ejemplares durante mucho tiempo sin necesidad de comprarlos. Así que me senté y me puse a leer los primeros capítulos y me di cuenta que no podía continuar mi lectura con normalidad, porque se me empezaban a llenar los ojos de lágrimas delante de muchas personas.
Y es que es una autobiografía emotiva, sincera, divertida, profunda. Sin pensarlo realiza una técnica que en narrativa se denomina cajas chinas. Esta característica del libro obedece a su hablar, que es de entradas y salidas y carece de linealidad. Una idea, conecta a otra idea, como Las mil y una noches. Así que dentro de una historia te encuentras con otra historia, que te recuerda a otra y se vuelve un juego consecutivo. Es un recurso cautivante que te seduce a no interrumpir tu lectura y te invita a continuar buscando el fin de alguna de ellas. Algunas historias promete terminarlas en los siguientes capítulos. A veces cumple, otras no. El libro en ningún momento dejó de sorprenderme. Espero que el mismo efecto cause en ti
Ma deva Yatri
Sesión 1
Es una hermosa mañana. El sol sigue saliendo una y otra vez pero siempre es nuevo. No envejece nunca. Los científicos dicen que tiene millones de años. ¡Bobadas! Lo veo todos los días. Siempre es nuevo. Nada envejece. Pero los científicos son enterradores, por eso digo que tienen ese aspecto tan grave, tan serio. Esta mañana se vuelve a repetir el milagro de la existencia. Está sucediendo en cada momento, aunque sólo lo descubren unos pocos, muy, muy pocos.
La palabra «descubrir» es muy hermosa. Descubrir el momento tal como es, verlo tal como es, sin añadir nada, sin suprimir nada, sin ningún trabajo de edición; verlo tal como es, como un espejo… Gracias a Dios, el espejo no edita; si no, no habría ni una sola cara en el mundo que se ajustase a sus requisitos, ni siquiera la de Cleopatra. No habría ninguna cara adecuada para el espejo, por el simple hecho de que si te empieza a recortar, a editar y a añadir te empezará a destruir. Pero los espejos no son destructivos. Hasta el espejo más feo es hermoso en su indestructibilidad. Simplemente refleja.
Antes de entrar en vuestra Arca de Noé estaba de pie mirando el amanecer…, tan hermoso, al menos hoy, ¿y a quién le importa el mañana…? El mañana nunca llega. Jesús dice: «No pienses en el mañana…»
Hoy hace un día tan espléndido que por un momento me acordé de la formidable belleza del amanecer en los Himalayas. Allí, cuando estás rodeado de nieve y los árboles parecen novias, como si hubiesen florecido con flores blancas de nieve, a uno le dejan de interesar los llamados peces gordos, los primeros ministros, los presidentes mundiales y los reyes y reinas. De hecho, los reyes y las reinas acabarán existiendo solamente en las barajas, que es donde les corresponde estar. Y los presidentes y primeros ministros ocuparán el lugar de los comodines. No se merecen nada mejor.
Esos árboles de las montañas con sus flores blancas de nieve…, y siempre que veía caer la nieve de sus hojas me venía a la memoria un árbol de mi infancia. Ese tipo de árbol sólo crece en India; se llama madhumalti; madhu significa dulce, malti significa reina. Jamás he conocido una fragancia más maravillosa y más penetrante; ya sabéis que soy alérgico al perfume, por eso lo distingo inmediatamente. Soy muy sensible al perfume.
El madhumalti es el árbol más bello que os podáis imaginar. Dios lo debió crear el séptimo día. Liberado de todas las preocupaciones y las prisas del mundo, habiendo acabado con todo, incluso con hombres y mujeres, debe haber creado el madhumalti en su día libre, en un día de fiesta, un domingo…, por esa vieja costumbre de crear. Es difícil librarse de los viejos hábitos.
El madhumalti florece con miles de flores al mismo tiempo. No sólo una flor aquí y otra allá, no; ése no es el estilo del madhumalti, ni el mío tampoco. El madhumalti florece con riqueza, con lujo, con abundancia; miles de flores, tantas que no puedes ver las hojas. El árbol se cubre completamente de flores blancas.
Los árboles cubiertos de nieve siempre me han recordado al madhumalti. Claro, que no tienen perfume, para mí es una suerte que la nieve no tenga perfume. Es una lástima no poder volver a tener las flores del madhumalti en mis manos. La fragancia es tan fuerte que se esparce a lo largo de kilómetros, y recuerda que no estoy exagerando. Basta un solo madhumalti para llenar todo el barrio con su inmenso perfume.
Adoro los Himalayas. Me hubiera gustado morir allí. Es el lugar más bello para morir; para vivir también, por supuesto, pero en lo que se refiere a morir es el sitio por excelencia. Allí es donde murió Lao Tzu. En los valles de los Himalayas murió Buda, murió Jesús, murió Moisés. No hay ninguna otra montaña que se pueda atribuir a Moisés, a Jesús, a Lao Tzu, a Buda, a Bodhidharma, a Milarepa, a Marpa, a Tilopa, a Naropa y a miles de personas más.
Suiza es hermosa pero no se puede comparar con los Himalayas. Es muy cómodo estar en Suiza con todos sus adelantos modernos. Es muy incómodo estar en los Himalayas. Todavía no ha llegado ningún tipo de tecnología; ni carreteras, ni electricidad, ni aviones, ni ferrocarril, nada de nada. Pero entonces es cuando surge la inocencia. Uno es transportado a otro tiempo, a otro ser, a otro espacio.
Me hubiese gustado morir allí; y esta mañana, de pie, contemplando el amanecer, me sentí aliviado al saber que no pasa nada si me muero aquí, especialmente en un día tan hermoso como hoy. Y elegiré morirme un día en el que me sienta parte de los Himalayas. Para mí la muerte no es sólo un final, un punto final. No; para mí la muerte es una celebración.
El recuerdo de la nieve cayendo de los árboles, como flores cayendo del madhumalti, me ha inspirado un haiku…..
Los gansos salvajes
No pretenden reflejarse.
El agua no tiene mente
Para recibir sus imágenes.
¡Ah! qué hermoso. Los gansos salvajes no pretenden reflejarse, y el agua tampoco tiene intención de recibir el reflejo y, sin embargo, el reflejo está ahí. Ésa es la belleza. Nadie se lo ha propuesto pero está ahí; Esto es lo que yo llamo comunión. Siempre he odiado la comunicación. La comunicación es repugnante para mí. Puedes ver cómo sucede entre marido y mujer, entre jefe y criado, y así sucesivamente. En realidad, no sucede nunca. Mi palabra es comunión.
Veo el Buda Hall con toda mi gente…, sólo un instante, como un destello, tantos momentos de comunión. No es solamente una reunión; no es una iglesia. La gente no viene aquí como un trámite. La gente viene a mí, no al sitio. Siempre que hay un maestro y un discípulo (aunque sólo fuese un maestro y un discípulo, eso no importa) se produce una comunión. Está sucediendo ahora mismo aunque sólo estéis vosotros cuatro. Probablemente, ni siquiera sea capaz de contar con los ojos cerrados, menos mal; sólo así se puede permanecer en el mundo de lo incontable…, y además, ¡libre de impuestos! Cuando aprendes a contar aparecen los impuestos. Soy incontable, nadie me ha aplicado ningún impuesto.
Yo era profesor en la universidad. Cuando me quisieron aumentar el salario les dije que no. El rector no daba crédito.
-¿Por qué no? -me preguntó.
-Si cobrase más de lo que cobro ahora -le respondí- tendría que pagar impuestos, y odio los impuestos. Prefiero seguir con el mismo sueldo a cobrar más y que me molesten los inspectores de Hacienda.
Nunca rebasé el límite permitido para no tener que pagar Impuestos.
Jamás he pagado el impuesto sobre la renta; de hecho no tengo ingresos. He estado dando al mundo, no he tomado nada del mundo. Se trata de un desembolso, no de un ingreso. He entregado mi corazón y mi ser.
¡Menos mal que las flores están libres de impuestos, si no, dejarían de florecer; menos mal que la nieve está libre de impuestos, si no, no nevaría, creedme!
Debo deciros que tras la revolución rusa algo ocurrió con los genios rusos. Todos desaparecieron: León Tolstói, Fedor Dostoievski, Turgénev, Máximo Gorki. Sin embargo, en la Rusia actual, los escritores, los novelistas y los artistas son las personas mejor remuneradas y más respetadas. ¿Qué ha ocurrido? ¿Entonces, por qué ya no se escriben libros como Los hermanos Karamazov, Anna Karenina, Padres e hijos, La madre o Apuntes desde la tumba? ¿Por qué? Miles de veces me he preguntado: ¿por qué? ¿Qué le ha sucedido a los geniales novelistas rusos?
No creo que ningún otro país pueda competir con Rusia. Si seleccionas las diez mejores novelas del mundo, necesariamente tendrás que incluir cinco novelas rusas, dejando las otras cinco para el resto del mundo. ¿Qué ha sido de esa fabulosa genialidad? ¡Ha muerto! No se puede dar órdenes a las flores, para ellas no existen los diez mandamientos. Las flores florecen, no les puedes ordenar que florezcan. La nieve cae, no puedes decretar un mandamiento, no puedes fijar una fecha. Eso es imposible y lo mismo sucede con los Budas. Dicen lo que quieren decir, cuando lo quieren decir. Son capaces de decir, incluso a una sola persona, lo que todo el mundo habría querido escuchar.
Ahora estáis ahí, seguramente sólo cuatro personas. Digo «seguramente» porque no se me dan bien las matemáticas, y con los ojos cerrados…, os podéis imaginar…, y con lágrimas en los ojos, no porque estéis aquí presentes sólo cuatro personas, sino por esta mañana tan hermosa, por el amanecer.
Gracias a Dios. Él piensa en mí; aunque no exista, piensa en mí. Yo lo niego y, sin embargo, sigue pensando en mí. El gran Dios. La existencia parece ocuparse. Pero no conoces los caminos de la existencia; son impredecibles. Siempre he amado lo impredecible.
Mis lágrimas son por el amanecer. La existencia me ha cuidado. Yo no se lo había pedido. Tampoco me respondió. Aun así ha habido un cuidado. Los gansos salvajes no pretenden proyectar su reflejo. El agua no se propone reflejar sus imágenes…
Así es como estoy hablando. No sé cuál va a ser la frase siguiente, o si va a haberla. La incertidumbre es hermosa.
Recuerdo otra vez la aldea donde nací. Para empezar, es incomprensible por qué la existencia eligió ese pueblecito. Es como tenía que ser. El pueblo era precioso. He viajado a lo ancho y a lo largo, pero nunca he visto una belleza equiparable. Uno nunca vuelve a lo mismo. Las cosas vienen y van, pero nunca es lo mismo.
Puedo verlo todavía, un pequeño pueblo. Unas cuantas cabañas cerca de un estanque y los altos árboles donde solía jugar. En el pueblo no había escuela. Esto tiene mucha relevancia porque, durante casi nueve años, no recibí educación, y esos son los años más importantes. Después, aunque lo intenten, ya no te pueden educar. En cierto sentido, todavía sigo sin educar, aunque tenga muchos títulos. Cualquier persona carente de educación los podría conseguir. Y no cualquier título, sino un título de maestro de primera categoría; eso también lo puede hacer cualquier tonto. Todos los años lo hacen tantos tontos que no tiene importancia. Lo importante es que durante los primeros años no recibí educación. No había colegio, ni carretera, ni ferrocarril, ni oficina de correos. ¡Qué bendición! Ese pequeño pueblo era todo un mundo. Incluso en mis épocas alejado de aquel pueblo seguía en ese mundo, sin educar.
He leído el famoso libro de Ruskin Unto this Last, y mientras lo leía estaba pensando en el pueblo. Unto this Last…, ese pueblo permanece inalterable. No hay carreteras que lo comuniquen ni ferrocarril que lo cruce, ni siquiera ahora, después de cincuenta años; no hay oficina de correos, ni comisaría, ni médico; de hecho, nadie se pone enfermo en ese pueblo porque es muy puro y no hay contaminación. He conocido a gente del pueblo que nunca ha visto un tren, que se pregunta cómo será, que ni siquiera ha visto un autobús o un coche. No han salido nunca del pueblo. Viven felices y tranquilos.
El lugar donde nací, Kuchwada, era un pueblo donde no había ferrocarril ni oficina de correos. Había unas colinas, mejor dicho, unos montículos, pero también había un lago precioso y algunas cabañas, cabañas de paja. La única casa de ladrillos que había es donde yo nací, y tampoco era una gran casa. No era más que una casita.
Me acuerdo de ella y puedo describir cada detalle…, pero más que de la casa o del pueblo, me acuerdo de la gente. Aunque me he topado con millones de personas, las de ese pueblo eran más inocentes que ninguna, porque eran muy primitivas. No sabían nada del mundo. En el pueblo no había entrado ni un periódico. Ahora podéis entender por qué no había escuela, ni siquiera una escuela primaria… ¡Qué bendición! Los niños modernos no se lo pueden permitir.
Durante esos años no recibí educación, y fueron los más hermosos.
Sí; debo confesar que tuve un profesor particular. Ese primer maestro también era analfabeto. No me instruía, sino que intentaba aprender mientras me enseñaba. Puede ser que conociera el famoso dicho «la mejor manera de aprender es enseñar», pero era un buen hombre, amable, no era el típico profesor antipático. Para ser profesor hay que ser antipático. Es parte de la profesión. Él era agradable; muy delicado, como la mantequilla. Os tengo que confesar que le solía pegar; pero no me lo devolvía, simplemente se reía y decía:
-Eres un niño y me puedes pegar. Yo soy un anciano, y no te lo puedo devolver. Cuando seas mayor lo entenderás.
Eso es lo que me dijo, y es verdad, lo entiendo…
Era un aldeano simpático y tenía una gran intuición. A veces la gente de pueblo tiene una intuición de la que carecen las personas civilizadas. Yeso me recuerda…
Va una mujer bonita a la playa. Viendo que no hay nadie alrededor, se desnuda. Justo antes de entrar en el agua un viejo le para y le dice: -Señora, soy el policía del pueblo. Está prohibido bañarse en esta playa. La mujer le mira sorprendida y pregunta: -Entonces, ¿por qué no me ha impedido que me desnudara? El viejo no puede parar de reírse, y le dice con lágrimas en los ojos: -¡Porque no está prohibido desnudarse, por eso he esperado detrás de un árbol!
Un aldeano increíble…, ése es el tipo de gente que vivía en el pueblo, gente sencilla. El pueblo estaba rodeado de pequeñas colinas y había un estanque. Sólo Basho puede describir ese estanque. Y tampoco lo describe, simplemente dice:
El viejo estanque Salta la rana ¡Plop!
¿Es esto una descripción? Sólo se menciona el estanque y la rana. No hay descripción del estanque o de la rana…, ¡Y plop!
En el pueblo había un viejo estanque, muy antiguo y rodeado de viejos árboles, tal vez tuviesen cientos de años, y hermosas rocas alrededor…, y, naturalmente, saltaban las ranas. Día tras día podías oír el «plop» una y otra vez. El sonido de las ranas al saltar contribuía realmente al silencio reinante. Ese sonido enriquecía el silencio, lo hacía más elocuente.
Esa es la belleza de Basho: podía describir algo sin tener que describirlo. Podía decir algo sin pronunciar ni una sola palabra. «iPlop!» Pero, ¿es eso una palabra? No hay ninguna palabra que pueda hacer justicia al sonido de una rana saltando al viejo estanque, pero Basho le hizo justicia.
Yo no soy Basho, y el pueblo necesitaba un Basho. Probablemente, él hubiera hecho unos bocetos preciosos, unos cuadros y unos haikus… Yo no he hecho nada sobre ese pueblo; os preguntaréis por qué no he vuelto ni siquiera de visita. Me basta con una vez. Nunca voy dos veces a los sitios. Para mí no existe el número dos. He dejado muchos pueblos, muchas ciudades, para no volver nunca más. Lo que se ha ido, se ha ido para siempre, ésa es mi forma de ser; así que nunca he vuelto al pueblo. La gente de allí me ha mandado mensajes para que volviese al menos una vez. Les contesté por medio de un mensajero: Ya estuve allí una vez y no tengo la costumbre de ir dos veces. Pero el silencio del viejo estanque permanece conmigo. De nuevo, me acuerdo de los Himalayas; la nieve…, tan hermosa, tan pura, tan inocente. Sólo se puede ver con los ojos de un Bodidharma, de un Jesús o de un Basho. No hay otra manera de describir la nieve; sólo la reflejan los ojos de los budas. Los idiotas la pueden pisotear, pueden hacer bolas de nieve con ella, pero sólo los ojos de los budas pueden reflejarla. Aunque…
Los gansos salvajes
No pretenden reflejarse.
El agua no tiene mente
Para recibir sus imágenes…
Y, sin embargo, el reflejo está ahí. Los budas no quieren reflejar la belleza del mundo, ni pretende el mundo, de ninguna manera, ser reflejado por los budas, pero es reflejado. Nadie quiere, pero sucede, y cuando sucede es hermoso. Cuando se hace, es ordinario; cuando lo haces, eres un técnico. Cuando sucede eres un maestro.
La comunicación forma parte del mundo del técnico; la comunión es la fragancia del mundo del maestro. Esto es comunión. No estoy hablando de nada en particular… Los gansos salvajes y el agua…
Sesión 2
Acabo de tener una experiencia dorada al sentir cómo un discípulo trabajaba tan amorosamente sobre el cuerpo de su maestro. Por eso estoy todavía sin respiración. Y esto me recuerda mi infancia dorada.
Todo el mundo habla de su infancia dorada pero pocas, muy pocas veces, es cierto. En general es mentira. Aunque hay tanta gente que cuenta la misma mentira que ya nadie la detecta. Incluso los poetas se pasan la vida cantando canciones de su infancia dorada. Por ejemplo, Wordsworth ” aunque no sea un tipo nada despreciable; pero una infancia dorada es algo extremadamente raro, por una sencilla razón: ¿dónde la puedes encontrar?
En primer lugar, tienes que elegir tu nacimiento. Eso es casi imposible. No puedes elegir tu nacimiento a menos que hayas muerto en estado de meditación; sólo puede acceder a esta elección el meditador. Él muere conscientemente, por eso obtiene el derecho a nacer conscientemente.
Yo morí conscientemente. En realidad no es que me muriera, sino que me mataron. Me tendría que haber muerto tres días más tarde, pero no pudieron esperar ni siquiera tres días. La gente tiene tanta prisa. Os sorprenderá saber que el hombre que me mató es, actualmente, mi sannyasin. No vino para tomar sannyas, sino para matarme de nuevo… pero si persiste en su juego, yo persisto en el mío. Él mismo me lo confesó más tarde, después de ser sannyasin durante siete años.
-Amado maestro -dijo-, ahora te lo puedo confesar sin miedo; fui a Ahmedabad para matarte. -¡Dios mío, otra vez! -exclamé. -¿Que quieres decir con «otra vez»? me preguntó. Eso es otra cuestión, continúa… -le respondí. -Hace siete años, en Arnhedabad -dijo-, fui a tu encuentro con un revólver. La sala estaba tan abarrotada que los organizadores permitieron que la gente se sentase en el estrado.
Pues a este hombre, armado con un revólver para matarme, se le permitió sentarse a mi lado. ¡Qué oportunidad!
-¿Por qué dejaste pasar la ocasión? -le pregunté.
-No te había oído hablar nunca -respondió-, sólo había oído hablar de ti. Cuando te oí hablar pensé que preferiría suicidarme antes que matarte. Por eso me he hecho sannyasin, ése ha sido mi suicidio.
Hace setecientos años este hombre me mató de verdad; me envenenó. En aquella época también era mi discípulo…, pero sin un Judas es muy difícil que haya un Jesús. Yo morí conscientemente, por eso tuve la gran oportunidad de nacer conscientemente. Elegí a mi padre y a mi madre.
Miles de idiotas están haciendo el amor en todo el mundo, a todas horas. Millones de almas nonatas están listas para entrar en un vientre cualquiera. Esperé setecientos años hasta el momento preciso, y doy gracias a la existencia por haberlo encontrado. Setecientos años no es nada comparado con los millones y millones de años que quedan por delante. Sólo setecientos años -sí, digo sólo- y elegí una pareja muy pobre pero muy entrañable.
Creo que mi padre nunca miró a otra mujer con el mismo amor que sentía por mi madre. Y es imposible imaginar -hasta para mí, que me puedo imaginar toda clase de cosas- que mi madre tuviese otro hombre, ni en sueños… ¡imposible! Los he conocido a los dos, eran tan íntimos, tan amigos, estaban muy satisfechos aunque fuesen muy pobres…, pobres pero ricos. Eran ricos en su pobreza gracias a su intimidad, ricos por el amor que sentían el uno por el otro
Afortunadamente, nunca les he visto pelearse. Digo «afortunadamente» porque es muy difícil encontrar un marido y una esposa que no se estén peleando. Sólo Dios sabe cuándo encuentran tiempo para el amor, y probablemente tampoco lo sepa. Al fin y al cabo, se tiene que ocupar de su propia mujer…, especialmente el Dios hindú. Al menos, el Dios cristiano está en una situación más favorable: no tiene esposas, no tiene mujeres, ¡por no mencionar a la esposa! Porque una mujer es más peligrosa que una esposa. Puedes soportar a una esposa, pero a una mujer… ¡estás haciendo el tonto otra vez! No puedes soportar a una mujer, ella te «atrae»; una esposa te «distrae».
¡Fíjate en mi inglés! Ponlo entre comillas para que no haya malentendidos, aunque, hagas lo que hagas, todos me van a interpretar mal. Pero inténtalo, ponlo entre comillas: la esposa «distrae», la mujer «atrae».
Nunca he visto pelear a mi padre y a mi madre, ni siquiera regañar. La gente habla de milagros; yo he visto un milagro: mi madre no le hacia reproches a mi padre. Es un milagro porque durante siglos la mujer ha estado tan dominada por el hombre que ha aprendido técnicas solapadas: los reproches. Los reproches son violencia disfrazada, violencia enmascarada. Nunca he visto a mi padre y a mi madre en una situación de pelea.
Cuando se murió mi padre estaba preocupado por mi madre. No la creía capaz de sobrevivir. Se habían querido tanto que casi se habían hecho uno. Ella sobrevivió solamente porque también me quería a mí.
Me he preocupado por ella constantemente. Quería que estuviese cerca de mí para que pudiera morir completamente realizada. Ahora lo sé. La he visto, he visto dentro de ella, y os puedo decir -y a través de vosotros lo sabrá, algún día, el resto del mundo- que se ha iluminado. Yo era su último apego. Ahora no le queda nada a lo que apegarse. Es una mujer iluminada, analfabeta, sencilla, sin ni siquiera saber qué es la iluminación. ¡Ésa es la belleza! Se puede ser un iluminado sin saber qué es la iluminación, y viceversa: puedes saber todo sobre la iluminación y no iluminarte.
Elegí a esta pareja, sólo eran unos pueblerinos. Podría haber elegido que fuesen reyes y reinas. Estaba en mis manos. Hay todo tipo de vientres disponibles, pero yo soy un hombre de gustos sencillos: siempre me conformo con lo mejor. Era una pareja pobre, muy pobre. No seríais capaces de entender que mi padre sólo tenía setecientas rupias; eso son treinta dólares. Es todo lo que poseía y, sin embargo, le escogí para ser mi padre. Tenía una riqueza que los ojos no pueden ver, una realeza que es invisible.
Muchos de vosotros le habéis visto y habéis sentido su belleza. Era un hombre sencillo, muy sencillo, incluso podríais decir que era pueblerino, pero era incalculablemente rico, no en el sentido mundano sino en el sentido espiritual, si existe…
Treinta dólares, ése era todo su capital. Yo no lo sabía. Sólo me enteré más tarde, cuando su negocio estaba en bancarrota… iY era muy feliz!
-Dada -le pregunté; le solía llamar así, dada quiere decir padre-, Dada, pronto estarás en bancarrota, y a pesar de todo eres feliz. ¿Qué ocurre? ¿Son falsos los rumores?
-No; los rumores son totalmente ciertos -respondió-. La quiebra es inevitable, pero me siento feliz porque he ahorrado setecientas rupias. Con eso empecé. Y te voy a enseñar el Sitio… Entonces me enseñó dónde había escondido las setecientas rupias y me dijo: No te preocupes. Sólo empecé con setecientas rupias. El resto no nos pertenece, que se vaya al infierno. Lo que nos pertenece está escondido en este lugar, y te lo he enseñado. TÚ eres mi hijo mayor, recuerda este lugar.
Sé dónde está…, no se lo he contado a nadie ni lo vaya hacer, porque aunque fue generoso al contarme su secreto, yo no soy su hijo ni él es mi padre. Él es él mismo, y yo soy yo mismo. «Padre e hijo» son sólo formalidades. Esas setecientas rupias siguen enterradas en algún lugar, y seguirán ahí a no ser que alguien las encuentre por casualidad.
Aunque me has enseñado el sitio -le dije-, yo no lo he visto.
-¿Qué quieres decir? -me preguntó.
-Muy sencillo -respondí-. No lo veo y no lo quiero ver. No pertenezco a ningún patrimonio, pequeño o grande, rico o pobre.
Él, por su parte, era un padre cariñoso, aunque por mi parte yo no pueda decir lo mismo; lo siento.
Era un padre cariñoso. Fue el único que se preocupó cuando dejé mi empleo en la universidad, nadie más. Ninguno de mis amigos estaba preocupado. ¿A quién le importaba? En realidad, muchos de mis amigos se alegraron de que dejara la plaza vacante; así la podrían tener ellos. Se abalanzaron. Sólo se preocupó mi padre.
-No tienes por qué preocuparte -le tranquilicé.
Pero no fue de gran ayuda el decírselo. Sin contarme nada, compró un gran terreno, porque sabía que si me lo contaba le habría dado un coscorrón. Construyó una casita preciosa para mí, exactamente como a mí me habría gustado que fuera. Os vais a sorprender: tenía hasta aire acondicionado, todos los adelantos modernos.
Estaba cerca del pueblo, tenía un jardín que daba a la orilla del río y había unas escaleras que conducían hasta allí para que me pudiera bañar…, tenía viejos árboles, antiguos, y alrededor reinaba un silencio absoluto, no había nadie más en kilómetros a la redonda. Pero nunca me lo dijo.
Menos mal que mi pobre padre está muerto; si no, le habría dado muchos disgustos. Pero me quería mucho y tenía mucha compasión por su hijo vagabundo.
Soy un vagabundo. Nunca he hecho nada por mi familia. No me deben absolutamente nada. Ellos han hecho por mí todo lo que hiciese falta. Tenía buenas razones para elegir a esa pareja…, su amor, su intimidad, su casi unidad. Así es como, después de setecientos años, he vuelto a entrar en un cuerpo.
Mi infancia fue de oro. Insisto que no estoy usando un cliché. Todo el mundo dice que su infancia fue dorada, pero no es así. La gente cree que su infancia ha sido dorada porque su juventud está podrida; y más aun su vejez. Naturalmente, la infancia se vuelve de oro. Mi infancia no ha sido dorada en ese sentido. Mi juventud ha sido un diamante, y si llego a ser un anciano seré de platino. Desde luego, mi infancia fue dorada, no sólo simbólicamente, sino absolutamente dotada; no poéticamente, sino literalmente, objetivamente.
Durante la mayor parte de mis primeros años viví con los padres de mi madre. Esos años son inolvidables. Aunque alcance el paraíso de Dante, seguiré recordando esos años. Un pueblecito, gente humilde, pero mi abuelo -me refiero al padre de mi madre- era un hombre generoso. Era pobre, pero rico en su generosidad. Repartía lo que tuviese entre todos y cada uno. De él aprendí el arte de dar; tengo que reconocerlo. Nunca le vi negar algo a ningún mendigo ni a nadie.
Yo llamaba al padre de mi madre «Nana»; así es como se llama en India al padre de la madre. A la madre de mi madre le dicen «Nani». Le solía preguntar a mi abuelo:
-Nana, ¿dónde has encontrado una mujer tan hermosa?
Mi abuela parecía más griega que hindú. Cuando veo reír a Mukta, me acuerdo de ella.
Tal vez por eso tengo debilidad por Mukta. No le puedo decir que no. Aunque no esté bien lo que me pide, siempre le digo «de acuerdo». En cuanto la veo me acuerdo automáticamente de mi Nani. Probablemente tuviese algo de sangre griega. Ninguna raza se puede declarar pura. Los indios, particularmente, no deberían atribuirse pureza de sangre; los hunos, los mongoles, los griegos y muchos otros han atacado, conquistado y reinado sobre India. Se han mezclado con la sangre india, y esto era muy evidente en mi abuela. Sus facciones no eran indias, parecía griega, y era una mujer fuerte, muy fuerte. Cuando mi Nana murió no tendría más de cincuenta años. Mi abuela vivió hasta los ochenta y estaba llena de salud. Incluso entonces, nadie pensó que se iba a morir. Le prometí una cosa, que yo volvería cuando se muriese, y que ésta sería mi última visita a la familia. Ella murió en 1970. Tenía que cumplir mi promesa.
Durante los primeros años mi abuela fue para mí mi madre; esos son los años de crecimiento. Este círculo es para mi abuela. Mi madre vino después; yo ya había crecido, ya estaba hecho de una cierta manera. Y mi abuela me ayudó inmensamente. Mi abuelo me amaba, aunque eso no fuera de gran ayuda. Era muy cariñoso, pero para ayudar hace falta algo más: un cierto tipo de fuerza. Él siempre tenía miedo de mi abuela. De alguna forma, era un calzonazos. A la hora de decir la verdad, yo siempre soy sincero. Me quería, me ayudaba… ¿pero qué le voy a hacer si era un calzonazos? El noventa y nueve coma nueve por ciento de los maridos los son, así que no pasa nada.
Recuerdo un incidente que no he contado nunca. Era una noche oscura; llovía, y un ladrón entró en nuestra casa. Naturalmente, mi abuelo estaba asustado. Todo el mundo se dio cuenta que estaba asustado, aunque lo intentó disimular lo mejor que pudo. El ladrón estaba escondido detrás de unos sacos de azúcar, en una de las esquinas de nuestra pequeña casita,
Mi abuelo era un mascador incansable de pan. El pan es una hoja de betel. Él era un mascador de pan empedernido, como los fumadores empedernidos. Siempre estaba preparando pan, y se pasaba todo el día mascando. Empezó a mascar pan y a escupírselo al pobre ladrón que estaba escondido en la esquina. Yo observaba esta desagradable escena y le dije a mi abuela, con quien solía dormir: -Esto no está bien. Aunque se trate de un ladrón, deberíamos comportamos con educación. ¿Escupir? ¡Que pelee o que deje de escupir! Mi abuela preguntó:
-¿Tú que harías?
-Le daría una bofetada -dije- y le echaría de la casa.
Yo tenía nueve años como mucho. Mi abuela se rió y dijo:
-De acuerdo, iré contigo. Tal vez necesites ayuda.
Ella era una mujer alta. Mi madre no se le parece en nada, ni en belleza física, ni en su osadía espiritual. Mi madre es sencilla; mi abuela era una aventurera. Vino conmigo.
¡Estaba espantado! No podía creer lo que estaba viendo: el ladrón era el hombre que solía venir a darme clases, ¡era mi profesor! Le golpeé con fuerza, más aún porque se trataba de mi profesor.
-Si sólo fueras un ladrón te perdonaría -le dije-, pero me has estado enseñando cosas importantes, iY por la noche haces estas cosas! Ahora, sal corriendo tan rápido como puedas antes de que te coja mi abuela, si no, te va a moler.
Era una mujer grande, alta, fuerte y hermosa. Mi abuelo era pequeño y no muy agraciado, pero se llevaban bien. Nunca discutía con ella, no podía, así que no había ningún problema.
Recuerdo a aquel profesor, el erudito del pueblo, que solía venir a darme clases algunas veces. También era sacerdote del templo del pueblo.
-¿Qué va a pasar ahora con mi ropa? -me dijo-. Tu abuelo me ha cubierto de escupitajos. Me ha estropeado la ropa.
Mi abuela se rió y le contestó: -Vuelve mañana, te daré ropa nueva.
Y, en efecto, le dio ropa nueva. No vino, no se atrevió, pero ella se acercó a la casa del ladrón, me llevó con ella y le dio la ropa nueva, diciéndole:
-Sí; mi marido ha sido muy malo al estropearte la ropa. Eso no está bien. Puedes volver cada vez que necesites ropa.
Ese profesor nunca volvió a darme clases… no porque le dijeran que no, sino porque no se atrevía. No sólo dejó de venir a darme clases, sino que dejó de venir a la calle donde vivíamos; dejó de pasar por ahí. Pero yo no me olvidaba de visitarle todos los días y escupir delante de su casa para recordárselo. Le solía gritar:
-¿Te has olvidado de esa noche? Tú que solías decirme que fuese leal, sincero, honesto y toda esa mierda.
Todavía le puedo ver con los ojos gachos, incapaz de contestarme. Mi abuelo quería que me hiciesen la carta astral los mejores astrólogos de India. Estaba dispuesto a pagar lo que fuese por la carta astral aunque no era muy rico -ni siquiera era rico y mucho menos muy rico-, pero era la persona más rica del pueblo. Hizo un largo viaje hasta Benarés y vio a los astrólogos más famosos. Fijándose en las notas y fechas que mi abuelo había traído, el astrólogo más importante dijo:
-Lo siento, pero no puedo hacer esta carta natal hasta que pasen siete años. Si el niño sobrevive le haré la carta gratis, pero dudo que sobreviva. Si lo hace será un milagro, pues entonces tendrá la posibilidad de ser un buda.
Mi abuelo volvió llorando. Nunca le había visto con lágrimas en los ojos. Le pregunté:
-¿Qué ha ocurrido?
-Tengo que esperar hasta que cumplas siete años -dijo-. Quién sabe si vaya vivir hasta entonces. Quién sabe si el mismo astrólogo estará vivo, ya es muy mayor. Y estoy un poco preocupado por ti.
-¿Qué te preocupa? -le pregunté. -No me preocupa que te vayas a morir -contestó-, lo que me preocupa es que te conviertas en un buda.
Me reí y en medio de las lágrimas se empezó a reír él también. Entonces dijo:
-Qué extraño que estuviera preocupado.
Sí, ¿pues que tiene de malo ser un buda?
Cuando mi padre oyó lo que le habían dicho los astrólogos a mi abuelo me llevó hasta Benarés; pero hablaré de esto más tarde.
Cuando cumplí siete años vino a buscarme un astrólogo al pueblo de mi abuelo. Se detuvo un hermoso caballo delante de nuestra casa y salimos todos rápidamente. El caballo era majestuoso y el jinete era nada menos que uno de los famosos astrólogos que había conocido.
-¿Así que todavía estás vivo? -me preguntó-. He hecho tu carta astral; estaba preocupado, porque la gente como tú no suele vivir mucho tiempo.
Mi abuelo vendió todos los adornos de la casa y dio una fiesta para los pueblos vecinos celebrando que yo iba a ser un buda, y, sin embargo, ni siquiera creo que entendiese el significado de la palabra «buda».
Él era jainista y probablemente no había oído nunca esa palabra. Pero estaba feliz, inmensamente feliz…, estaba bailando porque yo iba a ser un «buda». Cuando todos se habían ido le pregunté:
-¿Qué quiere decir «buda»?
-No lo sé -dijo-, pero suena bien. Además, yo soy jainista. Ya nos enteraremos por algún budista.
En ese pueblecito no había budistas, pero dijo:
-Algún día, cuando pase un bikkhu budista por aquí, sabremos el significado.
Estaba contentísimo porque el astrólogo le había dicho que yo me iba a convertir en un buda. Entonces dijo:
-Supongo que «buda» quiere decir alguien que es muy inteligente -en hindi buddhi significa inteligencia, por eso pensó que «buda»significaba aquel que es inteligente.
Se aproximó mucho, casi acierta. Menos mal que no está vivo, si no, habría visto lo que significa ser un buda; no me refiero al significado del diccionario, sino a encontrarse con un ser despierto vivo. Y le puedo ver bailando, al ver que su nieto se ha convertido en un buda. ¡Eso habría sido suficiente para que se iluminara él! Pero se murió. Su muerte fue una de las experiencias más significativas para mí. Sobre esto hablaré más adelante.
¿Queda tiempo todavía?
-Son las ocho y media, Osho.
Bien, me quedan cinco minutos para mí… Es el momento de detenerse, pero ha sido muy hermoso y estoy agradecido. Gracias.