El mito hopi de la creacion

Los hopi que sobreviven habitan en Arizona, Estados Unidos. Sus profecías le han tributado celebridad; en ellas se inspira el famoso film de Godfrey Reggio, Koyaanisqatsi. Aún a comienzos del siglo XX, mantenían celosamente la pureza de sus ritos ancestrales. Uno de los momentos más radiantes de su mitología es su mito de la creación que a continuación presentamos en este espacio poblado de mitos de Temakel.

Al comienzo del tiempo, una chispa de conciencia se encendió en el espacio infinito. Esta chispa era el espíritu del sol, llamado Tawa. Y Tawa creó el primer mundo: una enorme caverna poblada únicamente por insectos. Tawa observó durante unos instantes cómo se movían y sacudiendo la cabeza pensó que aquella población hormigueante era más bien estúpida. Entonces les envió a la Abuela Araña que dijo a los insectos:

-Tawa, el espíritu del sol que os ha creado, está descontento de vosotros porque no comprendéis en absoluto el sentido de la vida. Así que me ha ordenado que os conduzca al segundo mundo, que está por encima del techo de vuestra caverna.

Los insectos se pusieron a trepar hacia el segundo mundo. La ascensión era larga, tan larga y tan penosa que, antes de llegar al segundo mundo, muchos de ellos se habían transformado en animales poderosos. Tawa los contempló y dijo:

-Estos nuevos vivientes son tan estúpidos como los del primer mundo. Tampoco parecen capaces de comprender el sentido de la vida.

Entonces pidió a la Abuela Araña que los condujera al tercer mundo. En el transcurso de este nuevo viaje algunos animales se transformaron en hombres. La Abuela Araña enseñó a los hombre la alfarería y el arte del tejido. Los instruyó convenientemente y en la cabeza de hombres y mujeres comenzó a despuntar un deste llo, una vaga idea del sentido de la vida. Pero los brujos malvados, que sólo se sentían a gusto en las tinieblas, extinguieron aquel destello de luz y cegaron a los humanos. Los niños lloraban, los hombres peleaban y se lastimaban: habían olvidado el sentido de la vida. Entonces la Abuela Araña volvió a ellos y les dijo:

-Tawa, el espíritu del sol, está muy descontento de vosotros. Habéis desperdiciado la luz que había brotado en vuestras cabezas. Por consiguiente, deberéis ascender al cuarto mundo. Pero esta vez, tendréis que encontrar por vosotros mismos el camino.

Los hombres, perplejos, se preguntaban cómo podrían subir al cuarto mundo. Durante largo tiempo permanecieron en silencio. Al fin, un anciano tomó la palabra:

-Creo haber oído ruido de pasos en el cielo.

-Es cierto -asintieron los demás-. También nosotros hemos oído el caminar de alguien allá arriba.

Así pues, enviaron al «pájaro gato» a explorar el cuarto mundo que parecía habitado. EI pájaro gato se coló por un agujero del cielo y pasó al cuarto mundo, donde descubrió un país semejante al desierto de Arizona. Sobrevoló el país y divisó a lo lejos una cabaña de piedra. Al aproximarse, vio delante de la cabaña a un hombre que parecía dormir, sentado contra la pared. El pájaro gato se posó junto a él y el hombre despertó. Su rostro era extraño, pavoroso; completamente rojo, cubierto de cicatrices, quemaduras y costras de sangre, con unos trazos negros pintados sobre los pómulos y sobre la nariz. Sus ojos estaban tan hundidos en las órbitas que eran casi invisibles, a pesar de lo cual el pájaro gato vio brillar en ellos un resplandor aterrador. Reconoció a aquel personaje: era la Muerte. La Muerte miró detenidamente al pájaro gato y le dijo gesticulando:

-¿No tienes miedo de mí?

-No-respondió el pájaro-. Vengo de parte de los hombres que habitan el mundo que está debajo de éste. Quieren compartir contigo este país. ¿Es eso posible?

La Muerte reflexionó unos momentos.

-Si los hombres quieren venir -dijo finalmente con aire sombrío-, que vengan.

El pájaro gato volvió a bajar al tercer mundo y contó a los hombres lo que había visto.

-La Muerte acepta compartir con vosotros su país-les comunicó.

-¡Gracias le sean dadas! -respondieron los hombres-. ¿Pero cómo podremos subir hasta allá arriba? Pidieron consejo a la Abuela Araña y ésta les dijo:

-Plantad un bambú en el centro de vuestro poblado y cantad para ayudarle a crecer.

Así hicieron los hombres y el bambú creció. Cada vez que los cantores tomaban aliento entre dos estrofas, se formaba un nudo en el tallo del bambú. Cantaban sin cesar y la abuela araña danzaba y danzaba para ayudar a que el bambú creciera bien derecho. Del alba hasta el crepúsculo cantaron sin tregua hasta que, por fin, la Abuela Araña exclamó:

-¡Mirad! ¡La punta del bambú ha pasado por el agujero del cielo!

Entonces los hombres empezaron a trepar por el bambú, alegres como niños. Nada llevaban consigo, estaban desnudos, tan desprovistos como el primer día de su vida.

-¡Sed prudentes! -les gritó la abuela-. ¡Sed prudentes!

Pero ya no le oían, estaban demasiado arriba. Alcanzaron el cuarto mundo y en él construyeron poblados, plantaron maíz, calabazas y melones, hicieron jardines y huertos. Y esta vez, para no olvidar el sentido de la vida, inventaron las leyendas. (*)

(*) Fuente: El árbol de los soles. Mitos y leyendas del mundo entero, de Henri Gougaud, Editorial Crítica, Barcelona.

LA LEYENDA PAMPEANA DE LA PIEDRA DE TANDIL

LA LEYENDA PAMPEANA DE LA PIEDRA DE TANDIL

Este notable fenómeno de la naturaleza causó el asombro de cuantos le conocieron. La famosa piedra se encontraba sobre el lomo de una sierra del sistema del Tandil, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Estaba situada en lo alto, al borde de un precipicio, unida a la roca por un punto de su base, sobre el cual se apoyaba inclinada hacia el vacío. Esta mole de granito tenía lo forma de una campana y media aproximadamente cinco metros de diámetro y cuatro de altura. Lo más notable de ella era que se balanceaba continuamente, oscilando a razón de sesenta veces por minuto. Ni los más violentos huracanes, ni los rayos ni nada pudo desprender la roca de su lugar, donde se mantenía con increíble equilibrio, ante la admiración de gran cantidad de personas que iban al lugar para verla. Un día, el 29 de febrero de 1912, sin ninguna causa visible, en las últimas horas de una tarde muy serena, la piedra rodó por la ladera sin que hasta la fecha haya podido explicarse la razón de la existencia ni los motivos de la caída de esta verdadera maravilla natural.

A los pocos días de su caída, se acercó a la misteriosa piedra el gran escritor argentino Ricardo Rojas. Producto de esta visita, es un magnífico texto olvidado llamado La piedra muerta.

Y ahora acompañemos el modo como la imaginación nativa concibió el origen de la extraña piedra…

Era el principio de los tiempos. El Sol y la Luna eran marido y mujer: dos dioses gigantes, tan buenos y generosos como enormes eran. El Sol era el dueño de todo el calor y la fuerza del mundo; tanto era su poder que de sólo extender los brazos la tierra se inundaba de luz y de sus dedos prodigiosos brotaba el calor a raudales. Era el dueño absoluto de la vida y de la muerte. Ella, la Luna, era blanca y hermosa. Dueña de la sabiduría y el silencio; de la paz y la dulzura. Ante su presencia todo se aquietaba. Andando por la tierra crearon la llanura: una inmensa extensión que cubrieron de pastos y de flores para hacerla más bella. Y la llanura era una lisa alfombra verde por donde los dioses paseaban con blandos pasos. Luego crearon las lagunas donde el Sol y la Luna se bañaban después de sus largos paseos.

Pero los dioses se cansaron de estar solos: y poblaron de peces las aguas y de otros animales la tierra.¡Qué felices se sentían de verlos saltar y correr por sus dominios! Satisfechos de su obra decidieron regresar al cielo. Entonces fue cuando pensaron que alguien debía cuidar esos preciosos campos: y crearon a sus hijos, los hombres. Ahora ya podían regresar. Muy tristes se pusieron los hombres cuando supieron que sus amados padres los dejarían. Entonces el Sol les dijo:
-Nada debéis temer; ésta es vuestra tierra. Yo enviaré mi luz hasta vosotros, todos los días. Y también mi calor para que la vida no acabe.

Y dijo la Luna:
-Nada debéis temer; yo iluminaré levemente las sombras de la noche y velaré vuestro descanso.

Así pasó el tiempo. Los días y las noches. Era el tiempo feliz. Los indios se sentían protegidos por sus dioses y les bastaba mirar al cielo para saber que ellos estaban siempre allí enviándoles sus maravillosos dones. Adoraban al Sol y la Luna y les ofrecían sus cantos y sus danzas.

Un día vieron que el Sol empezaba a palidecer, cada vez más y más y más… ¿qué pasaba?, ¿qué cosa tan extraña hacía que su sonriente rostro dejara de reír? Algo terrible, pero que no podían explicarse, estaba sucediendo. Pronto se dieron cuenta que un gigantesco puma alado acosaba por la inmensidad de los cielos al bondadoso Sol. Y el Dios se debatía entre los zarpazos del terrible animal que quería destruirlo. Los indios no lo pensaron más y se prepararon para defenderlo. Los más valientes y hábiles guerreros se reunieron y empezaron a arrojar sus flechas al intruso que se atrevía a molestar al Sol. Una, dos, miles y miles de flechas fueron arrojadas, pero no lograban destruir al puma, que, por el contrario, cada vez se ponía más furioso. Por fin uno dio en el blanco y el animal cayó atravesado por la flecha que entraba por el vientre y salía por el lomo. Sí, cayó, pero no muerto. Y allí estaba, extendido y rugiendo; estremeciendo la tierra con sus rugidos. Tan enorme era que nadie se atrevía a acercarse y lo miraban, asustados, desde lejos. En tanto el Sol se fue ocultando poco a poco; había recobrado su aspecto risueño. Los indios le miraban complacidos y él les acariciaba los rostros con la punta de sus tibios dedos. El cielo se tiñó de rojo… se fue poniendo violeta.., violeta. … y poco a poco llegaron las sombras. Entonces salió la Luna. Vio al puma allá abajo, tendido y rugiendo.Compadecida quiso acabar con su agonía. Y empezó a arrojarle piedras para ultimarlo. Tantas y tan enormes que se fueron amontonando sobre el cuerpo hasta cubrirlo totalmente. Tantas y tan enormes que formaron sobre la llanura una sierra: la Sierra de Tandil. La última piedra que arrojó cayó sobre la punta de la flecha que todavía asomaba y allí se quedó clavada. Allí quedó enterrado, también, para siempre, el espíritu del mal, que según los indios no podía salir. Pero cuando el Sol paseaba por los cielos, se estremecía de rabia siempre con el deseo de atacarlo otra vez. Y al moverse hacía oscilar la piedra suspendida en la punta de la sierra.(*)

(*) Fuente: Leyendas argentinas, de Neli Garrido de Rodríguez, editorial Plus Ultra.

UN MITO ESQUIMAL: SEDNA, LA HIJA DEL MAR

Los esquimales, los inuit, como se llaman a sí mismos, desde lejanos tiempos, convivieron con la nieve, el oso, las focas, las aguas frías. Sila, divinidad invisible, era una de sus principales divinidades. Y Sedna, la Reina de las Focas, la hija del mar…

Cuenta la leyenda que alguna vez existió una muchacha muy joven y hermosa llamada Sedna.

Nadie buscaba casarse con ella cuando tuvo la edad para hacerlo. Pero un día, vio desde su cabaña, un magnífico barco que era capitaneado por un apuesto y rico cazador extranjero, el cual se enamoró inmediatamente de la doncella y ella, después de haber sido seducida con palabras llenas de promesas y tesoros, se marchó con el desconocido.

La muchacha cayó en una terrible desesperación al conocer la verdadera identidad del cazador, que no era más que un pájaro mágico que tenía la facultad de cambiar de forma y fue así como la sedujo.

Mientras tanto su padre, al saber de la repentina desaparición de su hija, se aventuró a través del océano hasta que dió con ella.

Cuando la encontró, Sedna estaba sola y aprovecharon para huir de ahí. Pero cuando el eminente pájaro regresó y se percató de la partida de su amada, enfurecido, partió tras ella.

El pájaro, con sus poderes mágicos, desencadenó una rabiosa tempestad al ver que el padre se negaba a regresarle a Sedna. Así, el anciano, comprendió de qué se trataba todo aquello.

Había sido la voluntad sobrenatural del mar, la que reclamaba a su hija y aterrorizado hizo lo que debía hacer.

Así, lanzó a Sedna fuera del barco, para consumar el sacrificio. Ella, en medio de aquella desesperación, salió a la superficie y trató de aferrarse a las orillas del barco, pero el padre le cortó los dedos con un hacha.

Sedna hizo otro intento para salvarse, pero su padre siguió cortándole los dedos, uno por uno.

Los primeros se transformaron en focas; los segundos en “okuj” o focas de las profundidades; los terceros en morsas y el resto en ballenas.

Así, el océano calmó la furiosa tormenta después del sacrificio y todo quedó en gran tranquilidad.

Desde entonces, Sedna, La Reina de las Focas, vivió en el fondo del océano “en una región llamada Adliden donde afluyen las almas de los muertos para someterse al juicio y a la sentencia que a todos nos espera en ultratumba”. (*)

(*) Fuente: Contell Gascó, Emilio. Mitología Universal. M. Vazquez, Editor. p.p. 24-26.

La creacion segun el Popol Vuh

El Popol Vuh es la máxima obra conservada de la literatura indígena americana. Procede de los mayas quichés de Guatemala. Sobrevivió a la destrucción de escrituras ancestrales ensayada por el obispo de Landa. Su mito cosmogónico, con la descripción del comienzo de todo y el castigo a los hombres de palo, es quizá su momento de mayor trascendencia al que se le suma luego el relato del viaje de los Hermanos Gemelos, Hunahpú e Ixbalanqué al Otro Mundo donde, a través de la danza, vencerán a los Señores de Xibalbá, los señores del Otro Mundo.

ÉSTA es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo.

Ésta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía.

No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.

No había nada junto, que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo.

No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia.

Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz. De grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban.

Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento.

Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía

aparecer el hombre. Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los

bejucos y el nacimiento de la vida y la en ación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en

la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán.

El primero se llama Caculhá Huracán. El segundo es Chipi-Caculhá. El tercero es

Raxa-Caculhá. Y estos tres son el Corazón del Cielo.

Entonces vinieron juntos Tepeu y Gucumatz; entonces conferenciaron sobre la vida y la

claridad, cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el

sustento.

-¡ Hágase así! ¡ Que se llene el vacío! ¡ Que esta agua se retire y desocupe el espacio, que surja la tierra y que se afirme! Así dijeron. ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el hombre formado. Así dijeron.

Luego la tierra fue creada por ellos. Así fue en verdad como se hizo la creación de la tierra:

– ¡Tierra!, dijeron, y al instante fue hecha.

Como la neblina, como la nube y como una polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montañas; y al instante crecieron las montañas.

Solamente por un prodigio, sólo por arte mágica se realizó la formación de las montañas y los valles; y al instante brotaron juntos los cipresales y pinares en la superficie.

Y así se llenó de alegría Gucumatz, diciendo:

-¡ Buena ha sido tu venida, Corazón del Cielo; tú, Huracán, y tú, Chípi-Caculhá, Raxa-Caculhá!

-Nuestra obra, nuestra creación será terminada, contestaron.

Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas.

Así fue la creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida dentro del agua..

De esta manera se perfeccionó la obra, cuando la ejecutaron después de pensar y meditar sobre su feliz terminación.

Luego hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los bosques, los genios de la montaña, los venados, los pájaros, leones, tigres, serpientes, culebras, cantiles [víboras], guardianes de los bejucos.

Y dijeron los Progenitores:

-¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos? Conviene que en lo sucesivo haya quien los guarde.

Así dijeron cuando meditaron y hablaron enseguida. Al punto fueron creados los venados y la aves. En seguida les repartieron sus moradas los venados y a las aves. -Tu, venado, dormirás en la vega de los ríos y en los barrancos. Aquí estarás entre la maleza, entre las hierbas; en el bosque os multiplicaréis, en cuatro pies andaréis y os tendréis. Y así como se dijo, así se hizo.

Luego designaron también su morada a los pájaros pequeños y a las aves mayores: -Vosotros, pájaros, habitaréis sobre los árboles y los bejucos, allí haréis vuestros nidos, allí os multiplicaréis, allí os sacudiréis en las ramas de los árboles y de los bejucos. Así les fue dicho a los venados y a los pájaros para que hicieran lo que debían hacer, y todos tomaron sus habitaciones y sus nidos.

De esta manera los Progenitores les dieron sus habitaciones a los animales de la tiera.

Y estando terminada la creación de todos los cuadrúpedos y las aves, les fue dicho a los cuadrúpedos y pájaros por el Creador y Formador y los Progenitores: -Hablad, gritad, gorjead, llamad, hablad cada uno según vuestra especie, según la variedad de cada uno. Así les fue dicho a los venados, los pájaros, leones, tigres y serpientes.

-Decid, pues, nuestros nombres, alabadnos a nosotros, vuestra madre, vuestro padre. ¡Invocad, pues, a Huracán, Chipi-Caculhá, Raxa-Caculhá, el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra el Creador, el Formador, los Progenitores; hablad, ínvocadnos, adoradnos!, les dijeron.

Pero no se pudo conseguir que hablaran como los hombres; sólo chillaban, cacareaban y graznaban; no se manifestó la forma de su lenguaje, y cada uno gritaba de manera diferente.

Cuando el Creador y el Formador vieron que no era posible que hablaran, se dijeron entre sí: -No ha sido posible que ellos digan nuestro nombre, el de nosotros, sus creadores y formadores. Esto no está bien, dijeron entre sí los Progenitores.

Entonces se les dijo:

-Seréis cambiados porque no se ha conseguido que habléis. Hemos cambiado de parecer: vuestro alimento, vuestra pastura, vuestra habitación y vuestros nidos los tendréis, serán los barrancos y los bosques, porque no se ha podido lograr que nos adoréis ni nos invoquéis. Todavía hay quienes nos adoren, haremos otros seres que sean obedientes. Vosotros, aceptad vuestro destino: vuestras carnes serán trituradas. Así será. Ésta será vuestra suerte. Así dijeron cuando hicieron saber su voluntad a los animales pequeños y grandes que hay sobre la faz de la tierra.

Luego quisieron probar suerte nuevamente, quisieron hacer otra tentativa y quisieron probar de nuevo a que los adoraran.

Pero no pudieron entender su lenguaje entre ellos mismos, nada pudieron conseguir y nada pudieron hacer. Por esta razón fueron inmoladas sus carnes y fueron condenados a ser comidos y matados los animales que existen sobre la faz de la tierra.

Así, pues, hubo que hacer una nueva tentativa de crear y formar al hombre por el Creador, el Formador y los Progenitores.

-¡ A probar otra vez! Ya se acercan el amanecer y la aurora; ¡ hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer uunos seres obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten. Así dijeron.

Entonces fue la creación y la formación. De tierra, de loco hicieron la carne del hombre. Pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, no tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenia entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener.

Y dijeron el Creador y el Formador. Bien se ve que no puede andar ni multiplicarse. Que se haga una consulta acercá de esto, dijeron.

Entonces desbarataron y deshicieron su obra y su creación. Y en seguida dijeron -¿Cómo haremos para perfeccionar, para que salgan bien nuestros adoradores, nuestros invocadores?

Así dijeron cuando de nuevo consultaron entre sí: -Digámosles a Ixpiyacoc, Ixmucané, Hunahpú Vuch, Hunahpú-Utiú: Probad suerte otra vez! ¡ Probad a hacer la creación! Así dijeron entre sí el Creador y el Formador cuando hablaron a Ixpiyacoc e Ixmucané.

En seguida les hablaron a aquellos adivinos, la abuela del día, la abuela del alba, que así eran llamados por el Formador, y cuyos nombres eran Ixiyacoc e Ixmucané.

Y dijeron Huracán, Tepeu y Gucumatz cuando le hablaron al agorero, al formador, que son los adivinos: -Hay que reunirse y encontrar los medios para que el hombre que formemos, el hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros.

-Entrad, pues, en consulta, abuela, abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo, Ixpiyacoc, Ixmucané, haced que aclare, que amanezca, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos recordados por el hombre creado, por el hombre formado, por el hombre mortal, haced que así se haga.

-Dad a conocer vuestra naturaleza, Hunahpú­Vuch, Hunahpú-Utiú, dos veces madre, dos veces padre, Nim-Ac, Nimá-Tziís, el Señor de la esmeralda, el joyero, el escultor, el tallador, el Señor de los hermosos platos, el Señor de la verde jícara, el maestro de la resina, el maestro Toltecat, la abuela del sol, la abuela del alba, que así seréis llamados por nuestras obras y nuestras criaturas.

-Echad la suerte con vuestros granos de maíz y de tzité. Hágase así y se sabrá y resultará si labraremos o tallaremos su boca y sus ojos en madera. Así les fue dicho a los adivinos.

A continuación vino la adivinación, la echada de la suerte con el maíz y el tzité. -¡Suerte! ¡Criatura!, les dijeron entonces una vieja y un viejo. Y este viejo era el de las suertes del tzité, el llamado Ixpiyacoc. Y la vieja era la adivina, la formadora, que se llamaba Chiracán Ixmucané.

Y comenzando la adivinación, dijeron así: -!Juntaos, acoplaos! Hablad, que os oigamos, decid, declarad si conviene que se junte la madera y que sea labrada por el Creador y el Formador, y si éste (el hombre de madera] es el que nos ha de sustentar y alimentar cuando aclare, cuando amanezca!

Tú, maíz, tú, tzité; tú, suerte; tú, criatura: ¡uníos, ayuntaos!, les dijeron al maíz, al tzité, a la suerte, a la criatura. ¡ Ven a sacrificar aquí, Corazón del Cielo; no castigues a Tepeu y Gucumatz!

Entonces hablaron y dijeron la verdad: -Buenos saldrán vuestros muñecos hechos de madera; hablarán y conversarán sobre la faz de la tierra.

-¡Así sea!, contestaron, cuando hablaron.

Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie de la tierra.

Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenpia alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo y andaban a gatas.

Ya no se acordaban del Corazón del Cielo y por eso cayeron en desgracia. Fue solamente un ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni sustancia, ni humedad, ni gordura; sus mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes.

Por esta razón ya no pensaban en el Creador ni en el Formador, en los que les daban el ser y cuidaban de ellos.

Estos fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la tierra.

EN SEGUIDA fueron aniquilados, destruidos y deshechos los muñecos de palo, y recibieron la muerte.

Una inundación fue producida por el Corazón del Cielo; un gran diluvio se formó, que cayó sobre las cabezas de los muñecos de palo.

De tzité se hizo la carne del hombre, pero cuando la mujer fue labrada por el Creador y el Formador, se hizo de espadaña la carne de la mujer. Estos materiales quisieron el Creador y el Formador que entraran en su composición.

Pero no pensaban, no hablaban con su Creador y su Formador, que los habían hecho, que los habían creado. Y por esta razón fueron muertos, fueron anegados. Una resina abundante vino del cielo. El llamado Xecotcovach llegó y les yació los ojos; Camalotz vino a cortarles la cabeza; y vino Cotzbalam y les devoró las carnes. El Tucumbalam llegó también y le quebró y magulló los huesos y los nervios, les molió y desmoronó los huesos.

Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón del Cielo, llamado Huracán. Y por este motivo se oscureció la faz de la tierra y comenzó una lluvia negra, una lluvia de día, una lluvia de noche.

Llegaron entonces animales pequeños, los animales grandes, y los palos y las piedras les golpearon las caras. Y se pusieron todos a hablar; sus tinajas, sus comales, sus platos, sus ollas, sus perros, sus piedras de moler, todos se levantaron y les golpearon las caras.

-Mucho mal nos hacíais; nos comíais, y nosotros ahora os morderemos, les dijeron sus perros y susaves de coraal.

Y las piedras de moler:

-Éramos atormentadas por vosotros; cada día, de noche, al amanecer, todo el tiempo hacían holi, holi huqui, huqui nuestras caras, a causa de vosotros. Éste era el tributo que os pagábamos. Pero ahora que habéis dejado de ser hombres probaréis nuestras fuerzas. Moleremos y reduciremos a polvo vuestras carnes, les dijeron sus piedras de moler.

Y he aquí que sus perros hablaron y les dijeron:

-¿Por qué no nos dabais nuestra comida? Apenas estábamos mirando y ya nos arrojabais de vuestro lado y nos echabais fuera. Siempre teníais listo un palo para pegarnos mientras comíais.

“Así era como nos tratabais. Nosotros no podíamos hablar. Quizá no os diéramos muerte ahora; pero ¿por qué no reflexionabais, por qué no pensabais en vosotros mismos? Ahora nosotros os destruiremos, ahora probaréis vosotros los dientes que hay en nuestra boca: os devoraremos, dijeron los perros, y luego les destrozaron las caras.

Y a su vez sus comales, sus ollas les hablaron así:

-Dolor y sufrimiento nos causabais. Nuestra boca y nuestras caras estaban tiznadas, siempre estábamos puestos sobre el fuego y nos quemabais como si no sintiéramos dolor. Ahora probareis vosotros, os quemaremos, dijeron sus ollas, y todos les destrozaron las caras. Las piedras del hogar, que estaban amontonados, se arrojaron directamente desde el fuego contra sus cabezas causándoles dolor.

Desesperados corrían de un lado para otro; querían subirse sobre las casas y las casas se caían y los arrojaban al suelo; querían subirse sobre los árboles y los árboles los lanzaban a lo lejos; querían entrar en las cavernas y las cavernas se cerraban ante ellos.

Así fue la ruina de los hombres que habían sido creados y formados, de los hombres que habían sido creados y formados, de los hombres hechos para ser destruidos y aniquilidados a todos les fueron destrozadas las bocas y las caras.

Y dicen que la descendencia de aquéllos son los monos que existen ahora en los bosques; éstos son la muestra de aquellos, porque sólo de palo fue hecha su carne por el Creador y el Formador.

Y por esta razón el mono se parece al hombre, es la muestra de una generación de hombres creados, de hombres formados que eran solamente muñecos y hechos solamente de madera. (*)

(*) Fuente: El Popol Vuh, Las antiguas historias del Quiché (traducción del texto original de Adrián Recinos), ed. F.C.E.

Los siete danzarines iroqueses

Hace mucho tiempo, cuando la nación Mohawk (El pueblo de la Piedra) aún acampaba a orillas del lago Keniatio (Ontario), un grupo de niños, siete exactamente, quisieron formar una organización secreta. Por la noche se reunían alrededor del fuego pequeño del Consejo, allá donde el bosque muere en las aguas del lago, y danzaban al ritmo de los tambores.

Un día, el pequeño Jefe sugirió hacer un banquete en su próximo Consejo ante el Fuego. Cada uno de los siete muchachos debía pedir a su madre algo de comida para llevar al banquete. Un muchacho pediría sopa de maíz, otro carne de venado, otro mazorcas, y así uno tras otro. Al día siguiente, todos solicitaron de su madre las viandas deseadas y a cada uno de ellos les fue rechazada la petición. Todas las madres dijeron a sus hijos que en casa había suficiente comida y que no tenían necesidad de comérsela en el bosque.Los pequeños guerreros se sintieron muy infelices al no conseguir la comida para el banquete nocturno. Llevaban las manos vacías y el corazón triste.

Aquella noche se reunieron junto al lago, en su lugar secreto de danza. El pequeño Jefe dijo a sus guerreros que danzasen lo más fuerte que pudieran. Les dijo que mirasen al cielo mientras lo hacían. Y les dijo que no volvieran nunca la vista atrás, ni aun cuando les gritasen sus padres que volvieran a casa. Diciendo esto, cogió su tambor de agua y mientras lo golpeaba, entonó una melodía llena de poder. Una canción de brujo. Los muchachos danzaron y danzaron. Y mientras ejecutaban los movimientos, sus corazones parecían aligerarse de peso y pronto olvidaron sus problemas.

La melodía aumentó su ritmo y en seguida los muchachos sintieron que sus cuerpos danzaban en el cielo. Sus padres les vieron bailar sobre las copas de los árboles y les ordenaron que regresaran. Un joven danzarín que volvió la vista atrás, se convirtió en una titilante estrella. Los demás, al poco tiempo se convirtieron también en estrellas pequeñas y parpadeantes y quedaron prendidas del cielo.Así, cuando un Mohawk ve las estrellas de la Pléyade crepitar y danzar en la noche, durante los fríos del invierno, dice: “Los pequeños guerreros están danzando con fuerza esta noche.” Danzan para siempre sobre los poblados iroqueses. Y cuando danzan exactamente encima de nuestros techos, ha llegado el momento del Banquete del Año Nuevo iroqués.Y esto sucede durante la Luna del Año Nuevo (enero o febrero).Los ancianos iroqueses cuentan aún hoy esta historia a sus nietos cuando ven brillar algún cuerpo celeste. (*)

(*) Fuente: Cuentos de los indios iroqueses, Miraguano Ediciones, Madrid, 1988.

El mito tibetano de la creacion

En el principio era la Vacuidad, un inmenso vacío sin causa y sin fin. De este gran vacío se levantaron suaves remolinos de aire, que después de incontables eones se volvieron más densos y pesados, formando el poderoso cetro doble rayo, el Dorje Gyatram.

El Dorje Gyatram creó las nubes, las cuales, a su vez, crearon la lluvia. Esta cayó durante muchos años, hasta formar el océano primigenio, el Gyatso3. Luego, todo quedó en calma, tranquilo y silencioso, y el océano quedó límpido como un espejo.

Poco a poco, les vientos volvieron a soplar, agitando suavemente las aguas del océano, batiéndolas continuamente hasta que una ligera espuma apareció en su superficie. Así como se bate la nata para hacer mantequilla, del mismo modo las aguas del Gyatso fueron batidas por el movimiento rítmico de los vientos para transformarlas en tierra.

La tierra emergió como una montaña, y alrededor de sus picos susurraba el viento, incansable, formando una nube tras otra. De éstas cayó más lluvia, sólo que esta vez más fuerte y cargada de sal, dando origen a los grandes océanos del universo.

El centro del universo es el Rirap Lhunpo (Sumeru)4, la gran montaña de cuatro caras hecha de piedras preciosas y llena de cosas maravillosas. Existen ríos y arroyos en el Rirap Lhunpo, y muchas clases de árboles, frutos y plantas, pues el Rirap Lhunpo es especial, es la morada de los dioses y los semidioses.

En torno al Rirap Lhunpo hay un gran lago, y rodeando a éste, un círculo de montañas de oro. Más allá del círculo de montañas de oro hay otro lago, éste también rodeado por montañas de oro, y así sucesivamente hasta siete Lagos y siete círculos de montañas de oro5 y más allá del último círcculo de montañas se encuentra el lago Chi Gyatso.

En el Chi Gyatso es donde se encuentran los cuatro mundos, cada uno de éstos semejante a una isla, con su forma particular y sus habitantes distintos.

El mundo del Este es el Lu Phak, que tiene forma de media luna. Las gentes del Lu Phak viven quinientos años y son pacíficas, no hay contiendas en el Lu Phak. Sus habitantes tienen cuerpos gigantescos y caras en forma de media luna. No obstante, no son tan afortunados como nosotros, pues no tienen ninguna religión para poder seguir.

El mundo del Oeste se llama Balang Cho y su forma es como la del sol. Como en el Lu Phak, las gentes son de gran estatura y viven quinientos años, sólo que sus caras tienen forma de sol y se dedican a la cría de diversas clases de ganado.

La tierra del Norte es de fonna cuadrada y se llama Dra Mi Nyen. Las gentes de Dra Mi Nyen tienen caras cuadradas y viven mil años o más. En Dra Mi Nyen la comida y las riquezas son abundantes. Todo lo que un hombre necesita en sus mil años de vida lo obtiene sin esfuerzo ni padecimiento; viven con lujo, sin carecer de nada. Pero durante los siete últimos días de su vida, el dolor y el tormento anímicos acometen a los seres de Dra Mi Nyen, pues entonces es cuando reciben una señal de que están a punto de morir. Les visita una voz -una voz terrible- que les susurra cómo morirán y qué monstruosos sufrimientos habrán de soportar en los infiernos después de la muerte. En sus últimos siete días de vida, todas sus riquezas y posesiones decaen y ellos experimentan mayor sufrimiento que nosotros en toda una vida. Dra Mi Nyen se conoce como la «Tierra de la Voz Pavorosa».

Nuestro propio mundo, en Ci Sur, se llama Dzambu Ling6. Al comienzo, nuestro mundo estuvo habitado por dioses de Rirap Lhunpo. No había dolor ni enfermedades, y los dioses nunca necesitaban comida. Vivían en el contento, pasando sus días en profunda meditación. No había necesidad de luz en Dzambu Ling, pues los dioses emitían una luz pura de sus propios cuerpos.

Un día, uno de los dioses reparó en que en la superficie de la tierra había una substancia cremosa y, probándola, comprobó que era deliciosa al paladar y animó a los demás dioses a probarla. Tanto les gustó a todos los dioses la cremosa substancia, que no querían comer otra cosa, y cuanto más comían, más se reducían sus poderes. Ya no fueron capaces de estar sentados en profunda meditación; la luz que antes había brotado con tal resplandor de sus cuerpos empezó a apagarse poco a poco y finalmente desapareció por completo. El mundo quedó sumido en tinieblas y 105 grandes dioses de Rirap Lhunpo se convirtieron en seres humanos.

Entonces, en la oscuriead de la noche, apareció en los cielos el sol, y cuando el sol se apagó, la luna y las estrellas iluminaron el cielo y dieron luz al mundo. El sol, la luna y las estrellas aparecieron a causa de las buenas acciones pasadas de los dioses, y son para nosotros un recordatorio permanente de que nuestro mundo fue una vez un lugar hermoso y tranquilo, libre de codicias, sufrimientos y dolor.

Cuando la gente de Dzambu Ling hubieron agotado la provisión de la cremosa substancia, empezaron a comer los frutos de la planta nyugu. Cada persona tenía su propia planta, que producía un fruto corno los de las mieses, y cada día, cuando el fruto había sido comido, aparecía otro; uno cada día, lo cual era suficiente para satisfacer el hambre de los seres de Dzambu Ling.

Una mañana, un hombre se despertó y descubrió que en vez de producir un solo fruto, su planta había dado dos. Cayendo en la avidez, se comió los dos frutos; pero, al día siguiente, su planta estaba vacía. Necesitando satisfacer su hambre, ese hombre robó la planta de otro hombre y así fueron haciendo todos, pues cada persona tuvo que robarle a otra para poder comer. Con el robo, llegó la codicia, y todos, temiendo quedarse sin comer, empezaron a cultivar más y más plantas nyugu, debiendo trabajar cada cual cada vez más para asegurarse de que tendría bastante que comer.

Cosas extrañas empezaron a ocurrir en Dzambu Ling. Lo que había sido una tranquila morada de los dioses de Rirap Lhunpo, estaba ahora lleno de hombres que conocían el robo y la codicia. Un día, un hombre empezó a sentir malestar por sus genitales y se los cortó, convirtiéndose así en una mujer. Esta mujer tuvo contacto con hombres y pronto tuvo hijos, quienes a su vez tuvieron más hijos, y en poco tiempo Dzambu Ling se lleno de gente, toda la cual tenía que procurarse comida y un lugar donde vivir.

Las gentes de Uzambu Ling no vivían juntas en paz. Había muchas peleas y robos, y los hombres de nuestro mundo empezaron a experimentar realmente auténtico sufrimiento, que nacía del estado insatisfactorio en que se encontraban. La gente se dio cuenta de que para sobrevivir tenían que organizarse. Todos se juntaron y decidieron elegir un jefe, a quien llamaron Mang Kur, que significa «mucha gente lo hizo rey». Mang Kur enseñó al pueblo a vivir en una relativa armonía, cada cual en una tierra propia en que construir una casa y cultivar alimentos.

Así es como nuestro mundo llegó a ser, como, de dioses, nos convertimos en seres humanos sujetos a la enfermedad, la vejez y la muerte. Cuando contemplamos el cielo nocturno, o recibimos el cálido brillo del sol, deberíamos recordar que, de no ser por las buenas acciones de los dioses de la preciosa montaña de Rirap Lhumpo, viviríamos en una total obscuridad y que, de no ser por la codicia de una persona, nuestro mundo no conocería el sufrimiento que hoy experimenta. (*)

(*) Fuente: Cuentos populares tibetanos, traducción Jordi Quingles, Barcelona, José Olañeta Editor.

LA LEYENDA DE LA RISA DEL HORNERO Y EL ORIGEN DEL FUEGO

LA LEYENDA DE LA RISA DEL HORNERO Y EL ORIGEN DEL FUEGO

Aunque el hornero era muy trabajador, le gustaba mucho reírse. Construía su casa, vivía allí un tiempo y luego la vendía.

Los otros animales hacían fiestas y no invitaban al hornero porque creían que se iba a reír de ellos. Estos animales eran la tortuga, el quirquincho, el pichi, el suri o ñandú, la chuña, el conejo, el coy y la abuelita araña. Todos iban a comer a lo del Itoj Pajla, el Hombre de Fuego.

Un día el hornero los alcanzó. Pero la avispa le pidío que por favor no se fuera a reír porque el Hombre de Fuego se enojaría.

El Itoj Pajla estaba sentado y cada uno de los animales le pasaba su olla. Él las ponía de a una sobre sus rodillas y de este modo el agua de la olla no tardaba en hervir.

El hornero estaba alrededor del Hombre de Fuego junto con los otros animales. El suri abrió sus alas y el Hornero, temeroso de que riera, aunque el hornero le había asegurado que no lo haría.

Había un gran silencio en el lugar. El hornero vio que el Hombre de Fuego tenía todo el cuerpo cubierto de fuego. Cuando vio los testículos con fuego, no pudo contener la risa.

-¿Quién se ríe de mí? -quiso saber el Itoj Pajla.

lo-Ahora se va a quemar todo el mundo.

Y comenzó a largar fuego mientras todos huían. El fuego se extendió por todas partes, persiguiendo a los animales. La tortuga alcanzó a meterse en el agua y el fuego le pasó por encima. Los demás corrían hacia el mar. El suri y la chuña fueron los primeros en llegar. Parecía que el fuego ya alcanzaba a los otros, pero también llegaron a tiempo y pasaron al otro lado del mar.

El hornero tenía la culpa de eso, pero hasta hoy sigue riéndose.

La tortuga se quedó en el agua, convirtiéndose en tortuga de agua.

Antes la gente no tenía fuego. Sólo Itoj Pajla lo tenía. Pero luego del incendio el fuego quedó en los árboles. Si el hornero no se hubiera reído no tendríamos fuego. (*)

(*) Fuente: El ciclo de Tokjuaj y otros mitos de los wichis (compilación, prólogo y notas de Buenaventura Terán), Biblioteca de Cultura Popular, Ediciones del sol, pp-33-34. La fuerte oral de la historia es el wichi Carlos Ortiz.

El mito mataco de la creacion

Los matacos habitan en la Región del Chaco, en el norte de Argentina. Su principal actividad de subsistencia era la caza y la pesca. Con la consquista del Chaco por el hombre blanco, muchos matacos fueron explotados en el trabajo de tala de quebrachos colorados y en ingenios de azúcar o plantaciones de algodón. Aunque sus dominadores lo ignoraran, los matacos poseían, y aún conservan, una rica mitología. He aquí uno de sus cristales, su mito de la creación:

Hubo un tiempo en que la tierra estaba arriba y el cielo abajo. Tanto era la suciedad que caía que el cielo se quejó y pidió la inversión de los planos. Desde entonces el cielo está arriba y la tierra abajo. Entre ambos está el territorio de los vientos y las nubes. Bajo la superficie (ríos, lagunas, bañados, campos, bosques) están el bajo tierra y el bajo agua. Cada estrato tiene sus seres. Todo está rodeado por líquido y aire y a lo lejos está el fuego.

Hubo otro tiempo en que un gran árbol unía los diversos mundos. El de la copa, el de arriba, era el de la abundancia. Los hombres de la faz de la tierra iban allí a proveerse, subiendo y bajando por este árbol/vínculo de la vida. Mas un día no cumplieron con sus tradiciones solidarias, no entregaron lo mejor y más tierno a quienes no podían andar arriba-abajo, no dieron nada. Los ancianos se quejaron. Llegó el Gran Fuego y ardió todo. El joven Luna fue eclipsado por el jaguar celeste y sus trozos cayeron en tierra incendiándola. Algunos quedaron en el mundo de arriba cuando se quemó el Gran Arbol. Son los abuelos, Dapitchí, los antepasados (estrellas, constelaciones) que cazan por el sendero de los ñanduces (la Vía Láctea). Sólo unos pocos, honestos y respetuosos se salvaron metiéndose bajo la tierra, pero desde entonces todo hubo que conseguirlo aquí.

Los seres humanos varones pertenecen a la tierra, surgieron de ella por el agujero del escarabajo. Procreaban eyaculando juntos en un cántaro de calabaza. En una ocasión notaron que parte de lo que cazaban o pescaban les era robado. Dada la reiteración dejaron como observadores al ratón de campo y al loro, el primero no percibió nada y al segundo le ennegrecieron la lengua. Por fin, el Gavilán, Halcón o Carancho, avisó: extranos seres escapaban como rañas al cielo mientras iban tejiendo sus cuerdas de fibra vegetal. Con la ayuda de los picotazos de Carancho y una lluvia de flechas algunos seres celestes cayeron incrustándosc en la tierra. Tatú o el Armadillo los sacó con sus uñas. Tenían dos bocas dentadas, una en medio dc la cara, la otra en medio del cuerpo, por ambas devoraban la comida robada. El Zorro pretendió efectuar una cópula, perdió su pene y le tuvo que ser reemplazado por un huesito. El frío hizo que se acercaran al fuego encendido por los hombres. Cuando abrieron las piernas al sentarse, Aguilucho les arrojó una piedra que hizo caer todos los dientes de la boca inferior menos una que resultó ser el clítoris pues se trataba de mujeres y desde entonces es que nacen niños y niñas, de hombres y mujeres. Lástima que algunas o son hermosas porque la mayoría de éstas escaparon al cielo. Como mujeres son de origen celeste, tienen parte de ese poder, los hombres detentan el poder terrenal.

Igual que en los mundos procedentes, todo comenzó a corromperse, se quebró el equilibrio y cuando el Arco iris se ofendió por el accionar no tradicional de las mujeres menstruantes, comenzó la inundación. La Gran Agua, ahogó todo y hubo de comenzarse un mundo nuevo. Fue Paloma quien picoteando una semilla hizo brotar un Algarrobo y a su parir recomenzó la naturaleza, los seres de la tierra. Sin embargo, la periódica corrupción de la humanidad les encadenó un nuevo cataclismo.

Sol, sobrino de Luna, que es mujer y vieja y gorda en verano y joven y delgada en invierno. Hombres y mujeres habían comenzado a eliminar o devorar sus hijos. Sol, sobrina de Luna, que es mujer vieja y gorda en verano, joven y delgada en invierno, se quedó quieta, se negó a seguir su camino. Durante la Gran Noche todo sc congeló y cubrió de hielo. Cuando ya había muerto todo lo contaminado, un muchacho, dotado de poder por su calidad humana soñó con el Día. Su canto acompañado con sonajas hizo que Sol volviera a salir y recomenzara la vida. Esta quinta humanidad es la de los “Toba”, “Pilagá”, “Mocobí”, pero también de los Europeos y otros pueblos. (*)

(*) Fuente: Orígenes, Argentina, de Miguel Biazzi y Guillermo Magrassi, ed. Corregidor, pp-43-44.

LA LEYENDA DE LA PIEDRA EL CENTINELA, EN TANDIL, ARGENTINA.

LA LEYENDA DE LA PIEDRA EL CENTINELA, EN TANDIL, ARGENTINA.

Una piedra. Piedra que es en realidad un indio que espera en lo alto de una colina el regreso de la mujer amada. Este es el centro de la leyenda argentina que ahora le presentamos. Legendaria historia fundida con la dureza de la roca que nos hace recordar otra piedra y su respectiva leyenda, la piedra de Tandil, también ofrecida aquí, en Temakel.

Eran los primeros tiempos del Fuerte Independencia, que había incrustada su avanzada civilizadora entre los ricos valles y serranías de la hoy floreciente TANDIL. Algunos soldados que se aventuraban, en vespertinas cacerías hacia los inexplorados rincones de las serranías, habían traído la noticia o la leyenda de una extraña jovencita, de piel blanca, de hermoso porte. Que como una gacela sorprendida, desaparecía con habilidad en cuanto se apercibía de ser observada, siendo inútil después cuanto se hiciera para volver a encontrarla. AMAIKE era una extraña flor de la región. Su madre, india, había muerto cuando ella era muy niña. Vivía junto al cariño de su padre, un hombre ciertamente curioso en su aspecto y que, por otra parte, denunciaba su ascendencia extranjera, y puede ello admitirse, que era hijo de la cautiva de un gran Cacique. AMAIKE había heredado la fortaleza de la raza aborigen y una belleza asiática que contrastaba con la rusticidad de las hijas del lugar. Su vida natural, en constante ejercicio y a plena luz y sol, había dado a su cuerpo de moza una esbeltez y flexibilidad que unidas al tinte claro de su piel y a la extraña belleza de su rostro y de sus ojos, la habían convertido en una especie de diosa del paraje.

Los aborígenes respetaban a AMAIKE como cosa sagrada.

Los sencillos pero valientes pobladores de los valles y del llano, crueles con sus declarados enemigos, pero en el fondo blandos y susceptibles a la superstición, encontraban algo de divino en aquella criatura un tanto misteriosa, de belleza no común, cuya mirada serena, pero profunda, los hacía mantener distancia, en respetuosa contemplación.

Al principio la miraba como a una diosa, encandilado y cauto, a la distancia. Más adelante, saltaba a su encuentro en cuanto la divisaba, ganando a poco, con su destreza y su arrogancia, la confianza de AMAIKE hasta inspirarle el mismo sano y dulce amor que por ella había nacido. Él, vigilante, todas las tardes se situaba en su natural mirador de la colina, como un centinela y paciente esperaba las cada vez más frecuentes salidas de la hermosa muchacha. El amor los iba atando firmemente y en sus lazos, ambos jóvenes se entregaban con la ilusión de sus vidas en flor.

En una oportunidad, dos soldados que hicieron una entusiasta descripción de la muchacha mientras bebían en el bodegón del naciente pueblo de Tandil, juraron traer prisionera a la “endiablada” y blanca indiecita, a fin de justificar su narración. Alguna base tenían para arriesgar ese juramento. Unos de los soldados había sospechado del periódico encuentro de la jovencita serrana con el indio valiente que desde una colina lejana permanecía firme y desafiante. Así es que a fuerza de vigilar, apostados en los senderos, lograron sorprender a la escurridiza muchacha. Esta, que nunca había sabido de violencias, luchó desesperadamente y se defendió con coraje y decisión para no perder la libertad que la alejaba de sus prados y de su amor… Pero nada pudo hacer… Ya en plena noche, los tenaces soldados regresaban complacidos, y al franquear la entrada del fuerte, vióse con ellos a la más hermosa de las prisioneras.

Al día siguiente, con las primeras luces de la madrugada, se tuvo la certeza de que AMAIKE había sido hecha prisionera por el hombre blanco. Entre los indios, su recuerdo no tardó en apagarse y su existencia fue atribuida únicamente a la leyenda. Pero, en lo alto de la colina, por los días y los días, el atlético indio que aguardaba siguió firme en su mirador, con la esperanza ya vana, de volverla a ver. Quienes visitan el lugar, creen adivinar a través de los contornos de la erguida piedra, la figura imperturbable de quien espera todavía fiel a su amor, a la que nunca más volverá. (*)

(*) Aquí presentamos una versión modificada de la leyenda ofrecida en la página web de la ciudad de Tandil.

EL NACIMIENTO DE KAÁ-GUASÚ: LA YERBA MATE

EL NACIMIENTO DE KAÁ-GUASÚ: LA YERBA MATE

El mate es una infusión sumamente popular en la República Argentina y en Uruguay. La yerba mate es un arbusto del género de las Aquifoleaceas cuyas hojas contienen
una apreciable cantidad de un alcaloide denominado teína, (similar a la
cafeína), de considerable acción estimulante. Aquí reproduciremos una versión de la leyenda guaraní sobre el origen de kaá-guasú: la yerba mate.

Y así habitaba en el cielo. Todas las noches se pasea por las alturas, alumbrando las copas de los árboles y la superficie de los esteros. Y, un buen día, se dio cuenta de que todo
lo que conocía de la selva eran lo que veía desde arriba: los ríos, las
cascadas, el colchón verde de los árboles… pero que no sabía nada de lo que
pasaba en el suelo. Así que quiso ver por sí misma las maravillas de las que
le habían hablado el sol, la lluvia y el rocío: los coatíes cazando al
atardecer, las arañas tejiendo sus telas, los pájaros empollando sus huevos…
en fin, todas esas maravillas de la naturaleza que los hombres estamos tan
acostumbrados a ver, que ya no les prestamos atención.
Hasta que un día se decidió; la invitó a Araí, la nube, y juntas se fueron a
pedirle autorización a Kuarajhí, el Dios Sol, para que las dejara bajar a la Tierra.
-Está bien -les contestó el Dios Sol-; yo les doy permiso, pero desde ya les
digo que cuando lleguen allá tendrán las mismas debilidades que los seres
humanos, y estarán expuestas a los mismos peligros, aunque ellos no puedan
verlas a ustedes.
-A la mañana siguiente -reinició don Ante, después de cambiar la cebadura-,
tempranito nomas, ya estaban las dos muchachas recorriendo la selva, paseando
entre los timbó y los quebrachos, jugando con los caí-carayá, los monos aulladores, charlando con pájaros guacamayos, y con los
metalizados mbaé-í-humbí, un picaflor amazónico, y riéndose de las patas chuecas de los aba-caé u osos hormigueros.
Caminaron durante horas entre gigantescos lapachos y urundays, abriéndose paso
entre los bejucos y las lianas y tejiendo collares y coronas de orquídeas y
mburucuyás, las flores pasionarias. Así, hasta que llegó el mediodía y, como si hasta ese momento no lo hubieran notado, llegó hasta ellas el rumor sordo e ininterrumpido del
monte, entretejido por el parloteo estridente de los loros, el graznido de los
halcones, el martilleo del pájaro carpintero y todos esos otros sonidos que no
se pueden definir con precisión, pero que forman parte de esa vida bullente y
siempre renovada de la selva.
Todo aquel bullicio, sumado a su inexperiencia, hizo imposible que escucharan
los sigilosos pasos del yaguareté, famélico después de una larga noche
o de una infructuosa cacería. La bestia rugió furioso en el momento del ataque, mientras las diosas cerraban sus ojos, esperando los zarpazos que acabarían con su frágil vida humana. En lugar de ello, oyeron un silbido y un golpe sordo, tras el cual el salvaje bramido se
tornó en gemido cuando una flecha, disparada por un joven cazador guaraní que
pasaba accidentalmente por el lugar, se clavó profundamente en el flanco
expuesto del animal.
Enfurecida de dolor, la fiera se revolvió contra el cazador, abriendo sus
fauces aterradoras y sangrando por el costado, pero una nueva flecha acabó con
su agresión. En medio del fragor de la lucha, el joven cazador de la tribu cypoyai
creyó entrever la silueta de dos mujeres que huían despavoridas, pero luego,
al revisar los rastros, no vio más que la sangre derramada del yaguareté y los
arañazos de sus zarpas en la hierba, y creyó haberse equivocado.
El cypoyai, orgulloso frente a su primer jaguar, sacó su cuchillo, lo desolló
cuidadosamente y luego se acostó a la sombra de un ceibo. Agotado por la
excitación de la caza, durmió profundamente y, mientras lo hacía, soñó que dos
hermosas mujeres, de piel blanca como la espuma del río y rubias cabelleras
como nunca había visto, se acercaban a él y, llamándolo por su nombre, una de
ellas le dijo:
-Yo soy Yasí, y ella es mi amiga Araí; volvimos para agradecerte el habernos
salvado la vida. Fuiste muy valiente al enfrentarte al yaguareté para
defendernos, y por eso voy a entregarte un premio que te envía Kuarajhí, el Dios Sol. Más
tarde, cuando llegues de vuelta a tu maloka (casa), encontrarás junto a la
entrada una planta que no reconocerás; la llamarás caa, y con sus hojas podrás
preparar una bebida que acerca los corazones solitarios y ahuyenta la
nostalgia y la tristeza. Es mi regalo para tí, para tus hijos y para los hijos
de tus hijos…
Luego, en su sueño el joven cazador creyó ver que las dos muchachas se
alejaban entre los árboles, seguidas por una bandada de mariposas blancas, y
enseguida fueron solamente un resplandor entre los arbustos. Pero al
atardecer, al llegar a su tavá (pueblo) él y los miembros de su familia vieron un
nuevo arbusto de hojas ovaladas y brillantes que brotaba por doquier. Ante el
asombro de todos, el joven cypoyai siguió las instrucciones de Yasí: picó
cuidadosamente las hojas, las colocó dentro de una pequeña calabacita seca, y la llenó con agua fresca del arroyo. Luego buscó una caña fina, la introdujo en el mate y probó la
nueva bebida. Al comprobar que calmaba rápidamente su sed, y saborear su
agradable dejo amargo, invitó a sus familiares y, no contento con ello,
abandonó la maloka y llamó a sus vecinos, para hacerles probar su nuevo
hallazgo. Pronto el recipiente fue pasando de mano en mano, y en poco tiempo
toda la tribu había adoptado la nueva infusión: ¡había nacido el mate! (*)

(*) Fuente: Cuentos y leyendas argentinos, Selección y prólogo de Roberto Rosaspini Reynolds, Buenos Aires, Ediciones Continente.

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