la leyenda del santos vega

En la Pampa Argentina se escuchó la voz del payador sublime: el Santos Vega. Rafael Obligado se inspiró en su leyenda para crear un importante poema de la literatura gauchesca. El momento más recordado de la leyenda del Santos Vega es su encuentro con otro payador, el Supay, versión lugareña del diablo. Ambos payadores se trenzan en una payada, en una confrontación entre dos cantores en medio de los rasgueos de guitarra. Y entonces…

En tiempos distintos y nebulosos, allí donde se pierde el recuerdo de los orígenes de la nacionalidad argentina, Santos Vega fue el más potente payador. Su numen era inagotable en la improvisación de endechas, ya tiernas, ya humorísticas; su voz, de timbre cristalino y trágico, inundaba el alma de sorpresa y arrobamiento; sus manos arrancaban a la guitarra acordes que eran sollozos, burlas, imprecaciones. Su fama llenaba el desierto. Ávida de escucharlo, acudía la muchedumbre de los cuatro rumbos del horizonte. En las “payadas de contrapunto”, esto es, en las justas o torneos de canto y verso, salía siempre triunfante. No había en las pampas trovador que lo igualara; ni recuerdo de que alguna vez lo hubiese habido. Dondequiera que sé presentase rendíale el homenaje de su poética soberanía aquella turba gauchesca tan amante de la libertad y rebelde a la imposición. Para el alma sencilla del paisano, dominada por el canto exquisito, Santos Vega era el rey de la Pampa.

A la sombra de un ombú, ante el entusiasta auditorio que atraía siempre su arte, inspirado por el amor de su “prenda”, una morocha de ojos negros y labios rojos, cantaba una tarde Santos Vega el payador sus mejores canciones. En religioso silencio le escuchaban hombres y mujeres, conmovidos hasta dejar correr ingenuamente las lágrimas… En esto se presenta a galope tendido un forastero, tírase del caballo, interrumpe el canto y desafía al cantor. Es tan extraño su aspecto, que todos temen vaga y punzantemente una desgracia. Pálido de coraje, Santos Vega acepta el desafío, templa la guitarra y canta sus cielos y vidalitas. Y cuando termina, creyendo imposible que un ser humano le pueda vencer, los circunstantes lo aplauden en ruidosa ovación. Hácese otra vez silencio. Tócale su turno al forastero… Su canto divino es una música nunca oída, caliente de pasiones infernales, rebosante de ritmos y armonías enloquecedoras… ¡Ha vencido a Santos Vega! Nadie puede negarlo, todos lo reconocen condolidos y espantados, y el mismo payador antes que todos… ¡Adiós fama, adiós gloria, adiós vida!

Santos Vega no puede sobrevivir a su derrota…Acaso el vencedor, en quien se reconoce ahora al propio diablo, al temido Juan Sin Ropa, habiendo ganado, y como trofeo de su victoria, pretenda llevarse el alma del vencido…Desde entonces, en efecto, desapareciendo del mundo de los mortales, Santos Vega es una sombra doliente que, al atardecer y en las noches de luna, cruza a lo lejos las pampas, la guitarra terciada en la espalda, en su caballo veloz como el viento. (*)

(*) Fuente: Cuentos y leyendas de la Argentina, Barcelona, José Olañeta Editor, pp. 63-65.

El mito Cheyenne de la Creacion

os cheyennes, uno de los principales pueblos indígenas de América del Norte. Aquí el modo como, en las distancias de los tiempos, los primeros cheyennes imaginaron la creación de todo.

ASI EMPEZO TODO

Al principio no había nada.

Absolutamente nada.

Todo estaba vacío.

Maheo, el Gran Espíritu, sentíase como desolado.

Miró en su entorno pero, obviamente, no había nada que ver.

Trató de oír, pero nada había que escuchar.

Únicamente se encontraba él, Maheo, solo en la nada.

-Tengo que poner remedio a esta situación.

Aunque gracias a su gran Poder, Maheo, no se consideraba aislado, porque él mismo era un universo. Mas, dado el hecho de que se movía a través de la nada y del tiempo sin fin, Maheo pensó que su Poder podía tener alguna aplicación productiva y concreta.

-¿Para qué sirve el Poder -se preguntó-, si no puede utilizarse para hacer el mundo y los distintos pueblos? Sí, tengo que poner remedio a esta situación.

Y llevó a la práctica sus intenciones.

Creando una amplísima extensión de agua, como un lago, pero salada. Comprendió el Gran Espíritu que partiendo del agua podría existir la vida. El lago mismo era vida.

-Deberían existir seres que viviesen en las aguas -dijo Maheo a su Poder. Y así fue.

Primero hizo los peces que nadaban en las oscuras aguas, luego las almejas y los caracoles y los ástacos, que vivían eh la arena y en el fondo del lago.

-Formemos ahora seres que puedan moverse sobre el agua -requirió de su Poder.

Así ocurrió.

Fueron apareciendo los gansos, los ánades, los charranes, las fochas, las cercetas, viviendo y nadando en los alrededores del lago. En la oscuridad, Maheo, podía escuchar el chapoteo de sus patas y el batir de sus alas.

-Quisiera ver todas las cosas que acaban de ser creadas -pensó Maheo.

Y una vez más los hechos se produjeron de acuerdo con sus más íntimos deseos. La luz comenzó a brotar y a esparcirse, primero blanca y clareando en el Este, posteriormente dorada e intensa cuando hubo llegado al centro del cielo, extendiéndose al final hasta el último punto del horizonte.

Merced a la claridad, pudo Maheo contemplar los pájaros, los peces y las conchas de los animales marinos apoyadas en el fondo del lago.

-¡Qué maravilla! -sintió el Gran Espíritu dentro de sí.

Entonces la gansa se dirigió chapoteando hacia donde suponía se encontraba Maheo, en la inmensidad del espacio, sobre el lago.

-No alcanzo a distinguirte pero sé que estás ahí -comentó-. No sé dónde estás ahora, pero sé que te encuentras en cualquier lugar: Óyeme, Maheo. El lago que has hecho, en el que moramos, es bueno. Pero comprende que los pájaros no somos peces, a veces nos fatigamos de tanto nadar y nos sentiríamos muy felices de poder reposar fuera del agua.

-Entonces, volad -repuso Maheo, agitando al unísono los brazos.

Todos los pájaros del agua aletearon agitadamente sobre la superficie acuática hasta que obtuvieron la suficiente velocidad como para remontar el vuelo.

Eran tantos que oscurecieron el firmamento.

El somorgujo fue el primero en regresar a la superficie del lago.

-Maheo -dijo, mirando en torno a sí, pues sabía que el Gran Espíritu se hallaba en todas partes-, tú nos has dado el cielo y la luz para que podamos volar y el agua para nadar. Pedirte algo más podría parecer una ingratitud, pero debemos hacerlo. Cuando estemos cansados de nadar y volar; nos agradaría tener un lugar firme y seco donde caminar para rehacernos del agotamiento. Por favor Maheo, concédenos un sitio en el que podamos construir nuestros nidos.

-Así será -respondió Maheo-, pero para tal hacer necesito de vuestra colaboración. Por mí mismo he hecho el agua, la luz, el aire del cielo y los seres del agua. Ahora, para seguir mi obra creadora, preciso ayuda, pues mi Poder sólo me permite hacer cuatro cosas.

-Explícanos en qué podemos serte útiles -hablaron los seres del agua-. Estamos dispuestos a prestarte nuestra máxima ayuda.

-Que los de tamaño superior y los más rápidos intenten encontrar tierra -dijo el Gran Espíritu, alargando los brazos y haciendo señas a la gansa.

-Estoy preparada.

Diciendo así, la gansa partió rauda y veloz, cruzando el agua hasta convertirse en un punto blanco que se elevaba en el aire. Luego regresó con la celeridad de una flecha, zambulléndose en las aguas.

La gansa estuvo ausente durante un período bastante largo.

Maheo Maheo contó cuatro veces cuatrocientos antes de que ella surgiera de las aguas y quedase flotando, abierto el pico para recobrar el aliento.

-¿Nos has traído algo? -preguntó el Gran Espíritu.

La gansa suspiró desolada.

-No. No he podido traer nada.

Acto seguido lo intentaron el somorgujo y el ánade, pero tampoco su empresa se vio coronada por el éxito. Finalmente vino la pequeña focha, chapoteando sobre la superficie del lago, hundiendo la cabeza en ocasiones para atrapar algún pececito y agitando el agua a cada momento.

-Maheo Maheo -anunció la menuda focha tenuemente-, cada vez que me sumerjo creo ver algo, allá a lo lejos. Tal vez yo pueda descender nadando, lo sé. No soy capaz de volar ni de zambullirme con mis hermanas y hermanos. Lo único que puedo hacer es nada y; pero lo haré lo mejor que sepa y llegaré tan profundamente como me lo permitan mis fuerzas. Déjame intentarlo, por favor; Maheo.

-Pequeño hermano -repuso éste-, cada cual puede hacer aquello de lo que sea capaz, y ya he requerido la colaboración de todos los seres del agua. Ciertamente, puedes intentar cumplir esta tarea. Tal vez saber nadar sea mejor que saber zambullirse, después de todo. Vete, pequeño hermano, y mira qué es lo que puedes hacer.

-¡Ah, oh! -exclamó la pequeña focha-. ¡Gracias, Maheo!

Y hundiendo la cabeza en el agua, nadó cada vez más y más profundamente, hasta que se perdió de vista.

Pasó mucho tiempo hasta que Maheo y los demás pájaros volvieron a ver una pequeña mancha oscura bajo la superficie del agua, ascendiendo lentamente hacia ellos. La figura se fue haciendo poco a poco más definida hasta que todos estuvieron seguros de quién era. El pequeño pájaro subía nadando desde el fondo del lago salado.

Al arribar a la superficie, la focha alzó su pico hacia la luz, sin abrirlo.

-Dame lo que has traído -dijo Maheo.

Entonces, del pico cayó una pequeña bola de lodo que el Gran Espíritu recogió entre sus manos.

-Vete, pequeño hermano -dijo-. Y gracias. Es posible que esto que has traído te proteja para siempre.

Y así ha sido y es, pues la carne de focha aún tiene sabor a lodo, y ningún ser humano o animal come a este pequeño pájaro, a no ser que no tenga otra cosa con que alimentarse.

Maheo Maheo hizo rodar la bola de lodo entre las palmas de las manos hasta que la misma se hizo tan grande que ya no le fue posible sostenerla. Buscó entonces por los alrededores con la mirada un sitio donde ponerla, pero no había más que agua y aire.

-Necesito de nuevo vuestra ayuda, moradores del agua -anunció-. Debo poner este lodo en algún lugar. Uno de vosotros debe hacerme un espacio en su espalda.

Todos los peces y demás criaturas acuáticas se acercaron nadando hacia el Gran Espíritu, que trató de elegir al más apto para sus propósitos. Las almejas, los caracoles y los ástacos eran demasiado pequeños, pese a que gozaban de fuertes espaldas y vivían en las profundidades del agua. Los peces, por su parte, eran demasiado estrechos y sus aletas cortaban en pedazos el barro. Finalmente, sólo quedaba un habitante en las aguas.

-Abuela Tortuga -exclamó Maheo-, ¿podrías ayudarme?

-Soy demasiado vieja y excesivamente lenta -razonó. Añadiendo-: Pero lo intentaré-. Maheo apiló sobre la redonda espalda una buena cantidad de lodo hasta formar una colina. Bajo las manos del Gran Espíritu, la colina fue creciendo, extendiéndose y enderezándose, mientras la Abuela Tortuga desaparecía de la vista.

-Así sea -dijo Maheo otra vez-. Que la tierra sea conocida como nuestra abuela, y que la abuela, que es quien transporta la tierra, sea el único ser que pueda vivir debajo del agua o de la tierra, o encima del suelo; el único que pueda ir a cualquier parte, ya sea nadando, ya caminando, según lo prefiera.

Y así ha sido y es. La Abuela Tortuga y todos sus descendientes caminan muy lentos, pues cargan en sus espaldas todo el peso del mundo y los seres que lo habitan.

Ahora ya había agua y también tierra, pero esta última era estéril. Maheo dijo entonces a su Poder:

-Nuestra Abuela Tierra es como una mujer y, en consecuencia, debe ser productiva. Ayúdame, Poder, a que ella engendre vida.

Al pronunciar Maheo estas palabras, los árboles y las hierbas brotaron, convirtiéndose en el cabello de la abuela; las flores se transformaron en brillantes adornos, y las frutas y las semillas fueron ofrecidas por la tierra al Gran Espíritu. Los pájaros se posaron a descansar en las manos de la abuela, a cuyos lados se acercaron también los peces. Mirando a la mujer Tierra, Maheo pensó que era muy hermosa, la más hermosa de las cosas que nunca había hecho.

“Pero no debería estar sola”, pensó. “Démosle una parte de mí, y así podrá saber que estoy cerca de ella y la amo.”

Maheo Maheo metió la mano en su costado derecho y sacó una de sus costillas. Luego de darle aliento, la colocó dulcemente en el seno de la mujer Tierra. La costilla se movió agitadamente, se puso en pie. Y caminó. Había nacido el primer hombre.

-Está solo en la Abuela Tierra como yo estuve solo una vez en el vacío -admitió Maheo-. Y para nadie es bueno estar solo.

Utilizando entonces una de sus costillas de la parte derecha formó una hembra, que puso al lado del hombre. Entonces sobre la Abuela Tierra hubo dos seres humanos: sus hijos y los de Maheo. Todos eran felices, y el Gran Espíritu era feliz mirándolos.

Un año más tarde, en la época primaveral, nació el primer niño.

Y a medida que transcurrió el tiempo vinieron otros pequeños seres que, siguiendo su camino, fundaron las diferentes tribus. Luego Maheo vio que su pueblo tenía ciertas neeesidades. Con su Poder creó animales que alimentasen y protegieran al hombre. Finalmente, el Gran Espíritu pensó en una bestia que pudiera ocupar el sitio de los demás creando al bisonte.

Maheo sigue con nosotros.

En todas partes y lugares. Mirando a su pueblo y a todo cuanto ha creado. Él representa la totalidad de la vida. Es el creador, el guardián, el maestro, el único…

Nosotros estamos aquí, gracia a Maheo. (*)

(*) Fuente: Leyendas de los indios de Norteamérica, Edimat Libros, pp. 155-65.

El mito de Wiraccocha

Wiraccocha, principial divinidad inca, creó el mundo. Luego, se alejó a una misteriosa distancia y envió a Wiraccochan, su mensajero, quien emprendió una larga caminata. Mientras caminaba, Wiraccochan educaba a los pueblos. Antes de dejar la tierra, llegó al pueblo de Tambo u Ollantaytambo que floreció gracias a sus divinos conocimientos. Aquí, una versión del mito de Wirraccochan como enviado del gran Wiraccocha y como guía de los antiguos incas.

Antes que los Incas reinasen, cuentan que en el principio, Wiraccocha crió un mundo oscuro y luego de ordenar el cielo y la tierra crió una raza de gigantes. A estos les mandó que viniesen en paz para que lo sirviesen, mas como no fueron recíprocos con él, los convirtió en piedras, enviándoles a la vez un diluvio general al cual llaman Unu Pachacuti, que quiere decir “el agua que transformó el mundo”.

Pasado el diluvio y seca la tierra, Wiraccocha determinó poblarla por segunda vez y para hacerlo con más perfección determinó criar luminarias que diesen claridad, para esto fue al gran lago Titicaca y mandó allí que salieran el Sol, la Luna y las estrellas y subiesen al cielo para dar su luz al mundo. Y dicen que la Luna tenía más claridad que el Sol, por lo que este al tiempo que subían le echó un puñado de ceniza en la cara y que desde esa vez quedó la Luna con el color que ahora tiene.
Y luego que todo esto pasó, en la dirección Sur, apareció el enviado de Wiraccocha, que era un hombre de crecido cuerpo, el cual en su aspecto y en su persona mostraba gran autoridad, llamándolo Wiraccochan o Tunupa. Vestía una túnica andrajosa que le daba hasta los pies: traía el cabello corto, una corona en la cabeza y un báculo como los que llevaban los sacerdotes y astrónomos antiguos. Dicen también que llevaba a cuestas un bulto en el que transportaba los dones con los que premiaba a los pueblos que lo escuchaban. Y dicen que este hombre tenía gran poder, que de los cerros hacia llanuras y de las llanuras cerros grandes. Hacía también cosas mayores por que dio ser a los hombres y animales, y que, en fin, por su mano vino notable beneficio.
Luego se dirigió a Tiahuanaco y en este lugar dibujó y esculpió en una losa grande todas las naciones que pensaba criar; después de esto, inició su peregrinaje obrando maravillas por el camino de la serranía, mandando salir a los pueblos de sus Paqarinas diciendo: “Gente y naciones oigan y obedezcan que yo les mando salir, multiplicar y henchir la tierra”. Y a su vez todos los lugares obedecieron y así unos pueblos salieron de los suelos, otros de los lagos, fuentes, valles, cuevas, árboles, peñas y montes. A la vez que esto sucedía, pintaba a cada pueblo el traje y vestido que habrían de llevar y así mismo dio a cada nación la lengua que habría de hablar, sus cantares y las semillas. Y así en este camino de los Andes y montañas de la tierra fue dando y poniendo nombres a todos los árboles grandes y pequeños, tanto como a sus flores y frutos, mostrando a la gente los que eran buenos para comer y los que no y los que eran buenos para medicina y, asimismo, puso nombre a todas las yerbas e indicó el tiempo en el que habrían de florecer y fructificar. También dio orden a los hombres sobre cómo vivir, hablándoles amorosamente con mucha mansedumbre, amonestándole para que fuesen buenos, y los otros no se hiciesen daño ni se injuriasen; luego les enseñó cómo cultivar; para esto rompía la tierra con la punta de su báculo quedando esta dispuesta para sembrarse, y así con su sola palabra hacía nacer el maíz y los demás alimentos.
En ese largo peregrinar, dicen que también halló algunas naciones rebeldes que no habían cumplido con su mandato, por lo que los convirtió en piedras, en figuras de hombres y mujeres con el mismo traje que traían. Estas conversiones fueron hechas en Tiahuanaco, Pucara y Jauja. En dichos lugares se encuentran unos bultos de piedras grandes y en algunas otras partes dicen que tienen tamaños casi gigantes.

Y es así como llegó a la provincia de Cacha habitada por los Canas, y éstos, como no lo conocían, salieron armados y dispuestos a matarlo. Entonces Wiraccochan, al observar esta actitud, hizo que cayese fuego volcánico sobre ellos. Y los canas, por el temor de verse quemados, arrojaron sus armas y lo veneraron. Viendo esto, Wiraccochan tomó su báculo y paró el fuego; luego, puso orden entre ellos. En memoria de este hecho le edificaron un suntuoso adoratorio y hoy en día, aún se puede ver el cerro de Cacha con su enorme quemadura que consumió las piedras de tal manera que ellas mismas se hacen testigos de este hecho, por que quedaron tan quemadas que se las pueden levantar como si fuesen madera liviana.
Dicen que después de este suceso llegó al pueblo de Urcos, y subió a un cerro alto desde donde mandó saliesen de él los naturales de Urcos, por lo que con el tiempo le erigieron en este lugar un rico adoratorio, edificando en este un escaño de oro fino y una imagen a semejanza suya.

Luego Wiraccochan prosiguió su camino y llegando a cierto sitio crió a un señor al cual puso el nombre de Alcaviza y al lugar por nombre Cusco; dejando el mensaje que después de este señor vendrían los Incas Orejones a quienes todos respetarían.
Este Wiraccochan a quién los pueblos llamaban también Tunupa, Tarapaca, Wiraccochan pachayachicachan, Bichaycamayoc, Cunacuycamayoc Pachacan; que quiere decir el enviado de Wiraccocha, su fuente, el predicador, el encargado del presente o el conocedor del tiempo, dicen que se dirigió al pueblo del curaca Apotambo (Señor de Tanpu, Tambo u Ollantaytambo), a donde llegó cuando se celebraban unas bodas. Fue en esas circunstancias que el Curaca escuchó sus razonamientos y predicamentos con mucho amor, mas su pueblo no lo hizo así, por lo que Wiraccochan los reprendió con amor afable. Y, luego de esto, en un gesto de reciprocidad, entregó el báculo que portaba y en el que se encontraban grabados todos sus conocimientos, al curaca Apotambo. Pasado esto, en memoria de Wiraccochan labraron una montaña a imagen y semejanza suya, a la cual veneraron muchísimo.
Luego, este Wiraccochan prosiguió su camino haciendo sus obras hasta que llegó a la línea equinoccial cerca al Ecuador, donde queriendo dejar esta tierra, informó a la gente sobre las muchas cosas que habrían de suceder. Les dijo que con el tiempo habrían de venir gente diciendo ser Wiraccochas y a los cuales no les deberían de creer. Y dicho esto se metió al mar caminando por sobre el agua como si fuese su espuma…”
Dicen que pasado el tiempo y luego de que el pueblo de Tambo u Ollantaytambo floreció gracias a los conocimientos dejados por Wiraccochan, el báculo dejado por él, se transformó en oro fino en el momento en que nació uno de los descendientes de Apotambo llamado Manco Capac quién vino a ser el primer Inca, y con este báculo de oro pasado los años se dirigió a las partes altas de una serranía para fundar la que con el tiempo sería la capital del Imperio de los Incas: el Cusco. (*)

(*) Fuente: Fernando E. Elorrieta Salazar y Edgar Elorrieta Salazar, El valle sagrado de los incas. Mitos y símbolos, Sociedad Pacaritanpu Hatha, pp.13-16.

El mito guarani de la creacion

Los guaraníes habitaban en el sur de Brasil, Paraguay y el noreste argentino. Se distinguieron por ser enérgicos guerreros y cazadores. Fueron parcialmente evangelizados por los jesuitas. A su estirpe, aún presente principalmente en el Paraguay, pertenece este mito sobre el divino origen de las voces que intercambian los hombres.

El verdadero Padre Ñamandú, el Primero,

de una pequeña porción de su propia divinidad,

de la sabiduría contenida en su propia divinidad,

y en virtud de su sabiduría creadora,

hizo que se engendrasen llamas y tenue neblina.

Habiéndose erguido (asumido la forma humana),

de la sabiduría contenida en su propia divinidad,

y en virtud de su sabiduría creadora,

concibió el origen del lenguaje humano.

Creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano e hizo que

formara parte de su propia divinidad.
Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas primigenias,
antes de tenerse conocimiento de las cosas,
creó aquello que sería el fundamento del lenguaje humano (o: es el fundamento del futuro lenguaje humano) e hizo el verdadero Primer Padre
Ñamandú que formara parte de su propia divinidad.

Habiendo concebido el origen del futuro lenguaje humano,
de la sabiduría contenida en su propia divinidad,

y en virtud de su sabiduría creadora concibió el fundamento del amor (al prójimo).

Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas primigenias,
antes de tenerse conocimiento de las cosas,
y en virtud de su sabiduría creadora el origen del amor (al prójimo)lo concibió.

Habiendo creado el fundamento del lenguaje humano,
habiendo creado una pequeña porción del amor,

de la sabiduría contenida en su propia divinidad,

y en virtud de su sabiduría creadora

el origen de un solo himno sagrado la creó en su soledad.

Antes de existir la tierra
en medio de las tinieblas originarias,
antes de conocerse las cosas el origen de un himno sagrado lo
creó en su soledad (para sí mismo).

Habiendo creado, en su soledad, el fundamento del lenguaje humano;
habiendo creado, en su soledad, una pequeña porción de amor;

habiendo creado, en su soledad, un corto himno sagrado,
reflexionó profundamente sobre a quién hacer partícipe del fundamento del lenguaje humano;
sobre a quién hacer partícipe del pequeño amor(al prójimo)

sobre a quién hacer partícipe de las series de palabras que componían el himno sagrado.
Habiendo reflexionado profundamente, de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora

creó a quienes serían compañeras de su divinidad.

Habiendo reflexionado profundamente,
de la sabiduría contenida en su propia divinidad,

y en virtud de su sabiduría creadora

creó al ( a los) Ñamandú de corazón grande (valeroso).

Lo creó simultáneamente con el reflejo de su sabiduría (el sol).

Antes de existir la tierra, en medio de las tinieblas originarias,
creó al Ñamadú de corazón grande.

Para padre de sus futuros numerosos hijos,
para verdadero padre de las almas de sus futuros numerosos hijos
creó al Ñamandu de corazón grande. (*)

(*) Fuente: Orígenes. Argentina; compilación de mitos de guaraníes, tehuelches, matacos y tobas, onas, pampas, araucanos y collas, de Miguel Biazzi y Guillermo Magrasi, ed. Corregidor.

El mito hopi de la creacion

Los hopi que sobreviven habitan en Arizona, Estados Unidos. Sus profecías le han tributado celebridad; en ellas se inspira el famoso film de Godfrey Reggio, Koyaanisqatsi. Aún a comienzos del siglo XX, mantenían celosamente la pureza de sus ritos ancestrales. Uno de los momentos más radiantes de su mitología es su mito de la creación que a continuación presentamos en este espacio poblado de mitos de Temakel.

Al comienzo del tiempo, una chispa de conciencia se encendió en el espacio infinito. Esta chispa era el espíritu del sol, llamado Tawa. Y Tawa creó el primer mundo: una enorme caverna poblada únicamente por insectos. Tawa observó durante unos instantes cómo se movían y sacudiendo la cabeza pensó que aquella población hormigueante era más bien estúpida. Entonces les envió a la Abuela Araña que dijo a los insectos:

-Tawa, el espíritu del sol que os ha creado, está descontento de vosotros porque no comprendéis en absoluto el sentido de la vida. Así que me ha ordenado que os conduzca al segundo mundo, que está por encima del techo de vuestra caverna.

Los insectos se pusieron a trepar hacia el segundo mundo. La ascensión era larga, tan larga y tan penosa que, antes de llegar al segundo mundo, muchos de ellos se habían transformado en animales poderosos. Tawa los contempló y dijo:

-Estos nuevos vivientes son tan estúpidos como los del primer mundo. Tampoco parecen capaces de comprender el sentido de la vida.

Entonces pidió a la Abuela Araña que los condujera al tercer mundo. En el transcurso de este nuevo viaje algunos animales se transformaron en hombres. La Abuela Araña enseñó a los hombre la alfarería y el arte del tejido. Los instruyó convenientemente y en la cabeza de hombres y mujeres comenzó a despuntar un deste llo, una vaga idea del sentido de la vida. Pero los brujos malvados, que sólo se sentían a gusto en las tinieblas, extinguieron aquel destello de luz y cegaron a los humanos. Los niños lloraban, los hombres peleaban y se lastimaban: habían olvidado el sentido de la vida. Entonces la Abuela Araña volvió a ellos y les dijo:

-Tawa, el espíritu del sol, está muy descontento de vosotros. Habéis desperdiciado la luz que había brotado en vuestras cabezas. Por consiguiente, deberéis ascender al cuarto mundo. Pero esta vez, tendréis que encontrar por vosotros mismos el camino.

Los hombres, perplejos, se preguntaban cómo podrían subir al cuarto mundo. Durante largo tiempo permanecieron en silencio. Al fin, un anciano tomó la palabra:

-Creo haber oído ruido de pasos en el cielo.

-Es cierto -asintieron los demás-. También nosotros hemos oído el caminar de alguien allá arriba.

Así pues, enviaron al «pájaro gato» a explorar el cuarto mundo que parecía habitado. EI pájaro gato se coló por un agujero del cielo y pasó al cuarto mundo, donde descubrió un país semejante al desierto de Arizona. Sobrevoló el país y divisó a lo lejos una cabaña de piedra. Al aproximarse, vio delante de la cabaña a un hombre que parecía dormir, sentado contra la pared. El pájaro gato se posó junto a él y el hombre despertó. Su rostro era extraño, pavoroso; completamente rojo, cubierto de cicatrices, quemaduras y costras de sangre, con unos trazos negros pintados sobre los pómulos y sobre la nariz. Sus ojos estaban tan hundidos en las órbitas que eran casi invisibles, a pesar de lo cual el pájaro gato vio brillar en ellos un resplandor aterrador. Reconoció a aquel personaje: era la Muerte. La Muerte miró detenidamente al pájaro gato y le dijo gesticulando:

-¿No tienes miedo de mí?

-No-respondió el pájaro-. Vengo de parte de los hombres que habitan el mundo que está debajo de éste. Quieren compartir contigo este país. ¿Es eso posible?

La Muerte reflexionó unos momentos.

-Si los hombres quieren venir -dijo finalmente con aire sombrío-, que vengan.

El pájaro gato volvió a bajar al tercer mundo y contó a los hombres lo que había visto.

-La Muerte acepta compartir con vosotros su país-les comunicó.

-¡Gracias le sean dadas! -respondieron los hombres-. ¿Pero cómo podremos subir hasta allá arriba? Pidieron consejo a la Abuela Araña y ésta les dijo:

-Plantad un bambú en el centro de vuestro poblado y cantad para ayudarle a crecer.

Así hicieron los hombres y el bambú creció. Cada vez que los cantores tomaban aliento entre dos estrofas, se formaba un nudo en el tallo del bambú. Cantaban sin cesar y la abuela araña danzaba y danzaba para ayudar a que el bambú creciera bien derecho. Del alba hasta el crepúsculo cantaron sin tregua hasta que, por fin, la Abuela Araña exclamó:

-¡Mirad! ¡La punta del bambú ha pasado por el agujero del cielo!

Entonces los hombres empezaron a trepar por el bambú, alegres como niños. Nada llevaban consigo, estaban desnudos, tan desprovistos como el primer día de su vida.

-¡Sed prudentes! -les gritó la abuela-. ¡Sed prudentes!

Pero ya no le oían, estaban demasiado arriba. Alcanzaron el cuarto mundo y en él construyeron poblados, plantaron maíz, calabazas y melones, hicieron jardines y huertos. Y esta vez, para no olvidar el sentido de la vida, inventaron las leyendas. (*)

(*) Fuente: El árbol de los soles. Mitos y leyendas del mundo entero, de Henri Gougaud, Editorial Crítica, Barcelona.

LA LEYENDA PAMPEANA DE LA PIEDRA DE TANDIL

LA LEYENDA PAMPEANA DE LA PIEDRA DE TANDIL

Este notable fenómeno de la naturaleza causó el asombro de cuantos le conocieron. La famosa piedra se encontraba sobre el lomo de una sierra del sistema del Tandil, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Estaba situada en lo alto, al borde de un precipicio, unida a la roca por un punto de su base, sobre el cual se apoyaba inclinada hacia el vacío. Esta mole de granito tenía lo forma de una campana y media aproximadamente cinco metros de diámetro y cuatro de altura. Lo más notable de ella era que se balanceaba continuamente, oscilando a razón de sesenta veces por minuto. Ni los más violentos huracanes, ni los rayos ni nada pudo desprender la roca de su lugar, donde se mantenía con increíble equilibrio, ante la admiración de gran cantidad de personas que iban al lugar para verla. Un día, el 29 de febrero de 1912, sin ninguna causa visible, en las últimas horas de una tarde muy serena, la piedra rodó por la ladera sin que hasta la fecha haya podido explicarse la razón de la existencia ni los motivos de la caída de esta verdadera maravilla natural.

A los pocos días de su caída, se acercó a la misteriosa piedra el gran escritor argentino Ricardo Rojas. Producto de esta visita, es un magnífico texto olvidado llamado La piedra muerta.

Y ahora acompañemos el modo como la imaginación nativa concibió el origen de la extraña piedra…

Era el principio de los tiempos. El Sol y la Luna eran marido y mujer: dos dioses gigantes, tan buenos y generosos como enormes eran. El Sol era el dueño de todo el calor y la fuerza del mundo; tanto era su poder que de sólo extender los brazos la tierra se inundaba de luz y de sus dedos prodigiosos brotaba el calor a raudales. Era el dueño absoluto de la vida y de la muerte. Ella, la Luna, era blanca y hermosa. Dueña de la sabiduría y el silencio; de la paz y la dulzura. Ante su presencia todo se aquietaba. Andando por la tierra crearon la llanura: una inmensa extensión que cubrieron de pastos y de flores para hacerla más bella. Y la llanura era una lisa alfombra verde por donde los dioses paseaban con blandos pasos. Luego crearon las lagunas donde el Sol y la Luna se bañaban después de sus largos paseos.

Pero los dioses se cansaron de estar solos: y poblaron de peces las aguas y de otros animales la tierra.¡Qué felices se sentían de verlos saltar y correr por sus dominios! Satisfechos de su obra decidieron regresar al cielo. Entonces fue cuando pensaron que alguien debía cuidar esos preciosos campos: y crearon a sus hijos, los hombres. Ahora ya podían regresar. Muy tristes se pusieron los hombres cuando supieron que sus amados padres los dejarían. Entonces el Sol les dijo:
-Nada debéis temer; ésta es vuestra tierra. Yo enviaré mi luz hasta vosotros, todos los días. Y también mi calor para que la vida no acabe.

Y dijo la Luna:
-Nada debéis temer; yo iluminaré levemente las sombras de la noche y velaré vuestro descanso.

Así pasó el tiempo. Los días y las noches. Era el tiempo feliz. Los indios se sentían protegidos por sus dioses y les bastaba mirar al cielo para saber que ellos estaban siempre allí enviándoles sus maravillosos dones. Adoraban al Sol y la Luna y les ofrecían sus cantos y sus danzas.

Un día vieron que el Sol empezaba a palidecer, cada vez más y más y más… ¿qué pasaba?, ¿qué cosa tan extraña hacía que su sonriente rostro dejara de reír? Algo terrible, pero que no podían explicarse, estaba sucediendo. Pronto se dieron cuenta que un gigantesco puma alado acosaba por la inmensidad de los cielos al bondadoso Sol. Y el Dios se debatía entre los zarpazos del terrible animal que quería destruirlo. Los indios no lo pensaron más y se prepararon para defenderlo. Los más valientes y hábiles guerreros se reunieron y empezaron a arrojar sus flechas al intruso que se atrevía a molestar al Sol. Una, dos, miles y miles de flechas fueron arrojadas, pero no lograban destruir al puma, que, por el contrario, cada vez se ponía más furioso. Por fin uno dio en el blanco y el animal cayó atravesado por la flecha que entraba por el vientre y salía por el lomo. Sí, cayó, pero no muerto. Y allí estaba, extendido y rugiendo; estremeciendo la tierra con sus rugidos. Tan enorme era que nadie se atrevía a acercarse y lo miraban, asustados, desde lejos. En tanto el Sol se fue ocultando poco a poco; había recobrado su aspecto risueño. Los indios le miraban complacidos y él les acariciaba los rostros con la punta de sus tibios dedos. El cielo se tiñó de rojo… se fue poniendo violeta.., violeta. … y poco a poco llegaron las sombras. Entonces salió la Luna. Vio al puma allá abajo, tendido y rugiendo.Compadecida quiso acabar con su agonía. Y empezó a arrojarle piedras para ultimarlo. Tantas y tan enormes que se fueron amontonando sobre el cuerpo hasta cubrirlo totalmente. Tantas y tan enormes que formaron sobre la llanura una sierra: la Sierra de Tandil. La última piedra que arrojó cayó sobre la punta de la flecha que todavía asomaba y allí se quedó clavada. Allí quedó enterrado, también, para siempre, el espíritu del mal, que según los indios no podía salir. Pero cuando el Sol paseaba por los cielos, se estremecía de rabia siempre con el deseo de atacarlo otra vez. Y al moverse hacía oscilar la piedra suspendida en la punta de la sierra.(*)

(*) Fuente: Leyendas argentinas, de Neli Garrido de Rodríguez, editorial Plus Ultra.

UN MITO ESQUIMAL: SEDNA, LA HIJA DEL MAR

Los esquimales, los inuit, como se llaman a sí mismos, desde lejanos tiempos, convivieron con la nieve, el oso, las focas, las aguas frías. Sila, divinidad invisible, era una de sus principales divinidades. Y Sedna, la Reina de las Focas, la hija del mar…

Cuenta la leyenda que alguna vez existió una muchacha muy joven y hermosa llamada Sedna.

Nadie buscaba casarse con ella cuando tuvo la edad para hacerlo. Pero un día, vio desde su cabaña, un magnífico barco que era capitaneado por un apuesto y rico cazador extranjero, el cual se enamoró inmediatamente de la doncella y ella, después de haber sido seducida con palabras llenas de promesas y tesoros, se marchó con el desconocido.

La muchacha cayó en una terrible desesperación al conocer la verdadera identidad del cazador, que no era más que un pájaro mágico que tenía la facultad de cambiar de forma y fue así como la sedujo.

Mientras tanto su padre, al saber de la repentina desaparición de su hija, se aventuró a través del océano hasta que dió con ella.

Cuando la encontró, Sedna estaba sola y aprovecharon para huir de ahí. Pero cuando el eminente pájaro regresó y se percató de la partida de su amada, enfurecido, partió tras ella.

El pájaro, con sus poderes mágicos, desencadenó una rabiosa tempestad al ver que el padre se negaba a regresarle a Sedna. Así, el anciano, comprendió de qué se trataba todo aquello.

Había sido la voluntad sobrenatural del mar, la que reclamaba a su hija y aterrorizado hizo lo que debía hacer.

Así, lanzó a Sedna fuera del barco, para consumar el sacrificio. Ella, en medio de aquella desesperación, salió a la superficie y trató de aferrarse a las orillas del barco, pero el padre le cortó los dedos con un hacha.

Sedna hizo otro intento para salvarse, pero su padre siguió cortándole los dedos, uno por uno.

Los primeros se transformaron en focas; los segundos en “okuj” o focas de las profundidades; los terceros en morsas y el resto en ballenas.

Así, el océano calmó la furiosa tormenta después del sacrificio y todo quedó en gran tranquilidad.

Desde entonces, Sedna, La Reina de las Focas, vivió en el fondo del océano “en una región llamada Adliden donde afluyen las almas de los muertos para someterse al juicio y a la sentencia que a todos nos espera en ultratumba”. (*)

(*) Fuente: Contell Gascó, Emilio. Mitología Universal. M. Vazquez, Editor. p.p. 24-26.

La creacion segun el Popol Vuh

El Popol Vuh es la máxima obra conservada de la literatura indígena americana. Procede de los mayas quichés de Guatemala. Sobrevivió a la destrucción de escrituras ancestrales ensayada por el obispo de Landa. Su mito cosmogónico, con la descripción del comienzo de todo y el castigo a los hombres de palo, es quizá su momento de mayor trascendencia al que se le suma luego el relato del viaje de los Hermanos Gemelos, Hunahpú e Ixbalanqué al Otro Mundo donde, a través de la danza, vencerán a los Señores de Xibalbá, los señores del Otro Mundo.

ÉSTA es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo.

Ésta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía.

No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.

No había nada junto, que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo.

No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia.

Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz. De grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban.

Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento.

Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía

aparecer el hombre. Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los

bejucos y el nacimiento de la vida y la en ación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en

la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán.

El primero se llama Caculhá Huracán. El segundo es Chipi-Caculhá. El tercero es

Raxa-Caculhá. Y estos tres son el Corazón del Cielo.

Entonces vinieron juntos Tepeu y Gucumatz; entonces conferenciaron sobre la vida y la

claridad, cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el

sustento.

-¡ Hágase así! ¡ Que se llene el vacío! ¡ Que esta agua se retire y desocupe el espacio, que surja la tierra y que se afirme! Así dijeron. ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el hombre formado. Así dijeron.

Luego la tierra fue creada por ellos. Así fue en verdad como se hizo la creación de la tierra:

– ¡Tierra!, dijeron, y al instante fue hecha.

Como la neblina, como la nube y como una polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montañas; y al instante crecieron las montañas.

Solamente por un prodigio, sólo por arte mágica se realizó la formación de las montañas y los valles; y al instante brotaron juntos los cipresales y pinares en la superficie.

Y así se llenó de alegría Gucumatz, diciendo:

-¡ Buena ha sido tu venida, Corazón del Cielo; tú, Huracán, y tú, Chípi-Caculhá, Raxa-Caculhá!

-Nuestra obra, nuestra creación será terminada, contestaron.

Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas.

Así fue la creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida dentro del agua..

De esta manera se perfeccionó la obra, cuando la ejecutaron después de pensar y meditar sobre su feliz terminación.

Luego hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los bosques, los genios de la montaña, los venados, los pájaros, leones, tigres, serpientes, culebras, cantiles [víboras], guardianes de los bejucos.

Y dijeron los Progenitores:

-¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos? Conviene que en lo sucesivo haya quien los guarde.

Así dijeron cuando meditaron y hablaron enseguida. Al punto fueron creados los venados y la aves. En seguida les repartieron sus moradas los venados y a las aves. -Tu, venado, dormirás en la vega de los ríos y en los barrancos. Aquí estarás entre la maleza, entre las hierbas; en el bosque os multiplicaréis, en cuatro pies andaréis y os tendréis. Y así como se dijo, así se hizo.

Luego designaron también su morada a los pájaros pequeños y a las aves mayores: -Vosotros, pájaros, habitaréis sobre los árboles y los bejucos, allí haréis vuestros nidos, allí os multiplicaréis, allí os sacudiréis en las ramas de los árboles y de los bejucos. Así les fue dicho a los venados y a los pájaros para que hicieran lo que debían hacer, y todos tomaron sus habitaciones y sus nidos.

De esta manera los Progenitores les dieron sus habitaciones a los animales de la tiera.

Y estando terminada la creación de todos los cuadrúpedos y las aves, les fue dicho a los cuadrúpedos y pájaros por el Creador y Formador y los Progenitores: -Hablad, gritad, gorjead, llamad, hablad cada uno según vuestra especie, según la variedad de cada uno. Así les fue dicho a los venados, los pájaros, leones, tigres y serpientes.

-Decid, pues, nuestros nombres, alabadnos a nosotros, vuestra madre, vuestro padre. ¡Invocad, pues, a Huracán, Chipi-Caculhá, Raxa-Caculhá, el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra el Creador, el Formador, los Progenitores; hablad, ínvocadnos, adoradnos!, les dijeron.

Pero no se pudo conseguir que hablaran como los hombres; sólo chillaban, cacareaban y graznaban; no se manifestó la forma de su lenguaje, y cada uno gritaba de manera diferente.

Cuando el Creador y el Formador vieron que no era posible que hablaran, se dijeron entre sí: -No ha sido posible que ellos digan nuestro nombre, el de nosotros, sus creadores y formadores. Esto no está bien, dijeron entre sí los Progenitores.

Entonces se les dijo:

-Seréis cambiados porque no se ha conseguido que habléis. Hemos cambiado de parecer: vuestro alimento, vuestra pastura, vuestra habitación y vuestros nidos los tendréis, serán los barrancos y los bosques, porque no se ha podido lograr que nos adoréis ni nos invoquéis. Todavía hay quienes nos adoren, haremos otros seres que sean obedientes. Vosotros, aceptad vuestro destino: vuestras carnes serán trituradas. Así será. Ésta será vuestra suerte. Así dijeron cuando hicieron saber su voluntad a los animales pequeños y grandes que hay sobre la faz de la tierra.

Luego quisieron probar suerte nuevamente, quisieron hacer otra tentativa y quisieron probar de nuevo a que los adoraran.

Pero no pudieron entender su lenguaje entre ellos mismos, nada pudieron conseguir y nada pudieron hacer. Por esta razón fueron inmoladas sus carnes y fueron condenados a ser comidos y matados los animales que existen sobre la faz de la tierra.

Así, pues, hubo que hacer una nueva tentativa de crear y formar al hombre por el Creador, el Formador y los Progenitores.

-¡ A probar otra vez! Ya se acercan el amanecer y la aurora; ¡ hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer uunos seres obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten. Así dijeron.

Entonces fue la creación y la formación. De tierra, de loco hicieron la carne del hombre. Pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, no tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenia entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener.

Y dijeron el Creador y el Formador. Bien se ve que no puede andar ni multiplicarse. Que se haga una consulta acercá de esto, dijeron.

Entonces desbarataron y deshicieron su obra y su creación. Y en seguida dijeron -¿Cómo haremos para perfeccionar, para que salgan bien nuestros adoradores, nuestros invocadores?

Así dijeron cuando de nuevo consultaron entre sí: -Digámosles a Ixpiyacoc, Ixmucané, Hunahpú Vuch, Hunahpú-Utiú: Probad suerte otra vez! ¡ Probad a hacer la creación! Así dijeron entre sí el Creador y el Formador cuando hablaron a Ixpiyacoc e Ixmucané.

En seguida les hablaron a aquellos adivinos, la abuela del día, la abuela del alba, que así eran llamados por el Formador, y cuyos nombres eran Ixiyacoc e Ixmucané.

Y dijeron Huracán, Tepeu y Gucumatz cuando le hablaron al agorero, al formador, que son los adivinos: -Hay que reunirse y encontrar los medios para que el hombre que formemos, el hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros.

-Entrad, pues, en consulta, abuela, abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo, Ixpiyacoc, Ixmucané, haced que aclare, que amanezca, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos recordados por el hombre creado, por el hombre formado, por el hombre mortal, haced que así se haga.

-Dad a conocer vuestra naturaleza, Hunahpú­Vuch, Hunahpú-Utiú, dos veces madre, dos veces padre, Nim-Ac, Nimá-Tziís, el Señor de la esmeralda, el joyero, el escultor, el tallador, el Señor de los hermosos platos, el Señor de la verde jícara, el maestro de la resina, el maestro Toltecat, la abuela del sol, la abuela del alba, que así seréis llamados por nuestras obras y nuestras criaturas.

-Echad la suerte con vuestros granos de maíz y de tzité. Hágase así y se sabrá y resultará si labraremos o tallaremos su boca y sus ojos en madera. Así les fue dicho a los adivinos.

A continuación vino la adivinación, la echada de la suerte con el maíz y el tzité. -¡Suerte! ¡Criatura!, les dijeron entonces una vieja y un viejo. Y este viejo era el de las suertes del tzité, el llamado Ixpiyacoc. Y la vieja era la adivina, la formadora, que se llamaba Chiracán Ixmucané.

Y comenzando la adivinación, dijeron así: -!Juntaos, acoplaos! Hablad, que os oigamos, decid, declarad si conviene que se junte la madera y que sea labrada por el Creador y el Formador, y si éste (el hombre de madera] es el que nos ha de sustentar y alimentar cuando aclare, cuando amanezca!

Tú, maíz, tú, tzité; tú, suerte; tú, criatura: ¡uníos, ayuntaos!, les dijeron al maíz, al tzité, a la suerte, a la criatura. ¡ Ven a sacrificar aquí, Corazón del Cielo; no castigues a Tepeu y Gucumatz!

Entonces hablaron y dijeron la verdad: -Buenos saldrán vuestros muñecos hechos de madera; hablarán y conversarán sobre la faz de la tierra.

-¡Así sea!, contestaron, cuando hablaron.

Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie de la tierra.

Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenpia alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo y andaban a gatas.

Ya no se acordaban del Corazón del Cielo y por eso cayeron en desgracia. Fue solamente un ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni sustancia, ni humedad, ni gordura; sus mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes.

Por esta razón ya no pensaban en el Creador ni en el Formador, en los que les daban el ser y cuidaban de ellos.

Estos fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la tierra.

EN SEGUIDA fueron aniquilados, destruidos y deshechos los muñecos de palo, y recibieron la muerte.

Una inundación fue producida por el Corazón del Cielo; un gran diluvio se formó, que cayó sobre las cabezas de los muñecos de palo.

De tzité se hizo la carne del hombre, pero cuando la mujer fue labrada por el Creador y el Formador, se hizo de espadaña la carne de la mujer. Estos materiales quisieron el Creador y el Formador que entraran en su composición.

Pero no pensaban, no hablaban con su Creador y su Formador, que los habían hecho, que los habían creado. Y por esta razón fueron muertos, fueron anegados. Una resina abundante vino del cielo. El llamado Xecotcovach llegó y les yació los ojos; Camalotz vino a cortarles la cabeza; y vino Cotzbalam y les devoró las carnes. El Tucumbalam llegó también y le quebró y magulló los huesos y los nervios, les molió y desmoronó los huesos.

Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón del Cielo, llamado Huracán. Y por este motivo se oscureció la faz de la tierra y comenzó una lluvia negra, una lluvia de día, una lluvia de noche.

Llegaron entonces animales pequeños, los animales grandes, y los palos y las piedras les golpearon las caras. Y se pusieron todos a hablar; sus tinajas, sus comales, sus platos, sus ollas, sus perros, sus piedras de moler, todos se levantaron y les golpearon las caras.

-Mucho mal nos hacíais; nos comíais, y nosotros ahora os morderemos, les dijeron sus perros y susaves de coraal.

Y las piedras de moler:

-Éramos atormentadas por vosotros; cada día, de noche, al amanecer, todo el tiempo hacían holi, holi huqui, huqui nuestras caras, a causa de vosotros. Éste era el tributo que os pagábamos. Pero ahora que habéis dejado de ser hombres probaréis nuestras fuerzas. Moleremos y reduciremos a polvo vuestras carnes, les dijeron sus piedras de moler.

Y he aquí que sus perros hablaron y les dijeron:

-¿Por qué no nos dabais nuestra comida? Apenas estábamos mirando y ya nos arrojabais de vuestro lado y nos echabais fuera. Siempre teníais listo un palo para pegarnos mientras comíais.

“Así era como nos tratabais. Nosotros no podíamos hablar. Quizá no os diéramos muerte ahora; pero ¿por qué no reflexionabais, por qué no pensabais en vosotros mismos? Ahora nosotros os destruiremos, ahora probaréis vosotros los dientes que hay en nuestra boca: os devoraremos, dijeron los perros, y luego les destrozaron las caras.

Y a su vez sus comales, sus ollas les hablaron así:

-Dolor y sufrimiento nos causabais. Nuestra boca y nuestras caras estaban tiznadas, siempre estábamos puestos sobre el fuego y nos quemabais como si no sintiéramos dolor. Ahora probareis vosotros, os quemaremos, dijeron sus ollas, y todos les destrozaron las caras. Las piedras del hogar, que estaban amontonados, se arrojaron directamente desde el fuego contra sus cabezas causándoles dolor.

Desesperados corrían de un lado para otro; querían subirse sobre las casas y las casas se caían y los arrojaban al suelo; querían subirse sobre los árboles y los árboles los lanzaban a lo lejos; querían entrar en las cavernas y las cavernas se cerraban ante ellos.

Así fue la ruina de los hombres que habían sido creados y formados, de los hombres que habían sido creados y formados, de los hombres hechos para ser destruidos y aniquilidados a todos les fueron destrozadas las bocas y las caras.

Y dicen que la descendencia de aquéllos son los monos que existen ahora en los bosques; éstos son la muestra de aquellos, porque sólo de palo fue hecha su carne por el Creador y el Formador.

Y por esta razón el mono se parece al hombre, es la muestra de una generación de hombres creados, de hombres formados que eran solamente muñecos y hechos solamente de madera. (*)

(*) Fuente: El Popol Vuh, Las antiguas historias del Quiché (traducción del texto original de Adrián Recinos), ed. F.C.E.

Los siete danzarines iroqueses

Hace mucho tiempo, cuando la nación Mohawk (El pueblo de la Piedra) aún acampaba a orillas del lago Keniatio (Ontario), un grupo de niños, siete exactamente, quisieron formar una organización secreta. Por la noche se reunían alrededor del fuego pequeño del Consejo, allá donde el bosque muere en las aguas del lago, y danzaban al ritmo de los tambores.

Un día, el pequeño Jefe sugirió hacer un banquete en su próximo Consejo ante el Fuego. Cada uno de los siete muchachos debía pedir a su madre algo de comida para llevar al banquete. Un muchacho pediría sopa de maíz, otro carne de venado, otro mazorcas, y así uno tras otro. Al día siguiente, todos solicitaron de su madre las viandas deseadas y a cada uno de ellos les fue rechazada la petición. Todas las madres dijeron a sus hijos que en casa había suficiente comida y que no tenían necesidad de comérsela en el bosque.Los pequeños guerreros se sintieron muy infelices al no conseguir la comida para el banquete nocturno. Llevaban las manos vacías y el corazón triste.

Aquella noche se reunieron junto al lago, en su lugar secreto de danza. El pequeño Jefe dijo a sus guerreros que danzasen lo más fuerte que pudieran. Les dijo que mirasen al cielo mientras lo hacían. Y les dijo que no volvieran nunca la vista atrás, ni aun cuando les gritasen sus padres que volvieran a casa. Diciendo esto, cogió su tambor de agua y mientras lo golpeaba, entonó una melodía llena de poder. Una canción de brujo. Los muchachos danzaron y danzaron. Y mientras ejecutaban los movimientos, sus corazones parecían aligerarse de peso y pronto olvidaron sus problemas.

La melodía aumentó su ritmo y en seguida los muchachos sintieron que sus cuerpos danzaban en el cielo. Sus padres les vieron bailar sobre las copas de los árboles y les ordenaron que regresaran. Un joven danzarín que volvió la vista atrás, se convirtió en una titilante estrella. Los demás, al poco tiempo se convirtieron también en estrellas pequeñas y parpadeantes y quedaron prendidas del cielo.Así, cuando un Mohawk ve las estrellas de la Pléyade crepitar y danzar en la noche, durante los fríos del invierno, dice: “Los pequeños guerreros están danzando con fuerza esta noche.” Danzan para siempre sobre los poblados iroqueses. Y cuando danzan exactamente encima de nuestros techos, ha llegado el momento del Banquete del Año Nuevo iroqués.Y esto sucede durante la Luna del Año Nuevo (enero o febrero).Los ancianos iroqueses cuentan aún hoy esta historia a sus nietos cuando ven brillar algún cuerpo celeste. (*)

(*) Fuente: Cuentos de los indios iroqueses, Miraguano Ediciones, Madrid, 1988.

El mito tibetano de la creacion

En el principio era la Vacuidad, un inmenso vacío sin causa y sin fin. De este gran vacío se levantaron suaves remolinos de aire, que después de incontables eones se volvieron más densos y pesados, formando el poderoso cetro doble rayo, el Dorje Gyatram.

El Dorje Gyatram creó las nubes, las cuales, a su vez, crearon la lluvia. Esta cayó durante muchos años, hasta formar el océano primigenio, el Gyatso3. Luego, todo quedó en calma, tranquilo y silencioso, y el océano quedó límpido como un espejo.

Poco a poco, les vientos volvieron a soplar, agitando suavemente las aguas del océano, batiéndolas continuamente hasta que una ligera espuma apareció en su superficie. Así como se bate la nata para hacer mantequilla, del mismo modo las aguas del Gyatso fueron batidas por el movimiento rítmico de los vientos para transformarlas en tierra.

La tierra emergió como una montaña, y alrededor de sus picos susurraba el viento, incansable, formando una nube tras otra. De éstas cayó más lluvia, sólo que esta vez más fuerte y cargada de sal, dando origen a los grandes océanos del universo.

El centro del universo es el Rirap Lhunpo (Sumeru)4, la gran montaña de cuatro caras hecha de piedras preciosas y llena de cosas maravillosas. Existen ríos y arroyos en el Rirap Lhunpo, y muchas clases de árboles, frutos y plantas, pues el Rirap Lhunpo es especial, es la morada de los dioses y los semidioses.

En torno al Rirap Lhunpo hay un gran lago, y rodeando a éste, un círculo de montañas de oro. Más allá del círculo de montañas de oro hay otro lago, éste también rodeado por montañas de oro, y así sucesivamente hasta siete Lagos y siete círculos de montañas de oro5 y más allá del último círcculo de montañas se encuentra el lago Chi Gyatso.

En el Chi Gyatso es donde se encuentran los cuatro mundos, cada uno de éstos semejante a una isla, con su forma particular y sus habitantes distintos.

El mundo del Este es el Lu Phak, que tiene forma de media luna. Las gentes del Lu Phak viven quinientos años y son pacíficas, no hay contiendas en el Lu Phak. Sus habitantes tienen cuerpos gigantescos y caras en forma de media luna. No obstante, no son tan afortunados como nosotros, pues no tienen ninguna religión para poder seguir.

El mundo del Oeste se llama Balang Cho y su forma es como la del sol. Como en el Lu Phak, las gentes son de gran estatura y viven quinientos años, sólo que sus caras tienen forma de sol y se dedican a la cría de diversas clases de ganado.

La tierra del Norte es de fonna cuadrada y se llama Dra Mi Nyen. Las gentes de Dra Mi Nyen tienen caras cuadradas y viven mil años o más. En Dra Mi Nyen la comida y las riquezas son abundantes. Todo lo que un hombre necesita en sus mil años de vida lo obtiene sin esfuerzo ni padecimiento; viven con lujo, sin carecer de nada. Pero durante los siete últimos días de su vida, el dolor y el tormento anímicos acometen a los seres de Dra Mi Nyen, pues entonces es cuando reciben una señal de que están a punto de morir. Les visita una voz -una voz terrible- que les susurra cómo morirán y qué monstruosos sufrimientos habrán de soportar en los infiernos después de la muerte. En sus últimos siete días de vida, todas sus riquezas y posesiones decaen y ellos experimentan mayor sufrimiento que nosotros en toda una vida. Dra Mi Nyen se conoce como la «Tierra de la Voz Pavorosa».

Nuestro propio mundo, en Ci Sur, se llama Dzambu Ling6. Al comienzo, nuestro mundo estuvo habitado por dioses de Rirap Lhunpo. No había dolor ni enfermedades, y los dioses nunca necesitaban comida. Vivían en el contento, pasando sus días en profunda meditación. No había necesidad de luz en Dzambu Ling, pues los dioses emitían una luz pura de sus propios cuerpos.

Un día, uno de los dioses reparó en que en la superficie de la tierra había una substancia cremosa y, probándola, comprobó que era deliciosa al paladar y animó a los demás dioses a probarla. Tanto les gustó a todos los dioses la cremosa substancia, que no querían comer otra cosa, y cuanto más comían, más se reducían sus poderes. Ya no fueron capaces de estar sentados en profunda meditación; la luz que antes había brotado con tal resplandor de sus cuerpos empezó a apagarse poco a poco y finalmente desapareció por completo. El mundo quedó sumido en tinieblas y 105 grandes dioses de Rirap Lhunpo se convirtieron en seres humanos.

Entonces, en la oscuriead de la noche, apareció en los cielos el sol, y cuando el sol se apagó, la luna y las estrellas iluminaron el cielo y dieron luz al mundo. El sol, la luna y las estrellas aparecieron a causa de las buenas acciones pasadas de los dioses, y son para nosotros un recordatorio permanente de que nuestro mundo fue una vez un lugar hermoso y tranquilo, libre de codicias, sufrimientos y dolor.

Cuando la gente de Dzambu Ling hubieron agotado la provisión de la cremosa substancia, empezaron a comer los frutos de la planta nyugu. Cada persona tenía su propia planta, que producía un fruto corno los de las mieses, y cada día, cuando el fruto había sido comido, aparecía otro; uno cada día, lo cual era suficiente para satisfacer el hambre de los seres de Dzambu Ling.

Una mañana, un hombre se despertó y descubrió que en vez de producir un solo fruto, su planta había dado dos. Cayendo en la avidez, se comió los dos frutos; pero, al día siguiente, su planta estaba vacía. Necesitando satisfacer su hambre, ese hombre robó la planta de otro hombre y así fueron haciendo todos, pues cada persona tuvo que robarle a otra para poder comer. Con el robo, llegó la codicia, y todos, temiendo quedarse sin comer, empezaron a cultivar más y más plantas nyugu, debiendo trabajar cada cual cada vez más para asegurarse de que tendría bastante que comer.

Cosas extrañas empezaron a ocurrir en Dzambu Ling. Lo que había sido una tranquila morada de los dioses de Rirap Lhunpo, estaba ahora lleno de hombres que conocían el robo y la codicia. Un día, un hombre empezó a sentir malestar por sus genitales y se los cortó, convirtiéndose así en una mujer. Esta mujer tuvo contacto con hombres y pronto tuvo hijos, quienes a su vez tuvieron más hijos, y en poco tiempo Dzambu Ling se lleno de gente, toda la cual tenía que procurarse comida y un lugar donde vivir.

Las gentes de Uzambu Ling no vivían juntas en paz. Había muchas peleas y robos, y los hombres de nuestro mundo empezaron a experimentar realmente auténtico sufrimiento, que nacía del estado insatisfactorio en que se encontraban. La gente se dio cuenta de que para sobrevivir tenían que organizarse. Todos se juntaron y decidieron elegir un jefe, a quien llamaron Mang Kur, que significa «mucha gente lo hizo rey». Mang Kur enseñó al pueblo a vivir en una relativa armonía, cada cual en una tierra propia en que construir una casa y cultivar alimentos.

Así es como nuestro mundo llegó a ser, como, de dioses, nos convertimos en seres humanos sujetos a la enfermedad, la vejez y la muerte. Cuando contemplamos el cielo nocturno, o recibimos el cálido brillo del sol, deberíamos recordar que, de no ser por las buenas acciones de los dioses de la preciosa montaña de Rirap Lhumpo, viviríamos en una total obscuridad y que, de no ser por la codicia de una persona, nuestro mundo no conocería el sufrimiento que hoy experimenta. (*)

(*) Fuente: Cuentos populares tibetanos, traducción Jordi Quingles, Barcelona, José Olañeta Editor.

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