La wikiguerra de la wikimagia en Wikipedia

La wikiguerra de la wikimagia en Wikipedia

(Actualización 10:30 de la mañana: Me escribe un lector para informarme que la “votación” para borrar el artículo publipromocional de Psicomagia en la Wikipedia ha terminado con el masivo resultado de 8 votos a favor del borrado, 25 votos a favor de mantenerlo y 4 votos a favor del borrado anulados. Así que Jodorowsky y su bolsillo pueden descansar. Por cierto, hoy, en la entrada Psicomagia de Wikipedia ya ha sido borrado y censurado el enlace a la entrada sobre los embustes de Jodorowsky en este blog, con lo cual el ocultismo parece ir ganando de calle, convirtiendo “Wikipedia” en algo así como “Wikiembustedia”.)

Como ya mencionábamos, el nuevo espacio de la guerra de los fanáticos de lo paranormal contra el pensamiento crítico es la conocida enciclopedia colectiva Wikipedia al menos en su versión en español.

Desde hace tiempo que noto que, durante unos días, entra mucha gente a mi blog desde ciertas entradas de Wikipedia en español, y luego dejan de entrar. Revisando el tema, he podido constatar que la variación corresponde a épocas en las que alguien incluye este blog como “enlace crítico” en entradas como las referidas al tarot, la “psicomagia” o la acupuntura, y a las épocas en que tales enlaces son suprimidos, borrados, censurados o eliminados por otros colaboradores de dicha enciclopedia, que periódicamente “limpian” de críticas los sitios de sus supercherías favoritas.

El tema se ha comentado en algunas listas de análisis crítico de la charlatanería, y con base en ello un lector de este blog me escribe para contarme lo siguiente:

He notado que es un lugar en línea en el que la actividad de los promotores de diversas creencias han encontrado un espacio atractivo. Diversas páginas relacionadas con estas actividades están bajo constante edición por parte de quienes encuentran incómoda (por decir lo menos) la crítica hacia sus afirmaciones y prácticas.

Entradas de dicha enciclopedia en línea, tales como “Atlántida”, “Acupuntura”, “Psicomagia”, “Caras de Bélmez”, “Pulsología”, “Medicina tradicional china” y “Jaime Maussan”, entre otras, son editadas posiblemente por partidarios y creyentes que ante el menor asomo de crítica son rechazados utilizando toda suerte de argucias factibles por las reglas que ese servicio en línea ofrece.

Además, te informo que la inclusión de vínculos en varios artículos a entradas de “El retorno de los charlatanes” suele causar escozor, y se ha pedido en diversos casos la remoción de los mismos.

Pasándome por algunas de las discusiones en las que se pide la censura de las entradas de este blog he podido constatar que quienes promueven su eliminación echan mano de las mentiras habituales de la charlatanería contra quienes osan criticarlos. Uno de los argumentos recientes chilla que este blog es “una página personal”, olvidando, por ejemplo, que la “psicomagia” es un negocio muy, pero que muy personal de una familia muy peculiar, y sin notar el nivel delirante de autobombo y falsedad que permea los artículos sobre Alejandro Jodorowsky y sus embustes, escritos por él mismo, por su parentela, por su gente de relaciones públicas o, cuando menos, por sus más arrastrados adeptos. Principalmente, se aferran a su crítica del estilo del blog para descalificar los datos, información, hechos, referencias y argumentos que incluye. Es más, afirman que no existen tales datos, información, hechos, referencias y argumentos, como si con ello pudieran hacerlos desaparecer.

Evidentemente, este blog no es el tema del debate, sino la censura organizada, que existió antes de este poco trascendente espacio y seguirá existiendo cuando el blog pase a mejor vida. Pero dado el estilo desenfadado, callejero y ríspido que distingue a este blog, me permite poner en la mesa el debate sobre muchos otros enlaces, opiniones, ediciones y añadidos de otros colaboradores que han sido igualmente reprimidos por el fanatismo con poder que parece haberse adueñado de la Wikipedia en español, a la que ya algunos llaman “Wikimagia” o cosas peores. Y lo digo porque parece un hecho que cuando alguien critica a los wikitorquemadas, éstos se apresuran a ejercer represalias dentro de la propia enciclopedia virtual.

Qué es la Wikipedia

Wikipedia es, al parecer, una buena idea con salvaguardas insuficientes ante los ataques concertados. Se autodefine de la siguiente forma: “Wikipedia es una enciclopedia libre plurilingüe basada en la tecnología wiki. Wikipedia se escribe de forma colaborativa por voluntarios, permitiendo que la gran mayoría de los artículos sean modificados por cualquier persona con acceso mediante un navegador web.”

Por un lado, la propia Wikipedia afirma: “Debido a la diversidad y número de participantes e ideologías, provenientes de todas partes del mundo, Wikipedia intenta construir sus artículos de la forma más exhaustiva posible. El objetivo no es escribir artículos desde un único punto de vista, sino presentar abiertamente cada postura sobre un determinado tema.”

Pero cuando hay debate sobre un punto (como la censura propuesta por los defensores de la charlatanería), sólo pueden votar quienes tienen ciertos meses de colaboración y un número determinado de ediciones de la enciclopedia. De este modo, por ejemplo, puede votar por la censura alguien que se ganó el derecho por borrar información crítica de diversos artículso cien veces, pero no puede hacerlo alguien que sólo haya podido participar veinte veces. En realidad, las decisiones sobre la enciclopedia “democrática” las viene tomando un puñadito de veinte o treinta personas (en la versión en español).

Con esas reglas, resulta bastante hueco lo que afirma la enciclopedia en la citada entrada: “Ya que es imposible que el conocimiento sea absoluto y neutral en algunos artículos, debe dejarse el orgullo personal a un lado para dar paso al proyecto Wikipedia permitiendo la libertad de un pensamiento”, porque lo que parece evidente es que la brillante idea colaborativa y democrática de Wikipedia está ciertamente desprotegida ante ataques concertados de grupos con intereses definidos que “cumplen los requisitos” para censurar lo que quieren.

Ejemplos, ejemplos

Veamos qué tanto se ajustan los artículos de Wikipedia (a día de hoy, mañana pueden ser editados, borrados, censurados o sometidos a una lavadita de cara al menos temporal) a los criterios de “presentar abiertamente cada postura sobre un determinado tema” y permitir “la libertad de pensamiento” además, claro, de dar datos y no opiniones personales y promoción de negocitos.

Sobre la “medicina” tradicional china, la Wikipedia dice hoy “en los últimos años se están llevando a cabo numerosos estudios con Evidencia Científica que demuestran la eficacia real de la Medicina China en numerosos cuadros patológicos”.

Deje usted de lado que el uso de las mayúsculas reverenciales en “evidencia científica” es uno de los rasgos ortográficos distintivos de la babosería charlatanesca, el verdadero problema es que la entraduca en cuestión no menciona ni una fuente de tales misteriosas, asombrosas y curiosísimas “evidencias científicas”. Ya ni pregunte usted si se menciona si tales “evidencias científicas” imaginadas por el publicista que escribió esta pieza sustentan la extinción del rinoceronte y el tigre, depredados para ser utilizados en la “medicina” ésa en cuestión. Cierto, se menciona que hay “desacuerdos” sobre la neutralidad en el punto de vista del artículo como está hoy, pero yendo a la página de discusión lo que hay son protestas porque el artículo se atreve a mencionar que esta práctica mágica no está científicamente contrastada. Así, uno de los desocupados promotores de la charlatanería dice: “me da vergüenza que un tema tan interesante como la medicina tradicional china, se despache con tanta ligereza sobre todo, por los escepticos, que machacan todo lo que no entienden con el cartelito de ‘efecto placebo'” y otro asegura “. Es decir, ante el desaseo de un artículo que afirma que hay “evidencias científicas” procedentes de la fantasía, lo que les parece a los wikicensores charlatanescos es que ´hay que “abrir la mente”, que en este contexto significa creer ciegamente cualquier estupidez y no pretender que se pruebe, porque eso es estar “cerrado”.

La fraseología charlatanesca está presente en numerosas entradas. La “acupuntura” no tiene críticos, tiene “detractores” que son, por supuesto, “ortodoxos”, mientras que las pruebas en favor de esta terapéutica son tan sólidas como “se dice que en China incluso una apendicitis se controla por medio de la acupuntura sin necesidad de intervención quirúrgica”. Pero en casos como el “ayurveda” (la forma de curanderismo que es el negocio de Deepak Chopra y el Maharishi Mahesh Yogui), no existe ni siquiera la sugerencia de que haya ninguna crítica a su eficacia o a sus bases. Es un trozo de publicidad sin tapujos, como lo es la entrada publipromocional de Jaime Maussán, que de verdad que no tiene desperdicio por su bobería. Entretanto, a organizaciones como ARP-SAPC se les acusa alegremente (y aprovechando el anonimato) de ser “una organización sólo con fines de lucro”, sin dar prueba alguna de tan grave acusación (es que son “muy abiertos de mente”).

¿Algún enlace crítico o científico sobre la “medicina” tradicional china en la Wikipedia? Pues no.

En la entrada de psicomagia de Jodorowsky, por ejemplo, todo son elogios y aplausos, y el gran debate que existe hoy es para eliminar un solo enlace (éste) crítico de Jodorowsky, y dejar su imagen impoluta e inmune a los desacuerdos, que es lo que hace todo adepto que valga su sal con sus amados gurús, así se trate de personajes tan lamentables y peligrosos como ése.

Como en el caso del creacionismo y su inerés por entrar en las escuelas para obtener adeptos, el ataque concertado que al menos en el mundo hispanoparlante se ha montado contra la Wikipedia tiene por objeto el impedir que las posibles víctimas de las más diversas creencias irracionales tengan la oportunidad de conocer posiciones críticas que, incluso, pueden poner en ridículo las más egregias estupideces.

No se trata, que quede claro, de que los defensores del esoterismo de rebajas quieran “la oportunidad” de también difundir sus ideas en una enciclopedia, lo cual bien podría discutirse ya que una enciclopedia no es un espacio de evangelización de supersticiones, sino un depósito de conocimientos confiables. Pero ni el problema ni el debate son ésos, sino que la comunidad del fanatismo ocultista está empeñada en censurar, en eliminar de Wikipedia lo que no va de acuerdo con sus creencias irracionales y de imponer con la fuerza de los números de militantes con tiempo y decisión para hacerse oír, falsedades a modo de conocimientos.

Lo que, por otra parte, era de esperarse por parte de quienes nunca han usado la razón para defender las posiciones más singulares que sostienen.

Druideando

Druideando

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La exaltación de la cultura celta está muy bien.

No podría yo decir otra cosa considerando que mi rubicundo abuelo Fernando, nacido en Palacio de Ardisana, simpático pueblecito de Llanes, Asturias, algo debe haber tenido de celta.

Lo de la gaita está fantástico. La gaita me gusta un montón, especialmente la de un solo bordón o roncón, como la asturiana (las escocesas, de tres roncones, como que no acaban de ganarse el aprecio de mi tímpano). Y los experimentos modernos con la gaita, como los de Hevia y su gaita electrónica o el rock celta, me resultan sumamente agradables.

En general, la recuperación de lo mejor de todas las culturas originarias me parece siempre enriquecedora. Cuando una cultura o una lengua desaparecen, todos los humanos perdemos. Exalto el valor de las danzas aztecas, la música andina, el didjeridoo aborigen australiano, las artesanías de Moravia, los poemas sufís, la cocina tailandesa… todo eso que nos demuestra que somos multiculturales, que todos tenemos varias raíces, que la humanidad es un tapiz multicolor y que el racismo, la discriminación cultural y las persecuciones étnicas son una soberana imbecilidad propia de fanáticos descerebrados, y que por tanto deben combatirse con información y enseñanza de la tolerancia.

Parafraseando la “Meditación XVII” de John Donne: ninguna cultura es una isla, y la muerte de cualquiera de ellas me disminuye.

Pero cuando llega alguien y me dice que es “druida de nacimiento” sí me veo obligado a frenar en seco y decir, de manera comedida y meditada: “No seas payaso”.

A tenor de la recuperación de muchas tradiciones valiosas en todo el mundo gracias a la naciente conciencia de nuestra multiculturalidad (que tanto jode a los ultranacionalistas y racistas varios), se han multiplicado como los hongos después de la lluvia los muchachos vivarachos que aseguran ser médicos brujos, sacerdotes de religiones antiquísimas de las que no se sabe nada, depositarios de “conocimientos milenarios” y otras burradas de alto octanaje.

Pero el que todas las culturas sean importantes y contengan cosas valiosas para todos, una herencia común, no significa en modo alguno que absolutamente todas las expresiones de esas culturas merezcan ser celebradas en trance y aplaudidas como si fuéramos focas amaestradas.

El pasado nos lega sabiduría, sí, pero también pendejadas mil, barbajanadas sin fin, crueldad, ignorancia, miedos tontos y creencias que hoy sabemos que son falsas.

El lamentable lugar de la mujer en prácticamente todas las sociedades, la esclavitud, el derecho babilónico del ojo por ojo, los juicios por ordalía, la suciedad y la enfermedad, la elevada mortalidad infantil, la persecución de herejes o infieles, los cinturones de castidad, las guerras religiosas, las órdenes nobiliarias, la intolerancia organizada, la ignorancia supina, la persecución del conocimiento, los odios tribales y muchas otras barbaridades colosales son también parte de muchas culturas y no suena razonable que en aras de ser “tradicionales” y “folclóricos” debamos recuperarlas y ponerlas en práctica para sentir que estamos a tono con Gaia o que somos bien progres en el sentido más inadecuado de la palabra (es decir, regres).

Todas las culturas, al evolucionar, dejan atrás algunos de sus aspectos positivos junto con los negativos, y por tanto es necesario usar el criterio, la inteligencia y una visión de avanzada para seleccionar qué se debe recuperar (o impedir que desaparezca) y qué sólo se debe recordar como un error de los tiempos y cuyo lugar es el basurero de la historia.

Pero ahí sí que la jodimos, porque hablar de criterio, inteligencia y visión de avanzada cuando se trata con coprolitos parlantes es como hablar de la sensibilidad poética de los caracoles de panteón.

Y entonces aparecen megatontos que dicen “soy druida”, que hacen “rituales druídicos”, que celebran “bodas druídicas” y que, peroporsupuesto, han inventado “iglesias druídicas”, mismas que se dedican a pelearse entre sí a ver quién es más druida que el otro.

La realidad es que de los druidas verdaderos, los sacerdotes celtas, se sabe bien poco. Plinio el Viejo los menciona, abundando en su relación con los robles; Julio César, en su relación de la masacre de la cultura celta, nos da la descripción más amplia y conocida de los druidas, que junto con la de Plinio y la de otros escritores que se basan en obras desaparecidas, no va mucho más allá de lo que nos cuentan Uderzo y Goscinny en Las aventuras de Astérix el galo: hombres sabios con túnicas blancas cortando con hoces de oro muérdago de los sagrados robles, que eran sacerdotes y jueces, que eran respetados, que fungían de maestros y no tenían que pelear en las guerras ni pagar impuestos.

(De hecho, si nos fijamos un poco, muchos “druidas” actuales caricaturizan la caricatura de los genios franceses del cómic. Son Panorámix sin su gracia. Y sin sus poderes. Más parecidos a Asuracentúrix, también conocido como Seguroatercérix, pensaríamos, pero con peor voz.)

Los galos no dejaron historia escrita y los romanos, con su característica simpatía continental, se dedicaron a justificar las matanzas de Cayo Julio César argumentando que los celtas hacían atroces sacrificios humanos (argumento usado también para justificar la eliminación de Cartago y el fervor popular en las guerras púnicas, por cierto).

Confiar en que el enemigo de un pueblo nos dé una descripción serena, objetiva y desinteresada de las características de tal pueblo es disponer de candidez en cantidades genuinamente navegables (y ser candidato a que nos despeluque cualquier timador). Pero eso es lo que tenemos, pues, así que se nos perdonará si somos un tanto escépticos con la versión del César. Después de él, Augusto, Tiberio y Claudio se ocuparon de acabar con los druidas y todo lo céltico en el proceso de romanización de la Europa “bárbara”, al que pronto siguió el proceso de cristianización.

(Por tanto, tampoco son muy de fiar los escritores del siglo VI de nuestra era y posteriores, que tratan de describir a los druidas desaparecidos siglos atrás.)

Lo demás es fantasía sin control de sujetos a los que les gusta que los llamen “archidruidas” y zarandajas por el estilo.

Estos neochapuceros del druidismo inventado aseguran que tienen “poderes” asombrosos que les vienen de muy antiguo sin ocuparse ni tantito de explicar de dónde los sacaron.

Lástima que los poderes de todos los druidas combinados no consiguieron evitar que Julio César los arrasara, los matara al mayoreo, conquistara Europa y, sobre la sangre de los celtas, construyera su autoexaltación pitorreándose de la de por sí frágil república romana.

(Esto no lo diga cerca de un neodruidoide, que pueden tratar de cortarle la nariz como si fuera un muérdago.)

Esa mascarada pastoril aburguesada que son los “druidas” del siglo XXI se repite también en los desfiguros de muchos otros “neopaganos”, como la psicodisléptica religión “wicca” inventada por el británico Gerald Gardner entre 1949 y 1954 (asegurando, claro, que tenía conocimiento de una tradición oral milenaria, aunque, para sorpresa del personal, el misterio de cómo obtuvo ese conocimiento se lo llevó a la tumba) dando al mundo un batidillo entre el rosacrucianismo, la magia del gran showman Aleister Crowley y misticismo a medio cocinar de varias fuentes que trataban la “brujería” como si fuera una religión y no una práctica).

Por supuesto, todas estas religiones que impostoramente aseveran ser “herederas” de una u otra antigua creencia no hacen sino tratar de darle ropajes atractivos y respetables a sus muy modernas convicciones más o menos fanaticonas. Los neopaganos creen, como buenos verdes ultras posmodernos, que hay que “vivir en consonancia con la naturaleza” (lo cual está muy bien, siempre y cuando puedan ir en su todoterreno hasta los campos sagrados donde hacen sus desfiguros druídicos, o siempre que al tener un cálculo renal puedan correr al hospital a que los atiendan en lugar de hacerse una poción). Y entonces suponen que si los druidas adoraban al roble porque en él crecía una planta que no tocaba la tierra (el mentado muérdago) y tal cosa les parecía mágicamente maravillosa… entonces seguramente eran ecologistas modelo 2004.

Creer tal cosa es cometer uno de los más grandes pecados en el estudio de la historia y de la antropología: la proyección de nuestras propias creencias, ideas, suposiciones, conocimientos y forma de ser sobre el objeto de nuestro estudio.

Esto es una falla metodológica que han identificado claramente los verdaderos estudiosos, pero para un charlatán con tan poco seso como para poner sus propios meados en un vaso y bebérselos, es un modo de vida y una acción de profunda mala fe.

Lo cual no es nada raro cuando tratamos con imbéciles capaces de creerse una novela (como El código Da Vinci, por decir algo) y luego salir corriendo a perpetrar copiando de aquí y de allá un “diccionario esotérico” para que la gente “entienda” los “misterios revelados” de la novela, como ha hecho cierto escupemicrófonos de infame memoria.

Lo único que nos queda es desearle a los adefesios de “lo tradicional” que se vean desprovistos de agua corriente, electricidad, gafas, seguridad social, gas, televisión, Internet, radio, ropa de fábrica y otras horrendas supuraciones del mundo moderno y que se retiren a una cueva a comer bayas y a abrazar robles, con lo cual nos harán el enorme favor de dejar de estar jodiendo con cuentos sobre un pasado que nunca existió más que en sus villanas neuronas.

Detrás del creacionismo

Detrás del creacionismo

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Como parte de la celebración de la Semana Negra de Gijón (si no ha ido, no debe perdérsela el año que viene), un grupo de escritores visitó el Museo del Jurásico de Asturias, joyita arquitectónica y museográfica sobre la cual puede usted averiguar aquí y aquí, y que da una visión de conjunto de la era de los dinosaurios aprovechando los yacimientos de fósiles que han estado apareciendo en Asturias.

Lo que más me gustó es que tienen un fósil “para tocar”, es decir, expresamente puesto allí para que uno haga precisamente lo que suelen prohibir los museos que creen que se aprende sólo con la vista y el oído, y que las texturas nos las tenemos que imaginar.

Todos tallamos alegremente el fósil en cuestión. Igual este bloggero que el poeta mexicano Juan Bañuelos o la autora española de ciencia ficción Elia Barceló, como parte de la visita que nos llevó desde los primeros dinosaurios hasta los emplumados predecesores de las aves de hoy. Visita interesante, ilustrativa y que nos hizo pensar en la enorme, colosal, riquísima cantidad de datos y hechos a los que tienen que cerrar los ojos algunos para mantenerse en la terca de su peculiar interpretación de su religión, interpretación que, hay que señalarlo, no comparten la gran mayoría de los creyentes en la Biblia como libro sagrado (judíos, cristianos y musulmanes).

Hay dos formas de aproximarse a intentar explicar la realidad. La primera es ver todo cuanto ocurre relacionado con el fenómeno que nos interesa, obtener todos los datos relevantes del caso y luego ordenarlos de modo que se diseñe una hipótesis capaz de explicar todos los datos, hechos y acontecimientos que hemos recopilado. Esto es lo que hace la ciencia y lo que en la mayoría de los casos hacemos todos nosotros al enfrentar los desafíos del mundo que nos rodea (como diría cualquier documental farragoso de la 2 o del canal de Historia). La sistematización de esos datos permite exponerlos con claridad, valor didáctico e interés en libros como los de Richard Dawkins o en museos como éste, cariñosamente llamado el “Muja”.

La otra forma de enfrentar la realidad es enamorarse de una explicación más o menos extravagante (naves extraterrestres, telepatía, loqueseaterapia, revelación místico-religiosa con algún dios malcriado y vengativo) y luego aterrizar con ella sobre los datos, seleccionando amorosamente los que refuerzan nuestra explicación y barriendo debajo de la alfombra cualquiera que no se ajuste a lo que se nos da la gana creer irracionalmente. Así es como funcionan los crédulos en las más diversas áreas del charlatanaje.

Y en el charlatanaje de pedorrera mental destacan los talibanes bíblicos ultrafundamentalistas, especie de fanáticos babeantes que aseguran que cada palabra de la Biblia es verdad absoluta y literal, y que, por tanto, toda la realidad debe interpretarse de acuerdo a lo que se dice en dicho libro sagrado, en particular su primera parte, el Génesis.

(Si usted les narra cómo ha sido cambiada y adaptada una y otra vez la Biblia al paso de los siglos, les puede provocar un aneurisma.)

Para no ser llamados orates, salvajes, ignorantazos de altos vuelos, deformadores de la realidad o simples torquemadillas sin brújula, estos personajes gustan de llamarse “creacionistas”. Su principal afirmación es que el mundo fue creado hace apenas seis mil años por su deidad particular, y única y exclusivamente para darle albergue al ser humano, cumbre de la creación de su peculiar dios mitológico.

(Claro que al ver a Hitler, Franco, Pinochet, Jeffrey Dahmer, George W. Bush, Idi Amín y otros especímenes de similar ralea, eso de la “cumbre de la creación” no sale muy bien parado.)

Para sustentar su opinión, los creacionistas nos regalan afirmaciones descabelladas sin ningún dato al canto, como que el hombre convivió con los dinosaurios, que la Tierra no puede tener 4.500 millones de años ni el universo puede tener 15.000 millones de años y que la extinción de los dinosaurios se debió al diluvio (dicho de otro modo, Noé decidió no hacerle caso a su dios y no se le dio la gana meter en su arca parejas de basilosaurios, apatosaurios, velociraptors, hadrosaurios, diplodocos, ceratopsios y las demás variedades que forman los miles y miles de especies de dinosaurios).

El brillante físico Wolfgang Pauli dijo de las teorías tan desprovistas de comprensión y tan mal definidas que “ni siquiera están equivocadas”. La frase se aplica perfectamente a mitociencias como la patraña creacionista, que desprecia tantísimos aspectos del conocimiento humano y es tan extravagante e irracional que asombra a quienes se asoman a ella. Tratar de demostrar que está simplemente “equivocada” es como tratar de convencer a un paranoico de que nadie lo persigue o darle un curso de teoría de las probabilidades a un ludópata.

La única base del creacionismo es el fundamentalismo protestante. Las distintas iglesias protestantes son continuas productoras de talibanes cristianos, y vaya usted a saber por qué los católicos de otros países se apuntan a todas esas loqueras.

Si quiere usted ver una crítica a fondo de las más destacadas barbaridades que sueltan los creacionistas (mismos que en Estados Unidos luchan a diario para impedir que la evolución se enseñe en las escuelas), dése una vuelta por el Institute for Biological Research que tiene una página en español bastante completa, o, si lee en inglés, pásese por la revista Scientific American que da 15 respuestas a las tonterías creacionistas, o bien tómese un rato para leerse lo que dice sobre el creacionismo la Página racionalista.

O sea, como eso ya está hecho y bien hecho, no nos vamos a poner aquí hacer la crítica del creacionismo dato por dato y afirmación por afirmación. A cambio, nos concentramos, como siempre en lo obvio, en el error de fondo, en la más clamorosa estupidez. Y en este caso, lo obvio y la más clamorosa estupidez es que los huesos de los dinosaurios que nos encontramos son fósiles, es decir, son huesos mineralizados hasta convertirse en piedra, mientras que todos los restos que tenemos de hace seis mil años (según las ocurrencias de George Mc Ready Price, geólogo novato y fanático religioso adventista que fundó el creacionismo moderno según lo relata El loco, loco origen adventista del creacionismo moderno) son óseos, porque no han tenido tiempo de fosilizarse.

No hay fósiles de Neandertales de hace 30 mil años, tampoco, por no decir más recientes. La ciencia explica y demuestra que en tan breve tiempo no se pueden mineralizar los restos, lo cual dice a gritos que si hay restos mineralizados o hubo magia o pasaron millones de años.

Un fósil de un animal moderno como el hombre, o un hueso orgánico de un animal antiguo como el gigantosaurio serían un argumento sólido para los creacionistas. Pero para su desgracia, el tiempo (“el tiempo, el implacable, el que pasó”, que cantaba la Sonora Ponceña) es el único que puede hacer fósiles y destruir los huesos. El proceso de fosilización en sí basta y sobra para dejar en ridículo a los creacionistas y su idea de que el Universo se inauguró hace apenas 6 mil años.

Pero tras el velo alucinante del creacionismo se oculta un bicho mucho más peligroso, como siempre ocurre con los fundamentalistas. Para estos peligrosos fanáticos, si la historia del Génesis no es literalmente cierta, entonces muchas de sus creencias adicionales, generalmente las más llenas de odio, podrían no ser literalmente ciertas, lo que podría implicar que su deidad no les da permiso para odiar lo que odian.

¿Qué odian?

Como buenos fanáticos religiosos, están profundamente obsesionados por el sexo, y por ello consideran (y así se puede leer en sus pasquines) que aceptar el hecho de la evolución “justifica” horrores como los condones, la homosexualidad, la promiscuidad, el disfrute del meneo y el meneo del disfrute.

Y ellos, hermanos míos, están en este mundo precisamente para evitar que a cualquiera de nosotros se nos ocurra disfrutar del viejo metesaca. El sexo debe ser odioso, repelente, doloroso (de preferencia), desagradable, monstruoso y satánico. ¿Por qué? Porque creen que eso dice la Biblia, cosa que, por cierto, puede rebatir cualquiera que se haya leído la Biblia, en particular el Antiguo Testamento, plagado de historias sabrosas de encornamientos, calenturas, amores apasionados y otras maravillas. Pero todo fanático tiene su lado masoquista.

(Paréntesis necesario: cuando se llega al sabrosísimo Cantar de los cantares de Salomón, éstos mismos predicadores dejan de creer en el literalismo fundamentalista y pasan a suponer que los febriles versos del sabio rey hebreo son “metáforas”, “parábolas” o “versos simbólicos”, es decir, lo mismo que no aceptan que pudiera el Génesis.)

Pero hay más: el fundamentalismo es amigo del racismo, de la esclavitud y de la violencia, de la “guerra santa”, de la tortura y de la brutalidad, porque, como dijo Blas Pascal, “Los hombres nunca hacen el mal tan totalmente y tan alegremente como cuando lo hacen a partir de convicciones religiosas”.

Porque odian muchas cosas: al socialismo, a los ateos, a los judíos, a las mujeres, a los musulmanes, a los budistas, a los movimientos por la justicia social, a los pacifistas, a los científicos, a los racionalistas… odian, como todo buen obseso radical, a la gran mayoría de los seres humanos.

Detrás de los escritos de los “creacionistas” (todos ellos pastores, abogados, ministros, nunca biólogos moleculares, paleontólogos o geólogos) solemos encontrar la necesidad no sólo de que su creencia sea cierta, sino el sueño de que su iglesia (conducida por ellos, faltaba más) controle el mundo, las escuelas, las camas y las almas de todos, muy especialmente de los que se atreven a no creerles.

Pero, muy a su pesar, la evolución no es una “teoría” en el sentido que el lenguaje común le da a la palabra, sino una teoría científica, es decir, una descripción de los hechos conocidos, como la teoría de la gravedad de Newton (que describe un hecho real: las cosas se caen), la teoría de la relatividad de Einstein (que describe hechos reales a nivel macrocósmico) o la teoría de la circulación de la sangre de Harvey (que describe el hecho de que la sangre circula).

La evolución es un hecho, y hay teorías diversas que buscan describir cada vez más precisamente cómo ocurre este hecho, pero ninguna de ellas propone que el hecho que estudian no exista, como no hay una “teoría” “antigravitacionista” que diga que la gravedad no existe. Las teorías neodarwinistas se diferencian, por ejemplo, en que algunas plantean que la evolución es un proceso continuo mientras que otras consideran que las poblaciones animales se pueden mantener relativamente estables durante bastante tiempo y experimentar los grandes cambios evolutivos en períodos más bien breves.

A los creacionistas no les interesa saber cómo se crean las especies, cómo han evolucionado los seres vivos ni cómo empezó la vida, lo que les interesa es colaborar en el establecimiento de teocracias del nuevo milenio que nos devuelvan a los viejos, buenos tiempos de Tomás de Torquemada.

Y para conseguir esto abusan de la ignorancia de la gente, inventándole afirmaciones a los geólogos, biólogos, bioquímicos, zoólogos, físicos, químicos, embriólogos y otros científicos a los que, si pudieran, quemaban vivos.

Ese detallito es el que le quita lo cómico a las memeces, burradas y barbaridades que diseminan estos tipejos. En el fondo, son peligrosos, como la mayoría de los charlatanes.

Fantasía y realidad

Fantasía y realidad

Los niños muy pequeños y los esquizofrénicos no reconocen la diferencia entre la realidad y la fantasía. Se supone que un signo de madurez y cordura es, precisamente, diferenciar lo imaginario de lo real. En nuestra sociedad sigloveintiunera, la tarea de aportar madurez y cordura es emprendida fundamentalmente por los sistemas educativos.

Como contrapeso a ellos, tenemos la promoción del infantilismo y el delirio de los paranormalólogos, profesionales o amateurs, que se desviven por convencer a la gente de la realidad de diversas fantasías, para obtener a cambio atención, admiración, dinero y demás bienes.

El arte ha sido, involuntariamente, inspiración de las más diversas locuras: fantasmas, exorcismos, extraterrestres y otros delirios. Desde que Kenneth Arnold inauguró el plativolismo y los “contactos extraterrestres” inspirado en las novelas de ciencia ficción de la época, los contactados y platillófilos suelen ser sorprendidos contando como espeluznantes experiencias propias los guiones de películas diversas y las líneas argumentales de novelas y cuentos.

Un reciente ejemplo de esta esquizofrenia voluntaria fue la que los ocultistas lanzaron al mundo con motivo de la novela de Dan Brown El código Da Vinci. Es una novela, una historia imaginaria, escrita de manera apenas aseada, llena de paja pero que incluye como parte de su argumento a los cátaros, algunos asuntos de debate en la iglesia católica (en particular el matrimonio de Cristo con María Magdalena y los argumentos del viejo libro Jesús vivió y murió en Cachemira) y algunas realidades (explicadas en exasperante detalle, como para lectores imbéciles) como la historia del Opus Dei.

Nada raro, pues. Los escritores suelen (solemos) documentarnos en la realidad para darle verosimilitud a las narraciones de ficción. Claro, cuando Paco Ignacio Taibo II habla de un código de Da Vinci en el que se descubre que el genial renacentista inventó la bicicleta, todos suponen que es un artilugio literario y ningún tarado sale con un libro que pretenda argumentar lo mismo en serio. Pero al meter en su novela tradiciones gnósticas, Brown consiguió abrir una veta en la que hoy pica piedra cualquier cantidad de arribistas y aprovechados que escriben libros para “interpretar correctamente” la novela y para defender que la imaginación no es tal, sino que es reflejo de una realidad misteriosa que, por supuesto, los ocultistas conocen bien (porque lo dicen ellos) y a cambio de un dinerillo nos ofrecen esos conocimientos que, vaya usted a saber por qué, guardaron ocultos hasta ahora que el tema es comercializable. (Por cierto, mientras escribo esto, se confirma a TNT, de TeleCinco de España como el programa de televisión misteriológico que les faltaba a los soplapitos, y precisamente están hablando del libro en cuestión expertos en todología fingitoria como el inocente Miguel Blanco, el viejo lobo del cuento Enrique De Vicente y algunos de sus cachorros de la tontería, como el conspiranoico profesional Santiago Camacho y la periodista Almudena García Páramo, periodista que simuló ser historiadora en su único libro publicado, una biografía de Jesucristo. El tono sensacionalista revuelve el estómago y la sensación de ofensa a la inteligencia no alcanza a verse compensada la presencia de un sacerdote bastante serio y de Pepe Rodríguez como única voz de la razón en tal margallate. La actitud de los reportajillos y del presentador es tal que parecería que se están verdaderamente develando los más grandes misterios del mundo y no se están esparciendo fantasías interesadas.)

En realidad, lo que hacen los autores de los libros que “explican” la novela es refritear viejos rollos, desde El misterio de las catedrales de Fulcanelli, repitiendo como verdades delirios, suposiciones y creencias ya publicados en el pasado. No que ello les vaya a quitar el sueño, sobre todo cuando los arrullan en su seno Santa Regalía y Nuestra Señora del Perpetuo embuste.

Y deje usted eso, Dan Brown acaba de publicar otra novela en la que mete a los Illuminati, secta cuya sola mención hace que se estremezcan de emoción las cuentas bancarias de más de un embustero profesional. Ya vendrán los libros que nos expliquen cómo leer la novela, y los rollos de radio y televisión ocultista.

Ahora, me imagino, los pillines que medran en el mundo peculiar de las psicofonías, ese fenómeno casi desconocido en América Latina hasta hoy, estarán también aullando felices como macacos en carnaval porque Hollywood, que tiene mucha más potencia que cualquier editorial, está lanzando al mundo White noise película en la que Michael Keaton interpreta a un historiador dedicado a Hitler (obsesión peculiar de todos los paranormalólogos, curiosamente, al parecer porque creen en las mismas supercherías iniciáticas en las que creía Hitler y eso les hace imaginarse importantes de algún modo enfermizo) y obsesionado con las psicofonías, que vive una situación familiar lamentable como corresponde.

Es una película. Ficción. Obra de la imaginación. Una historia de Niall Johnson llevada al cine por el director Geoffrey Sax. Desgraciadamente, algunas personas emprenderán un esfuerzo interesado por borrar la línea la fantasía y la realidad, y harán su agosto, entre ellos nefastos personajes como Pedro Amorós cuyo libraco Psicofonías, ¿quién hay ahí? está siendo diseccionado por Lola Cárdenas en su blog Uno por uno, uno; uno por uno, dos; uno por uno….

Quienes se dedican a fomentar el infantilismo y la esquizofrenia sociales, siempre es útil señalarlo, sirven, queriéndolo o no, a todos los estamentos del poder fáctico que desean tener, ante todo, una población no demasiado crítica, no cuestionadora, no muy racional y ciertamente capaz de creerse las pamplinas que nos ofertan los neoliberales, los “filósofos posmodernistas” servidores del gran capital, las iglesias y los partidos políticos. Todo hay que decirlo.

Algunos de estos auspiciadores de la ignorancia ajena, por cierto, suelen soltar la soberana estupidez de que quienes no comulgamos con las ruedas de molino que expenden somos negados a la fantasía, o queremos aplicarle el método científico a las novelas de Philip K. Dick o al Concierto para violín de Beethoven.

Con tal afirmación, demuestran una vez más (por si hiciera falta) su carencia total de la más remota idea acerca de lo que es pensar racionalmente, y de paso tratan de indoctrinar a sus huestes para que supongan que todo hereje o incrédulo es una especie de robot. La deshumanización del adversario es una técnica propagandística bien conocida, y la usan al máximo.

Estupideces, pendejadas, boludeces, gilipolleces, huevadas, macanas… lo de siempre.

El pensamiento racional se aplica para diferenciar la fantasía de la realidad, para identificar claramente ambos terrenos, pero no para matar la fantasía, para constreñir la imaginación o para limitar la experiencia vital. Es decir, cuando yo escribo historias de fantasmas, de vampiros, de extraterrestres o de futuros posibles (que es uno de mis oficios), lo hago a sabiendas de que se trata de juegos de la imaginación, y como tales los ofrezco a los lectores.

Disfruto muchísimo de El señor de los anillos, de la música de Corelli y de los dibujos animados de la Warner, así como un montón más de obras de la imaginación… pero yo sé que no son reales, cosa que está mucho más allá de las capacidades (e intereses) de los ocultistas.

No por nada ese genio de la imaginación (aunque no gran estilista literario) Isaac Asimov, fue uno de los fundadores de la organización “escéptica” más importante de los Estados Unidos, CSICOP (Comité para la investigación científica de las afirmaciones sobre lo paranormal). Y, en realidad, la mayoría de los autores de ciencia ficción no son precisamente crédulos del ocultismo, ovnis incluidos.

En cambio, los paranormalólogos no sólo son capaces de creerse cualquier cosa, sino que, habiendo aplacado sus neuronas a palos, se lanzan por el mundo a vender cositas y a convencer a los demás de que también se las crean, por ridículas que parezcan. (Y algunos no se las creen, pero las promueven igual por los beneficios que les rinden.)

Cuando encuentran pretexto para promover sus patrañas gracias a algún juego de la imaginación de Hollywood, ronronean, se presentan a soltar peroratas inanes en los medios que monopolizan, tratando como enloquecidos de convencer a la gente de que lo que retrata la pantalla es real.

Los medios informativos o de entretenimiento, como lo han hecho notar estudiosos diversos, pueden impactar al público de tal manera que le otorgue a lo que aparece en ellos una credibilidad especial. “Lo leí en el periódico”, “lo dice en Internet”, “salió en la película”, “viene en un libro” son argumentos frecuentes y que revelan que el sistema educativo falla y que los charlatanes van ganando la partida. Hay gente que cree realmente que la posesión demoniaca existe porque lo dijo una película, o tarados que han acabado convencidos de que el mundo es realmente como lo propone la serie (cada vez menos interesante) de películas de Matrix.

Y ante eso, los buitrazos del ocultismo saltan sobre sus presas.

En este caso en particular, es de esperarse que quienes medran en el mundo de las psicofonías nuevamente se dejarán caer sobre los medios para hablar de “la verdad” que hay detrás de la película (que, si nos atenemos a las primeras críticas, es un buen filme de horror, por cierto). Y venderán libros, y revistas, y aparatos para psicofonear.

Y, en el proceso, se olvidarán de los frentes de batalla que tienen abiertos antes, como ciertos misteriosos análisis de ciertos misteriosos laboratorios sobre ciertas nada misteriosas caras de cierto pueblo llamado Bélmez. Confían en el olvido del público y en el poder de la novedad.

La fantasía es una herramienta maravillosa y la imaginación es el motor de todos los avances humanos. Pero eso no tiene nada que ver con la promoción de supersticiones absurdas.

Por si se encuentra usted con algún psicofonero profesional en las semanas de promoción de la película, dejo acá algunas preguntillas con las que puede medir hasta dónde están desapegados de la realidad los pillastres que venden este cuento:

¿Por qué no aparecen voces misteriosonas (“inclusiones”, les llaman) en las decenas o cientos de miles de estudios de grabación profesionales en los que diariamente se trabaja con locutores, actores, músicos, etc.? (Ojo, los más delirantes de estos soplapitos aseguran que consiguen que les hablen las voces misteriosonas incluso si el equipo está rodeado de una “jaula de Faraday”, que es precisamente lo que se usa en los estudios de grabación para aislarlos de radiaciones electromagnéticas parásitas que puedan afectar el preciso registro de los berridos del cantantillo de moda.)

¿Las “psicofonías” más o menos claras tienen alguna relación con el incremento en el mundo de aparatos emisores inalámbricos (teléfonos móviles o celulares, redes wifi, conectividad inalámbrica para aparatos de mano y portátiles)? ¿Han estudiado esta posibilidad? ¿Cómo manejan la medición del entorno electromagnético alrededor de sus mágicos aparatos que captan lo que no captan los equipos altamente profesionales?

¿Cómo definen “voz”? Es decir, la psicología nos explica que nuestro aparato de percepción busca patrones en el mundo, y al escuchar ruido blanco suele percibir cosas que no están allí igual que en las nubes se pueden ver desde barcos corsarios hasta a Alyssa Milano, todo es ponerse. En el caso de los psicofoneros, ¿tienen una definición operativa de “voz” en términos de longitud de onda, frecuencia, amplitud y armónicos que permita que un aparato detecte la “voz” o todo es según lo que cree percibir un loquito al cabo de unas cuatro horas de escuchar ruido blanco en su sótano?

¿Por qué siempre tienen que explicarnos lo que vamos a oir antes de que lo oigamos? ¿No están así condicionando la percepción, ayudando a provocar la ilusión auditiva (pareidolia o apofenia) que ellos consideran una verdad patente?

¿Han hecho experimentos controlados de psicofonería en algún laboratorio de verdad, con científicos serios? En caso de que la respuesta sea negativa, ¿por qué no? En caso de que sea positiva, ¿cuándo y en qué journal científico se publicaron los resultados?

Claro, a usted se le ocurrirán mejores preguntas. Lo que es importante es hacerlas, de preferencia públicamente. Y preparar otras preguntas para cuando Sony Pictures lance su versión cinematográfica de El código Da Vinci. Como primer pregunta se me ocurre: ¿de qué hablan estos ocultistas al mencionar al Santo Grial, si de dicho objeto no hay referencia histórica alguna, sino que es un invento de Chrétien de Troyes en su inconcluso romance El cuento del grial, escrito entre 1178 y 1181, terminado por al menos tres autores y considerado el inicio de la novela moderna (además del origen de la leyenda arturiana)?

Por cierto, Chrétien era brillante y son muy recomendables las obras de este autor francés publicadas por Siruela, pero sólo para quienes conocen la diferencia entre la fantasía y la realidad, se entiende.

Esto de convencer a la gente

Esto de convencer a la gente

Coartada recurrente de los charlatanes es suponer que sus creencias delirantes (y allí contamos tanto a las creencias que realmente tienen como a las creencias que saben que son absolutamente prepósteras pero que defienden porque llevan agua a su molino o arriman al ascua su sardina) son similares de alguna forma al conocimiento obtenido por medio de la ciencia. Así, los sitios chupaflautísticos están llenos de frases como: “el cientificismo es una religión más”, o “los científicos creen que sólo ellos tienen la verdad, igual que los curas”, o cosas aún más delirantes.

La moneda falsa que quieren pasar de contrabando con esto es que sus orateces son semejanets al conocimiento de verdad.

La diferencia, sin embargo, es bastante clara.

Convencer a los científicos: el secreto

Vamos a suponer por un momento que existe realmente alguna de las veinte mil propuestas de la paranormalología, digamos una que no contravenga gravemente a todo el conocimiento acumulado hasta la fecha y que no ofenda descaradamente al más elemental sentido común.

Supongamos, pues, que mañana un extraterrestre llama a la puerta de su enigmatólogo favorito y se pone enteramente a su disposición para poner en su sitio a quienes dicen neciamente que, hasta hoy, no hay ninguna prueba que nos haga suponer que hay seres inteligentes de otros planetas visitándonos nada más para que el club de los monopolizadores paranormales de los medios de comunicación puedan vender más basura.

¿Qué debería hacer este enigmatólogo para convencer a los científicos de que tiene en su sala a un extraterrestre genuino, verídico y mucho más vivo que cualquier muñequito de goma autopsiado fraudulentamente?

Bueno, el enigmatólogo (llamémoslo Juanjo para sentirnos en confianza) empieza por llamar a los científicos. Los insulta un rato en su inimitable estilo y luego los invita a tomarse un café con el ET que lo hará más rico que Bill Gates.

Los científicos llegan, profundamente escépticos. Entrevistan al ET, toman muestras de sus tejidos, revisan la nave que dejó aparcada a un lado de la piscina olímpica de Juanjo, lo observan acuciosamente y se van muy poco convencidos.

Ahora supongamos que las muestras de tejido (tomadas siguiendo un protocolo claro y reproducible, no como se arrancan cachos de piso de una casita de Bélmez para que los estudien unos laboratorios secretos que no consiguen resultado alguno en ocho meses) indican que el personaje que toma brandy en la elegante sala de Juanjo no tiene una estructura celular similar a la de los seres evolucionados en nuestro planeta. Mientras tanto, los que lo entrevistaron confirman que, efectivamente, los datos que dio para descifrar la escritura de los Moches peruanos realmente parecen tener sentido y, además, la nave espacial parece al menos ser de verdad.

A partir de allí se desarrollarían algunas llamadas telefónicas o correos electrónicos muy peculiares, del tipo: “Oye Pacorro, no vayas a pensar que ya me volví orate, pero hay algo que quiero que veas, tú que eres un bioquímico de Premier League” o “Tráete a todos los antropólogos que conoces”.

Bueno, supongamos que las pruebas se multiplican, se afinan protocolos, se repiten independientemente y resulta que sin lugar a dudas el eté de Juanjo no es de este planeta, y tiene conocimientos históricos y técnicos que no se podrían explicar de ninguna forma como no fuera admitiendo que es un eté realmente y que ha visitado nuestro planeta en el pasado.

¿Qué cree usted que harían los científicos?

Pues lo mismo que hicieron cuando les mandaron el primer ornitorrinco disecado desde Australia: al principio creyeron que era una broma, pero al tener más datos y pruebas (repito porque aquí está el meollo del asunto: DATOS Y PRUEBAS) fueron dudando y, finalmente, después de examinar a uno de estos alucinantes monotremas vivo y coleando, aceptaron su existencia.

(Imagínense ahora qué poco serio y menos creíble resultaría cualquier científico al que le mandan algo tan raro como un ornitorrinco y lo aceptara acríticamente, sin estudiarlo, sin dudar y sin pedir, sí, datos ypruebas.)

Es decir, sí hay una forma de convencer a los científicos: datos y pruebas.

Eso además les daría trabajo para muchísimos años, investigando (pero de verdad) a los etés, estableciendo comunicación efectiva y aprendiendo sobre los alcances de la vida, de la física y de la historia humana.

De hecho, los científicos serían enormemente felices, mientras que a Juanjo se le habría secado el pozo de los billetes.

Convencer a un creyente: misión imposible

Vamos ahora al otro extremo. Supongamos que uno intenta convencer a un creyente (en este caso a un genuino convencido, no un simple mercachifle de fumadas para consumo de personas de las que se burla cuando está de copas con los amigotes).

¿Cómo lo haría?

En serio, ¿cómo?

¿Existe alguna forma de convencer a algún creyente de que su creencia irracional, sincera pero sin bases, es falsa?

Pensemos en una verdaderamente evidente: el supuesto “rostro marciano”.

El orbitador Viking envió en 1976 una serie de interesantes fotografías de la superficie marciana. Pese a su baja resolución, los científicos aprendieron mucho sobre el planeta rojo.

Pero los misteriópatas se lanzaron como lobos sobre una foto en particular que parecía mostrar algo parecido a un rostro más o menos humanoide.

A partir de allí, todo era escribir loqueras, y los creyentes en lo que sea empezaron a engarzar las gemas de la estupidez en largos collares de necedades. Para empezar, bautizaron a la formación en cuestión como “La esfinge de Cidonia” (los más mamertos escriben “Cydonia”), decidiendo que era una esfinge como las egipcias porque… bueno, realmente nada más porque se veía bonito decirlo y porque cerca del rostro hay unas sombras que con algo de buena voluntad y medio cerrando los ojos parecen pirámides. Y todo el mundo sabe que las pirámides llevan acoplada una esfinge, como se puede ver en la cultura Maya… ah no, en la Mexica… bueno, tampoco… pero es que los egipcios eran marcianos y a ver, chistosito, demuéstrame que no es cierto.

Todo lo que a usted se le ocurra, lo dijeron, escribieron y vendieron los misteriólogos. Veinte años de pendejadas hubimos de escuchar y leer. Premio especial del jurado lleva, por cierto, la afirmación de que una de las “pirámides” era, ni más ni menos, un generador de energía alimentado con hidrógeno. (El autor de esta barbaridad vio el hidrógeno en la foto, casi seguro.)

Algunas sectas procedieron a invocar la “cara de Marte” para pedir dinero con objeto de intensificar sus contactos telepáticos con Marte.

Pero finalmente pasó lo que tenía que pasar. Mejores naves con mejores cámaras volvieron a Marte y, algo más de 20 años después, el 5 de abril de 1996, se dieron a conocer imágenes tomadas por el Mars Surveyor en la misma zona, dejando claro que la cara era una ilusión óptica o pareidolia, en esta imagen, la foto de baja resolución de la Viking está a la izquierda, y a la derecha la foto del Mars Surveyor en positivo y en negativo.

(Actualización: Aquí hay una fotografía muy grande (casi un mega) de la montaña que parecía una cara, fotografiada pro el Mars Surveyor. Juzguen la lectora y el lector.)

Asunto terminado, ¿o no?

Pues no.

Los mismos que consagraron las imágenes del Viking como “la prueba de vida inteligente en Marte aportada ni más ni menos que por la respetadísima NASA” pasaron a considerar las segundas fotos “un intento de manipulación de los perversos miserables de la isignificante y engañosa NASA”, y escribieron nuevos libros y artículos repitiendo lo mismo de antes pero añadiéndole la teoría de la conspiración que tanto los hace ronronear. Los “malos” que van a Marte nos quieren ocultar algo que sabemos con certeza los “buenos” que no podemos ni tirar un cohete o volador sin perder cuatro dedos.

El máximo embustero de México, Jaime Maussán, sigue haciendo y vendiendo programas este mismo 2005 dándole a “la cara de Marte” y pase usted a caja a pagar.

Los que se divirtieron tantos años con la “esfinge de Cydonia” no se conforman con ser “loquitos que ven caras en Marte y borrequitos en las nubes”, nonono… son (agárrese de la silla) “¡marsfasciólogos!!” (etimología papanatas: del latín “mars”, marte; “fascies”, cara y “logos” que significa “estudio” o bien “sufijo que se le sorraja a cualquier tontería para hacerla parecer respetable”).

¿Cómo se convence a estos creyentes y a tales negociantes de que su afirmación es falsa?

Pues no se puede.

Si los lleva uno a Marte, siempre podrán decir que los “malos” conspiradores han “borrado” la cara de Marte para ocultarnos el conocimiento. O que los marcianos la borraron para no quedar a merced de la NASA. Puestos a inventar coartadas, no tienen límite.

Ni necesidad de dar datos, pruebas o algo más que fantasías envueltas en papel atractivo.

Así, resulta mucho más fácil convencer a los “científicos oficiales académicos” de que Juanjo tiene un eté en casa que hacer entender a los más sinceros convencidos de que realmente no existen cosas tan evidentemente falsas como la cara de Marte, el bigfoot o “pie grande”, o los círculos de las cosechas realizados por platillos voladores (aunque puede usted hacerse el suyo contratando a los verdaderos expertos que los hacen, quienes, por cierto, no hace mucho crearon un verdadero “pie grande” para Nike).

Es la diferencia entre creer y saber. Para saber hay que cuestionar, dudar y estar dispuesto a aceptar algo en lo que no creemos de entrada. Para creer basta aceptar algo que nos gusta y negarnos a admitir que se cuestione o que se ponga en duda.

Promover la fe, por tanto, sólo se puede confundir con promover el conocimiento y el pensamiento crítico desde el interés y el fanatismo. Lo demás es lírica.

No espere a mañana para empezar a pensar

No espere a mañana para empezar a pensar

(Advertencia: entrada larga, puede leerla en dos o tres visitas, o en diez.)

Yo soy muy malo para admirar a la gente, y eso parece caerle en la punta del hígado a las personas que viven de la admiración de otros. Como “seguidor” sigo poco, cuando sigo lo hago a mi ritmo, y con frecuencia me aparto del camino indicado.

Vaya, obviamente hay personas a las que admiro, pero no de manera ciega. Admiro a Janis Joplin porque era una cantante de niveles aún no repetidos, pero no por haber caído repetidamente en la adicción a las drogas hasta que éstas ganaron la batalla. Creo que Isaac Asimov fue un gran divulgador de la ciencia, pero como escritor de ficción me parece plano, acartonado y literariamente simplón. Admiro a Bertrand Russell como filósofo, matemático, pacifista, racionalista y libertario, pero como educador fue lamentable. Admiro a Arthur Conan Doyle como el creador de uno de los más asombrosos personajes de la historia de la literatura, Sherlock Holmes, el amo de la razón, pero hallo patético al buen Sir Arthur como creyente de cualquier estupidez esotérica, al grado de que buena parte de los dineros que le dio Holmes lo tiró en las fauces de médiums y espiritistas fraudulentos (hummm…, ¿acaso hay médiums y espiritistas no fraudulentos? Pues hasta hoy nadie ha visto a ninguno). Admiro José María Morelos como visionario que hizo un gran proyecto de nación en tres pedazos de papel (Los sentimientos de la nación), pero no como general despiadado y estricto.

Me parece claro que no solamente se debe ser crítico con los desvergonzados que se dedican al engaño y a la falsedad esotéricas, ocultistas y transnaturales, contra los anticientíficos y los antimédicos, contra los fascistas y racistas, contra los violentos y los embusterios, sino también con las personas a las que les encontramos grandes valores.

Ser “incondiconal” de algo es renunciar a la propia capacidad de analizar los hechos. Yo no soy incondicional ni de las Chivas Rayadas del Guadalajara (el Rebaño Sagrado), mi equipo de fútbol de toda la vida.

¿Pensar críticamente?

El pensamiento crítico y libre, la aproximación racional a los hechos, no es algo privativo de los científicos, como quisieran hacer creer los que viven de denostar a la ciencia, sino que son patrimonio de la humanidad, una forma peculiarmente nuestra de mirar el mundo, tratar de entenderlo y poner a prueba nuestras ideas, algo que, hasta donde sabemos, sólo nuestra especie tiene.

Nadie mandó a Heráclito a una facultad de ciencias para que pudiera observar el mundo y darse cuenta, por primera vez, de manera clara y absoluta, de que el cambio es una realidad inescapable, una constante en todos los procesos del universo. La inteligencia preclara de Heráclito siempre me ha asombrado.

Por otro lado, quien quiera ser científico hoy, 2600 años después de Heráclito, tiene que estudiar ciencia, no sólo para enterarse de lo que ya se sabe y no ponerse a redescubrirlo de nuevo, sino, y de manera muy importante, para aprender los errores cometidos en el pasado y no volver a cometerlos. Para encontrar la verdad del legado egipcio no basta ser hotelero o periodista, hay que estudiar historia, arqueología y egiptología. Un periodista honrado va y entrevista a los que saben, a los que estudian, a los que están allí descubriéndonos las maravillas reales de esa civilización, con trabajo duro cotidiano, no a un hotelero como Von Däniken que pasó dos semanas en El Cairo y con eso adivinó un montón de conocimientos que nadie había visto porque todos los científicos son imbéciles y Von Däniken no, cosa que sabemos porque lo dicen Von Daniken y los soplapiteros que lo atienden.

Sí, claro, le creemos. E hizo una máquina de tiempo en la cochera, ¿no te jode?

(Bueno, lo de la máquina del tiempo es otra historia, con otro protagonista, pero la dejamos para otro día.)

Pero, sin necesidad de ser científicos ni de estudiar ciencia, pensar crítica y racionalmente es algo que todos hacemos en muchos aspectos de la vida y sin importar nuestra preparación académica o nuestro nivel sociocultural. El problema es que los medios, los negociantes interesados, las editoriales, los brujos en todas sus variedades, los detentadores del poder político, social y económico, y las presiones sociales nos empujan a dejar de pensar críticamente respecto de ciertas cosas, de ciertas afirmaciones, de ciertas percepciones “aceptadas” sepasumadre por quién pero promovidas por todos lados.

Daré un ejemplo a sabiendas de que es políticamente incorrecto, y precisamente por eso.

Un gobierno descubre que no puede resolver problemas como la salud pública, las pensiones, el pleno empleo, las muertes ocasionadas por el alcohol, la explotación del trabajador local o inmigrante, o la protección del consumidor contra la voracidad empresarial, que no puede mejorar la seguridad, defender a las mujeres víctimas de palizas, promover la cultura y el pensamiento crítico, integrar al inmigrante, elevar el nivel de la educación pública o cualquier cosa similar. Peor aún, si es un gobierno que dice ser de izquierda resulta que tiene, por ese solo hecho, determinados compromisos sociales con las mayorías que, de pronto, descubre que no puede o no le conviene cumplir.

Entonces ofrece “salvar” a los ciudadanos del humo de tabaco. ¿Por qué? Porque los “fumadores pasivos” se enferman. ¿Cómo lo saben? Porque lo dijo un estudio de 1993 de la Agencia de Protección Ambiental estadounidense. ¿Que el congreso estadounidense halló que el estudio era deficiente y finalmente se dictaminó legalmente que tal estudio era anticientífico, interesado y desprolijo, y por tanto carente de toda validez, movido por intereses del integrismo protestante puritano estadounidense? No saben, no contestan. También lo saben, dicen, por un informe de la OMS, pero resulta que tal informe dice exactamente lo contrario: no hay pruebas de que el humo del tabaco en el ambiente afecte la salud de los niños, y las evidencias sobre un posible daño en los adultos son estadísticamente no significativas. ¿Eso lo ignoran los expertos del gobierno y sus asesores en salud o se están haciendo tontos? Tampoco saben, tampoco contestan.

El gobierno lanza una campaña de propaganda, inventa cifras (o las copia de Estados Unidos, como los “50.000” no fumadores fallecidos al año por el humo de los fumadores que es totalmente fantasiosa en Estados Unidos, pero es un insulto a la inteligencia del público en un país con la quinta parte de habitantes), menciona otros “estudios” que no cita, suma muertos que saca de nadie sabe dónde y, saltando por los campos de florecitas del brazo de la derecha desestabilizadora, autoritaria y medieval, lanza una ley contra los desagradables y malvados fumadores, le avienta al problema un poco de dinero (mismo que le quita a la labor de controlar la alcoholemia en carretera que sí sabemos cuánta gente mata, a los atropellos en el empleo, a las mujeres golpeadas, a los propios estudios y tratamientos para curar a los adictos a la nicotina, etc.) y se siente guapísimo y súperpoliticamente correcto… al estilo Stalin.

(Si quisieran salvar a los fumadores, ¿no sería una estrategia menos boba investigar más, desarrollar mejores tratamientos y ponerlos al alcance de los fumadores en lugar de expoliar económicamente y someter al escarnio a quienes ya son víctimas?)

¿En qué confía un gobierno así? En que es políticamente incorrecto decir que no está probado que los fumadores pasivos estén muriendo o enfermando por el humo ambiental del tabaco y en que la gente se avergüenza de decir que fumar es su derecho, como es el de otros atragantarse de comida basura hasta tener las arterias como velas de sebo, usar perfumes lamentables, conducir autos contaminantes y hacer otras muchas cosas dañinas y desagradables.

La estrategia es el miedo: nadie se atreverá a decirlo o será mal visto socialmente, y el hipotético (por poco escribo “hipócrita”) gobierno en cuestión quedará bien. Como el fumador ya se siente mal por ser adicto a una droga (y sobre la fuerza de la adicción a la nicotina sí hay estudios confiables), acepta su lugar de paria y baja la cabeza sin defenderse. Como “todo el mundo sabe” que el humo ambiental es malo, y esto se repite aunque nadie lo sepa en realidad, el gobierno sonríe y dice que nos cuida la salud promoviendo la indefensión de los adictos al tabaco.

Por favor.

Sobre qué pensar críticamente

Todo debe criticarse. Y sólo vale la pena aceptarlo si supera la prueba de una crítica razonada y bien fundamentada y estructurada.

El pensamiento crítico no es sólo para los científicos, pero tampoco para quienes ocupamos algo de tiempo en desenmascarar engaños, mentiras, embustes y negocios hediondos del ocultismo. No se aplica sólo a un taradito que dice que por ser periodista puede corregir lo que saben todos los paleoantropólogos del mundo, o a un payaso primo suyo que se pasea por el mundo con una rama de perejil en la oreja. Se refiere a todo.

Es más, el pensamiento crítico se debe aplicar a todo: a las promesas de los políticos y a las promesas de empleo, a las palabras melosas al ligar y a las recomendaciones de curaciones milagrosas, a los anuncios de pisos de contactos y a la elevación a los altares de cualquier pisateclas que la industria editorial decida convertir en bestseller, a los vendedores de autos usados y a las inmobiliarias, a la televisión informativa y a la de entretenimiento, a los que anuncian desastres atroces y a los que dicen que el mundo va bien, tralalá… TODO debe someterse al análisis crítico racional, fundamentado, metodológicamente sólido y que no incurra en falacias.

El conformismo y la pasividad no crean seres humanos libres, crean esclavos.

¿Que una ministra con aspecto de fugada de un episodio de “Vaca y Pollo” dice que una guerra es fantástica porque bajarán los precios del petróleo? ¿Por qué la sociedad a la que quiso embaucar, incluidos sus compañeros de partido, no está llamando hoy a su puerta y pidiéndole que explique por qué carajos el petróleo está más caro que nunca?

¿Que Nostradamus dijo que oriente destruiría a occidente en 1999? ¿Entonces por qué los editores se lanzan felices a mercar libros de mamarrachos despreciables que siguen “interpretando” las profecías de Nostradamus sobre occidente en 2006? ¿Cuáles profecías, carajo? Si el asunto se acababa en 1999, ¿cómo es que hay profecías de Nostradamus para después de ese puto fin? El charlatanazo francés se equivocó, y a la mierda con él, supondría uno.

Pero el negocio Nostradamus sigue, y los adivinos y sus defensores y promotores perfumados se ponen como la loca si alguien les dice que están mintiendo, y las exministras siguen medrando en la política y comiendo y bebiendo fino de los impuestos de sus súbditos.

Ahora suponga usted que llegara a una editorial un “libro de historia” que dijera con toda seriedad que Tutankamón fue alcalde de Navalperal de Pinares en tiempos de Aníbal y que Isabel la Católica era licenciada en contabilidad y comercio titulada en Cambridge… ¿Lo publicarían? Es de dudarse. Y si lo hicieran, ¿no habría más de una nota en los periódico diciendo que ese libro miente? ¿Cómo veríamos si el autor de tal obra de la estupidez-historia reaccionara diciendo que las críticas tienen por objeto “azuzar” a las chusmas para “matarlo”, o que son producto de la “envidia”?

En el mundo del ocultismo sí pasan esas situaciones absurdas y, para remate, los interesados exigen que no se les critique. Cuando alguien lo hace, entran en ataques de histeria prolongada y ruidosísima, arrancándose a puñados los pelos de los sobacos y gritando que los “inquisidores” (léase, los que no están de acuerdo con ellos y demuestran que mienten) persiguen a las pobrecitas víctimas que son ellos y sus millones.

Pero las cosas del ocultismo no son tan complicadas.

Vea desapasionadamente una de las Caras de Bélmez®. ¿Es una cara? ¡NO! Véala bien. No es una cara. No es como una fotografía. No es una representación fiel como un retrato de un pintor medianón. No tiene ni la calidad de los retratos que nos pueden hacer al carboncillo en Las Ramblas de Barcelona por unos pocos euros. ¡Es un patético dibujete malhechote de una cara! Nada más.

Vea alguna foto de ovnis: ¿son fotos de naves extraterrestres? ¡NO! Son fotos de borrones, manchitas, luces u objetos que tal vez se deban estudiar, pero no partiendo de la base de que son naves llenas de extraterrestres de otras galaxias que hacen el viaje para hacer espectáculos bobos con el único objeto de que los misteriólogos tengan plata para comprarse trajes caros.

Pero los medios, los profesionales del misterio y una cierta presión social se ocupan no sólo de perpetuar las supersticiones, sino de multiplicarlas, defenderlas y difundirlas.

Los misteriosos escépticos y el pensamiento crítico

En Estados Unidos, la voz de la razón ante las tonterías sociales e institucionalizadas han sido generalmente personajes, digamos, entrañables, educados, atentos, corteses y urbanos. Paul Kurtz, presidente de CSICOP (el Comité para la investigación científica de las afirmaciones sobre lo paranormal) y fundador del Center for Inquiry, es un filósofo racionalista de primer orden, pero también es un caballero de conducta exquisita, amable, simpático y que no tiene una palabra dura para nadie.

Esa organización escéptica a la que los más ruines llaman “secta terrorista paramilitar de ultraderecha” (qué suerte tienes, Manolo, que se lo dices a otro y te teleportan ante un juez tan rápido que dejabas atrás los caros zapatitos) fue fundada por ése y otros personajes entrañables, sencillos, diplomáticos y serios.

Conozco a algunos. Ray Hyman es un psicólogo de amabilidad sin fronteras, pero que sabe estadística suficiente como para detectar fraudes científicos o paranormaleros. James Alcock es psicólogo social, mago aficionado y tiene un posgrado en física, con un claro aspecto y trato académicos. Mario Bunge es un brillante físico, filósofo y epistemólogo argentino y académico de primerísima línea, pero que no levanta la voz así le pisen un callo. Joe Nickell es un psicólogo y verdadero investigador de lo paranormal que es quizá un poco más duro porque tiene que enfrentar a los embusteros en su terreno con gran frecuencia.

Hay otros que no conozco o no conocí, como el matemático y divulgador Martin Gardner, Isaac Asimov, a quien nadie odió nunca porque “el buen doctor” era un pan recién hecho, o Carl Sagan, el científico sonriente que difundió la poesía del conocimiento y que ni en El mundo y sus demonios perdió la compostura.

El “bulldog” del grupo es James Randi, al menos en el sentido en que Thomas Henry Huxley fue el bulldog de Charles Darwin en la defensa de la teoría de la evolución de las especies. Pero James Randi es mucho más suave que Huxley, no es tal “bulldog” y lo saben todos los que lo conocen.

Randi es pequeño y canadiense, dos cosas que en Estados Unidos ya juegan contra uno. Debe medir 1,65 y es ahora un hombre de avanzada edad, pelo y barba blancos, ojos azules y una gran compasión por las víctimas de la charlatanería. Su “gran pecado” ha sido decirle a los charlatanes “charlatanes”, a los embusteros “embusteros” y a los héroes parapsicológicos de los medios como Uri Geller, “magos de escenario prostituyendo el noble arte del ilusionismo”. Pero lo dice muy suavemente, e incluso pone al alcance de los paranormaleros un millón de dólares si pueden demostrar con hechos sus fantasías, todo sin darle puñetazos a la mesa, basado en sus largos años como mago en los escenarios, en una época bajo el mote “El Asombroso Randi” (los verdaderamente imbéciles dicen que Randi “se cree asombroso”, sin saber que era un simple nombre escénico).

El emperador va desnudo

No sé en qué momento de mi vida me di cuenta de que no podía ser tan sereno, diplomático y ecuánime como otros. Las injusticias me cabrean y reacciono ante ellas con urgencia. Cuando se batalla así sea con palabras e ideas por la libertad, la educación o la salud de otros, lo que se juega es demasiado valioso como para perder el tiempo en caravanas a los que son, precisamente, enemigos de la libertad, la educación y la salud de otros.

La cortesía es el gran lubricante social y debe usarse, bien y en gran cantidad, en el trato o interacción social: con los amigos, con un camarero, mesero, dependiente de tienda o cualquiera que trabaje ante el público, con clientes y proveedores, en lugares públicos, en fin. Uno debe ser educado y respetuoso cuando debe.

Pero cuando no se trata de interaccionar socialmente, sino de denunciar embustes, la cortesía es no sólo innecesaria, sino profundamente hipócrita. Resulta muy difícil respetar a depredadores de la salud ajena que se fingen hipnotizadores y venden productos milagrosos, o que viven de promover “el misterio” animando a la gente a abandonar su capacidad de pensar críticamente.

Por eso me importa un rábano pequeño, rancio y podrido que algunos que cobran por engañar a la gente digan que “soy muy maleducadote”. Debería serlo más, considerando el daño atroz que algunos le causan a sus víctimas y la urgencia que en ocasiones reviste el denunciarlos públicamente como un peligro para la salud, la educación y el libre pensamiento de las sociedades en las que medran. Y deberían avergonzarse por lo que hacen antes de andar dando clases de protocolo.

Enviarle una atenta notita al emperador informándole muy respetuosamente que se está paseando por las calles de la ciudad desprovisto de vestimenta alguna puede ser algo muy prudente y diplomático, pero para que todo el pueblo se entere de que no sólo el rey, sino todos los habitantes del pueblo han sido engañados por unos vendedores de paños con propiedades parapsicológicas, y por un rey más crédulo que un redactor de revista soplapitera, que no deberían dejar que los convirtieran en víctimas y que quizá aún pueden alcanzar a los sastres misteriólogos que han huido por allá con el oro de todos, es necesario gritarlo.

A mí me gusta como pocos personajes de la literatura el niño que grita: “¡El emperador va desnudo!” Y mientras más fuerte lo grite, mejor.

Sin proponérmelo, eso he hecho como periodista, como escritor, como persona activa en política y en mi trabajo contra el embuste concertado. Me enfurecen la injusticia, el engaño y la falsedad, me duelen las víctimas a las que he visto perder dinero y salud a manos de falsarios sin corazón, me indignan profundamente las víctimas emocionales, sexuales, económicas y morales de los gurús y de los que viven de hablar y escribir a favor de los falsísimos “misterios” de tales gurús. Me cabrean la guerra, la muerte, el hambre, la injusticia, el racismo, el sexismo, el engaño, la prostitución del periodismo, la falta de libertades civiles y mil cosas más. Y por más que lo pienso no encuentro motivo para ser hipócrita ante un embustero, cuando lo que me parece correcto hacer es decirle, y demostrar, claro, que es un embustero y que mientras más fuerte lo diga y más gente se entere, menos víctimas tendrá.

Con medio siglo a cuestas, no veo motivo para cambiar y sí veo muchísimos motivos para seguir siendo bruscamente sincero. Si opino que alguien es un soplapitos potente con el cráneo lleno de telarañas y una mala fe del tamaño del Coliseo romano, no tengo por qué decir que “tengo alguna duda de su capacidad y sinceridad”. Si veo que alguien es un mentiroso descarado, desvergonzado y altanero, no pienso señalar que “es posible que falte a la verdad”. Es un puto mentiroso descarado, desvergonzado y altanero, no hay más, y hay que decirlo y demostrarlo en voz muy alta, para que lo oigan quienes corren el riesgo de creer en sus mentiras.

No puedo menos que entusiasmarme ante otros que gritan sin duda más fuerte y mejor que yo.

El pensamiento crítico y Penn & Teller

Penn and Teller son un dueto de magos estadounidenses que se decantaron siempre por lo escandaloso, por hacer trucos con sangre, vísceras o moscas, o por practicar ilusiones peligrosas que le han costado la vida a más de una docena de ilusionistas: aquélla en la que el mago “atrapa con los dientes” una bala que se le dispara a una distancia de pocos metros.

Penn and Teller no sólo entretienen, buscan dejar huella y provocar el choque en el público, el escándalo y la sorpresa. Ambos son humanistas, ateos, racionalistas y admiradores de Houdini y de Randi. El alto y gritón del dueto, Penn Jilette, es además un libertario político muy activo, Teller es un libertario un poco menos ruidoso, pero no menos apasionado.

Como aficionado al ilusionismo que siempre he sido, cuando vi por primera vez los números de Penn y Teller hará unos 20 años, me parecieron (y a muchos) lo primero realmente novedoso, propositivo y original que se veía en la magia de escenario en mucho tiempo.

Hace algunos años, me enteré que Penn y Teller eran miembros del plácido y amable CSICOP (no es crítica, para nada, los admiro y respeto a todos, reconozco el valor del trabajo que ha hecho la organización y a algunos como Kurtz y Randi los estimo de corazón, pero están muy lejos de ser los monstruos que pinta la mitología ocultista paranoide e interesada).

Hace quizás un año supe que Penn y Teller habían hecho un programa llamado Bullshit! (literalmente “mierda de toro”, y, en lenguaje coloquial, forma grosera y bastante poco educada de decir en inglés “mentira”, “pamplinas” o “falsedad”). Pensé en UN programa único como es el caso de sus especiales de magia (digamos Off the deep end), pero pronto me enteré que se trataba de una serie de la que se han producido ya tres temporadas (2003, 2004 y 2005) y que iniciará su cuarta temporada en abril de 2006, y pude ver los DVD de las tres primeras temporadas.

El programa ha tenido un éxito asombroso, pese a transmitirse en un canal de cable especializado (Showtime) y de abundar en advertencias sobre el “lenguaje adulto”, “contenido sexual”, “contenido sexual fuerte” y “desnudez”, que que se utiliza porque no sería razonable hacer un programa sobre los mitos referentes a la sexualidad, el cuento del yoga tántrico o los puticientos productos falsos para el “crecimiento del pene” que se ofrecen, sin mostrar gente desnuda, supone uno, pero eso sigue siendo aterrador en el país del puritanismo. Se habla del programa en muy diversos foros, se distribuye en plataformas P2P usadas para compartir contenido sin permiso de los autores, como Emule, Bittorrent y otras, se le cita, interesa, ha ganado premios.

Me parecieron programas geniales. Me divirtieron enormidades, como me divierten Penn y Teller haciendo magia. Me gustaron pero, por encima de todo, me parecen una labor de divulgación de primerísimo nivel y de una enorme importancia para cualquier sociedad del siglo XXI, aunque hay pocas esperanzas de verlo en las pantallas hispanoparlantes (América Latina y España), dado su lenguaje y estilo general.

¡Eso sí es ser ya no un bulldog, sino un mastín!, es lo primero que pensé. No se detienen en cortesías, no pierden el tiempo en diplomacia vacía al estilo Chamberlain. Gritan (bueno, Penn grita, Teller nunca habla en el escenario ni ante las cámaras) “¡El emperador va desnudo!”, o más bien gritan: “¡El hijo de puta del emperador que se da la gran vida con los impuestos que nos arranca vilmente va en bolas, enseñando el pito y quedando como un descerebrado porque le han visto la cara de pendejo dos tejedores de paños paranormales!”

Que es lo que también hay que hacer, sin excluir otras formas de divulgación de los hechos desnudos del emperador.

No solamente enfrentan la bullshit, las mentiras cochinas de los “síquicos” o videntes, de la hipnosis, de los contactos extraterrestres y demás platillos habituales del menú ocultista, sino que tocan otros temas de las pamplinas del siglo XXI, como los engaños crecepelo, el agua embotellada (el timo del siglo), el negociazo de “la autoayuda”, los milagros para hacer crecer el pene, la “defensa de los animales” mal entendida, las histerias medioambientales y un larguísimo etcétera.

¿Estoy de acuerdo en todo lo que han dicho Penn & Teller en los 39 programas de media hora ya emitidos? Por lo dicho al principio de esta entrada, es obvio que no. Quienes compartimos la pasión por el pensamiento libre y crítico no compartimos todas las opiniones y todos los pensamientos de los demás en lo social, en lo politico, en asuntos de fútbol o de puericultura, por decir algo. Eso no sería pensamiento crítico ni libre, sería como hacen los paranormaleros, misteriólogos, brujoides, ovniorates y demás fauna ocultista que se apoyan ciegamente entre sí y nunca aceptan que alguno de sus colegas sea un soplaflautas.

No estoy 100% de acuerdo con todo lo que diga ninguna otra persona. Pero sí estoy de acuerdo con la gran mayoría de los enfoques de Penn y Teller, y estoy totalmente de acuerdo con su estilo como forma de televisión útil para transmitir un mensaje importante.

El mensaje “A usted lo quieren engañar” me parece lo bastante importante. El mensaje “No debe tener miedo a pensar críticamente” me parece esencial. El mensaje “Algunas estupideces le pueden costar la vida, la salud, la libertad o parte de ella” es urgente hoy en día.

Los capítulos de Bullshit! sí me parecen un ejemplo excelente de lo que debería ser la presencia de los defensores del pensamiento crítico y libre en los medios de comunicación: disecar vacas sagradas sin piedad alguna, en un tono divertido, irreverente y directo, y al mismo tiempo ofrecer datos contundentes y demostraciones claras, echar mano de los científicos pero no pretender ser académico y, en resumen, comunicar claramente conceptos bien sustentados que puedan entender, sobre todo, los jóvenes.

Los medios tienen sus códigos, y Penn & Teller han conseguido usar los códigos de la televisión de manera brillante, con un estilo visual claro y singular, con una visión sin concesiones a la estupidez y sin considerar al televidente ni como tonto ni como consumidor, sino invitándolo desde el principio a que ejerza el libre pensamiento crítico que ya tiene y usa en otros casos para analizar cualquier tema, sin censuras ni falsos desmayos falsamente virginales, en un lenguaje duro, tan duro como sea necesario por la urgencia social que reviste el impulso conjunto de las pseudomedicinas y antimedicinas, del creacionismo, de los personajes mediáticos vendedores de basura paranormal y de una educación pública en picada.

A no dudarse, eso sí, los soplapitos españoles, de piel tan delicadita que no toleran que les digan “ignorantes” pero que no tienen problema en llamar a sus críticos “cabrón de mierda”, “fascista” o “miembro de ETA”, romperían a llorar en los hombros de sus abogados si se les describiera con toda precisión lingüística como Penn & Teller describen a los sacaplata estadounidenses.

Quizá algún día en otros países tengamos nuestro “Bullshit!”, según nuestra forma de ser y ver el mundo, pero siempre diciendo que todos tienen el derecho a pensar, y todos tienen derecho a pensar críticamente sobre todo, y el derecho a hacerlo con base en los hechos y no en las fantasías de cualquier asno arrogante y pomposo con alergia al trabajo que, si se le mira con un poco de objetividad, queda claro que es menos confiable que un paracaídas de papel higiénico.

Tales asnos arrogantes y pomposos pueden autoproclamarse “investigador”, “vidente”, “brujo”, “telépata”, “médico alternativo”, “ufólogo”, “contactado” o cualquier otra chifladura, y reclaman el uso en exclusiva de los medios para alimentar sus fantasías al público, con la coartada de que sus estupideces y mentiras venden publicidad y libros… ¡como si no hubiera cosas un poco más importantes que conseguir que un periodista prostituido venda cositas y se sienta importante o que cualquier friki haga lo propio con cualquier trola que se le ocurra!

Si usted llegó hasta aquí, el único punto es éste: No espere a mañana para empezar a pensar sobre los asuntos que le dan por hecho y que “todo el mundo sabe”. Quizá no sean ciertos.

El sentido de lo maravilloso

El sentido de lo maravilloso
(gato por liebre en dosis industriales)

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Bueno, pero… ¿qué tiene de malo que haya quien crea en la astrología, en la telepatía, en las caras de Bélmez, en los platillos voladores y en todas las demás afirmaciones paranormales, seudocientíficas, esotéricas, ocultistas, parapsicológicas y charlatanescas en general?

Y, claro, ¿qué tiene de malo que los gurús de los creyentes se presenten en los medios como el absolutamente bufonesco tipo que estuvo hace un par de días en la televisión española, en el programa “La Noche”, hablando de cuando vio un demonio en Haití?

Vamos a dejar de lado por lo pronto lo obvio, que la principal ocupación de todo gurú es la depredación, en ocasiones sólo buscando aplausos, en ocasiones buscando sexo, pero generalmente buscando dinero: cobro de consultas, de cartas astrológicas, de pociones supuestamente medicinales, de programas de radio y televisión, de venta de revistas y libros (sobre todo libros, no hay ningún supuesto parapsicólogo, ningún charlatanazo, que no tenga al menos un libro publicado con sus fantasías), de venta de inscripciones en asociaciones de nombres rimbombantes, de venta de discos compactos de todo tipo, de venta de aparatos estrafalarios, etc.

La primera reacción, obviamente, es decir que cada quién es libre de creer en lo que quiera y que nadie tendría por qué meterse en sus creencias. Y eso es cierto, pero no en el sentido que interesadamente se le quiere dar. La pregunta es si la gente quiere libremente creer en algo o si bien se le ha dirigido hacia la creencia negándole su derecho a conocer libremente sus opciones.

Telepatía y unipartidismo

Supongamos que alguien lee o ve en la televisión una serie de argumentos que lo llevan a “creer en la telepatía”. Digamos, por ejemplo, que se dice: “¿No te ha pasado que estás pensando en alguien y de repente suena el teléfono y es esa persona? Pues ahí está, en ese momento han conectado telepáticamente.”

Hum, el hecho es real, la explicación ofrecida es una supuesta conexión de dos cerebros. Se puede creer en tal conexión.

¿Puede creer “libremente” esa persona en la “telepatía” si no escucha en la televisión, en el mismo programa, en condiciones semejantes, argumento alguno en contrario? ¿Y puede hacerlo si, como parte de sus argumentos, el vendedor de la “telepatía” tiene minutos de aire o antena para vomitar algunas falsedades sobre la ciencia “dogmática, cerrada, elitista, fascista” que no acepta verdades tan sencillas como la que según él acaba de demostrar?

¿Qué tanta libertad tiene realmente quien decide en ese momento creer en la telepatía?

Para ejercer la libertad de elección se debe tener libre información sobre las opciones a elegir. Cuando sólo se pone a disposición de la gente una opción, y las otras en todo caso sólo se mencionan para denigrarlas, lo que hay es dictadura.

Es la dictadura que en los medios tienen los charlatanes. Y es la dictadura que les molesta que se desafíe desde los espacios del pensamiento crítico.

La víctima de la hipotética emisión televisual de referencia, nunca ha estado expuesta (y no lo estará en el actual esquema mediático) a un argumento en contrario que podría decir: “Calcula a cuántas personas conoces bien y verás que no son muchos, cien, quizá. Luego calcula cuántas veces piensas en una u otra persona a lo largo del día, todos los días de tu vida. Y ten en cuenta más o menos cuántas personas te llaman por teléfono al día. Pensando en esos términos, ¿es muy improbable que una o dos veces se dé la coincidencia de que pienses en uno poco antes de que te llame? Evidentemente, como el suceso es notable, nos acordamos de él y no nos acordamos de los miles y miles de veces en que pensamos en alguien y no nos llama, o que nos llama alguien en quien no estamos pensando. Por tanto, quizá lo que ocurra sea una coincidencia y no es un suceso tal que amerite creer en un poder mental misteriosísimo que nadie ha podido demostrar”.

El charlatán no tiene oposición, predica sin que nadie lo ponga en duda, se le da, por ende, valor de verdad indiscutible a lo que dice en los medios.

Si esto no ocurriera en el terreno del conocimiento científico, sino en el de la política, lo más curioso es que los mismos medios de comunicación pondrían el grito en el cielo.

Suponga usted que en todos los medios (prensa, radio y televisión) sólo se permite la publicidad del Partido A, que sólo los miembros y candidatos del Partido A pudieran aparecer en ellos, ser entrevistados en ellos y hablar en ellos, y que el Partido B, la oposición, sólo fuera mencionado para calificarlo de “dogmático, cerrado, elitista y fascista”. ¿Qué tanta libertad tendrían los electores? ¿Qué tan válida podría considerar la “libre elección” de los votantes un observador imparcial a la hora de las votaciones?

Vaya, hasta en el mundo de los temas “del corazón” hay la oportunidad de que hablen quienes se dedican a denostar a un personaje y quienes lo defienden. En el fútbol y otros deportes, no se diga, la pluralidad de opiniones y visiones es enorme. En política, el debate es animado, siempre, en todos los países democráticos. Hay debate libre y opiniones encontradas referentes al cine y a la moda de primavera-verano.

Pero cuando se trata de paranormalidad, ocultismo, esoterismo, etc., no hay tal pluralidad.

A cambio, lo único que tiene el público es la tersura de una única opinión consagrada por los medios, que se repite en prensa, radio y televisión sin que se permita a nadie confrontarla, criticarla, defender otras explicaciones o señalar los errores y falacias de las explicaciones oficiales de Más allá, Año cero, Milenio 3, Tercer milenio (no, no son lo mismo, el primero es el programa de radio de Herr Íker Jiménez y el segundo el programa de televisión del estólido Jaime Maussán) y, lo peor, de Antena 3, Telecinco, Televisión Española, Televisa, TV Azteca, Cadena Ser, Onda Cero, la XEW, etc. (perdonarán que sólo hable de mi experiencia, limitada a México y España, seguramente si usted es de otro país encontrará sin problemas a sus equivalentes).

Lo que hay se llama, claro, dictadura informativa. Y les encanta.

La primera pregunta, entonces, es si la gente, creyente o no, no tiene derecho alguno a conocer otros puntos de vista y si al negársele ese derecho realmente está creyendo libremente en las afirmaciones que se le ofrecen.

Es evidente que el público tiene derecho a saber, y ése es el principal motor de una actividad periodística honesta. Si se le niega ese derecho a la gente, es perfectamente natural que se proteste y se exija no la censura de la charlatanería en los medios (la censura la practican los charlatanes en sus grupúsculos de iniciados), sino igualdad de acceso, derecho de réplica y confirmación del derecho de la gente a tener información amplia sobre los distintos puntos de vista que existen sobre un suceso, cualquiera que éste sea.

Los charlatanes se especializan en la censura, y sin duda alguna están despojando a la gente de un derecho real cosa que ciertamente es grave.

Pero vamos a la persona que creyó en la telepatía. Víctima del monopolio mediático del charlatanaje sin oposición, es lógico y natural que se acerque a quienes hablan de la telepatía, porque el ser humano es de natural curioso, y más cuando se trata de cosas que pueden mejorar su vida.

Y nadie vende “solamente” telepatía.

La megacorporación del embuste u holocharlatanería

Si existe la telepatía, será una energía, al morir esa energía provoca fantasmas, los fantasmas hacen sicofonías y teleplastias, y mueven la ouija y nos pueden poseer; la energía de los vivos la tienen los chakras, los chakras desalineados causan enfermedades, las enfermedades las curan la medicina ayurvédica, la homeopatía, la naturopatía, la acupuntura, el drenaje linfático, la hipnosis o cualquier conocimiento milenario; los conocimientos milenarios son espirituales, por eso los rechaza la ciencia (cerrada, dogmática, fascista, etc.), lo espiritual milenario permitió que aparecieran las pirámides, que las construyeron los extraterrestres, los extraterrestres nos visitan y hasta nos secuestran…

Una verdadera historia interminable.

La holocharlatanería (charlatanería integral) o megacorporación del embuste es incapaz de negar a ninguna de las ramas que la componen. Nunca ha sido descubierto un mentiroso en el interior del templo. Los supuestos psicofonistas acaban buscando ovnis e hipnotizando a distancia. Los supuestos ovnílogos acaban haciendo sectas para adorar a los hermanos mayores y organizando tours a las pirámides. Los promotores de la meditación venden seudomedicinas. Todos son uno.

A lo largo de los últimos 20 años, más o menos, se ha engarzado una sucesión de eslabones que llevan de cualquier creencia indemostrada a cualquiera otra pasando por numerosas afirmaciones igualmente sin demostrar. Vaya usted a cualquier sitio Web de la credulidad organizada y verá cómo a todos los gurús les interesan todos los aspectos de la charlatanería, y todos tienen algo qué vender en varias áreas. Nada es dudoso, nada es falso, todo es cierto, todo cuesta… y el camino puede seguir fácilmente hasta la pertenencia a sectas como la Raeliana o la “Puerta del cielo” y su suicidio colectivo.

Pero esos extremos evidentemente son poco frecuentes (la mayoría de los sectarios prefieren mantener vivas a sus ovejas para seguirlas trasquilando, los seguidores muertos no son muy buen negocio).

Sin embargo, creer en una sola de estas propuestas abre las puertas a la creciente necesidad de creer en muchas de ellas, cuando no en todas (aunque se contradigan entre sí).

El universo ordenado, explicable y entendible por medio de la razón va quedando desplazado por misterios, fenómenos inexplicables, situaciones terroríficas, “iniciaciones” e “iluminaciones”. Cada avance que hace alguna persona en su creencia en los delirios comerciales del ocultismo destierra de su mente algún conocimiento certero y la sume en el oscurantismo y la superstición.

El conocimiento de que la neurología, la psiquiatría y la etología estudian la conducta y los procesos mentales se ve desplazado por la superstición de que la conducta y los procesos mentales dependen de la telepatía, del aura, de la hipnosis.

El conocimiento de que el universo es un sitio donde hay estrellas y planetas que podemos conocer y estudiar se ve desalojado por la superstición de que el universo es un lugar donde hay estrellas que influyen hasta en los aspectos más nimios de nuestra vida en formas que sólo pueden desentrañar los astrólogos y que está lleno de seres que vienen a enseñarnos o a secuestrarnos.

El conocimiento arqueológico que nos permite conocer, entender y recuperar las culturas antiguas se ve expulsada por la idea de que son los astroarqueólogos los que realmente explican esas culturas antiguas mediante extraterrestres y poderes místicos.

El conocimiento de la medicina con bases en la química, la fisiología y la biología molecular para mejorar nuestra calidad y cantidad de vida se ve dislocado por la superstición de que ciertas personas con conocimientos secretos y mágicos sobre el “aura” y los “meridianos” del cuerpo son el verdadero rumbo a la salud.

Y todo ello sin que ninguna de las ideas que han degradado a las otras en la mente del creyente tenga forma alguna de probar que realmente es una explicación válida, completa y aceptable porque se le impide el acceso al público en los medios.

En esas condiciones, ¿cómo sabe el verdadero creyente que una u otra parte de la holocharlatanería es efectiva?

Sólo tiene la palabra del gurú.

La palabra del gurú: la verdad, única, inmortal e incriticable

Quien rinde su credibilidad, por falta de información las más de las veces, a un charlatán profesional (puede ser un seudoinvestigador, un contactado, un astrólogo, un adivinador, un curandero o cualquiera de estos brujos), suspende su razonamiento y entrega su capacidad de aceptar o rechazar la realidad al gurú.

Al gurú no se le puede criticar ni se le puede poner en duda.

Si uno visita las listas de correos en las que se reúnen los cónclaves de fieles creyentes, o si puede asistir a sus ceremonias mágicas (o “de investigación”), puede ver cómo cualquier voz discordante es de inmediato suprimida. Los demás creyentes proceden a descalificar al dubitativo sin argumentos, acusándolo de “querer manchar al gurú” o de “venir a meter ruido”, exigiendo que “si no es creyente no debe estar aquí”, mientras que el gurú o alguno de sus archimandritas procede al borrado de los mensajes discordantes y a la prohibición del dubitativo a seguir participando en la lista.

El diálogo alrededor del gurú no existe. Sólo existe la adoración, la confianza ciega, la defensa a ultranza, la ausencia de argumentos, sustituidos por la fe.

Evidentemente, en su vida cotidiana, los fieles creyentes, de manera totalmente contradictoria (pero sin darse cuenta de la contradicción), siguen usando el pensamiento crítico. Por una parte, no comprarían un automóvil usado sin verlo, no comprarían una joya sin que un joyero o gemólogo certificara su autenticidad y no comprarían una casa sin cerciorarse de que la construcción está en buenas condiciones y que el vendedor es el genuino propietario y tiene derecho a vender.

Ninguna de esas exigencias de demostrabilidad y palpabilidad se la imponen a las afirmaciones de su gurú. El gurú puede, cuando el grupo está debidamente maduro, decir prácticamente cualquier cosa que se le ocurra: que le ha tomado una foto a Jesucristo (hay al menos dos sujetos que afirman eso en distintos países en medio de la adoración de sus incondicionales), que viaja en naves extragalácticas, que viaja en el tiempo, que habla con Dios… incluso, cuando el grupo realmente está preparado, el gurú puede afirmar que es Dios.

Y muchos fieles le creerán.

¿Se le han conculcado o no derechos a esos fieles, entre ellos el derecho a saber?

¿Creen libremente estos creyentes o son sujetos de un lento y cuidadoso proceso de adoctrinamiento irracional que acude a sus emociones más básicas para obligarlos a suspender su capacidad de razonamiento ante afirmaciones que, cuando menos, deberían moverlos a buscar una corroboración?

Desde el punto de vista de los más elementales derechos humanos, como el derecho a la información y a la educación, el monopolio de la charlatanería, su proclividad a la censura y la paranoia que inspira en la guerra “nosotros” contra “ellos” impiden el ejercicio pleno de esos derechos.

Por supuesto, si se consigue el acceso equivalente a los medios que se pide, que se ha pedido y que se debe seguir pidiendo y exigiendo a todos los niveles (desde el periodista individual hasta las autoridades encargadas de vigilar la aplicación de las leyes sobre libre expresión y derecho a la información), habrá personas que crean de todos modos en sus gurús.

En tal caso, al menos, hay dos cosas certeras: ejercerán su creencia con más libertad y, sin duda alguna el número de nuevos creyentes descenderá.

A esto, claro, es a lo que temen los gurús.

A un nivel más profundamente humano, más allá de las consideraciones legales, hay sin embargo un elemento mucho más cruel en la promoción de la irracionalidad: el robo del sentido de lo maravilloso.

El sentido de lo maravilloso

Evidentemente nuestro universo está pletórico de situaciones maravillosas que desafían nuestra capacidad de comprensión.

Vivimos en un trozo de roca y lodo flotando en la nada, en el que la vida surgió lentamente por medio de misteriosos procesos químicos, sostenida por la energía de una estrella cercana, y evolucionó hasta llegar a un ser capaz de disfrutar el Concierto para violín y orquesta de Beethoven y crear “El jardín de las delicias” de El Bosco.

Las luces del cielo que asombraban a nuestros ancestros son estrellas como la nuestra, las hay mucho más grandes y mucho más pequeñas, más jóvenes y más viejas. Probablemente en algunas hay vida y estamos buscándola. Y cuando la encontremos será maravilloso.

Si tomamos dos células determinadas y las juntamos, podemos obtener un ser humano completo, lleno de capacidades para sentir, pensar, disfrutar o descubrir (aunque también para odiar, matar, torturar y creer en supersticiones peligrosas, ésa es nuestra responsabilidad colectiva).

Estamos formados por átomos que tienen leyes asombrosamente distintas a las leyes que rigen el mundo que nosotros vemos, donde la gravedad no cuenta, donde las partículas están y no están al mismo tiempo.

Es posible encontrar, en la naturaleza o de forma artificial, moléculas que curan enfermedades que durante toda la historia humana causaron un flujo incesante de millones de víctimas y que hoy están prácticamente olvidadas.

Aprendimos a volar, a hacer túneles, a hacer puentes, a crear música, a viajar al espacio, a comunicarnos instantáneamente a cualquier lugar del planeta con un pequeño aparato de mano (a ver cuándo la telepatía se acerca a la telefonía móvil).

Todo a nuestro alrededor puede estar lleno de asombro si sabemos verlo.

Y tenemos derecho a saber verlo.

También estamos rodeados de una gran cantidad de misterios.

¿Cómo se transmite la gravedad? ¿Dónde está la materia oscura del universo? ¿En qué momento de nuestra evolución apareció el arte? ¿Qué privilegiadas mentes tenían los mayas para descubrir el cero y los egipcios para construir las pirámides? ¿Cuántos conocimientos de los ingenieros romanos hemos perdido? ¿Cómo evitar el cáncer? ¿Son las aves las descendientes de los dinosaurios? ¿Cómo se transmite exactamente la conducta de origen genético? ¿Cuáles son las causas precisas de muchas enfermedades y cómo podemos vencerlas?

Misterios en enormes cantidades que sin duda alguna evocan también nuestro sentido de lo maravilloso.

Siempre y cuando los charlatanes no lleguen con una miríada de misterios falsos, de afirmaciones sin comprobación, de historias que no permiten que nadie estudie de cerca si no es de la secta, de suposiciones y conclusiones apresuradas y con ellas nos impidan ver las maravillas y misterios reales de nuestro universo.

¿Qué tiene de malo que alguien crea en supersticiones, pues?

Que generalmente cree sin libertad.

Que es víctima de una dictadura mediática.

Que se humilla su dignidad sometiéndolo a los dictados de un gurú.

Que se le alimentan mentiras y se les lleva a la irracionalidad supersticiosa.

Y, sobre todo, que se le roba el sentido de lo maravilloso y se le sustituye por misterios falsos, maravillas de latón y engaños convenientes para gloria de unos pocos desvergonzados.

Si no es lo bastante claro, volvemos a explicarlo de otro modo.

Los investigañanes

Los investigañanes

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Ante la crítica a la inmensa cantidad de burradas que escriben en sus libros, que sueltan por los medios electrónicos o que administran a los incautos que pagan por asistir a sus conferencias, numerosos personajes del mundo de lo para anormal se defienden diciendo que ellos “sí investigan” mientras que sus críticos no.

Juan José Benítez y su vástago, que heredará el imperio de fábulas desfachatadas de Juanjo, suelen acudir a esto: Juanjo viaja mucho, “investiga”, su próximo viaje le va a costar doscientos mil dólares, como si eso probara que no miente.

Lo que no dicen es que a) a Juanjo le encanta viajar y más si le pagan el viaje, b) las “investigaciones” son una tomadura de pelo que se agotan en filmar cobrando y en pasarla bien con sus amiguetes ovnílogos echando unas copichuelas y c) por cada doscientos mil dólares que se “gasta” en investigaciones, Juanitojosesito se levanta como mínimo un milloncete de dólares. Y lo de “gasta” va entre comillas porque este sucedáneo de Rambo no pone ni un céntimo, sino que son las editoriales las que financian los paseos en los que Juanjo departe con sus amigotes, come en los mejores restaurantes, bebe caldos de crianza intachable, suelta alguna conferencilla, se presenta en alguna televisora y luego desata la imaginación para contar otro cuento con el que tintinea alegre la registradora de la editorial y consecuentemente engorda lo suyo la alcancía, hucha o cochinito del propio JJ.

En México, otro reciente simulador, secuaz de Jaime Maussán, es Danielito Muñoz, supuesto “investigador ovni” al que, según me informan, se le ponen los pelos de punta cuando le mencionan mi nombre o el de Héctor Chavarría, al grado que estuvo a punto de propinarle un bofetón a un chavalillo harto despistado que no sólo pagó por escuchar los sonoros rebuznos de Danielín, sino que al final fue a preguntarle cosas y a decir que me conoce (de hecho, el chamaquillo exageró diciendo que es “mi amigo”, cosa que tampoco se justifica), lo cual sacó totalmente de sus casillas a distinguido raquítico mental, quien sacó nuevamente la estupidez de que “él sí investiga”.

Estos neurolitos que se anuncian como “investigadores”, suelen organizar sociedades, asociaciones, puticlubes o bandas cuestionables en las que suele figurar la palabra “investigación” de manera ostentosa.

Así tenemos:

“el” “Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas”, cuyo capo es el probado mentiroso (y lo que falta) Pedro Amorós Sogorb
la “Organización Mundial (y ¿por qué no Universal?, digo) de Investigación Paranormal” del atrabiliario y violento Carlos Trejo (en realidad cinco empleaditos de este caradura en un barrio de la Ciudad de México, cuyas hazañas reseña puntualmente Tumbaburros, página que incluso ha creado la lista de correos Carlos Trejo y el fraude jocoso “un foro destinado a denunciar los fraudes de Carlos Trejo por medio de los testimonios de quienes participamos”)
la “Corporación de Investigación de Fenómenos Aéreos”, feudo de un ovnílatra argentino, Alex Ossandón Núñez, quien es también “sanador” y lo que se ofrezca, además de único miembro conocido de esta pandilla
el “Grupo Zetta de Investigación Paranormal” (y de apaleo del idioma), que capitanea Carlos E. Pacheco S. (también socio único conocido de tal manada)
el “Colegio Nacional de Investigación Paranormal y Ovni”, Conaipo, de México
la “Agrupación de Investigaciones Ovnilógicas de Chile” barco pirata capitaneado por Rodrigo Fuenzalida H. y sin tripulación conocida
la “Asociación Cordobesa de Investigación Parapsicológica”, que cuenta el cuento de que es una organización de carácter “cultural y científico” y miente diciendo que eestá formada por “investigadores”, cuando la mayoría de sus miembros confesos son igualmente activistas de la troupé de payasos del circo llamado RHOI
el “Instituto de Investigación y Estudios Exobiológicos”, donde el jefe de la banda es Ramón Navia-Osorio, especialista en chupacabronología (estudio de la fantasía del “chupacabras”)
etc…

La palabrita, pues, les encanta.

La pregunta es si saben lo que es “investigar”.

Una pista para los despistados: darle vueltas a un círculo en un campo de trigo con dos varitas de zahorí, grabar por millonésima vez los ruidos de la misma frecuencia de radio tratando de escuchar vocecitas, hacer entrevistas a personas que quieren ser famosas, tomarse fotos ante las pirámides de Egipto, tomarle fotos malas a una casa embrujada, escribir rollos chupapitescos refriteando lo que ya escribieron otros, inventar nombres rimbombantes (como “teleplastia”) para lo que su limitada dotación neuronal no alcanza a colegir o inventarse teorías sacadas de la manga o de alguna dosis generosa de un potente psicodisléptico no es investigar.

La investigación es una disciplina humana demasiado respetable como para permitir que la aborden violenta y bufonescamente personas de una probada incapacidad, de una ignorancia monumental y de un interés cuando menos sospechoso por hacerse de seguidores y vender productos variaditos.

La investigación es una forma organizada y sistemática de encontrar respuestas a las preguntas. Generalmente sigue el método científico de cuatro pasos: Caracterización (observación y descripción de un fenómeno físico y objetivamente medido), Hipótesis (propuesta de una posible explicación de lo caracterizado), Predicción (deducción lógica derivada de la hipótesis) y Experimento (prueba de todas las anteriores).

La investigación parte del honrado “no sé” para buscar el conocimiento, no parte de un “yo sé” para luego tratar de sustentar interesada y convenencieramente el prejuicio, escondiendo bajo la alfombra los datos que no nos vienen a modo.

Nada de esto lo hacen los supuestos investigadores síquico-paranormalológico-parapsicológico-ovnilógico-rascasobaqueros.

La investigación no es un hecho aislado, sino que es parte de un esfuerzo común a toda la humanidad, mediante el cual los conocimientos certeros que tenemos sobre el universo que nos rodea se van afinando, mejorando, perfeccionando y ampliando, formando un entramado de explicaciones útiles que asombraría al boberío paranormaloide si pudieran entenderlo. Todo sustenta a todo, es una estructura intelectual magnífica y en constante evolución.

La física, la química, la biología, la fisiología celular, la genética, la paleontología, la cosmología, las neurociencias, la geología y otras disciplinas no son entes independientes que flotan en un marasmo de misterio, sino que todas se engarzan maravillosamente, se sustentan mutuamente, se unen como piezas de un modelo para armar de la realidad que va dándonos una imagen cada vez mejor de todo, y donde las aparentes incongruencias o disonancias generan más y mejor investigación, y siempre esta investigación ha dado como resultado un fortalecimiento de nuestra estructura del conocimiento certero o científico.

Ante el maravilloso espectáculo del cerebro humano comprendiendo su mundo e incluso a sí mismo, las poco numerosas pero altamente escandalosas hordas de saraguatos paranormalológicos lo único que aportan es una burda pieza de rompecabezas inventada por ellos, que no describe pero mucho menos explica parte alguna de la realidad, y tratarla de encajar a huevo en la estructura del conocimiento. Cuando ven que a) su malhechota pieza no cabe en ningún lado, b) la gente pensante los toma a chacota y c) su engendrillo no funciona en lo más mínimo, avergonzándose ante otras piezas del rompecabezas que funcionan divinamente (los enlaces químicos, las leyes de la termodinámica, los antibióticos, la neurotransmisión, la herencia genética), reaccionan de tres formas que los ponen en su justa dimensión:

Primero Se encabronan y declaran a cualquier ingenuo que los quiera oír que ese maravilloso edificio producto de miles de años de ciencia y conocimiento certero no sirve para nada. Mientras miran al mundo detrás de sus gafas (graduadas correctamente gracias al conocimiento de la refracción de la luz y de la anatomofisiología del ojo humano), yendo en sus cochecitos (que funcionan gracias a las leyes físicoquímicas que abominan) a estaciones de radio y televisión (maravillas de la electrónica de la que estos aprovechados lo ignoran todo), vestidos con fibras artificiales, vacunados, probablemente conectados a Internet, dicen que la ciencia es inútil, vana y mentirosa.

Segundo Aseguran que los hombres y mujeres que hacen avanzar el conocimiento día tras día, investigando de verdad, son en realidad malvados y crueles conspiradores oscuros porque no los dejan entrar a su club. El soplapitos paranormalólogo considera que su sola existencia, su inquietud (muy legítima a veces, pero siempre mal encaminada), su asombrosa empanada mental, su desorganización conceptual, su falta de sistema, su imbatible ego y, por sobre todo, su egregia ignorancia que confunden con “conocimiento alternativo”, le merece Premios Nobel, lugares en las academias de ciencias y el respeto que no se sabe ganar como la gente normal.

Y tercero Sufren la peligrosa alucinación de que son como los científicos a los que perseguía la iglesia (complejo de Galileo). Pero Galileo se enfrentaba con datos reales a las creencias salvajes de la iglesia. Los científicos o precientíficos de la época apoyaban a Galileo, mientras que los archiensotanados de la creencia irracional se rehusaban a ver por el telescopio (pregunta rápida: ¿cuántos ovnilocos cree usted que hayan puesto el ojo en el ocular de un telescopio?). Los soplapitos son una creencia fanática, enemigos, como los ensotanados del renacimeinto, de la ciencia, y como buenos inquisidores quieren ejecutar en el patíbulo a la ciencia, quemar en leña verde a los científicos (Galileo incluido, ya que su teoría hizo pedazos las alucinaciones astrológicas) y matar cualquier asomo de pensamiento crítico en la mente de sus seguidores, con el único objeto de sentirse justificados en sus delirios y considerarse menos estrafalarios, y gritan a los cuatro vientos que son “investigadores”, cuando no hacen sino repetir como robots industriales el programita que algún vivillo les enseñó (la millonésima prueba con cartas Zener que no demuestra nada, la enésima foto Kirlian que sigue fotografiando la descarga eléctrica que se usa para tomarla, la duomilésima grabación de ruido en el que juran que se ocultan las voces del “más pallá”, la chorrocentésima “regresión hipnótica” que no demuestra nada más que la fantasía conjunta del hipnotizador y su víctima, etc., etc.).

Un ejemplo de lo mal que se lleva el abordaje pirata de los monederos ajemos con la investigación nos lo da el origen de todos estos grupos, la Society for Psychical Research (SPR, Sociedad para la investigación psíquica), fundada en Inglaterra en 1882 con objeto de realizar una investigación científica sobre el espiritismo. Seis áreas les interesaban a los científicos serios que fundaron tal institución conjuntamente con algunos espiritistas y fingidores: la telepatía, el “mesmerismo” (hoy hipnosis), los médiums, las apariciones, los fenómenos físicos asociados con las sesiones espiritistas y, finalmente, la historia de todos estos fenómenos.

El interés era ciertamente legítimo en aquél entonces. Pero pronto vinieron los problemas. Como en la SPR había gente inteligente, inquisitiva y pensante, para 1887 muchos espiritistas abandonaron el grupo, y más cuando vieron que los tales científicos no se quedaban calladitos cuando veían mentiras y engañifas, sino que las admitían con la frescura y honestidad que enseña el método científico. Precisamente el momento más alto de la SPR fue cuando desenmascararon las numerosísimas patrañas de “Madam” Helena (o Elena) Petrovna Blavatsky, que es como la madre espiritual de todo embustero paranormaloide actual.

Los tales científicos siguieron adelante, usando la observación, la inteligencia, el pensamiento crítico y buenos protocolos de investigación para enfrentar a los potentes videntes de su era. Pronto vinieron los desenmascaramientos de espiritistas falsarios a cargo de Houdini, al que la SPR de entonces no hizo menos. Conforme se veía que todo tenía el aspecto de un grosero y regordete embuste, la gente inteligente se fue saliendo de la SPR, sobre todo cuando se hizo evidente que no podían siquiera demostrar la existencia de sus objetos de estudio, cuantimenos (como dicen en mi pueblo) iban a poder describir, analizar y explicar los tales objetos de estudio. La gente seria acabó abandonando la SPR y actualmente es un cascarón inútil.

Los verdaderos investigadores investigan. La crítica a los delirios, muchas veces peligrosos, de los paranormalólogos y los enigmatistas queda principalmente en manos de los divulgadores de la ciencia. Cierto, ocasionalmente algún científico se distrae de sus ocupaciones, exasperado, para poner en su lugar al pendejerío paranormalista, pero son los menos. Y qué bueno. Es obviamente preferible que los bioquímicos se ocupen de encontrar nuevos medicamentos a que pierdan el tiempo con la magnetoterapia (salvo el tiempo justo para demostrar que no cura ni un callo), o que los arqueólogos sigan develando los misterios de nuestro pasado en vez de ocuparse de discutir con un racista ignorante como Von Däniken, o que los astrónomos sigan explicándonos el universo en lugar de tratar de meter en la cabecita de los ovnílatras y los astrólogos los conceptos más elementales del tamaño del Universo, la velocidad de la luz y otros asuntos más allá de su comprensión.

Cuando estos mareados usan la palabra “investigador” para autoaplicársela, no se están describiendo, pues, sino mostrando alegremente su intrusismo, simulación, suplantación y desfachatez.

Guía para detectar a los pillastres y sus patrañas

Guía para detectar a los pillastres y sus patrañas

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Visitando sitios de los anillos Web a los que pertenecemos actualmente (“Red escéptica” y “The Skeptic Ring”) encontramos numerosas páginas de interés que tocan algunos de los muchísimos aspectos de la falsedad organizada que se cobija bajo palabras como “esotérico”, “místico”, “parapsicológico”, “alternativo”, “natural”, “tradicional” o, directamente, “mágico” (palabras todas que se traducen en una sola: “engañifa”).

Ser exhaustivo con los cantamañanas que venden tales numeritos de circo no es tarea fácil. Constantemente aparecen nuevas variantes de sus chanchullos, inventan “disciplinas”, se les ocurren “explicaciones” extravagantes y, en general, presentan un blanco móvil, como lo demostramos con la lista de sitios en los que proponen que está la Atlántida o Atlantis, en la que encontramos ¡12 opciones! a gusto del consumidor (debe haber muchas más).

Lo bueno es que la lucha contra la estupidez organizada es asunto de muchas personas en todo el mundo que, incluso, han logrado establecer cátedras universitarias dedicadas al pensamiento crítico y creativo.

(Uno pensaría que toda la educación se debería dedicar a conseguir que los alumnos piensen de manera crítica y creativa, y no sólo a la repetición mecánica de información que muchas veces ni entienden, pero la realidad es que a casi nadie, excepto a los alumnos, claro, le conviene que las mayorías piensen de manera crítica, y por tanto sus programas educativos casi nunca pasan por ahí.)

Nos encontramos, pues, en la Universidad Metodista del Sur (Southern Methodist University) el curso de física “El método científico: pensamiento crítico y creativo, desenmascarar a las seudociencias”, diseñado e impartido por John L. Cotton y Randall J. Scalise, que a falta de títulos mamones como “Hipnólogo de seis pares de cojones” o “Máster en parapsicología con especialidad en la separación quirúrgica de los clientes y de sus billeteras” son humildes doctores en física.

En el tal sitio incluyen una lista de 24 preguntas que pueden (y deben) hacerse cada vez que algún haragán se le acerque para convencerlo de alguna novedosa forma de “curación”, de algún impresionante “contacto extraterrestre”, de la utilidad de la “hipnosis” para que le crezca el pito o las tetas, o de cualquier otra burrada seudocientífica.

Le escribimos al doctor Scalise pidiendo su permiso para traduicr y adaptar la lista de modo que la conozcan los lectores hispanoparlantes, y recibimos su permiso.

El crédito correspondiente es para los profesores John L. Cotton y Randall J. Scalise, quienes, a su vez, dan crédito a muchos escritores como Michael Shermer, Robert Park, Carl Sagan y otros que “han escrito libros y artículos sobre estos temas. Todos ellos han generado listas de cosas que hay que tener presentes y preguntas que deben hacerse para detectar las afirmaciones falaces e incluso el fraude directo”.

Ellos resumieron esas listas, en ésta, “La colección para la detección de disparates” que, con su permiso, adaptamos y comentamos con dedicatoria especial a las sanguijuelas que se retuercen rabiosas cada vez que en este humildérrimo blog tiramos de la manta y exhibimos la clase de babosadas con las que medran.

Ninguna lista de preguntas, claro, basta para detectar todas las afirmaciones absurdas y los dislates de los loquitos, porque no hay nada que sustituya al sentido común (que, como todo el mundo sabe, es el menos común de los sentidos) pero, al partir de éstas que aquí reunimos, el ciudadano común y corriente tiene un asidero sólido cuando el canto de las sirenas lo atraiga a arrojarse por el precipicio del despropósito organizado y la ignorancia optativa.

1. ¿Cómo se anuncia el alegato o descubrimiento?

Un descubrimiento científico no sale del laboratorio directo a los periódicos. Debe explicarse en artículos que explican con todo detalle cómo se llegó a determinada conclusión, cómo se hizo el experimento, qué controles hubo, etc. Estos artículos se revisan antes de ser aceptados en una revista científica. Todo ello tiene por objeto evitar al máximo que orates pretenciosos hagan afirmaciones insostenibles y seudocientíficas. En esas revistas (no en las revistuchas pomposas y millonarias de los JIménez del Oso o los Javiercitos Sierra) se han publicado cosas como la teoría de la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica de Planck (de la que suelen echar mano los charlatanes sin tener la más vaga idea de qué carajos significa), la vacuna contra la poliomielitis, la Viagra, los principios de la energía solar y eólica, los primeros intentos de trasplante, la determinación de la forma y composición del ADN, y prácticamente todas las cosas que sirven, funcionan, son reales y mejoran nuestra vida. Si el anuncio se hace en una conferencia de prensa, en una revista de dudosa seriedad (o de cero seriedad, que es lo más frecuente) o en un programa de televisión, vale la pena ser cauteloso, probablemente nadie ha verificado la validez de la afirmación, es decir, que no ha sido corroborada por investigadores independientes (no por los amigos del charlatán, ojo). Y ya si le piden dinero para suscribirse a un boletín, revista, sitio Web, lista de correos, curso o club iniciático, afiance su billetera con las dos manos y salga huyendo.

2. ¿La persona o grupo en cuestión suele hacer alegatos de ese tipo con frecuencia?

Si la fuente del sorprendente “descubrimiento” o afirmación hace con frecuencia alegatos que no se relacionan en lo más mínimo con el conocimiento certero del que disponemos en la actualidad, cuidado. El mejor ejemplo son los taradazos que anuncian cada tanto el fin del mundo, esperando algún día atinarle (no sé, supongo que en sus escasas y desnutridas neuronas creen que cuando el mundo sí se acabe van a ganar un montón de dinero yendo a programas de televisión). Otro ejemplo son los que empiezan jurando que graban las voces de los muertos y acaban ofreciendo cursos sobre “chakras”, historias de duendes o cuentos de platillos voladores.

3. ¿Lo que se cita como prueba es evidencia anecdótica?

Las anécdotas o relatos individuales, carecen de utilidad científica y son, a lo mucho, indicios para sugerir avenidas de investigación. Pero recoger anécdotas o testimonios no es “investigación”. Las anécdotas sólo dicen lo que una persona vivió y cree (suponiendo que no esté, además, mintiendo). No se puede inferir ningún principio generalizado a partir de una anécdota (ni de varias). Las afirmaciones, inventos, descubrimientos o relatos que citan grandes cantidades de anécdotas o testimonios y nada de pruebas sólidas son sospechosos.

4. ¿La fuente (persona, grupo, mafiecilla) alega que “la ciencia establecida está tratando de reprimir este descubrimiento”?

Alerta roja. Esta afirmación (que hacen buscando la simpatía que el noble espíritu humano destina a los Davids que luchan contra horrendos Goliats poderosos aprovechando que la gente en general no sabe como funciona la investigación científica ni qué es “la ciencia”) suele hacerse sin ninguna prueba tampoco de que la “ciencia establecida” (sea lo que sea que eso signifique) esté haciendo tal cosa. Pero además, esa acusación aviesa no es ninguna prueba de que su afirmación sea verdad. Están mareando la perdiz, escondiendo la mano o haciéndose pendejos.

5. ¿El alegato encaja en lo que sabemos del universo?

Sabemos mucho sobre nuestro universo, realmente… mucho más de lo que imaginan los embaucadores. Sabemos cada vez más. Y, en el proceso de aprender eso, hemos descubierto el asombroso hecho de que todos esos conocimientos son armónicos y conforman un contexto amplio exento de contradicciones salvo en lo referido a interpretaciones sobre lo que todavía ignoramos (la ciencia avanza todo el tiempo, a diferencia de las seudociencias y falsedades). ¿La afirmación que se ofrece para nuestro consumo encaja en ese contexto de conocimiento ya adquirido? Shermer usa como ejemplo la afirmación integrista de que la Tierra sólo tiene 6,000 años de antigüedad, y que, para que la aceptemos, exige que aceptemos también que todo lo que se sabe acerca de la Tierra y el sistema solar mediante la astronomía, la física, la geología, la biología, la paleontología y otras ciencias es completamente falso.

6. ¿El descubrimiento se realizó en una situación de aislamiento?

Hace años, personas brillantes sin educación científica previa podían hacer descubrimientos científicos relevantes trabajando en la cochera. Hoy eso es prácticamente imposible. Por decirlo de algún modo, las cosas fáciles de descubrir ya las descubrimos, incluso varias veces. Es mucho más probable que la persona que anuncie tan gran “descubrimiento” sin formación científica esté malinterpretando un efecto natural ya conocido. Sin embargo, incluso cuando se les muestra su error, conservan la creencia de su grandeza. La psiquiatría tiene un nombre para eso.

Por ejemplo, en 1986, en México, un doctor León Roque, “descubrió” que el árbol del tepezcohuite (una acacia) era “bueno para las quemaduras” (así, en general y vagamente), sacó una patente en los EE.UU. (lo cual no significa nada) y se puso a comercializar su brillante descubrimiento: la corteza del tepezcohuite reducida a polvo.

Resultó que el agente activo del tepezcohuite era el ácido tánico (el mismo que se usa para curtir pieles) y que en el pasado la medicina ya lo había usado para tratar quemaduras, pero por sus efectos colaterales, su uso se había dejado de lado en la mayoría de los casos habiendo remedios más efectivos y menos peligrosos. Más aún, la patente del tal Roque era biopiratería pura, porque las propiedades del tepezcohuite en polvo ya eran conocidas por los mayas desde el siglo X. El ácido tánico (y, por ende, el tepezcohuite) sirve, para acelerar la cicatrización de pequeñas quemaduras o heridas, pero para nada más (mucho menos para tratar quemaduras graves y extensas, como quería inventar el “inventor”).

¿Aceptaron la explicación el doctor y la caterva de “naturópatas” y “fitoterapeutas” que se le subieron al tren (por no mencionar a su socio, Jorge Santillana, que depredó los bosques chiapanecos para engordar el negocio jodiendo de paso a los indígenas de los alrededores según denuncia la ONG Pro Diversitas)? Por supuesto que no. Al cabo de unos meses, Roque ya vendía shampoo de tepezcohuite para evitar la caída del pelo (sin explicar qué carajos tiene que ver curar las quemaduras con la calvicie), chicle de tepezcohuite anticaries (tampoco lo explican), pomada de tepzcohuite para un cutis fresco y radiante y mil estupideces más.

Presionados por una opinión pública ignorante y sensacionalista, los hospitales mexicanos probaron el tepezcohuite con los mismos resultados que tenía el ácido tánico simple (que es, además, más barato), y su uso médico se abandonó. Pero aún se le puede encontrar, rodeado de verborrea estridente sobre sus “mágicas” propiedades, en diversas tiendas supuestamente “naturistas”.

7. ¿Alguien ha tratado de refutar el alegato?

Es muy importante determinar si otros investigadores (independientes, insistimos, no cómplices, contlapaches, coequiperos, paleros, compadres, amiguetes o asociados del charlatán mayor) han tratado de duplicar el trabajo en cuestión. Es para esto que los científicos de verdad publican sus detallados artículos en las revistas serias: para que otros investigadores competentes puedan intentar reproducir los experimentos. Esos otros investigadores repiten los procedimientos y publican sus resultados y, si coinciden con los originales, se puede aceptar que son reales, no antes.

8. ¿La fuente (persona o grupo) ofrece una nueva explicación para fenómenos observados o simplemente está atacando la explicación ya existente?

Como ocurre con las afirmaciones de que “la ciencia” los reprime, esta afirmación no ofrece ninguna prueba real de que el descubrimiento es válido. Cualquier persona que ataque las explicaciones ya existentes deben probar tanto que la explicación es incorrecta como que su explicación alternativa (si la tiene) es más sólida que la anterior. No habiendo evidencia, lo único que sabemos es que no les gusta la explicación existente, a saber por qué.

Sabemos, por ejemplo, que los objetos que se ven en el cielo son estrellas, cometas, meteoritos, satélites humanos, naves espaciales humanas, aviones, helicópteros, globos aerostáticos, paracaidistas, relámpagos, pájaros diversos y cosas así de vulgares. Si alguien pretende cambiar esas explicaciones por una en la cual un objeto más o menos difuso fotografiado por un zoperútano incapaz de enfocar una cámara es “una nave extraterrestre”, necesita pruebas bastante más sólidas que la foto fodonga que vende por las televisiones, ¿no? Necesita, por lo menos, a los extraterrestres en persona y con su correspectiva prueba de ADN. El salto lógico inmenso que va de un manchón en una foto a una civilización completa que viola las leyes del universo no se justifica en modo alguno.

9. ¿La fuente alega que “este conocimiento ha sobrevivido tanto tiempo que debe ser bueno”?

Hay muchas cosas que se “descubrieron” en el pasado, joyas de la sabiduría ancestral como “la Tierra es plana”, “las enfermedades las causan los demonios”, “los aristócratas tienen la sangre azul”, “si uno se momifica luego vuelve a la vida”, “hay cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego” y otras joyas de esa calaña que el tiempo ha demostrado que no tienen base en la realidad. La “antigüedad” o “tradicionalidad” de una afirmación no le da ningún nivel de verdad. Lo que importa son las pruebas, no lo antiguo de la afirmación. (Ya en nuestra entrada “Cuentos chinos II: ignorancia tradicional, ignorancia alternativa” vimos lo atrozmente inútil que resultó la medicina tradicional china para darle una vida más larga y sana a los chinos durante miles de años, mientras que la medicina real ha obtenido resultados espectaculares y beneficios demostrables para los chinos.)

10. ¿El efecto observado es demasiado pequeño y lo acompaña la imposibilidad de aumentarlo?

Una pregunta compañera de ésta debe ser: ¿el experimento es multiestadístico o es una medición directa?

Los soplapitos de la parapsicología siempre empiezan con una afirmación encabronadamente gorda: “Hay gente que puede mover objetos con la mente” y, cuando pueden, se apoyan en los trucos de escenario de “gurús” extractores de dinero como Rosa Kuleshkova, Nina Kulagina o Uri Geller, que trabajaron siempre sin control científico. Pero cuando estas afirmaciones maravillosas van al laboratorio, la falta de resultados los lleva a hacer estudios estadísticos enormes buscando que alguien mueva a distancia objetos de apenas unos microgramos (millonésimas de gramo) de peso ubicados en una balanza de precisión. Y, aún en esos casos, los resultados apenas se apartan de lo esperado por el azar. Es la historia de todas las “investigaciones en percepción extrasensorial” que desarrolló J.B. Rhine en la universidad de Duke (misma que encontró tan poco impresionantes y malhechotas las investigaciones de Rhine que ya no financia boberías de ese tipo, sino que se concentra en cosas valiosas como las neurociencias, la antropología cultural y la física de partículas).

Las investigaciones estadísticas nos dicen, para empezar, que no hay prodigio tal que haga las maravillas que primero afirmaron los soplapitos (esto vale igual para la astrología, la telepatía y otras supercherías que han intentado conseguir en la estadística un asidero a sus alucinaciones). Y, por lo que sabemos de estadística, sobre todo en muestras enormemente grandes, las variaciones de la media suelen deberse más a un pequeño sesgo sistémico en el diseño experimental que en a un efecto verdadero. La estadística tiene su valor, pero si no está apoyada en otras pruebas, resulta inútil.

11. ¿Las pruebas del “descubrimiento” no mejoran con el tiempo?

Ésta se relaciona estrechamente con la pregunta 10. Si el efecto observado es en realidad un pequeño sesgo del protocolo experimental, nada que haga el investigador podrá aumentar el efecto. Para la comprobación vale la pena estar atentos a los resultados de experimentos posteriores. Si resulta que el efecto observado se hace de hecho más pequeño conforme mejoran los métodos experimentales, lo más probable es que un experimento perfecto demuestre que no existe el efecto que se afirma.

En la ciencia, lo que le costó mucho trabajo a los pioneros se vuelve trivial para sus legatarios al mejorar las técnicas experimentales para obtener mediciones más precisas y útiles. En seudociencia, los conocimientos están inmóviles, con frecuencia durante siglos.

12. ¿Hacia dónde apunta la mayor parte de las pruebas, al nuevo alegato o a otra cosa?

Pregúntese si el originador de la “explicación” se está concentrando en un detalle muy pequeño e ignorando una base enorme de pruebas acumuladas que indican que la explicación es otra? Es decir, tenga presente el contexto del conocimiento actual al analizar las pruebas del alegato.

13. ¿Qué tipo de razonamiento se usó?

No, no vamos a decir que la charlatanería se distingue por no usar razonamientos. Lo que sí podemos decir es que sus razonamientos se hacen sin el rigor mínimo de la más elemental lógica.

A lo que se refieren aquí los compiladores de la lista es a un pensamiento que se llama en latín Post hoc, ergo propter hoc y que se traduce como “después de esto, por tanto a causa de esto”. Esto implica una confusión sobre las causas de un acontecimiento. El que A ocurra después de B no significa que A sea “causado” por B.

Hay un error que ilustra este pensamiento. Muchas personas se deben someter a tratamientos médicos prolongados que pueden ser desesperantes. Estos tratamientos en ocasiones no ofrecen ninguna sensación de mejoría en las primeras etapas, lo que puede desesperar al paciente. Si el paciente va entonces con algún médico brujo o curandero (ahora les gusta que les llamen “sanadores”) y poco después empieza a experimentar una mejoría, es común que lo atribuya al sanador (post hoc, ergo propter hoc) y no al tratamiento médico, aunque realmente el médico brujo no haya tenido ningún efecto.

Dicho de otro modo, la correlación no implica causación.

Las supersticiones son ejemplo, también, de este pensamiento. Si un día aprobamos un examen difícil y resulta que ese día no nos cambiamos de ropa interior, un pensamiento acientífico nos hará suponer que “no cambiarse de ropa interior” es el elemento que “causa” que aprobemos el examen, por lo cual podemos incurrir en la práctica supersticiosa de no cambiarnos de ropa interior cuando vayamos a tener examen.

Vale la pena tener también cautela con lo que los doctores Scalise y Cotton llaman “técnicas cuestionables” (y que nosotros llamamos engañifas insostenibles) como la regresión hipnótica, la evidencia anecdótica (véase la pregunta 3), las pruebas de mala calidad (como las fotos borrosas), las teorías de la conspiración (como los grandes encubrimientos gubernamentales) y los sencillos errores de percepción.

Paréntesis sobre los “sencillos errores de percepción”.

Dando un taller de géneros periodísticos en la Universidad Autónoma del Estado de México hace una década (o más), adapté un experimento sicológico para demostrarle a mis alumnos por qué debían ser muy cuidadosos con sus fuentes y testigos. A media clase, llegó un muchacho desconocido preguntando por una tal “Leticia”. Yo le dije que no había ninguna Leticia en la clase y, en ese momento, llegó otro muchacho insultando al primero, lo golpeó brutalmente, el primero cayó en mitad del salón mientras el segundo huía, y el primero se levantó y salió en su persecución. Todo esto pasó a mediodía, frente a tres decenas de periodistas, algunos ya con experiencia, que quedaron bastante impactados (la violencia nunca es agradable ni neutral, nos dispara la adrenalina invariablemente). En ese momento, les pedí que escribieran una nota corta periodística sobre lo que vieron.

El resultado fue el que predecía el experimento: pese a haber sido testigos presenciales y atentos de un hecho acontecido minutos antes, todos fallaron en la descripción exacta de los hechos, debido a la enorme carga emocional que les provocó la violencia. Le ponían a uno la ropa del otro, o les cambiaban el color de la ropa, o la descripción, le ponían y quitaban bigotes y barbas a uno y otro, agregaban u omitían palabras del breve diálogo, en fin, que con base en su descripción ningún policía habría encontrado a los dos alumnos de teatro que me ayudaron en la demostración.

Lo que yo buscaba era que los alumnos, en su trabajo periodístico, no se conformaran con que alguien dijera haber visto algo, que tuvieran presente que los testigos no son 100% confiables, sobre todo cuando están bajo tensión emocional. El experimento sirve también para el pensamiento crítico: no podemos ni debemos creer todo lo que nos dicen, así lo digan “capitanes de aviación” u otros personajes de cierta autoridad citados con frecuencia por los mercaderes de lo irreal. Todos podemos tener errores de percepción, y de hecho los tenemos con más frecuencia de lo que creemos.

Fin del paréntesis.

14. ¿La nueva afirmación ofrece una nueva explicación a algún fenómeno y, en tal caso, explica tantos fenómenos como la explicación anterior o más?

La teoría de la relatividad de Einstein, por ejemplo, explicaba más fenómenos de los que podía explicar la mecánica clásica newtoniana. Pero a velocidades muy inferiores a las de la luz, la relatividad se reduce a la mecánica clásica de Newton.

15. ¿Hay alguna indicación de que las creencias y prejuicios de la persona o grupo que hace la afirmación estén influyendo en las conclusiones?

Esta pregunta se puede decir también así: ¿Se han ignorado o hecho a un lado otras pruebas? Para tener una explicación de las cosas se deben tomar en cuenta todas las pruebas, no sólo las partes que nos convienen. El proceso científico está diseñado para conseguir esto, precisamente.

16. ¿Es posible probar la afirmación?

Las explicaciones que no hacen predicciones que se puedan probar son inútiles y no le añaden nada al conocimiento. Si se afirma, digamos, que las posiciones de algunas estrellas y planetas cuidadosamente seleccionados afectan de manera clara los acontecimientos de este planeta, tanto que hay gente dispuesta a cobrar por descifrar tales influencias, deben poder hacer predicciones que se puedan probar. Pero cuando se llega aquí, los astrólogos dicen vaguedades convenencieras como “las estrellas no determinan, sólo influyen” o cosas así, con lo cual hacen imposible que se pruebe si sus rollos son reales o, como parece, charlatanería con un grado de pureza química propio para aplicaciones industriales. Afirmaciones como “Dios lo hizo” tampoco se pueden probar.

17. ¿Se ofrece una cadena de pruebas (eslabones)?

Si la fuente presenta una cadena de eslabones probatorios de un alegato, todos los eslabones deben ser sólidos. Una cadena probatoria es inútil si falla incluso uno de sus eslabones. Si alguien alega que A causa a B, que B causa a C, que C causa a D y que D causa a E (cuya conclusión lógica es que A causa en última instancia a E), más vale que estén listos para demostrar todos los eslabones. Si, por ejemplo, se prueban todos los eslabones excepto que C causa a D, que no se puede probar, entonces no se puede decir que A dé como resultado E.

18. En casos extremos, como los alegatos sobre ovnis, ¿pueden descontarse con certeza la posibilidad de un fraude o bulo?

Por ejemplo, las pruebas que se dan sobre los “platillos voladores” son generalmente fotográficas o videográficas. La tecnología de imágenes actual es tan buena que no es posible detectar una fotografía fraudulenta examinándola (cuando se puede, porque los negativos tienden a perderse y se trabaja con copias que no se pueden analizar). Pero no olvidemos que películas como 2001, una odisea del espacio se hicieron cuando no había animación computarizada, y sin embargo los efectos son impresionantes. La afirmación de que una fotografía ha “pasado por todas las pruebas fotográficas” parte de una falacia: que los expertos en fotografía pueden realmente detectar todos los fraudes, cosa que no es, ni nunca ha sido cierta. Los análisis fotográficos pueden detectar algunas manipulaciones, pero no todas, ni mucho menos. El que un experto no detecte el fraude simplemente demuestra que el fraude está muy bien hecho. A menos que se pueda descontar totalmente el fraude, queda siempre la probabilidad de que las pruebas sean falsas.

19. ¿El invento que se alega violaría las leyes de la termodinámica?

Siempre hay que tener presentes las leyes de la termodinámica. El universo, quiéranlo o no los chupasangres, funciona de acuerdo a un conjunto de leyes físicas que entendemos muy razonablemente. Esas leyes rigen todo lo que pasa en nuestro universo, describiendo con precisión lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. No hay inteligencia tal, por extraterrestre que fuera, que pueda violar dichas leyes.

La Primera ley de la termodinámica dice, simplemente, que “no se puede ganar”. La energía se conserva, no se crea mágicamente. El latinajo correspondiente es Non gratuitum prandium, es decir, que no hay almuerzos gratis. No se puede obtener energía térmica de una sola fuente, se requiere un flujo de calor de lo caliente a lo frío.

La Segunda ley de la termodinámica dice “no se puede empatar”. Todo proceso de conversión de la energía tiene pérdidas, es decir, la cantidad de energía que se extraiga de él será menor que la energía que se había invertido en él. La diferencia es calor perdido, y colabora con la creciente entropía del universo. Nadie nunca ha descubierto una forma de impedir esto. Por supuesto, si algún contactado u ovnílatra dice que “los extraterrestres sí pueden hacerlo”, tiene que demostrar cómo, con una explicación clara y detallada, no sólo hacer la afirmación en el vacío.

Obtener “algo a cambio de nada”, o bien obtener “mucho a cambio de poco” es una propuesta de la magia que no ocurre en la realidad. Enamorar a alguien es una fuerte inversión emocional, en tiempo y en dedicación, que no se puede sustituir con un “filtro de amor”, por ejemplo.

20. ¿El alegato o el descubrimiento es verdaderamente espectacular?

En palabras sencillas, los científicos dicen que “las afirmaciones extraordinarias demandan pruebas extraordinarias”. Ni más ni menos. Si una afirmación niega el conocimiento existente o abre avenidas totalmente nuevas, debe ofrecer pruebas sólidas. Si se alega que se ha descubierto vida en Marte o que alguien ha conseguido detener el proceso de envejecimiento, se requieren pruebas verdaderamente extraordinarias para demostrarlo. Una observación vaga, unas pocas anécdotas, un acierto al azar no bastan. Si bastaran, nos creeríamos cualquier pamplina simplemente al escucharla.

21. Cuidado con las defensas especiales.

Se debe tener especial cautela ante cualquier alegato o excusa de que el efecto que se alega no puede medirse por alguna razón. Por ejemplo, está el cuento de que “la presencia de un no creyente contamina el efecto” (en realidad, el efecto desaparece cuando el charlatanazo se entera de que hay un escéptico presente, yo en lo personal he estado en exhibiciones de variadas patrañas, lanzando cuantas malas vibraciones se me ocurrían, y de todos modos las maravillas seguían ocurriendo, hasta que el cirquero de turno se enteraba de que yo soy escéptico y que quería someterlo a una investigación seria, entonces y sólo entonces sacaban esta flaca excuda). Otro alegato igualmente farsantesco es que “medir el efecto lo destruye”. En pocas palabras, si no se puede medir un “efecto”, lo más probable es que no exista y que lo demás sean coartadas para seguir una labor desplumatoria.

22. Si el efecto se mide en una muestra, ¿cómo se obtuvo esa muestra?

La medición estadística demanda que se tenga una muestra verdaderamente aleatoria. La obtención de tal muestra es toda una especialidad, y es algo mucho más difícil de lo que muchos creen. Si el muestreo es incorrecto por alguna de muchas causas, habrá problemas que pueden sesgar gravemente los resultados.

Por ejemplo, si para una encuesta deseamos una muestra al azar, ¿qué habría que hacer? No vale tomar el directorio telefónico al azar, pues dejaríamos fuera de la muestra a quienes no tienen teléfono o no aparecen en el directorio. Ir al centro a elegir peatones al azar excluirá a todas las personas que no suelen ir al centro. Obtener una muestra verdaderamente aleatoria y, por tanto, representativa, no es fácil.

Y, claro, especialmente sospechoso resulta cuando la “muestra” está compuesta únicamente de cófrades, discípulos, creyentes, seguidores, fans, aficionados, colegas o compañeros de borrachera de los que hacen el alegato en primer lugar.

23. Cuidado con el pensamiento del tipo “no puede ser, así que no es”.

En el incidente de las Hadas de Cottingley, en 1917, dos niñas que eran primas tomaron fotografías que supuestamente mostraban hadas jugueteando con ellas en el bosque. La gente considró que las dos niñas eran incapaces de realizar tamaño fraude, y por tanto concluyeron que no lo habían hecho, después de lo cual se presentaron las fotos como “fotos genuinas de hadas” (en el garlito cayo hasta Arthur Conan Doyle, que pese a haber creado a un personaje científico y escéptico, como persona se tragaba cualquier cuento). Finalmente, mucho después, se demostró que las niñas habían, efectivamente, recortado las “hadas” de algunas revistas y las habían fotografiado para una broma que se les salió de las manos cuando las vieron otras personas. Eso sin contar con que nadie tomó en cuenta que el padre y tío de las niñas era un avezado fotógrafo.

Este argumento debe recordarse cuando se alega, por ejemplo, que el distinguido vividor “Billy” Meier “no pudo” falsificar sus fotos de ovnis. ¿Cómo que no pudo? Claro que pudo.

24. Tenga en cuenta la ortografía y la gramática.

Al leer un sitio Web, un volante o cualquier otra cosa, tenga presente qué tan bien está escrito el material. Un sitio Web o material impreso lleno de faltas de ortografía y mala gramática es altamente sospechoso.

(La verdad, este último punto me sorprendió en especial, ya que suelo hacer burla de la patente incapacidad de los charlatanes para expresarse correctamente en su idioma. Sí, me parece increíble que “iluminados” que han “trascendido los groseros límites del espíritu humano” y que se fingen “mentes prodigiosas” cuando no “másters en mamología” no sepan siquiera comunicarse correctamente.)

Hasta aquí la lista de Cotton y Scalise. Yo añadiría (y añado) un punto 25:

25. ¿El alegato acude a alguna forma de la magia?

Ya hemos explicado, al desenmascarar las patrañas del tal Txumari Alfaro lo que es la magia representativa. Si el alegato afirma que el hecho de que una cosa se parezca a otra o la represente dé como resultado una relación funcional, es poco confiable.

Por ejemplo, el remedio chino de comer pene de ciervo para la impotencia, o cuerno de rinoceronte en África, o el ginseng coreano, se basan en la simbología fálica que implica que algo que parece un pene “ayuda al pene”. La relación entre ambas cosas se basa en una creencia mágica que no puede demostrarse con hechos. Lo mismo pasa con la astrología y su taradez constantemente repetida de que “como es arriba es abajo”, sin que nunca se hayan detenido a demostrar esta afirmación.

Un caso final es la homeopatía, que afirma que las enfermedades se curan con sustancias que provoquen los mismos síntomas. La idea de que una quemadura se debe tratar con algo que arda o que una fiebre gripal se cure contaminándonos con malaria (que también provoca fiebre) es patentemente boba.

Ahora sí, fin de la lista, por el momento.

Pero recuerde, si estas 25 preguntas y advertencias no le bastan, eche mano del sentido común. Al ejercitarlo se evitará el riesgo de acabar ensartado en las fauces de peligrosos creyentes fanáticos que pueden costarle dinero, salud, dignidad y hasta la vida, o de ser pasto y manutención de la mayoría de los charlatanes, los que saben a ciencia cierta que mienten y de ello hacen su miserable, desvergonzado y deshonesto modo de vida.

Eso de pensar críticamente

Eso de pensar críticamente

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La charlatanería se mueve en los terrenos de la fe, que se define como la creencia más allá de la razón. Cuando la razón aparece, la fe mengua y se marchita como un político sin puesto.

Por eso, los soplagaitas que promueven las más diversas gansadas para anormales se esfuerzan en lo posible por desacreditar a quienes tienen la osadía de decir que ellos, emperadores de la memez, no llevan un fino traje tejido con sabidurías ancestrales ni zapatos astrales ni pantalones extraterrestres ni capa videncial ni una corona con la que escuchan psicofonías (palabra que proviene de “psicosis”, que es “enfermedad mental caracterizada por delirios o alucinaciones, como la esquizofrenia o la paranoia” y “fonías”, del griego “fonos”, sonido), sino que andan en traje de rana, como dios los echó al mundo, en bolas, en pelota picada, en traje de nacer, desnudos, pues.

Pero es razonable que la gente ve esperpentos como los diez alcornoques encerrados en “El castillo de las mentes prodigiosas”, quien ve al Divino Otelmo vestido de mamarracho con su capa dorada, la punta de un misil intercontinental encajada en la cabeza a modo de mitra, anillos de dedo completo robados a una armadura medieval y pedrería suficiente para surtir de bisutería a toda la cadena de El Corte Inglés, se pregunte cómo puede evitar que un resbalón conceptual, una pérdida de equilibrio racional, un descuido informativo, lo lleve a adorar a tan grotesco esperpento o a alguno de sus cófrades.

En realidad no es necesario conocer los intrínguilis de la física cuántica y la cosmología para vacunarse contra estos tipos. Pensar científicamente no exige un doctorado en el MIT.

En realidad, es mucho más fácil que todo eso.

Se trata de ver lo que pregonan estos adefesios como un automóvil usado.

Así de fácil.

Digamos que llega con la lectora o el lector un agradable y bien vestido personaje a venderle un auto usado. El personaje, evidentemente, se ha leído todas las obras de Og Mandino sobre El vendedor más grande del mundo, es fino y educadísimo, habla grandilocuentemente y nos cubre de zalamerías.

Ante personajes así, la reacción inteligente es llevarse la mano a la cartera y aferrarse a ella con todas sus fuerzas. La mayoría de nosotros (incluso quienes le dejan su honradamente ganado dinero a potentados del embuste como Juanjo Benítez), escucharía sonar en su cerebro varias alarmas.

El tipo procede a ofrecernos un automóvil usado que es una maravilla. Sólo tiene mil kilómetros. Su dueña, una viejecita de aldea que nunca iba a más de 30 kilómetros por hora, lo guardaba en un garaje con humedad controlada, aire acondicionado y funda de seda. Las ruedas están como nuevas. La pintura parece recién salida del horno de la fábrica. Las vestiduras son de finísima piel de gacela salvaje. El motor ha sido probado por Renault y la empresa ha dicho que es casi igual al que usa el asturiano Alonso para perseguir a Schumacher. Es el coche que menos gasolina gasta en el mundo, con un frasquito de perfume lleno de combustible, usted puede ir de Madrid a San Petersburgo. En fin, el coche de sus sueños.

El único punto es que usted tiene que pagar antes de ver tal joya de la industria automovilística.

La pregunta es obvia: ¿usted pagaría?

La gran mayoría de las personas no le soltaría al proponente de tal collar de imbecilidades ni lo suficiente para tomarse un café.

Nadie compra un auto sin verlo. Y verlo no basta. Uno quiere probarlo, sentir cómo responde, tocar las vestiduras, quizá llevarlo a un taller de confianza donde un mecánico avezado y sabio en sus menesteres hará una evaluación seria para recomendarle si la compra es razonable o estaría usted adquiriendo una colección de problemas. La revisión comprendería todos los aspectos clave del vehículo: los frenos, la bomba de combustible, el embrague, la dirección, el sistema eléctrico, la transmisión, la compresión de los cilindros. Y se revisarían, por supuestísimo, los papeles que certifican la propiedad del auto.

Sólo si usted tiene una opinión favorable después de haber experimentado la conducción del vehículo y a ella suma la opinión favorable del mecánico, haría la entrega del dinero correspondiente.

Lo que ha hecho usted es actuar racionalmente, hacer uso del pensamiento crítico que es su mejor arma y, sobre todo, hacer uso del método científico de comprobación, ensayo, prueba y comprobación de la hipótesis que se le presentó en la forma de un auto usado.

Actuar así es parte de la naturaleza humana. Lo otro, la irracionalidad, se tiene que cultivar cuidadosamente, y los farsantes lo hacen con minuciosidad, al fin que no tienen otra cosa que hacer.

Si lo que ha hecho con el auto es lo razonable, ¿por qué no hacer lo mismo con las birrias que ofertan los autoproclamados expertos en fenómenos para anormales?

Si le llegan a usted con el cuento de que hay extraterrestres, fantasmas, telekinesis o cualquier otro delirio esquizofrénico y le piden que se comprometa con ellos, ¿es razonable hacerlo sin que siquiera den una prueba de la veracidad de sus aventuradas afirmaciones? Algunos le piden dinero (a cambio de libros, cursos, cursillos, aditamentos esenciales para ser vidente, consultas o donaciones para “investigaciones” mamonas), otros sólo quieren su adoración y lealtad. Algunos son creyentes sinceros con alma de evangelizadores, pero los más son embaucadores que depredan a otras personas para satisfacer sus necesidades (de dinero, de poder, de sexo, de admiración). En todo caso, le están pidiendo algo real, algo valioso que usted tiene, a cambio de promesas sin sustento.

¿Es razonable que usted les crea y les dé su tiempo y atención, su dinero o su admiración, sin haber siquiera constatado que la fantasía que le ofrendan es más real que el auto descrito unos párrafos arriba?

¿No es lógico pedirles pruebas más contundentes que las que se le pedirían al vendedor de autos usados, considerando que lo que ellos venden es aun más improbable que el coche fantástico? ¿No viene al caso que usted consulte con expertos que pueden señalarle todos los defectos, golpes, problemas de funcionamiento e inutilidad plena de lo que le están vendiendo estos desahogados?

Pues si usted hace eso, estará actuando como cualquier científico actúa al enfrentarse a los grandes misterios (verdaderos) del universo. Estará haciendo uso de su pensamiento crítico, sabrá dudar de las afirmaciones extravagantes, porque cuando algo suena demasiado bueno para ser cierto, generalmente es demasiado bueno para ser cierto.

Es fácil ver, entonces, que si la gente se acerca a ellos con preguntas soeces del tenor de “¿Y cómo sabe eso?” o “¿Puede probarlo?”, el negocio se les iría a pique más rápido que el Titanic.

El pensamiento crítico es un arma de la supervivencia, es un motor del avance personal y del progreso de la humanidad y es, sobre todo, el antídoto perfecto para que no le quiten el tiempo, la atención y el dinero con cuentos mariguanos que, hasta el día de hoy, no han podido probar. Las pruebas las sustituyen con más cuentos y mendacidades groseras (“atino el 80% de las veces”, “hay un señor al que le curé el cáncer”, “esto lo sabe todo el mundo”, “los científicos me persiguen porque soy más inteligente que ellos” y sandeces de similar calibre) que siguen siendo afirmaciones sin sustento.

Del mismo modo en que usted comprobaría la potencia del auto, debería comprobar la solidez de las afirmaciones de estos tipos. Del mismo modo en que acude a un mecánico que no sea amigo del vendedor de autos, seguramente debería acudir a ingenieros de sonido, egiptólogos, astrofísicos, paleoantropólogos y otros especialistas independientes que pueden determinar la veracidad de lo que estos tipos le dicen. (Dicho de otro modo, el tener a “sus propios expertos” no es prueba de nada, tampoco, son mecánicos amigos del vendedor.)

¿Hay energías? ¿Cómo se miden? ¿Qué frecuencia, amplitud, y potencia tienen? ¿Las ha podido medir alguien que no sea del club de crédulos? ¿Los extraterrestres nos han aportado algún conocimiento más allá de mensajitos espiritualoides blandengues? ¿Quiénes son las personas que este médico brujo ha curado, dónde están, qué médicos independientes han certificado las curaciones? ¿Quién hizo el estudio que dice que atinan tal porcentaje de veces? ¿El procedimiento usado para determinar que el estudio es válido es el mismo que se usa para determinar la validez de otros estudios o se lo inventaron a conveniencia? ¿Puede el adivino darnos una sola predicción concreta y específica para demostrar que ve el futuro? ¿Tienen alguna prueba además de afirmaciones desproporcionadas, alguna foto dudosa, alguna grabación realizada sin ningún control científico, algún testimonio de alguna persona seria que se pueda cotejar independientemente?

Preguntas y preguntas. Las mismas preguntas que se le hacen a un vendedor de autos usados, pues.

Eso, y no otra cosa, es pensar críticamente. Y vale contra los charlatanes de todo el zoológico, contra los falsarios políticos, contra los embaucadores comerciales, contra las sectas destructivas, contra el tendero engañoso y contra los videntes, paranormalólogos y demás fauna empeñada en vender autos usados que parecería imposible que existan y que, efectivamente, no existen.

Pero mantienen haraganes.

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