Lembas de Lothlorien

Ingredientes:
 

6 cucharadas de mantequilla/margarina reblandecida
2 tazas de harina con levadura (en el original self-rising flour, de no encontrar digo q yo q dará igual usar levadura aparte, ¿no?)
1 cucharada de azúcar
1/2 taza de pasas opcional (aunque francamente no me imagino unas lembas con pasas, pero pa gustos…)
1 huevo bien batido
1/2 taza de leche
4 cucharadas de nata espesa
hojas de mallorn :DDDD

Con un tenedor se corta la mantequilla sobre la harina y se mezcla en un bol hasta que parezca pan rallado (esto me parece mejor hacerlo con los dedos, por experiencia propia con este tipo de masas). Hazlo rápido para q la mantequilla no se funda demasiado. Añade el azúcar y si así lo deseas las pasas. Bate el huevo con la leche aparte hasta que estén bien mezclados, guarda una cucharada de esta mezcla para pintar las lembas. Añade la nata y la mezcla de huevo y leche a la harina y mézclala hasta que esté firme pero blando (estos americanos son intraducibles). Amásalo tres o cuatro veces sobre una superficie ligeramente enharinada. Extiéndelo hasta que tenga un grosor de 1 cm (aproximadamente, xq dice de extenderlo 3/4″, pulgadas deben de ser…) y córtalo con un cortapastas ovalado o con forma de hoja. Ponlo en una bandeja de horno ligeramente engrasada dejando al menos centímetro y medio  de espacio entre las lembas, píntalas por encima con la mezcla que habías guardado y mételas al horno unos 12 o 13 minutos, a temperatura (aquí viene el problema) de 400 grados ( deben de ser farenheit xq mi horno solo llega hasta 350 y esa es la temperatura para asar un lechón enterito, digo yo que serán unos 200 grados, temperatura q suelo poner cuando hago galletas)

Para guardarlas envuelve cada lemba individualmente en hojas de mallorn frescas y limpias, si en tu región no crecen mallorns guardalas en una caja que cierre bien. Sale sobre una docena y media de lembas

Gracias a : http://es.geocities.com/cocina_mantecona/Recetas/Postres/Lembas_de_Lothlorien.html

Teorías sobre lo que pasó después de la Guerra del Anillo

    Hay varias versiones de lo que ocurrió después de la Guerra del Anillo, cuando Sauron fue destruido y Aragorn II se hizo con la Corona de Gondor y el Cetro de Arnor. Reinó en paz junto a Arwen Undómiel, como se cuenta en el Sitio de Aragorn, y con ella tuvo un hijo, Eldarion, que siguió reinando en paz sobre Gondor y Arnor a partir del año 120 de la Cuarta Edad del Sol, la Edad de los hombres.

    Pero… ¿qué pasó con los elfos? Como se cuenta en el título “El Retorno del Rey” del Señor de los Anillos, después de que Aragorn se casara con Arwen comenzando la Cuarta Edad del Sol, Elrond (no se especifica cuándo) se dirigió con todos los elfos de la Tierra Media a los Puertos Grises. Se dice que Gandalf recogió a la colonia que fundó Legolas, en Gondor y se dirigió a los reinos de la Dama Galadriel, junto con los hijos de Elrond y todos los elfos del sur de la Tierra Media. Los elfos blancos de Lothlórien se unieron a la comitiva y subieron hasta las tierras de la Cuaderna Sur de la Comarca. Allí se dice que se encontraron con todos los Elfos Grises del Bosque Negro guiados por el grupo errante de elfos que comandaba Gildor, que protegía la comarca en tiempos de Guerra.

    Entonces, como en el Gran Viaje que hicieron los elfos al llegar a la Tierra Media, hasta Aman, todos los elfos que quedaban fueron hasta los Puertos Grises, allí todos los elfos, junto con algunos personajes célebres excepcionales, como Gandalf y Bilbo Bolsón, embarcaron en lujosos buques élficos hacia las Tierras Imperecederas. De esta forma no hubo más elfos en la Tierra Media, con excepción de Arwen.

    Por esto, cuando murió Aragorn II, Arwen decidió ir a vivir a los bosques de Lórien, donde había vivido su madre, y lo encontró vacío, pues todos los elfos del continente habían pasado el océano hacia Aman, las Tierras Imperecederas.

    ¿Qué pasó después? La Tierra Media se quedó sin elfos, y el tiempo siguió pasando. En la Enciclopedia de Tolkien se dice: “(…) Desde entonces, las Tierras Imperecederas se alejan de las esferas de la existencia humana, colocando a dioses y elfos más allá de nuestro alcance y, sin duda, la física del mundo se adapta a nuestro actual sentido del tiempo y el espacio, de manera que la Tierra comienza a girar alrededor del Sol”.

    Se dice en la Enciclopedia de Tolkien por tomos: “Cuando la última embarcación élfica alcanzó por fin las orillas inmortales durante la Cuarta Edad, las Tierras Imperecederas desaparecieron en otra dimensión más allá de la comprensión humana”. Cuenta que a partir de ahí la Tierra tomó la forma que todos conocemos, y empezó a girar alrededor del Sol”.

Por ello, esta es la historia tal y como se podria interpretar:

    “Cuando en la Tierra Media no quedaban más elfos que Arwen Undómiel, hija de Elrond, Ilúvatar pensó en separar elfos y Valar de los hombres y los enanos, separar la magia del “mundo normal”. Entonces en lugar de separar las dos tierras por un océano, las separó en dos dimensiones, por ello, el mundo de los elfos estaría ahora en otra dimensión paralela a la nuestra. La Tierra se deformó, de modo que la Tierra Media correspondería a Asia, Harad a Europa, el Reino Unificado al Norte de Rusia, el Lejano Harad a África y las Tierras Oscuras a Australia. América correspondería a la Tierra del Sol, y las antiguas escrituras no cuentan si fue creada por Ilúvatar a comienzos de la Cuarta Edad, o ya estaba formada al otro lado del Mar de Rhûn. Quizás, tal como yo lo veo, Ilúvatar pensó en llenar el vacío que había quedado la falta de Aman con un continente igual, lleno de bellos bosques e islas, parajes paradisiacos y tropicales, montañas poderosas y nuevos hombres.

    » Entonces, cuando las dos dimensiones estuvieron formadas y preparadas, Ilúvatar alteró el tiempo para nosotros, conectándose en la Edad Media de nuestro tiempo (algunos afirman que la conexión está mucho antes). A los elfos les dio un consejo, y dicen que les dijo así: «Ya contáis con magia y felicidad, y vivís entre los Valar, por ello os pido que no progreséis, que os mantengáis siempre conviviendo entre los bosques que habéis hecho vuestros y entre los animales que os aman. Seguid así y mantendréis la felicidad…». Fue lo contrario que les dijo a los hombres. En la antigua Tierra Media a los hombres les aconsejó que avanzaran, porque sólo con esto un día llegarían a parecerse a los elfos, aunque fueran libres y podrían elegir…

    » Con esto, nuestro mundo sigue girando alrededor del Sol, y los elfos están ahí, tal y como leemos en las historias de Tolkien, pero no podemos alcanzarlos porque no podemos saltar de una dimensión a otra, pero… ¿podrían ellos con su magia…?

Runas de Moria

Entre Eregion y Moria hubo un creciente y próspero comercio. Gracias a ese comercio los Enanos conocieron las Runas, y las tomaron rápidamente como alfabeto propio y lo variaron según sus necesidades, creando incluso un alfabeto para pluma a partir de ellas.

Los cambios más notables son los siguientes:
1 ) Inclusión del símbolo 37 para representar el sonido ng y del símbolo 40 para el sonido y
2 ) Inversión del símbolo 40 para producir el símbolo 41 que representa el sonido hy
3 ) Creación del símbolo 53 por plena confusión con el 22, ambos representan el sonido n
4 ) Creación de los símbolos 55 y 56, meras variaciones del 46, para representar el sonido e breve

Además también se alteraron los valores de algunas letras, puede parecer complicado a simple vista pero es totalmente simple:
1 ) Los símbolos 14 y 16 (j y zh) desaparecen, esos sonidos pasan a ser representados por los 29 y 30 (anteriormente r y rh), por lo que se pierde la representación del sonido rh, el sonido r representado anteriormente por 29, es representado ahora por 12. El sonido representado por 12, n, pasa a ser representado por 22 [y por 53], el sonido representado anteriomente por 22 (ñ) pasa a ser representado por 36. La z, sonido que representaba 36, es ahora representado por 17, el sonido nj, que representaba 17, pasa a ser escrito con el 38, que pierde el sonido nd, a favor del número 33, cuyo sonido anterior es representado por la nueva letra 37 (ver arriba).
2 ) Los símbolos 34 y 35, que representaban el sonido s, pasan a representar  un sonido claro y glótico (h ligeramente aspirada y h muda). La s pasa a ser representada mediante el símbolo 54, que representaba anteriormente la h aspirada.
Siendo esto así, el alfabeto y sus sonidos correspondientes quedaron así:

Visto esto, estas eran las runas de los Enanos:

fuente http://lambenor.free.fr/runas/runmor.gif

El ejemplo
Tenemos dos ejemplos de esta escritura, uno de ellos está totalmente erosionado y su inscripción no se muestra en ningún lugar, ni siquiera la traducción. Estamos hablando de la Piedra de Durin. Una columna de piedra marcaba el lugar en el que Durin miró por primera vez a la Laguna Espejo. Lo más probable es que las Runas se le añadiesen cuando los Enanos conocieron este método de escritura, pero al paso de la Compañía del Anillo las runas ya estaban gastadas y eran apenas legibles.

La otra inscripción rúnica que tenemos es la lápida de Balin:

http://lambenor.free.fr/runas/moria.gif

fuente : http://lambenor.free.fr/runas/moria.gif

BALIN
FUNDINUL
UZBADKHAZADDUMU
BALINSENOVFUNDINLORDOVMORIA
La última línea es, obviamente, inglés fonético: Balin, son of Fundin, Lord of Moria (Balin, hijo de Fundin, Señor de Moria)

Aunque esta escritura fue hecha por Enanos venidos de Erebor, el modo es el de Moria, seguramente esto implica que los Enanos conservaban las Angerthas Moria como un alfabeto antiguo y culto

Fuente: http://lambenor.free.fr

Una Historia…

Una Historia…

Por: Vanesa Ruiz Toran (Aramintha)

Hacía más de una hora que no pasaban. Era una patrulla de soldados, seguramente de la ciudad de Edoras. Últimamente era lo único que se veía pasando por mi pueblo.

Nather, mi pueblo, era un lugar pequeño que se encontraba en la comarca de Gondor, aunque más bien se decía que nos parecíamos más físicamente a los habitantes de Rohan. La verdad es que era cierto. Era una mezcla de culturas.

Yo me encontraba en el campo, recolectando la cosecha que había sido puesta hacía dos inviernos. Se decía que los habitantes de Gondor no eran gentes de campo, pero mi pueblo era diferente. Olvidado de la mano de Minas Tirith, debía sobrevivir cómo bien podía. No éramos más de cien habitantes y la mayoría de la población era anciana. El problema es que se vivía bastante bien, y la mortalidad era muy baja; al igual que la natalidad, ¡por supuesto!

Los tiempos que corrían nos hacían estar al acecho de cualquier peligro, pero la verdad es que no éramos un pueblo guerrero. Algunos de nuestros jóvenes habían marchado con Faramir, hijo del Senescal y sus soldados; hacía tiempo que no teníamos noticias de ellos, pero eso era buena señal, pues de lo contrario, el Senescal hubiera sido avisado de la muerte de su hijo, y eso quería decir que los nuestros también podían haber perecido.

Miré al cielo y me sequé la frente de sudor. Era un día extremadamente caluroso, todos lo habíamos comentado a la hora del almuerzo. Mi pequeño Yáner vino corriendo hacia mí. Sonreí cuando lo vi venir, pues era un regalo que Eru en toda su bondad me había dado.

– ¡Madre, madre! ¿Has visto pasar ese grupo de soldados?, ¿dónde irán, madre, hacia Minas Tirith?- dijo lleno de asombro. – Me encantaría poder ir alguna vez allí, madre. ¿Tú crees que podremos ir algún día?

– No lo sé, Yáner. Eso el tiempo lo dirá. Por el momento no. Sabes que en las tierras de Mordor se está preparando algo peligroso por parte del señor Oscuro, y aunque Isengard haya caído… Ahora es peligroso visitar Minas Tirith, pero te prometo que en cuanto acabe todo esto podrás ver la Ciudad Blanca con tus propios ojos… – El niño me miró entusiasmado. Él quería ver la ciudad donde había nacido su padre, donde había pasado toda su infancia, hasta que marchó a conocer otros lugares.

En su viaje había hecho una parada en Nather, y aquí me había conocido a mí. Siempre decía que se enamoró de mí en cuanto me vio por primera vez… era todo tan perfecto. Pero entonces pasó aquel accidente. El caballo con el que viajaba se encabritó y él cayó, destrozándole la columna. De eso hacía ya ocho años. Para ese entonces yo sabía que estaba esperando un hijo… sólo esperaba el momento apropiado para decírselo… nunca llegó.

(…)

Los días pasaban y nos llegaban noticias de un Mediano que había llegado a Minas Tirith. Se rumoreaba que era un príncipe en su pueblo. Nosotros no sabíamos nada de esta raza, pero según nos contó Iarán, un comerciante que nos visitaba cada primavera, era una especie de enano, pero no tenía el rostro lleno de pelo, dijo que más bien era como… un humano en su infancia. Decía también que era una gente muy amable, que él había tenido la cortesía de escucharlo narrar sus aventuras, y que para ser tan pequeño, era muy valiente, pues había tenido una vida llena de peligros. Maese Peregrin, creo que lo nombró Iarán.

Pero lo que más nos preocupaba era la presencia en Minas Tirith del mago Mithrandir. Era un mago del que se decía que sólo traía malas noticias y malos presagios; aunque después de la batalla que se acababa de librar en el Abismo de Helm, tierras del rey Théoden de Rohan, era normal que la próxima ciudad del sur que fuera atacada por el Mal, fuera Gondor. Su cercanía a las tierras de Mordor hacía más fácil el ataque.

(…)

Me recosté en el camastro. El día había sido duro. Había que recoger toda la cosecha que pudiéramos antes de que la guerra estallara en Gondor y lo destruyera todo.

Gondor no podía caer, o eso pensábamos todos lo habitantes de allí. Teníamos esperanzas en nuestros propios guerreros, y además llegaban soldados de otros sitios de la Tierra Media para ayudarnos. Nos habíamos enterado de que en Rohan la ayuda de los elfos había sido indispensable.

(…)

Un grito me despertó.

Habían pasado varios días desde que la cosecha había sido recogida. Ya pocos hombres quedaban en el pueblo, y los pocos que había eran ancianos o niños. Mi hijo era uno de esos. Él se quejaba por ello, porque lo que más ilusión le hacía era poder ir a Minas Tirith, y combatir contra las tropas del Señor Oscuro. Esto último lo había dicho dándose mucha importancia, como si realmente supiera de lo que hablaba. Al oírlo no pude evitar una sonrisa en mi rostro; a lo que él se dio cuenta y salió enfadado del cuarto.

No me habló en un par de días. Y realmente yo nunca llegué a comprender esa pasión que el niño sentía por esa ciudad, la ciudad de su padre. Digo no llegué a comprender, porque cuando lo hice ya era demasiado tarde… para los dos.

Ese grito provenía de Hared. Me sobresalté en mi camastro. No sabía si era el mismo sueño de todas las noches, o era la realidad. Aunque al oír murmullos fuera, y más voces, comprendí que no era un sueño… estaba pasando.

Me puse una bata y salí fuera, sin ni siquiera entrar al cuarto de mi hijo para ver si estaba. Encontré a medio poblado, todos ellos alrededor de una misma persona: Hared. Ella era una mujer de mi edad. Su esposo, al contrario que el mío, estaba vivo; pero como bien decía ella, por poco tiempo, pues había partido hacia la inevitable guerra. Tenían un hijo también, dos años mayor que Yáner. Los miré desde la puerta de mi casa, extrañada y contrariada; no llegaba a comprender que podía haber pasado por la mente de Hared para armar tanto alboroto y poner a todo el pueblo sobre aviso.

El anillo

El Anillo

Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro sin mirarlo, le dijo: Cuanto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizá después…

Y haciendo una pausa agregó: si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

– E…encantado, maestro – titubeó el joven, pero sintió que otra vez no era valorado, y sus necesidades postergadas.

– Bien. – asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó

– Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un anciano fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación.

-Maestro- dijo- lo siento, no se puede conseguir lo que me pediste. Quizá pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Qué importante es lo que dices, joven amigo- contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Coge el caballo y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender YA, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo

– ¡¡¡58 MONEDAS!!! Exclamó el joven.

– Sí, replicó el joyero- yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé…si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate- dijo el maestro después de escucharlo- Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede revaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.

Todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore.

Dedicado especialmente a ti, que te esfuerzas día a día por pulir la joya que eres y así descubrir tu verdadero valor.

Un abrazo.

La Caída de Gil-galad

Escrito Por Blas Malo Poyatos
Publicado Por Legolas Tharanduil

Amanece. Es invierno del 3441 S.E. Un invierno largo y duro se avecina para las tropas reunidas y acantonadas en torno a Barad-dûr. Han pasado ya siete años desde la victoria del Ejército de la Alianza en la Puerta Negra sobre las tropas del Señor Oscuro. Siete años desde su huida y refugio en la Torre Oscura. Siete años de espera sin esperanza. Siete años de fracasos en lograr quebrantar las defensas de la Torre y en poner fin a la larga guerra, una guerra que traerá la luz a los Pueblos Libres o someterá al mundo bajo el poder del Oscuro, del Aborrecible, Sauron el Señor de los Anillos.

En el campamento aliado, los hombres y elfos vuelven su mirada hacia el cielo. Negras nubes anuncian truenos y relámpagos, mientras que el Orodruin al Oeste retumba una vez más, tiñendo de sangre las nubes inferiores. Al Este Barad-dûr, la inconmensurable torre-prisión-horno, piedra sobre piedra, muralla sobre muralla, se hunde indemne en las alturas entre amenazas de tormenta.

Empieza a llover. Día sin luz, una vez más. Delante de las Puertas de la Torre cuatro líneas sucesivas vigilan noche y día, esperando el asalto final. Nada debe romper el cerco. El agua cae, estéril, debilitando en poco más la voluntad de los sitiadores.

“¿Podremos entrar alguna vez?”, piensan algunos. Está el Abismo, profundo, ígneo y mortal. En su fondo hierve el fuego procedente del Orodruin por profundos canales. Sólo puede ser cruzado por los Puentes. El principal, el Puente de Adamante, está férreamente vigilado desde niveles superiores de la Torre. Y por último están las Puertas de Barad-dûr. Ningún enemigo del Oscuro logró jamás aproximarse a ellas. El último asalto fue hace casi un año, cuando Anárion y su Guardia lograron cruzar tras rechazar un intento por romper el sitio. Muchos orcos murieron aquel día pero apenas Anárion rozó las Puertas pereció aplastado por bloques arrojados desde un nivel superior. Él y su Guardia, lo mejor de Gondor, cayeron al Abismo del Horror. Los fuegos del Orodruin rugieron alto aquel día.

El agua arrecia. Los hombres y elfos se envuelven más en sus capas. El frío seco ha dejado lugar a un viento glacial, húmedo y mortal. “¿Cuándo terminará la guerra?”, piensan mientras miran hacia el cuerpo principal del campamento, hacia la Tienda de Mando. Allí, Gil-galad y Elendil, y los grandes capitanes de la Alianza, llevan reunidos desde el amanecer.

Los sufridos soldados no lo saben, pero ya está en marcha el asalto final. Los Altos Reyes han decidido arriesgar a una baza desesperada, y la última: emplear los Anillos del Poder. Sólo ellos pueden tentar al Señor Oscuro a salir de la Torre. En ellos está la última esperanza de victoria, y un gran peligro, porque es lo que ha estado aguardando el Señor Oscuro durante tanto tiempo. Hace dos días al amanecer, al mando de Isildur y Celeborn, un nuevo ejército, reunido en secreto y con grandes sacrificios, inició el asalto sobre Minas Ithil, donde Cinco de los Nueve Nazgûl preparaban atacar Osgiliath una vez más. A mediodía, con la victoria pendiendo del delgado hilo del Destino, Galadriel empleó el Anillo del Agua, Nenya, obligando a los Nazgûl a permanecer retenidos en la Torre de la Ciudadela. Ahora, el nuevo ejército, a marchas forzadas, ha llegado al Campamento de la Alianza.

“- Con estos nuevos refuerzos”, dice Isildur a todos los presentes, “todo está preparado para realizar un nuevo intento para tomar Barad-dûr; y el último. Pues no hay más refuerzos en todo Gondor: tras esta batalla no habrá más lucha, si es ganada Sauron será destruido al fin, pero si es perdida no habrá lugar en la Tierra Media donde sobrevivir a la Oscuridad que se abatirá sobre toda Arda.”

Un trueno ensordecedor retumba en la tienda, a la vez que un fuerte golpe de viento abre la entrada, haciendo vacilar la hoguera central y las antorchas. Los guardias se apresuran a cerrar y asegurar la entrada. Isildur se sienta. La lluvia golpea las paredes con más fuerza.

Alrededor del fuego central, sentados en la mesa circular, todos los presentes, los grandes capitanes, guardan silencio sopesando las palabras:

Del lado de los Hombres, Euwavia, capitán de los Hombres de Rhovanion y representante de los Señores de los Caballos; Reijabar, por los Nórdicos allá en los lejanos pasos de las Montañas Nubladas; Isildur, Heredero de los Reinos en el Exilio, y su hijo Elendur, Príncipe de Ithilien.

Por los Enanos, Dárin del Pueblo de Durin, capitán curtido y tenaz.

Por los Eldar Thranduil del Bosqueverde, hijo de Oropher y nuevo Rey de los Elfos Silvanos; Inglorion y Glorfindel, capitanes del reducto de Imladris; Elrond, el Alto Capitán de Imladris, grande entre Hombres y Eldar; y Círdan, el Constructor de Barcos, Alto Capitán de los Elfos Grises en los lejanos Puertos al Oeste de Eriador.

Y por último, presidiendo el Consejo, el Heredero de los Señores de Andúnië en la hundida Númenor, Elendil El Alto, Rey de Arnor y Gondor, y, brillante la cota de malla, deslumbrante la lanza, con la fuerza y vigor de los Eldar, el más grande de las Tres Razas, Gil-galad, Alto Rey de los Noldor.
“- Que nadie se lleve a engaño”, dice Gil-galad, lentamente, “las palabras de Isildur son, ay, demasiado ciertas. Y sin embargo, aún ahora, todavía hay esperanzas de victoria, pues de momento todo marcha según lo planeado”.
“- Y sin embargo, no se nos ha dicho nada apenas de dichos planes”, habla con voz ronca Dárin. “¿Asalto definitivo? ¡Siete años!. Hasta mis enanos, robustos y tenaces, empiezan a estar abrumados”. Y con brillo malicioso en los ojos añadió escrutando al Alto Rey ,”me pregunto si en esos planes los Guardianes de los Tres no jugarán algún papel importante”.

Un relámpago. La brillante mirada del Rey Noldo se clava en el rostro severo y curtido del enano, mientras todos notan la tensión en el aire. Se oye el silbar del viento a través de la entrada, y el crepitar del fuego, pero es el enano el que aparta antes la mirada.
“- Aunque así fuera”, dice el Alto Rey, “los nombres de los Tres Guardianes no deben ser revelados. Aún con esperanza, la guerra no está ganada todavía”. Y mirando a Elendil y fijando la vista en Isildur añade “Quién sabe qué puede ocurrir en la última batalla”.
“- Pero una cosa es cierta”, y habla por fin Elendil, el Alto Rey. El más alto de entre los Hombres, de porte noble, pelo negro como ala de cuervo y ojos grises profundos como el Mar, y fríos como el acero, se levanta y se dirige al mapa del infame país de Mordor clavado en un panel vertical. Su coraza con damasquinados de plata relumbra bajo el manto plateado.
“Ya hemos hecho nuestro primer movimiento. Pronto Minas Ithil estará en nuestras manos. Pero, mucho antes, el Enemigo realizará su jugada aquí”, y señala Barad-dûr, “debemos reforzar las cuatro líneas de contención, los hombres traídos por Isildur mi hijo se distribuirán inmediatamente entre ellas, especialmente en la primera de ellas. Aquí y aquí se dispondrán nuevos muros defensivos; de esto los enanos han sido siempre los maestros”.

“- Se hará lo que se pueda”, dice Dárin, “aunque mis enanos preferirían manejar hachas y martillos que picos y palas de nuevo”.
“- La caballería se dispondrá a lo largo de estos dos frentes, aquí y aquí; si hay algún intento de romper el cerco quiero que actúen como un martillo contra un yunque”, dice Elendil. “¿Comprendido, Euwavia?”.
“- Comprendido, Señor. Ojalá me quedaran más hombres, y más caballos. Pero nos tendremos que contentar con los que nos quedan, a mí y a Reijabar, y los que ha traído Isildur”.
“- Espero que basten”, suspira Reijabar, “son demasiado pocos. Lo único que ha aumentado desde que se inició el sitio han sido las bajas”.

“- Pues deberán bastar”, replica Isildur con el ceño fruncido, “porque no hay más disponibles en todo Gondor. Si esos malditos del Valle de Erech no nos hubieran traicionado tendríamos más.”

“- Aunque tuviéramos diez mil, no tenemos tantos jinetes”, comenta Inglorion, “y con este maldito tiempo que todo lo embarra serían más un estorbo que una ayuda.”

“- Por último” , prosigue Elendil, ” nuestros arqueros los quiero concentrados aquí y aquí , sobre todo en la retaguardia de la tercera línea. Inglorion, te ocuparás de asignar su sitio a los arqueros que han llegado con Isildur”.
“- Como desees.”, dice Inglorion. “¿No hay noticias nuevas, Thranduil?”.

Thranduil el Rey Silvano vuelve su cabeza hacia Inglorion, con los ojos grises envueltos en preocupación. “- No, no se sabe nada todavía. Envié mensajeros a reunir todos los arqueros de los que todavía pudiera prescindir en el Bosque, pero con las bandas orcas acechando cerca de Amon Lanc no sé cuánto podrán tardar”. Y dirigiéndose a Elendil dice: “Me temo que llegarán demasiado tarde”.

Elendil mira a Gil-galad y luego a los demás presentes. “- Bien, ya sabéis que hacer. Empezad los preparativos en cuanto salgáis de la tienda, porque el Enemigo puede mover sus piezas en cualquier momento”. Y añade: “Estos días serán los más duros, y los últimos. No os rindáis ahora y mantened la esperanza. Eso es todo. La Reunión ha terminado”.

Todos se levantan y empiezan a salir cuando Elendil exclama “Isildur, aguarda”, y Gil-galad dice “Elrond y Círdan, quedáos un momento. Guardias, que nadie entre en la tienda, bajo ningún pretexto, hasta que se os indique”. Los demás se paran un momento y por fin salen fuera. Los últimos en salir son Elendur, Inglorion y Glorfindel.

“- Ven, Elendur”, dice Glorfindel, “veamos qué hombres nos ha traído tu padre”, y arrebujándose en las capas por fin quedan fuera. Los soldados cierran la entrada y se apostan en ella.

Lentamente, Círdan y Elrond se sientan junto a Gil-galad, Isildur junto a Elendil.

“- El enano tiene una vista penetrante”, dice Gil-galad. “Se acerca el momento largamente temido, y no nos quedan más opciones”. Y añade dirigiéndose a Elendil e Isildur: “Círdan ha confirmado nuestras sospechas”.

Elendil, ahora severo, crispa las manos y reprime un gesto de rabia. Isildur lo mira, sorprendido. “-¿Qué ocurre, atarinya? ¿Hay algo que no se ha revelado en la reunión?”, dice dirigiéndose hacia Círdan.
“- Así es, Isildur”, dice Círdan.”Apenas horas antes de tu llegada, nuestros exploradores han confirmado que hay una gran actividad en los Puertos de Umbar”.
“-¡Esos renegados!”, exclama furioso Elendil, levántandose de pronto encendido de ira, y derribando con su ímpetu la silla. “Mientras tú, sonya, juntabas nuevas fuerzas en Gondor, han preparado una poderosa flota aquí en Umbar y en el Profundo Adrilot”, señalando en el mapa con energía.
“- Ya sabíamos que corríamos ese riesgo, atarinya, antes de enviarme a reclutar este nuevo ejército que te he traído. ¿Tan poderosa es esa flota?”, pregunta dirigiéndose a Gil-galad.
“- Así es”, dice Gil-galad.
“- Más de cincuenta grandes barcos de guerra han contado nuestros espías, sólo en los Puertos de Umbar”, dice Círdan, “y al menos otras cincuenta naves menores en las pequeñas bahías a lo largo de los Acantilados Rojos de Haradwaith, hasta Harondor.”
“- Entonces no podemos demorarnos más”, dice Elrond. “¿Con cuántos días contamos, Círdan?¿Está esa flota preparada para hacerse a la mar?”.
“- Sí, lo está. Contamos con diez días, quizás menos”.
“- Diez días”, repite Elendil mientras recoge la silla y se sienta de nuevo,” eso nos deja poco margen. Si se consideran cinco, quizás seis días para organizar el ejército y llegar desde Mordor a los feudos del sur, debemos realizar nuestro siguiente movimiento a lo sumo en un par de días”.
“- En Linhir y Pelargir y en los Puertos del Harlond hay barcos suficientes, atarinya”, dice Isildur, “pero no hombres. Nuestra preocupación debe estar en llegar a ellos a tiempo”.
“- Ojalá hubiera podido traer más barcos grises”, suspira Círdan, “pero el invierno azota con fuerza, y la ruta desde los Puertos ya no es segura”.

“- No es hora de lamentarse, sino de actuar”, dice Gil-galad. Un relámpago y luego un trueno ensordecedor agitan el aire. Todos miran cómo se lleva la mano a una fina cadena de mithril colgada al cuello, y en ella un anillo con un zafiro: Vilya, el Anillo del Aire. “Está cambiando”, continúa, “desde hace dos días lo noto más pesado, y tentador. Sauron ya sabe que Nenya ha sido empleado en Minas Ithil, aunque aún desconoce por quién. No puede disponer de los Nueve, pero Galadriel no podrá resistir por mucho más tiempo. Y mientras, los Númenóreanos de Umbar se disponen a llevar la ruina a todo Gondor, siguiendo sin duda las instrucciones de sus Señor y Maestro, Sauron de Mordor. Nos obliga a actuar ya. Esperar ahora será nuestra derrota. Debemos estar preparados para antes de dos días. Y entonces, usaré a Vilya, desafiaré a Sauron y cumpliré mi Destino.”

“- Y yo te acompañaré”, dice Círdan, llevando la mano a una cadena de oro colgada al cuello de donde pende un anillo y en él un rubí: Narya, el Anillo del Fuego, “y Sauron saldrá, pues no podrá resistirse a conseguir dos de los Grandes Anillos del Poder. Y así cumpliré yo también mi Destino”.

“- Y yo os seguiré”, exclama Elendil, “y le miraré cara a cara, y pagará por todo mal y ruina que ha traído a los Dúnedain, y así la sangre de Anárion será vengada”.

Un trueno, furioso, desgarra al aire, azotando las antorchas y apagando varias de ellas.

“- Está decidido entonces”, dice Gil-galad mientras Círdan y él ocultan de nuevo los Anillos. Y dirigiéndose a Isildur, Elrond y Círdan añade: “Id y organizad los preparativos. La hora final se acerca.”

Los tres salen fuera. El agua cae, embarrando el suelo y haciendo vacilar los fuegos. El negro y espeso palio de nubes apenas deja pasar una luz opaca y mortecina. El viento hace ondear con fuerza allá en lo alto de la tienda los emblemas de Gil-galad por los Eldar, y de Elendil por los Hombres.

“-Este frío no es normal. Afecta tanto a Hombres como a Elfos”, dice Elrond mientras se ciñe la capa y la capucha con fuerza.
“-Con frío o sin él, hemos de apresurarnos”, dice Círdan. “En marcha”.

Y despidiéndose de Isildur se dirigen a sus campamentos, al Norte. Isildur, tras ajustarse bien la capa y ceñirse la capucha se dirige hacia los guardias. Estos le traen su caballo, monta en él y se encamina a su campamento, al sur de Barad-dûr. El Orodruin retumba inquieto una vez más.

A lo largo del camino la lluvia no cesa. Los robustos enanos, insensibles a la lluvia, ya están empezando a montar los nuevos paramentos defensivos, mientras que compañías de hombres se afanan por llevarles bloques de piedra tallados a toda prisa. Miríadas de antorchas son visibles junto a las tiendas a lo largo de todo el campamento aliado. Los hombres de Euwavia y Reijabar se dirigen a situarse a sus nuevas posiciones, formando filas ordenadas.

Al fin llega a su destino. El nuevo ejército ya está levantando sus tiendas para guarecerse del agua que cae, inclemente. Cientos de carros se afanan por salir de la trampa del barro en que se ha convertido la tierra negra de Gorgoroth. En el centro, en su tienda, Elendur le sale al encuentro. Isildur detiene al caballo.

“-Atarinya, hemos empezado a colocar a los nuevos hombres. Inglorion y Glorfindel han dispuesto ya qué compañías se unirán a las primeras líneas”.
“- Muy bien, Elendur. Que dos compañías más se unan a los hombres de Euwavia. reúne a cincuenta hombres que sepan luchar a caballo y envíaselos a Reijabar. Voy a inspeccionar el resto del campamento.”
“-Muy bien, atarinya”.

Y espoleando al caballo, Isildur sigue avanzando. Las tiendas y establos se suceden a su paso. Todos los centinelas están en su sitio. Ya Barad-dûr, ominosa, se sitúa casi a su espalda. “Apenas treinta mil soldados”, se dice para sí Isildur, mientras frunce el ceño.”¡Malditos del Valle de Erech!. Que los Valar nos ayuden como fracasemos en nuestros planes.”

Al fin se detiene. Ha llegado al pabellón de los heridos. Dos guardias custodian la entrada. Gritos de dolor mortifican aún más la sombría mañana. Isildur, impávido ante la lluvia, descabalga. Los guardias le saludan y le permiten la entrada. Otro relámpago.

El olor a sangre y a desinfectantes golpea al que entra al pabellón. Numerosos camastros se encuentran dispuestos en filas; en un extremo las sanadoras preparan sin cesar nuevas recetas y ungüentos en unas marmitas al fuego. Un enorme armario herbolario se encuentra a un lado, casi vacío. En el otro extremo, separados del resto del pabellón por unos cortinajes, se escucha a los sanadores “no hay solución, hay que amputar”, unos gritos de desesperación, unas sombras, luego nada, y el siniestro cantar del serrucho una vez más. Hay pocos dúnedáin en el pabellón. la mayoría son hombres corrientes del Lamedón y de Belfalas de Gondor, de los lejanos valles del Norte y de Rhovanion. Muchos regresarán tullidos; otros ya no volverán.

Los enfermos, resignados, observan a Isildur cuando pasa junto a ellos. Un Sanador, de sangre dúnedáin, de rostro curtido y pelo ya encanecido, y profundos ojos grises, le ve acerarse; termina de atender a su paciente y se dirige hacia él. Su delantal está manchado de sangre.

“-Señor”, empieza el Sanador, “me alegro de teneros de vuelta sano y salvo”. Su sonrisa es breve, los ojos grises se apagan pronto.
“- Yo también me alegro de verte aún con vida, Curunir.¿Cuántos enfermos tienes a tu cargo?”.
“- En este pabellón, casi a cien”, dice Curunir, “pero hay más pabellones. No han dejado de aumentar desde que partísteis. Nuestros herbolarios están casi exhaustos y la primavera aún queda lejos”.
“-Necesito saber con cuántos hombres de los que hay aquí puedo contar en dos días”.

Curunir lo mira, estupefacto.
“-Con ninguno, mi señor. Casi todos tienen neumonía, muchos otros están tullidos o apenas pueden moverse. Nos faltan sanadores y ya casi no tenemos plantas medicinales. Muchos no sobrevivirán al invierno”.

En ese momento se oyen carretas avanzar y gritos y alaridos humanos de terror que la lluvia no logra acallar. Uno de los guardias entra precipitadamente, “¡Mi señor sanador, venid pronto!”, exclama horrorizado.

Curunir y otros sanadores y sanadoras corren a la entrada. Isildur les sigue.
“-¿Lo véis, mi señor?¡Cada día, más!¡Ioreth!¡Preparad aquellas camas del rincón, rápido!”

Afuera, el espectáculo es dantesco: sobre dos carretas, una veintena de heridos, todos hombres. Casi todos con neumonía, tiritando. Casi todos. Entre ellos, cinco destacan desoladoramente sobre los demás, que los observan horrorizados, y con profunda pena y dolor.

Porque encogidos en grotescas posturas en uno de los carros, perdido todo rastro de humanidad en los ojos, no cesan de gesticular y gritar a algún enemigo que no alcanzan a ver, más allá de toda curación.

“-Los ojos”, acierta a decir uno de los guardias, “miradles los ojos…”

Un trueno y un relámpago. El tiempo parece haberse detenido.

Porque no es la primera vez que Isildur contempla tal tragedia. Porque hace siete años ese mismo mal asoló a gran parte del ejercito. Porque también lo ha conocido en Minas Ithil.

El Soplo Negro, el Mal de los Nazgûl.

“-¡Hacía mucho tiempo que no tratábamos con este mal de nuevo, mi señor!”, dice Curunir mientras él y otros sanadores se afanan por inmovilizar a los desgraciados para poder meterlos en el pabellón. “¡Ioreth, trae más cuerdas!”

“-¡Guardias, rápido!¿Dónde los habéis recogido?”, pregunta Isildur.
“- Cerca del Puente Este, mi señor, formaban parte de la segunda línea”
“-Sentimos una horrible presencia, mi señor”, dice uno de los enfermos, “que nos miraba. Parecía que alguien se reía o burlaba, con una risa cruel que helaba hasta el alma. Estos no resistieron”.
“-¡Mala señal!¡Mi caballo, rápido!”, exige Isildur; otro de los guardias se lo trae apresuradamente.”¡Y no serán los últimos, Curunir!”, y espoleando al caballo marcha hacia el Oeste.

La lluvia empieza a debilitarse. Nuevas brumas surgen del Orodruin ocultando definitivamente la presencia del Sol. Los bramidos del Monte del Destino, largos y profundos, perturban todo Gorgoroth.
“-¡Los Espectros del Anillo van a actuar una vez más!¡He de avisar a mi padre y a Gil-galad!”, piensa Isildur mientras cabalga, con la mirada fija en el Orodruin.

Porque los minutos caen ahora inexorables. Apenas llueve ya. El aire, frío y denso, está enrarecido con un halo de muerte y oscuridad. El cono volcánico se alza a lo lejos como un monstruoso ser de las entrañas de la tierra. Los fuegos del Orodruin se vislumbran como un faro hacia la destrucción, tiñendo de rojo carmesí el nuevo palio de sombras que se alza sobre el volcán.

Dicen los Sabios que en el Orodruin está la clave del poder de Sauron. Creación remanente del Enemigo Negro, algunos eruditos piensan que conecta directamente con el interior de Endor, donde sospechan se oculta la impía Llama de Ûdun, poder de Morgoth y sostén del infame Señor de los Anillos.

Una brusca sacudida sísmica despierta a Isildur de sus cavilaciones. El caballo, aterrorizado, cae al suelo y con él su jinete. Rápidamente consigue ponerse en pie y sujetar las riendas.

Los temblores siguen y de repente una explosión. Isildur mira el Orodruin. De las profundidades de Endor, con una incontenible fuerza destructora, indómita, terrorífica en su poder, se alza hasta alcanzar el palio de nubes una columna flamígera de lava incandescente al fuego blanco, derribando parte del flanco sur del cono y acompañada de una fuerte sacudida sísmica.

Y entonces, mientras se protegía los ojos con la mano, con el caballo encabritado sujeto férreamente por las riendas, la verdad le fue revelada.

Las Puertas se habían abierto. Las Puertas se habían abierto, y Sauron había salido.

“¡El Enemigo ha salido!”, exclama por fin Gil-galad. Se levanta del suelo. El temblor ha derribado el mobiliario de la tienda de mando. Elendil se levanta lentamente. Los guardias entran apresuradamente.

-” ¡Mi señor, el enemigo ha salido!”, exclaman entrecortadamente.
-” ¡Lo sabemos!”, dice Elendil. Su mirada ahora es fría como el acero. “¡Que todo el mundo se dirija a sus posiciones! ¡Que las trompetas llamen a combate!¡El día final ha llegado!”.Y acto seguido desenvaina su espada, Narsil, que brilla con un azul encegador. “Ya no volverás a la vaina, hasta que el día acabe o yo muera”.

Los guardias marchan apresurados a cumplir órdenes. Elendil y Gil-galad salen afuera, y ven acercándose a caballo a Elrond, con un bulto bajo el brazo y una lanza enuelta en terciopelo azul.
-“¡Aquí viene mi heraldo, con mis armas!”, exclama Gil-galad.

Elrond baja del caballo. Desenvuelve el terciopelo, y entrega la lanza Aiglos, resplandeciente, a Gil-galad. Muestra el bulto, es un cofre de acero con guarniciones de mithril.Lo abre. De él saca Gil-galad una corona de hojas de laurel, de mithril con esmeraldas engarzadas: la Corona de los Puertos de Lindon. En cuanto se la coloca en la cabeza sobre los largos y rubios cabellos un halo de luz y esperanza parece irradiar del rey noldo.
-“¡Vuelve al Campamento Norte y espera nuestra llamada!¡Contened al enemigo!”
-“¡Que los Valar nos ayuden, mi rey!”, exclama Elrond, y desenvainando una espada larga de hoja brillante se aleja al galope hacia el fragor del combate.

-“¡Vamos!”, dice Elendil a Gil-galad mientras se coloca su yelmo alado de mithril, símbolo de la majestad de los Reyes del Oeste, “¡Lucharemos juntos y ya no nos separaremos más!”.
-“¡Trompetas!”, exclama Gil-galad, “¡A combate!”.

Y tras montar en sus caballos, suenan las trompetas. Todos los hombres les siguen hacia el fragor de la batalla, que ya se cierne ya sobre ellos como una mano asfixiante y mortal.

Todas las Puertas de Barad-dûr se habían abierto. De ellas un caudal incontenible de enemigos se había esparcido por todo el campamento aliado. A duras penas las defensas gondorianas habían resistido el primer embate cuando el Señor Oscuro apareció por la Puerta Oeste. Precedido por sus más fieles sirvientes los Nazgûl, avanzó incontenible como la Muerte a través de las cuatro líneas hacia el Orodruin sin encontrar resistencia.

A su paso sólo queda la desolación. Los poderosos muros enanos habían literalmente saltado por los aires. La mayor parte de los defensores cayeron muertos de terror. Los supervivientes perecieron bajo las cimitarras de la Guardia Negra de Barad-dûr. Miembros desgarrados, escudos y armaduras fundidos por su furia, cuerpos destrozados, sangre, caos y muerte.

Mientras prosigue su avance, los Nazgûl, dirigiendo los ataques a los flancos y a la retaguardia, se disponen a someter a una dura prueba a las fuerzas sitiadoras. Al sonido de las trompetas, elfos, enanos y hombres se apresuran a presentar batalla.

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