MI situación económica me obliga a irme al norte

Mi situacion economica me obliga irme al norte
Oyeme, mi hija, que te vienes al norte, pero te vienes a sabiendas de lo que realmente encontraras aca. No quiero que un día me digas que no te dije toda la verdad… la verdad que muchos compatriotas se les olvida contar cuando están abriendo las maletas repletas de regalos en sus países natales, estos hermanos que no quieren hablar de lo que duele.

Te cuento la verdad, para que tu hagas una decisión a sabiendas de lo que vas a ganar y perder.

La vida por estos lares es dura, y si te vienes, no pienses que todos tus problemas se resolverán aquí, es mejor que te vengas sin problemas y con una actitud de trabajo que te dara la fuerza de seguir adelante cuando no encuentres las caras amigas de tu familiares, de tus amigos o de tus compañeros de trabajo. Aquí vienes a pagar el derecho de silla, aquí te amarras bien los pantalones y a empujar pa’ delante olvidándote de lo que fuiste en tu país. Aprenderás mucho, quedándote o viniéndote. Si te vienes conocerás muchos lugares, personas, eventos interesantes y si te quedas, pues valoras lo que tienes y lo disfrutaras como se debe.

No te cuento estas cosas para desanimarte, al contrario, quiero que vengas a estos lares dispuesta a trabajar muy duro. Fíjate que muchas veces para hacerme un salario decente necesito hasta tres trabajos, pero de eso no hay problema, aquí hay trabajos por doquier. Eso si los salarios son bajísimos y el costo de vida es carísima, es por eso que debes conformarte a vivir en una casa repleta de personas para poder pagar la renta y mandar el resto a tu familia en tu país. Hay mí’ hija, cuando mandas el dinero no te queda ni para un hot dog, pero que le vamos hacer, así es la vida. Mira aquí uno matándose para mandar unos centavitos y cuando estos son recibidos allá por nuestro familiares, los malgastan porque piensan que el dinero aquí lo cortamos de los árboles – no se quien empezó esta mentira- pero es una mentira gordotota. Porque es cierto que les mandamos el dinero porque nosotros nos sacrificamos de todo y allá ellos gastando el dinero que lo hicimos con el sudor de sangre. Yo creo, que lo gastan de esta forma porque a ellos no les ha tocado sufrir para entender como nos ha costado hacer esos centavitos, bueno aquí le paro, mi hijita… solo te diré que lo que mas me duele es la soledad, la soledad por no hablar bien el Ingles, la soledad de vivir en otra cultura, la soledad de no ser completamente parte de esta sociedad, eso mi hija cala en los huesos y te empuja las lagrimas para afuera.

No te cuento estas cosas para que te desanimes, te las cuento para que entiendas que iniciar una nueva vida en otro país no es fácil, pero al mismo tiempo cuando te adaptas disfrutas el placer de vivir en una nueva tierra, pero te advierto que tu ya no serás la que eres, serás parte de la nueva raza híbrida del Norte.

Silvia Porras

Madre de agua

Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y lagunas, que los niños predispuestos al embrujo de la Madre de Agua, siempre sueñan o deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a un paraje tapizado de flores y un palacio con muchas escalinatas, adornando con oro y piedras preciosas.
La Leyenda

En la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores consistía no sólo en fundar poblaciones sino descubrir y so¬meter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas, salió de Bogotá (Santa Fé) una expedición rumbo al río Magdalena.

Los indios guías descubrieron un poblado, cuyo cacique era un joven fornido, hermoso, arrogante y valiente, a quien la soldadesca capturó con malos tratos y luego fue conducido ante el conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar no sólo, por no entender el español, sino por la ira que lo devoraba. El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu, mientras tanto iría a preparar una correría por los alrededores de aquel sector.

La hija del avaro castellano estaba observando desde la ventana de sus habitaciones y con ojos de admiración y amor contemplaba a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.

Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo pusiera en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior… pero… ¿qué hacer? Era un ruego dulce y lastimero de una niña encantadora. Sí. Tenía que ceder… no debla ser tan despiadado. Al fin y al cabo era su hija… y al el padre lo llegase a reprender, él se disculparía diciendo que habla sido orden de su querida hija.

La joven española de unos quince anos, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de artiseda amarilla por la finura de su pelo.

La bella dama miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje.

Cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer en morada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero, internándose entre la espesura del boscaje. El aturdido indio no entendía aquel trato… ¿Cómo podía tener aquel ogro una hija de sentimientos diferentes? ¿Seria otra trampa? pensaba Indeciso el hombre. Al verla tan cerca… él se miró en sus ojos… azules como el cielo que los cobijaba… tranquilos como el agua de sus pocetas… puro como las florecillas de su huerta.

Ya lejos de las miradas de los esbirros de su padre lo detuvo, Y… allí besó sus carnes acardenaladas… ¡aquellas heridas le laceraban el alma…!
Conmovida y animosa le manifestó su afecto diciéndole: ¡huyamos…! ¡Llévame contigo…!
¡Quiero ser tuya…!

El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió… la alzó intrépido, corrió… cruzó el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien lo acogió fraternalmente, le suministró materiales para la construcción de su choza y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos. La llegada del primogénito les ocasionó más alegría.

Una india vecina, conocedora del secreto de la joven pareja y sintiéndose desdeñada por el indio, optó por vengarse: escapó a la fortaleza a informar al conquistador el paradero de su hija.

Excitado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su ira y veneno mortal.

Ordenó a los soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de orilla del río. Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre.

El abuelo le decía al pequeñín: “Morirás, indio inmundo… ¡No quiero descendientes que manchen mi nobleza! ¡Tú no eres de mi estirpe…! ¡Tu tumba será el río…! Furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían esfuerzos sobrehumanos de soltarse las ligaduras y lanzarse al caudal inmenso a rescatar a su hijo… pero todo fue inútil.

Vino luego el martirio del cacique para atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza.

El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente… Por último la libertaron a ella… pero… enloquecida y desesperada por la perdida de sus dos amores, llamando a su hijo, se lanzó a la corriente y se ahogo.

Por eso, en noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del cristal.

cuentan unos abuelos africanos….

Cuentan unos abuelos africanos que hace muchisimos años en la aldea africanan vivia una mujer muy linda, que no sabia lo inteligente que era.

Esta joven crecio y un dia se enamoro y se caso con un hombre que le escribia poemas, le respetaba, le amaba y le cantaba canciones a la luz de la luna.

Sin embargo esta eterna luna de miel se vio opacada por la guerra, y un dia su esposo se despidio de ella para ir a pelear con los demas hombres de la villa.

Todos los hombres se fueron y las mujeres se quedaron para cuidar el cultivo, alimentar a los niños, y el tiempo fue pasando lentamente hasta que un dia muchos de los guerreros regresaron a sus hogares despues de la guerra.

Las mujeres de la villa estaban felices, y la mujer inteligente estaba muy contenta de revivir aquellos preciosos momentos compartidos con su esposo… pero el era otro, se comportaba indiferente, no resaltaba lo positivo de las cosas que ella hacia, al contrario disfrutaba mucho humillandola, criticandola injustamente y siempre ponia la parte negativa en cada situacion familiar, el ya no era el mismo.

Bueno como esta mujer era inteligente, se canso de la situacion y decidio hablar con la vieja mujer sabia de la aldea y le conto su problema, la mujer le escucho y le pidio tres bigotes de tigre para ponerle remedio a su situacion.

La mujer queria a su esposo, pero al mismo tiempo reflexionana en los peligros que afrontaria por conseguir tres bigotes de tigre, sabia que no era nada facil, ni siquiera el guerrero mas valiente y osado de la villa se atreveria a realizar semejante hazaña. Si embargo ella no era feliz y por eso no paraba de pensar como arrancar esos tres codiciados bigotes al tigre, ella se miraba cerca del tigre jalando el primer bigote y lo siguiente que miraba eran las fauces de la fiera jalando su brazo…pero -se decia a si misma- si no lo intento sigo con un esposo que no para de humillarme, denigrarme, criticarme e incluso insultarme … bueno -penso- a este punto que me coma el tigre!

La astuta mujer empezo por vigilar una cueva y descubrio que efectivamente ahi vivia uno, asi que cada dia visitaba la cueva con un canasto de carne y se lo ofrecia al tigre que indiferente rechazaba la oferta cada dia, hasta que llego un dia que se acostumbro a la presencia de la mujer y se acercaba a ella, husmeaba la carne y se iba, pero un dia comio carne del canasto, y de a poco el tigre aprendio a confiar en la mujer y llego al grado que el empezo a comer carne de la mano de la mujer sin lastimarla, lo que le permitio a ella ir arrancando cada vez un bigote, uno mas y otro mas… hasta que se vio corriendo de contenta con los tres bigotes en mano a la casa de la vieja mujer sabia, al fin habia conseguido el remedio para curar a su esposo y volver a revivir los momentos mas bello de su vida con un hombre maravilloso.

y
que
paso?
… no paso nada!

la vieja mujer sabia ni siquiera se desmayo al comprobar que efectivamente eran bigotes de tigre… lo unico que hizo la mujer sabia fue tirar al fuego los tres bigotes que fueron quemados frente a los horrorizados ojos de la mujer, que le increpo y le dijo lo dificil que habia sido conseguirlos.

A lo cual ella le respondio: si fue posible para ti amansar al tigre para luego arrancarle los tres bigotes, te imaginas lo facil que siempre a sido para ti amansar a tu esposo?

La leyenda de San Borondón(Canarias)

CRISTÓBAL, EL QUE VENDIÓ SU ALMA AL DIABLO

    Cuando Cristobal llegó a su casa, después de haber cumplido el servicio militar, con sus manos finas y limpias, y vió que tenía que dedicarse al trabajo del campo, pensó que esto ya no era para él. Los primeros días que tuvo que coger la azada y el pico se le llenaron las manos de vejigas. Y sin más decidió cambiar de oficio.

    Se hizo cazador. Colgó su escopeta al hombro y se marcho al monte. Un día que estaba descansando a la sombra de un árbol, se presentó ante é1 una terrible fiera que quería devorarlo; pero Critóbal, valiente y seguro, apuntó con su escopeta y derribó a la fiera. En esto se oyó una fuerte voz:
-Ya veo que eres valiente, Cristóbal; y aquí estoy para hacer un trato contigo.
La voz era del Diablo. Cristóbal contestó:
-Dime que trato es ese y después hablaremos.
-Quiero que me vendas tu alma, -le dijo el Diablo-. Durante cinco años tu alma estará pendiente de mí. Si antes de los cinco años mueres, el alma será mía. Si pasan esos cinco años y no has muerto, vuelves a quedar libre y podrás disponer de tu alma.
-Y a cambio de eso que me das?-pregunto el cazador.
-A cambio de eso te daré este abrigo. Es un abrigo que te dará todo el dinero que quieras; basta con que metas las manos en los bolsillos y pidas. Pero ahora falta que te ponga mi verdadera condición: en esos cinco años que dure mi poder, no podrás cortarte el pelo, afeitarte ni lavarte. Y siempre llevarás el mismo abrigo encima.
-De acuerdo-dijo Cristóbal.
-Y en este mismo sitio dentro de cinco años-dijo el Diablo. Y se separaron.

Cuatro años llevaba ya Cristóbal recorriendo el mundo con el abrigo puesto, con el pelo crecido, la barba larga y sucia, con una cara que daba miedo, Y no podía presentarse delante de nadie, porque todo el mundo huía. Una noche llegó a un pueblo y se dirigió a la posada. Al entrar, y asi que fue visto por el dueño, este no sabía donde meterse; temblaba todo asustado. Cristóbal pidió posada, y a cambio daría todo el dinero que le pidiesen. El posadero le dijo que le daría un cuarto apartado, si le prometía no salir de él, porque si los demás huéspedes lo veían, abandonarían todos la posada. Cristóbal lo prometió y se fue a dormir.

Poco después de estar acostado llegó a la posada un buen hombre, que vivía en un pueblo vecino. Estaba cansado y quería dormir para continuar su camino a la noche siguiente. El posadero le dijo:
-No tengo más que un cuarto donde poderlo meter: pero hay en el un hombre tan horrible que no me atrevo a aconsejarle que
pase la noche en su compañía. Más que un hombre parece una fiera. El recién llegado le contestó que eso no importaba, que lo que quería era pasar la noche de cualquier manera. Lo convinieron así.

    Entró en el cuarto donde estaba Cristóbal. Primero no se dijeron nada: al cabo de un rato se pusieron a hablar. Y el buen hombre contó a Cristóbal que había llegado al pueblo aquel por asuntos de un pleito, y que lo había perdido, lamentándose de que todas sus tierras y casa no le alcanzaran para pagar lo que le pedían. Cristóbal echó mano al bolsillo del abrigo v sacó muchos miles de duros, que entregó al hombre, diciéndole:
-Tenga usted y pague sus deudas; y vuelva tranquilo a su casa.
E1 buen hombre no quería creer lo que estaba viendo; pero terminó por aceptar el favor que aquel ser tan espantoso le hacía. Después le dijo:
-Yo quiero agradecerle a usted lo que ha hecho por mí. Quiero que venga a mi casa y vera las tres hijas que tengo. Si alguna de ellas lo quiere por marido, después que yo les cuente lo que usted ha hecho por mí, no tengo inconveniente ninguno.
Al amanecer del siguiente día marchó el buen hombre para su casa y anunció a sus hijas la visita que iban a recibir y el fin que tenía.

    Al anochecer, y antes de la llegada de Cristóbal, las dos muchachas mayores se peinaron, se empolvaron y se miraron al espejo. La más pequeña no pudo hacerlo, porque estaba siempre metida en la cocina y no tenía tiempo ni de lavarse.
Cuando Cristóbal llegó, estaban las tres esperandolo en la sala. No hizo más que asomar, y las dos mayores salieron huyendo, espantadas. La más pequeña se quedó y contempló a Cristóbal sin miedo. Este le dijo:
-¡No se asusta la niña!… ¿De verdad me quiere por marido? .
-Yo no me asusto, y lo acepto; porque usted ha hecho un bien muy grande a mi padre y a mi casa.
Cristóbal le contó toda su vida, el pacto con el Diablo y lo que todavía le quedaba. Ella contestó que nada le importaba, y que esperaría todo el tiempo que fuese menester.

-Está bien, dijo él. Me quedan dos años: uno para terminar mi trato con el Diablo y otro para recorrer el mundo en busca del dinero que he ido enterrando. Para que cuando vuelva te conozca y me conozcas, este anillo que llevo lo partiremos en dos; tu conservaras una mitad y yo la otra. Si al yo volver se emparejan los dos pedazos de anillo, no habrá duda de quien eres tú y de quien sea yo. Y entonces nos casaremos.

    Dicho esto salió a la calle y se marchó mundo adelante. Pasó el quinto año. Cristóbal y el Diablo se encontraron en el mismo lugar de la primera vez. Al verlo aparecer le dijo el Diablo:
-No he podido contigo, Cristóbal. Dame el abrigo y asunto terminado.
-Antes de dartelo–contestó Cristóbal-, me tienes que pelar, afeitar y lavar. Déjame como la primera vez que me viste.
Al Diablo no le quedo otro remedio, y recuperado su abrigo dejó solo a Cristóbal.

    Se transformó en un arrogante mozo, blanco de cara y fuerte de cuerpo. Tenía ahora el alma muy cantenta. Iba alegre recorriendo el mundo y recogiendo el dinero que había enterrado en muchos sitios. Pasado un año llegó a casa de las tres hermanas. Cuando el llegó, sólo se hallaban presentes las dos mayores, porque la más pequeña estaba siempre en la cocina, entre la ceniza y el fuego. Viendo a tan arrogante galán en la casa, las dos mozas no cabían en sí de contentas.
Pero Cristóbal pregruntó:
-¿No hay mas mozas en la casa?
-No; solamente nosotras, porque la criada está en la cocina.
-No importa, -dijo el muchacho-: quiero ver a la criada.
Y aunque las otras dos no querían, no quedó otro remedio que llamarla. Al verla entrar, Cristóbal se acerco a ella:
-¿No tiene usted un pedazo de anillo que hace dos años le entregó un hombre que sacó a su padre de un gran apuro?
-Sí; lo tengo aquí.
Y sacó de una faltriquera el medio anillo que, comparado con el que traía Cristóbal, hacían un anillo entero.
-Yo soy aquel hombre horrible que las asusto a ustedes. Como ésta fue la que me quiso entonces, con ella me quiero casar
ahora.

    Se celebraron las bodas con gran alegría. Pero la envidia atormentaba a las dos hermanas mayores. Y desesperadas, se tiraron a un aljibe y murieron ahogadas. A1 tiempo que esto sucedía, una voz se dejó oir a Cristóbal. Era la voz del Diablo, que decía:
-Cristóbal: he ganado yo; que por tu alma he ganado dos.
Y con esto se acaba el cuento.
 

LA ISLA DE SAN BORONDÓN

    Grandes y muchos fueron los prodigios que conoció San Brandán en su busqueda de aquel Paraiso donde Adán estuvo sentado el primero. Fue Barinthus, el ermitaño, quien le habló de aquella tierra prodigiosa en Ia que Dios permitía a sus santos que viviesen después de la muerte. Durante dos semanas el ermitaño Barinthus y su ahijado el monje Mernoc habían vagado por aquel maravilloso sitio, que estaba más al oeste de la Isla de las Delicias, en donde abundaban las flores y los árboles frutales, y cuyo suelo se pavimentaba de piedras preciosas. Asi recorrieron el lugar hasta que llegaron a un ancho
río. Cuando iban a sortearlo se les apareció un ángel que, prohibiéndoles continuar, los condujo de nuevo a su barco. Volvieron a la Isla de las Delicias, allí quedó el monje Mernoc, Barinthus regresó a Irlanda y, de camino a su monasterio, visitó a su primo Brandán y le narró sus aventuras.

    Tan impresionado quedó San Brandán por lo que le oyó a Barinthus que al día siguiente propuso a San Maclovio y catorce de sus discípulos emprender viaje en busca de la Tierra Prometida. Durante cuarenta días se prepararon para las fatigas del viaje, ayunando un día de cada tres, y aplicados en la construcción de un velero, de la clase “curragh” , cuyos
costados y cuadernas eran de mimbre que cubrían con piel de vaca curtida con corteza de roble. Para cuarenta días almacenaron provisiones y, también suficientes pieles para reemplazar las que cubrían el entramado de la nave. En medio del barco, al que bautizaron “Trinidad”, levantaron un mástil, y se hicieron con una vela y un timón. Entonces surcaron el mar.

    Durante siete años erraron por el Atlántico y avistaron muchas islas extrañas, como la de San Albeus en donde vivían veinticuatro monjes que, excepto para cantar himnos, no pronunciaban palabra desde hacía ocho años y conversaban mediante un lenguaje de signos. Después de aprovisionarse llegaron a una isla cubierta de viñas que producían uvas del tamaño de manzanas, y bastaba una de aquellas uvas para alimentar a un hombre durante todo un día. Y advirtieron también San Brandán, San Maclovio y sus monjes durante la travesía una gran columna de cristal con una envoltura de plata o de vidrio que permanecía de pie en medio del océano. Y encontraron demonios, pigmeos, gatos marinos y marinas serpientes, y dragones, buitres y ángeles. Y en una de tres islas volcánicas que avistaron descubrieron a Judas sentado en una roca donde descansaba de su tormento, pues era domingo. Y visitaron una isla habitada solo por grandes ovejas blancas. Y estuvieron en la isla que era el Paraiso de los Pájaros, en donde los árboles no daban hojas sino menudas criaturas cubiertas de plumas que colgaban por el pico de las ramas, succionando el jugo de la corteza.

    Grandes y muchos fueron los prodigios que conoció San Brandán en sus siete años de navegar hasta hallarse en la Tierra Prometida. Y allí, como a Barinthus, el ermitaño, y al monje Mernoc, el mismo ángel le prohibió cruzar el ancho río y le invitó a volver a su barco “Trinidad”, llevándose él y los suyos todas las frutas y piedras preciosas que pudiesen cargar. Cruzó el anillo de niebla que envolvía al Paraiso y tornó a Irlanda San Brandán. Y allí contó repetidas veces a sus hermanos como fue su aventura, donde disfrutaron con gozo, donde pasaron aprietos y cómo, en cuanto les hizo falta, encontró dispuesto y a punto todo cuando a Dios pidiera.

    Durante siete años erraron por el Atlántico San Brandán y San Maclovio y en la travesía muchas islas extrañas conocieron. Como la que habría de tomar su nombre del santo, por mas que tambien le decían “Aprósitus” o Inaccesible, “Non Trubada” y “Encubierta”. Y es que largo tiempo llevaban navegando los santos monjes sin descubrir tierra, con lo que sobrevino el día de Pascua. Rogó entonces San Brandán para que les hiciese Dios la gracia de hallar algún enclave en el que poder decir misa. Oyó el Señor los votos de su siervo y dispuso que en medio del mar apareciese repentinamente una isla. Asi fue como desembarcaron y, a los primeros pasos que dieron por el lugar, hallaron el cadaver de un gigante que yacía en un sepulcro. Por indicacion de San Brandán resucitó San Maclovio al gigante, al que instruyeron en la religión cristiana dándole idea del misterio de la Trinidad y de las penas del infierno. Luego lo bautizaron, poniéndole por nombre Milduo, y le dieron permiso para morir de nuevo.

    Erigieron los viajeros un altar y celebraron la Pascua con un hermoso oficio lleno de fervor. Cogieron, para guisarla, la carne que habían guardado en el barco y, en seguida, acumularon leña para asarla. Cuando estuvo aderezada la comida se prepararon para comerla. Más de pronto todos se pusieron a dar gritos, llenos de temor, porque la.tierra entera temblaba y se iba alejando mucho de la nave. Calmó a los monjes San Brandán, recogieron las provisiones y embarcaron todos de nuevo.

    Aunque ya a diez leguas de distancia, desde el velero pudieron divisar con toda nitidez el fuego que habían encendido sobre la isla que, aprisa, iba desapareciendo. Asi, como una engañosa ballena, acabó por hundirse en el océano, dispuesta a resurgir de entre las aguas para asombro y maravilla de navegantes.

la leyenda de Gara y Jonay (Guanche)

Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder ocurrirá”.
    Asi había hablado Gerían, el viejo que rompía gánigos con la mirada. Gara no supo qué secreto guardaban las palabras del viejo de los ojos poderosos. Estaban próximas las fiestas del Beñesmén. Pronto llegarían a La Gomera desde Tenerife los Menceyes y nobles principales para tomar parte en las celebraciones de la recolección. Gara, princesa de Agulo, y las jóvenes gomeras habían acudido donde Los Chorros de Epina para mirar su rostro en el agua. Fue entonces cuando los ojos poderosos del viejo Gerían vieron lo que a ninguna otra mirada se revelaba.

    -“La sombra del fuego quema el agua. La muerte acecha. Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder ocurrirá”.

    Siete chorros mágicos manaban en Epina. Los siete nacían en siete puntos distintos de los adentros de la isla sin que nadie hubiese descubierto nunca su orígen secreto. Siete charcos formaban los siete chorros y siete virtudes ofrecían a los que de ellos bebiesen. Y era costumbre que, cuando llegaban las fiestas del Beñesmén, las jóvenes gomeras juntasen agua de cada uno de los siete chorros en un pequeño estanquillo hecho a base de beas, musgos y yedras. Antes de que el sol rayara, miraban su rostro en el agua y si la imagen era calma y clara, ese año encontrarían pareja, más si el reflejo era turbio o lo empañaban las sombras, la desgracia aguardaba como aguarda sigilosa en su tela la araña.

    Gara se había asomado al estanquillo y, al principio, fue nítido y quieto el reflejo de su imagen, pero pronto el líquido se cubrió de sombras y comenzó a agitarse hasta que en vez de su rostro apareció un sol incendiario que cegó el agua dejándola sucia, revuelta y anochecida.

    -“Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habra de consumirte”.
Asi habló Gerián, el que rompia gánigos con la mirada, el que veía lo que a otros ojos quedaba oculto. Y corrió de boca en boca el augurio. Y calló Gara su temor y su asombro.

    Arribaron los Menceyes y nobles de Tenerife a las playas de La Gomera para compartir las fiestas del Beñesmén. Al Mencey de Adeje le acompañaba su hijo Jonay que no tardó en distinguirse en las luchas con los banotes, en la esquiva de guijas, en la alzada de pesos y en las otras competiciones y juegos en que tomaba parte. Gara lo contemplaba. Como acude la sangre a la herida o como el mar refleja el cielo, inevitablemente, se descubrieron y se enlazaron sus miradas. No pudieron impedir que el amor les alcanzase. Asi lo hicieron saber a sus padres y asi, para anadir más jubilo a la alegría de las fiestas del Beñesmén, fue hecho público su compromiso.

    Apenas se propagó la nueva, inesperadamente el mar se pobló de destellos y se cuajó el aire de estampidos y ecos prolongados. Echeyde, el gran volcán de Tenerife, arrojaba lava y fuego por el crater. Tanta era su furia que desde La Gomera podian divisar las largas lenguas encendidas estirándose desde la cima hacia lo alto. Entonces fue cuando recordaron el augurio del viejo Gerián, el aojador. Gara y Jonay, agua y fuego. Gara era princesa de Agulo, El Lugar Del Agua. Jonay venía de la Tierra del Fuego, de la Isla del Infierno. No podia ser. El fuego retrocede ante el agua. El agua se consume en el fuego. Gara y Jonay, agua y fuego. Imposible su mezcla imposible la alianza. Las llamaradas que brotaban de
la boca de Echeyde lo confirmaban. Aquel amor era imposible. Sólo grandes males podían sucederse si no se separaban. Bajo amenaza, les prohibieron sus padres que volvieran a encontrarse. Su unión quedó maldita.

    Calmó su furia Echeyde y de nuevo se encerró el fuego en sus adentros de piedra. Concluyeron las fiestas del Beñesmén y, sin peligro ya en la isla, regresaron a Tenerife los Menceyes y nobles que habían ido a La Gomera. Mas Jonay no podía olvidar a Gara. Un peso infinito, como un quebranto interminable, lo doblegaba y lo desvivía. Necesitaba volver a verla, tenerla a su lado pese a las prohibiciones, pese a la maldición que sobre ellos se cernía.

    Ató Jonay a su cintura dos vejigas de animal infladas y, al amparo de la noche, se lanzó al mar dispuesto a atravesar la distancia que le separaba de su enamorada. Las vejigas le ayudaban a flotar y, cuando el cansancio rendía sus fuerzas, la imagen de Gara acudía a su memoria dándole ánimos para recobrarse y seguir nadando. Asi hasta que, aun dudosa, la luz del alba lo recibió al llegar a las playas de La Gomera.

    -“El fuego habrá de consumirte”.
Eso le había dicho Gerián a Gara. Y un fuego desmesurado la incendió cuando Jonay, escabulléndose y ocultándose, fue a encontrarla y se abrazaron apasionadamente.

    Escaparon por entre los montes de laurisilva hasta refugiarse en El Cedro. Allí se entregaron al amor y se fundieron sus labios y sus ansias. Más no podía durar mucho aquella pasión furtiva. Lo dijo Gerián cuando el rostro de Gara desapareció del agua de Los Chorros de Epina y en su lugar sólo hubo un resplandor de hoguera sobre el líquido sucio, revuelto y anochecido.

    -“La muerte acecha. Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será., lo que ha de suceder ocurrirá”.
Enterado el padre de Gara de la huída de su hija con Jonay, dispuso que salieran a perseguirlos. En la cumbre más alta de La Gomera habrían de encontrarlos, estrechamente unidos, amandose. Antes que volver a separarse, antes de que sus perseguidores les prendieran, Gara, la princesa del Lugar Del Agua, y Jonay, príncipe de la Tierra del Fuego, buscaron la muerte. Afiló Jonay con su tabona los extremos de una recia vara de cedro y la colocó entre su pecho y el de Gara, las puntas hirientes apoyadas sobre sus corazones. Luego, sin decirse nada, mirándose a los ojos, sintiendo como la vara de cedro los traspasaba por el empuje de su violento y desesperado abrazo, quedaron quietamente fundidos. Entonces agua y
fuego fueron uno solo en la suma de sus cuerpos.
 

leyendas guanches 2

LOS REINOS DE GUISE Y AYOSE

Una pared de piedra, extendida de mar a mar, dividía la isla de Fuerteventura y separaba sus dos reinos. Guise era monarca de Maxorata; Ayose de Jandía. Sus continuas discordias acabaron cuando el muro fue alzado y el aislamiento hizo posible la tranquilidad y la convivencia sin hostilidades.
Tanto Guise como Ayose y sus súbditos profesaban gran estima a Tibiabin la pitonisa. Adivinatoria como Guañameñe, el augur de Tenerife, y como Yoñe, el oráculo del Hierro, sus vaticinios siempre se habían confirmado. Igual estima y respeto sentían por Tamonanate, hija de Tibiabin, sibila como ella y consejera de gran predicamento. La voz de Tamonante era oída en las asambleas de los nobles a quienes exhortaba a cumplir sus juramentos y a mirar por el bienestar de los isleños. Ella cuidaba que las leyes no fuesen meras palabras dictadas en vano.
Y Guise y Ayose quisieron conocer el porvenir de sus reinos y los acontecimientos que aguardaba a sus vidas. Se reunieron con Tibiabin y Tamonante, las pitonisas de Fuerteventura.
– ¿Qué fin es el que nos espera ?
Varios gánigos de leche vertió Tibiabin sobre el efequén invocando las señales del futuro. Tamonante, con el tafiaque de pedernal, sacrificó una pequeña baifa y entregó las vísceras a su madre. La sangre aún tibia y reciente sobre los despojos, en ella leyó Tibiabin:
– Llegarán gentes poderosas por el mar en sus casas blancas. No temáis ni le tratéis con violencia. Antes bien, recibidles con alegría y entregaros a sus designios pues solo beneficios traerán a nuestra tierra.
No agradó a Guise, tampoco a Ayose, lo que Tibiabin acababa de profetizar, mas nada dijeron. Marcharon silenciosos cada uno a sus dominios tras la ringlera de piedras del muro.
La arribada de las naves de la expedición de Juan de Bethencourt y Gadifer de la Salle quebró la calma maliciosa de la isla. Los europeos de tardaron en revelar sus propósitos: les guiaba el afán de riqueza, el deseo de hacer esclavos para venderlos. Y tanta era su ambición que entre ellos mismos, gascones y normandos, se producían indisciplinas y desórdenes, desvíos y traiciones. Aprovecharon pues los isleños para sumar victorias en los combates y aniquilaron a los guardianes del castillo de Risco Roque, la fortaleza que habían edificado los invasores. Más Tibiabin y Tamonante auguraron grandes desgracias si no cesaban las hostilidades, si no rendían sus fuerzas y se doblegaban a los extranjeros.
Fue mucha la sangre acumulada bajo el vuelo siempre siniestro de los guirres. Guise y Ayose comenzaron a sufrir reveses en la contienda ya que los extranjeros andaban mejor armados. Sin embargo, los dos soberanos de Fuerteventura veían en sus derrotas el castigo por haber desoído las voces proféticas de las pitonisas. Y así, primero el uno, después el otro, ambos en compañía de buen número de adictos, resolvieron entregarse a los invasores.
Creyó entonces Tibiabin que se iniciaría una nueva era de fecunda y apacible prosperidad para la isla. Tal vez, como le había oído a ciertos europeos que visitaron Fuerteventura antes de la expedición de Juan de Bethencourt, empezaría el tiempo de paz perpetua y de felicidad que traía consigo el bautismo. Eso pensaba Tibiabin que secretamente guardaba las enseñanzas de aquellos europeos. Eso dijo su hija Tamonante. Y eso repetían ambas a quienes aún se negaban a rendirse.
Ya no Guise, sino Luis. Tampoco Ayose, sino Alfonso. Tales fueron los nuevos nombres impuestos al ser bautizados a quienes habían sido los monarcas de Fuerteventura. Y con sus nuevos nombres, ellos que poseyeron toda la islas, recibieron cuatrocientas fanegas de labrentío y frutal, exentas de tributos durante nueve años. También Tibiabin obtuvo merced de tierras de parte de los conquistadores.
Poco a poco propagaron los europeos sus modos y sus normas, mientras recorrían la isla proporcionándose orchilla y otros productos de los que se sacaban pingües ganancias. Aprendieron los isleños a confeccionar muchos alimentos, a hablar en otro idioma y creer en otra religión, a cultivar los campos y a construir más amplias y mejores habitaciones.
Mas luego que Juan de Bethencourt delegara en su sobrino, el tiránico Maciot, el gobierno de la isla, y cuando fue escasa la orchilla y el sequero sequero agotó las simientes, los europeos trataron con miserable desdén a los isleños muchos de los cuales fueron presos y vendidos. El miedo y las amenazas se establecieron en la isla. Tibiabin y Tamonante, las pitonisas que vaticinaron una nueva época, fecunda y feliz, por amor de los extranjeros, sintieron sobre ellas el peso del odio y el desprecio de sus gentes. Como una maldición secreta pero ineludible.
Cruzó el viento por sobre los jables de la isla, persistieron calcosas, aulagas y verodes bajo el cielo parco de lluvias, Maciot de Bethencourt huyó y vino Hernán Peraza a sucederle, y aquella maldición nunca dicha que pesaba sobre Tibiabin y Tamonante hubo de cumplirse.
Desembarcaron los piratas en las playas de Fuerteventura y, con asombrosa rapidez, capturaron a algunos pastores y varias mujeres. Tibiabin cayó prisionera. El alisio hinchó las velas del navío cuando, sin que pudieran evitarlos los isleños, se alejó de la playa con rumbo incierto.
No soportó Tamonante el verse sola, apartada de su madre. El dolor le fue adentrando hasta doblegarla, hasta confundir sus sentidos y anegar su entendimiento como en una nube de calima. Nadie reparó en ella cuando se detuvo al borde del barranco del Janubio. Ni siquiera supo por que se arrojó al vacío.

Gara y Jonay

La historia de Gara y Jonay es una bella leyenda guanche. Gara era una bella princesa de La Gomera que se enamoró de Jonay, también príncipe, hijo de un rey de Tenerife. Jonay nadó, sobre unas pieles de cabra infladas de aire, desde Tenerife a La Gomera, para encontrarse con su amada. Pero los padres de la pareja, asustados ante los malos augurios de un Teide humeante, se opusieron firmemente a la relación. …/Gara y Jonay huyeron, entonces, al monte más alto de la Isla, hasta donde fueron perseguidos. Viéndose acorralados, afilaron un palo por sus dos extremos y, apoyándolo en sus pechos, se abrazaron para morir atravesados por la madera. Hoy, aquel monte y su Parque Nacional lleva el nombre de Garajonay, en recuerdo de aquellos jóvenes que escogieron morir juntos antes que vivir separados.

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