las casas de los toltecas

Tomado del libro Hijos de la Primavera: vida y palabras de los indios de América; F.C.E., México 1994 pág.77
Coordinador: Federico Navarrete Linares.
Adaptación: Federico Navarrete Linares.
Ilustrador: Susana Abundis.
Hace mil años, Tula, en el centro de México, llegó a ser una gran ciudad en donde vivían muchos miles de personas. Las casas de sus habitantes estaban construidas una al lado de la otra como en nuestras ciudades modernas. Como a los habitantes de cualquier ciudad, a los toltecas les preocupaba defender su privacía, y por eso elevaban altas bardas de piedra y adobe para separar sus casas de la calle. Las puertas ten&iac ute;an forma de “ele” y para entrar a la casa era preciso dar dos vueltas, de modo que ningún curioso podía asomarse al patio interior sin ser descubierto.

El patio era el centro de la casa. En él había un altar para el dios que protegía a los habitantes. Alrededor del patio estaban los cuartos en que vivía cada familia. Las familias que compartían una casa eran de parie ntes, quizá hermanos o primos.

    Los cuartos estaban elevados sobre el nivel del patio y tenían pisos encalados de cal y arena. Para llegar al cuarto había que subir una escalera de dos o tres escalones y apartar la cortina de tela que tapaba la puerta. Los muros era n de adobe y también estaban encalados. Las familias más pobres, sin embargo, tenían que conformarse con un piso de tierra y con muros sin cal. Los techos eran planos, hechos de madera y cemento. Tenían canales especiales para desaguar el agua de las lluvias. Las casas eran frescas en el tiempo de calor y calientes en el invierno. En su cuarto cada familia realizaba todas sus actividades. En un extremo de la habitación estaba el fogón donde las mujeres preparaban las tortillas de maíz y los otros alimentos. Con el tiempo, las paredes de ese rincón se enegrecían por el humo. En ese mismo lugar las mujeres tenían sus utencilios para hilar y coser. Los hombres solían sentarse en el otro extremo de la habitación para realizar sus labores. Algunas casas, por ejemplo, tenían hornos de cerámica, otras, talleres para hacer cuchillos de obsidiana. Cuando llegaba la noche, todos los miembros de la familia dormía n en el piso, sobre petates de mimbre, muy cerca unos de otros para protegerse del fría.

    Como en todas las ciudades hay ladrones, los toltecas tenían que proteger sus bienes más valiosos, como las hermosas vasijas traídas de tierras lejanas. Para ello tenían sótanos, a los que que se llegaba por una p uerta de madera que se escondía debajo de un petate.

    Las casas de Tula no dejaban de cambiar. Si un hijo se casaba, había que construirle un nuevo cuarto, para que viviera en él con su mujer y sus hijos. También se podía aprovechar el espacio libre en una habitación para construir una bodega en la que se guardaba maíz. Si la familia era próspera, podía decorar las paredes con piedras talladas o pintarlas de colores. Las obras eran realizadas por albañiles profesionales que se encargaban d e ir a las canteras por la piedra y el barro y de elevar los muros y los techos. Las casas toltecas

    Hace mil años, Tula, en el centro de México, llegó a ser una gran ciudad en donde vivían muchos miles de personas. Las casas de sus habitantes estaban construidas una al lado de la otra como en nuestras ciudades modernas . Como a los habitantes de cualquier ciudad, a los toltecas les preocupaba defender su privacía, y por eso elevaban altas bardas de piedra y adobe para separar sus casas de la calle. Las puertas tenían forma de “ele” y para entrar a la casa era preciso dar dos vueltas, de modo que ningún curioso podía asomarse al patio interior sin ser descubierto.

    El patio era el centro de la casa. En él había un altar para el dios que protegía a los habitantes. Alrededor del patio estaban los cuartos en que vivía cada familia. Las familias que compartían una casa eran de p arientes, quizá hermanos o primos.

    Los cuartos estaban elevados sobre el nivel del patio y tenían pisos encalados de cal y arena. Para llegar al cuarto había que subir una escalera de dos o tres escalones y apartar la cortina de tela que tapaba la puerta. Los muros era n de adobe y también estaban encalados. Las familias más pobres, sin embargo, tenían que conformarse con un piso de tierra y con muros sin cal. Los techos eran planos, hechos de madera y cemento. Tenían canales especiales para desaguar el agua de las lluvias. Las casas eran frescas en el tiempo de calor y calientes en el invierno. En su cuarto cada familia realizaba todas sus actividades. En un extremo de la habitación estaba el fogón donde las mujeres preparaban las tortillas de maíz y los otros alimentos. Con el tiempo, las paredes de ese rincón se enegrecían por el humo. En ese mismo lugar las mujeres tenían sus utencilios para hilar y coser. Los hombres solían sentarse en el otro extremo de la habitación para realizar sus labores. Algunas casas, por ejemplo, tenían hornos de cerámica, otras, talleres para hacer cuchillos de obsidiana. Cuando llegaba la noche, todos los miembros de la familia dormía n en el piso, sobre petates de mimbre, muy cerca unos de otros para protegerse del fría.

    Como en todas las ciudades hay ladrones, los toltecas tenían que proteger sus bienes más valiosos, como las hermosas vasijas traídas de tierras lejanas. Para ello tenían sótanos, a los que que se llegaba por una p uerta de madera que se escondía debajo de un petate.

    Las casas de Tula no dejaban de cambiar. Si un hijo se casaba, había que construirle un nuevo cuarto, para que viviera en él con su mujer y sus hijos. También se podía aprovechar el espacio libre en una habitación para construir una bodega en la que se guardaba maíz. Si la familia era próspera, podía decorar las paredes con piedras talladas o pintarlas de colores. Las obras eran realizadas por albañiles profesionales que se encargaban d e ir a las canteras por la piedra y el barro y de elevar los muros y los techos.