LA CREACION

LA CREACION
Victor Antonio Caso
Referencia
Caso, Antonio. “La Creación de los Dioses” en El Pueblo del Sol. México: FCE, 1971. Ometecuhtli y Omecíhuatl -también llamados Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl-, tuvieron cuatro hijos a los que encomendaron la creación de los otros dioses, del mundo y de los hombres. Los cuatro dioses hijos de la primitiva pareja divina fueron el Tezcatlipoca rojo, llamado también Xipe y Camaxtle; el Tezcatlipoca negro, llamado comúnmente Tezcatlipoca; Quetzalcóatl, dios del aire y de la vida, y Huitzilopochtli, el Tezcatlipoca azul.

Una de las ideas fundamentales de la religión azteca consiste en agrupar a todos los seres según los puntos cardinales y la dirección central, o de abajo arriba. Por eso en la mentalidad mexicana son tan importantes los números 4 y 5, como en la mentalidad mágica occidental es importante el número 3.
Los cuatro hijos de la pareja divina (que representa la dirección central, arriba y abajo, es decir, el cielo y la tierra) son los regentes de las cuatro direcciones o puntos cardinales; por eso vemos que tres de ellos se nos presentan con colores diferentes: rojo, negro y azul, que corresponden al este, al norte y al sur, mientras que Quetzalcóatl está quizá en el lugar que debió tener en el mito primitivo un Tezcatlipoca blanco, que correspondería al oeste.

En efecto, en el Códice de Bolonia o Cospi aparece un Tezcatlipoca blanco, con todas las características del dios de la providencia, del que no difiere sino por el color. El Códice de Bolonia pertenece a la misma región poblano-tlaxcalteca que el Códice Borgia ya mencionado, y estos manuscritos están pintados en un estilo idéntico al de las pinturas que decoran los altares de Tizatlán en Tlaxcala y a la cerámica policroma que se encuentra en este mismo lugar y en otros muchos sitios del valle de Puebla, como Tepeaca, Atlixco, Totimihuacán, etc., lo que demuestra que los códices o manuscritos pictóricos de lo que se ha llamado, con razón, el Grupo del Borgia pertenecen a las culturas que florecieron en la región poblano-tlaxcalteca.

Esta idea fundamental de los cuatro puntos cardinales y de la región central (abajo-arriba), que da la quinta región o sea la región central, se encuentra en todas las manifestaciones religiosas del pueblo azteca y es uno de los conceptos que sin duda este pueblo recibió de las viejas culturas de Mesoamérica.
No sólo los colores y los dioses quedan agrupados en esta forma; también los animales, los árboles, los dias y los hombres, por el día en que nacen, pertenecen a una de las cuatro regiones del mundo, pues el hombre recibe el mismo nombre del dia en que nace, dentro del calendario ritual de 260 dias, que después explicaremos, y que se divide en cuatro partes de 65 dias cada una, que corresponden al este, al norte, al oeste y al sur, y que se repiten en la infinitud del tiempo.

El mundo y el hombre han sido creados varias veces, según la concepción azteca, porque a una creación ha seguido siempre un cataclismo que ha puesto fin a la vida de la humanidad. La última vez que el hombre fue creado, según uno de los mitos, conservado por Mendieta, Quetzalcóatl, el Prometeo mexicano, el dios benéfico para todos, bajó al mundo de los muertos para recoger los huesos de las generaciones pasadas y, regándolos con su propia sangre, creó la nueva humanidad.
El hombre ha sido creado por el sacrificio de los dioses y debe corresponder ofreciéndoles propia sangre. El sacrificio humano es esencial en la religión azteca, pues si los hombres no han podido existir sin la creación de los dioses, éstos a su vez necesitan que el hombre los mantenga con su propio sacrificio y que les proporcione como alimento la sustancia mágica, la vida, que se encuentra en la sangre y en el corazón humanos. Esta idea de que el hombre es un colaborador indispensable de los dioses, ya que éstos no pueden subsistir si no son alimentados, se encuentra claramente expresada en el sangriento culto de Huitzilopochtli, que es una manifestación del dios solar.

Huitzilopochtli es el Sol, el joven guerrero que nace todas las mañanas del vientre de la vieja diosa de la tierra, y muere todas las tardes, para alumbrar con su luz apagada el mundo de los muertos.
Según la leyenda, Coatlicue, la vieja diosa de la tierra, era sacerdotisa en el templo y vivia una vida de retiro y castidad, después de haber engendrado a la Luna y a las estrellas; pero un dia, al estar barriendo, encontró una bola de plumón, que guardó sobre su vientre. Cuando terminó sus quehaceres, busco la bola de plumón, pero había desaparecido, y en el acto se sintió embarazada. Cuando la Luna, llamada Coyolxauhqui, y las estrellas, llamadas Centzonhuitznáhuac, supieron la noticia, se enfurecieron hasta el punto de decidir matar a la madre. Lloraba Coatlicue por su próximo fin, pues ya la Luna y las estrellas se armaban para matarla, pero el prodigio que estaba en su seno le hablaba y consolaba diciéndole que, en el preciso momento, él la defendería contra todos. Cuando los enemigos llegaron a sacrificar a la madre, nació Huitzilopochtli y, con la serpiente de fuego, cortó la cabeza a la Coyolxauhqui y puso en fuga a los Centzonhuitznáhuac. Por eso, al nacer el dios, tiene que entablar combate con sus hermanos, las estrellas, y con su hermana la Luna, y armado de la serpiente de fuego, el rayo solar, todos los días los pone en fuga y su triunfo significa un nuevo dia de vida para los hombres. Al consumar su victoria es llevado en andas hasta el medio del cielo por las almas de los guerreros, que han muerto en la guerra o en la piedra de los sacrificios y, cuando empieza la tarde, es recogido por las almas de las mujeres muertas en parto, que se equiparan a los guerreros porque fallecieron al tomar prisionero a un hombre, el recién nacido. Durante la tarde, las almas de las madres conducen al Sol hasta el ocaso, en donde mueren los astros, y adonde el Sol, que se compara al águila, cae y muere y es recogido otra vez por la tierra. Todos los dias se entabla este divino combate; pero para que triunfe el Sol es menester que sea fuerte y vigoroso, pues tiene que luchar contra las innumerables estrellas del norte y del sur, y ahuyentarlas a todas con la flecha de luz. Por eso el hombre debe alimentar al Sol; pero, como dios que es, desdeña los alimentos groseros de los hombres y sólo puede ser mantenido con la vida misma, con la sustancia magica que se encuentra en la sangre del hombre, el chalchiuatl, el “líquido precioso”, el terrible néctar de que se alimentan los dioses. El azteca, el pueblo de Huitzilopochtli, es el pueblo elegido por el Sol; es el encargado de proporcionarle su alimento; por eso para él la guerra es una forma de culto y una actividad necesaria, que lo llevó a establecer la Xochiyaóyotl o “Guerraflorida”, que a diferencia de sus otras guerras de conquista no tenía por objeto apoderarse de nuevos territorios, ni imponer tributo a los pueblos conquistados, sino procurarse prisioneros para sacrificarlos al Sol. El azteca es un hombre que pertenece al pueblo elegido por el Sol, es su servidor y debe ser, en consecuencia, antes que nada, un guerrero y prepararse desde su nacimiento para la que será su actividad más constante, la Guerra Sagrada, especie de torneo al que concurrían especialmente los enemigos “de la casa”, los tlaxcaltecas, los hombres del bezote curvo en forma de garra, adornados como los aztecas con sus mejores galas y haciendo ostentación de los grandes penachos de plumas ricas y de las armaduras, divisas y escudos, suntuosamente adornados con mosaicos de plumas y piedras preciosas, y láminas y cascabeles de oro.

Dos son los dioses que alternativamente han creado las diversas humanidades que han existido: Quetzalcóatl, el dios benéfico, el héroe descubridor de la agricultura y de la industria, y el negro Tezcatlipoca, el dios todopoderoso, multiforme y ubicuo, el dios nocturno, patrono de los hechiceros y de los malvados. Los dos dioses combaten y su lucha es la historia del universo; sus triunfos alternativos son otras tantas
Las tradiciones no están de acuerdo en el orden que deben seguir las diversas creaciones. Según una de ellas, la primera época del mundo o Sol se inicia así:Tezcatlipoca el nocturno, el que tiene por nahual o disfraz al tigre, cuya piel manchada semeja el cielo con los enjambres de estrellas, fue el primero que se hizo sol y empezó la era inicial del mundo. Los primeros hombres fueron entonces los gigantes, que habían sido creados por los dioses y no sembraban ni cultivaban la tierra, sino que vivían comiendo bellotas y otras frutas y raíces silvestres. Tezcatlipoca era también la constelación de la Osa Mayor, que a los aztecas se les figuraba un tigre, y cuando gobernaba el mundo como sol que era, su enemigo Quetzalcóatl le dio un golpe con un bastón y cayó al agua transformándose en tigre y se comió a los gigantes, quedando despoblada la tierra y sin sol el universo. Esto ocurrió en el día llamado “4. Tigre”.

Quetzalcóatl se hizo entonces sol y lo fue hasta que el tigre Tezcatlipoca lo derribó de un zarpazo. Se levantó entonces gran viento y todos los árboles fueron derribados y la mayor parte de los hombres perecieron, pero algunos quedaron convertidos en monos; es decir, en hombres disminuidos. Esto sucedió en el día “4. Viento”. Los hombres sólo comían entonces piñones de los pinos o acocentli.
Los dioses creadores pusieron entonces por sol al dios de la lluvia y el fuego celeste, Tláloc, pero Quetzalcóatl hizo que lloviera fuego y los hombres perecieron o quedaron convertidos en pájaros. Esto sucedió en el día “4. Lluvia.” La comida de los hombres durante esta edad era una semilla llamada acecentli o sea “maíz de agua”. Entonces Quetzalcóatl puso por sol a la hermana de Tláloc, la diosa Chalchiuhtlicue, “la de las faldas de jade”, diosa del agua, pero fue quizá Tezcatlipoca el que hizo que lloviera con tal fuerza, que la tierra se inundó y perecieron los hombres o fueron transformados en peces. Esto sucedió en el día llamado “4. Agua”. Durante esta edad comían cencocopi o teocentli. El cielo, que es de agua, cayó sobre la tierra y fue menester que Tezcatlipoca y Quetzalcóatl lo levantaran para que empezara a aparecer ésta; por eso vemos a Quetzalcóatl sosteniendo el cielo con sus manos, en el Cddice de Viena.
Siguiendo otras tradiciones, la primera destrucción debía haberse hecho por el agua, y los hombres quedaron convertidos en peces, la segunda por el fuego y los hombres quedaron convertidos en aves, la tercera por el viento y los hombres quedaron convertidos en monos, y la cuarta y última por los tigres que se comieron a los gigantes, quedando entonces despoblada la tierra. En favor de esta tradición tenemos el hecho de que los gigantes, llamados quinametzin, se mencionan ya en las tradiciones históricas habitando la tierra y aun peleando con los hombres, principalmente en la región de Tláxcala.

Por otra parte, la destrucción por el agua, fuego, aire y tigres, y la conversión de la humanidad en peces, aves, monos y gigantes, parece ya señalar una idea no de evolución, pero si de progreso en los diversos ensayos que hacen los dioses, idea que también se encuentra, como vamos a verlo, en las tradiciones de otros pueblos de Mesoamérica, así que en el primer ensayo la humanidad se transformaría en peces, y en el segundo en aves; en el tercero, el intento de crear a la humanidad resultaria también fallido, pero los hombres ya quedarían convertidos en monos, mientras que en el cuarto intento ya eran hombres, sólo que con características de bárbaros, que no sembraban y que vivían, como dice la tradición, de comer bellotas y raíces.
Del mismo modo las diversas plantas que se citan como comida de la humanidad van acercándose progresivamente al ideal de alimentación del indio mesoamericano que, casi es inútil deeirlo, está representado por el maíz. En efecto, la última planta citada, el cencocopi, no es otra cosa que el teocentli, planta tan semejante al maíz; que se ha llegado a considerar que es el antepasado silvestre de esta graminea, o bien, según las últimas investigaciones, una de las plantas que por hibridación ha engendrado el maíz actual. A veces se citan sólo los nombres esotéricos de los alimentos de las humanidades pretéritas; así las bellotas se llamaban “7. Hierba”; el acocentli se llamaba ”1. Serpiente”; el acecentli (Milium) se llamaba “4.Flor” y el teocentli, “7. Pedernal”; mientras que el maiz actual se llamaba “7. Serpiente”.

Había en la idea de las múltiples creaciones, además de ese sentimiento de ensayo divino, que los dioses destruyen por imperfecto, la idea de que los mundos que se van creando se van acercando a la perfección. Para el azteca, en consecuencia, no todo tiempo pasado fue mejor; la edad de oro no hay que colocarla en el principio de las cosas, sino que son los dioses los que al ir ensayando sus múltiples creaciones lograron encontrar al fin la solución que los lleva a la creación de una humanidad perfecta y un alimento perfecto.
Concuerda en gran parte esta idea de las múltiples creaciones con los mitos que nos han quedado de los quichés, pues en su libro sagrado, el Popol Vuh, se relata que el creador hizo varios intentos antes de realizar su obra perfecta. Así se crearon primero los venados y las aves; pero, como no pudieron elevar al cielo sus plegarias, fueron condenados y sus “carnes serán molidas entre los dientes”. La segunda creación fue de hombres de barro, la tercera de hombres de madera, pero tuvieron que ser destruidos porque carecían de corazón y no podian alabar a los dioses. Sólo cuando éstos emplearon la semilla del maíz para const~uir el cuerpo del hombre, éste pudo vivir~ y los cuatro hombres construidos con maíz pudieron al fin dar gracias a los dioses por su creación. También aquí encontramos la idea de que los dioses exigen de los hombres un culto constante, y que la creación no es un don gracioso hecho al hombre por el dios, sino un compromiso que implica la obligación de una adoración continua por parte del hombre.

El mito quiché, como el mito azteca, indica además que para estos pueblos los bárbaros que no sembraban maíz y que no tenian el culto organizado de las grandes teocracias centroamericanas eran como remedos de hombres que tenían que ser destruidos, pues no había aparecido para ellos el alba de la cultura, según se expresa en el Popol Vuh, y vemos también que la idea de las creaciones múltiples es, como entre los aztecas, la expresión de ensayos progresivos que hacen los dioses, creando primero los animales y ensayando después materias más y más nobles, hasta dar con el maiz, que es aquí otra vez la sustancia divina de la que está formado el cuerpo del hombre.
Después que se destruyó la última humanidad-sea por el agua como lo quiere una de las tradiciones, o porque los dioses acabaron con los gigantes como lo quiere la otra, es de todos modos cierto que el Sol se había perdido en la catástrofe, y que no había quien iluminara al mundo. Entonces se reunieron todos los dioses en Teotihuacán y determinaron que uno de ellos se sacrificara y se convirtiera en Sol.
Dos dioses se prestaron para este sacrificio; uno de ellos, rico y poderoso, se preparó ofreciendo al padre de los dioses bolas de copal y liquidámbar, y en vez de espinas de maguey, tintas en su propia sangre, ofrecía espinas hechas de preciosos corales. El otro dios, pobre y enfermo, no podía ofrecer más que bolas de heno y las espinas de maguey teñidas con la sangre de su sacrificio.

Cuatro días seguidos ayunaron y se sacrificaron los dioses que iban a intentar la prueba, y al quinto todas las deidades se colocaron en dos filas, al final de las cuales se encontraba el brasero sagrado, en el que ardía un gran fuego, para que se arrojaran los que habían de intentar la prueba y salieran purificados para alumbrar con su brillo al mundo. El dios pobre y el dios rico se prepararon para intentarla. Tocó el primer lugar al rico, como más poderoso, pero aun cuando se lanzó tres veces siempre se detuvo al borde de la hoguera sin atreverse a dar el salto.
Probó entonces el desvalido su valor, y cerrando los ojos dio un salto y cayó en medio del brasero divino que alzó gran llama. Cuando ésta se apagaba, el rico, avergonzado de su pusilanimidad, se arrojó a la hoguera y se fue consumiendo. También el tigre entró en las cenizas y salió con la piel manchada, y el águila también entró, y por eso tiene las plumas de la cola y de las alas ennegrecidas. Los dioses que se sacrificaron habian desaparecido, pero el astro no se mostraba aún y las otras deidades inquietas se pregunt~ban por dónde aparecería. Por fin salió el Sol y casi inmediatamente brotó la Luna, que brillaba tanto como el primero. Los dioses indignados por su osadía le dieron en el rostro un golpe con un conejo, dejándole esta señal que aún conserva, pues para el azteca las manchas de la Luna representan la figura de un conejo. Pero el Sol no se movía; estaba en la orilla del cielo y no parecía dispuesto a hacer su camino.
Preguntáronle entonces el motivo las deidades, y la respuesta fue terrible. El Sol exigía el sacrificio de los otros dioses; es decir, de las estrellas. Uno de ellos, el planeta Venus, le lanzó una flecha para herirlo, pero el Sol la tomó y con }a misma flecha lo dejó muerto, siguiendo después los otros dioses y muriendo al final Xólotl, el hermano gemelo de Venus, que es a veces la primera y otras la última estrella que desaparece entre los rayos del Sol. Pero como Xólotl, además de ser el dios de los gemelos y por esta misma razón el dios de monstruos, era un extra ordinario hechicero, su muerte no fue tan sencilla, pues se transformó primero en maguey doble que se llama mexólotl, y en el maíz doble y en otras muchas cosas dobles o monstruo sas, y por último se transformó en el axólotl o “ajolote” que vive en el agua, y allí lo mató el Sol.

Pero en el mito azteca de la creación de los soles hay una idea que no encontramos en el libro quiché; la de que este quinto Sol que actualmente nos alumbra también ha de acabar como los otros, y que su fin lo han de causar los terremotos en un día llamado “4. Temblor”.

Esta catástrofe se esperaba que ocurriera precisamente al terminar un siglo indígena de 52 años. Llegada la noche de ese día, se apagaban todos los fuegos en la ciudad y se encaminaban los sacerdotes en procesión, seguidos por el pueblo, hasta un templo que estaba en la cumbre del cerro de la Estrella, cerca de Ixtapalapa. Llegados allí, esperaban hasta la medianoche, y si una estrella, con la que ellos tenían su cuenta, que probablemente era Aldebarán o el conjunto de las Pléyades o “Cabrillas”, pasaba en su curso por lo que ellos consideraban que era el medio del cielo, quería decir eso que el mundo no teminaría, y que el Sol saldría a la mañana siguiente , para combatir contra los poderes nocturnos. Pero si Aldebarán, llamado Yohualtecuhtli, no hubiera pasado del medio del firmamento en esa noche, entonces las estrellas y los planetas, los tzitzimime, habrían bajado a la tierra y convertidos en fieras espantables devorarían a los hombres, antes que los terremotos arruinaran al Sol.

Por eso cuando Aldebarán pasaba el meridiano, se encendía el fuego y con gran alegría se llevaba a los templos locales y de allí a los hogares, indicando en tal forma que los dioses se habían apiadado de la humanidad y le concedían un siglo más de vida.
Nótese cómo el fin de cada época, en la leyenda de los soles, acaece precisamente en un dia que tiene el numeral 4; lo que también sucede con las épocas mayas, pues precisamente la anterior a la actual terminó, según los mayas, con un día de nombre “4. Ahau”, y la época que había precedido a ésta también terminó con otro día que llevaba el mismo nombre.