La muerte-3595

– La muerte es un remolino – dijo -. La muerte es el rostro del aliado; la muerte es una nube brillante en el horizonte; la muerte es el susurro de Mescalito en tus oídos; la muerte es la boca desdentada del guardián; la muerte es Genaro sentado de cabeza; la muerte soy yo hablándote; la muerte son tú y tu cuaderno; la muerte no es nada. ¡Nada! Está aquí pero no está aquí en todo caso.
Don Juan rió con gran deleite. Su risa era como una canción; tenía una especie de ritmo de danza.
– Mis palabras no tienen sentido, ¿eh? – dijo don Juan. No puedo decirte cómo es la muerte. (…) Yo nada más puedo hablar de la muerte en términos personales. (…) Te dije que la vida de mi hijo se expandió a la hora de su muerte personal – repuso -. Yo no hablaba de la muerte en general, sino de la muerte de mi hijo. La muerte, sea lo que sea, hizo expandir su vida. (…) La muerte tiene dos etapas. La primera es un oscurecimiento. Es una etapa sin sentido, muy semejante al primer efecto de Mescalito, cuando uno experimenta una ligereza que lo hace sentirse feliz, completo, y todo en el mundo está en calma. Pero ése es solo un estado superficial; no tarda en desvanecerse y uno entra en un nuevo terreno, el terreno de la dureza y el poder. Esa segunda etapa es el verdadero encuentro con Mescalito. La muerte es muy parecida. La primera etapa es un oscurecimiento superficial. Pero la segunda es la verdadera etapa en que uno se encuentra con la muerte; un breve momento, después de la primera oscuridad; hallamos que, de algún modo, somos otra vez nosotros mismos. Y entonces la muerte choca contra nosotros con su callada furia y su poder, hasta que disuelve nuestras vidas en la nada.
– ¿Cómo puede usted tener certeza de que está hablando de la muerte?
– Tengo mi aliado. El humito me ha señalado con gran claridad mi muerte inconfundible. Por eso nada más puedo hablar de la muerte personal. (…) ¿Quieres saber cómo podría ser tu muerte? – me preguntó con deleite infantil en el rostro.
– Bueno dígame – dije, y mi voz se quebró.
Don Juan tuvo una formidable explosión de risa. Agarrándose el estómago, rodó de lado y repitió burlonamente: “Bueno, dígame”, con una quebradura en su voz. Luego se enderezó y tomó asiento, asumiendo una tiesura fingida, y con tono trémulo dijo:
– La segunda etapa de tu muerte muy bien podría ser como sigue.
Sus ojos me examinaron con curiosidad aparentemente genuina. Reí. Me daba cuenta de que sus bromas eran el único recurso capaz de suavizar la idea de la propia muerte.
– Tu manejas mucho – siguió diciendo -, así que tal vez te encuentres, en un momento dado, nuevamente al volante. Será una sensación muy rápida que no te dará tiempo de pensar. De pronto, digamos, te encuentras manejando, como has hecho miles de veces. Pero antes de que puedas recapacitar, notas una formación extraña frente a tu parabrisas. Si miras más de cerca verás que es una nube que parece un remolino brillante. Parece, digamos, una cara, allí en medio del cielo, frente a ti. Mientras la miras, la vez moverse hacia atrás hasta que solo es un punto brillante en la distancia, y luego notas que empieza a moverse otra vez hacia ti; gana velocidad, y en un parpadeo, se estrella contra el parabrisas de tu coche. Eres fuerte; estoy seguro de que la muerte necesitará un par de golpes para ganarte. “Para entonces ya sabes dónde estás y que te está pasando; el rostro retrocede otra vez hasta una posición en el horizonte, toma vuelo y choca contra ti. El rostro entra dentro de ti y entonces sabes, era el rostro del aliado, o era yo hablando, o tú escribiendo. La muerte no era nada todo el tiempo. Nada. Era un puntito perdido en las hojas de tu cuaderno. Pero entra en ti con fuerza incontrolable y te expande; te aplana y te extiende por todo el cielo y la tierra y más allá. Y eres como una niebla de cristales diminutos, yéndose, yéndose. (…) La muerte entra por el vientre. Se mete por la abertura de la voluntad. Esa zona de la voluntad y también la zona por la que todos morimos. Lo sé porque mi aliado me guió hasta esa etapa. Un brujo templa su voluntad dejando que su muerte lo alcance, y cuando está plano y empieza a expandirse, su voluntad impecable entra en acción y convierte nuevamente la niebla en una persona. (…) La voluntad es lo que junta al brujo – dijo-, pero conforme la vejez lo debilita su voluntad se apaga, y llega inevitablemente un momento en el que ya no es capaz de dominar su voluntad. Entonces se queda sin nada con qué oponerse a la fuerza silenciosa de la muerte, y su vida se convierte, como las vidas de todos sus semejantes, en una niebla que se expande y se mueve más allá de sus límites.

¿Es la muerte un personaje, don Juan? ¿La muerte es una persona, o semejante a una persona, cuando observa la última danza de un guerrero?
Un hombre de conocimiento sabe que la muerte es el último testigo porque la ve.
La muerte no es como una persona. Es más bien una presencia.