Una Historia…

Una Historia…

Por: Vanesa Ruiz Toran (Aramintha)

Hacía más de una hora que no pasaban. Era una patrulla de soldados, seguramente de la ciudad de Edoras. Últimamente era lo único que se veía pasando por mi pueblo.

Nather, mi pueblo, era un lugar pequeño que se encontraba en la comarca de Gondor, aunque más bien se decía que nos parecíamos más físicamente a los habitantes de Rohan. La verdad es que era cierto. Era una mezcla de culturas.

Yo me encontraba en el campo, recolectando la cosecha que había sido puesta hacía dos inviernos. Se decía que los habitantes de Gondor no eran gentes de campo, pero mi pueblo era diferente. Olvidado de la mano de Minas Tirith, debía sobrevivir cómo bien podía. No éramos más de cien habitantes y la mayoría de la población era anciana. El problema es que se vivía bastante bien, y la mortalidad era muy baja; al igual que la natalidad, ¡por supuesto!

Los tiempos que corrían nos hacían estar al acecho de cualquier peligro, pero la verdad es que no éramos un pueblo guerrero. Algunos de nuestros jóvenes habían marchado con Faramir, hijo del Senescal y sus soldados; hacía tiempo que no teníamos noticias de ellos, pero eso era buena señal, pues de lo contrario, el Senescal hubiera sido avisado de la muerte de su hijo, y eso quería decir que los nuestros también podían haber perecido.

Miré al cielo y me sequé la frente de sudor. Era un día extremadamente caluroso, todos lo habíamos comentado a la hora del almuerzo. Mi pequeño Yáner vino corriendo hacia mí. Sonreí cuando lo vi venir, pues era un regalo que Eru en toda su bondad me había dado.

– ¡Madre, madre! ¿Has visto pasar ese grupo de soldados?, ¿dónde irán, madre, hacia Minas Tirith?- dijo lleno de asombro. – Me encantaría poder ir alguna vez allí, madre. ¿Tú crees que podremos ir algún día?

– No lo sé, Yáner. Eso el tiempo lo dirá. Por el momento no. Sabes que en las tierras de Mordor se está preparando algo peligroso por parte del señor Oscuro, y aunque Isengard haya caído… Ahora es peligroso visitar Minas Tirith, pero te prometo que en cuanto acabe todo esto podrás ver la Ciudad Blanca con tus propios ojos… – El niño me miró entusiasmado. Él quería ver la ciudad donde había nacido su padre, donde había pasado toda su infancia, hasta que marchó a conocer otros lugares.

En su viaje había hecho una parada en Nather, y aquí me había conocido a mí. Siempre decía que se enamoró de mí en cuanto me vio por primera vez… era todo tan perfecto. Pero entonces pasó aquel accidente. El caballo con el que viajaba se encabritó y él cayó, destrozándole la columna. De eso hacía ya ocho años. Para ese entonces yo sabía que estaba esperando un hijo… sólo esperaba el momento apropiado para decírselo… nunca llegó.

(…)

Los días pasaban y nos llegaban noticias de un Mediano que había llegado a Minas Tirith. Se rumoreaba que era un príncipe en su pueblo. Nosotros no sabíamos nada de esta raza, pero según nos contó Iarán, un comerciante que nos visitaba cada primavera, era una especie de enano, pero no tenía el rostro lleno de pelo, dijo que más bien era como… un humano en su infancia. Decía también que era una gente muy amable, que él había tenido la cortesía de escucharlo narrar sus aventuras, y que para ser tan pequeño, era muy valiente, pues había tenido una vida llena de peligros. Maese Peregrin, creo que lo nombró Iarán.

Pero lo que más nos preocupaba era la presencia en Minas Tirith del mago Mithrandir. Era un mago del que se decía que sólo traía malas noticias y malos presagios; aunque después de la batalla que se acababa de librar en el Abismo de Helm, tierras del rey Théoden de Rohan, era normal que la próxima ciudad del sur que fuera atacada por el Mal, fuera Gondor. Su cercanía a las tierras de Mordor hacía más fácil el ataque.

(…)

Me recosté en el camastro. El día había sido duro. Había que recoger toda la cosecha que pudiéramos antes de que la guerra estallara en Gondor y lo destruyera todo.

Gondor no podía caer, o eso pensábamos todos lo habitantes de allí. Teníamos esperanzas en nuestros propios guerreros, y además llegaban soldados de otros sitios de la Tierra Media para ayudarnos. Nos habíamos enterado de que en Rohan la ayuda de los elfos había sido indispensable.

(…)

Un grito me despertó.

Habían pasado varios días desde que la cosecha había sido recogida. Ya pocos hombres quedaban en el pueblo, y los pocos que había eran ancianos o niños. Mi hijo era uno de esos. Él se quejaba por ello, porque lo que más ilusión le hacía era poder ir a Minas Tirith, y combatir contra las tropas del Señor Oscuro. Esto último lo había dicho dándose mucha importancia, como si realmente supiera de lo que hablaba. Al oírlo no pude evitar una sonrisa en mi rostro; a lo que él se dio cuenta y salió enfadado del cuarto.

No me habló en un par de días. Y realmente yo nunca llegué a comprender esa pasión que el niño sentía por esa ciudad, la ciudad de su padre. Digo no llegué a comprender, porque cuando lo hice ya era demasiado tarde… para los dos.

Ese grito provenía de Hared. Me sobresalté en mi camastro. No sabía si era el mismo sueño de todas las noches, o era la realidad. Aunque al oír murmullos fuera, y más voces, comprendí que no era un sueño… estaba pasando.

Me puse una bata y salí fuera, sin ni siquiera entrar al cuarto de mi hijo para ver si estaba. Encontré a medio poblado, todos ellos alrededor de una misma persona: Hared. Ella era una mujer de mi edad. Su esposo, al contrario que el mío, estaba vivo; pero como bien decía ella, por poco tiempo, pues había partido hacia la inevitable guerra. Tenían un hijo también, dos años mayor que Yáner. Los miré desde la puerta de mi casa, extrañada y contrariada; no llegaba a comprender que podía haber pasado por la mente de Hared para armar tanto alboroto y poner a todo el pueblo sobre aviso.