EXPERIENCIAS DE CASI MUERTE (ECM)

EXPERIENCIAS DE CASI MUERTE (ECM)

Hace muchos años que vengo interesándome desde un punto de vista antropológico general por ciertos hechos que tienen que ver con la muerte. Por mi profesión de médico, dedicado hace muchos años a la Antropología, he convivido con numerosos grupos y culturas primitivas durante mi juventud y ya en mi madurez, mi dedicación a la Antropología Forense me ha puesto más en contacto con todo lo relacionado con la muerte.

De mis primeras experiencias entre culturas como la de los indios cunas, chocóes y guaimíes, siempre me interesó saber cómo el hombre se enfrentaba ante el hecho inexorable de la muerte. Hice buena amistad con los hombres y mujeres que más podían enseñarme, es decir, los chamanes de las diversas tribus. Fruto de esa amistad fué una de mis primeras obras: “El pacto médico-hechicero”, que resume mis conceptos sobre la filosofía de la aculturación.

Realmente aquello fué una verdadera transculturación, ya que si yo les ofrecía un abanico de posibilidades con mis técnicas médicas de curar, muchas de las cuales se apresuraron a aprender con verdadero afán y diligencia, no menor fué el aporte de su cultura a la mía ya que obtuve de ellos conocimientos sobre muchos aspectos interesantes de su vida, como por ejemplo las propiedades de muchas plantas de la selva tropical que yo mismo utilicé para curar en repetidas ocasiones.

Si el chamán cura con plantas muchas enfermedades utilizando aquéllas por sus propiedades mágicas, cierto es también que las plantas en sí mismas poseen propiedades terapéuticas reales, que ellos conocen aunque apliquen a su uso sus ideas mágicas que al fin y al cabo es su forma de pensar y actuar.

Prescindiendo de ese componente mágico, yo me limitaba a comprobar sus propiedades terapéuticas. Así pude aprender, por ejemplo, a curar muchas de las dermatosis, tan frecuentes en los trópicos húmedos y calientes, con una planta, la jagua (Genipa americana L.) o a prevenirlas, o bien el uso de ciertas cortezas de árboles ricas en tanino para detener las enterocolitis, la raicilla o ipecacuana (Asclepias curassavica) cuyo contenido en emetina es la mejor medicación que pueda haber contra la amebiasis, o diversos latex de plantas o infusiones de sus hojas para curar eficazmente las diversas helmintiasis tan frecuentes en los trópicos.

En el curso de mis largas entrevistas con Chamanes o Neles, Inatuledis, Kantules, Absoguedis (entre los indios cunas), sukiás y krokodiangas (entre los guaimíes) y jaybanáes (entre los chocóes), nombres que reciben “los hombres que curan” en las diversas tribus, o bien con sus sahilas (cabezas) o jefes, conocí la existencia de fenómenos que se salían de lo normal en nuestra cultura. Por ejemplo la posibilidad de “bilocación” de algunos Neles cunas, que en el curso de ciertas ceremonias mágico-curativas, a veces de larga duración (siete u ocho días) desplazan su doble corporal o purba a grandes distancias para obtener información sobre cómo curar al enfermo. Los trances en que caen durante las ceremonias de absoguedi (absogued igala) o durante el curso de las iniciaciones para ser confirmados como chamán (muerte y resurrección), o sus ritos de paso (todos representando también muerte y resurrección a una nueva vida), su idea de que no se debe despertar bruscamente al que duerme pues su espíritu puede hallarse lejos y no podría regresar a tiempo lo que podría producir su muerte o un estado demencial (ausencia del alma), son todo fenómenos en torno a esa frontera entre la vida y la muerte. Su propio concepto de la vida “más allá” de esta vida terrenal, les hace practicar los ritos funerarios más complicados.

Después de enterrar al difunto en una fosa, bien envuelto en una hamaca, colocan los massar a la cabecera clavados en el suelo (cañas adornadas con plumas que representan a los espíritus que acompañan el alma del muerto al más allá), colocan sobre el túmulo alimentos para el viaje y un hilo que se anuda al poste que sostiene la techumbre con que se cubre la tumba. Es el hilo conductor de la purba o alma del indio, verdadero doble del cuerpo, que cruzarán sobre el río cercano hasta sujetarlo en un árbol de la orilla opuesta. El hilo servirá de guía al alma que tendrá que recorrer primero un largo pasadizo bajo tierra (equivalente al túnel de la madriguera de un topo o animal subterráneo), para luego atravesar un largo camino en el que habrá de vencer una serie de peligros tales como las amenazantes figuras de seres armados de enormes tijeras, cruzar ríos de sangre, vencer llamadas de sirenas que le llevarían a tropezar con el árbol cuyos frutos venenosos le ofrecen y todo para llegar a un lugar donde predomina la luz, una luz maravillosa que no hace daño a la vista y que rodea la casa de Pab-Tunmat (Padre grande o abuelo, su concepto de Dios) donde reina un ambiente de paz y serenidad inefables. Allí habrá verdes praderas por las que podrá caminar el alma libre de mosquitos e insectos dañinos, habrá aguas cristalinas y transparentes y en medio de aquel edénico lugar estarán las casa de oro de los Neles, las de plata de los Inatuledis y las de ricas maderas para los indios que hayan vencido todas las pruebas.

En su idea del más allá están muy claros los conceptos de túnel, luz maravillosa, paz y bienestar, recorrer un camino sembrado de peligros que les recuerda escenas de su vida terrenal (visión panorámica de la vida) y luego la llegada a un maravilloso lugar donde eternamente podrán conversar con amigos, familiares y gentes diversas que les precedieron en este viaje, y que les recibirán al llegar.

La descorporación es práctica habitual entre los jaybanáes chocóes (OOBE, Out of Body Experiments) inducida por la acción de plantas de efectos alucinógenos, metagnósicos, telepáticos, ampliadores de la conciencia, adivinatorios, tales como el guanto, la tonga y el yagé (generalmente infusiones de Datura alba), plantas que siembran en torno a sus viviendas los chamanes. Ellos me contaban que en el curso de sus experiencias psicodélicas, salían de su propio cuerpo “como un insecto sale de su cápsula” o “una serpiente de su muda epidérmica” y se sentían ingrávidos, no pesaban y entonces podían verse a sí mismos, ver su propio cuerpo recostado contra la pared de la vivienda o tendido en un petate, como dormido. En ese estado, el doble inmaterial se dirigía a la selva, atravesando por medio de la maraña vegetal sin sentirla y con una mirada nueva y penetrante podían atravesar la tierra y hallar tesoros escondidos. Es preciso anotar que los indios chocóes tienen por costumbre esconder en un lugar de la selva que sólo el interesado conoce, una vasija de barro (porongo) que fabrican las mujeres viejas de la tribu y que van llenando de monedas de plata, única forma de pago que aceptan por la venta de los plátanos que siembran y recogen en los ricos terrenos del Darién. Los porongos permanecen escondidos como una hucha o caja de ahorros y no es infrecuente que queden allí bajo tierra cuando muere el indio. Esos tesorillos son los que busca el doble espiritual del jaybnaná y lo curioso es que muchas veces los encuentran.

Esta misma tribu chocó, tanto los de lengua emberá-bedeá como los de lengua nonamá, cree que el ser humano está formado por un cuerpo y dos almas o partes espirituales. Cuando duermen, una de esas partes se separa momentáneamente del cuerpo, recorre a veces grandes distancias y luego regresa al cuerpo. Esta parte es “buena”. Pero cuando mueren esa parte espiritual, incorpórea, va a lugares lejanos del más allá donde hay “una luz maravillosa” y la otra parte queda con el cuerpo mientras haya carne en él. Esta segunda alma o espíritu es peligrosa y por ese motivo hay que esperar a que se desintegre el cuerpo y queden los huesos limpios para enterrarlos. Además hay que quemar la casa en que ha vivido el difunto, pues ese mal espíritu rondaría siempre por ella haciendo la vida imposible a sus habitantes.

Los indios guaimíes, también radicados en Panamá, en la región occidental, consideran la existencia de un doble espíritu y como los chocóes lo representan por dos figuras antropomorfas pintadas sobre los muñecos mágicos de madera de balso (Ochroma lagopus L.), que son parecidos a los nuchus de los cunas. Además cuando un indio está a punto de morir, lo llevan en una hamaca a un lugar apartado de la selva tropical dejando junto a él un recipiente con agua y un mazo de plátanos y le abandonan. Muere en soledad. Al cabo de un cierto tiempo, vuelven a recoger sus huesos que es lo único que queda, ya que las hormigas y otros insectos pronto dan cuenta de las partes blandas. Una vez limpios los huesos son pintados de color rojo con achiote (urucú en Sudamérica, que es la Bixa Orellana L.), color de la sangre, de la vida; los guardan en una olla de barro, los entierran y seguidamente celebran una fiesta en honor del difunto durante la cual se emborrachan con chicha de maíz (Zea mays L.) o de pixvá (Gulielma utilis L.).

No es exclusivo de estos grupos indígenas el entierro secundario ni el abandono del moribundo para que nadie le vea morir y tampoco el vuelo chamánico. He visto estos rasgos culturales en Siberia, en el Artico, en Suramérica, Africa, La India y Australia y han existido en muchos grupos humanos desde tiempo inmemorial. También existe la muerte por sugestión (mal llamada vudu-death) en Oceanía, Africa y América. Pero no he visto nunca nada tan extraordinario como la muerte de uno de los grandes caciques o sahilas de la tribu cuna, Charles Robinson. Lo he descrito en mi libro “Operación Panamá” (Ed. EDAF, Madrid 1977).

Fué Charles Robinson uno de los grandes caciques o jefes de la tribu cuna de Panamá. Viajó embarcado desde su adolescencia por todo el mundo, prohijado por un norteamericano que le dió su propio nombre, Charles Robinson. Toda la experiencia recogida, junto con el conocimiento de varias lenguas, las puso Robinson al servicio de su tribu a la que volvió al cabo de varios años, devorado por la nostalgia de sus islas caribeñas de coral. Y muy pronto, al distinguirse por sus atinados consejos, fué elegido jefe, rigiendo los destinos de los cunas durante un largo y agitado periodo de tiempo. A él se debe el impulso aculturativo que sacó a muchos cunas de la ignorancia, la creación de escuelas y bibliotecas públicas en San Blas. Yo le conocí cuando por imperativo de la edad y los achaques vivía retirado de sus cargos. Y ví cómo se iba apagando como una lámpara que se queda sin combustible. Retirado en la Isla de Maukí, pasaba sus horas de solitario en meditaciones, recorriendo la película de su vida tendido en una hamaca, muy cerca del suelo de arena entre dos palmeras, acariciando la arena blanquísima, producto de la erosión de los arrecifes de coral, arena que se deslizaba entre sus dedos una y otra vez mientras pensaba que pronto le acogería en su seno.

Yo iba a verle embarcado en una canoa que tomaba en la vecina isla, aprovechando algunos de mis fines de semana. En una de estas visitas me dijo: “Se acerca el momento de verme cara a cara con Pab-Tunmat. Estoy preparado”. Los familiares le llevaron en su hamaca, pues ya no podía caminar, hasta el lugar donde dispuso que se excavase su tumba. Presenció el trabajo dando de vez en cuando algunas instrucciones y cuando estuvo terminada la obra, me pidió que le tomase unas fotografías mientras estaba aún vivo y otra cuando hubiese muerto y que registrase en mi grabadora sus últimas palabras dirigidas a los hombres y mujeres de su tribu. Cumplí fielmente la petición. Después de pronunciar en lengua cuna unas frases de despedida, me dijo en español: “Ha llegado el momento. Adiós”. Cerró los ojos y quedó como dormido, dulcemente. Le tomé el pulso. Le ausculté. Silencio absoluto en aquel tórax que tantas veces se agitó en sus campañas en favor de su pueblo. Su corazón ya no latía. Había pasado su espíritu a otra dimensión.

Pero lo maravilloso de aquel hombre fué su serenidad y cómo supo el momento exacto de su muerte. Su “purba” o espíritu escapó en el instante que él supo o quiso, en el momento en que se paró su reloj biológico. Para mí fué un ejemplo maravilloso que se une a otros muchos que me han permitido admirar, respetar y amar a aquellos hombres que viven aún voluntariamente en un neolítico con algunos rasgos culturales nuevos, aceptados casi siempre a regañadientes.

En la Historia escrita que ha llegado hasta nosotros, uno de los episodios más antiguos registrados sobre experiencias cercanas a la muerte, es el que relata PLATON en “La República”, al mencionar el viaje del alma al más allá. Parece indudable que conoció experiencias de ECM como lo demuestra su famoso “mito del soldado ER”, el soldado muerto en combate, echado a la pira funeraria y vuelto después a la vida. Son tan claros los pasajes relatados por PLATON y tan similares a los que actualmente se han registrado en los diversos casos de ECM (NDE) que es imposible que se trate de una invención. En todos los tiempos tienen que haber existido este tipo de experiencias, pero no han sido registradas por documentos que llegasen hasta nosotros ni interpretadas con la visión que lo hacemos hoy día.

San Pablo tuvo posiblemente una experiencia de este tipo (II Cor 12, 1-17) como parece demostrar cuando dice: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace 14 años (si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe) fué arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”… Y más adelante: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fué dado un aguijón que me abofetea para que no me enaltezca sobremanera. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”. Cuando estoy débil, entonces es cuando estoy fuerte”.

Pablo tiene una experiencia de casi muerte de la que da cuenta en sus veladas palabras. Sabemos que una luz maravillosa y cegadora le deslumbró, que cayó al suelo en el camino de Damasco y que quedó ciego después de aquel súbito acontecimiento, escuchando la misteriosa voz que le decía que fuese a Antioquía donde Ananías le instruiría en las cosas de la fe cristiana. Y de enemigo y perseguidor de los cristianos, cuando ve el AMOR, la luz que le ciega, se convierte en uno de ellos y a partir de ese momento su vida cambia radicalmente. Es lo mismo más o menos que han experimentado todos los que han pasado por estas experiencias de casi-muerte. Pablo revivió su pasado de enemigo y destructor de cristianos, comprendió en un instante en aquella dimensión a la que había llegado, todo el mal y el sufrimiento que había producido. Entonces, se transforma radicalmente hasta llegar al extremo del martirio por amor a aquella LUZ inefable que iluminó su alma.

Las experiencias místicas de Santa Teresa, sus éxtasis, son dignos de estudio tal como los cuenta en su autobiografía.

Ya más recientes, en el siglo XIX, las experiencias sufridas por el alpinista y geólogo Albert Heim al caer por un precipicio y ver pasar en lo que en nuestro concepto del tiempo pudo ser un instante, toda la película de su vida hasta en los mínimos detalles, y una sensación de bienestar, nunca hasta entonces conocida por él como relata en su obra “Notas sobre la muerte por caída” (1892).

Otro conocido caso es el del Almirante Beaufort, quien de joven, siendo grumete y habiendo volcado su embarcación ante el Puerto de Porstmouth “se ahogó”. En aquellos instantes, cuenta cómo su vida pasó a una increíble velocidad, como una visión panorámica, por su mente. Revivió todos los incidentes hasta en sus menores detalles. W. MUNK en su libro “Euthanasia”, recoge así las manifestaciones del Almirantre Beaufort:

“No sabía nadar. Comencé a debatirme en el agua. Comprendí que la lucha era inútil después de un cierto tiempo y renuncié a ella. Desde que lo hice, un sentimiento de calma y tranquilidad casi perfecta me invadió. Era una especie de apatía más que resignación y la idea de ahogarme no era tan mala después de todo. No sufría nada, al contrario, mis sensaciones eran más bien agradables, como cuando está uno fatigado y el sueño le invade. Aunque mis sentidos estaban adormecidos, mi espíritu se mantenía muy vivo y su actividad estaba acrecentada pues los pensamientos se sucedían con una rapidez indescriptible, inconcebible para quien no ha pasado por esa prueba.

“Primero pensaba en lo que me acababa de suceder y la causa que lo había producido. Pensaba en la agitación que debió producir en el barco mi desaparición, en lo que sufriría mi buen padre y otras mil circunstancias asociadas con la vida familiar. Luego, todo esto fué extendiéndose, mi última campaña, otro viaje que había hecho y un naufragio anterior, mi escuela, los progresos que había realizado y el tiempo que había empleado mal, mis ocupaciones y mis aventuras de niño. Viajaba como hacia atrás en el tiempo, y cada incidente de mi vida pasada parecía atravesar rápidamente mi memoria en sucesión retrógada. No como un instante, sino con los más mínimos detalles accesorios. Brevemente, toda mi existencia pareció estar presente ante mí bajo la forma de una visión panorámica. Cada acto iba acompañado de la conciencia de que era bueno o malo, o de alguna reflexión sobre la causa y sus consecuencias.

“Aparecieron infinidad de acontecimientos insignificantes que parecía tener olvidados hacía mucho tiempo y que se precipitaban ante mi imaginación como si fuesen recientes y como si los conociese bien. Mis sentimientos, a medida que volvía a la vida (cuando me sacaron del agua y trataron de reanimarme), fueron exactamente todo lo contrario de los mencionados. apareció el pensamiento de que me ahogaba, apareció una angustia impotente, una especie de pesadilla y con dificultad fuí convenciéndome de que me hallaba vivo. Y en lugar de estar exento de sufrimiento, como durante el tiempo que permanecí “ahogado”, ahora estaba torturado por mil dolores”.

Ha habido otros muchos casos, relatados por diversos autores, como aquel sujeto que quedó enganchado en la vía del tren, viendo como éste se precipitaba contra él. En aquel instante, una fracción de segundos, revivió toda su vida. Tuvo una visión duplicada, panorámica de toda su vida. Y lo mismo le sucedió a aquel piloto cuyo caso relata “Time Magazine” y que cayó desde 1.000 metros de altura, saliendo con vida milagrosamente.

En esa nueva dimensión a la que vamos al morir, el tiempo no existe. Algo de esa dimensión he rozado yo mismo, no una sino repetidas veces. Durante mis frecuentes viajes por las selvas tropicales acostumbraba a usar una “jungle-hamock” con mosquitero y techo a dos aguas, impermeable, congada entre dos árboles que protegía mi sueño de insectos, murciélagos vampiros y otros molestos compañeros de la selva. Era ya fenómeno que yo consideraba normal que cerrase los ojos para dormir poco después de la puesta de sol tras un rato de conversación junto a la hoguera con mis compañeros indígenas. Cerrar y abrir los ojos en lo que yo creía un instante y ver aparecer el sol, me produjo una sensación extraña la primera vez que me sucedió. Creí que no había dormido, pero había estado durmiendo 8 horas seguidas. Pero yo estaba seguro de que era un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo ahí estaba el sol otra vez y yo me sentía perfectamente descansado o si acaso con algún dolor muscular debido a la postura en la hamaca. Cuando alguna vez comenté este fenómeno con algunos de mis compañeros blancos o indios, algunos me dijeron que a ellos les había sucedido lo mismo. Es “el sueño de la selva” me dijo un indio, que duerme uno con un ojo abierto y el otro cerrado, algunos lo llaman duermevela y los psicólogos que han estudiado las diversas formas de sueño, conocen muy bien este fenómeno, aunque no lo hayan experimentado por sí mismos. Cree uno estar despierto y que se va a desvelar, pero el tiempo ha transcurrido a su modo normal, aunque a nosotros nos parezca que lo ha hecho velozmente.

Hoy se sabe que estas experiencias de visión panorámica o de “réprise” de la vida en un instante, pueden ser provocadas artificialmente por estímulos eléctricos sobre el rinencéfalo y determinadas partes del lóbulo temporal, por medio de sondas cerebrales.

También ha sido experiencia personal y de mi propia familia que cuando dormíamos en nuestra casita de campo en las montañas, entre pinos, con abundancia de oxígeno y sin ruidos, sólo con cuatro horas de sueño teníamos bastante para descansar. No podíamos dormir más tiempo.

Yo he observado el sueño entre los indios en la selva. Cualquier poblado indio es ejemplo de este fenómeno. Siempre tuve la impresión de que los indios no dormían, ya que a cualquier hora de la noche que uno preste atención, se oye moverse a la gente en sus chozas, carraspear, escupir, toser, llorar los niños, como si fuese de día. Cuando les preguntaba me contestaban: “Los indios dormimos poco pero suficiente”.

DANTE en la Divina Comedia tiene párrafos en los que parece haber sabido o conocido experiencias de NDE, como cuando habla de la “luz que produce goce sin límites” (Divina.Com., Paraíso, 33: 100-102).

Otras experiencias personales que yo siempre he atribuído a mi instinto agudizado por los peligros a que me he expuesto como algunas que relataré aquí. He sido y soy muy racionalista en muchos aspectos como hombre dedicado a labores científicas y muy providencialista en otros muchos aspectos porque han sido “demasiadas casualidades y muy oportunas” las que han salvado mi vida a lo largo de mis 70 años.

En ciertas ocasión caminaba por un viejo sendero indio en medio de las selvas del Darién panameño. Nunca me ha gustado llevar armas de fuego y puedo decir que jamás en mis largos viajes por las selvas más diversas durante los 18 años que viví en Panamá o en mis travesías por las selvas de Matto Grosso, Amazonía, la jungla africana, el Desierto del Sahara, o el Desierto de Stuart de Australia, nunca llevé un arma de fuego y tan sólo un cuchillo para abrir latas, cortar ramas o ayudarme en mis acampadas. En aquella ocasión a la que me refiero, iba acompañado por dos amigos indígenas, gente que suele gozar de una vista excelente y que les permite distinguir detalles en la selva para mí invisibles entre la variadísima gama de verdes. Yo iba delante con mi equipo fotográfico y de grabación colgado de los hombros. De pronto, no sé qué, me hizo detenerme, “me obligó” a detenerme. Fué justo a tiempo. Instantes después oí un disparo de arma de fuego que me dejó sordo por un rato. Uno de mis acompañantes había disparado su rifle por encima de mi hombro contra algo que había delante de mí colgando de la rama de un árbol que atravesaba el camino exactamente por donde yo tenía que pasar, algo por encima de nuestras cabezas. Y ese “algo” cayó. Era una “Bush-master”, la culebra más agresiva y venenosa de la selva panameña, más que la coral, porque ésta, por el pequeño tamaño de su boca, rara vez acierta a clavar sus dientes en una presa humana y generalmente huye al acercarse el hombre.

Yo caminaba con la vista baja, mirando dónde pisaba por el camino. No había visto la culebra por lo tanto, pero un sexto sentido me advirtió del peligro. Algunos dirían que el “ángel de la guarda”. Unos pasos más que hubiera dado y quizás hubiera sido víctima del ataque de aquel peligroso reptil. Los indios lo vieron y uno de ellos, sin dudarlo, disparó rápidamente su arma. Tienen una excelente puntería. Por eso yo me sentía seguro caminando con ellos por aquellos lugares peligrosos que les son tan familiares. ¿Instinto, sexto sentido, ángel de la guarda? Cada uno es libre de interpretarlo como guste, pero estas cosas me han sucedido a menudo a lo largo de mi vida llena de aventuras.

Ciertamente que por las circunstancias que me ha sido dado vivir, por mi vida que no ha sido la de un ciudadano normal que sólo se arriesga cuando sale a la carretera, he pasado por experiencias de lo más variado en todos los continentes de la Tierra. Y entre lo que yo considero mi instinto de conservación y la mano de la Providencia, he salido bien librado en muchísimas ocasiones. He visto la muerte muy de cerca, pero nunca hasta ahora tanto que pueda contar experiencias del más allá, tales como la que puso en marcha los trabajos de Raymond MOODY, con quien me une una buena amistad, es decir su encuentro con el Dr. George Richtier, Profesor de la Universiad de Charlottesville quien le contó su experiencia personal de casi-muerte y que fué el comienzo para este investigador de una nueva vida dedicada a la exploración de los fenómenos de NDE.

También es conocida la experiencia vivida por el llamado “soldado nº 39” en Viet Nam, relatada por Michael Sabom en “Reminiscencias de la muerte; una investigación médica”, quien se vió a sí mismo muerto, sin brazos, con las piernas destrozadas y en la mesa de autopsias donde fué llevado para ser embalsamado por medio de una inyección en la femoral. El auxiliar que practicaba dicha operación, al darle el corte reglamentario en la región inguinal y ver salir la sangre a chorro, viva, llamó de inmediato al médico quien pudo salvar al “soldado nº 39” por medio de una inyección de adrenalina intracardiaca y la fusión de sueros en vena que devolvieron la vida a un candidato seguro a la fosa común.

Una curiosa experiencia es anotada por Henry de Varigny en 1927 (mucho antes de las publicaciones sobre el tema de los últimos tiempos). El caso sucedió en 1890, hace un siglo exactamente.

Un americano de nombre C.A.Hartley cuenta lo siguiente: “Fuimos un amigo y yo a tomar un baño al río Ohio. Soy un buen nadador y mi amigo también lo es. Me tiré al agua y nadé por debajo unos segundos. Mi amigo hizo lo mismo, pero con tan mala fortuna que cayó de cabeza sobre mi espalda sacándome el aire que tenía dentro de los pulmones. Caí al fondo como una piedra. En mi desesperación respiré y tragué agua. Sentí un vivo dolor en los pulmones y el costado. Quedé en una semiinconsciencia y con una claridad notable pude ver a todos mis familiares y amigos reunidos a mi alrededor con sus rostros bañados en lágrimas. Todos los acontecimientos de mi vida desfilaron lentamente (así me lo pareció a mí) delante de mis ojos, mis actos huenos y mis actos malos o indiferentes destacándose con un acentuado relieve. Es como si volviese a vivirlos de nuevo. Inclusive instantes de mi vida de escolar. Yo sabía que me ahogaba y recuerdo haber pensado que después de todo, aquello no era tan terrible. Me preguntaba si alguien descubriría mi cuerpo y me estremecía con la idea de que no lo encontrasen nunca. Me preguntaba si mi amigo, el oro nadador estaría buscándome, si se habría salvado él del golpe, si me habría abandonado a mi suerte. Luego me representaba mi propio entierro, el ruido de los terrones de tierra cayendo sobre mi ataúd y el frío de la fosa. Me imaginaba a madres ansiosas contando a sus hijos cómo me había ahogado para que les sirviese de ejemplo y precaución.

“Posteriormente escuché campanitas sonando dulcemente a lo lejos y otro sonidos dulces y agradables llegaban a mis oídos. Luego tuve visiones agradables. Los colores del arco iris danzaban ante mí y se entremezclaban produciendo formas extrañas. Yo no sufría absolutamente. Me encantaba lo que veía. Era todo tan ligero y el calma, moviéndose impulsado por fuerzas invisibles. Me peroducía el efecto de contemplar un espejo en el aue aparecían las cosas más bellas de lo que la más viva imaginación puede evocar.

“Todavía aquello mejoró más. No había ruidos discordantes, sino la más dulce y deliciosa música que imaginarse pueda. Tuve la sensación de haber sido transportado a un lugar inundado por una luz brillante y tranquila. No hacía frío ni calor. Era como un bello día de otoño. Luego me pareció que dejaba el suelo y me remontaba por el espacio como un ave. Me elevaba y me elevaba constantemente y me parecía que veía el mundo desde una enorme altura. Luego…la nada. La primera cosa de que tuve conciencia fué de estar echado en el suelo al ldo de mi compañero que me miraba muy pálido y anhelante. Parece que después de varias tentativas infructuosas había logrado descubrirme y sacarme del agua. Había conseguido hacerme volver a la vida. Durante la media hora que siguió, creo haber sufrido como nunca. La “resurrección” fué demasiado penosa.

En la Revista “Scientific Monthly” de diciembre de 1925, G.M.STRATON menciona el cso de un aviador que tras hacer una falsa maniobra con su aparato, comenzó a caer en picado. Y cuenta así lo que sintió: “Fué como si tuviese una doble personalidad. Volví a vivir rápidamente mi vida, no como si viese el pasado sino como si volviese a vivirla con todo detalle otra vez. Mientras caía, aparecieron y viví acontecimientos de mi vida que sería imposible enumerar. Se presentaban en serie ordenada, muy distintos. Esto duró muy poco tiempo, pues cuando llegaba a los 1.200 metros del suelo, pude hacerme de nuevo con el mando del aparato y salí con bien de la situación.

LECONTE DE L’ISLE habla de la visión panorámica de los moribundos, y tiene un bello poema en que expresa estas ideas diciendo: “Todo renace en visiones serenas, desde la montaña natal y los viejos tamarindos a los familiares queridos muertos que le amaron desde su juventud y que dormían en las arenas marinas”.

M.A.SCOTT, citado por VARIGNY en un artículo de “La Revue Scientifique” del 2 de enero de 1897 titulado “Les idées sur la Mort” menciona 7 experiencias muy parecidas de hombres, mujeres y jóvenes ahogados, en las que como denominador común se presenta la idea de “no había sufrimiento”, “había una dulce sensación panorámica de toda la vida anterior”, “aparición de escenas de la vida olvidadas pero ahora revividas con todo detalle” y la “sensación de disgusto al ser traídos de nuevo a la vida”.

Casos semejantes son relatados en la Revue Philosophique de marzo de 1896 y febrero y octubre del mismo año, en los artículos de M.VICTOR EGGER “Le moi des mourants”. También hay otros relatos de experiencias parecidas en TAINE, “De l’Intelligence”, en RIBOT, “Maladies de la mémoire” y en FERE, “Pathologie des émotions”.

Todos coinciden en sus relatos en que se produce en los ahogados una actividad mental considerable, apareciendo muchos acontecimientos lejanos u olvidados de su vida surgiendo en la memoria con una rapidez y precisión extraordinarias.

La conclusión que se extrae de todos estos relatos es que el billete de regreso es más penoso que el de ida ya que el volver a la vida es lo más desagradable para ellos y que siempre hubiera sido mejor el “viaje sin retorno”.

Un médico inglés, el Dr. J.A.LOWSON, cuenta sus experiencias personales de “ahogado” en el “Edinburgh Medical Journal” de 1903 y DE QUINCEY en sus “Confessions” cita el caso de un pariente suyo ahogado en un río cuando tenía 9 años. Le contaba que en aquellos instantes vió toda su vida anterior en unos instantes como si la viese en un espejo, no sucesivamente sino simultáneamente.

El propio CHARLES DARWIN cuenta una experiencia que tuvo cuando, siendo aún niño, iba un día a la escuela. Tan absorto se encontraba con sus pensamientos mientras caminaba sobre el borde de las viejas fortificaciones de Shrewsbury que se distrajo y cayó desde una altura de dos metros y medio aproximadamente. Y dice en su Autobiografía: “El número de pensamientos que atravesaron mi espíritu, fué extraordinario lo que parece ser poco compatible con la aseveración de los filósofos de que cada pensamiento exige una cantidad de tiempo considerable”. PLATON decía: “El tiempo es la imagen inmóvil de la inmovilidad eterna.

Por su parte Kenneth Ring, cuenta en “Life at Death” la experiencia del mecánico Tom Sawyer de Rochester, estado de Nueva York, cuyo cuerpo fué aplastado por un camión mientras lo reparaba. En un instante tuvo una visión panorámica de toda su vida como la han tenido otras muchas personas.

Basta leer los excelentes trabajos de Raymond Moody, Elizabeth Kübler-Ross, Allain Soto y Varibia Oberto, David Hertzog, Melvia Morse, Pierre Vigne, Patrick Drout, Helen Wambach, Roubieck de Praga, Bruce Greyson, Göran Grip, Rube Amundsen, Peter Penwick y algunos otros autores que han investigado estos fenómenos de casi-muerte, para comprender que aunque desde el punto de vista científico no se ha podido demostrar nada, algo hay entre la vida y la muerte, en situaciones límites de esa frontera que una vez traspuesta, no se suele regresar de ella.

Se cuentan ya por miles los casos (Encuesta Gallu) conocidos de sujetos que por diversas circunstancias han quedado “muertos” en un accidente, o en el curso de una intervención quirúrgica o de una enfermedad o por paro cardiaco. Todos ellos relatan experiencias similares tras haber sido “reanimados”, experiencias que no se pueden atribuir a la casualidad. Todos coinciden en una serie de puntos que resumen los diversos autores en:

1. Separación del espíritu del cuerpo.

2. Zumbido o ruido que algunos califican de desagradable.

3. Autocontemplación del propio cuerpo desde fuera de él.

4. Sensación de ingravidez y de flotar, elevándose ese doble incorpóreo, doble que sin embargo tiene conciencia, sabe, piensa, conoce, ve, pero no puede comunicarse con los que rodean su cuerpo tratando de reanimarle.

5. Paso veloz por un túnel obscuro.

6. Llegada a un espacio fuera del túnel donde hay una luz esplendente que no deslumbra y que todos asocian con el AMOR INFINITO.

7. Visión panorámica de la vida hasta en sus mínimos detalles y vivencia del daño o sufrimiento que nuestros actos han podido producir a otros seres humanos.

8. Sensación de que el sujeto es recibido, acogido y acompañado por familiares, amigos o seres queridos que le precedieron en el viaje al más allá, o por seres de luz, inmateriales pero visibles para él, que se comunican por medios telepáticos, aunque en la conciencia resuenan sus voces.

9. Aparición de un SER DE LUZ, superior a todo lo conocido, indescriptible, que entra en contacto verbal con el sujeto y le pregunta y le ordena cariñosamente o le anuncia que su hora no ha llegado todavía y que debe regresar al lugar de donde partió.

10. Resistencia al regreso ya que la sensación de PAZ y BIENESTAR es tan grande, que volver al lugar del sufrimiento parece superior a la voluntad.

11. Visión de una barrera o muro más allá, que ninguno de los que han tenido estas experiencias han llegado a atravesar.

12. Sensación constante de estar en otra dimensión inefable, donde el factor tiempo no existe, como en un sueño de esos que a veces tenemos en el que vemos todo con extraordinaria claridad.

13. El regreso por el mismo túnel en sentido inverso, la vuelta en sí, la reintegración al cuerpo del que el espíritu escapó por un instante quizás, pero que no puede ser medido en la otra dimensión.

14. Y por último, una sensación de estar otra vez, pero con algo nuevo, con una experiencia nueva que a veces deben contar y otras prefieren callar, pero que suele modificar su vida, su actitud ante la vida y la muerte, su actitud hacia los demás.

Como científico debo plantearme la duda metódica ante éste y otros tipos de experiencias, plantearme el pensamiento de que quizás algo o alguien pretende substituir lo que se cree por la fe con lo que se ve con los ojos del espíritu. No lo sé. Lo cierto es que merece la pena de ser investigado, para ver si es que tiene alguna explicación “racional”. Son muchos los que han experimentado estos fenómenos y hay trabajos muy serios sobre ellos. Pero también hay objeciones muy diversas.

¿Se deben estas sensaciones a la liberación de alguna substancia química que se produce en el cerebro en circunstancias extremas de terror y que actúa sobre los substratos más recónditos de nuestro cerebro, allí donde se refugia la memoria y la conciencia? ¿Son estas experiencias similares a las inducidas por ciertas drogas alucinógenas? No se puede afcirmar aún nada con absoluta certeza. Sólo apuntarlo como hipótesis.

Desde un punto de vista más estrictamente antropológico-forense es misión del médico diagnosticar y certificar la muerte, la detención irreversible de las funciones biológicas del cuerpo humano.

Existen sin duda casos de muerte aparente. Desde tiempos remotos existe el temor a ser enterrado vivo y esto ha sucedido muchas, probablemente muchísimas veces en el pasado, muchas más de las que podamos imaginar. Tanto es así que en los testamentos medievales se solía añadir una cláusula por la cual se pedía muy encarecidamente que uno o varios médicos comprobasen la muerte real. Para ello se utilizaron muy variados procedimientos tales como colocar un espejito debajo de la nariz para ver si se empañaba, lo que significaba que el sujeto aún vivía, o una plumilla de ave que era desplazada si aún había una brizna de respiración. También se colocaba un vaso lleno de agua sobre el esternón del aparente cadáver y si se notaba alguna vibración en la superficie del agua, era signo de vida. Se abrían arterias y venas de la flexura del brazo para ver si manaba sangre y así otros procedimientos más o menos seguros.

Aún así hubo gran número de casos conocidos de muerte aparente con enterramiento. Se dice que KEMPIS, el autor de “La imitación de Cristo” y FRAY LUIS DE LEON, fueron enterrados vivos y por ese motivo no fueron beatificados como al parecer merecían. Reciente es el caso de Fray Diego de Cádiz, quien estaba en proceso de beatificación. Al exhumar sus restos se pudo determinar que había sido enterrado vivo. Sin embargo en este caso, el Papa consideró que debía ser beatificado a pesar de todo ya que un ser humano enterrado vivo no es dueño de sus actos si de pronto vuelve a la vida en esas condiciones y muere por verse imposibilitado de salir de su encierro.

Bien documentado está el caso de PEDRARIAS DAVILA, el segoviano, que fué primer Gobernador de Castilla del Oro, lo que hoy es Panamá y parte de Colombia (REVERTE, J.M.: “Biopatología de Pedrarias Dávila”, 1975). Pedrarias, que fué un gran comandante militar en los tiempos de los Reyes Católicos, se distinguió en las guerras del Norte de Africa, especialmente en la toma de Bugía y su fortaleza que más tarde defendió valerosamente contra los ataques de los moros, hasta el punto de que recibió entre otros sobrenombres el de “El Bravo” y nuevos timbres de honor para su escudo. A sus 60 años, estaba ya algo retirado en su castillo de Torrejón de Ardoz, cuando después de una copiosa comida, “murió” repentinamente. La familia, llorosa, hizo los preparativos para el funeral y entierro, colocándole en un ataúd rodeado de 4 hachones encendidos. Llegado el momento, se tapó el cajón y se dispusieron a llevarle al panteón familiar, cuando uno de sus criados que le quería mucho, no pudiendo sufrir su desaparición, se abrazó al ataúd para darle el último adiós. Ante su sorpresa, sintió moverse algo en el interior. Sus gritos atrajeron a los familiares y servidores que abrieron la caja. Pedrarias se sentó, restregándose los ojos y preguntando que qué

pasaba allí. Pedrarias volvió a la vida salvándose de ser enterrado vivo. Algo tan inusitado no dejó de grabar una profunda huella en el ánima del soldado. Más tarde y haciendo ya su vida normal, fué nombrado por la Reina Isabel la Católica, Gobernador de Castilla del Oro, a donde llegó con una florida y numerosa expedición para emprender una nueva vida en el mundo recientemente descubierto. Poco después de llegar sufrió un ictus apoplectiforme con una hemiplegia de la que nunca se recuperó del todo, pero que no fué óbice para que amañara un falso proceso por el cual el gran descubridor del Mar del Sur u Océano Pacífico, Vasco Núñez de Balboa, fuese decapitado junto con sus compañeros y leales en Acla. Aún años más tarde repetiría la historia después de haber sido trasladado a Nicaragua como Gobernador de aquellas tierras, haciendo decapitar también al descubridor de las mismas, el Capitán HERNANDEZ DE CORDOBA. Todo al parecer porque no quería que nadie le hiciera sombra, acabando por fin su vida a los 84 años de edad de una rabieta que tuvo. Pedrarias, según cuentan los cronistas de la época que le conocieron y trataron, desde aquella muerte aparente llevaba consigo un ataúd en miniatura para recordarle la experiencia de casi-muerte y cada año, por aquella misma fecha, se hacía celebrar una misa de corpore insepulto para agradecer a Dios su salvación.

No parece en este caso que su casi-muerte haya influído tan favorablemetne como en otros casos que nos cuentan los diversos autores y o no vió la LUZ MARAVILLOSA ni comprendió lo que significaba el AMOR al prójimo, porque si hemos de creer a los cronistas, le hizo la vida imposible a cuantos de él dependieron.

Que la muerte aparente puede darse en nuestro tiempo, lo demuestran varios casos, uno que tuvo lugar durante mi reciente viaje a la India. Una mujer había sido declarada muerta y se hicieron los preparativos para quemarla en la pira funeraria. Se colocó el “cadáver” en la posición adecuada, rodeado del combustible ritual y se puso fuego a la pira. Pero al sentir la quemadura en el cuerpo, la mujer “revivió” y de un salto salió despedida del fuego dando alaridos. Consiguió salvarse no sin serias quemaduras que tuvieron que ser atendidas en el Hospital de Benarés.

Y muy recientemente, el 14 de marzo de 1993, Rafael Guardiola Escámez era declarado muerto de forma oficial en el Hospital de la localidad alicantina de Elda. Se trataba de un sujeto de 52 años a quien le sobrevino una muerte súbita en el interior de un ascensor. Según los médicos que le atendieron ingresó cadáver en el Centro médico. Veinte minutos más tarde, después de ímprobos esfuerzos para reanimarle utilizando descargas eléctricas sobre el corazón sin obtener respuesta alguna, los facultativos comunicaban a la familia su defunción y que se encontraba en una de las cámaras frigoríficas de la sala de autopsias. La esposa quiso ver a su esposo para comprobar por sí misma que estaba muerto y al impedírselo las autoriades del Hospital, fué acompañada de la Juez de Instrucción del Juzgado nº 2 de Elda, el Comisario de Policía y un Forense. Cuál no sería la sorpresa de todos cuando vieron que el supuesto “cadáver” respiraba. Sacado inmediatamente de la refrigeradora, fué trasladado a la UVI donde aunque respira y mantiene vida, ha permanecido en coma profundo, del que me cuentan que acaba de salir.

Para asegurarse de que no se trata de un caso de muerte aparente hay que determinar que el cuerpo que va a ser enterrado está realmente muerto. Por eso las leyes prohiben realizar un enterramiento antes de las 24 horas de haber fallecido el sujeto, exigiéndose la certifiación de un médico de familia, un médico forense o un médico del Registro Civil, en la que previa comprobación, se señalan las causas mediatas e inmediatas de la muerte.

Así, son evidentes en la muerte cierta, una serie de fenómenos tales como la mancha verde, signo de aparición tardía (24 horas después de la muerte), generalmente en la pared abdominal, como consecuencia de las putrefacciones intestinales.

La radiografía abdominal que en el cadáver permite ver con más nitidez los límites de los órganos internos, cosa que no sucede en el vivo a causa de los movimientos peristálticos del intestino.

La paralización de la respiración, la detención del movimiento circulatorio y cardiaco y el silencio bioeléctrico del cerebro en un registro gráfico de EEG.

Como esto no siempre es posible llevarlo a cabo, salvo en medios hospitalarios muy bien provistos, el médico se guía, primero por la flaccidez de los tejidos y músculos que ocho horas después de la muerte es substituída por la rigidez cadavérica (rigor mortis) aunque hay casos en que se presenta antes y que es máxima a las 24 horas para ir desapareciendo por el mismo orden que comenzó.

Una gran investigador español, el Prof. LECHA MARZO, sabiendo que el medio interno del cuerpo humano es neutro o ligeramente alcalino y que poco después de la muerte real se acidifica, ideó una sencilla y eficaz técnica que consiste en colocar un papel de tornasol bajo el párpado o bien absorbiendo con el papel la secreción lagrimal que pueda haber en los sacos palpebrales. Si este papel de tornasol vira al color rojo, es decir al pH ácido, la muerte real es cierta.

Los cambios químicos del medio interno que sobrevienen con la muerte hacen que el cadáver se enfríe progresivamente (algor mortis) comenzando por pies y manos y continuando por las partes más superficiales para terminar por las más profundas como son los órganos internos. A veces hay incluso aumento de temperatura y a las 24 horas aún conservan calor los órganos internos como el corazón, hígado y bazo. El cuerpo humano se comporta como un cilindro al enfriarse.

También se produce una pérdida de la elasticidad de los tejidos en el cadáver, especialmente de las fibras epidérmicas y musculares, de manera que si inyectamos unos 2 cc de éter teñido con azul de metileno bajo la piel colocando la aguja paralela a ésta, si el sujeto está muerto, el éter refluye por el orificio del pinchazo al ser rechazado por los tejidos, mientras que si el sujeto está vivo, se retiene y difunde por los tejidos (Signo de Rebouillat) o bien si pellizcamos la piel con una pinza de forcipresión (Pinza de Pean) y luego aflojamos ésta, los tejidos vuelven a la normalidad en el vivo persistiendo el pinzamiento si el sujeto está muerto (Signo de Icard).

El pH interno se puede comprobar también por medio de la cutitánatorreacción, practicando pequeñas escarificaciones en la piel, sobre la que se aplica papel de tornasol que vira al pH ácido si está muerto el sujeto.

Generalmente 45 minutos después de la muerte, se presentan signos como el hundimiento y flaccidez del globo ocular por evaporación de los líquidos intraoculares, la mancha esclerótica de Sommer-Larcher, que aparece en forma redondeada u oval, de color negro, en el lado externo del globo ocular por desecación de la esclerótica, o el enturbiamiento corneal, muy rápido si el cadáver quedó con los ojos abiertos y más lento (hasta un día después de la muerte) si quedó con los párpados cerrados. Por otra parte, la decoloración de los tegumentos y la palidez cérea son otros signos de muerte.

Consecuencia también de la alteraciones químicas del medio interior son las manchas lívidas, livideces cadavéricas (livor mortis), que aparecen en las partes declives del cuerpo, en la espalda si el cadáver quedó boca arriba o en el pecho y abdomen si el cadáver quedó boca abajo. Estas manchas pueden cambiar de lugar (transposición de las livideces) si el cadáver es cambiado de posición antes de las 10-12 horas después de la muerte, tiempo que necesitan para fijarse. Varían del rojo violado al azul obscuro y dependen del acúmulo de la sangre venosa por la acción de la fuerza de la gravedad en las partes declives.

La paralización o detención de las funciones vitales respiratorias, circulatorias y del sistema nervioso se conoce con el nombre de Trípode de Bichat.

Se suele considerar que si la irrigación del cerebro falta más de cinco minutos, aunque el sujeto no muera aparentemente, el daño cerebral es tan grande que es irreversible. La anoxia cerebral es mortal para este órgano después de cinco minutos.

La paralización de las funciones cerebrales se detecta por medio del EEG (electroencéfalograma). Un EEG plano se considera como muerte cierta cerebral, aunque el sujeto parezca mantenerse vivo por medio de respiración y circulación asistidas artificialmente. Se convierte en un vegetal. Sin embargo ha habido casos de EEG plano con una duración que descartaba toda vuelta a la normalidad en que el sujeto se ha recuperado totalmente. A veces el EEG no registra ritmos y ondas muy tenues, pero suficientes para demostrar que aún vive.

Cuando no hay un electroencefalógrafo disponible, se recurre al uso de mióticos y midriásicos instilados en la conjuntiva ocular. La falta de respuesta pupilar es signo de muerte cierta. Si esto se acompaña de ausencia de contractilidad muscular, respuesta negativa al electro-shock de bajo voltaje y demás signos descritos, la muerte es cierta.

Se considera que 4 horas de EEG plano es el máximo que se puede esperar para afirmar que un cerebro ha terminado sus posibilidades de recuperación, aunque en países como Francia, después de las experiencias vividas en algunos casos, exigen las leyes un silencio bioeléctrico de 48 horas (sujeto en estado de coma profundo). La ausencia de reflejos acompaña a estos estados irreversibles (muerte cerebral).

La paralización de la actividad cardiaca se detecta por medio del ECG (electrocardiograma) monitorizado en medio hospitalario, ausencia de latidos a la auscultación, registro fonocardiográfico negativo. En estos casos se recurre a la reanimación, bien con una inyección intracardiaca de adrenalina o bien por la estimulación eléctrica o el masaje cardiaco por presión de la caja torácica o directo en el caso de una intervención quirúrgica. Ha habido casos en que el sujeto ha vuelto a la vida por alguno de estos procedimientos.

Como puede verse son muchos los signos que nos permiten afirmar que un sujeto está muerto. A pesar de todo, los casos extraordinarios de vuelta a la vida cuando parecía imposible, existen.

En mi propia experiencia personal, recuerdo que durante mis años de estancia en Panamá tuve la oportunidad de atender a un sujeto ahogado en el mar. Al borde de la playa y ante la expectación de familiares y curiosos, permanecía colocado boca abajo y con la cabeza de lado, la piel y mucosas de color violáceo, la respiración detenida totalmente. Yo seguía incansable aplicándole los movimientos de presión sobre el dorso de la caja torácica en un intento de volverle a la vida. Mis propios músculos, fatigados por el esfuerzo, ya casi no respondían a los movimientos. En aquel cuerpo no había respuesta. Ya estaba a punto de dejarlo, máxime cuando escuché la exclamación de uno de los familiares que decía: “¡Déjelo Doctor, está muerto!”. Pero no hice caso y continué. A los 20 minutos salía agua por la boca y nariz y a la media hora hubo una inspiración ante mi propio asombro. Seguí con renovados ánimos y aquel hombre vivió.

Siempre desde entonces he recomendado no desmayar en los esfuerzos por reanimar a un ahogado por muy muerto que se crea que está. No hay que olvidar que el prolongado enfriamiento hace que con un mínimo de funciones vitales, un cuerpo pueda sobrevivir y esto es lo que seguramente ocurrió en aquel caso.

Por supuesto que cuando se me pregunta si la vida puede continuar de alguna manera en el cuerpo, aún después de la muerte cierta, la respuesta es que el cadáver aún tiene grupos de células en las que la autolisis no ha tenido lugar y así hay grupos de células y tejidos que conservan su vitalidad por un cierto tiempo. Más adelante, la autolisis que consiste en una serie de procesos fermentativos anaeróbicos intracelulares por la acción de las propias enzimas, se generaliza, degenerando en verdaderas necrosis celulares. Además se instala la fermentación pútrida de origen bacteriano y los gérmenes intestinales multiplican su actividad, actuando en primer lugar las bacterias aerobias hasta que consumen todo el oxígeno que pueden encontrar en los tejidos. El cadáver evoluciona según los cuatro periodos que la Medicina Legal clásica considera: Fase cromática, Fase enfisematosa con producción de gases y distensión de los tejidos, Fase colicuativa o licuefacción, convirtiéndose los tejidos en putrílago y desapareciendo por fin éste para dejar el hueso limpio (Esqueletización). Todo este proceso es favorecido y acelerado casi siempre por la acción de los insectos que forman las 8 escuadras de la muerte o trabajadores de la muerte: Dípteros, Coleópteros, Himenópteros, Acaros, cada una de cuyas especies necrófagas atacan atraídas por los distintos olores que despide el cadáver durante las fermentaciones butírica, amoniacal.

Hay muchas variantes de este proceso de destrucción de las partes blandas, dependiendo de factores intrínsecos (emaciación premortem a causa de una larga enfermedad consuntiva), utilización de antibióticos de amplio espectro, etc. y factores extrínsecos (sequedad del medio en que se coloca el cuerpo, lo que favorece la desecación y momificación del mismo, o bien humedad del medio que rodea al cadáver lo que origina la saponificación de las grasas cadavéricas (por hidrólisis de las mismas) y su transformación posterior en adipocira (grasa y cera cadavéricas, cuerpos incorruptos), o bien si el cuerpo ha quedado sobre la arena del desierto (momificación espontánea por desecación), o entre los hielos y nieves del Artico (congelación y conservación consiguiente por tiempo indefinido). A veces tiene lugar un proceso denominado corificación, que puede ser blanda (los tejidos quedan como si fuesen cuero curtido o badana) o dura (los tejidos adquieren la dureza del cuero viejo o el cartón piedra).

En determinadas circunstancias tiene lugar la infiltración de substancias calcáreas (cadáveres depositados en cuevas), que puede conducir a la fosilización de éstos o a la formación de fluorapatita y transformación del hueso (mineralización y transmineralización).

Si el cadáver ha sido embalsamado (bien por procedimientos antiguos como los usados por guanches, egipcios, incas peruanos, etc. o por procedimientos modernos tales como inyecciones intravenosas, intramusculares o parenterales en cavidades con substancias conservadoras, radiaciones, etc.) el cadáver se puede momificar, desecar o conservar durante mucho tiempo.

El actualísimo problema de los transplantes de órganos, suscita muy diversos y complejos problemas, entre los cuales no es el menor la determinación del momento de obtener los órganos del donante. Para ello es necesaria la declaración de muerte del donante. He ahí el grave problema médico-legal que se plantea. Se ha acusado a algunos cirujanos de haber obtenido órganos para transplante en sujetos moribundos, pero que aún tenían vida. La legislación de cada país ha tenido que ir a la zaga de los adelantos científicos y todavía en muchos aspectos se mantiene retrasada (Véase REVERTE COMA, J.M.: “Las fronteras de la Medicina”, Ed. Díaz de Santos, Madrid, 1981).

En el caso, desgraciadamente muy frecuente, de sujetos descerebrados en los que se mantiene la circulación sanguínea por tiempo indefinido merced a una máquina que actúa como corazón artificial y la respiración y movimiento pulmonar por un procedimiento también mecánico oxigenando la sangre, a pesar de lo cual no se logra sacar al enfermo del coma profundo en que se encuentra (muerte cerebral), aunque no lo parezca, el sujeto es un cadáver.

Un Comité creado por la Escuela de Harvard en 1968, definió la muerte como la interrupción permanente y completa de las funciones cerebrales, cumpliéndose los siguientes requisitos:

1. Falta de receptividad y respuesta a estímulos externos si se separa a la persona del respirador durante 3 minutos.

2. Ausencia total de movimientos o respiraciones.

3. Ausencia total de reflejos.

4. Silencio bioeléctrico del cerebro (EEG plano).

En años posteriores se ha aceptado esta definición en todos los países del mundo, aún con algunas modificaciones.

Existe otra posibilidad y es que haya donantes vivos, que voluntariamente ceden algún órgano para que se salve otro sujeto (donación de un riñón por ejemplo). La Ley Española de Transplantes de órganos exige para la obtención de un órgano procedente de un sujeto fallecido, que la muerte sea certificada por tres médicos, entre los cuales deberá figurar un neurólogo o neurocirujano y el Jefe de la Unidad Médica correspondiente o su substituto, con la salvedad de que ninguno de estos facultativos podrá formar parte del equipo que vaya a proceder a la obtención del órgano o a efectuar el transplante.

Todo ello dándose las circunstancias de deseo expreso del sujeto en vida o de sus familiares, de que los órganos sean dados con este fin de ser transplantados y sin mediar recompensa económica alguna.

Hay aún mucho que estudiar en torno a la muerte, que es vida bajo otra forma. KUBLER-ROSS compara ese momento a una metamorfosis, como lo hacían mis amigos indios, algo como una muda, desprendiéndose el ser humano de su envoltura corporal como una mariposa de su capullo para renacer a una vida superior. La muerte es un fenómeno natural y como tal debe ser vivida naturalmente. Para el cristiano es un renacer a una nueva vida. Para el Antropólogo es un rito de paso más, el último en la odisea de la vida, que nos permite pasar a una nueva dimensión, seamos creyentes o no creyentes, pertenezcamos a uno u otro credo. La muerte nos iguala a todos, es la gran enrasadora.

No morimos jamás, sólo emprendemos un largo y jubiloso viaje hacia el más allá.