La Caverna y el Laberinto

Subject:
[fratreslucis] La Caverna y el Laberinto
Date:
Wed, 11 Sep 2002 12:31:07 -0300
From:
raqueltb@adinet.com.uy

LIBERTAD – IGUALDAD – FRATERNIDAD
LUZ – VIDA – AMOR

QQ.’. HH.’. de la O.’.F.’.L.’.

Saludos al amparo de nuestros Seis Principios:

Remito a Uds. un artículo titulado “La caverna y el laberinto”, del autor
René Guénon, y al pie del mismo figura el link a la página de la Revista
de Estudios Arquitectónicos, donde podrán encontrar muy buenos artículos
para vuestra instrucción y meditaciones futuras.

Para aquellos que aún no son Hermanos Intimos de la OFL y que deseen intercambiar
consultas y/o comentarios, les recuerdo que pueden escribir a cualquiera
de los Cancellarius de la O.F.L. o a cualquiera de los Círculos de la OFL,
quienes con muchísimo gusto intercambiaremos opiniones; ello sin perjuicio
de los comentarios vertidos en la Lista General.

Con un gran abrazo a todos, me despido
En L.’.V.’.X.’.
S.L. Alêthéia
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LA CAVERNA Y EL LABERINTO (1)
René GUÉNON

En un libro reciente (2), W. F. Jackson Knight expone interesantes investigaciones
que tienen por punto de partida el pasaje del libro VI de la Eneida donde
se describen las puertas del antro de la Sibila de Cumas: ¿por qué el laberinto
de Creta y su historia están figurados en esas puertas? El autor se niega
con razón a ver en ello, como lo han hecho algunos que no van más allá de
las concepciones ?literarias? modernas, una simple digresión más o menos
inútil; estima, al contrario, que ese pasaje debe tener un valor simbólico
real, fundándose en una estrecha relación entre el laberinto y la caverna,
vinculados ambos con la misma idea de un viaje subterráneo. Esta idea, según
la interpretación que el autor da de hechos concordantes pertenecientes
a épocas y regiones muy diversas, habría estado originariamente en relación
con los ritos funerarios y luego, en virtud de cierta analogía, habría sido
transportada a los ritos iniciáticos; volveremos más en particular sobre
este punto en lo que sigue, pero debemos antes formular algunas reservas
sobre el modo en que el autor concibe la iniciación.

Parece, en efecto, encararla únicamente como un producto del “pensamiento
humano?, dotado por otra parte de una vitalidad que le asegura una especie
de permanencia a través de las edades, aun si a veces no subsiste, por así
decirlo, sino en estado latente; no tenemos necesidad alguna, después de
todo cuanto hemos ya expuesto acerca de este asunto, de mostrar una vez
más la insuficiencia de ese punto de vista, ya por el solo hecho de que
no tiene en cuenta los elementos ?sobrehumanos?, que en realidad constituyen
precisamente lo esencial. Insistiremos solo en esto: la idea de una subsistencia
en estado latente trae aparejada la hipótesis de una conservación en un
?subconsciente colectivo?, tomada de ciertas teorías psicológicas recientes;
como quiera que se opine acerca de éstas, hay en todo caso, en la aplicación
así efectuada, un completo desconocimiento de la necesidad de la ?cadena?
iniciática, es decir, de una transmisión efectiva e ininterrumpida. Cierto
es que hay otra cuestión que es preciso guardarse de confundir con aquélla:
ha podido ocurrir a veces que cosas de orden propiamente iniciático llegaran
a expresarse a través de individualidades que no eran conscientes en modo
alguno de su verdadera significación, y nos hemos explicado anteriormente
sobre ello con motivo de la leyenda del Graal (3); pero, por una parte,
eso nada tiene que ver con lo que es la realidad de la iniciación misma,
y, por otra, no podría entenderse así el caso de Virgilio, en quien hay,
como en Dante, indicaciones demasiado precisas y demasiado manifiestamente
conscientes para que sea posible admitir que haya sido extraño a toda vinculación
iniciática efectiva. Aquello de que aquí se trata nada tiene que ver con
la “inspiración poética? tal como se la entiende en la actualidad, y a este
respecto Jackson Knight está por cierto demasiadamente dispuesto a compartir
los puntos de vista ?literarios? a los cuales, sin embargo, su tesis se
opone en lo demás; pero no por eso hemos de desconocer todo el mérito que
corresponde a un autor universitario por tener el valor de abordar ese tema,
e incluso, simplemente, de hablar de iniciación.

Dicho esto, volvamos a la cuestión de las relaciones entre la caverna funeraria
y la caverna iniciática: aunque esas relaciones sean ciertamente reales,
la identificación de ambas, en cuanto a su simbolismo, no representa sino,
cuando mucho, una media verdad. Observemos, por lo demás, que, inclusive
desde el mero punto de vista funerario, la idea de hacer derivar el simbolismo
del ritual en lugar de ver, al contrario, en el ritual mismo el simbolismo
en acción, como en realidad es, pone ya al autor en grandes dificultades
cuando comprueba que el viaje subterráneo va seguido casi siempre de un
viaje al aire libre, representado por muchas tradiciones como una navegación;
esto seria inconcebible, en efecto, si no se tratara sino de la descripción
por imágenes de un rito sepulcral, pero, en cambio, se explica perfectamente
cuando se sabe que se trata en realidad de las fases diversas atravesadas
por el ser en el curso de una migración que es real y verdaderamente ?de
ultratumba?, y que no concierne en nada al cuerpo que ese ser ha dejado
tras de si al abandonar la vida terrestre. Por otra parte, en razón de la
analogía existente entre la muerte entendida en el sentido ordinario y la
muerte iniciática, de que hemos hablado en otra oportunidad, una misma descripción
simbólica puede aplicarse por igual a lo que ocurre al ser en uno y otro
caso; tal es, en cuanto a la caverna y al viaje subterráneo, la razón de
la asimilación antes establecida, en la medida en que está justificada;
pero, en el punto en que ella debe legítimamente detenerse, nos hallamos
todavía en los preliminares de la iniciación y no en la iniciación misma.

En efecto, nada más que una preparación para ella puede verse, en estricto
rigor, en la muerte al mundo profano seguida del ?descenso a los Infiernos?,
el cual, claro está, es la misma cosa que el viaje al mundo subterráneo
al cual da acceso la caverna; y, en lo que hace a la iniciación misma, lejos
de ser considerada como una muerte, lo es al contrario como un ?segundo
nacimiento?, y como un paso de las tinieblas a la luz. Pero el lugar de
este nacimiento es también la caverna, por lo menos en los casos en que
la iniciación se efectúa en ella, real o simbólicamente, pues va de suyo
que no hay que generalizar demasiado, y que, como en el caso del laberinto,
al cual nos referiremos en seguida, no se trata de algo necesariamente común
a todas las formas iniciáticas sin excepción. Lo mismo aparece; por lo demás,
incluso exotéricamente, en el simbolismo cristiano de la Natividad, con
igual nitidez que en otras tradiciones; y es evidente que la caverna como
lugar de nacimiento no puede tener precisamente la misma significación que
la caverna como lugar de muerte o sepultura. Se podría hacer notar, sin
embargo, por lo menos para vincular entre sí esos aspectos diferentes y
hasta en apariencia opuestos, que muerte y nacimiento no son, en suma, sino
las dos faces de un mismo cambio de estado, y que el paso de un estado a
otro se considera siempre como que debe efectuarse en la oscuridad (4);
en este sentido, la caverna seria más exactamente, pues, el lugar mismo
de ese tránsito: pero esto, aun siendo estrictamente verdadero, no se refiere
aún sino a uno de los aspectos de su complejo simbolismo.

Si el autor no ha logrado ver el otro aspecto de este simbolismo, ello se
debe muy probablemente al influjo ejercido sobre él por las teorías de ciertos
?historiadores de las religiones? : siguiendo a és-tos admite, en efecto,
que la caverna deba vincularse siempre a los cultos ?ctonios?, sin duda
por la razón, algo demasiado ?simplista?, de que esta situada en el interior
de la tierra; pero esto está muy lejos de la verdad.(5) Con todo, nuestro
autor no puede menos de advertir que la caverna iniciática se da ante todo
como una imagen del mundo(6), pero su hipótesis le impide sacar la consecuencia
que sin embargo se impone, a saber : siendo las cosas así, la caverna debe
formar un todo completo y contener en sí misma la representación del cielo
tanto como de la tierra; si ocurre que el cielo se mencione expresamente
en algún texto o figure en algún monumento como correspondiente a la bóveda
de la caverna, las explicaciones propuestas a este respecto se tornan a
tal punto confusas y poco satisfactorias que ya no es posible seguirlas.
La verdad es que, muy lejos de constituir un lugar tenebroso, la caverna
iniciática está iluminada interiormente, de modo que, al contrario, la oscuridad
reina fuera de ella, pues el mundo profano se asimila naturalmente a las
“tinieblas exteriores? y el ?segundo nacimiento? es a la vez una ?iluminación?.(7)
Ahora, si se pregunta por qué la caverna es considerada así desde el punto
de vista iniciático, responderemos que la solución se encuentra, por una
parte, en el hecho de que el símbolo de la caverna es complementario con
respecto al de la montaña, y, por otra, en la relación que une estrechamente
el simbolismo de la caverna con el del corazón; nos proponemos tratar por
separado estos dos puntos esenciales, pero no es difícil comprender, después
de cuanto hemos tenido ya ocasión de decir en otros lugares, que todo eso
está en relación directa con la figuración misma de los centros espirituales.

Pasaremos por alto otras cuestiones que, por importantes que sean en sí
mismas, no intervienen aquí sino accesoriamente, como por ejemplo la de
la significación de la ?rama de oro?; es muy discutible que pueda identificársela,
salvo en un aspecto muy secundario, con el bastón o la varita que en formas
diversas se encuentra muy generalmente en el simbolismo tradicional (8).
Sin insistir más en ello, examinaremos ahora )o que concierne al laberinto,
cuyo sentido puede parecer aún más enigmático, o al menos más disimulado,
que el de la caverna, y las relaciones existentes entre ésta y aquél.

El laberinto, como bien lo ha visto Jacksor Knight, tiene una doble razón
de ser, en cuanto permite o veda, según los casos, el acceso a determinado
lugar donde no todos pueden penetrar indistintamente; solo los que están
“cualificados? podrán recorrerlo hasta el fin, mientras que los otros se
verán impedidos de penetrar o extraviarán el camino. Se ve inmediatamente
que hay aquí la idea de una ?selección?, en relación evidente con la admisión
a la iniciación misma: el recorrido del laberinto no es propiamente, pues,
a este respecto, sino una representación de las pruebas iniciáticas; y es
fácil comprender que, cuando servia efectivamente como medio de acceso a
ciertos santuarios, podía ser dispuesto de tal manera que los ritos correspondientes
se cumplieran en ese trayecto mismo. Por otra parte, se encuentra también
la idea de ?viaje?, en el aspecto en que esa idea se asimila a las pruebas
mismas, como puede verificárselo aún hoy en ciertas formas iniciáticas,
la masonería por ejemplo, donde cada una de las pruebas simbólicas se designa,
precisamente, como un ?viaje?. Otro simbolismo equivalente es el de la ?peregrinación?;
y recordaremos a este respecto los laberintos que se trazaban otrora en
las lajas del piso de ciertas iglesias, cuyo recorrido se consideraba como
un “sustituto” del peregrinaje a Tierra Santa; por lo demás, si el punto
en el que termina ese recorrido representa un lugar reservado a los “elegidos?,
ese lugar es real y verdaderamente una ?Tierra Santa? en el sentido iniciático
de la expresión: en otros términos, ese punto no es sino la imagen de un
centro espiritual, como todo lugar de iniciación lo es igualmente (9).

Va de suyo, por otra parte, que el empleo del laberinto como medio de protección
o defensa admite aplicaciones diversas, fuera del dominio iniciático; así,
el autor señala particularmente su empleo “táctico? a la entrada de ciertas
ciudades antiguas y otros lugares fortificados. Solo que es un error creer
que en este caso se trate de un uso puramente profano, el cual incluso hubiera
sido cronológicamente el primero, para sugerir luego la idea de una utilización
ritual; hay en esta idea, propiamente, una inversión de las relaciones normales,
conforme, por otra parte, a las concepciones modernas pero solo a ellas,
y que por lo tanto es enteramente ilegítimo atribuir a las civilizaciones
antiguas. De hecho, en toda civilización de carácter estrictamente tradicional,
todas las cosas comienzan necesariamente por el principio o por lo que es
más próximo a él, para descender luego a aplicaciones cada vez más contingentes;
y, además, inclusive estas últimas no se encaran jamás desde un punto de
vista profano, que no es, según lo hemos explicado a menudo, sino el resultado
de una degradación por la cual se ha perdido la conciencia de la vinculación
de esas aplicaciones con el principio. En el caso de que se trata, podría
fácilmente percibirse que hay algo distinto de lo que verían los ?tácticos?
modernos, por la simple observación de que ese modo de defensa, ?laberíntico?,
no se empleaba solamente contra los enemigos humanos sino también contra
los influjos psíquicos hostiles, lo que indica a las claras que debía tener
por si mismo un valor ritual.(10) Pero hay más todavía: la fundación de
las ciudades, la elección de su sitio y el plan según el cual se las construía
se hallaban sometidos a reglas pertenecientes esencialmente a la ?ciencia
sagrada? y, por consiguiente, estaban lejos de responder solo a fines ?utilitarios”,
por lo menos en el sentido exclusivamente material que se da actualmente
a esa palabra; por completamente extrañas que sean estas cosas a la mentalidad
de nuestros contemporáneos, es preciso sin embargo tomarlas en cuenta, sin
lo cual quienes estudian los vestigios de las civilizaciones antiguas jamás
podrán comprender el verdadero sentido y la razón de ser de lo que observan,
aun en lo que corresponde simplemente a lo que se ha convenido en llamar
hoy el dominio de la “vida cotidiana?, pero que entonces tenía también,
era realidad, un carácter propiamente ritual y tradicional.

En cuanto al origen del nombre del ?laberinto?, es bastante oscuro y ha
dado lugar a muchas discusiones; parece que, al contrario de lo que algunos
han creído, no se relaciona directamente con el nombre de la lábrys o doble
hacha cretense, sino que ambas derivan igualmente de una misma palabra muy
antigua que designaba la piedra (raíz la-, de donde lâos en griego, lapis
en latín), de suerte que, etimológicamente, el laberinto podría no ser en
suma otra cosa que una construcción de piedra, perteneciente al género de
las construcciones llamadas ?ciclópeas?. Empero, no es ésa sino la significación
más exterior de la palabra, que, en sentido más profundo, se vincula al
conjunto del simbolismo de la piedra, al cual hubimos de referirnos en diversas
oportunidades, sea con motivo de los ?betilos?, sea con motivo de las ?piedras
del rayo? (identificadas, precisamente, con el hacha de piedra o Lábrys),
y que presenta aún muchos otros aspectos. Jackson Knight lo ha entrevisto
por lo menos, pues alude a los hombres ?nacidos de la piedra? (lo que, señalémoslo
de paso, da la explicación de la palabra griega laós (‘pueblo, gente’),
de lo cual la leyenda de Decaulión ofrece el ejemplo más conocido: esto
se refiere a cierto período un estudio más preciso del cual, si fuera posible,
permitiría seguramente dar a la llamada ?edad de piedra? un sentido muy
otro del que le atribuyen los prehistoriadores. Por otra parte, esto nos
reconduce al tema de la caverna, la cual, en cuanto excavada en la roca,
natural o artificialmente, está también muy próxima a ese simbolismo (11);
pero debemos agregar que ésta no es razón para suponer que el mismo laberinto
haya debido también forzosamente ser excavado en la roca : aunque haya podido
serlo en ciertos casos, ello no es sino un elemento accidental, podría decirse,
y no entra en su definición, pues, cualesquiera sean las relaciones entre
el laberinto y la caverna, importa no confundirlos, sobre todo cuando se
trata de la caverna iniciática, que aquí consideramos más en particular.

En efecto, es muy evidente que, si la caverna es el lugar en que se cumple
la iniciación misma, el laberinto, lugar de las pruebas previas, no puede
ser sino el camino que conduce a ella, a la vez que el obstáculo que veda
el acercamiento a los profanos “no cualificados?. Recordaremos, por otra
parte, que en Cumas el laberinto estaba representado en las puertas, como
si, de alguna manera, esa figuración sustituyera al propio laberinto(12);
y podría decirse que Eneas, mientras se detiene a la entrada para contemplarla,
recorre en efecto el laberinto, mental ya que no corporalmente. Por otra
parte, no parece que ese modo de acceso haya sido siempre exclusivamente
reservado para santuarios establecidos en cavernas o asimilados simbólicamente
a e}las, pues, como lo hemos explicado ya, no se trata de un rasgo común
a todas las formas tradicionales; y la razón de ser del laberinto, tal como
la hemos definido antes, puede convenir igualmente a los aledaños de todo
lugar de iniciacion, de todo santuario destinado a los ?misterios? y no
a los ritos públicos. Formulada esta reserva, hay sin embargo una razón
para suponer que, en el origen por lo menos, el empleo del laberinto -haya
de haber estado más particularmente vinculado con la caverna iniciática:
pues uno y otra parecen haber pertenecido al comienzo a las mismas formas
tradicionales, las de esa época de los ?hombres de piedra? a que aludíamos
poco ha; habrían comenzado, pues, por estar estrechamente unidos, aunque
no lo hayan quedado invariablemente en todas las formas ulteriores.

Si consideramos el caso en que el laberinto está en conexión con la caverna,
ésta, a la cual rodea con sus repliegues y en la cual finalmente desemboca,
ocupa entonces, en el conjunto así constituido, el punto más interno y central,
lo que corresponde perfectamente a la idea de un centro espiritual, y concuerda
además con el equivalente simbolismo del corazón, sobre el cual nos proponemos
volver. Ha de hacerse notar aún que, cuando la misma caverna es a la vez
el lugar de la muerte iniciática y el del ?segundo nacimiento?, debe entonces
ser considerada como acceso no solo a los dominios subterráneos o ?infernales”,
sino también a los dominios supraterrestres; esto también responde a la
noción del punto central, que es, era el orden ?macrocósmico”, al igual
que en el ?microcósmico?, aquel donde se efectúa la comunicación con todos
los estados superiores e inferiores; y solamente así la caverna puede ser,
según lo hemos dicho, la imagen completa del mundo, en cuanto todos esos
estados deben reflejarse igualmente en ella; de no ser así, la asimilación
de su bóveda al cielo seria absolutamente incomprensible. Pero, por otra
parte, si el ?descenso a los Infiernos? se cumple en la caverna misma, entre
la muerte iniciática y el ?segundo nacimiento?, se ve que no puede considerarse
a ese descenso como representado por el recorrido del laberinto, y entonces
cabe aún preguntarse a qué corresponde en realidad este último: son las
?tinieblas exteriores?, a las cuales hemos aludido ya, y a las que se aplica
perfectamente el estado de ?errancia?, si es lícito usar este término, del
cual tal recorrido es la exacta expresión. Este asunto de las ?tinieblas
exteriores? podría dar lugar a otras precisiones, pero nos harían traspasar
los límites del presente estudio; creemos, por lo demás, haber dicho bastante
para mostrar, por una parte, el interés que presentan investigaciones como
las expuestas en el libro de Jackson Knight, pero también, por otra, la
necesidad, para dar precisión a los resultados y captar su verdadero alcance,
de un conocimiento propiamente ?técnico? de aquello de que se trata, conocimiento
sin el cual no se llegará nunca sino a reconstrucciones hipotéticas e incompletas,
que, aun en la medida en que no estén falseadas por alguna idea preconcebida,
permanecerán tan ?muertas? como los vestigios mismos que hayan sido su punto
de partida.

NOTAS:
(1)Cap. XXIX de Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, Eudeba-Colihue,
Buenos Aires, 19883 [Publicado en É. T., octubre y noviembre de 1937.]

(2) W. F. Jackson Knight, Cumaean Gates, a reference of the Sixth “Aeneid”
to lnitiation Pattern, Basil Blackwell, Oxford.
(3) (Ver caps. III y IV.)
(4) Podría recordarse también, a este respecto, el simbolismo del grano
de trigo en los misterios de Eleusis.

(5) Esta interpretacion unilateral lleva al autor a una singular confusión:
cita, entre otros ejemplos, el mito shintoísta de la danza ejecutada ante
la entrada de una caverna para hacer salir de ella a la “diosa ancestral?
allí escondida; desgraciadamente para su tesis, no se trata de la ?tierra
madre”, romo lo cree y lo dice expresamente, sino de la diosa solar, lo
cual es enteramente distinto.

(6) En la masonería ocurre lo mismo con la logia, cuyo nombre algunos han
relacionado incluso con la palabra sánscrita loka [?mundo’], lo que en efecto
es exacto simbólicamente, si etimológicamente no; pero ha de agregarse que
la logia no se asimila a ]a caverna, y que el equivalente de ésta se encuentra
solo, en ese caso, al comienzo mismo de las pruebas iniciáticas, de modo
que no se le da otro sentido que el de lugar subterráneo en relación directa
con las ideas de muerte y de “descenso?.

(7) En el simbolismo masónico igualmente, y por las mismas razones, las
?luces? se encuentran obligatoriamente en el interior de la logia; y la
palabra loka, recién mencionada, se relaciona también directamente con una
raíz cuyo sentido primero designa la luz.

(8) Sería ciertamente mucho más exacto asimilar esta ?rama de oro? al muérdago
druídico y a la acacia masónica, para no mencionar los ?ramos? de la fiesta
cristiana que lleva precisamente este nombre, en cuanto símbolo y prenda
de resurrección e inmortalidad.
(9) Jackson Knigh menciona estos laberintos, pero no les atribuye sino una
significación simplemente religiosa; parece ignorar que su trazado no pertenecía
en modo alguno a la doctrina exotérica, sino exclusivamente al simbolismo
de las organizaciones iniciáticas de constructores.

(10) No insistiremos, para no apartarnos demasiado de nuestro asunto, sobre
la marcha “laberíntica? de ciertas procesiones y ?danzas rituales”, que,
presentando ante todo el carácter de ritos de protección, o ?apotropaicos”,
como dice el autor, se vinculan directamente y por eso al mismo orden de
consideraciones: se trata esencialmente de detener y desviar los influjos
maléficos, por una ?técnica? basada en el conocimiento de ciertas leyes
según las cuales aquéllos ejercen su acción.

(11) ? Las cavernas prehistóricas fueron, verosímilmente, no habitaciones,
como de ordinario se cree, sino los santuarios de los “hombres de la piedra”,
entendidos en el sentido que acabamos de indicar; así, pues, la caverna
habría recibido en las formas tradicionales del período de que se trata,
y en relación con cierta ?ocultación? del conocimiento, el carácter de símbolo
de los centros espirituales, y consiguientemente de lugar de iniciación.

(12) Un caso similar, a este respecto, es el de las figuras ?laberínticas”
trazadas en paredes, en Grecia antigua, para vedar el acceso de los influjos
maléficos a las casas.

http://arquitectes.coac.net/rea/art_cyl.htm

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AUGUSTA COMUNIDAD DE LOS FRATRES LUCIS en LVX LIF
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