Antropólogos y chamanes

Abrebocas a la serpiente cósmica, de Jeremy Narby
Antropólogos y chamanes
Por: Ricardo Díaz
Editor Visión Chamánica

    En 1985 el antropólogo Jeremy Narby trabajó durante algún tiempo con la comunidad ashaninca del piedemonte amazónico peruano. Intentaba probar la hipótesis de que la utilización de la selva húmeda tropical por las comunidades indígenas de ese territorio sí era racional, y que no había que imponerles el esquema de “desarrollo” de los tecnócratas del Banco Mundial: tumbar la selva, sembrar pasto y poner vacas.

    Allí Narby conoció el yagé. Y con él descubrió porqué esa es una “planta enseñante” o “planta de conocimiento”. Diez años después, esta experiencia es publicada en un hermoso e importante libro: La serpiente cósmica, el ADN y los orígenes del saber, que proporciona una base de diálogo y encuentro entre dos tipos de saberes: la ciencia occidental y el saber de los chamanes yageceros del Amazonas, proporcionado –según ellos– por la planta del yagé.
    Como una muestra de este magnífico libro, incentivando a nuestros lectores a descubrirlo, pero también como una contribución a la definición de la temática chamánica –centro de nuestra actividad informativa–, reproducimos el siguiente fragmento tomado del libro citado, edición en español, págs. 23 y 24.

El “chamanismo” es un término inventado por los primeros antropólogos para clasificar las prácticas menos comprensibles de los “primitivos”.

La palabra “chamane” o “chamán” es de origen siberiano. Su etimología es dudosa. En la lengua tungús, un saman es una persona que golpea un tambor, entra en trance y cura a la gente. Los primeros observadores rusos que han relatado las actuaciones de estos saman, los han descrito unánimemente como enfermos mentales.

A partir del inicio del siglo XX, los antropólogos progresivamente han extendido la aplicación de este término siberiano, y han encontrado chamanes en Indonesia, Uganda, Polo Norte y en la Amazonía. Algunos tocan tambor, otros beben decocciones de plantas y cantan. Algunos dicen sanar y otros hechizan. Se les ha considerado unánimemente como neuróticos, epilépticos, psicóticos, histéricos o esquizofrénicos.

He aquí, por ejemplo, lo que escribe Georges Devereux, una autoridad en la materia: “Estas comprobaciones nos obligan a considerar al chamán como un ser gravemente neurótico o, incluso, un psicótico en estado de remisión temporal. Por lo demás, el chamanismo está frecuentemente fuera de sintonía con relación a la cultura misma […] con Kroeber, Linton y La Barre, afirmo, pues, que el chamán está psicológicamente enfermo”.

No obstante, a mediados del siglo XX, los antropólogos han comenzado a darse cuenta no solamente que los “primitivos” no existían en verdad en tanto que tales, sino también que los chamanes eran menos locos de lo que ellos habían pensado. El cambio se operó bruscamente. En 1949, Claude Levi-Strauss afirmó en un ensayo-bisagra que el chamán, lejos de ser un loco, era una suerte de psicoterapeuta con la diferencia que “el psicoanalista escucha mientras que el chamán habla”. Para Levis-Strauss, este último era, sobre todo, un creador de orden, que curaba a la gente transformando sus dolores “incoherentes y arbitrarios” en “una forma ordenada e inteligible”.

Esta visión del chamán/ordenador se volvió el credo de una nueva generación de antropólogos. De 1960 a 1980, las autoridades más instituidas de la disciplina han definido al chamán, ante todo, como un creador de orden, un maestro del caos o un evitador de desorden.

Por cierto, las cosas no han sucedido así tan simplemente. Hasta fines de los años 60, algunos sobrevivientes de la vieja escuela han seguido afirmando que el chamanismo era una enfermedad mental. A partir de la década del 70, hubo asimismo un nuevo discurso que presentó al chamán no solamente como un creador de orden, sino también como un especialista de toda clase de oficios –que era, a la vez, “médico, farmacólogo, psicoterapeuta, sociólogo, filósofo, abogado, astrólogo y sacerdote”. Finalmente, en el curso de los años 80, ciertos iconoclastas han afirmado que los chamanes, ante todo, ¡eran creadores de desorden!

Entonces, ¿qué son los chamanes? ¿Esquizofrénicos o creadores de orden? ¿Hombres que hacen de todo o creadores de desorden?

Me parece que la respuesta está en el espejo. Me explico: cuando la antropología era una joven ciencia naciente, todavía no conforme consigo misma, inconsciente de la naturaleza esquizofrénica de su metodología, el chamán fue percibido como un enfermo mental. Luego, cuando la antropología (“estructural”) pretendió acceder al rango de ciencia y los antropólogos se ocuparon de encontrar el orden en el orden, el chamán se ha vuelto creador de orden. Desde que la disciplina viven una crisis de identidad (“postestructural”), no sabiendo más si es una ciencia o una forma de interpretación, el chamán se ha puesto a ejercer toda suerte de oficios. Finalmente, ciertos antropólogos han comenzado recién a volver a cuestionarse la búsqueda obsesiva de orden de su disciplina, y han visto chamanes cuyo poder reside precisamente en “minar la búsqueda del orden”.

Parecería así que la realidad que se esconde detrás del concepto de “chamanismo” refleja sistemáticamente la mirada del antropólogo, cualquiera que sea su ángulo de enfoque.

Tomado de: NARBY, Jeremy. La serpiente cósmica, el ADN y los orígenes del saber. Lima: Takiwasi y Racimos de Ungurahui, 1997. 230 p.