Tiranos en Siberia

Tiranos en Siberia

En todas partes cuecen y han cocido habas. Aqui os pongo unos
fragmentos del libro “El Manto del Chamán. Historia indígena de
Siberia”, de Anna Reid. Me he quedado pasmada al ver (una vez más)
la crueldad de la represión hacia los indígenas, que en ese caso ha
durado hasta hace pocas decadas. En el siguiente mensaje os pondré
unas pocas anécdotas sobre chamanes reales que la autora del libro,
batiendo con mil dificultades, logró reunir.
—-

Cuando Siberia fue conquistada por los rusos, se produjo una
situación similar a la que se dio en Norteamérica respecto a sus
nativos. Los indígenas siberianos fueron obviados, combatidos y
despreciados como si se tratara de una subraza medio animal. Primero
el ejército, luego los colonos, y más tarde las nuevas enfermedades
(como la viruela y la sífilis) causaron estragos entre ellos. Para
rematarlo se introdujo el alcohol y los licores. Al parecer el
alcohol era muy mal tolerado por los aborígenes siberianos y, como
sucedió en lugares como Norteamérica o Australia, provocó un
alcoholismo grave que condujo aún más a la desesperanza, la miseria
y la pérdida de la dignidad e identidades.

Aún hoy, si uno pregunta por nativos siberianos, quienes así se
consideran son los rusos descendientes de los primeros colonos.
Los “otros” no resultan dignos de aprecio, son solo una rareza
exótica y hasta molesta.
La gran mayoría de nativos siberianos pasaron de ser pastores,
cazadores duros y autosuficientes, a ser aburridos e intimidados
trabajadores manuales. Despojados de su identidad cultural, de amor
propio, y a menudo de sus hijos (llevados a instituciones para
culturizarlos, parecido a lo que se hizo en Australia), muchos
sucumbieron a la desesperación pasiva y empapada de alcohol. Las
tasas de desempeleo, suicidio y asesinato crecieron. La esperanza de
vida decayó en picado.

En Siberia los rusos ganaron un continente entero, uno de los
imperios más grandes que el mundo hubiera conocido nunca. Hasta
finales del siglo XVII la trataron como un rico terrateniente lo
haría con una finca lejana: como una fuente útil de ingresos, pero
por la que no valía la pena molestarse mientras los campesiones
permanecieran tranquilos y las rentas continuasen llegando.

Más tarde, cuando las ideas occidentales empezaron a infiltrarse en
Rusia, los zares enviaron allí expediciones científicas. Pero casi
tan pronto como se “descubrió” la riqueza de Siberia , su imagen
como tierra de oportunidades fue ocultada por otra visión más
siniestra: Siberia como “la Casa de los Muertos” de Dostoyevski,
la “tierra de muerte y cadenas” de Gorki, y el “archipiélago Gulag”
de Solzhenitsin. Era un lugar para siervos cismáticos huidos, para
cosacos buscadores de fortuna y tramperos en busca de pieles de
marta cibelina, y para los prisioneros de guerra y los exiliados
políticos era el más infeliz de los finales. Siberia era el Nuevo
Mundo de Rusia, pero también era su oscuro pasado, su armario lleno
de esqueletos, un siniestro país donde grotescos oficiales
incrementaban de modo oscuro sus ingresos al son del aullido de los
lobos y el ruido de los grilletes de los presos deportados. En
algunas zonas muy al norte, la población de presos (miles) superaba
a la de indígenas, y éstos habían de soportar las tropelías y
asesinatos de algunos convictos peligrosos que huían, arrasando,
quemando, robando y violando a la población autóctona.

¿Dónde encajaban los siberianos de verdad, los indígenas, en todo
esto?. En ningún sitio. Para los cosacos fueron un recurso
económico; para los científicos de la Ilustración curiosidades
naturales; para los románticos, nobles salvajes; para los
constructores de imperios una excusa para conquistar nuevos
terrotorios (diciendo que los “liberarían” de chinos o mongoles) y
exhibir su potencia “civilizadora de salvajes”.

Entre los muchos pueblos indígenas hubo respuestas desiguales.
Algunos , mansos, fueron rápidamente conquistados y casi
exterminados. Un militar especialmente bárbaro alardeaba de haber
hecho experimentos con uno de esos pueblos mansos, disparando a una
apretada fila de ellos para comprobar a cuántos podía matar de un
solo tiro. Otros pueblos, con gran destreza militar, lograron
resistir décadas de acoso y consiguieron que se les tuviera más en
cuenta (al menos en teoría). Algunos, como los chukchis, se crearon
fama de combatientes feroces y se hicieron chistes sobre eso (y
sobre su supuesta cortedad mental). Por ejemplo:

Los chukchis declaran la guerra a China. Sorprendidos, los chinos
envían embajadores para averiguar quién demonios son los chukchis.
Se encuentran con 2 hombres sentados en una tienda de pieles,
comiendo asado de foca.
-¿Son ustedes los chukchis?
-Lo somos
-¿Y quieren luchar contra nosotros?
-Eso es.
-Pero….pero…¿saben que hay mil millones de chinos?
-¿¡¡De verdad!!?. Vaya…¿dónde enterraremos a tanta gente?

Y si esto sucedía con los indígenas ¿qué no sucedió con las
prácticas chamánicas, que formaban parte del modo de vida de todos
esos pueblos?.
Primero los zares con su afan cristianizador, y luego el comunismo,
que persiguió todas las religiones y exterminó a frailes, monjes
budistas y chamanes por igual, dejaron un panorama desolador. Los
zares intentaron sustituir a los chamanes por sacerdotes. Se guardan
documentos y testimonios de la época que hablan de la fuerte
oposición que hubo ante el cristianismo. Pedro el grande decía en
1710: “Hay que Encontrar sus seductores ídolos de falsos dioses y
quemarlos con fuego, y derribarlos con el hacha, y destruir sus
templos paganos, y construir capillas sobre esos templos, y erigir
sagrados iconoes encima de sus cenizas, y bautizar a los indígenas…y
si alguno de ellos se muestra contrario, será castigado con la
muerte”.
Un sacerdote ucraniano escribió un relato de una campaña
evangelizadora de 3 años. Los indígenas jantis lucharon, huyeron,
con lágrimas en los ojos suplicaron que no se bautizase a sus
esposas e hijos, y llegaban a “cubrirse los oídos con las manos,
como víboras”. Estuvieron muy afligidos por la destrucción de sus
fetiches, que escondieron y enterraron, e intentaron sobornar a los
rusos para que les dejaran en paz. Al final, a la fuerza, la campaña
se saldó con 40mil conversos…
Los tártaros de la zona del Ob atestiguaron que clérigos acompañados
de soldados armados desembarcaban periódicamente en botes en el río,
arrastraban a la gente por fuerza , fuera de su cabaña, y los
lanzaban al río “Cuando volvían a la orilla, se les colgaban cruces
en el cuello y ya eran cristianos”.

Se daba el fenómeno, recogido por viajeros, aventureros y
exploradores, que cuanto más lejos se encontraban los indígenas de
la influencia rusa, más felices y sanos estaban. Cuanto
más “rusificados”, más decadente se volvía su vida, su salud y
perdían incluso cualidades y sabiduría ancestral como calcular la
fecha por la situación de las estrellas, el bordado de trajes, el
amaestramiento de perros y la caza.Heinrich von Fuch, exiliado en
Yakustk entre 1735 y 1744, habló en favor de los indígenas sajas y
pedía que se les bajaran los fuertes tributos que debían pagar cada
año al gobierno ruso: “Vi un asentamiento nómada donde sólo
sobrevivieron 2 de cada 10 hombres (por las enfermedades europeas
nuevas) y los supervivientes tenían que pagar los atrasos de todos
aquellos que habían muerto….Conocí personalmente a varios iakuts
ricos que tenían que pagar por todos sus parientes muertos. Estaban
tan empobrecidos que habían perdido todo su ganado y caballos, y
algunas veces tuvieron que dejar en prenda sus mujeres e hijos.
Algunos se colgaron o se ahogaron”.

Entre los pueblos indígenas de Kamchakta, el botánico explorador
Stepan Krasheninnikov, en 1737, encontró a los
indígenas “fascinantes pero repulsivos por su escasa higiene”.Sin
embargo admitió su gran valor y su ingenio técnico. Los indígenas,
decía, se consideran a sí mismos las personas más felices del mundo
y miran a los rusos con desprecio. Decían que, de ser lo ruso tan
maravilloso y mejor que lo de los indígenas, ¿para qué se tomaban
tantas molestias en venir hasta allí?. “Parece que queréis las cosas
que tenemos, que no estais contentos en ningún lado. Nosotros, por
el contrario, estamos satisfechos con lo que poseeemos y no os
necesitábamos para nada”.

De forma similar hay constancia de los 2 primeros buriatos que
llegaron a San Petersburgo. Eran un par de eruditos que tenían el
encargo de traducir los evangelios al mongol, para la sociedad
bíblica rusa. No consiguieron adaptarse. Uno aceptó el bautismo y el
nombre cristiano de Ivan sólo en su lecho de muerte, llorando por su
viejo nombre (Loto), y el segundo volvió a Buriatia como un viejo
borracho solitario y violento.

Muchos misioneros budistas llegaron a Siberia, en especial a
Buriatia, desde el Tibet, pero más que extirpar el chamanismo lo
absorbieron, e incluyeron a los viejos dioses en su panteón sin
mucha dificultad. Los antiguos lugares sagrados se convirtieron on
monasterios lamaístas, estableciéndose una especie de religión
híbrida. Aun hoy en día, la relación entre budismo y chamanismo
sigue siendo cordial. Durante una entrevista de la autora del libro
a un monje budista, le preguntó qué opinaba del reciente fenómeno de
resurgimiento del chamanismo: “Somos buenos amigos, hermanos. La
gente siempre nos pide que hagamos ceremonias juntos: funerales,
santificar casas, ofrendas a la naturaleza. Los misioneros baptistas
y de la secta moon son otra cosa, ¡son agresivos de escándalo!¡No
predican a la gente, simplemente la agarran!”.

Los lamas eran , históricamente, expertos en esquivar polémicas,
según cuentan posteriores misioneros protestantes: “EL lama, bien
por cortesía o por estupidez, insistía en que no veía razón por la
que su religión y la nuestra no pudieran ser ambas verdad. Rehusan
toda discusión, y nos evitan en lo posible”.
Pero al final tanto a los lamas como a los chamanes (y a los
cristianos) el comunismo los persiguió con saña. Todo esto fue un
tema tabú hasta la perestroika, y aun hoy muchas cosas permanecen
sepultadas en archivos perdidos y secretos. Con el comunismo se
demolieron todos los cientos monasterios lamaístas, se destruyó
cuanto contenían, y se deportaron a los miles de monjes a gulags,
donde la mayoría murieron.
Los comunistas encarcelaron a los chamanes o los desterraron. Stalin
los fusiló, o los mandaba lanzar desde helicópteros diciendo que, ya
que decían que podían volar, ahora tenían la oportunidad de hacerlo.

Narra una antropóloga de San Petersburgo sus conclusiones sobre el
chamanismo de este modo: “A pesar de todo lo que hicieron los rusos
el chamanismo sobrevivió en secreto, clandestinamente. Nunca se
extinguió porque siempre hubo una sucesión, un maestro que podía
tomarte como ayudante. Pero naturalmente, hoy hay poquísimos
chamanes genuinos. Y hacer hablar a los indígenas sobre chamanismo
es muy difícil. Necesitas muchísimos preliminares y prudencia.”
Durante el comunismo, ni la misma antropóloga entrevistada podía
decir a qué dedicaba sus investigaciones. “Tenías que hablar de tal
forma que solo las personas que estuvieran en tu campo de
investigación entendiesen. Uno de los trucos era escribir en pasado
remoto, aunque tus hallazgos fueran de este mismo año. De este modo
protegías a tus informantes en caso de que el Partido lo leyese y
crease problemas”. Ninguna de las antropólogas tenía muchas
esperanzas en encontrar hoy en día chamanes auténticos dispuestos a
hablar de sus conocimientos. “Los chamanes de verdad no hablan con
extranjeros, y las nuevas generaciones de chamanes son pálidas
imitaciones en comparación con lo antiguo. Fuimos a ver una
actuación chamánica hace poco en el Palacio de Deportes. El chamán
tenía el abrigo, el gorro y el tambor, pero era sólo una
teatralización. No había nada genuino en ello”.

Cuando la autora asistió a unas conferencias sobre chamanismo en
Moscú se encontró que estaba financiada por neochamanes
californianos del tipo que las antropólogas rusas antes
entrevistadas despreciaban. Estadounidenses entusiastas se adueñaron
de la tribuna con palabras como “percepción extrasensorial” y “super
habilidades”. En una fila del fondo, ostentosamente aburridos, se
sentaban chamanes vivos de verdad, sobretodo rollizas mujeres
asiáticas de edad. El acto terminó convirtiéndose en propaganda de
los cursos y talleres de Michael Harner. Los participantes podían
invertir en un libro, un Cd y un tambor de 16 pulgadas RemoUSA de
piel de búfalo, “excelente para tocar el tambor en esas excursiones
de aventura y chaparrones de abril, para ponerse al lado del fuego,
pues seguro que no habrá un enchufe para el secador de pelo”.