Vislumbres de una infancia dorada (libro) (3)

Sesión 13

    De acuerdo, quítame la toalla. Lo siento, Ashu, pero tengo que empezar mi tarea y comprenderás que es complicado llevar dos camisas sobre el mismo pecho, especialmente para el pobre corazón que está escondido dentro del pecho. El corazón no se puede comportar de una forma política o diplomática. No es diplomático; es sencillo e infantil.
No me olvido de Jesús. Me acuerdo de él mucho más que los cristianos que hay en el mundo. Jesús dice: «Bienaventurados los que son como niños, pues de ellos es el reino de Dios.» Lo más importante para recordar aquí es la palabra «pues». En todas las frases de Jesús que empiezan por: «Bienaventurados aquellos…» y acaban por «…el reino de Dios» ésta es la única afirmación que es diferente, porque las demás dicen: «Bienaventurados los humildes porque heredarán el reino de Dios.» Son declaraciones lógicas y son promesas para el futuro, el futuro que no existe. Ésta es la única donde se dice: «…pues de ellos es el reino de Dios.» Sin futuro, sin racionalidad, sin razón, sin promesa de beneficio; simplemente, la pura afirmación de un hecho, o mejor dicho, la simple afirmación de un hecho.
Esta afirmación siempre me impresiona, siempre me asombra. No entiendo cómo alguien se puede asombrar cada vez que escucha la misma afirmación desde hace treinta años… Sí; desde hace treinta años esta afirmación ha estado conmigo, y mi corazón siempre tiembla de alegría: «Pues de ellos es el reino de Dios»…, tan ilógico y tan cierto a la vez.
    Ashu, te he tenido que decir que me quitaras la toalla, porque no se puede hacer dos cosas a la vez, especialmente en un solo corazón. Y, desde que te conozco, me has tratado siempre tan bien que si intento recordar cuándo empezó me parece que te conozco desde siempre. No bromeo. Efectivamente, cuando pienso en Ashu no recuerdo cuándo entró en el mundo de mis allegados. Parece que siempre ha estado aquí, sentada a mi lado, ya sea como ayudante del dentista o no. Se ha convertido en la editora asociada de Devaraj, se trata de un gran ascenso. Ahora puedes tener dos médicos a tu disposición. ¿No es fantástico? ¡Puedes hacer que luchen entre ellos y divertirte!
Ahora seguiré con mi historia… Antes de empezar, es bueno hacer una pequeña introducción, lo más irracional posible, porque es exactamente la mejor introducción al hombre que soy. A veces me río de mí mismo sin ningún motivo, porque si hay un motivo se acaba la risa.
Uno se puede reír solamente sin motivo. La risa no tiene ninguna relación con la racionalidad, así que, de vez en cuando, me aparto de la racionalidad y también de la irracionalidad; tened en cuenta que son dos caras de lo mismo, y entonces de verdad me río espontáneamente.
Naturalmente, no me puede oír nadie. No es físico, si no, Devaraj y Devageet ya lo habrían detectado con sus instrumentos. No lo pueden detectar. Trasciende toda la instrumentalidad. Fijaos qué palabra más bonita me acabo de inventar: instrumentalidad. Escríbelo exactamente así: instru-mental-idad. Así entenderéis de qué estoy hablando, al menos las palabras, y quizá algún día también entendáis la ausencia de palabras. Ésa es mi esperanza, mi sueño para todos vosotros.
Debéis estar preocupados porque hoy, realmente, estoy tardando mucho en empezar. Vosotros me conocéis, yo os conozco. Iré tan lento como pueda. Eso os ayudará a vaciaros. En eso consiste mi trabajo, en vaciar: se podría llamar «Vaciado Ilimitado».
El otro día os conté que la muerte de mi abuelo fue mi primer encuentro con la muerte. Sí, fue un encuentro y algo más; no sólo fue un encuentro, si no, me habría perdido el verdadero sentido. Vi la muerte y también vi algo más que no se estaba muriendo, que flotaba más alto, escapándose del cuerpo…, de los elementos. Ese encuentro determinó el rumbo de mi vida. Me dio una dirección, mejor dicho, una dimensión desconocida hasta entonces.
Había oído hablar de las muertes de otras personas, pero sólo de oídas. Nunca había presenciado ninguna, y aun cuando lo hubiese visto, no significaban nada para mí.
Sólo te puedes encontrar de verdad con la muerte cuando amas a alguien y se muere. Resalta esto:
Solamente puedes encontrarte con La muerte
en La muerte del ser querido.
Cuando estás rodeado de amor y de muerte ocurre una transformación, una inmensa mutación, como si naciera un nuevo ser. No vuelves a ser el mismo. Pero las personas no pueden experimentar la muerte como la experimenté yo porque no aman. Si no hay amor la muerte no te puede dar las llaves de la existencia. Cuando hay amor te entrega las llaves de todo lo que es.
Mi primera experiencia de muerte no fue un simple encuentro. Fue complejo en muchos sentidos. El hombre que había amado se estaba muriendo. Era como un padre para mí. Me crió con una libertad total, sin inhibiciones, represiones ni mandamientos. Jamás me dijo «no hagas esto» o «haz eso». Tan sólo ahora puedo ver la belleza de ese hombre. A un anciano le resulta muy difícil no decirle a un niño «no hagas esto, haz aquello» o «siéntate aquí y no hagas nada» o «¿por qué no haces algo en lugar de estar ahí sentado sin hacer nada?». Pero nunca lo hizo. No puedo recordar ni una sola vez que intentase interferir en mi vida. Simplemente, se apartaba. Cuando pensaba que lo que estaba haciendo no estaba bien se apartaba y cerraba los ojos.
En una ocasión le pregunté:
-¿Nana, por qué cierras los ojos a veces, cuando me siento a tu lado?
-Ahora no lo vas a entender -respondió-, pero quizá algún día lo entiendas. Cierro los ojos para no impedirte hacer lo que estés haciendo, esté bien o mal. No es mi deber impedírtelo. Te he separado de tu padre y de tu madre. Si ni siquiera te puedo dar libertad, ¿qué sentido tiene el separarte de tus padres? Te separé de ellos solamente para que no pudieran interferir en tu vida. ¿Cómo voy a interferir yo? Pero sabes -prosiguió-, a veces me dan tentaciones. Tú eres una tentación muy grande. Si lo llego a saber, no me habría arriesgado. Por alguna razón tienes un talento especial para hacer todo lo que está mal. Una de dos, o yo estoy completamente loco o tú lo estás.
-Nana -le consolé-, no tienes que preocuparte. Si alguien está loco, entonces soy yo.
Y desde ese día le he dicho a la gente:
-No me hagáis caso, estoy loco.
Se lo dije para consolarle y se lo sigo diciendo a la gente, que está realmente loca, para consolada. Pero cuando estás en un manicomio y eres el único que no está loco, qué otra cosa puedes hacer sino decirle a la gente:
-Relajaros, soy un loco, no me toméis en seno.
Eso es lo que he estado haciendo toda mi vida.
Solía cerrar los ojos, pero, a veces, la tentación era demasiado grande… Por ejemplo, una vez estaba montado a caballo encima de Bhoora, nuestro criado. Le había mandado comportarse como si fuese un caballo. Al principio me miró confundido, pero mi abuela le dijo:
-¿Qué hay de malo en eso? ¿No puedes fingir un poco? Bhoora, compórtate como un caballo.
Empezó a hacer todo lo que haría un caballo, y yo estaba montado encima.
Eso fue demasiado para mi abuelo. Cerró los ojos y empezó a cantar su mantra: «Namo arihantanam namo… namo siddhanam namo.»
Por supuesto, me detuve, porque cuando empezaba a cantar su mantra quería decir que era demasiado para él. Era tiempo de dejarlo. Le sacudí y le dije:
-Nana, vuelve, no hace falta que cantes tu mantra. He dejado de jugar. ¿No ves que sólo era un juego?
Me miró a los ojos y yo le miré a los ojos. Durante un momento sólo hubo silencio. Esperó a que yo dijera algo pero se tuvo que rendir y dijo:
-De acuerdo, hablaré yo primero.
-Está bien -dije-, porque si te hubieses
quedado callado, yo me habría quedado en silencio el resto de mi vida. Menos mal que has hablado, así te puedo contestar. ¿Qué quieres preguntar?
-Siempre te he querido preguntar por qué eres tan travieso -dijo.
-Deberías reservar esa pregunta para hacérsela a Dios. Cuando te lo encuentres, pregúntale: «¿Por qué has hecho a este niño tan travieso?» -le contesté-. No me puedes hacer esa pregunta, es como preguntarme: «¿Quién eres?» Cómo se puede dar una respuesta a eso.
    En lo que a mí respecta, no me preocupa en lo más mínimo. Sólo quiero ser yo mismo. ¿Se puede o no se puede en esta casa?
    Estábamos sentados fuera, en el jardín. Me volvió a mirar y me dijo: -¿Qué quieres decir?
-Entiendes perfectamente lo que te estoy diciendo -le respondí -. Si no puedo ser yo mismo, entonces no volveré a entrar en esta casa. Por eso te pido que seas claro conmigo: o entro en la casa con licencia para ser yo mismo, o me olvido de esta casa y me convierto en un peregrino, en un vagabundo. Dímelo claramente y sin dudar, ¡venga!
Se rió y dijo:
-Puedes entrar en esta casa. Es tu hogar. Si no puedo resistir interferir en tus asuntos, entonces, me iré yo de la casa. Tú no te tienes que Ir.
Es exactamente lo que hizo. Dos meses después de esta conversación ya no estaba en este mundo. No se fue sólo de esta casa, se fue de todas las casas, incluido su cuerpo, que era su verdadera casa.
Quería a este hombre porque él amaba mi libertad. Sólo puedo amar cuando se respeta mi libertad. Si tengo que negociar y conseguir amor a costa de mi libertad, entonces ese amor no es para mí. Es para mortales inferiores, no es para aquellos que saben.
En este mundo casi todo el mundo cree que ama, pero si echas un vistazo a los amantes, son prisioneros el uno del otro. ¡Qué extraño amor es éste que te tiene cautivo! ¿Es posible que el amor se convierta en una atadura? Pero en el noventa y nueve coma nueve por ciento de los casos esto es lo que ocurre, porque para empezar no hubo amor.
Es una realidad que la gente corrientemente sólo cree que ama. Pero no aman, porque cuando llega el amor, ¿dónde están el «yo» y el «tú»? Cuando llega el amor trae instantáneamente consigo una enorme sensación de libertad, de no posesividad. Pero ese amor sucede, por desgracia, en raras ocasiones.
Si tienes amor con libertad eres un rey o una reina. Ése es el auténtico reino de Dios, amor con libertad. El amor te da raíces en la tierra y la libertad te da alas.
Mi abuelo me dio ambos. Me dio su amor, más del que jamás le dio a mi madre o a mi abuela; y me dio libertad, que es el regalo más grande. Al morirse me regaló su anillo y me dijo con lágrimas en los ojos: -No tengo nada más para darte. -Nana -le dije-, ya me has dado el regalo más preciado. -¿Cuál es? -me preguntó abriendo los ojos. Yo me reí y le dije: -¿Te has olvidado? Me has dado tu amor y me has dado libertad. No creo que ningún otro niño haya tenido la libertad que tú me puedes dar? Te estoy agradecido. Puedes morir en paz.
Desde entonces he visto morir a mucha gente, pero morirse en paz es muy difícil. Sólo he visto a cinco personas morirse en paz: la primera fue mi abuelo; la segunda mi criado Bhoora; la tercera mi Nani; la cuarta mi padre, y la quinta fue Vimalkirti.
Bhoora se murió porque no concebía vivir en el mundo sin su amo. Simplemente, se murió. Se relajó en la muerte. Vino con nosotros al pueblo de mi padre porque tenía que conducir la carreta. Cuando, durante unos instantes no oyó nada, ninguna voz desde el interior del carro cubierto, preguntó: -Beta -significa hijo-, ¿va todo bien? Una y otra vez Bhoora preguntó: -¿A qué se debe este silencio? ¿Por qué no habla nadie?
Pero era la clase de persona que no se atrevía a mirar a través de la cortina que le separaba de nosotros. Menos aún estando allí mi abuela. Ése era el problema, que no podía mirar. Pero seguía preguntando: -¿Qué ocurre? ¿Por qué estáis callados? -No pasa nada -le dije-, estamos disfrutando del silencio. Nana quiere que estemos en silencio.
Eso era mentira, porque Nana estaba muerto; pero en cierto modo era verdad. Él estaba en silencio; eso era un mensaje para que nosotros estuviéramos en silencio. -Bhoora -dije finalmente-, va todo bien; solamente que Nana se ha muerto. No podía creérselo. -Entonces, ¿cómo puede estar todo bien? -preguntó-. Yo no puedo vivir sin él, y en menos de veinticuatro horas se murió. Como si se hubiera cerrado una flor… negándose a quedarse abierta bajo el sol y la luna, espontáneamente. Intentamos hacer de todo para salvarle, porque ahora estábamos en un pueblo más grande, el pueblo de mi padre.
El pueblo de mi padre era un pueblo pequeño, para India, claro. La población era sólo de veinte mil habitantes. Había un hospital y un colegio. Hicimos todo lo posible por salvar a Bhoora. El médico del hospital estaba asombrado, no podía creer que este hombre fuese hindú porque parecía un europeo. Debe haber sido un capricho de la biología, no lo sé. Algo debe haber ido bien. Igual que dicen: «Algo debe haber ido mal!», yo he acuñado la frase: «Algo debe haber ido bien»; ¿por qué siempre mal?
Bhoora estaba conmocionado por la muerte de su amo. Le tuvimos que mentir hasta llegar al pueblo. Sólo cuando llegamos al pueblo y sacamos el cadáver de la carreta, Bhoora se dio cuenta de lo que había sucedido. Cerró los ojos y no los volvió a abrir nunca más.
-No puedo ver a mi amo muerto –dijo, y sólo se trataba de una relación amo-sirviente. Pero había surgido entre ellos una cierta amistad, una proximidad indescriptible. No volvió a abrir los ojos, eso lo puedo atestiguar. Sólo vivió unas horas más, y entró en coma antes de morir.
Antes de morir, mi abuelo le dijo a mi abuela: -Cuida de Bhoora. Ya sé que vas a cuidar a Raja; eso no necesito decírtelo, pero cuida de Bhoora. Me ha servido como nadie lo hubiera hecho.
Le dije al doctor: -¿Entiendes, eres capaz de entender la lealtad que debe haber habido entre estos dos hombres? -¿Era europeo? -me preguntó el doctor. -Lo parecía -le contesté.
-No seas mentiroso -dijo el doctor-, eres un niño, sólo tienes siete u ocho años, pero eres muy mentiroso. Cuando te he preguntado si tu abuelo estaba muerto, dijiste que no, y eso no era verdad.
-No; es verdad -dije-, no está muerto. Un hombre con un amor así no puede estar muerto. Si el amor se puede morir, entonces no hay esperanza para este mundo. No puedo creer que un hombre que ha respetado mi libertad, la libertad de un niño pequeño, esté muerto sólo porque no puede respirar. No puedo considerar lo mismo, el no respirar y la muerte.
El médico europeo me miró con desconfianza y le dijo a mi tío: -Este chico será un filósofo o se volverá loco.
Estaba equivocado: soy ambas cosas. No es cuestión de esto o lo otro. No soy Soren Kierkegaard; no es una cuestión de esto o lo otro. Pero me pregunté por qué él no me podía creer…, algo tan sencillo.
Las cosas sencillas son las más difíciles de creer; las más complicadas son las más fáciles de creer. ¿Por qué tienes que creer? Tu mente dice: «Es muy sencillo. No tiene ninguna complejidad. No hay motivo para creerlo.» A no ser que seas un Tertuliano, cuya afirmación es una de mis favoritas…
Si tuviera que escoger una sola afirmación de toda la literatura en cualquier idioma del mundo, lo siento, no elegiría nada de Jesucristo; y lo siento, tampoco elegiría a Gautama el Buda; lo siento, no elegiría nada de Moisés o Mahoma, ni siquiera de Lao Tzu o de Chuang Tzu.
Elegiría a este extraño individuo del que no se sabe demasiado: Tertuliano. No sé cómo se pronuncia su nombre exactamente, de modo que será mejor que lo deletree: T-e-r-t-u-l-i-a-n-o. Entre todas las citas habría escogido ésta: «Credo qua absurdum», sólo tres palabras, «Creo porque es absurdo».
    Parece ser que alguien le preguntó en qué creía y por qué, y Tertuliano respondió: «Credo qua absurdum, es absurdo, por eso lo creo.» La razón para creer que Tertuliano da es absurdum: «Porque es absurdo.»
Olvidad de momento a Tertuliano. Bajad el telón. Fijaos en las rosas. ¿Por qué os gustan? ¿No es absurdo? No hay un motivo para que os gusten. Si alguien se empeña en preguntaros por qué os gustan las rosas, finalmente tendréis que encogeros de hombros. Eso es «Credo qua absurdum», ese encogerse. Éste es todo el sentido de la filosofía tertuliana.
No podía entender por qué el médico no creía que mi abuelo no estaba muerto. Yo sabía, y él también, que en lo relativo al cuerpo se había terminado; estábamos de acuerdo en esto. Pero hay algo más que el cuerpo, dentro del cuerpo pero sin ser del cuerpo. El amor lo revela, la libertad le da alas para surcar el cielo. ¿Tenemos más tiempo?
-Sí, Osho.
¿Cuánto más? Estamos yendo muy despacio, igual que en el entierro de un pobre. Sed extremistas. No de esta manera, no vayáis despacio; no es mi estilo. O te quemas o no te quemas. O quemas los dos extremos a la vez o permites que la oscuridad tenga su propia belleza.

Sesión 14

¡Fijaos que soy un auténtico caballero inglés! No he intervenido, aunque lo quería hacer. Había abierto la boca para hablar pero me he detenido. Esto es lo que se llama autocontrol. Incluso yo me río. Me gusta cuando murmuráis. Aunque sé que no estáis murmurando bobadas, suena bien, a pesar de que sea técnico, y que lo que estéis diciendo sea absolutamente científico. Pero de vosotros dos, sabéis, el granuja es el que está en la silla.
Todavía no he dicho de acuerdo. Primero, lleguemos al punto donde pueda decir de acuerdo. Cuando el «de acuerdo» está alejado de mí, es que significa algo. ¡Un de acuerdo mío es simplemente fantástico…, soy un pirado! No conozco a nadie que esté tan volado. Bueno, a trabajar…
Tvadiyam vastu Govinda, tubhyam eva samarpayet. «Señor mío, la vida que me has dado te la devuelvo con gratitud.» Ésas fueron las últimas palabras de mi abuelo, a pesar de que no creyó nunca en Dios ni era hinduista. Esta frase, este sutra, es un sutra hindú; pero en India está todo mezclado, especialmente las cosas buenas. Antes de morir, entre otras cosas, repetía una y otra vez:
-¡Detén la rueda!
En aquella época no lo podía entender. Si deteníamos la rueda de la carreta, y ésa era la única rueda que había, ¿cómo íbamos a llegar hasta el hospital? Cuando siguió repitiendo:-Detén la rueda, el chakra -le pregunté a mi abuela-: ¿Se ha vuelto loco? Ella se rió. Esto es lo que me gustaba de ella. Aunque supiese, como lo sabía yo, que la muerte estaba tan próxima…, sí, incluso yo lo sabía, ¿cómo es posible que no lo supiera ella? Era tan obvio que en cualquier momento dejaría de respirar, y, sin embargo, seguía insistiendo en detener la rueda. A pesar de todo, ella se reía. Todavía la puedo ver riéndose.
No tenía más de cincuenta años. Pero siempre he observado una cosa en las mujeres: las impostoras, las que se las dan de bellas, a los cuarenta y cinco años son las más feas. Puedes dar la vuelta al mundo y comprobar lo que estoy diciendo. Con los labios pintados, y el maquillaje, y las cejas postizas y qué sé yo… ¡Dios mío!
Ni siquiera a Dios se le ocurrieron todas estas cosas cuando creó el mundo. Por lo menos, en la Biblia no se menciona que el quinto día creara el lápiz de labios, el sexto día creara las cejas postizas, etcétera. Si una mujer es realmente bella, a los cuarenta y cinco años llega a la cúspide. Mi observación es que: el hombre llega a la cima a los treinta y cinco años, y la mujer a los cuarenta y cinco. Es capaz de vivir diez años más que el hombre; y esto no es injusto. Sufre tanto al dar a luz, que es totalmente lógico que tenga un poco de vida extra, sólo para compensar.
Mi Nani tenía cincuenta años, y seguía estando en la cima de su belleza y juventud. Nunca me he olvidado de ese momento, ¡qué momento! Mi abuelo se estaba muriendo, y nos pedía que detuviésemos la rueda. ¡Qué disparate! ¿Cómo iba a parar la rueda? Teníamos que llegar al hospital, y sin rueda nos perderíamos en el bosque. Y mi abuela se estaba riendo tanto, que hasta Bhoora, el criado, nuestro cochero, preguntó, por supuesto desde el exterior:-¿Qué ocurre? ¿Por que te estás riendo?
Como yo solía llamarla Nani, Bhoora, por respeto hacia mí, también la llamaba Nani. Entonces dijo: -Nani, mi amo está enfermo y tú te estás riendo tanto; ¿qué ocurre? ¿Y Raja, por qué está tan callado?
La muerte y la risa de mi abuela, ambas cosas hicieron que me quedase totalmente callado, porque quería entender lo que estaba sucediendo. Estaba ocurriendo algo que no había conocido nunca antes y no me iba a distraer ni un solo instante.
Mi abuelo me pidió:
-Para la rueda. ¿Raja, me puedes oír? Si estás oyendo la risa de tu abuela puedes oírme a mÍ. Ya sé que es una mujer rara; yo nunca he sido capaz de entenderla.
-Nana -le respondí-, a mí me consta que es la mujer más sencilla que he visto jamás, a pesar de que no he visto muchas todavía.
Pero a vosotros os puedo decir que no creo que exista otro hombre en la tierra, vivo o muerto, que haya visto tantas mujeres como yo. Pero para consolar a mi abuelo agonizante le dije:
-No te preocupes por su risa, yo la conozco. No se está riendo de lo que dices, es algo entre nosotros, un chiste que le he contado.
-De acuerdo -dijo-. Si le has contado un chiste es normal que se ría. ¿Pero qué hay del chakra, de la rueda?
Ahora ya lo sé, pero en aquella época no conocía esta terminología. La rueda representa toda la obsesión hindú con la rueda de la vida y la muerte. Durante miles de años ha habido millones de personas haciendo una sola cosa: intentar detener la rueda. Él no estaba hablando de la rueda de la carreta, ésa es fácil de detener; de hecho, lo difícil era mantenerla en movimiento.
En aquellos tiempos no había carreteras; ¡tampoco las hay ahora! El año pasado vino a visitarme al ashram un primo lejano y me dijo: -Quería poner mi vida entera a tus pies, pero la verdadera dificultad está en la carretera.
-¿Todavía? -le pregunté.
Han pasado cerca de cincuenta años, pero India es un país especial, donde el tiempo se ha detenido. ¿Quién sabe cuándo se detuvo el reloj? Pero se paró exactamente a las doce, las dos manecillas del reloj juntas. Eso es hermoso: el reloj ha decidido la hora correcta. Cuando quiera que ocurriese -y debe haber sido hace miles de años, cuando quiera que fuera-, ya sea por casualidad o por inteligencia computerizada, el reloj se detuvo a las doce, con las dos manecillas juntas. No parecen dos, se ven como si sólo fuese una. Tal vez fueran las doce de la noche… porque el país es tan oscuro, y la oscuridad tan densa.
-Dios mío -dijo el hombre-, no he podido traer al resto de la familia debido al mal estado de las carreteras.
Tal vez no me puedan ver nunca por culpa de las carreteras. Entonces no había carreteras, y aún hoy no hay ninguna línea de tren que pase por ese pueblo. Es un pueblo muy pobre, y cuando yo era un niño aún más.
No comprendí la insistencia de mi Nana en ese momento. Quizá el carro -como no había carretera- estuviese haciendo mucho ruido. Traqueteaba por todas partes, y él estaba agonizando; por eso, naturalmente, quería parar la rueda. Pero mi abuela se reía, ahora entiendo por qué. Él estaba hablando de la obsesión hindú por la vida y la muerte; simbólicamente se llama la rueda de la vida y la muerte -la rueda, en pocas palabras- que gira sin cesar.
En el mundo occidental, solamente Friedrich Nietzsche ha tenido el valor y el atrevimiento necesario de proponer la idea del eterno retorno. Lo ha tomado prestado de la obsesión oriental. Hay dos libros que le causaron una profunda impresión. Uno fue el Manu Smriti; se llama: “La colección de los versos de Manu” y es el texto hindú más importante. ¡Lo odio! Esto os dará idea de su importancia, porque no odio las cosas ordinarias. Es extra-ordinariamente repulsivo. Manu es una de esas personas, que, si me lo llegara a cruzar, me olvidaría por completo de la no-violencia; ¡simplemente le daría un tiro! Se lo merece.
“Manu Samhita”, “Manu Smrit”i, ¿por qué digo que es el libro más repulsivo del mundo? Porque separa a los hombres y las mujeres, y no sólo a hombres y mujeres, divide a la humanidad en cuatro clases, y nadie puede pasar de una clase a otra. Esto es el origen de la jerarquía.
A vosotros os sorprenderá saber que Adolf Hitler siempre tenía sobre su mesa una copia del “Manu Samhita”, junto a su cama. Veneraba ese libro más que la Biblia. Ahora entenderéis por qué lo odio. Ni siquiera tengo una copia del “Manu Samhita” en mi biblioteca, aunque me han regalado al menos una docena de copias, pero las he quemado todas. Es lo mejor que podía hacer con ellas. Con mucho respeto, por supuesto, pero las quemé.
Nietzsche adoraba dos libros de los que ha tomado muchas cosas. El primero es “Manu Samhita” y el otro es el “Mahabharata”. Probablemente, éste sea el más grande en cuanto a volumen; ¡es enorme! No creo que se pueda comparar con la Biblia, el Corán, el Dhammapada o el Tao Te Ching, al menos en cuanto a volumen. Sólo me podéis entender si lo ponéis junto a la “Enciclopedia Británica”. Comparada con el “Mahabharata” la “Enciclopedia Británica” es un librito. Sin duda es un gran trabajo, pero feo. Los científicos saben muy bien que, en el pasado, hubo muchos animales gigantescos sobre la tierra. Inmensos pero horribles. El Mahabharata pertenece a ese grupo. No es que no puedas encontrar algo hermoso en él; es tan grande, seguro que si buscas encontrarás en esa montaña algún que otro ratón.
Estos dos libros han influenciado enormemente a Nietzsche. Probablemente, nadie es tan responsable del trabajo de Friedrich Nietzsche como estos dos libros. El autor del primero es Manu, y el Mahabharata fue escrito por Vyasa. Debo reconocer que ambos han hecho una enorme cantidad de trabajo, ¡trabajo sucio! Habría sido mejor que estos dos libros no se hubiesen escrito.
Friedrich Nietzsche tiene tanto respeto por estos libros que os asombrará, porque éste es el hombre que se llamaba a sí mismo el «anticristo». Pero no debéis asombraras. Los dos libros son anticristo; de hecho, son anti cualquier cosa que sea bonita: a mi-verdad, anti-amor. Nietzsche no se enamoró de ellos por casualidad. A pesar de que nunca le gustaron Lao Tzu o Buda, sin embargo le gustaban Manu y Krishna, ¿por qué?
Esta pregunta es muy significativa. Le gustaba Manu porque le encantaba la idea de la jerarquía. Él estaba contra la democracia, la libertad, la igualdad, en pocas palabras, estaba contra los verdaderos valores. También le gustaba el libro de Vyasa, el Mahabharata, porque implica el concepto de que sólo la guerra es
hermosa. En una ocasión, le escribió una carta a su hermana: «En este preciso momento me rodea una gran belleza. Jamás he visto una belleza tal.» Uno pensaría que acababa de entrar en el Jardín del Edén, pero no es así, estaba presenciando un desfile militar. El sol brillaba en las espadas desnudas, y el sonido que él llama «el sonido más bello que jamás he oído» no era Beethoven o Mozart, ni siquiera era Wagner, sino el sonido de las botas de los soldados alemanes desfilando.
Wagner fue amigo de Nietzsche, y no sólo eso, sino algo más: Nietzsche se había enamorado de la mujer de su amigo. Al menos podía haber pensado en su pobre amigo…; pero no, él pensaba que ni Beethoven ni Mozart ni Wagner se podían comparar con el sonido de las botas de los soldados alemanes cuando desfilaban. Para él las espadas al sol y el sonido del ejército al desfilar eran el paradigma de la belleza.
¡Qué estética! Tened en cuenta que no estoy en contra de Friedrich Nietzsche como tal. Le aprecio siempre que se acerca a la verdad, porque mi valor y mi criterio es la verdad. «El sol sobre las espadas» y «el sonido de las botas desfilando»; si alguien se aleja de la verdad, no importa quién sea, le daré en la cabeza con la espada desnuda. Qué espectáculo más bonito: la espada desnuda, y el sonido de la cabeza de Friedrich Nietzsche al ser cortada, y hermosa sangre todo alrededor… Esto es lo que hizo su discípulo, Adolf Hitler.

Hitler se apropió de las ideas de Manu a través de Nietzsche. Hitler no era el tipo de persona que conociese a Manu por sí mismo, era un pigmeo.
Sin duda Nietzsche era un genio, pero un genio descarriado. Era el tipo de hombre que se podía haber convertido en un buda; pero, ¡qué lástima!, murió loco.
Os estaba hablando de la obsesión hindú, y al mencionarla me he acordado de Nietzsche. Fue el primero en admitir la idea del «eterno retorno» en Occidente. Pero no fue honesto, no dijo que la idea fuera prestada. Pretendía ser original. Es tan fácil pretender ser original, muy fácil; no se precisa de mucha inteligencia, y no obstante, era un hombre de talento. Nunca utilizó su talento para descubrir algo; lo usó para tomar prestado de muchas fuentes, que normalmente no eran conocidas al mundo en general. ¿Quién conoce el Samhita de Manu? ¿Y a quién le interesa? Manu lo escribió hace cinco mil años. ¿A quién le importa el “Mahabharata”? Es un libro tan grande, que uno no lo leería a menos que se quisiera volver totalmente loco.
Pero hay gente que lee incluso la “Enciclopedia Británica”. Conozco a una persona así; es un amigo mío. En este momento me tendría que acordar, por lo menos, de su nombre. Probablemente, todavía esté vivo; ése es mi único temor, pero en ese caso, no hay motivo para tener miedo sólo porque lea la “Enciclopedia
Británica”. Nunca va a leer lo que estoy diciendo, nunca; no tiene tiempo. No sólo lee la Enciclopedia Británica, sino que se la aprende de memoria, y ésa es su locura. Aparte de esto, parece una persona normal. En cuanto mencionas algo de la Enciclopedia, inmediatamente se vuelve anormal, y empieza a citar páginas y más páginas. No le preocupa, en lo más mínimo, si le quieres escuchar o no.
Sólo ese tipo de gente lee el Mahabharata. Es la enciclopedia hindú; digamos que es la «Enciclopedia Indiana». Naturalmente, es inevitable que sea más grande que la Enciclopedia Británica. Gran Bretaña sólo es Gran Bretaña, no es más grande que uno de los estados pequeños de India. India tiene al menos tres docenas de estados de ese tamaño; y no hablo de toda India, porque la mitad de India ahora es Pakistán. Para tener realmente una perspectiva total de India, entonces habría que seguir sumando.
Antes, Birmania formaba parte de India. Sólo se separó de India a principios de este siglo. Afganistán formaba parte de India; es casi un continente. Por eso el “Mahabharata”, la «Enciclopedia Indiana», tiene que ser mil veces más grande que la Enciclopedia Británica, que solamente tiene treinta y dos volúmenes. Eso no es nada. Si recopilaseis todo lo que yo he dicho ocuparía más que eso.
Hay alguien que lo ha calculado. No lo sé con seguridad, porque no me dedico a hacer esas tonterías, pero han calculado que he escrito trescientos treinta y tres libros hasta ahora. ¡Increíble! No por los libros, sino por el señor que los ha contado. Debería esperar, porque todavía hay muchos en manuscritos, y otros muchos que todavía no han sido traducidos del original en hindi. Cuando se recopile todo esto realmente va a ser una «Enciclopedia Rajneeshica». Pero el Mahabharata es más grande, y seguirá siendo el libro más grande del mundo; me refiero a volumen y peso.
Lo he mencionado porque estaba hablando de la obsesión hindú. El Mahabharata no es más que la obsesión hindú extensamente escrita, voluminosa, contando que el hombre nace una y otra vez, eternamente.
Por eso, mi abuelo decía: «Detened la rueda.» Si la hubiese podido detener lo habría hecho, no sólo por él, sino por el resto del mundo. No sólo la habría detenido, sino que la habría destruido para siempre, de modo que nadie la pudiese hacer girar de nuevo. Pero no está en mis manos el hacerla.
¿Por qué esta obsesión?
En el momento de su muerte me di cuenta de muchas cosas. Hablaré de todas las cosas que me hice consciente en aquel momento porque éstas han determinado el resto de mi vida.

Sesión 15

    Me encanta esta historia que cuentan de Henry Ford. Había construido su coche más bello y se lo estaba enseñando a un cliente prometedor y muy próspero. Era su último modelo, y fue a dar una vuelta con el cliente. A los cincuenta kilómetros, el coche se detuvo inesperadamente. El cliente exclamó: -Pero ¡cómo! ¿Un coche nuevo que se para a los cincuenta kilómetros? -Perdóneme, señor -dijo Ford, – me había olvidado de echarle petróleo.
Entonces, incluso en América se llamaba petróleo, y no gasolina. El cliente, estupefacto, le dijo: -¿Qué me quiere decir? ¿Está diciendo que el coche ha estado andando cincuenta kilómetros sin petróleo? Ford le respondió:
-Sí, señor. Hasta los cincuenta o los sesenta kilómetros basta con mi nombre; no necesita petróleo.
En cuanto arranco me basto conmigo mismo, no necesito nada más. No he podido dormir en toda la noche. Esto no me ha causado ningún problema; en cierto modo, ha sido una noche preciosa. La luna brillaba mucho…, quizá la belleza de la luna y su brillo no me han dejado dormir. Pero ésa no puede ser la razón. Creo que el motivo es que he sido demasiado duro con Devageet. Sí, puedo ser muy cruel. No soy duro, pero puedo serlo, sobre todo en determinados momentos, cuando veo la posibilidad de que haya en ti una apertura. ¡Entonces es cuando realmente golpeo! Y no con un martillo pequeño, sino con el mazo. Cuando uno tiene que asestar un golpe, ¿por qué elegir un martillo pequeño? ¡Acaba de un solo golpe! A veces soy muy duro, por eso tengo que ser muy suave otras veces, para compensar, para que haya un equilibrio.
Cuando me fui de la habitación, aunque sonrieses, había tristeza. No me he podido olvidar. Me resulta muy fácil olvidarme de todo; pero cuando he sido cruel, no es fácil. Soy capaz de perdonar a cualquiera menos a mí mismo. Quizá no haya podido dormir por ese motivo. De todas formas, tengo el sueño muy superficial. En el fondo, siempre estoy despierto. Esta superficie tan fina se puede alterar fácilmente, pero sólo lo puedo hacer yo, nadie más.
En cuanto dejé la habitación me di cuenta de que estabas un poco triste…, seguramente habrá muchas razones, no sólo que te haya dado un golpe. Pero, sean cuales sean los motivos de tu tristeza, he intensificado, de algún modo, la oscuridad en ti. Estoy aquí para iluminaros, no para oscureceros; si se puede decir así. En realidad, deberíamos acuñar un nuevo sentido para la palabra «oscurecer», porque hay mucha gente oscureciéndose los unos a los otros. Es curioso que no exista este significado, porque esta realidad existe. La iluminación sucede en contadas ocasiones; sin embargo, tenemos una palabra para decirlo. Todavía no hay ninguna palabra para lo que está más allá de la iluminación, pero probablemente haya límites para todo. Siempre habrá algo que esté más allá, distante, no limitado a las palabras, sino trascendental.
Pero «oscurecer» debería convertirse en una palabra corriente. Todo el mundo está oscureciendo a los demás. El marido oscurece a la mujer; si no, ¿por qué se esconde? Sólo para oscurecer a su mujer. ¿Y la mujer qué hace? El marido es idiota si cree que sólo él está oscureciendo a su mujer. En la oscuridad, ella le oscurece más de lo que él pueda lograr hacerla. De cualquier forma él usa gafas, y ella todavía no las necesita. Sólo es un pobre dependiente, por eso tiene que usar gafas. ¿Ella qué es? Solamente una madre, una esposa. No necesita gafas.
En la oscuridad, cuidado con la mujer a la que amas, especialmente en la oscuridad. Seguramente, los hombres usan la luz por eso. A los hombres les gusta que haya luz cuando aman; hacen el amor con los ojos abiertos. Las mujeres cierran los ojos. No pueden mirar sin que se les escape una risa, porque todo lo que sucede es repugnante: un mandril sentado encima de ellas, y todo ese… etcétera, etcétera, etcétera.
Sentí un poco de pena. Digo un poco, porque para mí un poco ya es mucho. Una lágrima mía es suficiente. No necesito llorar durante horas, arrancarme el pelo…, que ya no tengo. Nunca se ha hablado de arrancarse la barba. En ningún idioma, ni siquiera en hebreo, existe una expresión como «arrancarse la barba». Y ya conocéis a los judíos y a sus profetas bíblicos, todos tenían barba. Es una ley natural: si tienes barba te quedarás calvo, porque la naturaleza siempre mantiene el equilibrio.
Ahora me acuerdo de mi abuela…Aunque era pequeño, me solía decir: -Oye, Raja, no te dejes nunca barba.
-¿Por qué lo dices? -le preguntaba-.
Sólo tengo diez años, todavía no me ha empezado a salir barba. ¿Por qué lo dices?
-Hay que hacer el pozo antes de que se queme la casa -contestó.
¡Dios mío! Efectivamente, estaba haciendo el pozo antes de que se quemara la casa. Era una mujer realmente hermosa. No comprendí la respuesta, pero le dije:
-De acuerdo, continúa, di lo que quieres decir.
-Nunca, nunca te dejes barba… aunque sé que lo harás -dijo.
-¡Qué extraño! -observé-. Si ya lo sabes, ¿por qué intentas evitado?
-Lo hago lo mejor que puedo, pero sé que te vas a dejar barba -dijo-. La gente como tú siempre se deja barba. Te conozco desde hace once años; seguro que hay una razón, y empezó a reflexionar sobre esto.
No hay ningún motivo; simplemente que no te apetece perder el tiempo todos los días delante del espejo, como un idiota, afeitándote la barba. Imagínate en una mujer con barba, delante del espejo, ¿qué aspecto tendría? Un hombre sin barba tiene exactamente el mismo aspecto. Es así de sencillo: te ahorra tiempo, y el verte como un idiota, por lo menos delante de tu propio espejo.
Pero esto está comprobado: en cuanto te dejas barba te empiezas a quedar calvo. La naturaleza siempre se acuerda de mantener el equilibrio. Sólo te da un número de pelos determinado. Si te empiezas a dejar la barba, entonces, por supuesto, hay que recortar el presupuesto por algún lado. Es mera economía, pregúntale a cualquier contable.
Estaba un poco preocupado por Devageet, sentía como si le hubiese herido. Quizá lo hice…, seguramente era necesario. Por tanto, no os debéis preocupar por mi descanso. Estoy dispuesto a perder la vida en cualquier momento, si hace falta; no por una causa nacional, por un estado o por una raza, sino por un individuo, por cualquiera que le siga latiendo el corazón, que siga sintiendo, y que sea capaz de hacer cosas infantiles. Tened en cuenta que he dicho «cosas infantiles», me refiero a alguien que todavía es un niño. Estoy dispuesto a dar mi vida para que crezca, madure y se integre. Cuando uso la palabra «integración» quiero decir inteligencia más amor; que es igual a integración.
Bueno, esto ha sido una introducción muy larga. Si han podido perdonar a George Bernard Shaw, y no sólo perdonade, sino dadle un Premio Nobel, entonces me podréis perdonar a mí. Y no pido un Premio Nobel; aunque me lo diesen, lo rechazaría, No es para mí, está demasiado lleno de sangre.
El dinero que entregan con el Premio Nobel está empapado de sangre, porque ese hombre, Nobel, era un fabricante de bombas. Ganó una cantidad de dinero inconmensurable durante la I Guerra Mundial, vendiendo armas a ambos bandos. No quisiera tener que tocar su dinero. De hecho, hace muchos años que no toco dinero, porque no necesito hacerlo. Siempre, hay alguien que se ocupa del dinero por mí; y el dinero siempre está sucio, no sólo el del Premio Nobel.
El hombre que fundó el Premio Nobel se sentía realmente culpable, y para desembarazarse de la culpa fundó el Premio Nobel. Fue un bonito gesto, pero fue como matar a un hombre y decirle después: «Lo siento señor, perdóneme, por favor.» Yo no podría aceptar ese dinero sangriento.
A George Bernard Shaw no sólo le veneraban, sino que le dieron el Premio Nobel; la introducción de sus libritos es tan larga, que te preguntas si escribe el libro para la introducción o la introducción para el libro. En mi opinión, el libro ha sido escrito para la introducción, y lo agradezco.
Igualmente, esta introducción ha sido muy larga, No te preocupes por mi sueño, pero recuerda que no te debes sentir molesto si soy duro. Aunque sepas, y todos lo sepan, que nada me puede cambiar, indudablemente hay muchas cosas que pueden cambiar en mi cuerpo e incluso en mi mente. Por supuesto, no soy ni mi cuerpo ni mi mente, pero tengo que funcionar por medio de ellos.
En este momento tengo los labios secos. Esto puede ser por cualquier causa externa. Estoy hablando, pero me molestan los labios. Me las arreglaré, aunque es un estorbo. Devageet, tú me puedes ayudar con una de tus artimañas. Será una buena pausa para esta nota introductoria y después puedo empezar. Gracias…
Después de esto, empiezo con la historia.
La muerte no es el fin, al contrario, es la culminación de toda una vida, el clímax. Tú no te acabas, sino que eres transportado a otro cuerpo. Esto es lo que los orientales denominan «la rueda». Continúa dando vueltas y vueltas. Puede ser detenida, sí, pero el modo de detenerla no es cuando te estás muriendo.
Es una de las enseñanzas, la más grande que adquirí con la muerte de mi abuelo. Él lloraba, con lágrimas en los ojos nos pedía que detuviésemos la rueda. No sabíamos cómo hacerlo: ¿cómo detener la rueda?
Su rueda era su rueda; nosotros, ni siquiera éramos capaces de verla. Era su propia conciencia, sólo él podía hacerla. Puesto que nos pedía que la detuviésemos, era obvio que él no podía hacerlo; de ahí las lágrimas y su constante insistencia, pidiéndolo una y otra vez, como si estuviésemos sordos. -Te hemos oído, Nana -le dijimos-, y te comprendemos. Por favor, guarda silencio.
En ese momento ocurrió algo grandioso. No se lo he contado nunca a nadie; quizá no haya sido el momento hasta ahora. Le dije: -Aquiétate, por favor.
El carro de bueyes traqueteaba sobre el abrupto y desagradable camino, ni siquiera era un camino, era un sendero, y él seguía insistiendo:
-Detén la rueda, Raja, ¿me escuchas? Para la rueda. Yo le repetía: -Sí, te oigo. Sé lo que quieres, pero sé que sólo tú puedes parar la rueda, por eso te digo que estés callado. Intentaré ayudarte.
Mi abuela estaba sorprendida. Me miró con los ojos llenos de asombro: ¿qué estaba diciendo? ¿Cómo iba a ayudarle?
-Sí, no me mires con tanto asombro -le dije-. De repente he recordado una de mis vidas pasadas. Al ver esta muerte, he recordado una de mis propias muertes. Esa vida y esa muerte ocurrieron en Tíbet. Es el único país que sabe cómo detener la rueda de forma científica precisa -entonces comencé a cantar.
Nadie me podía entender, ni mi abuela ni mi abuelo agonizante ni mi criado Bhoora, que escuchaba atentamente desde el exterior. Y aún es más, ni siquiera yo entendía ni una sola palabra de lo que estaba cantando. Sólo después de doce o trece años llegué a entender lo que era. Me ha costado todo este tiempo averiguarlo. Era el Bhardo Thodal, un ritual tibetano.
Cuando muere un hombre en Tíbet repiten un mantra determinado. Ese mantra se llama bardo. El mantra le dice: «Relájate, guarda silencio. Ve a tu centro, quédate ahí; no abandones tu centro pase lo que le pase a tu cuerpo. Sé un testigo. Deja que suceda, no interfieras. Recuerda, recuerda, recuerda que sólo eres el testigo; ésta es tu verdadera naturaleza. Si eres capaz de morir recordándolo, la rueda se detendrá.»
Repetí el Bhardo Thodal para mi abuelo agonizante, sin saber siquiera lo que estaba haciendo. Es curioso, no sólo que yo lo repitiese, sino que al escuchado él se quedara totalmente callado. Tal vez porque era muy raro escuchar el tibetano. Probablemente, debía ser la primera vez que escuchaba algo en tibetano, quizá ni siquiera sabía que existía un país llamado Tíbet. Estaba muy atento y muy callado cuando se estaba muriendo. El bardo funcionó aunque él no lo pudiera entender. A veces funcionan las cosas que no entiendes, funcionan precisamente porque no las entiendes.
Un gran cirujano no puede operar a su hijo. ¿Por qué? Ningún gran cirujano puede operar a su ser querido. No me refiero a su esposa, cualquiera podría operar a su esposa; me refiero a su ser amado, que sin duda no es su esposa y nunca lo será. Reducir al ser amado a tu esposa es un crimen. Por supuesto, la ley no lo castiga, pero la propia naturaleza lo hace, de modo que no es necesaria ninguna ley.
No se puede dejar al amante reducido a marido. Es tan feo tener un marido. La misma palabra es fea. Viene de la misma raíz que «agricultura» ; el marido es el que usa a la mujer como si fuese un campo, una tierra donde sembrar sus semillas. La palabra marido se debe erradicar de todos los idiomas del mundo. Es inhumano. Un amante es comprensible, ¡pero no un marido!
Yo repetía el bardo aunque no entendía el significado, ni sabía de dónde venía, porque todavía no lo había leído. Pero mi abuelo guardó silencio por el impacto del raro sonido de esas palabras. Murió en ese silencio.
Vivir en silencio es hermoso, pero morir en silencio es mucho más hermoso, porque la muerte es como el Everest, el pico más alto de los Himalayas. Aunque nadie me enseñó, aprendí mucho durante ese silencio. Me vi a mí mismo repitiendo algo realmente raro. Me impulsó a un nuevo plano del ser, y me empujó a una nueva dimensión. Comencé una nueva búsqueda, una peregrinación.
En esta peregrinación me he encontrado con muchos más hombres notables que los que menciona Gurdjieff en su libro “Encuentros con hombres notables”. Hablaré de ellos poco a poco, cuando vaya surgiendo. Hoy vaya hablar sobre uno de esos hombres notables.
No se conoce su verdadero nombre ni su verdadera edad, pero le llamaban «Magga Baba». Magga quiere decir «taza grande». Solía llevar su magga, su taza, en la mano. La usaba para todo: para el té, la leche, la comida, el dinero que le daba la gente o lo que fuese necesario en cada momento. Su magga era lo único que poseía, por eso se le conocía como Magga Baba. Baba es un término respetuoso. Significa abuelo, el padre de tu padre. En hindi el padre de tu madre se llama nana, y el padre de tu padre, baba.
Magga Baba fue, sin duda, uno de los hombres más notables que ha habido en este planeta. Era realmente uno de los escogidos. Se le puede considerar como a Jesús, a Buda o a Lao Tzu. No conozco su infancia ni sé nada de sus padres. Nadie sabe de dónde vino, pero apareció de repente en el pueblo.
No hablaba. La gente insistía en hacerle preguntas de todo tipo. Él se quedaba en silencio y, si le molestaban demasiado, empezaba a farfullar disparates, sonidos sin ningún sentido. La pobre gente pensaba que estaba hablando un idioma que no podían entender. No era, en absoluto, un idioma, sino que sólo hacía sonidos. Por ejemplo:-Higgalal hoo hoo guloo higga hee hee. Entonces esperaba y volvía a preguntar: – Hee, hee, hee? Parecía que estaba diciendo: -¿Habéis entendido? y la pobre gente decía: -Sí, baba, sí.
    Después enseñaba su magga y hacía un gesto. Este gesto en India significa dinero. Viene de los viejos tiempos cuando las monedas eran de plata o de oro. Para comprobar que eran auténticas, la gente las tiraba al suelo y escuchaba el sonido que hacían. El oro auténtico tiene un sonido propio que no se puede imitar. De modo que Magga Baba enseñaba su magga con una mano y con otra hacía la señal de dinero queriendo decir: – Si me habéis entendido dadme algo. Y la gente le solía dar.
    Yo lloraba de la risa porque no había pronunciado ni una palabra. Pero no tenía codicia por el dinero. Una persona le daba dinero y él se lo entregaba a otra. Su magga siempre estaba vacío. De vez en cuando, podías ver que había algo, pero excepcionalmente. Se trataba de una transición: el dinero iba y venía, la comida iba y venía, pero siempre se quedaba vacío. Siempre lo estaba limpiando. Le he visto limpiarlo por la mañana, por las tardes y por las noches.
    Os quiero confesar a vosotros – con vosotros me refiero al mundo entero-, que sólo hablaba conmigo en privado, cuando no había nadie presente. Me acercaba hacia él a mitad de la noche, quizá hacia las dos de la mañana, porque era la mejor hora para estar a solas con él. Solía estar abrazado a su vieja manta, al lado de la hoguera, en las noches de invierno. Me sentaba a su lado un rato, pero nunca le molestaba, por eso me quería. A veces se giraba hacia un lado, abría los ojos y me veía ahí sentado; entonces empezaba a hablar por su propia cuenta.
    El hindi no era su lengua materna, por eso la gente creía que era difícil comunicarse con él, pero no era verdad. Desde luego, no le habían educado en hindi; sin embargo, no conocía solamente el hindi, sino muchos más idiomas. Por su puesto, el idioma que mejor conocía era el silencio casi toda su vida. Durante el día no hablaba con nadie, pero por la noche hablaba conmigo, sólo si no había nadie más. Era una felicidad poder oír sus pocas palabras.
    Magga Baba nunca mencionó nada de su propia vida, pero dijo muchas cosas sobre la vida. Fue la primera persona que me dijo: – La vida es más de lo que aparenta ser. No juzgues por las apariencias, sumérgete a fondo en los valles donde están las raíces de la vida.
    De repente hablaba, y de nuevo de volvía a quedar callado. Ésa era su forma de ser. No había forma de convencerle para que hablase: o bien hablaba o no lo hacía. No respondía a las preguntas, y nuestras conversaciones eran absolutamente secretas. No lo sabía nadie. Ahora lo estoy contando por primera vez.
    He oído hablar a muchos oradores, y él no era más que un hombre pobre, aunque sus palabras eran pura miel, tan dulces y sustanciosas, tan cargadas de significado.
– Pero hasta que yo me muera, no debes decirle a nadie que has estado hablando conmigo – me dijo -, porque hay mucha gente que cree que estoy sordo. Para mí es mejor que lo crean. Muchos piensan que estoy loco, y en lo que a mí respecta, es eso todavía mejor. Los más intelectuales intentan adivinar lo que estoy diciendo, pero sólo son disparates. Cuando oigo el significado que han inferido me pregunto: «¡Dios mío! Si esos son los intelectuales, los profesores, los sabios y los eruditos, ¿cómo será el pueblo?» No había dicho nada y, sin embargo, han creado todo eso de la nada, como pompas de jabón.
Por alguna razón, o tal vez no hubiese ninguna razón, me quería.
He tenido la suerte de ser querido por mucha gente extraña. Magga Baba fue el primero de la lista.
Estaba rodeado de gente todo el día. Era un hombre libre; sin embargo, no se podía mover ni un centímetro porque la gente le estaba sujetando. Le montaban en un rickshaw y se lo llevaban a donde quisieran. Por supuesto, nunca decía que no porque se hacía el sordo, el mudo o el loco. Y jamás pronunció una palabra que estuviese en el diccionario. Obviamente no podía decir ni sí ni no; simplemente se iba.
En una o dos ocasiones se lo llevaron. Desapareció durante unos meses, porque unas personas de otro pueblo se lo habían llevado. Cuando le encontró la policía y le preguntaron si quería volver volvió a hacer de las suyas. Dijo alguna tontería como:- Yuddle fuddle shuddle…La policía dijo: -Este hombre está loco. ¿Cómo vamos a escribir en nuestros informes: « Yuddle fuddle shuddle»? ¿Qué quiere decir? ¿Hay alguien que lo entienda?
De modo que se quedó allí hasta que vino a buscarlo un grupo de gente del primer pueblo. Ése era el pueblo donde me había ido a vivir tras la muerte de mi abuelo.
Todas las noches sin falta me iba a visitarle debajo de su árbol de neem, donde solía vivir y dormir. Aunque estuviese enfermo y mi abuela no me dejase salir, mientras ella dormía, me escapaba por la noche para visitarle. Tenía que hacerlo; tenía que ver a Magga Baba por lo menos una vez al día. Era como un alimento espiritual.
Me ayudó enormemente, aunque no me dio ninguna instrucción aparte de su propio ser. Su propia presencia desató fuerzas desconocidas en mí, desconocidas para mí. Estoy muy agradecido a este hombre, Magga Baba; y la mayor bendición fue que, siendo yo un niño, era la única persona con la que él solía hablar. Esos momentos de intimidad, sabiendo que no hablaba con nadie más en el mundo, fueron tremendamente fortificantes, vivificantes.
Alguna de las veces que le fui a ver había otra persona presente; entonces, él hacia algo tan aterrador que la persona salía corriendo. Tiraba cosas, por ejemplo, o saltaba o bailaba como un loco en mitad de la noche. Inevitablemente se asustaban pues, al fin y al cabo, tenían una mujer, unos hijos y un trabajo, y este hombre no parecía estar en su sano juicio, era capaz de cualquier cosa. Después, cuando se había ido la otra persona, los dos nos echábamos a reír.
Nunca me he reído tanto con nadie, y no creo que me vuelva a ocurrir en esta vida…, y ya no tengo otra vida. La rueda se ha detenido. Sí, sigue girando un poco, pero es por inercia; no está siendo impulsada por ninguna energía nueva.
Magga Baba era tan hermoso que no he encontrado a ningún otro hombre que se le pueda comparar. Era como una estatua romana, sencillamente perfecto; incluso más perfecto de lo que pueda llegar a ser ninguna estatua, porque estaba vivo, quiero decir, lleno de vida. No creo que me vuelva a encontrar a un hombre como Magga Baba; tampoco quiero, porque es suficiente con un Magga Baba, más que suficiente. Me dio mucha satisfacción, ¿y a quién le interesa la repetición? Sé muy bien que no se puede llegar más alto.
Yo mismo he llegado al punto donde no se puede ir más alto. Aunque quieras ir más alto, sigues a la misma altura. En otras palabras, llega un momento, en el crecimiento espiritual, que no puede ser trascendido. Este momento, paradójicamente, se llama trascendental.
La primera vez que me llamó fue el día que se iba a los Himalayas. Por la noche vino alguien a casa y llamó a la puerta. Mi padre abrió y una persona le dijo que Magga Baba quería que fuera a ver/e.
–¡Magga Baba! -dijo mi padre-. ¿Qué tiene que ver con mi hijo? Además, ¿cómo le puede llamar si no habla nunca?
El hombre dijo:
-Lo demás no me concierne. Esto es lo que le tenía que transmitir. Por favor, dígaselo a la persona interesada. Si, casualmente, resulta que es su hijo, no es asunto mío -y el hombre desapareció. Mi padre me despertó en mitad de la noche y me dijo: -Escucha, es importante: Magga Baba te quiere ver. Pero si ni siquiera habla…
Me reí porque sabía que hablaba conmigo, pero no se lo conté a mi padre. -Te quiere ver ahora mismo -prosiguió-, en mitad de la noche. ¿Qué vas a hacer? ¿Quieres ir a ver a ese loco? -Me tengo que ir -le respondí. -A veces pienso que tú también estás un poco loco -dijo mi padre-. De acuerdo, vete, y cierra la puerta desde fuera para que no me vuelvas a molestar para entrar.
Me precipité, salí corriendo. Era la primera vez que me llamaba. Cuando llegué a donde estaba le pregunté: -¿Qué sucede? -Es mi última noche aquí -dijo-. Me voy, quizá para siempre. Eres el único con el que he hablado. Perdóname, tuve que hablar con la persona que fue a tu casa, pero no sabe nada. No sabe que soy un místico. Es un desconocido y le he sobornado dándole una rupia para que te transmitiera este mensaje.
En aquella época, una rupia de oro era mucho dinero. Hace cuarenta años en India se podía vivir cómodamente durante un mes con una rupia de oro. ¿Sabéis que la palabra inglesa «rupia» viene del hindi rupaiya que quiere decir «dorado»? En realidad, el billete no se debería llamar rupia porque no es dorado. Esos tontos al menos lo podían haber pintado de colores dorados, pero ni siquiera eso. Una rupia de aquellos tiempos equivale casi a setecientas de las de ahora. Han cambiado muchas cosas en cuarenta años. Las cosas se han vuelto setecientas veces más caras.
-Sólo le di una rupia y le dije que entregara el mensaje -dijo-. Estaba tan fascinado con la rupia que ni siquiera me miró. Era un desconocido, no le había visto antes.
-Yo también puedo decir lo mismo -respondí-. Tampoco le había visto nunca en este pueblo; probablemente, estaba de paso. Pero no tienes por qué preocuparte. ¿Por qué me has mandado llamar? Magga Baba dijo: -Me marcho y no me puedo despedir de nadie. Tú eres el único. Me abrazó, me besó en la frente, me dijo adiós y se fue, simplemente así.
Magga Baba había desaparecido muchas veces en su vida, la gente lo encontraba y lo volvía a traer; por eso nadie se preocupó demasiado la última vez que desapareció. Solamente al cabo de unos meses se percataron de que realmente había desaparecido, porque hacía muchos meses que no volvía. Empezaron a buscar por los sitios donde había estado antes, pero nadie le había visto. Esa noche, antes de desaparecer, me dijo: -Probablemente, no te vea florecer, pero te doy mis bendiciones. Quizá no pueda volver. Voy a los Himalayas. No le cuentes a nadie mi paradero. .
Estaba feliz al decirme esto, dichoso de irse a los Himalayas. Los Himalayas siempre han sido el hogar de los que han buscado y encontrado.
Yo no sabía a dónde se había ido; los Himalayas son la cadena montañosa más grande del mundo, pero en una ocasión, viajando por los Himalayas, llegué hasta un lugar que parecía su sepultura. Es extraño, pero estaba al lado de la de Moisés y Jesús. Esas dos personas también están enterradas en un lugar remoto de los Himalayas. Había ido hasta allí para ver la tumba de Jesús; y por coincidencia, encontré allí la tumba de Moisés y la de Magga Baba. Fue una sorpresa, claro. Nunca había imaginado que Magga Baba tuviera algo que ver con Moisés o con Jesús, pero al ver su tumba allí entendí inmediatamente por qué su rostro era tan hermoso; por qué se parecía a Moisés más que ningún otro hindú. Quizá perteneciese a la tribu perdida. Moisés perdió una tribu cuando iba de camino hacia Israel. Esa tribu se asentó en Cachemira, en los Himalayas. Y digo con conocimiento que esa tribu tuvo más suerte que Moisés cuando encontró Israel. En Israel, Moisés encontró un desierto totalmente inservible. En Cachemira, ellos encontraron el auténtico jardín de Dios.
Moisés fue hasta allí buscando a la tribu perdida. Jesús también fue allí después de la supuesta crucifixión. Digo supuesta, porque realmente no ocurrió, no murió. Después de estar seis horas en la cruz, Jesús todavía no se había muerto. Los judíos tenían una manera tan cruel de crucificar a la gente, que tardaban casi treinta y seis horas en morir.
Un discípulo muy rico de Jesús dispuso que la crucifixión fuese un viernes. Fue un acuerdo…, los judíos no pueden trabajar los sábados porque es su día festivo. Tuvieron que bajar a Jesús de la cruz temporalmente, y ponerlo en una cueva hasta el lunes siguiente. Entretanto, fue sustraído de la cueva.
Ésta es la historia que cuentan los cristianos. Lo cierto es que mientras estaba en la cueva por la noche, después de haber bajado de la cruz, se lo llevaron de Israel. Estaba vivo aunque había perdido mucha sangre. Necesitó algunos días para curarse, pero se curó y vivió hasta los ciento doce años en un pueblecito llamado Pahalgam, en los Himalayas de CachemIra.
Escogió ese lugar, Pahalgam, porque encontró el sepulcro de Moisés. Moisés había ido antes buscando a su tribu perdida. La encontró, pero también se dio cuenta que Israel no se podía comparar con Cachemira. Vivió y murió allí, me refiero a Moisés. Cuando Jesús fue a Cachemira con su amado discípulo Tomás, le mandó a India para que impartiese sus enseñanzas. Él se quedó en Cachemira el resto de su vida, cerca de la tumba de Moisés.
Magga Baba también está enterrado en el pequeño pueblo de Pahalgam. Cuando estuve en Pahalgam descubrí la extraña relación que va desde Moisés, pasando por Jesús y por Magga Baba hasta mí.
Antes de marcharse del pueblo, Magga Baba me dio su manta diciendo: – Es lo único que poseo y eres la única persona a quien se la quiero dar. -De acuerdo -dije-, pero mi padre no me va a dejar que me lleve la manta a casa.
Él se rió, yo me reí…, los dos nos divertíamos. Él sabía perfectamente que mi padre no iba a permitir que entrara en su casa una manta tan sucia. Pero estaba triste y apenado porque no podía conservarla. No era gran cosa, era un trapo viejo, pero pertenecía a un hombre de la categoría de Buda o de Jesús. No podía llevarla a casa porque mi padre, comerciante de ropa, era muy puntilloso con la ropa. Sabía perfectamente que no me lo iba a permitir. Tampoco podía llevada a casa de mi abuela, ella tampoco querría porque era escrupulosa con la limpieza.
He heredado la manía de la limpieza de ella. Es culpa suya, no soy responsable en absoluto, No soporto las cosas usadas o sucias, imposible. Solía decirle, en broma, claro: -Me estás malcriando. Es verdad. Me ha malcriado para siempre, pero le estoy agradecido. Me ha malcriado a favor de la pureza, la limpieza y la belleza.
Magga Baba era importante para mí, pero si tuviera que elegir entre mi Nani y él, seguiría escogiendo a mi Nani. Aunque ella no estaba iluminada entonces, y él sí lo estaba, a veces una persona que no está iluminada es tan hermosa que la escogerías, aunque tengas como alternativa a una persona iluminada.
Si pudiera escogerlos a los dos, lo haría. O si pudiera escoger a dos personas entre millones, los escogería a ellos dos. Magga Baba en el exterior…, no entraría en casa de mi abuela, se quedaría fuera, debajo de su árbol de neem. Mi abuela, por supuesto, no se sentaría al lado de Magga Baba: –¡Ese tipo! -solía llamarle-. ¡Ese tipo! Déjalo y no te acerques a él. Date una ducha siempre que pases a su lado.
Tenía miedo de que tuviese piojos porque nunca le habían visto darse un baño. Probablemente tenía razón: desde que yo le conocía, no se había dado un baño. No podían estar en el mismo sitio, eso también es verdad. En este caso no era posible la coexistencia, pero siempre podíamos llegar a algún arreglo. Magga Baba podría estar debajo del árbol de neem, en el patio, y Nani sería la reina de la casa. Y yo podía tener el amor de ambos, sin tener que escoger esto o aquello. Odio el «o bien esto o bien lo otro».
¿Qué hora es?
-Las diez y dieciséis minutos, Osho.
Dadme cinco minutos. Sed buenos con este pobre hombre, y cuando hayan pasado los cinco minutos nos podemos ir.

Sesión 16

    En el mundo hay seis religiones importantes. Se pueden dividir en dos categorías: una está formada por el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Creen en una sola vida. Estás entre la vida y la muerte, no hay nada más allá de la vida y la muerte, la vida es todo lo que hay. Aunque creen en el cielo, en el infierno y en Dios, son el resultado de una vida, de una sola vida. La otra categoría está formada por el hinduismo, el jainismo y el budismo. Creen en la teoría de la reencarnación. Vuelves a nacer una y otra vez, eternamente; a menos que uno se ilumine; en ese caso, se detiene la rueda.
    Esto es lo que preguntaba mi abuelo cuando se estaba muriendo, pero yo no era consciente del significado…, aunque repetí el bardo como si fuese una máquina, sin entender lo que estaba diciendo o haciendo. Ahora comprendo la preocupación del pobre hombre. Puedes llamarlo «la última preocupación». Cuando se convierte en una epidemia, como en Oriente, entonces es una obsesión y lo desapruebo. En ese caso es una enfermedad; no es algo que haya que alabar sino reprobar.
La obsesión es la manera psicológica de desaprobar algo; por eso he usado esta palabra. En lo que respecta a las masas de Oriente, esto ha sido una enfermedad durante miles de años. Les ha impedido ser ricos, prósperos y opulentos, porque su única preocupación ha sido cómo detener la rueda. Entonces, ¿quién la va a engrasar y se va a ocupar de que gire suavemente?
Por supuesto, yo necesito a mis sannyasins para que las ruedas de mi Rolls sigan rodando. Basta con un ruidito para que haya un contratiempo…, incluso un suave sonido. Durante un par de días, uno de los Rolls Royces estaba haciendo un ruidito, sólo de vez en cuando, muy suave, como un pajarito cantando entre los árboles. No debería ocurrir; un Rolls no es un pájaro. ¿De dónde viene ese ruido? Del volante. No lo puedo soportar. Como sabéis, no soy intolerante, pero ¿un Rolls Royce nuevo que empieza a cantar, y además en e! volante?
En realidad, no sé qué hay debajo del capó. Nunca he mirado ni pienso hacerlo. No es mi especialidad. Debo decir que era un ruido suave, como el de un pajarito diminuto silbando. Pero hay que repararlo. Un Rolls Royce no silba, ni siquiera suavemente. ¿Y qué hacen estos tipos? Toda su ocupación -y su meditación también- consiste en mantener los Rolls Royces en perfecto estado. Si esos dos tipos, Rolls y Royce, nacieran otra

3 comentarios

  • Crow

    Sesión 16

        En el mundo hay seis religiones importantes. Se pueden dividir en dos categorías: una está formada por el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Creen en una sola vida. Estás entre la vida y la muerte, no hay nada más allá de la vida y la muerte, la vida es todo lo que hay. Aunque creen en el cielo, en el infierno y en Dios, son el resultado de una vida, de una sola vida. La otra categoría está formada por el hinduismo, el jainismo y el budismo. Creen en la teoría de la reencarnación. Vuelves a nacer una y otra vez, eternamente; a menos que uno se ilumine; en ese caso, se detiene la rueda.
        Esto es lo que preguntaba mi abuelo cuando se estaba muriendo, pero yo no era consciente del significado…, aunque repetí el bardo como si fuese una máquina, sin entender lo que estaba diciendo o haciendo. Ahora comprendo la preocupación del pobre hombre. Puedes llamarlo «la última preocupación». Cuando se convierte en una epidemia, como en Oriente, entonces es una obsesión y lo desapruebo. En ese caso es una enfermedad; no es algo que haya que alabar sino reprobar.
    La obsesión es la manera psicológica de desaprobar algo; por eso he usado esta palabra. En lo que respecta a las masas de Oriente, esto ha sido una enfermedad durante miles de años. Les ha impedido ser ricos, prósperos y opulentos, porque su única preocupación ha sido cómo detener la rueda. Entonces, ¿quién la va a engrasar y se va a ocupar de que gire suavemente?
    Por supuesto, yo necesito a mis sannyasins para que las ruedas de mi Rolls sigan rodando. Basta con un ruidito para que haya un contratiempo…, incluso un suave sonido. Durante un par de días, uno de los Rolls Royces estaba haciendo un ruidito, sólo de vez en cuando, muy suave, como un pajarito cantando entre los árboles. No debería ocurrir; un Rolls no es un pájaro. ¿De dónde viene ese ruido? Del volante. No lo puedo soportar. Como sabéis, no soy intolerante, pero ¿un Rolls Royce nuevo que empieza a cantar, y además en e! volante?
    En realidad, no sé qué hay debajo del capó. Nunca he mirado ni pienso hacerlo. No es mi especialidad. Debo decir que era un ruido suave, como el de un pajarito diminuto silbando. Pero hay que repararlo. Un Rolls Royce no silba, ni siquiera suavemente. ¿Y qué hacen estos tipos? Toda su ocupación -y su meditación también- consiste en mantener los Rolls Royces en perfecto estado. Si esos dos tipos, Rolls y Royce, nacieran otra vez, tendrían envidia porque hemos mejorado lo que hicieron. Por supuesto, el Rolls es el mejor coche del mundo, pero no es inmejorable. Puede y debería ser mejorado…, no quiero que se detengan sus ruedas.
    Los hindúes están obsesionados. Detener la rueda de la vida y la muerte se ha convertido en una enfermedad del alma. Pero a ellos la rueda siempre les recuerda el carro de bueyes. Estoy totalmente de acuerdo con que la quieran detener. Hay ruedas mejores, no es necesario que se detengan todas. De hecho, la misma idea de no volver a nacer implica que no has vivido. Os puede parecer contradictorio, pero permitidme que os diga una cosa: sólo aquel que ha vivido plenamente puede parar la rueda de la vida y la muerte. Sin embargo, los que quieren pararla son los que no han vivido en absoluto. Tendrán una muerte de perros.
    No es que esté contra los perros -toma nota, por favor-, sólo estoy usando una metáfora. Pero debe ser importante porque en hindi existe la misma metáfora. Es la única metáfora que es parecida en inglés y en hindi. De hecho, no sólo es parecida sino que es igual: kutte ki maut, «una muerte de perro». Es exactamente igual. Debe ser por algo. Para descubrir qué es tengo que contaros una historia.
    Se dice que cuando Dios creó el mundo -recordad que se trata de una historia-, cuando Dios creó el mundo, hombres, mujeres, animales, árboles y todo, les dio a todos el mismo límite de edad: veinte años.
    Y me pregunto: ¿por qué veinte? Quizá Dios sólo supiese contar con los dedos, con los de las manos y los de los pies: eso suma veinte.
    Yo investigo por mi cuenta. Alguna vez, en la bañera, cuando te estás lavando las manos y los pies, debes haberte contado los dedos. Probablemente, una día se contó los suyos y se le ocurrió una idea: dadle veinte años de vida a todo el mundo. Parece un poeta. También parece un comunista. Esto ofenderá mucho a los americanos. Déjalos, no me importa. Si nunca me ha importado nadie en la tierra, ¿por qué me iban a importar los yanquis? En esta fase de mi vida quiero seguir siendo un excéntrico, incluso más que antes.
    Sé, con toda seguridad, que si le hubiesen permitido a Jesús impartir sus enseñanzas durante más tiempo no habría sido tan escandaloso, habría vuelto a sus cabales. Al fin y al cabo, era judío. Habría comprendido y no habría dicho todas esas tonterías del «reino de Dios», iY esos doce payasos que creía, o que ellos mismos creían que eran sus apóstoles! Les tenía que haber dado alguna pista, porque como eran tan tontos no se les podía ocurrir a ellos.
    Jesús era tan escandaloso, que hasta Juan Bautista, el revolucionario más grande de su época, que también era maestro de Jesús y fue encarcelado, le mandó un mensaje desde su celda que decía: «Escuchando tus revelaciones, me pregunto si realmente eres el Mesías que hemos estado esperando; tus declaraciones son muy escandalosas.»
    Ésta es la prueba. Juan Bautista fue uno de los revolucionarios más grandes de la tierra; Jesús sólo era discípulo suyo. Por circunstancias de la historia, se ha olvidado a Juan Bautista pero se ha recordado a Jesús.
    Juan Bautista era pura pasión. Fue decapitado. La reina ordenó que le trajeran su cabeza en una bandeja; sentía que sólo de esta manera se tranquilizaría la nación. Y así lo hicieron.
    Juan Bautista fue decapitado, pusieron su cabeza sobra una magnífica bandeja de oro y se la exhibieron a la reina. Este hombre, Juan Bautista, también estaba un poco preocupado al escuchar las escandalosas revelaciones de Jesús. De vez en cuando, se me ocurre que deberían modificarlas (sí, incluso yo lo digo), no porque fuesen escandalosas, sino porque empiezan a ser ridículas. Escandaloso puede ser, ¿pero ridículo? No.
    Imagínate a Jesús maldiciendo a una higuera porque sus discípulos están hambrientos y el árbol no tiene frutos. No era la temporada. No era culpa del árbol, pero a pesar de todo, se enfadó tanto que le echó una maldición para que siempre fuera feo.
    Esto es lo que llamo un disparate. Me da igual que lo dijera Jesús o cualquier otro. El escándalo es parte de la religiosidad, pero la tontería no. Tal vez, si Jesús hubiese impartido sus enseñanzas durante más tiempo, pero sólo tenía treinta y tres años cuando le crucificaron; creo que, como buen judío, se habría tranquilizado hacia los setenta años. No habría sido necesario crucificarlo. Los judíos tenían prisa.
    Creo que no sólo los judíos tenían prisa-aunque son más listos-, pero quizá la crucifixión se deba a los romanos, que siempre han sido infantiles y estúpidos. No me consta que en su raza o en su historia hayan tenido a un Jesús, un Buda o un Lao Tzu.
        Sólo me viene a la memoria un hombre, el emperador Aurelio. Escribió un famoso libro: Meditaciones. Por supuesto, no es lo que yo llamo meditación, sino meditaciones. Mi meditación siempre es singular; el plural no existe. Sus meditaciones realmente son contemplaciones; no puede haber un singular. Marco Aurelio es el único nombre de la historia de Roma que merece la pena recordar, y tampoco demasiado. Un pobre Basho podría derrotar a Marco Aurelio. Cualquier Kabir podría asestar un golpe al emperador y llevarle más allá de sus sentidos.
    No sé si se admite esto en vuestro idioma, la expresión «llevar a alguien más allá de sus sentidos». Desde luego, sí se admite obligar a uno a recobrar el sentido común, pero ésa no es mi tarea, lo puede hacer cualquiera. Lo puede conseguir un buen golpe o una piedra en el camino. No se necesita un buda para eso; para llevarte más allá de tus sentidos necesitas un buda. Basho, Kabir o incluso mujeres como Lalla o Rabiya, podrían haber llevado a este pobre emperador a ese extremo.
    Esto es todo lo que nos ha llegado de los romanos, no es mucho, pero ya es algo. No se debe rechazar totalmente a nadie. Acepto a Marco Aurelio sólo por cortesía, no como un hombre iluminado, sino como un buen hombre. Se podría haber iluminado si, por casualidad, se hubiese cruzado con alguien como Bodhidharma. Habría bastado con una mirada de Bodhidharma en los ojos de Marco Aurelio. Entonces hubiera sabido, por primera vez, qué es la meditación.
    Habría vuelto a casa y habría quemado todo lo que había escrito hasta ese momento. Posiblemente, dejaría alguna colección de bocetos: un pájaro volando, una rosa marchitándose o una simple nube flotando en el cielo; unas frases aquí y allá, que no dijeran mucho, pero lo suficiente para provocar, lo suficiente para desatar un proceso en la persona que se lo encuentre. Ése habría sido un verdadero cuaderno de meditación, pero no de meditaciones… No existe un plural.
    Si los psicólogos dijesen que Oriente, y particularmente India, no sólo está obsesionada con la muerte, sino que está poseída por la idea del suicidio, en cierto sentido, no se estarían equivocando. Uno debería vivir mientras esté vivo; no hay necesidad de pensar en la muerte. Y cuando llegue la muerte, uno se debería morir, y morirse completamente; entonces no habrá motivo para mirar atrás. Siendo total en cada momento, al vivir, al amar, al morir, es como uno llega a conocer. ¿Conocer el qué? No hay ningún qué. Uno simplemente conoce, no el qué, sino eso: el conocedor. «Qué» es el objeto, «eso» es la subjetividad de uno mismo.
    Cuando murió mi Nana, mi abuela siguió riéndose con los últimos aleteos de su risa. Después se controló. Era una mujer que se sabía controlar. Pero a mí no me impresionaba su control, sino su risa en la misma cara de la muerte. jUna y otra vez le pregunté: -¿Nani, me puedes decir por qué te reías tan alto cuando la muerte era inminente? Si hasta un niño como yo se daba cuenta es imposible que tú no te dieses cuenta.
    -Sí, me daba cuenta -me respondió-, por eso me reía. Me reía del pobre hombre intentando detener la rueda innecesariamente, porque en último caso, la vida y la muerte no quieren decir nada. .
    Tenía que esperar hasta que llegase el momento de preguntarle y de discutir con ella. Cuando me ilumine, pensé, le preguntaré. Y eso es lo que hice.
    Lo primero que hice después de iluminarme, a los veintiún años, fue ir precipitadamente al pueblo donde estaba mi abuela, es decir, al pueblo de mi padre. Nunca abandonó el lugar donde fue incinerado su marido. Ese lugar se convirtió en su hogar. Se olvidó de todos los lujos a los que estaba acostumbrada. Se olvidó de los jardines, los campos y el lago que le había pertenecido. Nunca volvió, ni siquiera para poner en orden sus asuntos.
    -¿Qué sentido tiene? -dijo-. Todo está solucionado. Mi marido se ha muerto, y el niño que quiero ya no está allí, está todo arreglado.
    Inmediatamente después de iluminarme volví al pueblo rápidamente para encontrarme con dos personas: la primera fue Magga Baba, el hombre del que os hablaba antes. Seguramente os preguntaréis por qué… Porque quería que alguien me dijese: «Estás iluminado.» Yo lo sabía, pero también quería oírlo de alguien de fuera. En aquella época, Magga Baba era la única persona a la que le podía preguntar. Había oído decir que acababa de volver al pueblo.
    Salí precipitadamente a vede. El pueblo se encontraba a tres kilómetros de la estación. No os podéis hacer una idea de cómo corrí para verle. Llegué al árbol de neem…
    La palabra neem no se puede traducir porque no creo que exista ninguna cosa parecida al árbol de neem en Occidente. El árbol de neem es una cosa extraña: las hojas son muy amargas; sabe peor que el peor de los venenos. En realidad, es justo lo contrario, no es venenoso. Si cada día te comes algunas hojas del neem…, lo que no es nada fácil. Yo lo he estado haciendo durante años; cincuenta hojas por la mañana y cincuenta por la noche. Ahora bien, ¡para comerse cincuenta hojas de neem hace falta alguien que esté dispuesto a matarse!
    Está muy amargo pero purifica la sangre, y te protege de cualquier infección, ¡hasta en India, lo que constituye un milagro! Se cree que incluso el aire que pasa a través de las hojas de neem es más puro que ningún otro. La gente planta árboles de neem alrededor de sus casas simplemente para que el aire esté limpio y sin contaminar. Es un hecho científicamente probado, que el árbol de neem mantiene alejado todo tipo de infección al crear un muro de protección.
    Fui corriendo hasta el árbol de neem donde se sentaba Magga Baba, y ¿sabéis qué hizo cuando me vio? Yo mismo no doy crédito: me tocó los pies y se echó a llorar. Me daba mucha vergüenza porque se había congregado un grupo de gente, y todos pensaban que Magga Baba se había vuelto loco de verdad. Hasta ese momento había estado un poco loco, pero ahora estaba totalmente ido, ido para siempre… gafe, gafe, ido, e ido para siempre. Pero Magga Baba se rió y, por primera vez delante de la gente, me dijo:
    -¡Mi chico, lo has conseguido! Sabía que algún día lo conseguirías.
    Le toqué los pies. Por primera vez intentó impedírmelo, diciéndome:
    -No, no; ya no te vuelvas a postrar a mis pies.
    Pero seguí haciéndolo, aunque él insistía. Me daba igual y le dije:
    -¡Cállate! Encárgate de tus asuntos y yo me encargaré de los míos. Si estoy iluminado como dices, por favor, no impidas que un iluminado se postre a tus pies.
    Se empezó a reír otra vez y dijo: –¡Pilluelo! Estás iluminado pero sigues siendo un pilluelo.
    Entonces me fui rápidamente a casa, es decir, a casa de mi abuela, no a la de mi padre, porque quería contarle lo que me había sucedido. Pero los caminos de la existencia son impredecibles: ella estaba de pie delante de la puerta, mirándome un poco sorprendida y dijo:
    -¿Qué te ha sucedido? Ya no eres el mismo.
    No estaba iluminada pero tenía la inteligencia suficiente para darse cuenta que algo había cambiado en mí.
    -Sí, ya no soy el mismo -le respondí-, y he venido para compartir lo que me ha sucedido.
    -Por favor, en lo que a mí respecta -dijo-, sigues siendo mi Raja, mi hijito.
    De modo que no le dije nada. Pasó un día; entonces, en mitad de la noche me despertó. Con lágrimas en los ojos me dijo:
    -Perdóname. Ya no eres el mismo. Puedes fingir pero yo puedo entrever que estás disimulando. No tienes que disimular. Me puedes contar lo que te ha sucedido. El niño que conocía ha muerto pero en su lugar hay alguien mucho mejor y más luminoso. Ya no puedo decir que eres mío, pero no importa. Ahora habrá millones de personas que dirán que eres suyo, y todo el mundo te podrá sentir como suyo. Retiro mi derecho, pero enséñame el camino a mí también.
    Ésta es la primera vez que se lo he dicho a nadie. Mi Nani fue mi primera discípula. Le enseñé el camino. Mi enseñanza es sencilla: estar en silencio, experimentar en tu interior al que observa y no lo observado; conocer al conocedor y olvidar lo conocido.
    Mi camino es muy sencillo, tanto como el de Lao Tzu, Chuang Tzu, Krisna, Cristo, Moisés, Zaratustra…, porque sólo cambian los nombres, el camino es el mismo. Los peregrinos cambian; la peregrinación es la misma. Y la verdad es que el proceso es muy sencillo.
    Tuve mucha suerte de que mi abuela fuese mi primera discípula, porque no he encontrado a ninguna otra persona que fuese igual de sencilla. Me he encontrado con mucha gente sencilla, muy cercanos a la sencillez de ella, pero la profundidad de su sencillez era tal que nadie ha podido superada, ni siquiera mi padre. Él era sencillo, absolutamente sencillo y muy profundo, pero no se podía comparar con ella. Lamento decirlo, pero estaba muy lejos, y mi madre está aún más lejos; ni siquiera se aproxima a la sencillez de mi padre.
    Os sorprenderéis al saber que -es la primera vez que lo revelo- mi Nani no sólo fue mi primera discípula, sino que también fue mi primera discípula iluminada, se iluminó mucho antes de que yo empezase a iniciar a gente al sannyas. Nunca fue sannyasin.
    Se murió en 1970, el año que empecé a iniciar a la gente al sannyas. Ella estaba en su lecho de muerte cuando se enteró de mi movimiento. Aunque yo no lo pude oír, uno de mis hermanos me comunicó que sus últimas palabras fueron.. .
    -Es como si estuviera hablando contigo -me dijo mi hermano-. Dijo: «Raja, ahora has comenzado un movimiento de sannyas, pero es demasiado tarde. No puedo ser tu sannyasin porque para cuando llegues aquí ya no estaré en este cuerpo, pero quiero que te comuniquen que quería ser tu sannyasin.»
    Se murió antes de que llegase, exactamente doce horas antes. Fue un largo viaje desde Bombay hasta ese pequeño pueblo, pero ella había insistido que nadie tocara su cuerpo hasta que llegase yo; entonces se haría lo que yo decidiese. Si quería que la enterraran, estaba bien. Si quería que la incineraran, también estaba bien. Si quería que ocurriese otra cosa, entonces también estaba bien.
    Cuando llegué a casa no podía creer lo que estaba viendo: ella tenía ochenta años y seguía pareciendo muy joven. Hacía doce horas que se había muerto, pero todavía no había ninguna señal de deterioro. Le dije:
    -Nani, he venido. Sé que esta vez no me podrás contestar. Te lo estoy diciendo sólo para que lo oigas. No tienes que contestar.
    ¡De repente, ocurrió casi un milagro! No estaba yo sólo allí presente, también estaba mi padre y toda mi familia. De hecho, se había congregado todo el vecindario. Todos vieron cómo, ¡después de doce horas!, salió rodando una lágrima de su ojo izquierdo.
    Los médicos -Devaraj, por favor, anota esto- habían certificado su muerte. Bueno, los muertos no lloran; los vivos muchas veces tampoco, ¡los muertos mucho menos! Pero una lágrima cayó rodando de sus ojos. Me lo tomé como una respuesta; ¿qué otra cosa podía suponer? Di fuego a la hoguera, como era su deseo. No he hecho esto ni siquiera con el cuerpo de mi padre.
    En India es casi una ley que el hijo mayor prenda fuego a la pira funeraria de su padre. Yo no lo hice. En lo que respecta al cuerpo de mi padre ni siquiera fui a su funeral. El último funeral al que asistí fue el de mi Nani. Ese día le dije a mi padre -Escucha, Dada, no podré venir a tu funeral. -¿Qué tonterías estás diciendo? -preguntó-. Todavía estoy vivo. -Ya sé que estás vivo, ¿pero por cuánto tiempo? -le dije-. Hace apenas un día Nani estaba viva, mañana quizá tú ya no estés. No quiero correr el riesgo. Quiero decirte ahora mismo que he decidido que no volveré a asistir a ningún funeral después del de Nani. De modo que te pido perdón, pero no voy a ir a tu funeral. Como no estarás ahí te pido que me perdones ahora.
    Él lo comprendió aunque estaba algo disgustado, pero dijo: -De acuerdo, si eso es lo que has decidido, ¿pero, entonces, quién prenderá mi hoguera?
    Esta pregunta es muy importante en India. En ese contexto normalmente lo haría el hijo mayor. -Ya sabes que soy un vagabundo –le dije-, no poseo nada. Magga Baba, que era tremendamente pobre, tenía dos pertenencias: su manta y su magga, la taza. Yo no tengo pertenencias. Aunque vivo como un rey, no poseo nada. No tengo nada. Si un día viene alguien y me dice: «Abandona este lugar en el acto», me iré inmediatamente. Ni siquiera tendré que hacer las maletas. No tengo nada. Así me marché de Bombay. Nadie creía que me pudiese ir tan fácilmente, sin echar la vista atrás.
    No pude ir al funeral de mi padre, pero ya le había pedido permiso de antemano, mucho antes, en el funeral de mi Nani. Mi Nani no era sannyasin, pero era sannyasin en muchos otros aspectos, en todos los aspectos excepto que no le di un nombre. Se murió vestida de naranja. Yo no le había pedido que se vistiera de naranja, pero el día que se iluminó dejó de usar su vestido blanco.
    En India las viudas se tienen que vestir de blanco. ¿Y por qué sólo las viudas? Para que no estén hermosas, es lógica natural. ¡Y se tienen que afeitar la cabeza! Fijaos…, ¡qué sinvergüenzas! Para que una mujer esté fea le obligan a cortarse el pelo y no le permiten usar más colores que el blanco. Le quitan todo el color a su vida. No puede ir a ninguna celebración, ¡ni siquiera a la boda de su hijo o de su hija! Las celebraciones como tales le están prohibidas.
    El día que mi Nani se iluminó, me acuerdo que fue -lo anoté, debe estar en algún lugar- e! 16 de enero de 1967. Digo, sin vacilar, que ella fue mi primera sannyasin; y no sólo eso, fue mi primera sannyasin iluminada.
    Los dos sois médicos, y conocéis bien al doctor Ajit Saraswati. Ha estado conmigo cerca de veinte años, no conozco a nadie que haya estado conmigo con tanta sinceridad. Os causará sorpresa saber que está ahí fuera esperando… y hay muchas posibilidades de que esté casi listo para iluminarse. Ha venido a vivir aquí, en la comuna; le debe haber resultado muy difícil, especialmente porque es hindú y deja a su mujer, a sus hijos y su profesión. Pero no podía vivir sin mí. Está dispuesto a renunciar a todo. Está esperando fuera. Ésta será su primera entrevista, y siento que también va a ser su iluminación. Se lo ha ganado, y lo ha ganado con mucho esfuerzo. No es nada fácil ser indio y estar conmigo totalmente. ¿Qué hora es? -Las nueve menos cuarto, Osho. Dadme cinco minutos. Es tan inmensamente bello… No, esto es sencillamente fantástico. No, uno no debería ser avaricioso. No, yo soy una persona consecuente… constantemente, no… ten en cuenta que no estoy diciendo «no» como una negación. El «no» es para mí una de las palabras más hermosas de vuestro idioma. Me gusta. No sé si le ocurre lo mismo a alguien más, pero a mí me gusta.
    Ambos sois pacientes míos… y yo soy el doctor. Es la hora. Todo ha llegado a un punto y final.

    Sesión 17

    De acuerdo. Las primeras palabras que pronunció Ajit Saraswati ayer por la noche fueron: -Osho, nunca me imaginé que lo conseguiría.
    Por supuesto, todos los que estaban presentes pensaron que estaba hablando de venir a vivir en la comuna. Y eso también es verdad; es significativo, porque recuerdo el primer día que vino a verme hace veinte años. Le tuvo que pedir permiso a su mujer sólo para verme unos minutos. Por eso, los que estaban presentes deben haber entendido, naturalmente, que no contaba con poder trasladarse, dejando a su mujer, sus hijos y una buena profesión. Renunciando a todo sólo para estar aquí conmigo…, es un genuino sentimiento de renuncia. Pero no es eso lo que él quería decir, y yo le entendí.
    -Ajit, yo también estoy sorprendido -le dije-. No es que no me lo esperara; siempre he aguardado, esperado y anhelado este momento, y estoy feliz de que hayas llegado.
    Una vez más, los demás deben haber pensado que estaba hablando de su traslado aquí. Yo hablaba de otra cosa, pero él lo entendió. Lo pude ver en sus ojos, que cada vez tenían una mirada más inocente. Vi que había entendido lo que quiere decir realmente estar con un maestro. Significa volver a uno mismo. No puede significar sino realización de su propio ser. Su sonrisa era totalmente nueva.
    Estaba preocupado por él: se estaba volviendo cada día más serio. Esto realmente me afectaba, porque la seriedad para mí siempre ha sido una palabra obscena, una enfermedad, algo mucho más canceroso de lo que pueda llegar a ser un cáncer y, sin duda, mucho más contagioso que ninguna enfermedad. Pero exhalé un gran suspiro de alivio; me quité un peso del corazón.
    Es una de las pocas personas por las que tendría que hacer girar de nuevo la rueda si me muriese sin que se haya iluminado, tendría que volver a nacer. Aunque es imposible hacer girar la rueda…, no conozco la mecánica de giro de la rueda, especialmente de la rueda del tiempo. No soy un mecánico, no soy un técnico; por tanto, habría sido muy difícil para mí hacer girar la rueda otra vez…, y no se ha movido desde que tenía veintiún años.
    Hace treinta y un años se detuvo la rueda. Ahora debe estar completamente oxidada. Aunque le echemos aceite no se solucionará. Ni siquiera mis sannyasins pueden hacer algo, no se trata de la rueda de un Rolls Royce. Es la rueda del karma, de la acción, de la conciencia que implica cada acción. Yo ya he acabado con eso. Pero para un hombre como Ajit intentaría volver, cueste lo que cueste.
    He decidido que no dejaré este cuerpo hasta que se hayan iluminado, al menos, mil y un discípulos míos, no antes de eso. ¡Devaraj, acuérdate de esto! No va a ser muy difícil, ya está hecho el trabajo básico, sólo es cuestión de tener un poco de paciencia.
    Mientras yo entraba, Gudia dijo, al escuchar que Ajit se había iluminado: -Es curioso, de repente la iluminación está estallando por todas partes.
    Tiene que estallar en todas partes, ése es mi trabajo. Y hay mil y un personas que están a punto de estallar en cualquier momento. Basta una ligera brisa para que la flor se abra…, o el capullo le abre su corazón al primer rayo de sol, cualquier cosa.
    Ahora bien, ¿qué es lo que le ha ayudado a Ajit? Le conozco desde hace veinte años y siempre he sido cariñoso con él. Nunca le he golpeado, no ha sido necesario. Antes de que yo le dijese algo, él ya lo había admitido. Antes de decirlo, ya lo había oído. En estos veinte años él me ha seguido tan de cerca como le ha sido posible. Él es mi Mahakashyapa.
    ¿Qué es lo que ha provocado lo que le sucedió anoche? Simplemente, que no ha dejado de pensar en mí a todas horas. Ese pensamiento desapareció en cuanto me vio, y era el único pensamiento que le había estado rondando como si fuese una nube. ¡No creo que entendiese el significado exacto de sus palabras! Se tarda un tiempo, y las palabras surgen tan súbitamente. Sólo dijo, como a pesar de sí mismo: -Nunca pensé que sería capaz de conseguirlo.
    -No te preocupes -le dije-. Yo siempre he tenido la certeza de que ocurriría, antes o después, pero ocurriría.
    Él parecía algo desconcertado. Hablaba de venir y yo hablaba de suceder. Entonces, exactamente como cuando se abre una ventana y ves, del mismo modo, se abrió una ventana y vio. Se postró a mis pies con lágrimas en los ojos y una sonrisa en su rostro. Es hermoso ver cómo se funden lágrimas y sonrisas. Es una experiencia en sí misma.
    No he podido concluir la historia que había empezado, a causa de Ajit Saraswati. Él había estado a la vuelta de la esquina tanto tiempo, que de algún modo me había acostumbrado a él. ¿Os acordáis del día que os hablé de Ajit Mukherjee, el famoso escritor de tantra, el autor de “El arte tántrico y Pinturas tántricas” Dije, y podéis consultar vuestros apuntes…, cuando dije «Ajit» no pude decir «Mukherjee». Para mí «Ajit» siempre ha sido «Ajit Saraswati». De modo que cuando hablé de Ajit Mukherjee, dije primero «Ajit Sarasw…», después rectifiqué. Había empezado a decir «Saraswati» y llegué a decir «Sarasw…», después dije «Mukherjee».
    Él ha estado presente, sin interferir en modo alguno, justo a la vuelta de la esquina, esperando, simplemente observando. Una confianza así es poco común, aunque hay miles de sannyasins conmigo que tienen la misma clase de veneración. Sabiéndolo o no, eso no tiene importancia; lo que importa es que la veneración esté presente.
    Ajit Saraswati tiene una formación hindú; por tanto, es natural que le resulte más fácil tener ese tipo de veneración, de confianza. Aunque se educó en Occidente; probablemente, por eso se ha podido acercar a mí. Una base hindú y una mente científica occidental…, es un extraño fenómeno tener estas dos cosas juntas, y él es único.
    Y Gudia, detrás de él vendrán más. ¡Sí, van a estallar! Aquí, allí y en todas partes. Tienen que estallar pronto porque no me queda mucho tiempo. Pero el sonido de un hombre estallando en la existencia no es igual que el sonido de la música pop, ni el de la música clásica; es música pura, no se puede clasificar…, ni siquiera se puede oír, sólo se puede sentir.
    Ahora, ¿veis qué disparate? Estoy hablando de una música que sólo se puede sentir y no se puede oír. Sí, estoy hablando de eso; eso es la iluminación. Todo se vuelve silencio, como si la rana de Basho nunca hubiese saltado al viejo estanque…, nunca, nunca…, como si en el estanque nunca hubiese habido olas, reflejando el cielo eternamente, sereno.
    Este haiku de Basho es precioso. Lo repito tantas veces porque siempre es nuevo, siempre está cargado de un significado nuevo. Es la primera vez que digo que la rana no ha saltado, que no hay un plop. El viejo estanque no es ni viejo ni nuevo; no sabe nada del tiempo. No hay olas en la superficie. En él puedes ver todas las estrellas más ensalzadas, más espléndidas de lo que están en el cielo. La profundidad del estanque contribuye enormemente a su exuberancia. Se vuelven casi de la misma materia de la que están hechos los sueños.
    Cuando estallas a la iluminación, entonces te das cuenta que la rana no había saltado…, que el viejo estanque no era viejo. Entonces, sabes lo que es.
    Todo esto lo digo de paso. Pero antes de que me olvide…; la pobre historia que comencé ayer. Vosotros pensaréis que no me acordaba, pero me puedo olvidar de todo excepto de una bonita historia. Incluso cuando me muera, si queréis que hable preguntadme algo sobre alguna historia, quizá una fábula de Esopo, Panchtantra, Los cuentos de Jataka o, simplemente, las parábolas de Jesús.
    Decía ayer…, todo empezó con la metáfora de «una muerte de perro». Dije que el pobre perro no tenía nada que ver. Pero detrás de esa historia hay una metáfora, y puesto que hay millones de personas que van a tener una muerte de perros vale la pena entenderla. Quizá ya la conozcáis. Creo que todos los niños la han oído; es muy sencilla.
    Dios creó el mundo: hombre, mujer, animales, árboles, pájaros, montañas y todo. Tal vez fuera comunista. Pues eso no está bien; al menos Dios no debía ser comunista. No haría buena impresión si le llamasen «Camarada Dios»: «¿Cómo estás, Camarada Dios?» Simplemente, no suena bien. Pero la historia cuenta que le dio veinte años de vida a todo el mundo. Todos recibieron lo mismo. Como era de esperar, el hombre se levantó inmediatamente y dijo: -¿Sólo veinte años? No es suficiente.
    Eso demuestra algo acerca del hombre: que nada es suficiente. Nunca es suficiente. La mujer no se levantó. Esto también demuestra algo acerca de la mujer. Está satisfecha con las cosas pequeñas. Sus deseos son muy humanos; no está pidiendo las estrellas. En realidad, se ríe de todos los esfuerzos del hombre por alcanzar el Everest, la Luna o Marte. No entiende qué es todo ese disparate. ¿Por qué no vamos a ver qué hay en la televisión ahora? Que yo sepa, ver la televisión…
    Ashu mira al suelo. No te avergüences. No estoy hablando contra las mujeres que miran la televisión. Hablo de mí mismo. Creo que las mujeres miran la televisión sólo por la publicidad, por nada más; un nuevo jabón, un nuevo champú, un coche nuevo… lo nuevo, cualquier cosa nueva.
    En la publicidad todo es nuevo. En realidad, se trata de cosas viejas que vuelven a empaquetar una y otra vez. Sí, el embalaje es nuevo, la etiqueta es nueva, el nombre es nuevo. Pero a una mujer le interesa una lavadora, una nevera o una bicicleta nueva. La mujer está interesada en lo inmediato.
    En esta historia, ella no se levantó y le dijo a Dios:
    -¡Cómo! ¿Sólo veinte años?
    De hecho, cuando el hombre se puso de pie, la mujer debe haber estado tirando de él y diciéndole:
    -Siéntate, hombre. ¿Por qué estás refunfuñando, siempre refunfuñando? Venga, viejo gruñón, siéntate. Pero el hombre se mantuvo firme y dijo: -Me resisto con todas mis fuerzas a aceptar esta imposición de vivir sólo veinte años. Necesito más.
    Dios tenía todas las de perder. Puesto que era comunista, ¿qué podía hacer? Había distribuido los años equitativamente. Pero los animales eran más comprensivos que este compañero comunista. El elefante se rió y dijo: -No te preocupes. Te doy diez años de mi vida, porque veinte años es demasiado. ¿Qué voy a hacer con veinte años? Me basta con diez.
    De modo que el hombre recibió diez años de la vida del elefante. En este período entre los veinte y los treinta es cuando el hombre se comporta como un elefante. Éstos son los años en los que aparecen los hippies y los yippies y otras tribus parecidas. Deberían ser llamados «los elefantes» en todo el mundo…, piensan demasiado en sí mismos.
    Entonces, se levantó el león y dijo: -Por favor, acepta diez años de mi vida. Para mí diez años es más que suficiente. Entre los treinta y los cuarenta años el hombre ruge como un león, como si fuese Alejandro Magno. Ni siquiera Alejandro era un verdadero león, o sea que ¿cómo serán los demás? Entre los treinta y los cuarenta años, todos los hombres, a su manera, se comportan como leones.
    Entonces se levantó el tigre diciendo: -Ya que todo el mundo está contribuyendo para el pobre hombre yo contribuiré con otros diez años de mi vida. Entre los cuarenta y los cincuenta años el hombre se comporta como un tigre, muy mermado en comparación con el león, muy afeitado, como un gato grande, pero sigue con la vieja costumbre de fanfarronear.
    Después se levantó el caballo y contribuyó con otros diez años. Entre los cincuenta y los sesenta años, el hombre lleva todo tipo de cargas. No es más que un caballo. Pero no un caballo cualquiera, sino un extraordinario caballo cargado con montañas de preocupaciones, pero su voluntad es tal que sigue tirando hacia delante.
    A los sesenta el perro contribuyó con diez de sus años, y por eso se dice que es «una muerte de perro». Esta historia es una de las parábolas más bellas. Entre los sesenta y los setenta el hombre vive como un perro, ladrando a todo lo que se mueve. Encuentra cualquier excusa para ladrar.
    La historia no va más allá de los setenta años porque se contó, originalmente, antes de que el hombre tuviera unas expectativas de vida superiores a los setenta años. Setenta años es la edad convencional. Si eres un hombre convencional deberás consultar un calendario y morirte exactamente a los setenta años. Más de eso ya sería moderno. Vivir hasta los ochenta, los noventa o incluso hasta los cien años es ultra-moderno, es ser un rebelde, es ser un descarriado.
    ¿Sabéis que en América hay gente que está congelada en depósitos porque padecen enfermedades incurables? Incurables hasta la fecha, quizá dentro de veinte años hayamos encontrado un remedio. De modo que, aunque podían haber vivido algunos años más con la enfermedad, decidieron ser congelados; a su propia costa, tenedlo en cuenta. En América siempre es a tu propia costa. Están pagando aunque estén congelados, casi muertos. Tuvieron que pagar de antemano los próximos veinte años por adelantado, para que estos cuerpos puedan permanecer congelados. Por supuesto, es un asunto caro. Sólo se lo puede permitir la gente muy rica. Me parece que el mantenimiento de un cuerpo congelado cuesta casi mil dólares al día. Tienen la esperanza, mejor dicho, tenían la esperanza de que cuando se encontrase el remedio serían descongelados, devueltos a la vida y curados.
    Están esperando, los pobres ricachones; hay, al menos, varios centenares de personas en todo América esperando. Esto le da un nuevo sentido a la palabra «esperar». Es una nueva forma de esperar, sin respirar, pero esperando. Es realmente como esperar a Godot, y además pagando.
    Es una vieja historia, de ahí los setenta años proverbiales. «Una muerte de perro» significa la muerte de un hombre que ha vivido como un perro. Pero no os ofendáis si sois amantes de los perros. Los perros son buena gente. Pero «vivir como un perro» significa que sólo vives para ladrar, disfrutando de los ladridos, sin perder la oportunidad de aullar. Vivir como un perro significa no vivir una vida humana, sino infrahumana, menos que humana. Y el que vive como un perro está destinado a morir como un perro.
    Obviamente, no puedes tener una muerte que no te merezcas. Repito: no puedes tener una muerte que no te merezcas, para la que no hayas estado trabajando toda tu vida. La muerte puede ser un castigo o una recompensa; todo depende de ti. Si vives superficialmente, entonces tu muerte sólo será la de un perro. Los perros son sesudos, muy intelectuales. Si vives intensamente, intuitivamente, desde el corazón, inteligentemente, no intelectualmente; si permites que todo tu ser esté implicado en todo lo que haces, entonces puedes morir con la muerte de un dios.
    Permitidme acuñar otra frase, lo contrario de una «muerte de perro»: «Una muerte de dios.» Como veis, perro, dog, y dios, god, se componen de las mismas letras, escritas en distinto orden. La misma materia del revés se convierte en «perro»; del derecho se convierte en «dios». La materia de la existencia, tu ser, es
    la misma; no importa si te pones de pie sobre la cabeza o sobre los pies. Sí importa en un aspecto: se te pones cabeza abajo sufrirás. Y si comienzas a andar sobre la cabeza, te podrás hacer una idea de lo que es el séptimo infierno. Pero puedes dar un salto y ponerte de pie, ¡nadie te lo está impidiendo!
    Ésta ha sido toda mi enseñanza: ¡Salta! No te pongas cabeza abajo, ponte de pie. ¡Sé natural! Entonces vivirás como un dios. Y por supuesto, un dios muere como un dios. Un dios vive como un dios y muere como un dios. Y cuando digo dios quiero decir simplemente maestro de uno mismo.

    Sesión 18

        Sigmund Freud estaba entrevistando a uno de sus pacientes. Pidió al hombre que estaba tendido en el diván:
    -Mire a través de la ventana. ¿Puede ver el mástil de la bandera en el edificio que hay al otro lado de la calle?
    -Por supuesto -dijo el anciano-. ¿Piensa usted que estoy ciego? Puedo ser un anciano, pero puedo ver el mástil, la bandera y todo lo demás. ¿Qué tipo de pregunta es ésta? ¿Acaso le estoy pagando por hacer ese tipo de preguntas?
    Freud respondió:
    -Espere. Así es como funciona el psicoanálisis. Dígame a qué le recuerda el mástil.
    El anciano comenzó a reírse. Freud se puso muy contento. Muy tímidamente, el anciano le dijo:
    -Me recuerda al sexo.
    Freud quería probar su nueva teoría con todo el mundo, y esto era una confirmación.
    -Comprendo -le dijo-. El mástil no es otra cosa que un símbolo fálico. No necesita preocuparse, es totalmente cierto.
    El anciano seguía sonriendo cuando Freud le preguntó:
    -¿Qué le recuerda este diván?
    El anciano se echó a reír y dijo:
    -¡Esto es mucho psicoanálisis! ¿Para esto he venido? ¿Para esto le he pagado por adelantado?
    Ten en cuenta que Freud solía cobrar su minuta por adelantado, porque cuando estás tratando con todo tipo de locos, no puedes depender de ellos a la hora de pagar más tarde. Hay que cobrar antes de que comience el tratamiento.
    De hecho, nadie en el mundo, incluido el mismo Sigmund Freud, se ha psicoanalizado totalmente, por la sencilla razón de que es imposible. Puedes seguir y seguir hasta la náusea. ¿Por qué? Porque no son más que pensamientos insustanciales. Un pensamiento te lleva a otro pensamiento, y así sucesivamente; no se acaba nunca. No ha habido nunca ni un solo psicoanalista que pueda decir que ha sido totalmente psicoanalizado. Siempre queda algo, y ese algo es mucho más grande que el pequeño fragmento con el que has estado jugando en nombre del psicoanálisis.
    El anciano se estaba empezando a enfadar un poco. Freud le dijo:
    -Es la última pregunta, así que no se enfade. Por supuesto, el diván le recuerda al sexo; se lo recuerda a todo el mundo, no hay ningún problema, no se enfade. Sólo esta última pregunta:
    ¿Qué es lo que piensa cuando ve un camello?
    Al anciano le dio un ataque de risa, se reía tan fuerte que tenía que agarrarse el estómago con las dos manos.
    -¡Dios mío! -dijo-. Nunca había pensado que el psicoanálisis tuviese algo que ver con los camellos. Pero, por una extraña coincidencia, el otro día fui al zoo, y por primera vez en mi vida vi un camello, ¡y aquí está este señor que va y me pregunta a qué me recuerda un camello! El camello, por supuesto, me recuerda al sexo, hijo de puta.
    Ahora le tocaba a Freud quedarse desconcertado. ¿Camello? ¡No se podía figurar cómo podía un camello recordarle a alguien a sexo! ¿Un camello? Ni siquiera él, Sigmund Freud, había pensado nunca eso de un camello. Sólo era una pregunta. Él se esperaba que el hombre le contestara:
    -No me recuerda a nada en particular. Sólo es un camello. ¿Debería recordarme algo?
    -Has destruido toda mi alegría -dijo Freud-. Creía que estabas confirmando mi teoría, pero no me puedo imaginar cómo un camello te puede recordar el sexo.
    El hombre se rió incluso más alto que antes: -¡Idiota! ¿No has entendido nada? No te preocupes del estúpido camello. Todo me recuerda al sexo, ¡incluso tú! ¿Qué le voy a hacer? Ése es mi problema. Por eso he venido. Ésa es mi obsesión.
    Te he contado esta historia para explicarte lo que significa la palabra «obsesión». Y el mundo entero se puede dividir en dos categorías: la gente que está obsesionada con el sexo y la gente que está obsesionada con la muerte. Ésta es la auténtica línea de demarcación entre Oriente y Occidente. No es una división geográfica, sino algo mucho más importante que la geografía.
    Te he contado cómo la lengua inglesa sigue incorporando palabras de otras lenguas. «Geografía» es una palabra, como muchas otras, prestada del árabe. En árabe es muy hermosa, es jugrafia, no «geografía». Pero sea geografía o jugrafía, no puede ser la línea divisoria. Hay que entender la parte psicológica.
    Oriente está obsesionado con la muerte, Occidente con el sexo. El materialista está abocado a estar obsesionado con el sexo, y el espiritual con la muerte, y ambas son obsesiones. Y vivir una vida con cualquier obsesión, oriental u occidental, es como vivir sin vivir…, es desperdiciar por completo esta oportunidad. Oriente y Occidente son las dos caras de la misma moneda, como el sexo y la muerte. El sexo es la energía, el comienzo de la vida; y la muerte es la culminación de la vida.
    No es una coincidencia que millones de personas nunca hayan conocido qué es un orgasmo de verdad. Por la sencilla razón de que no puedes saber qué es el orgasmo, a menos que estés dispuesto a entrar en un tipo de muerte. Y nadie quiere morir, todo el mundo quiere vivir, renovar la vida una y otra vez.
    En Oriente, la ciencia no encontró dónde poner el pie, porque cuando la gente está tratando de detener la rueda, ¿quién está dispuesto a estudiar la ciencia? ¿o quién está dispuesto a escuchar? ¿A quién le importa? ¿Para qué? Hay que detener la rueda. Sin embargo, eso lo puede hacer cualquier tonto, basta con poner una piedra en el camino. No necesitas demasiada tecnología para parar una rueda, pero para moverla necesitas de la ciencia.
        La búsqueda más consistente de la ciencia va dirigida a encontrar la causa del movimiento de la existencia, en otras palabras, encontrar algún mecanismo que se mueva eternamente de forma espontánea, sin necesidad de combustible, sin ningún gas; un movimiento perpetuo, constante, sin la ayuda de energía alguna porque cualquier fuente de energía, más pronto o más tarde, se agota, y entonces la rueda se detiene. La ciencia está buscando la manera de mantener la rueda en movimiento eternamente, encontrar un movimiento que sea independiente de cualquier fuente de energía.
    En Oriente, la ciencia nunca arrancó; el coche nunca arrancó. No había nadie interesado en arrancarlo; estaban demasiado preocupados en cómo parado, porque iba rodando cuesta abajo. En Oriente sucedió una cosa totalmente diferente que con seguridad no había sucedido nunca en Occidente: el tantra. Oriente pudo explorar el centro más profundo de la energía sexual sin ninguna inhibición, sin ningún miedo. No estaba preocupado en absoluto por el sexo. En realidad, no creo que la historia que os he contado sea verdad.
    Tengo la sensación de que Sigmund Freud ha debido de estar en su lavabo mirándose al espejo, hablando solo. El anciano en el diván no es otro que el mismo Sigmund Freud. Si lees su libro te convencerás de lo que te estoy diciendo. Todo el interés de Freud estaba en e! sexo; todo tenía que reducirse al sexo. Ha sido la persona más obsesionada con el sexo en toda la historia de! hombre y, desafortunadamente, ha dominado la así llamada psicología, e! psicoanálisis y muchos otros tipos de terapias. Se ha convertido en una figura paterna.
    Es extraño que un hombre como Sigmund Freud, que ha sufrido todo tipo de miedos y fobias, haya podido convertirse en la figura clave de todo este siglo. Tenía mucho miedo. Naturalmente, ten en cuenta que si te obsesiona cualquier cosa, ya sea el sexo o la muerte, éstas son las dos categorías más importantes… Hay miles de cosas en el mundo, pero todas se pueden incluir en estas dos categorías. Si estás obsesionado con cualquiera de estas dos eres totalmente ignorante, y permanecerás lleno de miedo; de hecho, tendrás miedo a la luz, porque en tu oscuridad has creado tu propio mundo de teorías, dogmas y todo eso. Te dará miedo la luz de un hombre con una lámpara…, un hombre como Diógenes entrando desnudo con una lámpara incluso a plena luz de! día.
    Algunas veces pienso que habría sido bueno para Sigmund Freud si Diógenes hubiese entrado en su así llamada consulta, con su lámpara todavía brillando fuerte; por supuesto desnudo, porque siempre iba desnudo. El encuentro habría producido algo de inmenso valor. La gente como Sigmund Freud le tiene miedo a la luz; por eso Diógenes solía llevar su lámpara. Siempre que alguien le preguntaba por qué llevaba la lámpara durante el día, respondía:
    -Estoy buscando a un hombre y no lo he encontrado todavía.
    Justo un momento antes de morir, alguien le preguntó:
    -Diógenes, antes de dejar el cuerpo, por favor, dinos: ¿Has encontrado ya a tu hombre?
    Diógenes se rió y dijo:
    -Siento deciros que no he podido encontrarlo. Pero debo decir una cosa: todavía tengo mi lámpara, nadie me la ha robado y eso está muy bien.
    Sigmund Freud estaba obsesionado, pero continúa representando toda la actitud occidental. Por eso Carl Jung no pudo quedarse mucho con él. La razón es simple: la obsesión de Jung no era el sexo, sino la muerte. Él necesitaba un maestro en Oriente, no en Occidente. Sin embargo, es tal la complejidad de las cosas que estaba muy orgulloso de Occidente; tanto que, cuando visitó India, alguien le sugirió que fuera a ver a Ramana Maharshi, que estaba todavía vivo, y Jung no fue. Sólo estaba a una hora de avión… y se fue a todos los demás lugares. Estuvo en India durante varios meses, pero no tuvo tiempo de visitar a Ramana Maharshi. Una vez más, la razón es muy simple: se necesitan agallas para ver a un hombre como Ramana. Él es un espejo. Te enseñará tu verdadero rostro. Te arrancará todas tus máscaras.
    Realmente, odio a este hombre, Jung. Podría condenar a Freud, pero no le odio. Podría estar equivocado, pero era un genio. Era un genio, a pesar de que hizo algo que no puedo apoyar porque sé que no es correcto. Pero este otro hombre, Jung, era un pigmeo; no se le puede comparar con Freud. Además, también era un Judas: traicionó a su maestro.
    El propio maestro estaba equivocado, pero ése es otro asunto. Correcto o equivocado, Freud había escogido a Jung como su discípulo principal; sin embargo, éste sólo demostró ser un Judas. No era de la misma talla que Freud. La verdadera razón por la que se separaron -y nunca he visto que ningún freudiano o jungiano la mencione, lo estoy diciendo por primera vez -es que la obsesión de Jung era la muerte, y la de Freud el sexo. No pudieron permanecer juntos durante mucho tiempo, tuvieron que separarse.
    Oriente ha estado ocupado morbosamente durante miles de años, de algún modo, en deshacerse de la vida. Sí, lo llamo morboso. Me encanta llamar a las cosas por su nombre. Una espada es simplemente una espada, ni más ni menos. Sólo quiero exponer el hecho. Oriente ha sufrido mucho por culpa de esta morbosidad, pensando constantemente en cómo evitar la vida desde el momento de nacer. Creo que es la obsesión más antigua del mundo. Muchas personas de la misma talla de Sigmund Freud han vivido bajo su influencia, la han fortalecido y alimentado.
    No recuerdo ni un solo hombre que se alzara en su contra. Todos estuvieron de acuerdo en esto, a pesar de que no estaban de acuerdo en nada más: Mahavira, Manu, Kanad, Gautama, Shankara, Nagarjuna, la lista es casi infinita. Todos ellos muy superiores a Sigmund Freud, C. G. Jung o Adler, y a los muchos bastardos que dejaron detrás.
    Pero ser un genio, incluso un gran genio, no significa necesariamente que estés en lo cierto. A veces un simple granjero podría tener más razón que un gran erudito. Un jardinero podría tener más razón que un profesor. La vida es muy extraña; siempre visita al más simple, al más amoroso. Oriente se ha equivocado y Occidente también. Ambos están desequilibrados.
    Tenía que hablar de ello porque ésta es una de mis contribuciones más importantes: el hombre no debería estar preocupado por el sexo ni por la muerte. Debería liberarse de ambas obsesiones; sólo entonces sabe, y sabe que, a pesar de lo extraño que parezca, no son diferentes. Cada momento de amor profundo también lo es de profunda muerte. Cada orgasmo es también un final, una parada total. Algo asciende a las alturas, toca las estrellas y hagas lo que hagas, nunca volverá a ser lo mismo. En realidad, cuanto más haces, más se aleja.
    El hombre vive casi como una rata, escondido en su agujero. Puedes llamado occidental, oriental, cristiano, hindú; existen miles de agujeros aprovechables para todo tipo de ratas. Pero vivir en un agujero, aunque esté decorado, pintado, casi como una catedral, como un hermoso templo o una mezquita, sigue siendo un agujero. Y vivir en él es estar cometiendo un lento suicidio, porque no has nacido para ser una rata. Sé un hombre. Sé una mujer.
    Hasta ahora, todo ha ido sucediendo inconscientemente, naturalmente, pero ahora la naturaleza no puede hacer nada más. ¿Puedes verlo? Darwin dice que el hombre desciende del mono. Quizá tenga razón. Yo pienso que no, por esto digo que quizá tiene razón. ¿Pero que sucedió entonces? Los monos no se están convirtiendo en hombre…, de repente no ves un mono convirtiéndose en hombre y demostrando la teoría de Darwin.
    A ningún mono le interesa Charles Darwin. Ni siquiera creo que hayan leído sus poco poéticos libros. De hecho están -supongo que deben de estar– enfadados, porque Darwin piensa que el hombre ha evolucionado. Ningún mono puede creerse que el hombre está más evolucionado que él. Todos los monos, y créeme, me he relacionado con todo tipo de gente, monos incluidos, creen que el hombre es un mono caído…, caído de los árboles. No pueden pensar que sea una evolución. Tendrás que estar de acuerdo conmigo en una nueva palabra: involución. Quizá Darwin estaba en lo cierto, pero entonces, ¿qué sucedió? Olvídate de los monos, no tenemos nada que ver con ellos.
    ¿Qué le ha sucedido al hombre? Han pasado millones de años y el hombre sigue siendo el mismo. ¿Se ha detenido la evolución? ¿Por qué motivo? No creo que ningún darwiniano sea capaz de responder, y quiero que sepas que he estudiado a Darwin y a sus seguidores tan a fondo como es posible. Digo «posible» porque no tiene mucha profundidad. ¿Qué le vamos a hacer? Pero ni un solo darwiniano responde a esta pregunta básica: si la evolución es la ley de la existencia, ¿por qué el hombre no ha evolucionado hacia un superhombre? ¿O por lo menos a algo mejor? No lo llames súper; parece una palabra demasiado grande para asociarla a hombre. ¿Por qué el hombre no es simplemente un poquito mejor?
    Pero no ha habido ningún cambio durante siglos. De acuerdo con lo que saben los historiadores, el hombre ha sido siempre igual, tan feo como hoy. De hecho, si se puede decir que ha cambiado en algo, es que se ha vuelto más feo. Sí, estoy diciendo lo que nadie parece decir. Los políticos no pueden decirlo porque los votos pertenecen a los monos. Los supuestos filósofos no pueden decirlo porque están esperando el Premio Nobel, y el jurado está compuesto por monos. Si dices la verdad, tendrás los mismos problemas que tengo yo ahora. Desde que tengo uso de razón, no he conocido ni un solo día sin problemas. En el interior no hay ningún problema; todo problema ha cesado. Pero en el exterior hay problemas a cada momento. Incluso si te asocias conmigo te meterás en problemas.
        El otro día, por ejemplo, me llegó el mensaje de que uno de nuestros centros había sido atacado. Rompieron todas las ventanas durante un ataque en tropel. La gente se llevó lo que quiso. E inmediatamente después quemaron el centro.
    Ahora bien, mi gente no ha hecho daño a nadie; únicamente se reunían y meditaban. Incluso la policía hizo esta declaración: «Es extraño, porque llevamos dos años observando a esta gente, y son totalmente inocentes. No son ni políticos ni ideólogos, simplemente están disfrutando. No tiene explicación el porqué les queman sus casas.» La policía podría no encontrar una explicación, porque la explicación está aquí, tumbada en este sillón de dentista.
    No he conocido ni un solo día que no hubiese un problema u otro; y es lo más difícil de comprender, porque no hemos estado haciéndole daño a nadie. No le hecho daño a nadie; mi gente no le ha hecho daño a nadie…, pero quizá ése sea su crimen. La mafia está bien; yo no, ni tú tampoco. Este mundo, obsesionado con el sexo o con la muerte, va a seguir siendo morboso, enfermo. Si queremos tener una humanidad total, saludable, entonces tendremos que pensar en términos totalmente diferentes.
    Lo primero que quiero decir es: acepta todo lo que ya está aquí. El sexo no es tu creación, gracias a Dios; de otro modo, todo el mundo estaría usando un tipo diferente de mecanismo, y habría una frustración tremenda porque esos mecanismos no se ajustarían en absoluto. No se ajustan ni siquiera cuando son exactamente iguales; no armonizan cuando están hechos para estar en armonía. Si todo el mundo tuviera que inventar su propia sexualidad existiría un caos tremendo. No puedes ni imaginártelo. Está bien que ya vengas completamente equipado, con todo lo que potencialmente vas a ser.
    Y la muerte también es una cosa muy natural. Piensa sólo por un momento: si tuvieras que vivir para siempre, ¿qué harías? Recuerda, no podrías suicidarte. Siempre me ha gustado la búsqueda de Alejandro Magno del secreto de la vida eterna… Finalmente, la encontró en el desierto de Arabia. ¡Qué alegría! ¡Qué éxtasis! Debió de ponerse a bailar. Pero justo en ese momento el cuervo dijo:
    -Espera, espera un momento antes de beber esta agua. No es un agua normal. Yo la he bebido, ¡ay de mí! Por eso ahora no puedo morir. He intentado todos los métodos pero nada me funciona. El veneno no puede matarme. Golpeo mi cabeza con una piedra, pero la piedra se rompe y no me hago daño. Antes de decidirte a beber el agua, piénsatelo dos veces.
    La historia cuenta que Alejandro salió corriendo alejándose de la cueva para escapar a la tentación de beber el agua.
    El profesor de Alejandro Magno no era otro que el gran Aristóteles, el padre de la filosofía europea y de la lógica. De hecho, Aristóteles fue el padre de todo el pensamiento occidental. ¡Un gran padre! Sin él no habría existido la ciencia, ni por supuesto Hiroshima o Nagasaki. Sin Aristóteles no se puede concebir Occidente. Aristóteles era el profesor de Alejandro, y los profesores siempre me han parecido muy pobres.
    En mi infancia recuerdo haber visto un libro, no puedo recordar cuál, o quizá fuera en una película, en la que Aristóteles estaba enseñando a Alejandro, y el muchacho dijo:
    -Ahora mismo no quiero aprender nada; quiero montar a caballo. Haz de caballo para mí.
    O sea que el pobre Aristóteles tuvo que hacer de caballo. Se puso a cuatro patas mientras Alejandro se sentaba en su espalda y lo cabalgaba. ¡Y éste era el hombre que se iba a convertir en el padre de la filosofía occidental! ¿Qué tipo de padre…?
    A Sócrates nunca se le ha llamado padre de la filosofía occidental. Sócrates, por supuesto, fue el maestro de Platón, y Platón fue el maestro de Aristóteles. Pero Sócrates fue envenenado porque no era apetitoso, no era fácil de digerir. Occidente quería olvidarse de él totalmente. Él podría haber creado la síntesis de la que estoy hablando. Si no hubiese sido envenenado y le hubiesen escuchado; si su búsqueda de la verdad se hubiese convertido en la base, estaríamos viviendo en un mundo totalmente diferente. No se pensó que Platón fuera el padre, porque se le asociaba demasiado con Sócrates. De hecho, no sabemos nada de Sócrates exceptuando lo que Platón escribió sobre él.
    Así como Devageet está tomando apuntes, del mismo modo Platón debía de estar constantemente tomando apuntes de su maestro. Platón no es aceptado porque sólo es la sombra de Sócrates. Aristóteles es el discípulo de Platón, pero es un Judas. Al principio fue un discípulo, y aprendió lo que el maestro tenía que enseñar; después se convirtió en un maestro por derecho propio. Pero era un maestro muy pobre, un asalariado del rey para ser el profesor de su hijo. ¡Es tan feo saber que estuvo dispuesto a hacer de caballo para Alejandro! ¿Quién está enseñando a quién? ¿Quién es realmente el maestro?
    Yo era profesor de universidad. Sé que Alejandro cabalgando a Aristóteles rebate el hecho de que él fuera el padre de la filosofía occidental. Si él es el padre, entonces toda la filosofía occidental está huérfana, es un niño adoptado por los misioneros cristianos, quizá por la madre Teresa de Calcuta. ¡Esa gran mujer puede hacer cualquier cosa! Lo siento por Aristóteles. No puedo encontrar otra palabra para él. Me siento avergonzado porque también fui profesor.
    Lo primero que solía decir a mi clase cada día era: «No os olvidéis, aquí soy el maestro. Si no me queréis escuchar, simplemente perdeos. Si queréis escucharme, entonces escuchad. Estoy dispuesto a responder todas vuestras preguntas, pero no toleraré ningún ruido, ni siquiera un murmullo. Si tienes aquí una novia, sal ahora mismo, y te doy permiso para que te vayas con ella. Cuando estoy hablando, sólo yo estoy hablando, y tú estás escuchando. Si quieres decir algo, levanta la mano y mantenla levantada, porque no significa que cuando quieras hacer una pregunta tenga que responder necesariamente en ese momento. No estoy aquí para servirte. No soy Aristóteles. Ni el mismo Alejandro podría convertirme en un caballo.»
    Ésta era mi introducción cada día, y estoy contento de que lo entendieran. No les quedaba otro remedio. Por eso algunas veces me pongo severo contigo, Devageet, sabiendo muy bien que tienes que usar tus botones, y es inevitable que hagan ruido. ¿Qué puedes hacer? Lo sé muy bien. Es sólo un viejo hábito.
    Nunca he hablado si no es en un silencio total. Lo sabéis, durante años me habéis escuchado. Conocéis el silencio del Buda Hall. Sólo en ese silencio… Vuestro dicho inglés está lleno de sentido: «El silencio es tan profundo que incluso puedes oír el ruido de una aguja al caer en el suelo.» Lo sé, pero es que estoy acostumbrado al silencio.
    El otro día, cuando salí de la habitación, no tenía muy buen aspecto. Más tarde, durante el día, me sentí mal, realmente me dolió. Nunca quise herirte, es sólo una vieja costumbre, y ya no puedes enseñarme nuevos trucos. He ido más allá de la posibilidad de ser enseñado.
        Cuando llegué a América comencé a conducir de nuevo, y sentados conmigo en el coche, de vez en cuando, la gente solía sentirse incómoda. No soy conductor, ni mucho menos un buen conductor, de modo que, naturalmente, hice todo lo que estaba mal. Aunque trataban de no interferir, podía comprender su problema. Se controlaban a sí mismos. Estaba conduciendo y trataban de controlarse, fue una escena magnífica. Pero a pesar de todo, de vez en cuando se olvidaban y comenzaban a decirme algo sobre lo que, a menudo, tenían razón. No tengo nada que decir sobre eso. Pero correcto o equivocado no me importa, cuando estoy conduciendo, estoy conduciendo. Si estoy yendo mal, entonces, estoy yendo mal. ¿Durante cuánto tiempo podrían controlarse? Era peligroso, y no estaban preocupados por su seguridad. Estaban preocupados por mi seguridad, pero ¿qué podía hacer yo? Sólo podía constatar el hecho de que estaba conduciendo mal y que iba a continuar haciéndolo. Particularmente en este momento no quería ser enseñado. No era ningún egoísmo.
    Sencillamente soy así. Me puedes decir dónde me equivoco y estoy dispuesto a escucharte. Pero cuando estoy haciendo algo, odio las interferencias. A pesar de que la intención podría ser buena, no la quiero incluso ni para mi propio bien. Prefiero morir conduciendo mal que ser salvado por el consejo de alguien. Así es como soy y es muy tarde para cambiar.
    Te sorprenderá saber que siempre ha sido demasiado tarde. Incluso cuando sólo era un niño ya era demasiado tarde. Sólo puedo hacer las cosas de la manera que me gusta; correcto o incorrecto, no tiene importancia. Si coincide que es correcto, bien; si no coincide que es correcto, entonces mucho mejor.
    Algunas veces podría ser duro contigo, pero no es mi intención. Es sólo una vieja costumbre, con más de treinta años, de enseñar en completo silencio. No puedo olvidado.
    Iba a insistir sólo en una cosa e iba a hablar de ello mañana. Y es que no estoy en contra de liberarse de la rueda, pero estoy en contra de estar obsesionado en pararla. Se detiene ella sola, no porque tú la pares. Sólo se puede parar si haces algo distinto. A este algo distinto lo llamo meditación.

  • Crow

    Sesión 19

    De acuerdo. He dicho «de acuerdo» un poco antes de tiempo, porque me estaba empezando a afectar tu preocupación. No te preocupes, por lo menos al principio; al principio déjame hablar. Si estás preocupado, obviamente diré: «De acuerdo», aunque no esté de acuerdo en absoluto.
    Después de que mi abuelo muriera estuve otra vez alejado de mi Nani, pero pronto regresé al pueblo de mi padre. No es que quisiera, fue más como este «De acuerdo» que he dicho al principio…, no es que quisiera decir: «De acuerdo» pero no puedo ignorar la preocupación de los demás, y mis padres no me iban a permitir volver a la casa de mi abuelo muerto. Mi misma abuela no quería volver conmigo, y como yo era un niño de siete años, aquello no tenía mucho futuro.
    Una y otra vez me veía a mí mismo regresando a la vieja casa, sólo en el carro de bueyes… Bhoora hablando con los bueyes. Él, al menos, habría tenido algo de compañía. Yo habría estado solo dentro del carro de bueyes, pensando en el futuro. ¿Qué haría allí? Sí, tendría mis caballos, pero ¿quién les daría de comer? De hecho ¿quién me iba a dar de comer a mí? Ni siquiera he aprendido el arte de cómo hacer una taza de té.
    Un día Gudia se fue de vacaciones y Chetana estaba cumpliendo sus obligaciones aquí, sirviéndome. Por la mañana, cuando me despierto, aprieto el botón para pedir un té. Chetana me lo trajo y colocó la taza al lado de mi cama; entonces, fue al baño para preparar mi toalla y el cepillo de dientes, y todo lo que necesito. Mientras tanto, por primera vez en diez años, ya se sabe -uno tiene que aprender pequeñas cosas-, traté de recoger la taza del suelo, iY se me cayó!
    Chetana vino corriendo, naturalmente, asustada. Le dije: -No te preocupes, fue culpa mía. No debería de haber hecho una cosa así. Nunca he necesitado recoger mi taza del suelo. Gudia me ha estado consintiendo durante diez años. Ahora no puedes reeducarme en un solo día.
    Me han consentido durante muchos años. Sí, lo llamo consentido porque nunca me permitieron hacer nada a mí solo. Mi abuela era más de lo que Gudia podría imaginarse: ¡incluso me cepillaba los dientes! Le solía decir:
    -Nani, me puedo cepillar los dientes yo solo.
    Ella me decía:
    -¡Cállate, Raja! Estate quieto. No me molestes cuando estoy haciendo algo.
    Yo agitaba mi cabeza y decía:
    -¡Esto sí que es bueno! Me estás haciendo algo y ni te puedo decir que puedo hacerlo yo solo.
    No recuerdo que me pidieran que hiciese ninguna otra sola cosa excepto ser yo mismo, y eso se convirtió en el origen de todas las travesuras. Porque cuando no le pides a un niño que haga algo tiene tanta energía que la tiene que poner en algún lugar; correcto o no, eso no importa. Lo que importa es dónde la pone, y las travesuras son la mejor manera que existe de usarla. Por eso hice todo tipo de travesuras a todo el mundo a mi alrededor.
    Solía llevar un maletín como el de los médicos. Una vez vi pasar a un doctor por el pueblo y le dije a mi Nani:
    -¡No comeré hasta que consiga un maletín como ése!
    ¿De dónde saqué la idea de no comer? Había visto a mi abuelo sin comer durante días, especialmente en la época de las lluvias cuando los jainistas tienen su festival; los más ortodoxos dejan de comer por completo durante diez días. Por eso dije:
    -No comeré hasta que consiga ese maletín.
    ¿Sabéis lo que hizo? Por eso la sigo amando.
    Le dijo a Bhoora:
    -Coge tu arma y corre detrás del doctor y quítale e! bolso. Consigue el bolso aunque tengas que dispararle. No te preocupes, nos ocuparemos de ti en el juicio.
    Bhoora corrió con su arma; yo corrí detrás para ver qué pasaba. Viendo a Bhoora con un arma -en aquellos días en India, lo último que uno quería ver era un europeo con un arma-, el doctor comenzó a temblar como una hoja cuando sopla viento fuerte. Bhoora le dijo:
    -No hay necesidad de temblar; sólo dame tu maleta y vete al infierno, o donde quieras ir.
    El doctor, todavía temblando, le dio su maleta. No sé como llamáis al maletín de un doctor, Devaraj. ¿Es algo así como una maleta? ¿La maleta de un doctor? ¿Devageet, cómo lo llamas? -¿Quizá una maleta de visita?
    ¿Una maleta de visita? No parece una maleta de visita. Devaraj, ¿puedes sugerir un nombre? ¿Una maleta de visita? De acuerdo…, ¿puedes encontrar un nombre mejor?
    -La maleta original se llamaba una bolsa Gladstone. Esa era la bolsa negra original.
    ¿Qué es? ¿Una bolsa Gladstone? Sí, justo estaba pensando en eso y no lo podía recordar; por supuesto, una bolsa Gladstone. Bueno, pero me sigue sin gustar ese nombre para la bolsa. Seguiré llamándola el maletín del doctor, a pesar de que sé que no es una maleta. No importa; pero ahora todo el mundo ha entendido qué quiero decir.
    Viendo temblar al doctor vi por primera vez que toda la educación era inútil. Si no puede hacerte valiente, ¿para qué sirve? Serás como una bolsa llena de pan y mantequilla, que tiembla. Eso es hermoso. De repente me recuerda al doctor Eichling.
    He escuchado: sólo es un cotilleo, y me gustan más los cotilleos que los evangelios… De todos modos, los evangelios no son más que cotilleos, pero no están dispuestos del modo correcto, no están contados con gracia. He escuchado -¡qué frase tan hermosa!- que la amante del doctor Eichling, al que, dicho sea de paso, preferiría llamar Inkling, pero he oído que su nombre no es Inkling sino Eichling…
    No conozco a ese hombre. Pensaba que había muerto, porque le había dado sannyas y le había llamado Shunyo. No sé lo que le pasó a Shunyo, ni cómo resucitó el doctor Eichling, pero si Jesús lo consiguió, ¿por qué no el doctor Eichling? De todas maneras, todavía está allí; o sobrevivió o ha resucitado, no tiene importancia lo que pasó. El cotilleo es que su amante se fue con otro sannyasin y se enamoró de él.
    Cuando regresaron, el doctor Eichling tuvo un «ataque de amor». Me sorprende que lo consiguiera, porque para tener un ataque de amor primero necesitas tener corazón. Un ataque al corazón no es necesariamente un ataque de amor. Un ataque al corazón es fisiológico, un ataque de amor es psicológico, de la parte más profunda del corazón. Pero primero tienes que tener un corazón.
    Ahora bien, es imposible que el doctor Eichling tenga un ataque al corazón o un ataque de amor. Me tenían que haber consultado. Por supuesto, no soy un doctor, pero, con seguridad, soy un médico en el mismo sentido que lo fue Buda. Buda se llamaba a sí mismo médico, no filósofo.
    Pobre doctor Eichling…, no tenía nada. Cuando ahí no hay nada, ¿cómo puede estar algo enfermo? Fisiológicamente, se encontró que estaba perfectamente bien. Psicológicamente, el problema todavía persiste: su enamorada es ahora la enamorada de otro. Eso duele, ¿pero dónde?
    Nadie sabe dónde duele. ¿En los pulmones? ¿En el pecho? Ahí era donde el doctor Eichling decía que le dolía, en el pecho. Doctor Eichling, no es su pecho, es su mente, son sus celos, y el centro de los celos con seguridad no está en el pecho; de hecho todo tiene su centro en la mente.
    Si eres un seguidor de B. F. Skinner, o de Paulov -el abuelo o quizá el bisabuelo de Skinner y contemporáneo de Freud, y además su gran adversario-, entonces «mente» no es la palabra correcta; en su lugar puedes decir «cerebro». Pero el cerebro es sólo el cuerpo de la mente, el mecanismo a través del cual funciona la mente. Lo llames mente o lo llames cerebro, no tiene importancia; lo que importa es que todo tiene su centro allí.
    Doctor Eichling; no le puedo llamar Shunyo porque en la entrada de su oficina en Madrás ha puesto un letrero que dice: «Oficina del Doctor Eichling.» Si le telefoneas, su secretaria responde:
    -¿El doctor Eichling? Está ocupado. Está en una reunión.
    Volveré a llamarle Shunyo otra vez cuando haga desaparecer ese letrero, y su estúpida secretaria responda:
    -¿Quién es ese Eichling? Nunca hemos oído hablar de él. Sí, una vez estuvo aquí, después se fue a India y murió allí. En su lugar, regresó un hombre llamado Shunyo.
    Le llamaré Shunyo sólo cuando entierre ese letrero muy hondo, salte sobre él y desaparezca.
    Pero la historia, o mejor que eso, el cotilleo, era sólo para deciros que todo existe primero en la mente; sólo después en el cuerpo. El cuerpo es una extensión de la mente, en la materia. El cerebro es el comienzo de esa extensión, y el cuerpo es su manifestación completa, pero la semilla está en la mente. La mente contiene no sólo la semilla de este cuerpo, sino que también tiene la potencialidad para convertirse en casi cualquier cosa. Su potencial es infinito. Todo el pasado de la humanidad está contenido en ella, y no sólo el pasado de la humanidad sino incluso el pasado prehumano.
    Durante los nueve meses en el vientre de la madre, el niño va a través de casi tres millones de años de evolución…, por supuesto, muy rápidamente, cómo si vieras pasar una película tan rápido que sólo puedes verla con dificultad, sólo unos vislumbres. Pero en nueve meses el niño pasa ciertamente a través de toda la vida desde el principio. En el principio -y no estoy citando la Biblia, simplemente estoy contando los hechos de la vida de cada niño-, en un principio cada niño es un pez, del mismo modo que, en su día, la vida comenzó en el océano. El hombre todavía lleva en su cuerpo la misma cantidad de sal que el agua del océano. La mente del hombre interpreta e! guión una y otra vez: todo e! drama del nacimiento, desde el pez hasta el anciano exhalando su último suspiro.
    Quería regresar a la aldea, pero era prácticamente imposible volver a conseguir aquello que se había perdido. Ahí aprendí que lo mejor es no regresar nunca a ningún sitio. Desde entonces, he estado en muchos lugares pero nunca he regresado. Una vez que me voy de un lugar me voy para siempre. Ese episodio de la infancia siempre determinó un cierto modelo, una cierta estructura, un sistema. A pesar de que quería ir no tenía apoyo. Mi abuela simplemente decía:
    -No, no puedo volver a ese pueblo. Si mi marido no está allí, ¿por qué he de regresar? Solamente fui por él, no por el pueblo. Si tuviera que ir a algún sitio, me gustaría ir a Khajuraho.
    Pero eso también era imposible, porque sus padres habían muerto. Más tarde visité la casa donde ella había nacido. Sólo era una ruina. No había posibilidad de regresar allí. Y Bhoora, que era la única persona que habría estado dispuesta a volver allí, murió justo después de la muerte de su maestro, sólo veinticuatro horas más tarde.
    Nadie estaba preparado para ver dos muertes sucederse tan rápido, particularmente yo, para quien estas dos muertes significaban mucho. Bhoora podría haber sido sólo un obediente siervo de mi abuelo, pero para mí era un amigo. La mayor parte del tiempo estábamos juntos, en los campos, en el bosque, en el lago, en todos los lados. Bhoora me seguía como una sombra, sin interferir, siempre listo para ayudarme y con un corazón tan grande…, tan pobre y tan rico al mismo tiempo.
    Nunca me invitó a su casa. Una vez le pregunté:
    -Bhoora, ¿por qué nunca me invitas a tu casa? Él dijo: Soy tan pobre que, a pesar de que quiero invitarte, mi pobreza me lo impide. No quiero que veas esa fea casa tan llena de suciedad. En esta vida no puedo imaginarme que te pueda invitar. Realmente, he abandonado la idea.
    Él era muy pobre. En ese pueblo había dos partes: una para las castas altas, y otra, al otro lado del lago, para las pobres. Allí vivía Bhoora. Aunque traté muchas veces de llegar hasta su casa, no lo pude conseguir porque siempre me estaba siguiendo como una sombra. Me lo impedía incluso antes de que pudiera dar un paso en esa dirección.
    Hasta mi caballo solía hacerle caso. Cuando llegaba el momento de ir hacia su casa, Bhoora solía decir: -¡No! ¡No vayas!
    Por supuesto, él había criado el caballo desde su infancia; se entendían mutuamente, y el caballo se paraba. No había manera de hacer que el caballo fuese en la dirección de la casa de Bhoora, o incluso hacia la parte pobre del pueblo. Sólo había visto su casa desde la parte rica, donde vivían los brahmines y los jainistas, y todos aquellos que son puros por nacimiento. Bhoora era un sudra. La palabra sudra significa «impuro de nacimiento», y para un sudra no hay manera de purificarse.
    Esto es obra de Manu. Por eso le condeno y le odio. Le denuncio, y quiero que el mundo conozca a este hombre, Manu, porque no nos libraremos de esta gente hasta que no sepamos quiénes son. Continuarán influenciándonos de una manera u otra. O puede ser la raza; incluso en América, si eres negro serás un sudra, «un negro», un intocable.
    Tanto si eres un hombre negro o uno blanco necesitas estar familiarizado con la patológica filosofía de Manu. Es Manu quien, de una manera muy sutil, ha influenciado las dos guerras mundiales. Y quizá sea él la causa de la tercera, y última… ¡un hombre realmente influyente!
    Incluso antes que Dale Carnegie escribiese su libro Cómo hacer amigos e influenciar a la gente, Manu conocía todos los secretos. De hecho, uno se pregunta cuántos amigos tenía Dale Carnegie, y a cuánta gente había influenciado. Con seguridad no es como Karl Marx, Sigmund Freud o Mahatma Gandhi. Todas estas personas desconocían absolutamente la ciencia de influenciar a la gente. No necesitaban saberlo, lo llevaban en sus mismas entrañas.
    No creo que ningún hombre haya influenciado más a la humanidad que Manu. Incluso hoy en día te está influenciando, conozcas o no su nombre. Si tú mismo te crees superior, solamente porque eres blanco o negro, o sólo porque eres un hombre o una mujer, de alguna manera Manu está tirando de los hilos. Manu tiene que ser absolutamente descartado.
    Quería decir algo diferente, pero he comenzado dando un paso erróneo. Mi Nani me insitía mucho:
    -Levántate siempre de la cama con el pie derecho.
    Y te sorprenderá saber que hoy no seguí su consejo, y todo está yendo erróneamente. Comencé con el «De acuerdo» equivocado; ahora bien, si al principio no estás bien, naturalmente, todo lo que sigue será una locura. ¿Me queda tiempo para decir algo correcto? Bueno. Vamos a empezar de nuevo.
    Quería ir al pueblo pero nadie estaba dispuesto a apoyarme. No podía imaginarme cómo podría subsistir solo, sin mi abuelo, mi abuela o Bhoora. No, no era posible, o sea que a regañadientes dije:
    -De acuerdo, me quedaré en el pueblo de mi padre.
    Pero mi madre, naturalmente, quería que me quedara con ella y no con mi abuela, quien, desde el principio, había dejado claro que se quedaría en el mismo pueblo, pero por separado. Encontraron una casita para ella en un lugar muy hermoso cerca del río.
    Mi madre insistió en que me quedara con ella. Durante más de siete años no había vivido con mi familia. Pero mi familia no era un asunto pequeño, era la tripulación completa de un jumbo; mucha gente, todo tipo de gente: mis tíos, mis tías, sus hijos y los familiares de mis tíos, y así sucesivamente.
    En India, la familia no es lo mismo que en Occidente. En Occidente es singular: el marido, la esposa, uno, dos o tres hijos. Como mucho puede haber cinco personas en la familia. En India la gente se reiría, ¿cinco? ¿Sólo cinco? En India la familia es incontable. Hay cientos de personas. Los huéspedes vienen de visita y nunca se van, y nadie les dice:
    -Por favor, es hora de que te vayas -porque de hecho nadie sabe de quién son los huéspedes.
    El padre piensa:
    -Quizá son familiares de mi esposa o sea que es mejor no decir nada.
    La madre piensa:
    -Quizá son familiares de mi marido…
    En India es posible entrar en una casa donde no tengas nada que ver, y si mantienes la boca cerrada, puedes vivir allí para siempre. Nadie te dirá que te vayas; todo el mundo pensará que alguien te ha invitado. Sólo tienes que permanecer callado y seguir sonriendo.

    Era una gran familia. Mi abuelo, quiero decir el padre de mi padre, era un hombre que nunca me gustó demasiado, por decir algo. Era muy diferente a mi otro abuelo, justo lo opuesto; muy inquieto, listo para saltar sobre cualquiera en cualquier momento, dispuesto a servirse de cualquier excusa para pelear. Era realmente un luchador, con motivo o sin él. La lucha en sí misma era su ejercicio, y estaba continuamente luchando. Era raro verle sin luchar con alguien, y, aunque parezca extraño, había gente que también le quería.
    Mi padre tenía una pequeña tienda de tejidos. De vez en cuando, solía sentarme allí para observar a la gente y ver qué pasaba, y a veces era muy interesante. Lo más interesante era que algunas personas le preguntaban a mi padre:
    -¿Dónde está Baba? -ése era mi abuelo-. Queremos hacer negocios con él, y con nadie más.
    Me quedé muy extrañado, porque mi padre era muy simple, verdadero y honesto. Le decía a la gente el precio de los artículos de este modo:
    -Éste es mi precio de coste. Depende de ti qué beneficio nos quieras dar. Te lo dejo a ti. Por supuesto, no puedo reducir mi precio de coste, pero puedes decidir cuánto quieres pagar. Mi precio de coste son veinte rupias, le decía a sus clientes; me puedes dar una o dos rupias más. Dos rupias quiere decir el diez por ciento de beneficio, y para mí ya es suficiente.
        Pero la gente le preguntaba: -¿Dónde está Baba? Porque si él no está aquí, no tiene ningún atractivo hacer negocios.
    Al principio no me lo podía creer, pero más tarde pude entender el motivo. El gozo de vender, comprar, o -¿cómo lo llamáis?- ¿repatear?
    -Regatear, Osho.
    ¿Regatear? Bien. Debía de ser un gran gozo para los clientes porque si la mercancía valía veinte rupias, mi Baba primero empezaba por cincuenta, y después de una larga sesión de regateo que ambos disfrutaban llegaban a un acuerdo en algún punto cerca de las treinta ruplas.
    Yo me solía reír; y cuando el cliente se había ido, mi Baba me decía:
    -Se supone que no te debes reír en momentos así. Debes de estar serio, como si estuvieses perdiendo dinero. Por supuesto, no podemos perder -solía decirme-. Caiga la sandía sobre el cuchillo, o el cuchillo sobre la sandía, en cualquier caso la que se corta es la sandía, y no el cuchillo. O sea que no te rías cuando veas que le estoy cobrando a una persona treinta rupias por algo que le podía haber comprado a tu padre sólo por veinte rupias. Tu padre es tonto.
    Y, por supuesto, siempre parecía que mi padre era tonto; el mismo tipo de tonto que Devageet. Ahora depende de él alcanzar la tontería extrema que mi padre alcanzó. Para los tontos todo es posible, incluso la iluminación.
        Sí, mi padre era tonto, y mi Baba era un hombre muy astuto, un viejo astuto. Lo recuerdo como si fuese un zorro. En alguna ocasión debió de nacer zorro; era un zorro.
    Todo lo que Baba hacía estaba muy calculado. Habría sido un buen jugador de ajedrez porque podía calcular las jugadas, por lo menos, con cinco pasos de antelación. Era realmente el hombre más astuto con el que me haya cruzado. He visto muchos hombres astutos, pero ninguno se puede comparar con mi Baba. Me solía preguntar de dónde había sacado mi padre su simplicidad. Quizá es la naturaleza que no permite que las cosas salgan de su equilibrio, por eso le da un niño simple a un hombre complejo.
    Baba era un genio de la astucia. Toda la ciudad se echaba a temblar. Nadie era capaz de saber cuáles eran sus planes. De hecho, era un hombre tal -y yo mismo lo he observado que cuando íbamos al río él y yo, y alguien preguntaba: -¿Dónde vas, Baba?
    Toda la ciudad solía llamarle Baba; sólo significa abuelo. Estábamos yendo al río, y para todo el mundo estaba claro dónde íbamos, pero este hombre con su cualidad decía: -A la estación. Yo le miraba, él me miraba y me guiñaba un ojo. Estaba asombrado. ¿Qué sentido tenía? No estábamos haciendo ningún negocio, y no se supone que se debe mentir sin motivo alguno. Cuando había pasado el hombre, le pregunté:
    -¿Por qué me guiñaste el ojo, Baba? ¿Y por qué le mentiste a ese hombre sin ninguna razón? ¿Por qué no le pudiste decir «al río», cuando estábamos yendo al río? Él sabe, todo el mundo lo sabe, ésa es la carretera que lleva al río y no a la estación. Lo sabes y sigues diciendo: «A la estación.»
    -No lo entiendes -me dijo-; hay que practicar constantemente.
    -¿Practicar qué? -le pregunté.
    -Uno tiene que practicar su propio negocio continuamente -me dijo-. No puedo decir la verdad porque entonces, un día, cuando esté haciendo negocios, se me podría escapar el precio verdadero. Y no es asunto tuyo; por eso que te he guiñado el ojo, para que no digas nada. En lo que a mí se refiere, estamos yendo a la estación; que esta carretera nos lleve allí o no, no le concierne a nadie. Aunque ese hombre hubiese dicho que esta carretera no lleva a la estación, simplemente le habría contestado que iba a la estación pasando por el río. Depende de mí. Uno puede ir a cualquier lugar desde cualquier lugar. Podría ser un poco más largo, eso es todo.
    Baba era ese tipo de hombre. Vivió ahí con todos sus niños, mi padre con sus hermanos y sus hermanas, sus maridos…, y uno no podía conocer toda la gente que se había reunido ahí. Vi venir a gente y no marcharse nunca. No éramos ricos; a pesar de ello, había suficiente comida para todo el mundo.
    No quise entrar en esta familia y le dije a mi madre:
    -Me volveré solo a la aldea; el carro de bueyes está listo, y conozco el camino; llegaré allí como pueda. Conozco a los aldeanos; sé que mantendrán a un niño pequeño. Sólo es cuestión de unos años, después les devolveré todo lo que pueda. Pero no puedo vivir en esta familia. Esto no es una familia, esto es un bazar.
    Y era un bazar, constantemente en ebullición con tanta gente, sin nada de espacio ni silencio. Si un elefante hubiese saltado en ese viejo estanque, nadie habría oído el plop; estaban sucediendo demasiadas cosas. Simplemente me negué, diciendo:
    -Si me tengo que quedar, la única alternativa que tengo es vivir con mi Nani. Mi madre, por supuesto, se sintió herida.
        Lo siento, porque desde entonces la he estado hiriendo una y otra vez. No pude hacer nada. En realidad, no era responsable; la situación era tal que no podía vivir en mi familia después de tantos años de libertad absoluta, silencio y espacio. De hecho, en casa de mi Nana era el único que se hacía oír. La mayor parte del tiempo mi Nana estaba recitando su mantra en silencio, y por supuesto, mi abuela no tenía nadie más con quien hablar.
    Era el único al que se le oía; de lo contrario, había silencio. Después de años de tal beatitud, vivir en esa familia, llena de caras desconocidas, tíos, y los suegros, primos -¡menudo lote!-. Luego, solía pensar que alguien debería publicar un librito acerca de mi familia, un Quién es quién.
        Cuando era profesor, la gente solía venir y decirme algo así como: -¿No me conoces? Soy hermano de tu madre. Le miraba a la cara y le decía: -Por favor, sé alguien diferente, porque mi madre no tiene hermanos, al menos conozco esto de mi familia. Este hombre en particular dijo: -Sí, tienes razón. Lo que quiero decir es que soy su primo. -Está bien -le dije-. Entonces, ¿qué quieres? ¿Quiero decir cuánto quieres? Has debido venir a pedirme dinero.
    -¡Genial! -dijo-. Pero es extraño, ¿cómo me pudiste leer la mente? -Muy fácil -le dije-. Sólo dime cuánto quieres. Agarró veinte rupias y dije: -Gracias a Dios. Al menos he perdido un familiar. Ahora no volverá a aparecer por aquí de nuevo.
    Yeso es lo que sucedió en realidad: no volví a ver su cara en ninguna parte. Cientos de personas me pidieron dinero prestado y nunca me lo devolvieron. Estoy feliz de que no lo hicieran, porque si lo hubiesen hecho habrían vuelto por más.
    Quería volver a la aldea pero no pude. Tuve que llegar a un acuerdo para no herir a mi madre. Aunque sé que la he estado hiriendo, hiriéndole mucho. Nunca he hecho nada de lo que ella quiso; de hecho, hice justo lo contrario. Naturalmente, poco a poco, ella me ha aceptado dándome por perdido.
    Solía suceder que estaba sentado enfrente de ella y me preguntaba: -¿Has visto a alguien por aquí? Quiero mandar a alguien a comprar verduras al mercado.
    El mercado no estaba muy lejos; el pueblo era pequeño, sólo estaba a dos minutos de distancia, y ella preguntaba: -¿Has visto a alguien? Yo le decía: -No, no he visto absolutamente a nadie. La casa está completamente vacía. Es curioso, ¿dónde se han metido todos nuestros familiares? Siempre desaparecen cuando hay algo que hacer.
    Pero ella no me pedía que le fuera a comprar las verduras. Lo intentó dos o tres veces, y luego abandonó la idea para siempre.
    Una vez me pidió que comprara plátanos y, en su lugar, le traje tomates porque me olvidé por el camino. Hice un gran esfuerzo; ése era el problema. Me repetí a mí mismo:
    -Plátano…, plátano…, plátano…, plátano…Entonces, ladró un perro o alguien me preguntó adonde iba y continué diciendo: -Plátano…, plátano…, plátano… -¡Oye! -dijeron-. ¿Te has vuelto loco? -¡Cállate! -dije-. No me he vuelto loco. Tú debes estar loco. ¿Qué tontería es ésta de interrumpir a la gente que está haciendo su trabajo silenciosamente?
    Pero para entonces se me había olvidado qué era lo que tenía que comprar, de modo que traje lo primero que encontré. Pero los tomates era lo último que había que traer, porque no están permitidos en una casa jainista. Mi madre se golpeaba la cabeza diciendo:
    -¿Esto son plátanos? ¿Cuándo entenderás? -¡Dios mío! -le dije-. ¿Me habías pedido plátanos? Lo siento, se me ha olvidado.
    -Aunque te hayas olvidado -dijo ella-, ¿no podías haber traído otra cosa que no fueran tomates? Sabes que los tomates no están permitidos en nuestra casa porque tienen un aspecto tan rojo como la carne, y en la casa de un jainista, hasta el parecido con la carne…, sólo el color rojo podría recordarte a la sangre de la carne. Un tomate es suficiente para que se ponga enfermo un jainista.
    ¡Pobres tomates! Son unos tipos tan sencillos, y tan meditativos además. Si los ves sentados, se sientan exactamente como si fuesen monjes budistas con sus cabezas afeitadas, y tienen un aspecto tan centrado, como si hubiesen estado haciendo centramiento durante toda su vida, muy enraizados…, pero a los jainistas no les gustan.
    Por eso tuve que llevarme los tomates y distribuidos entre los mendigos. Siempre se alegraban de verme. Los mendigos eran los únicos que se alegraban de verme, porque cada vez que me mandaban tirar algo fuera de casa era una ocasión para ellos. Nunca lo tiraba, se lo daba a los mendigos.
    No podía arreglármelas para vivir en familia como ellos. Todo el mundo estaba pariendo; las mujeres, casi siempre estaban embarazadas. Siempre que recuerdo a mi familia, de repente, pienso en volverme loco, aunque no me puedo volver loco; sólo disfruto de la idea de volverme loco. Las mujeres siempre tenían grandes barrigas. Se acababa un embarazo y comenzaba otro, y tantos niños…
    -No -le dije a mi madre-. Sé que te duele, y lo siento, pero viviré con mi abuela. Ella es la única que me puede entender, y permitirme no sólo amor, sino también libertad. Una vez le pregunté a mi Nani: -¿Porqué sólo tuviste a mi madre? Ella dijo: -¡Vaya pregunta! Porque en esta familia las mujeres siempre están llevando un peso en su vientre -le dije-. ¿Por qué sólo tuviste a mi madre y no tuviste más hijos, al menos un hermano para ella? Entonces ella dijo algo que no puedo olvidar: -Eso también fue por tu Nana. Él quería un hijo, de modo que llegamos a un acuerdo. Sólo ‘uno -le dije-, así que será tu destino si es niña o niño -porque él quería un niño. Ella se rió-: Y menos mal que nació una niña; si no, ¿cómo te habría tenido? Sí, menos mal que no he tenido ningún otro niño -dijo ella-; de lo contrario, tampoco te habría gustado este sitio. Habría estado demasiado concurrido.
    Permanecí en el pueblo de mi padre durante once años, y me obligaron a ir a la escuela casi violentamente. No fue cosa de un día, era la rutina diaria. Todas las mañanas me obligaban a ir a la escuela. Me llevaba uno de mis tíos o quien fuese, y esperaba afuera hasta que el maestro se hiciera cargo de mí, como si yo fuese un objeto de su propiedad, o un prisionero que había que pasar de una mano a otra. Pero la educación todavía es así: un fenómeno impuesto y violento.
    Cada generación trata de corromper a la nueva generación. Sin duda, es un tipo de violación, una violación espiritual y, naturalmente, unos padres más poderosos, grandes y fuertes pueden obligar a un niño pequeño. Yo fui un rebelde desde el primer día que me llevaron a la escuela. En el momento en que vi las puertas, le pregunté a mi padre: -¿Es una cárcel o una escuela? Mi padre dijo:-¡Qué pregunta! Es una escuela. No tengas miedo. -No tengo miedo -le dije-, simplemente estoy preguntando acerca de la actitud que debo tomar. ¿Para qué se necesita una puerta tan grande?
    La puerta se cerraba cuando todos los niños, los prisioneros, estaban dentro. Sólo se volvía a abrir por la tarde, para liberar a los niños durante la noche. Todavía recuerdo la puerta. Todavía me recuerdo con mi padre, dispuesto a apuntarme en esa fea escuela.
    La escuela era fea, pero la puerta era más fea todavía. Era grande y la llamaban «La Puerta del Elefante», Hathi Dwar. Un elefante podría haber pasado a través de ella, de lo ancha que era. Quizá habría servido para los elefantes de un circo -y era un circo- pero era demasiado grande para los niños pequeños.
    Tendré que contaros muchas cosas sobre estos nueve años…

    Sesión 20

    Espera hasta que diga: «De acuerdo…» Estoy de pie delante de la Puerta del Elefante en mi escuela elemental…, y esa puerta comenzó muchas cosas en mi vida. No estaba allí solo, por supuesto; mi padre estaba conmigo. Había venido para apuntarme a la escuela. Miré las altas puertas y le dije:
    -No.
    Todavía puedo escuchar esa palabra. Un niño pequeño que lo ha perdido todo…, puedo ver una interrogación grabada en la cara del niño mientras se pregunta qué es lo que va a suceder.
    Me quedé mirando a las puertas, cuando
    mi padre me preguntó:
    -¿Estás impresionado por esta gran puerta? Ahora tomo la historia en mis propias manos:
    Le dije a mi padre:
    -No.
        Ésta fue mi primera palabra antes de entrar a la escuela elemental, y te sorprenderás, también fue mi última palabra al dejar la universidad. En el primer caso, mi padre estaba de pie conmigo. No era muy viejo, pero para mí, un niño pequeño, era viejo. En el segundo caso, había un hombre muy viejo a mi lado y, nuevamente, estábamos ante una puerta todavía más grande.
        La vieja puerta de la universidad ya está desmontada para siempre, pero permanece en mi memoria. Todavía puedo verla, la vieja puerta, no la nueva; no tengo ninguna relación con la nueva, y viéndola, lloré, porque la vieja puerta era grande, simple pero todo el arte moderno se ha dedicado a la fealdad, sólo porque ha sido rechazada durante siglos. Quizá dedicarse a la fealdad sea un avance revolucionario. Pero la revolución, si es fea, no es en absoluto revolución, es sólo reacción. Sólo vi la puerta nueva una vez. Desde entonces, he pasado por esa carretera muchas veces pero siempre he cerrado los ojos. Con los ojos cerrados podía volver a ver la vieja puerta.
    La vieja puerta de la universidad era pobre, muy pobre. Fue hecha cuando la universidad estaba comenzando y no eran capaces de construir una estructura monumental. Todos vivíamos en barracones militares, porque la universidad había comenzado de repente y no habían tenido tiempo de hacer albergues o bibliotecas. Eran simplemente barracones militares abandonados. Pero el lugar, en sí mismo, era hermoso, estaba situado en un montículo.
    Los militares lo habían abandonado porque sólo había tenido importancia en la II Guerra Mundial. Habían necesitado un lugar elevado para el radar, para detectar al enemigo. Ahora no había necesidad, por eso lo abandonaron. Fue una bendición, por lo menos para mí, porque no habría sido capaz de leer y estudiar en ninguna otra universidad que no fuera esa.
    Su nombre era Universidad de Sagar. Sagar significa «océano». Sagar tiene un lago extremadamente hermoso, tan grande que no se le puede llamar lago, sino sagar, océano. Realmente, parece como un océano, tiene olas.

    Uno no se puede creer que sea un lago. Sólo he visto dos lagos con unas olas tan grandes. No es que sólo haya visto dos lagos; he visto muchos. He visto los lagos más bellos de Cachemira, de los Himalayas, Darjeeling, Nainital y muchos otros en el sur de India, en los montes de Nandi, pero sólo he visto dos que tengan olas que se parezcan a las de un océano: el lago Sagar y el lago de Bhopal.
    Comparado al de Bhopal, por supuesto, el lago de Sagar es pequeño. El lago de Bhopal es quizá el más grande de todo el mundo. En ese lago he visto olas que sólo pueden ser descritas cómo gigantescas, que se alzan quizá cuatro o cinco metros de alto. Ningún otro lago puede atribuirse eso. Es muy grande. Una vez intenté rodearlo en un barco y tardamos diecisiete días. Iba todo lo rápido que te puedas imaginar, incluso más, porque no había cerca ningún policía ni límite de velocidad. Cuando terminé la vuelta simplemente me dije:
    -¡Dios mío, que lago tan hermoso! y tenía treinta metros de profundidad.
    Lo mismo se puede aplicar, en menor escala, en el lago Sagar. Pero, en otro sentido, tiene una belleza que el lago de Bhopal no posee. Está rodeado de hermosas montañas, no tan grandes pero tremendamente hermosas…, especialmente temprano por la mañana, al amanecer, y por la tarde al anochecer. Y si es una noche de luna llena, realmente llegas a saber qué es la belleza. En una barquita en el lago, en una noche de luna llena, uno simplemente siente que no falta nada.
    Es un hermoso lugar…, pero me siento mal porque la vieja puerta ya no está allí. La iban a desmantelar. Era totalmente consciente de eso, no sólo ahora; incluso entonces, todo el mundo era consciente de que necesitaba ser desmantelada. Era sólo provisional, fue construida para inaugurar la universidad.
    Ésta es la segunda puerta que recuerdo. Cuando dejé la universidad estaba de pie en la puerta con mi viejo profesor, señor Krisna Saxena. El pobre hombre murió hace sólo unos años, me envió un mensaje diciendo que quería verme. Me hubiera gustado verle, pero ahora no se puede hacer nada a menos que nazca pronto, y además sannyasin, de modo que pueda alcanzarme. Lo reconoceré inmediatamente, hasta ahí puedo prometer.
    Era un hombre de cualidades excepcionales. Era el único profesor de todo el lote que me crucé -profesores, conferenciantes, lectores, profesores y lo que tú quieras-, el único que fue capaz de entender que tenía un alumno que debería ser su maestro.
    Estaba en la puerta convenciéndome para que no abandonara la universidad. Estaba diciendo:
    -No deberías irte, particularmente cuando la universidad te ha garantizado una beca para hacer el doctorado. No deberías perder esta oportunidad.
    Estaba tratando de decirme de mil maneras que era su estudiante más querido. Me dijo:
    -He tenido muchos estudiantes en todo el mundo, especialmente en América -porque había estado estudiando en América casi todo el tiempo-, pero puedo decirte- me dijo- que no me molestaría en convencer a ninguno de ellos para que se quedara. ¿Por qué he de preocuparme? No tenían nada que ver conmigo, era su futuro. Pero en lo que respecta a ti (y recuerdo esto con lágrimas en los ojos) –dijo- en lo que respecta a ti, se trata de mi futuro.
    No puedo olvidar esas palabras. Déjame repetirlas. Dijo:
    -El futuro de los otros estudiantes es su problema; tu futuro es mi futuro.
    -¿Por qué? -le pregunté-. ¿Por qué mi futuro tiene que ser tu futuro?
    -Eso es algo de lo que prefiero no hablar contigo -me dijo, y comenzó a llorar.
    -Lo entiendo -dije-. Por favor, no llores. Pero no me puedes convencer para que haga algo en contra de mi propia mente, y ésta está dispuesta en una dirección totalmente diferente. Siento disgustarte. Sé perfectamente bien cuánto has esperado, qué contento estabas de que haya sido el mejor de toda la universidad. Te he visto, como un niño, tan alegre con la medalla de oro que ni siquiera era para ti, sino para mí.
    No me importaba, en absoluto, esa medalla de oro. La arrojé a un pozo muy profundo, tan profundo que no creo que nadie vaya a encontrada de nuevo; y lo hice enfrente del doctor Sri Krisna Saxena.
    -¿Qué estás haciendo? ¿Qué has hecho? -me preguntó. Porque ya la había tirado al pozo, y él se había puesto tan contento de que me hubiesen escogido para la beca. Era para un período indefinido de entre dos y cinco años.
    -Por favor -me dijo-, reconsidéralo otra vez.
    La primera puerta fue la Puerta del Elefante, y estaba allí con mi padre sin querer entrar, y la última puerta también fue una Puerta del Elefante, y estaba allí con mi viejo profesor, sin querer volver a entrar. Una vez fue suficiente; dos veces habría sido demasiado.
    La discusión que comenzó en la primera puerta había durado hasta la segunda puerta. El no que le había dado a mi padre era el mismo no que le di a mi profesor; que era, realmente, como un padre para mí. Puedo sentir su calidad. Se ocupaba de mí tanto como mi propio padre se había ocupado, o incluso más. Cuando yo estaba enfermo él no dormía; se sentaba al Iado de la cama durante toda la noche. Le solía decir:
    -Eres viejo, doctor -solía llamarle doctor -, vete a dormir, por favor.
    Él solía decir:
    -No me voy a dormir a menos que me prometas que mañana estarás perfectamente bien.
    Y tenía que prometérselo, como si estar enfermo dependiera de mi promesa. Pero, de alguna manera, una vez que se lo había prometido, funcionaba. Por esto digo que hay algo parecido a la magia en el mundo.
    Ese «no» se convirtió en mi carácter, la auténtica sustancia de mi existencia. Le dije a mi padre:
    -No, no quiero entrar en esa puerta. Esto no es una escuela, es una prisión.
    La puerta en sí, y el color del edificio… Es muy extraño, especialmente en India, las cárceles y las escuelas están pintadas del mismo color, y ambas están hechas de ladrillos rojos. Es muy difícil saber si un edificio es una prisión o una escuela. Quizá, por una vez, un chistoso práctico ha pretendido hacer un chiste, y le ha salido perfectamente.
    Le dije:
    -Mira esta escuela, ¿y lo llamas escuela? ¡Mira esta puerta! Y estás aquí para obligarme a entrar, por lo menos, durante cuatro años.
    Esto fue el principio de un diálogo que duró muchos años; y os encontraréis con él muchas veces, porque recorre toda la historia en zig-zag.
    Mi padre me dijo:
    -Siempre tuve miedo de que… –y estábamos de pie en la puerta, por la parte de afuera por supuesto, porque todavía no le había dejado que me metiera dentro. Continuó-: .. .siempre tuve miedo de que tu abuelo, y en especial esa mujer, tu abuela, te malcriaran.
    -Tu sospecha, o miedo -le dije-, era correcto, pero el trabajo ya está hecho y nadie puede deshacerlo ahora, o sea que vámonos a casa.
    -¿Qué? -dijo él-. Tienes que tener una educación.
    -¿Qué tipo de comienzo es éste? -le pregunté-. No soy libre ni siquiera para decir sí o no. ¿Y lo llamas educación? Pero si es lo que quieres, por favor, no me preguntes: aquí está mi mano, tira de mí. Por lo menos tendré la satisfacción de que nunca entré a esta fea institución por voluntad propia. Por favor, al menos hazme este favor.
        Por supuesto, mi padre se estaba poniendo muy molesto, de modo que me arrastró dentro. A pesar de que era un hombre muy simple, inmediatamente comprendió que no estaba haciendo lo correcto. Me dijo:
    -A pesar de que soy tu padre, no me parece bien tener que arrastrarte dentro.
    -No te sientas culpable en absoluto -le dije-. Lo que has hecho está perfectamente bien, porque a menos que me arrastres dentro no voy a ir por decisión propia. Mi decisión es «no». Puedes imponerme tu decisión porque tengo que depender de ti para el alimento, la ropa, el alojamiento y todo lo demás. Naturalmente, estás en una posición privilegiada.
    ¡Qué entrada! Ser arrastrado, a la fuerza, a la escuela. Mi padre nunca se lo pudo perdonar. El día que tomó sannyas, ¿sabéis qué fue lo primero que me dijo?
    -Perdóname por todas las cosas malas que te he hecho. Son tantas, que no las puedo contar, y debe haber más de las que no soy consciente en absoluto. Perdóname.
    La entrada a la escuela fue el comienzo de una nueva vida. Durante años había vivido como un animal salvaje. Sí, no puedo decir un ser humano salvaje, porque no hay seres humanos salvajes. Sólo de vez en cuando, un hombre se vuelve un ser humano salvaje. Yo lo soy ahora; Buda lo fue, Zaratustra lo fue, Jesús lo fue. Pero en aquel momento era completamente cierto decir que durante años había vivido como un animal salvaje. Pero muy por encima de Adolf Hider, Benito Mussolini, Napoleón o Alejandro Magno. Estoy nombrando a los peores, los peores en el sentido que se creían los más civilizados.
    Alejandro Magno se creía que, por supuesto, era el hombre más civilizado de su tiempo. Adolf Hitler, en su autobiografía, Mi lucha…, no sé cómo pronuncian los alemanes ese título; todo lo que puedo recordar es Mein Kampf Debe estar equivocado, tiene que estado. Para empezar está en alemán: M-e-i-n K-a-m-p-f
    Sea cual sea la pronunciación, no me importa. Lo que me importa es que en ese libro trata de probar que él ha alcanzado el estatus de «superman», para el que el hombre se ha estado preparando durante miles de años. Y el partido de Hitler, los nazis, y su raza, los arios nórdicos, iban a ser los «gobernantes del mundo», ¡y su mandato iba a durar mil años! Es sólo un loco hablando, pero un loco muy poderoso. Cuando hablaba tenías que escuchar, aunque fuera un disparate. Se creía que era el único ario verdadero y que los nórdicos eran la única raza de sangre pura. Pero estaba viendo un sueño.
    El hombre, raramente, se ha convertido en un superman, y la palabra «súper» no tiene nada que ver con «más alto». El verdadero superman es aquel que es consciente de todos sus actos, pensamientos y sentimientos, de todo lo que está compuesto, del amor, de la vida, de la muerte.
    Ese día comenzó un gran diálogo con mi padre, continuó intermitentemente y sólo concluyó cuando se hizo sannyasin. Después de esto no tuvo sentido ninguna discusión, se había rendido. El día que tomó sannyas lloró agarrado a mis pies. Estaba de pie, y puedes creértela…, cómo un flash, la vieja escuela, la Puerta del Elefante, el niño pequeño resistiendo, incapaz de ir hacia dentro, y mi padre tirando de él; todo pasó delante de mí como un flash. Sonreí.
    Mi padre me preguntó:
    -¿Por qué estás sonriendo?
    -Estoy feliz de que el conflicto por fin ha terminado -le dije.
    Pero eso fue lo que pasó. Mi padre tiró de mí; nunca fui a la escuela por mi propia voluntad. Devageet, humedece mis labios…
    Me alegro de que me tuvieran que meter dentro, de que nunca fuera por voluntad propia. La escuela era realmente fea; de hecho, todas las escuelas son feas. Está bien crear una situación donde los niños aprenden, pero no es bueno educarlos. La educación siempre será fea.
    ¿Y qué fue lo primero que vi en la escuela? Lo primero fue un enfrentamiento con el profesor de mi primera clase. He visto gente hermosa y gente fea, pero nunca he visto ¡algo parecido! y subraya ese algo; no puedo llamar este algo, alguien. No parecía un hombre. Le miré a mi padre y le dije:
    -¿Aquí es donde me has metido? Mi padre me dijo:
    -¡Cállate! Muy bajito, para que la «cosa» no lo escuchara. Era un maestro, y me iba a enseñar. No podía ni mirar a este hombre. Dios debía de tener mucha prisa cuando creó su cara. Quizá tenía la vejiga llena, y sólo para acabar el trabajo hizo a este hombre y luego salió corriendo hacia el lavabo. ¡Qué hombre creó! Tenía un solo ojo, y la nariz torcida. ¡Ese único ojo era suficiente! Pero la nariz torcida realmente añadía una gran fealdad a la cara. ¡Y era enorme! Medía más de dos metros, y debía pesar casi doscientos kilos, no menos de eso.
    Devaraj, ¿cómo consiguen retar a las investigaciones médicas? Doscientos kilos, y siempre estuvo sano. Nunca se tomó un día libre, nunca fue al médico. En toda la ciudad se decía que este hombre era de acero. Quizá lo fuera, pero de un acero no demasiado bueno, ¡más parecido a un alambre de espino! Era tan feo que no quiero decir nada de él, aunque tendré que decir algunas cosas, pero por lo menos no directamente sobre él.
    Fue mi primer maestro, quiero decir profesor. Porque en India a los profesores de colegio se les llama «maestros»; por eso he dicho que fue mi primer maestro. Todavía hoy, si lo viera, me echaría a temblar. No era un hombre, ¡era un caballo!
    -Fíjate en ese hombre antes de firmar –le dije a mi padre.
    -¿Qué tiene de malo? -me preguntó-. Él me enseño a mí, enseñó a mi padre, ha estado enseñando aquí durante generaciones.
    Sí, es verdad. Es por esto que nadie se pudo quejar de él. Si te quejas, tu padre te dirá:
    -No puedo hacer nada, también fue mi profesor. Si te vas a quejar, me podría castigar incluso a mí.
    Por eso mi padre dijo:
    -No le pasa nada malo, está bien, y entonces firmó los papeles.
    -Estás firmando tus propios problemas, o sea que no te quejes -le dije a mi padre. -Eres un chico extraño -me dijo.
    -Es cierto que somos extraños el uno para el otro -le dije-. He vivido lejos de ti durante muchos años, he sido amigo del árbol del mango, de los pinos y de las montañas, del océano y de los ríos. No soy un hombre de negocios y tú lo eres. Para ti el dinero lo significa todo; yo soy incapaz hasta de contarlo.
    Incluso hoy…, hace años que no he tocado dinero. Nunca se presenta la ocasión. Eso me ayuda porque no sé como funcionan las cosas en el mundo de la economía. Yo sigo mi propio camino; me tienen que seguir. No sigo a los demás, no puedo.
    -Tú entiendes el dinero, yo no -le dije a mi padre-. Nuestro lenguaje es diferente; y recuerda, no me has dejado regresar a la aldea, por eso, si ahora hay un problema, no me eches la culpa. Yo entiendo algo que tú no, y tú entiendes de algo que ni comprendo, ni quiero comprender. Somos incompatibles. Dada, no estamos hechos el uno para el otro.
    Y le llevó casi toda su vida recorrer la distancia que nos separaba pero, por supuesto, fue él el que tuvo que viajar. Esto es lo que quiero decir cuando digo que soy terco. No pude retroceder ni un solo centímetro, y todo comenzó en la Puerta del Elefante.
    El primer profesor, no conozco su verdadero nombre, y tampoco lo sabía nadie en la escuela, en especial los niños; le llamaban simplemente maestro Kantar. Kantar significa «tuerto»; esto fue suficiente para los niños, y además una condena para el hombre. En hindi ¡cantar no sólo significa tuerto, también se usa como un insulto. No puede traducirse de ninguna manera porque el matiz se pierde en la traducción. Por eso le llamábamos maestro Kantar en su presencia, y cuando no estaba delante sólo le llamábamos Kantar: el tipo de un solo ojo.
    No sólo era feo; todo lo que hacía era feo. Y, por supuesto, en mi primer día tuvo que pasar algo. Solía castigar a los niños sin misericordia. Nunca he visto ni escuchado de nadie que hiciera tales cosas a los niños. Me enteré que mucha gente había dejado la escuela por él, y se quedaron sin educación. Él era demasiado. No te creerás lo que solía hacer, o que alguien fuera capaz de hacer algo así. Te explicaré lo que me sucedió en ese primer día, después de esto pasarían muchas más cosas.
    Él estaba enseñando aritmética. Yo sabía un poco porque mi abuela solía enseñarme algunas cosas en casa; en concreto un poco de lengua y algo de aritmética. De modo que estaba mirando por la ventana la hermosa higuera de India reluciendo al sol. No hay ningún otro árbol que reluzca tanto al sol, porque cada hoja baila por su cuenta, y el árbol entero se convierte en un coro; miles de brillantes bailarines y cantantes juntos, pero a la vez independientes.
    La higuera de India es un árbol muy raro porque todos los demás árboles inhalan dióxido de carbono y exhalan oxígeno durante el día… Puedes corregir lo que te parezca, porque ya sabes que no soy un árbol, ni un químico ni un científico. Pero esta higuera exhala oxígeno veinticuatro horas al día. Sólo puedes dormir debajo de esta higuera y de ningún otro árbol, porque los demás son peligrosos para la salud. Miré al árbol con sus hojas bailando en la brisa, y el sol brillando en cada hoja, disfrutando sin ninguna razón. ¡Qué suerte, no tenían que ir al colegio!
    Estaba mirando por la ventana y el maestro Kantar se me tiró encima.
    -Es mejor poner las cosas claras desde el principio -me dijo-.
    -Estoy totalmente de acuerdo con eso -le dije-. Yo también quiero poner todo en claro desde el principio.
    -¿Por qué estabas mirando por la ventana mientras enseñaba aritmética?-preguntó.
    -La aritmética tiene que ser oída, no vista. -Le dije-. No tengo que ver tu hermosa cara. Estaba mirando por la ventana para evitarla. En lo que se refiere a las matemáticas, me puedes preguntar; lo he oído y me lo sé.
    Me preguntó, y éste fue el comienzo de un problema muy largo, no para mí, sino para él. El problema fue que respondí correctamente. No podía creérselo y-dijo:
    -Respondas correctamente o no, te voy a castigar porque no está bien mirar por la ventana cuando el profesor está enseñando.
    Me hizo ponerme frente a él. Había oído sobre sus técnicas de castigo, era una especie de marqués de Sade. Cogió de su pupitre una caja de lápices. Había oído hablar de esos famosos lápices. Los solía poner entre cada uno de tus dedos, y entonces te apretaba las manos muy fuerte, preguntando: -¿Quieres un poco más? ¿Necesitas más? ¡A los niños pequeños! Era ciertamente un fascista. Vaya hacer esta declaración para que por lo menos quede registrado en algún lugar: las personas que escogen ser profesores tienen algo mal en su interior. Quizá es el deseo de dominar o un deseo de poder; quizá son todos un poco fascistas.
    Miré a los lápices y dije:
    -He oído hablar de estos lápices, pero antes de que los coloques entre mis dedos, recuerda esto, te va a costar muy caro, quizá incluso el empleo.
    Él se rió. Te puedo decir que era como el monstruo de una pesadilla riéndose de ti. -¿Quién me lo puede impedir? -me preguntó.
    -Éste no es el asunto -le dije-. Mi pregunta es: ¿es ilegal mirar por la ventana cuando te están enseñando aritmética? Y si soy capaz de responder las preguntas sobre lo que me están enseñando y soy capaz de repetirlo palabra por palabra, entonces ¿hay algo malo en mirar por la ventana? Entonces ¿para qué están hechas las ventanas en esta clase? ¿Con qué propósito se han hecho? Durante el día siempre hay alguien enseñando, y por la: noche no se necesita una ventana cuando ya no hay nadie para mirar por ella.
    -Eres un alborotador -dijo él.
    -Ésa es exactamente la verdad -le dije, y me voy a ver al director para enterarme si es legítimo que me castigues cuando he respondido correctamente.
    Él se suavizó un poquito. Me sorprendí porque había escuchado que no era un hombre que se sometiera fácilmente. Y entonces dije: -y ahora me voy a ver al presidente del comité municipal que dirige esta escuela. Mañana vendré con el comisario de policía para que pueda ver con sus propios ojos qué tipo de prácticas se están llevando a cabo aquí.
    Se echó a temblar. No era visible para los demás, pero puedo ver cosas que otra gente podría no ver. Podría no ver un muro, pero no se me pueden escapar las cosas pequeñas, casi microscópicas.
    -Estás temblando -le dije-, aunque no serás capaz de aceptarlo. Pero ya veremos. Primero espera que vaya al director. Fui al director y me dijo:
    -Sé que ese hombre tortura a los niños. Es ilegal, pero no puedo decir nada porque es el profesor más antiguo de la ciudad, y el padre y el abuelo de casi todo el mundo ha sido su alumno por lo menos una vez.
    -No me importa -le dije-. Mi padre ha sido su estudiante y también mi abuelo. No me importa ni mi padre ni mi abuelo; de hecho, no pertenezco realmente a esta familia. He estado viviendo alejado de ellos. Soy un extranjero aquí.
    -He podido ver inmediatamente que debes de ser extranjero -me dijo el director, pero, hijo mío, no te metas en problemas innecesarios. Te torturará.
    -No es fácil -le dije-. Será éste el comienzo de mi lucha en contra de la tortura. Lucharé, y golpeé con el puño, por supuesto un puño pequeño, en su mesa, y le dije:
    -No me preocupa la educación o nada de eso, pero me debo preocupar por mi libertad. Nadie puede acosarme innecesariamente. Me tienes que enseñar el código educativo. No puedo leer, y tú me tendrás que aclarar si es ilegal mirar por la ventana incluso si puedo responder correctamente a todas las preguntas.
    -Si has respondido a las preguntas entonces no importa a dónde estabas mirando -me dijo.
    -Ven conmigo -le dije.
    Vino con su código educativo, un libro viejo que siempre llevaba. No creo que nadie lo hubiera leído nunca. El director le dijo al maestro Kantar:
    -Es mejor no molestar a ese niño porque parece que te la podría devolver. No se rinde fácilmente.
    Pero el maestro Kantar no era ese tipo de persona. Cuando se asustaba se volvía más agresivo y violento, y dijo:
    -Le voy a enseñar a este niño, no hace falta que te preocupes. ¿Y a quién le importa ese código? He sido profesor aquí toda mi vida, ¿y este niño va a enseñarme a mí el código?
    -Mañana, una de dos, o estoy yo en este edificio o tú -le dije-, pero no podemos coexistir los dos juntos. Espérate hasta mañana.
    Corrí a casa y se lo conté a mi padre. Él me dijo:
    -Estaba preocupado por si te había metido en la escuela sólo para que les crees problemas a los demás y a ti mismo, y que además me metas a mí también.
    -No -le dije-, te lo estoy contando sólo para que luego no me digas que te he dejado al margen.
    Me fui al comisario de policía. Era un hombre encantador; no me esperaba que un policía pudiera ser tan amable. Me dijo: -He oído hablar antes de este hombre. De hecho, mi propio hijo ha sido torturado por él. Pero nadie se quejó. Es ilegal torturar, pero a menos que tú te quejes no se puede hacer nada, y yo no me puedo quejar porque me preocupa que pueda suspender a mi hijo. Por eso es mejor dejarle que siga torturando. Sólo es cuestión de unos pocos meses, entonces mi hijo pasará a otra clase.
    -Estoy aquí para quejarme -le dije-, y no estoy preocupado en absoluto por pasar de curso. Estoy dispuesto a quedarme en esta clase toda mi vida.
        Me miró, me dio unas palmadas en la espalda y dijo: -Aprecio lo que estás haciendo. Mañana vendré.
    Entonces corrí a ver al presidente del comité municipal, que demostró ser una mierda de vaca. Sí, sólo una mierda de vaca, y ni siquiera seca. ¡Qué feo!
    -Ya lo sé -me dijo-. No se puede hacer nada al respecto. Tienes que vivir con ello, tienes que aprender a tolerarlo. Le dije, y recuerdo perfectamente mis palabras: -No voy a tolerar nada que le parezca mal a mI conciencia.
    -Si es éste el caso, no puedo hacer nada -me dijo-. Vete al vicepresidente, quizá él te pueda ayudar más.
    Y esto tengo que agradecérselo a esa mierda de vaca, porque el vicepresidente de ese pueblo, Shambhu Dube, en mi experiencia, demostró ser el único hombre de todo el pueblo que merecía la pena. Cuando llamé a su puerta sólo tenía ocho o nueve años y él era el vicepresidente.
    -Sí, adelante -respondió.
    Él esperaba encontrarse con un caballero, y se quedó un poco desconcertado al verme.
    -Siento no ser un poco más mayor -le dije-; por favor, discúlpame. Además, carezco de educación, pero tengo que quejarme de este hombre, el maestro Kantar.
    Cuando oyó mi historia, que el hombre en cuestión torturaba a los niños pequeños de primera clase, poniéndoles lápices entre los dedos y luego estrujándoselos, que les metía alfileres debajo de las uñas, que medía más de dos metros y pesaba cerca de doscientos kilos, no se lo pudo creer.
    -He oído rumores -me dijo-, pero ¿porqué nadie se había quejado?
    -Porque la gente tiene miedo de que sus niños -le dije- sean torturados todavía más.
    -¿No tienes miedo? -me preguntó.
    -No, porque estoy dispuesto a suspender -le dije-. Es todo lo que me puede hacer.
    Le dije que estaba dispuesto a ser suspendido y que no insistiría en aprobar, pero que lucharía hasta el final: -o este hombre o yo; ambos no podíamos estar en el mismo edificio.
    Shambhu Dube me dijo que me acercara. Me agarró la mano y me dijo:-Siempre me ha gustado la gente rebelde, pero nunca pensé que un niño de tu edad pudiera ser un rebelde. Te felicito.
    Nos hicimos amigos, y esta amistad duró hasta su muerte. Ese pueblo tenía una población de veinte mil habitantes, pero eso en India sigue siendo un pueblo. En India, a menos que una ciudad tenga cien mil habitantes no se la considera una ciudad. Cuando hay más de ciento cincuenta mil habitantes, entonces es una ciudad. En esa aldea no me encontré en toda mi vida a alguien del mismo calibre, cualidad y talento que Shambhu Dube. Si me preguntas, parecerá una exageración pero, de hecho, no me he encontrado a otro Shambhu Dube en roda India. Era simplemente excepcional.
    Cuando estaba viajando alrededor de India, él esperaba durante meses a que viniera y visitara la aldea por un solo día. Era la única persona que siempre vino a verme cuando mi tren pasaba por la aldea. Por supuesto, no estoy incluyendo a mi padre y a mi madre; ellos tenían que venir. Pero Shambhu Dube no era mi pariente. Sólo me quería, y ese amor comenzó en esa reunión, el día que fui a protestar contra el maestro Kantar.
    Shambhu Dube era el vicepresidente del comité municipal y me dijo:

    -No te preocupes. Ese tipo debe de ser castigado. De hecho su período de trabajo ha concluido. Ha solicitado una prórroga pero no se la daremos. A partir de mañana no volverás a verlo en el colegio de nuevo. -¿Es una promesa? -le pregunté. Nos miramos a los ojos. Se hecho a reír y dijo: -Sí, es una promesa. Al día siguiente, el maestro Kantar se había ido. No fue capaz de volverme a mirar. Traté de contactar con él, llamé a su puerta muchas veces para decirle adiós, pero era realmente un cordero debajo de una piel de león. Ese primer día en la escuela resultó ser el comienzo de muchas, muchas cosas.

  • Crow

    Sesión 21

    De acuerdo… El hombre de quien estaba hablando, su nombre completo era Pandit Shambhuratan Dube. Todos solíamos llamarle Shambhu Babu. Era un poeta, y lo raro era que no estaba ansioso por publicar. Esto es muy raro en un poeta. Me he encontrado cientos de esa tribu, y todos están tan ansiosos por publicar que la poesía se convierte en algo secundario. Yo llamo a cualquiera ambicioso político, y Shambhu Dube no era ambicioso.
    Tampoco era un vicepresidente electo, porque para ser elegido, por lo menos tienes que presentarte a la elección. Fue nombrado por el presidente, que no era más que excremento de vaca sagrada, como ya he explicado antes, y quería a alguien con inteligencia para hacer su trabajo. El presidente era una mierda de vaca absoluta, y había estado en el cargo durante años. Fue reelegido repetidas veces por otras mierdas de vaca.
    En India, ser un excremento de vaca sagrada es algo muy importante, te conviertes en un mahatma. Este presidente era casi un mahatma, y tan falso como lo son todos; de lo contrario, en primer lugar no serían mahatmas. ¿Por qué un hombre de creatividad e inteligencia debe escoger el ser un excremento de vaca? ¿Por qué debería de estar interesado en que le adoren? Ni siquiera revelaré el nombre de ese excremento de vaca sagrada; es asqueroso. Él nombró a Shambhu Babu su vicepresidente, y pienso que fue la única cosa buena que hizo en toda su vida. Probablemente, no se dio cuenta de lo que estaba haciendo; los excrementos de vaca no son gente consciente.
    En el momento que Shambhu Babu y yo nos vimos el uno al otro, algo sucedió: lo que Cad Gustav Jung llama «sincronicidad». Yo sólo era un niño; no sólo eso, sino salvaje. Venía de la selva, sin educar, indisciplinado. No teníamos nada en común. Él era un hombre poderoso y muy respetado, no porque fuese un excremento de vaca, sino porque era un hombre muy fuerte, y si no te comportabas respetuosamente con él algún día podrías sufrir. Y también tenía muy buena memoria. Todo el mundo le tenía mucho miedo y por eso le tenían respeto, y yo sólo era un niño.
    Aparentemente, entre nosotros dos no había nada: en común. Él era el vicepresidente de toda la aldea, el presidente de la asociación de abogados, el presidente del Club de Negocios, y así sucesivamente. Era el presidente o el vicepresidente de muchos comités. Estaba en todos lados, y era un hombre bien educado. Tenía los títulos más altos en derecho, pero no ejercía en el pueblo.
    No os preocupéis de los ruidosos diablos que trabajan afuera; después de todo, son mis discípulos. ¿Si inicio diablos a sannyas, qué te puedes esperar? He ido aceptando todos los discípulos de Belcebú. Ése era el nombre que Gurdjieff solía llamar al diablo, Belcebú. Pero me gustaría decirle a Gurdjieff que Belcebú está perdiendo cientos de discípulos cada día. Pero han pasado tanto tiempo con Belcebú que han aprendido su tecnología. No estoy en contra de la tecnología. Me gusta. Por eso a los discípulos de Belcebú les resulta fácil convertirse en mis discípulos, muy fácil, porque conmigo continúan haciendo el mismo trabajo que solían hacer para el feo Belcebú.
    O sea que no os preocupéis si yo no me preocupo. En realidad, todos esos ruidos le dan un fondo muy hermoso a lo que os estoy diciendo…, por supuesto, un fondo estilo Picasso, un poco como de pesadilla. Pero a veces las pesadillas pueden ser hermosas, y a uno le da pena cuando se acaban. Y lo que están haciendo podría no sonar bonito, pero están haciendo mi trabajo. Naturalmente, Belcebú está muy enfadado… son sus discípulos y están usando toda su tecnología para mí.
    La ciencia es un poco endiablada. Tú has estudiado medicina, o sea, que de algún modo formas parte de la tecnología de Belcebú. Perdona a esos pobres tipos, lo están haciendo lo mejor que pueden, y en cuanto a mí se refiere, cuando estoy hablando nada importa.
    Estaba diciendo, fíjate en el ruido de fondo, y en el silencio: si uno sabe cómo, puede usar a Belcebú como un criado.
    Os estaba hablando de Shambhu Dube, Shambhu Babu. Era poeta, pero nunca publicó su poesía en vida. Era también un gran escritor de historias, y por casualidad un famoso director de cine llegó a conocerle, a él y a sus historias. Ahora Shambhu Babu está muerto, pero se ha hecho una gran película usando una de sus historias, Jhansi ki rani (La Reina de Jhansi). Ganó muchos premios, nacionales e internacionales. Qué lástima que ya no está. Era mi único amigo en aquel lugar.
    Una vez que se decidió que viviría allí. . ., se pensó que pasaría allí siete años pero, en realidad, viví allí durante once años. Quizá sólo me dijeron siete para convencerme de que me quedara; probablemente, ésa fue su intención desde el principio.
    En India, en esos días, la estructura del sistema educativo estaba bajo la dirección de las autoridades locales. Comenzaba con cuatro años de educación primaria, y tres años más si querías continuar en la misma dirección. Esto suma siete años; después podías obtener un título.
    Tal vez fuese ésa su intención y no me estaban mintiendo. Pero también había otro camino, y esto fue lo que sucedió. Después de cuatro años podías continuar en la misma línea o podías cambiar: podías ir a la escuela de enseñanza media. Si continuabas en la misma línea no aprendías inglés. La educación primaria se acababa después de siete años, y toda tu educación sólo era en la lengua local; y en India existen treinta idiomas reconocidos. Después del cuarto curso tenías la oportunidad de cambiar de sistema. Podías ir a la enseñanza inglesa; podías entrar a lo que se llamaba enseñanza media.
    A continuación había un curso de cuatro años, y si continuabas en esa línea, después de otros tres años te convertías en un bachiller. ¡Dios mío! ¡Cuánta vida desperdiciada! ¡Todos esos hermosos días gastados tan despiadadamente, aplastados! Y para cuando eras un bachiller, entonces estabas capacitado para ir a la universidad. ¡De nuevo seis años más! En total, tuve que perder cuatro años en la enseñanza primaria, cuatro años en la enseñanza media, tres años en la enseñanza superior y seis años en la universidad, ¡diecisiete años de mi vida!
    Pienso que si pudiera encontrarle algún sentido a esto, la única palabra que se me ocurre, a pesar de Belcebú y sus discípulos que están haciendo un gran trabajo -ex discípulos quiero decir-, la única palabra que se me ocurre es «tontería». ¡Diecisiete años! Tenía ocho o nueve cuando empecé esta tontería, y el día que dejé la universidad tenía veintiséis, y estaba tan feliz, no porque me hubiesen dado la medalla de oro, sino por que por fin era libre. Libre de nuevo.
    Tenía tanta prisa que le dije a mi profesor: -No malgastes mi tiempo. Nadie puede convencerme de que entre por esas puertas otra vez. Incluso cuando tenía nueve años mi padre tuvo que tirar de mí para entrar, pero ahora nadie puede tirar de mí. Si alguien lo intenta, tiraré de él hacia fuera. Y, por supuesto, era capaz de tirar de ese pobre anciano que estaba tratando de persuadirme para que me quedara.
    -Escúchame -me dijo-: es raro recibir una beca para un doctorado en Filosofía. Haz tu doctorado en Filosofía, y te prometo que un día serás capaz de tener un Doctorado en Literatura.
    -No me hagas perder el tiempo -le dije-, porque se va el autobús.
    El autobús estaba esperando en la puerta. Tuve que correr para cogerlo, y lamento no haber podido, ni siquiera, darle las gracias. No tuve tiempo, el autobús se estaba yendo y mi equipaje estaba ya dentro, y el conductor, como hacen todos los conductores, estaba tocando la bocina como un loco. Era el único pasajero que todavía no estaba en el autobús, y mi viejo profesor estaba casi de rodillas persuadiéndome para que no me fuera.
    Shambhu Babu era muy educado, yo estaba sin educar cuando comenzó nuestra amistad. Él tenía un pasado glorioso; yo no. Toda la ciudad se sorprendió de nuestra amistad, pero él no se avergonzaba. Yo respeto esa cualidad. Solíamos caminar de la mano. Era de la edad de mi padre, y sus hijos eran mayores que yo. Murió diez años antes que mi padre. Creo que debía de tener unos cincuenta años en aquel momento. Ahora sería el mejor momento para ser amigos. Pero fue el único hombre que me reconoció. Era un hombre de autoridad en el pueblo, y su reconocimiento fue una ayuda inmensa para mí.
    Al maestro Kantar no se le volvió a ver por la escuela. Fue despedido inmediatamente, porque sólo le quedaba un mes para jubilarse, y su solicitud para una prórroga había sido denegada. Esto provocó una gran celebración en todo el pueblo. El maestro Kantar había sido un hombre importante en ese pueblo; a pesar de ello, había conseguido que le despidieran en un solo día. Esto fue una hazaña. La gente comenzó a respetarme. Yo les decía:
    -¿Qué es esta tontería? No he hecho nada, únicamente he sacado a la luz a este hombre y sus malas acciones.
    Estoy sorprendido de cómo pudo pasarse toda la vida torturando a niños pequeños. Pero se pensaba que la educación era esto. En aquella época se creía que a menos que tortures a un niño no le puedes enseñar, y hay muchos hindúes que todavía lo piensan, aunque no lo digan tan claramente. Por eso dije:
    -No es un asunto de respeto, y en lo que respecta a mi amistad con Shambhu Babu, no es una cuestión de edad. En realidad, es amigo de mi padre. Incluso mi padre está asombrado. Mi padre solía preguntarle a Shambhu Babu: -¿Por qué eres tan cordial con un chico tan problemático? Y Shambhu Babu se reía y decía: -Un día entenderás el porqué. No te lo puedo explicar ahora.
        Siempre me maravilló la belleza de este hombre. Era parte de su belleza el que pudiera responder diciendo: -No puedo responder. Un día entenderás. Un día le dijo a mi padre: -Quizá no debería ser amistoso, sino respetuoso.
    Esto me sorprendió a mí también. Cuando nos quedamos solos le dije: -Shambhu Babu, ¿qué tontería le estabas diciendo a mi padre? ¿Qué quieres decir con que deberías respetarme?
    -Te respeto -me dijo- porque, aunque no demasiado claro, puedo ver, como si estuviese oculto tras una cortina de humo, lo que un día llegarás a ser.
    Incluso yo me tuve que encoger de hombros. Le dije: -Estás diciendo tonterías. ¿Qué puedo llegar a ser? Ya lo soy…
    -¡Esto es! -dijo-. Esto es lo que me maravilla de ti. Eres un niño; toda la ciudad se ríe de nuestra amistad y se preguntan de qué hablamos, pero no saben lo que se están perdiendo. Yo sé -enfatizó-, yo sé lo que se están perdiendo. Puedo sentido un poco, pero no lo puedo ver claramente. Quizá un día, cuando seas un adulto, seré capaz de verte.
    Y tengo que confesar que después de Magga Baba él fue la segunda persona que reconoció que me había sucedido algo inconmensurable. Por supuesto, él no era un místico, pero un poeta tiene la capacidad, de vez en cuando, de ser un místico, y él era un gran poeta. También era grande porque nunca se había preocupado de publicar su trabajo. Nunca se preocupó de leer en ninguna reunión de poetas. Parecía extraño que leyera su poesía a un niño de nueve años y me preguntase:
    -¿Tiene algún valor o no vale la pena?
    Ahora su poesía está siendo publicada, pero él ya no existe. Lo publicaron en su memoria. No contiene su mejor trabajo porque ninguna de las personas que lo seleccionó era poeta, y se necesita un místico para hacer una selección de la poesía de Shambhu Babu. Conozco todo lo que escribió. No era mucho, algunos artículos, unos pocos poemas y algunas historias, pero de alguna extraña manera todos están conectados con un solo tema.
    El tema es la vida, no como un concepto filosófico sino como algo vivido momento a momento. La vida con «v» minúscula bastará, porque si lo escribieras con mayúsculas nunca me lo perdonaría. Estaba en contra de las mayúsculas. Nunca escribió ninguna palabra con mayúscula. Incluso el comienzo de una frase siempre lo escribía con minúsculas. Escribía hasta su nombre con minúsculas.
    -¿Qué tienen de malo las mayúsculas? -le pregunté-. ¿Por qué estás tan en contra, Shambhu Babu? -No estoy en contra -me dijo-, pero estoy enamorado de lo inmediato, no de lo lejano. Estoy enamorado de las cosas pequeñas: una taza de té, nadar en el río, un baño de sol. .. Estoy enamorado de las cosas pequeñas, y éstas no se pueden escribir con mayúsculas.
    Le entiendo, por eso digo que a pesar de que no era un maestro iluminado, ni un maestro en ningún sentido, todavía le cuento como el número dos, después de Magga Baba, porque me reconoció cuando era imposible hacerlo, totalmente imposible. Yo podría no haberme reconocido a mí mismo, pero él me reconoció.
    Cuando entré en su oficina de vicepresidente por primera vez y nos miramos mutuamente a los ojos, durante un momento sólo hubo silencio. Entonces se levantó y me dijo:
    -Por favor, siéntate.
    -No hace falta que te levantes -le dije. -No es una cuestión de necesidad –me dijo, y me hace feliz levantarme por ti. Nunca lo había sentido antes; y me he levantado ante el gobernador y ante la así llamada gente poderosa. He visto al virrey de Delhi, pero no me impresionó tanto como tú, tengo que confesarlo. Por favor, no se lo digas a nadie, y esta es la primera vez que lo he contado. Lo he mantenido en secreto todos estos años, cuarenta años. Lo siento como un desahogo. Esta mañana Gudia dijo:
    -Has dormido hasta muy tarde. Si, ayer noche dormí, por primera vez en cuarenta años, como me habría gustado dormir todas las noches. Durante toda la noche  no fui interrumpido ni un solo momento. Normalmente, tengo que mirar a mi reloj de vez en cuando para ver si ya es la hora de levantarme. Pero la noche pasada, después de muchos años, no miré mi reloj en absoluto. Incluso me perdí la cocción de Devaraj. Así es como llamo a la mezcla de su desayuno especial. Es una mezcla, pero es muy buena. Es complicada de comer porque sólo masticarla cuesta media hora, pero es realmente sana y nutritiva. Deberíamos poner la cocción desayuno de Devaraj a disposición de todo el mundo. Por supuesto, no es rápida, sino lenta, muy lenta. ¿Podemos llamado un «desayuno lento 11»? Pero entonces no sonaría bien.
    Hoy he tenido que saltarme el desayuno por dos razones: primero, tenía que mantener la cita con Devageet, ya llegaba cinco minutos tarde y no me gusta llegar tarde. Segundo, si me hubiese tomado esa cocción habría tardado tanto que, cuando la hubiese acabado, habría sido la hora de la comida. No hubiera habido el intervalo necesario. Por eso pensé que me lo saltaría. Pero me gusta mucho, y si no me la tomo, la echo de menos.
    La noche pasada ha sido excepcional por la sencilla razón de que ayer os hablé de Shambhu Babu y me quité un peso de encima. También hablé sobre mi padre y de su continua lucha y de cómo terminó. Me sentí muy liberado.
    Shambhu Babu era un hombre que se podía haber realizado, pero perdió la oportunidad. La perdió porque era demasiado intelectual. Era un gigante intelectual. No podía sentarse en silencio ni siquiera un momento. Estuve presente cuando murió. Es un extraño destino que haya tenido que ver morir a todo el mundo que he amado.
    No estaba muy lejos cuando se estaba muriendo. Me telefoneó sólo para decirme:
    -Ven rápido si puedes, porque no creo que vaya a durar mucho. Quiero decir    -me dijo-, que no puedo durar ni siquiera unos días. Inmediatamente corrí hacia el pueblo. Sólo estaba a 13 kilómetros de Jabalpur, y llegué en dos horas. Se puso muy contento. Me volvió a mirar con la misma mirada que en la primera ocasión que nos encontramos, cuando tenía cerca de nueve años de edad. Había un silencio muy elocuente. No se dijo nada, pero todo fue escuchado. Sujetando sus manos le dije: -Por favor, cierra los ojos, no te esfuerces. -No -me dijo-. Estos ojos se van a cerrar ellos solos, muy pronto, y entonces no seré capaz de abrirlos. Por eso, por favor, no me pidas que los cierre. Te quiero ver. Quizá no seré capaz de volverte a ver. Una cosa es segura -dijo-, tú no volverás a reencarnarte. Y ahora… ¡Ay, te tenía que haber escuchado! Siempre insistías en ser silencioso pero yo seguía posponiendo. Ahora ya no queda tiempo ni para posponer.
    Los ojos se le llenaron de lágrimas. Permanecí sin decir nada, estando con él. Sus ojos se cerraron y murió.
    Tenía unos ojos muy bellos, y una cara muy inteligente. Conozco mucha gente bella pero es muy difícil tener la belleza de este hombre. No estaba hecha por el hombre, con seguridad no hecho en India. Era y sigue siendo uno de mis seres más queridos. A pesar de que no se ha reencarnado todavía, le estoy esperando.
    Ésta es una comuna multiusos. Vosotros conocéis algunos, otros sólo los conozco yo. Éste es uno de los usos desconocidos para los organizadores de la comuna: que estoy esperando algunas almas. Estoy incluso preparando parejas para recibirlas. Shambhu Babu vendrá dentro de poco. Tengo tantas memorias relacionadas con él que tendré que mencionarle continuamente. Pero hoy sólo su muerte.
    Es extraño que deba de hablar primero sobre su muerte y más tarde de otras cosas. No, en lo que a mí se refiere no es extraño, porque para mí el momento de la muerte abre a un hombre como ninguna otra cosa. Ni siquiera el amor puede hacer este milagro. Lo intenta pero los amantes lo impiden, porque en el amor se necesitan dos personas; en la muerte uno se basta a sí mismo. Esto ocurre porque no hay alteraciones por parte del otro. Vi a Sham-bhu Babu muriendo en una actitud tan relajada y alegre que no puedo olvidar su cara.
    Te sorprenderá saber que tenía la cara de -¿adivina quién?- casi la misma cara que el ex presidente de América, ¡Richard Nixon! ¡Pero sin la fealdad, oculta en cada célula y fibra de Nixon…! Si no, Shambhu Babu habría sido el presidente de India. Era mucho más inteligente que él así llamado presidente de India, Sanjiva. Pero, quiero decir, fotográficamente era muy similar a Nixon de joven. Por supuesto, cuando el espíritu es diferente, incluso una misma cara tiene un aura diferente, algo diferente -cómo decirlo- un significado en conjunto diferente. Por eso, por favor, no me malinterpretes, porque todos conocéis a Richard Nixon, mientras que yo sólo conocía a Shambhu Babu, por eso es inevitable que haya un malentendido.
    Por favor, olvídate que he dicho que se parecían, olvídalo. Es mejor que no sepas nada de la cara de Shambhu Babu, en vez de que empieces a pensar que es igual que Richard Nixon. Pero tengo que confesar que tengo cierta simpatía por Richard Nixon, sólo porque se parece a Shambhu Babu. Me tenéis que disculpar por eso; sé que no se lo merece, pero tampoco puedo hacer nada. Siempre que veo su foto veo a Shambhu Babu, y no veo en absoluto a Nixon.
    Cuando Nixon llegó a ser presidente de Estados Unidos me dije a mí mismo: «jAha! Por lo menos un hombre que se parece a Shambhu Babu ha llegado a ser presidente de América.» Me hubiera gustado que Shambhu Babu fuera el presidente de América; pero, por supuesto, esto no era posible, pero el parecido me consuela. Cuando Nixon hizo lo que hizo, me sentí avergonzado, de nuevo, porque se parecía a Shambhu Babu. Y cuando tuvo que renunciar a la presidencia estaba triste, no por él -no tenía nada que ver con él- sino porque ahora no volvería a ver la cara de Shambhu Babu en los periódicos.
    Ahora no existe ningún problema porque ya no leo los periódicos. No los leo desde hace años. Llegué a leer cuatro periódicos en un minuto, pero hace más de dos años que no he vuelto a mirar ninguno. Y no leo ningún libro, simplemente no leo. Me he deseducado otra vez, como siempre había querido ser, si mi padre no me hubiera metido en esa escuela… pero me metió a rastras. Y todo lo que esas escuelas y colegios y universidades me hicieron me llevó mucha energía el deshacerlo, pero he conseguido deshacerlo totalmente.
    He deshecho todo lo que la sociedad me hizo. Soy otra vez ignorante, un chico salvaje de… vosotros no usáis esta palabra en inglés… En hindi, a un hombre de un pueblo se le llama gamar. Un pueblo se llama gam, y un pueblerino, gamar. Pero gamar también significa «tonto» y se han mezclado tanto que nadie piensa ahora que «gamar» significa pueblerino; todo el mundo piensa que significa tonto.
        Vine de aquel pueblo totalmente en blanco, sin que hubiera nada escrito en mí. He seguido siendo un chico salvaje incluso estando lejos de ese pueblo. Nunca he permitido que nadie escriba nada en mí. La gente siempre está dispuesta…, no sólo dispuesta, sino que insisten en escribir algo en ti. Llegué vacío de ese pueblo, y ahora puedo decir que todo lo que se ha escrito durante este tiempo lo he borrado, y borrado completamente. De hecho he derrumbado el propio muro para que no se pueda volver a escribir en él nada más.
    Shambhu Babu también podría haberlo hecho. Sé que era capaz, capaz de convertirse en un buda, pero no sucedió. Quizá su profesión (era un abogado) se lo impidió. He oído de todo tipo de personas que se han convertido en budas, pero nunca he oído que algún abogado se haya convertido en un buda. No creo que nadie de esa profesión pueda convertirse en un buda a menos que renuncie a todo lo que ha aprendido. Shambhu Babu no pudo reunir el coraje, y lo siento por él. No lo siento por ningún otro, porque nunca me he cruzado con nadie que fuera tan capaz y que a pesar de ello no diera el salto.
    -Shambhu Babu, ¿cuál es el obstáculo? -le solía preguntar, y siempre me respondía lo mismo: -¿Cómo explicarlo? No sé exactamente cuál es el obstáculo, pero debe de haber algo impidiéndomelo.
    Yo sé lo que era, y él también lo sabía, aunque nunca reconoció que lo sabía. Y sabía que yo sabía que él sabía. Siempre que se lo preguntaba cerraba los ojos, y soy un tipo muy testarudo; constantemente le preguntaba: -¿Cuál es el obstáculo? Cerraba los ojos, sólo para no mirarme cara a cara, porque en esta situación él no me podía mentir. Quiero decir, no podía hacer de abogado… de mentiroso. Pero ahora que está muerto puedo decir que aunque no fuese un buda, era casi un buda; esto es algo que nunca volveré a repetir de nadie más. Reservaré está especial categoría, de casi-buda para Shambhu Babu.

    Sesión 22

    Iba a decir: -De acuerdo -pero no. Una vez lo dije a la ligera, sólo para ser cortés, y sufrí mucho. A partir de ahí todo fue mal. Por eso ahora voy a decir de acuerdo sólo cuando esté realmente de acuerdo; de lo contrario, es mejor el silencio…De acuerdo. Me estoy acordando otra vez del pobre Sigmund Freud. Estaba esperando en su oficina a un paciente rico y por supuesto judío. ¿Cómo puede uno ser rico sin ser judío? Y el psicoanálisis es el mayor negocio fundado por un judío. Se equivocaron con Jesús, pero no pudieron permitirse el equivocarse con Sigmund Freud. Por supuesto, no se puede comparar.
    Freud estaba esperando y esperando, caminando de un lado a otro de la habitación. El paciente era riquísimo, y el psicoanálisis es un tratamiento que dura muchos años, a menos que el paciente se encuentre con un judío mucho más articulado, pero nunca es capaz de salir del círculo vicioso.
    Freud miraba sin parar su reloj de oro, y entonces en el último momento, cuando ya estaba pensando en rendirse, apareció el paciente. Por el horizonte llegó su gran automóvil, y Freud, por supuesto, estaba furioso. Finalmente, el coche llegó hasta el porche, el judío salió y cuando entró en la consulta, Sigmund Freud estaba realmente furioso porque había llegado cincuenta segundos tarde. Freud le dijo: -Menos mal que he oído tu coche en el porche justo a la hora; de otro modo iba a empezar yo solo la sesión.
    Es un chiste profesional. Sólo aquellos que están en la profesión del psicoanálisis lo entenderán. Os lo tendré que explicar porque ninguno de vosotros sois psicoanalistas. El chiste está en que Freud dijo: -Hubiera empezado incluso sin ti, sin el paciente. ¿Lo coges? Deja que sea más claro, hay que dejar a un lado los chistes. En algún momento, tengo que empezar.
    Exactamente en el momento de decir «de acuerdo» lo diré; y no como Sigmund Freud, sino sabiendo completamente el chiste. A pesar de ello, no os puedo defraudar. Esto es sólo una nota introductoria; ahora podemos retomar la historia interminable.
    Sí, es interminable. ¿Cómo puede acabarse antes de que yo acabe? Algún otro tendrá que escribir el epílogo. Yo no puedo escribirlo, discúlpame, pero estoy preparando a mi gente: Devageet, Devaraj, Ashu…, lo hará esta trinidad. Y recuerda, en mi trinidad hay una mujer que mantendrá a los dos tipos luchando para siempre. A pesar de todo, serán capaces de escribir el epílogo. Si no pueden hacerla, entonces Ashu puede dejarles luchar, y mientras tanto escribirlo ella.
    Esta mañana, dicho sea de paso, me he referido a la palabra de Carl Gustav Jung «sincronicidad». No me gusta el hombre, pero me gusta la palabra que introdujo. Habría que otorgarle todo el mérito por eso. En ninguno otro idioma existe una palabra como «sincronicidad» porque es una palabra inventada, inventada por Carl Gustav Jung.
    Pero todas las palabras son inventadas por una u otra persona, por eso no hay nada malo en inventar una palabra, particularmente si indica una experiencia que ha permanecido durante siglos sin etiquetar. Sólo por esta palabra, «sincronicidad», Jung debería de haber recibido el Premio Nobel, a pesar de que él sea una mediocridad. Pero hay tanta gente mediocre que ha recibido el Premio Nobel que si lo recibe uno más, ¿qué hay de malo? Y también lo conceden a título póstumo; por eso, por favor, concedan a este pobre hombre, Carl Gustav Jung, un Premio Nobel. No estoy bromeando. Le estoy muy agradecido por esta palabra, porque es esto lo que siempre ha eludido la comprensión del intelecto humano.
    Estaba hablándote sobre mi extraña amistad con Shambhu Babu. Era extraña por muchos motivos. Primero, era mayor que mi padre, o quizá de la misma edad, aunque por lo que puedo recordar parecía más viejo, y yo sólo tenía nueve años. Ahora, ¿qué tipo de amistad era posible? Era un experto en leyes, con mucho éxito, no sólo en ese pequeño lugar, porque había ejercido en el Tribunal Superior y en el Supremo. Era una de las autoridades más sobresalientes en leyes. Y era amigo de un niño salvaje, sin reglas, indisciplinado e inculto. Me quedé asombrado cuando me dijo en nuestro primer encuentro: -Siéntate, por favor. No me esperaba que el vicepresidente se levantara para recibirme y me dijera: -Siéntate, por favor. -Siéntate tu primero -le dije-. Me da un poco de vergüenza sentarme antes que tú. Tú eres mayor, quizá mayor que mi padre.
    -No te preocupes -me dijo-. Soy amigo de tu padre. Pero relájate y dime a qué has venido.
    -Te lo diré más tarde. Primero… -le dije. Me miró, le miré; y lo que transpiró en ese pequeño fragmento de un momento se convirtió en mi primera pregunta. Le pregunté-: Antes que nada, dime qué es lo que acaba de pasar entre tus ojos y los míos.
    Él cerró los ojos. Tal vez pasaron diez minutos antes de que los volviera a abrir. -Perdóname -me dijo-, no lo sé, pero ha sucedido algo.
        Nos hicimos amigos; esto sucedió alrededor de 1940. Sólo después, varios años más tarde, justo un año antes de que muriera -él murió en 1960, después de veinte años de amistad, extraña amistad-, sólo después fui capaz de decirle que la palabra que había estado buscando había sido inventada por Carl Gustav Jung. Esa palabra era «sincronicidad»; eso es lo que había sucedido entre nosotros. Él lo sabía, yo lo sabía, pero faltaba la palabra.
    La sincronicidad puede significar muchas cosas a la vez, es multidimensional. Puede significar un cierto sentimiento rítmico; puede significar lo que la gente siempre ha llamado amor; puede significar amistad; puede significar simplemente dos corazones latiendo juntos sin rima ni razón…, es un misterio. Sólo de vez en cuando encuentras a alguien con quien se ajustan las cosas; el rompecabezas desaparece. Todas las piezas que no encajaban de repente encajan espontáneamente.
    Cuando le dije a mi abuela: -El vicepresidente de esta ciudad y yo nos hemos hecho amigos. Ella me dijo: -¿Quieres decir Pandit Shambhuratan Dube? -Parece que te sorprende un poco -le dije-. ¿Qué te pasa, Nani? Se le saltaron las lágrimas.
    -Entonces no tendrás muchos amigos en el mundo -me dijo-, por eso estoy preocupada. Si Shambhu Babu se ha hecho amigo tuyo no tendrás muchos amigos en este mundo. No sólo eso: quizá puedas tener amigos, porque eres joven, pero Shambhu Babu con seguridad no tendrá ningún otro amigo en el mundo, porque es demasiado viejo.
    Una y otra vez mi abuela aparecerá en mi historia con sus tremendos vislumbres. Sí, ahora lo puedo ver. Recapitulando, puedo ver lo que ella había visto y por qué lloraba. Ahora sé que Shambhu Babu nunca tuvo ningún otro amigo; yo fui su único amigo.
    Solía visitar mi pueblo de vez en cuando, quizá una vez al año o dos, no más de eso. Y cuanto más me iba involucrando en mi propia actividad, o también puedes llamarlo inactividad…, mientras me iba involucrando cada vez más con los sannyasins, y el movimiento de meditación, mis visitas al pueblo se fueron haciendo más escasas. De hecho, los últimos años antes de que él muriera, mis únicas visitas eran cuando pasaba en tren a través del pueblo.
    El jefe de estación era uno de mis sannyasins; por eso, por supuesto, el tren paraba tanto como yo quisiera. Ellos, y por «ellos» quiero decir, mi padre y mi madre, Shambhu Babu y muchos otros que me amaban, venían a la estación. En eso consistía toda la visita: diez, veinte, como mucho treinta minutos. El tren no podía retrasarse más tiempo porque tenían que venir otros trenes. Estaban esperando fuera de la estación.
    Pero puedo entender su soledad. No tenía otros amigos. Me escribía una carta casi cada día, esto es muy raro, y no había nada que escribir. A veces me mandaba un papel en blanco dentro de un sobre. Yo entendía incluso eso. Se sentía muy solitario, y le hubiera gustado disfrutar de mi compañía. Yo hacía todo lo posible por estar allí mientras fuese práctico, porque para mí era realmente una pesadez estar en aquel pueblo. Soportaba ese pueblo únicamente por él.
        Después de que murió raramente, muy raramente, iba allí. Ahora tenía una excusa, no podía ir porque me recordaba a Shambhu Babu. Pero realmente no tenía sentido ir. Cuando él estaba tenía un sentido. Él era un pequeño oasis en el desierto.
    No tenía ningún miedo de todas las críticas que le hacían por mi causa. Estar asociado conmigo, incluso en aquellos días, no era algo bueno. Era peligroso.
    -Vas a perder todo el respeto de la comunidad -le dijeron-, y es la comunidad la que te ha ascendido de vicepresidente a presidente.
    -Tendrás que escoger, Shambhu Babu -le dije-, ser el presidente de este estúpido pueblo o ser mi amigo.
    Renunció a la alcaldía y a la presidencia. No me dijo ni una sola palabra; simplemente escribió allí mismo su dimisión, delante de mí.
    -Hay algo en ti que es indefinible, que me gusta -me dijo-. La presidencia de esta estúpida ciudad no significa nada para mí. Estoy dispuesto a perderlo todo, si llega el caso. Sí, estoy dispuesto a perderlo todo.
    Intentaron persuadirle para que no dimitiera, pero no se echó para atrás.
    -Shambhu Babu -le dije-, sabes perfectamente bien que odio todas las presidencias, vicepresidencias, tanto si son municipales como nacionales. No te puedo pedir: «Anula tu dimisión», porque no podría cometer ese crimen. Si quieres anularla eres libre de hacerla.
    -El sobre está cerrado -me dijo-. No tiene sentido el retroceder y estoy contento de que no hayas intentado convencerme.
    Siguió siendo un hombre solitario. Tenía suficiente dinero para vivir como un hombre rico, por eso cuando renunció a la presidencia también renunció a la profesión de abogado.
    -Tengo suficiente dinero, ¿por qué preocuparme? -me dijo-. ¿Y las leyes? Con todas esas legalidades y continuas mentiras en nombre de la verdad.
    Abandonó su profesión. Ésas eran las cualidades que apreciaba en él. Sin pensárselo ni un momento, dimitió, y al día siguiente abandonó el colegio de abogados. Por él tenía que visitar el pueblo de vez en cuando, o invitarlo a donde yo estuviera, para que pasara unos días conmigo. De vez en cuando solía venir.
    Era un hombre auténtico, sin ningún miedo a las consecuencias. Una vez me preguntó:
    -¿Qué es lo que vas a hacer? Porque no creo que puedas seguir siendo profesor de la universidad durante mucho tiempo.
    -Shambhu Babu -le dije-, nunca hago planes. Si dejo este trabajo supongo que me estará esperando algún otro trabajo. Si Dios… -y recuerda el «si», porque no era creyente, esa era otra cualidad que amaba en él. Él solía decir: «A menos que sepa, ¿cómo voy a creer?»
    -Si Dios puede encontrar trabajo para todo tipo de gente -le dije-, animales, árboles, pienso que será capaz de encontrarme algún tipo de trabajo a mí también. Y si no puede encontrarlo es su problema, no el mío.
    Se rió y dijo:
    -Sí, eso está muy bien. Sí, es su problema si existe, pero el asunto es éste: si no existe, ¿entonces qué?
    – Tampoco veo ningún problema para mí -le dije-. Si no hay trabajo, puedo hacer una inspiración profunda y despedirme de esta existencia. Es prueba suficiente de que no soy necesario. Y si no soy necesario, entonces no quiero ser una carga para esta pobre existencia.
    Si nuestras charlas pudieran ser recopiladas y todas nuestras discusiones pudieran ser reproducidas, constituirían unos diálogos mejores que los de Platón. Era un hombre muy lógico, tan lógico como yo ilógico, y esto era lo más incomprensible: que los dos éramos el único amigo mutuo que teníamos en la ciudad. Todo el mundo preguntaba: -Él es un lógico, tú eres totalmente ilógico. ¿Cuál es el puente entre los dos?
    -Te resultará muy difícil entenderlo -le dije-, porque no eres ninguno de los dos. Su lógica le lleva a él hasta el mismo límite. Yo soy ilógico, no porque haya nacido ilógico, nadie nace ilógico; soy ilógico porque he visto la inutilidad de la lógica. Por eso puedo ir con él de acuerdo a su lógica y además, en un momento dado, adelantarle, y en ese momento él se asusta y se detiene. Y esto es lo que mantiene nuestra amistad, porque él sabe que tiene que ir más allá de ese punto, y sabe que nadie más puede ayudarle. Todos vosotros, me refiero a la gente de esta ciudad, pensáis que él me está ayudando. Estáis equivocados. Se lo podéis preguntar. Yo le ayudo a él.
    Os sorprenderéis, pero un día unos cuantos fueron a su casa a preguntarle:      -¿Es verdad que este niño es una especie de guía para ti? -Con seguridad. No hay duda -respondió-. ¿Por qué me lo preguntáis a mí? ¿Por qué no le preguntáis a él? Vive en la puerta de al Iado de vuestra casa.
    Su cualidad es casi insólita, y mi abuela tenía razón cuando me dijo: -Me da miedo que Shambhu Babu no vaya a tener ningún amigo. Y -dijo ella- en lo que a ti respecta, mis miedos están ahí… Pero tú eres joven todavía; quizá puedas encontrar algunos amigos.
    Su visión era realmente clarísima. Te sorprenderá saber que en toda mi vida no he tenido ni un solo amigo excepto Shambhu Babu. Si él no hubiera estado allí nunca hubiera sabido lo que significaba tener un amigo. Sí, he tenido muchos conocidos, en la escuela, en el colegio, en la universidad, había cientos. Podrías haber pensado que todos eran mis amigos, ellos podrían haber pensado lo mismo, pero excepto este hombre, no he conocido ni una sola persona a la que pudiera llamar amigo.
        Trabar conocimiento con alguien es muy fácil; conocerse es muy normal. Pero la amistad no es parte del mundo ordinario. Te sorprenderá saber que cuando me ponía enfermo, y estaba a cien kilómetros de la ciudad, inmediatamente recibía una llamada de Shambhu Babu, muy preocupado. -¿Estás bien? -me preguntaba. -¿Qué pasa? -le decía-. ¿Por qué estás tan preocupado? Pareces enfermo. -No estoy enfermo, pero sentí que tú sí lo estabas -me decía-, y ahora sé que lo estás. No puedes disimulado.
    Sucedió en muchas ocasiones. No os lo creeréis, pero sólo por él tuve que poner un teléfono privado. Por supuesto había un teléfono para que mi secretario pudiera ocuparse de los preparativos alrededor del país. Pero tenía un teléfono secreto, privado, sólo para Shambhu Babu, de modo que pudiera llamar si se sentía preocupado incluso en mitad de la noche. Tomé incluso la decisión de que si no estaba en casa, sino viajando en algún lugar en India, y me ponía enfermo, le telefonearía sólo para decide: -Por favor, no te preocupes, porque estoy enfermo. Esto es sincronicidad.
    De alguna manera, existía una conexión muy profunda. El día que murió fui hacia él sin dudarlo. Ni siquiera pregunté. Simplemente, conduje hacia la ciudad. Nunca me gustó esa carretera, y me gusta conducir, pero esa carretera de Jabalpur a Gadarwara era realmente ¡una hija de puta! No encontrarás una carretera peor en ningún lugar. Nuestra carretera que conecta el rancho con Antelope es en comparación una autopista. ¿Cómo les llaman en Alemania? ¿Autobhan? -Sí, Osho.
    De acuerdo, si Devageet dice que está bien, entonces debe de estarlo. Nuestra carretera es una autobhan comparada con la carretera de la Universidad a la casa de Shambhu Babu. Corrí con una sensación en las entrañas.
    Soy un conductor rápido. Me gusta la velocidad, pero en esa carretera no puedes ir a más de 30 kilómetros por hora; ése es el máximo posible, de modo que te puedes imaginar qué tipo de carretera debe de ser. Para cuando llegas, si no estás muerto ¡estás en un estado muy parecido! Sólo tiene una cosa buena: antes de entrar en la ciudad cruzas un río. Ésta es la gracia salvadora: te puedes dar un buen baño, puedes nadar durante media hora para refrescarte y darle a tu coche un buen baño también. Luego, cuando llegas a la ciudad, nadie se piensa que eres el espíritu santo.
    Corrí. Nunca en mi vida he tenido tanta prisa. Ni incluso ahora, a pesar de que ahora debería de tener prisa porque el tiempo se me escapa de las manos y no está muy lejano el día que tenga que deciros adiós a todos vosotros, aunque me hubiera gustado quedarme un poco más. Nada está en mis manos excepto los brazos de este sillón, y puedes ver cómo me estoy agarrando a ellos, sintiéndolos, para comprobar si todavía estoy en el cuerpo. No hay que preocuparse…, todavía queda un poco de tiempo.
    Ese día tuve que darme prisa, y se demostró que era verdad, porque si hubiese llegado unos minutos más tarde no habría vuelto a ver los ojos de Shambhu Babu. Quiero decir vivos, es decir, mirándome de la misma manera que me vieron esa primera vez. Quería ver esa primera mirada por última vez…, esa sincronicidad. y en esa media hora antes de morir no hubo nada excepto pura comunión. Le dije que podía decir cualquier cosa que quisiera.
    Él mandó salir a todo el mundo. Por supuesto, se ofendieron. A su esposa e hijos y a sus hermanos no les gustó. Pero él lo dijo claramente:
    -Os guste o no, quiero que todo el mundo se vaya inmediatamente porque no me queda demasiado tiempo para desperdiciar.
    Naturalmente asustados, se fueron. Ambos nos echamos a reír.
    -Cualquier cosa que quieras decirme -le dije-, me la puedes decir.
    -No tengo nada que decirte -me dijo-. Agárrame de las manos. Déjame sentirte. Lléname de tu presencia. Te lo pido. No puedo ponerme de rodillas y postrarme a tus pies -siguió diciéndome-. No es que no me gustara hacerlo, es que mi cuerpo no está en condiciones de poder salir de la cama. No puedo ni moverme. Sólo me quedan unos pocos minutos más.
    Pude ver que la muerte estaba casi en el umbral de su puerta. Le cogí de las manos y le dije algunas cosas que escuchó muy atentamente.
    En mi infancia sólo he conocido dos personas que me hicieron consciente de lo que quiere decir realmente atención.
    La primera, por supuesto, fue mi Nani. Me siento un poco triste al colocarla al lado de Shambhu Babu, porque su atención, aunque similar, poseía muchas más dimensiones. De hecho no debería haber dicho dos personas. Pero ya lo he dicho; ahora déjame que te lo explique lo más claro posible.
    Con mi Nani, todas las noches era casi un ritual, del mismo modo que todos vosotros me esperáis cada mañana y cada noche…
    ¿Sabéis que todas las mañanas me levanto y voy corriendo a mi aseo a darme un baño y prepararme porque sé que todo el mundo me está esperando? Hoy no me he tomado el desayuno porque sabía que os iba a retrasar a todos. He dormido un poco más de lo habitual. Todas las tardes sé que os debéis estar preparando, dándoos una ducha, y en el momento que veo la luz en vuestra pequeña habitación sé que han llegado los diablos y que me tengo que dar prisa.
    Y estáis ocupados todo el día. Tenéis el día completo. Podéis decir que soy un hombre completamente retirado, no cansado, retirado… y no retirado por nadie. Ésta es mi manera de vivir, vivir relajadamente, sin hacer nada de la mañana a la noche, de la noche a la mañana. Manteniendo a todo el mundo ocupado sin ocupaciones, ése es todo mi trabajo. No creo que haya nadie en el mundo, que lo haya habido antes, o que lo vaya a haber después, que sea igual que yo, que no tenga ocupaciones de ningún tipo. Y todavía, sólo para mantenerme respirando necesito miles de sannyasins trabajando continuamente. ¿Te puedes imaginar un chiste más grande?
    Justo hoy le estaba diciendo a Chetana que Vivek se ha ido de vacaciones. Después de diez años la pobre chica se lo merece. No es mucho pedir en diez años. Matemáticamente, es un día cada dos años. -Puedes irte contenta -le dije. Se ha ido a California. -Estaré feliz de que disfrutes estos pocos días -le dije. Le estaba diciendo a Chetana: -Quizá el próximo año yo también pueda ir unos días de vacaciones.
    Pero el problema es que no puedo ir solo. Necesito a todo mi equipo de gente, no puedo prescindir de ellos. Mi equipo es mucho más grande que el del presidente de América. Es el equipo de un pobre hombre; tiene que ser más grande que el suyo. Y no el presidente de cualquier país, sino del país más grande. ¿Por qué? Porque mi equipo no está compuesto de criados, está compuesto de mis amantes, y no puedo prescindir de ninguno de ellos.
    Ése es el único problema, y se lo dije a Chetana. Pero ella estaba feliz. Estaba tan feliz que no pienso que ni siquiera le preocupara mi problema. Por supuesto, estaba feliz porque si mi equipo se va de vacaciones conmigo, entonces seguro que ella está allí. Y Chetana…, hubo un tiempo en el que yo solía hacer mi propia colada, pero, sin duda no estaba tan bien como la tuya. No puedo darte mejor recomendación que ésa porque, aunque lo hice lo mejor que pude, era algo que había que hacer y acabarlo cuanto antes. Para ti es una oración, es una historia de amor, no es sólo un trabajo que hay que cumplir. No creo que haya nadie en todo el mundo que tenga sus ropas mejor lavadas que las mías. Por eso Chetana estaba feliz pensando: -Genial, nos vamos todos de vacaciones. Pero tengo que llevarme tanta gente que Vivek tenía razón. Cuando nos íbamos de Puna hubo tantos preparativos, especialmente para ella, porque ella se tenía que preocupar de mi cuerpo, mi comida, y pequeños detalles como ésos. Creo que no pudo dormir en todo el tiempo, se ocupaba de que no nos dejásemos nada, y de que todo estuviera disponible durante el viaje, Vivek tenía razón cuando me dijo:
    -Osho, eres como una gran montaña de oro que hay que transportar de un lugar a otro. -Es verdad, es exactamente así -le dije-. Sólo hay que recordar una cosa: esa montaña, aunque de oro, está viva y además consciente. Por eso tened mucho cuidado.
    ¿Puedes ver mi problema, Chetana? Ahora, si voy de vacaciones aunque sólo sea durante una semana, o un fin de semana, ¿cuánto tendréis que preparar? Tendremos que hacer todo exactamente igual que aquí, en la Casa de Lao Tzu, es una tarea enorme. Pero como os pusisteis tan contentos he pensado que valdría la pena hacerla. Puedo hacer cualquier cosa para hacer feliz a una sola persona. Ésa ha sido la verdadera esencia de toda mi vida.